Versión extendida y fuentes

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Petróleo y conflicto(s) en los Sudanes
Por Josu Ansoleaga
Octubre 2014
La antigua Sudán, dividida en dos países desde la independencia de Sudán del
Sur, es el escenario de tres conflictos (la guerra norsudanesa, la guerra civil
sursudanesa y Darfur) cuyas causas, aún siendo múltiples, pivotan sobre un
eje común: el petróleo. Este recurso estratégico en ocasiones queda fuera de
las lecturas y análisis propuestos por algunos medios de comunicación, cuya
clave interpretativa se basa en agravios étnico-religiosos de secular arraigo e
incierta (sino imposible) solución. Del mismo modo, suele existir un carencia a
la hora de adoptar una perspectiva de género ante los conflictos, lo que
conduce inevitablemente a la invisibilización de la mitad de la población y de
los colectivos minoritarios. La perspectiva de género no suele encontrar
acomodo en las narrativas esencialistas que hacen de la religión o la etnia la
causa fundamental de la violencia africana. Asimismo, pese a su papel
protagónico en todos los órdenes de la vida, las mujeres generalmente quedan
sistemáticamente fuera de toda (re)presentación de la “guerra de los recursos”
sudaneses. En el caso sudanés, el petróleo y los recursos son un factor
estratégico e insoslayable en todo análisis interpretativo. Sus causas
trascienden las fronteras sudanesas y sus consecuencias se dejan sentir
diferenciadamente en hombres, mujeres, niñas y niños.
Sudán y Sudán del Sur eran dos países unidos (y enzarzados en una guerra
civil crónica) hasta que en julio de 2011 la ciudadanía sursudanesa votó a favor
de la independencia en un referéndum que contó con el apoyo del 98 % de los
casi 11 millones de habitantes del nuevo país. La independencia del sur, sin
embargo, no trajo consigo la paz. La frontera entre los dos Estados no está
oficialmente definida. El dictamen de 2009 de la Corte Permanente de Arbitraje
de la Haya dejó sin fijar el 20 % de la frontera. Según el International Crisis
Group, la violencia contra civiles y el enfrentamiento armado persisten en cinco
áreas fronterizas entre los dos Estados. Los enfrentamientos más intensos se
producen en las regiones norsudanesas en litigio: Abyei, Kordofán del Sur y el
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Nilo Azul. La mayoría de los pozos petroleros se extienden a lo largo de las
fronteras que son motivo de disputa entre las dos naciones. Los dos Estados
parecen condenados a entenderse ya que Sudán controla los oleoductos, las
refinerías e infraestructuras, indispensables para que el sur -sin litoral y con
una infraestructura deficiente-, encuentre salida internacional al crudo. Con la
independencia, Sudán del Sur obtuvo el control sobre la casi totalidad de la
producción petrolera (se estima que hasta un 75 % del total del crudo). Por su
parte, Sudán posee dos oleoductos que atraviesan miles de kilómetros desde
los pozos de extracción sursudaneses, cruzan la capital -Jartum-, y
desembocan en la ciudad portuaria Port Sudán a orillas del Mar Rojo. Allí, el
crudo se carga en buques petroleros con destino a los mercados
internacionales.
Tras la independencia del sur, Sudán se ha visto privado de una fuente de
ingresos fundamental, decayendo sus exportaciones de crudo al 32 % y sus
ingresos derivados del petróleo al 30 %. El país cuenta con 35 millones de
habitantes y ocupa la posición 171 en cuanto al Índice de Desarrollo Humano
(IDH), según el último informe de las Naciones Unidas. Diversas ONG como
Amnistía Internacional denuncian que esta situación de deterioro económico,
inflación y desempleo ha intensificado la competencia por la tierra y los
recursos, generando violencia en gran escala entre comunidades.
Petróleo y conflicto
El petróleo en África es un recurso estratégico que genera beneficios
multimillonarios para las compañías petroleras internacionales, engrosa las
arcas de los Estados productores y abastece a los países desarrollados (y,
cada vez más, a los emergentes) del codiciado insumo que hace funcionar sus
economías. Sin embargo, la extracción del crudo no siempre redunda en un
beneficio para la población africana. Fundamentalmente orientado a la
exportación, el oro negro a menudo sostiene y alimenta conflictos regionales e
internacionales, genera un impacto devastador en el medioambiente y fomenta
la corrupción y la disgregación de los gobiernos o el surgimiento de grupos
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armados. De ahí que en ocasiones el hallazgo del crudo sea considerado más
una maldición que una oportunidad para el desarrollo de África.
En el caso sudanés, el petróleo ha jugado (y sigue jugando) un rol importante
en la sucesión de conflictos armados y guerras civiles que han asolado al
Sudán unificado. Desde su independencia del dominio anglo-egipcio en 1956,
Sudán ha vivido en una prolongada guerra civil entre el Norte y el Sur (19551972 y 1983-2005) hasta la firma del Acuerdo de Paz Global (CPA)
http://www.darfurvisible.org/recursos/ficha.php?id=imprescindibles&uuid=4,
firmado en Nairobi en 2005. El CPA sentó las bases para la celebración de un
referéndum en el sur y el reparto equitativo (50:50) de los beneficios derivados
del petróleo. Tras el referéndum, Sudán del Sur se independizó el 9 de julio de
2011.
El petróleo supuso aproximadamente el 98 % de los ingresos del gobierno
sursudanés en 2011, según datos del Fondo Monetario Internacional (FMI). Por
su parte, Sudán obtuvo el mismo año el 78 % de los ingresos por exportaciones
del crudo, y esto supuso el 57 % de la recaudación pública. Las compañías que
dominan el sector petrolero de Sudán norte y sur son asiáticas. La Corporación
Nacional de Petróleo de China (en inglés, CNPC), la india Oil and Natural Gas
Corporation Limited (ONGC) y la malasia Petronas son las empresas con
mayor participación en los consorcios nacionales, según la Administración de
Información de Energía de los Estados Unidos (EIA). Estos consorcios están
formados por empresas extranjeras, así como por las estatales Sudapet, de
Sudán, y la sursudanesa Nilepet.
La publicación FACTS Global Energy indica que el 77 % del crudo sudanés se
exportó a China en 2011. Ese monto supuso el 5 % del total de las
importaciones de crudo del gigante asiático. En 2012, con el recrudecimiento
del conflicto entre las dos naciones, se produjo un importante descenso en la
producción (de 337.000 barriles por día en 2011 a 63.000 en 2012, según la
EIA), motivado por la falta de acuerdo entre Jartum y Juba en las tasas a
aplicar por el transporte de crudo. Con todo, China sigue siendo el principal
mercado, llegando a consumir el 80 % del petróleo de los dos Sudanes. Japón
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es el segundo consumidor (12 % en 2011), seguido de India (4 %) e Indonesia
(3 %). Entre los países europeos, solo figura Italia, adonde se destinan el 2 %
de las exportaciones.
Según un informe de Human Right Watch publicado en 2003, “Sudan, Oil and
Human Rights”, las petroleras en Sudán han violado en reiteradas ocasiones
los derechos humanos o han actuado con permisividad y connivencia cuando
se han violado. A menudo, sus intereses económicos han sido compatibles con
la violencia que asola la región. La publicación destacaba cinco compañías
beneficiadas directamente por el conflicto: la canadiense Talismán (Canadá), la
Nacional China Petroleum (China), Petronas (Malasia), OMV (Autria) y Total
(Francia).
Geopolítica del petróleo
Desde que la multinacional estadounidense Chevron descubriera petróleo en
1972, Jartum ha hecho todo lo posible por mantener unidas a las “provincias
rebeldes” del sur, donde se ubicaban los yacimientos. A nivel internacional,
Sudán ha sido el “tablero de ajedrez del petróleo” de las grandes potencias,
con Estados Unidos y China a la cabeza. A diferencia de otros países africanos
productores de petróleo, donde el grueso del negocio petrolero está en manos
occidentales, Sudán ha acogido fuertes inversiones del sector petrolero chino
en pozos de extracción e infraestructuras. Según el libro “China en África”,
publicado en 2008, Sudán se ha convertido en el único país africano en el que
China produce con sus propias instalaciones en lugar de comprar el crudo.
Como contrapartida, los beneficios que deja el negocio del petróleo en la
población local son mínimos. Según el libro, China también ha contribuido a
sostener los conflictos sudaneses, al oponerse a la aplicación de sanciones
contra Sudán en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y al entregar
armamento al Gobierno de Jartum que ha sido usado contra Sudán del Sur y
en Darfur.
La china CNPC, la principal operadora en los dos países y principal
inversionista extranjera, sigue en Sudán del Sur. A pesar del sistemático apoyo
Petróleo y conflicto(s) en Sudán y Sudán del Sur - www.generoypazvisibles.org - Pág. 4
al Gobierno de Jartum en su represión contra el sur, China ha cambiado su
postura respecto a Sudán del Sur desde su independencia, garantizando
préstamos y prometiendo financiación y nuevas inversiones. Un informe de
Amnistía Internacional denuncia que China ha enviado desde la década de los
90 tanques, aviones y helicópteros de combate, camiones militares y
municiones.
EEUU, por su parte, ha apoyado históricamente las reivindicaciones
soberanistas de Sudán del Sur. Según un artículo publicado en Global
Research, EEUU ha entrenado y financiado al Ejército de Liberación Popular
de Sudán (SPLA) http://www.darfurvisible.org/protagonistas_ficha.php?uuid=12
y ha suministrado armamento que ha sido utilizado en la región oriental
sursudanesa y en Darfur. La presencia de EEUU en Sudán del Sur se debe,
según Global Research, al interés petrolero fundamentalmente y a la guerra
silenciosa por la apropiación de los recursos africanos que enfrenta a
Washington y Pekín. Otro motivo que explica el interés estadounidense por la
región es la necesidad de contener a Sudán, cuyo gobierno promulga la sharia
y es un supuesto refugio de yihadistas. Paradójicamente, la islamización del
país se produjo durante la presidencia de Al-Numeiry, aliado en un principio de
la Unión Soviética hasta el acercamiento a Estados Unidos y la imposición de
la sharia en 1983.
De acuerdo con información aportada por Global Research, tras la ruptura con
los soviéticos, Numeiry invitó en 1974 a la petrolera Chevron para explorar y
explotar las reservas petroleras. El hallazgo de petróleo “provocó lo que llaman
la segunda guerra civil de Sudán en 1983”. Chevron abandonó los campos
petrolíferos en 1983, dando paso, ya en 1992, a la petrolera estatal china
CNPC, compañía que actualmente domina el sector.
Guerra civil
Sin embargo, la pugna por el petróleo no solo se dirime entre los dos Estados.
A la guerra entre las dos naciones se suma una guerra civil en Sudán del sur.
Con frecuencia, los medios de comunicación (re)presentan la guerra como un
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enfrentamiento entre los dos grupos étnicos mayoritarios del país: dinkas y
nueres. Tras la obtención de la independencia, afloraron las tensiones
motivadas por el control de los recursos y por una representación étnica
equitativa en las instituciones del nuevo país. En 2013 el actual presidente
Salva Kiir, de etnia dinka, destituyó al vicepresidente Reik Machar, de etnia
nuer. Meses después comenzó un enfrentamiento generalizado y el bando
favorable a Machar –compuesto mayoritariamente, pero no exclusivamente, por
nueres– se ha hecho con el control de amplias zonas del norte de Sudán del
Sur. Según el Observatorio de Paz, Seguridad y Defensa (PSyD) los combates
más violentos se dan en las regiones de Ecuatoria Oriental y Unidad, que son
las más ricas en yacimientos de petróleo. Médicos sin Fronteras señalaba el
pasado abril que 1.000 personas refugiadas llegaban cada día a Etiopía desde
Sudán del sur huyendo de la violencia contra la población civil. La vulneración
de los derechos humanos es sistemática y se produce por parte de ambos
bandos, según denuncia Human Rights.
En este contexto de lucha por los recursos, más que a una guerra entre tribus o
etnias, se da una pugna entre dos grupos políticos en la que la adscripción
identitaria a una etnia (dinka o nuer) juega un papel táctico y estratégico. En un
artículo publicado por el Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción
Humanitaria (IECAH) se explicita que los factores generadores de violencia en
Sudán del Sur tienen que ver con “el control de los recursos, la lucha por el
poder, la propia supervivencia, además de por la manipulación e injerencia de
las élites políticas”. En una nación heredera de las fronteras coloniales y de
gran heterogeneidad (dinkas y nueres no suman más del 25 % de la población
sursudanesa, según el observatorio PSyD), “lo étnico o lo tribal usado como
reclamo identitario supone el último recurso al que invocar cuando fallan el
resto de estructuras o instituciones del Estado”.
Esta competencia por los recursos también se ha dejado sentir en Darfur,
región del oeste de Sudán en conflicto desde 2003. Según la Unión Africana y
Naciones Unidas, se han intensificado los enfrentamientos y violaciones de los
Derechos Humanos desde la independencia del sur en 2011. Una cuestión
desconocida o tratada de soslayo es que Darfur también tiene petróleo
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(véase:http://www.darfurvisible.org/actualidad/articulo.php?id=actualidad&uuid=
321), además de otros recursos valiosos como el oro, el agua y minería. La
pérdida de una fuente de ingresos derivada de la independencia sursudanesa
podría explicar el aumento de la violencia intercomunitaria y la criminalidad en
Darfur. Según la Oficina para la Coordinación de Asuntos Humanitarios
(OCHA), alrededor de 385 000 personas se han desplazado como
consecuencia del conflicto desde inicios de 2014.
Crisol de culturas e identidades
En Sudán conviven numerosas comunidades étnicas, con predominio de las
árabes sudanesas o sudanesas arabizadas (70 %); las otras comunidades más
numerosas son fur, beja, nuba y fallata. La mayoría de la población es
musulmana suní, pero también hay minorías cristianas. Las lenguas habladas
son el árabe sudanés, nubio, ta bedawie, fur, massalit, zaghawa, miseriva,
entre otras otras muchas. La diversidad étnica es aún mayor en Sudán del Sur,
donde comparten territorio nacional las siguientes comunidades: dinka, nuer,
kakwa, bari, azande, shilluk, kuku, murle, mandari, didinga, ndogo, bviri, lndi,
anuak, bongo, lango, dungotona, acholi. Las religiones predominantes del sur
son la animista y cristiana. En cuanto a los idiomas, se habla inglés, árabe
(variantes de Juba y Sudán), dinka, nuer, bari, zande y shilluk. Esta información
puede encontrarse en la Base de Datos de Conflictos y Construcción de Paz de
la ECP.
En este contexto multicultural, es cierto que los antagonismos históricos y las
fidelidades tribales, étnicas, lingüísticas y religiosas juegan un papel importante
en los conflictos sudaneses. Algunos modelos explicativos (y buena parte de
los medios de comunicación) centran su análisis en las causas étnicas y
religiosas que históricamente han dividido a los habitantes del Sudán unificado.
El norte, mayoritariamente árabe (o arabizado) y musulmán, ha expoliado
históricamente a una periferia pobre y oprimida, de mayoría negra, cristiana y/o
animista.
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Esta lectura tiene un fundamento válido. El investigador Gerard Prunier señala
que durante el periodo colonial “los británicos consideraban a Sudán como un
país básicamente de Medio Oriente con un apéndice africano”. Esta visión –
explica Prunier– la heredarían los sucesivos gobiernos árabo musulmanes de
Jartum, la capital, quienes mirarían despectivamente al sur negro como una
región subdesarrollada donde “desafortunadamente” se había permitido operar
a los misioneros cristianos. Cabe añadir que la diferencia entre la población
arabizada y negra es más una cuestión cultural e identitaria que étnica, ya que
apenas resulta perceptible para una persona ajena a los prejuicios nacionales.
Sin embargo, tal y como hemos señalado, un modelo interpretativo
exclusivamente basado en casuísticas étnico-religiosas y endógenas difumina
u oculta el rol que juega la pugna por los recursos estratégicos del país, la
implicación y los intereses estratégicos y económicos de los actores nacionales
e internacionales, y simplifica en exceso la realidad de una sociedad plural y
diversa, y no circunscrita a la dialéctica de dos facciones étnico-religiosas
homogéneas y condenadas al enfrentamiento y a un odio ancestral e inevitable.
Claves interpretativas: más allá de las etnias
Un informe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) de
2014 propone un modelo explicativo para entender el conflicto de Darfur que
también puede extrapolarse a nivel nacional. En Sudán existen tres niveles de
conflicto: local, nacional e internacional/regional.
A nivel local existe una lucha entre grupos armados que se definen a sí mismos
en clave tribal. Sin embargo, su objetivo es fundamentalmente el control de la
tierra y de los recursos naturales (petróleo, tierras fértiles para el cultivo y el
pastoreo, agua, minerales, oro, etc), vitales para la supervivencia de la
comunidad. A nivel nacional, existe un conflicto entre el gobierno de Jartum y
los grupos armados. El excesivo centralismo de la capital sudanesa y el
abandono administrativo de las regiones periféricas (no solo de Darfur y Sudán
del Sur) ha sido un caldo de cultivo para el surgimiento de movimientos y
guerrillas. El gobierno de Omar Al-Bashir, en el poder desde 1989, ha
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establecido un régimen militar y ha seguido una política de islamización,
promulgando la sharia (ley islámica) y ejerciendo una represión contra todos los
colectivos no-árabes. El Gobierno ha reprimido a las comunidades darfuríes
directamente o mediante la financiación de grupos armados como los yanyauid
(milicianos árabes). La Corte Penal Internacional (CPI) ha dictado dos órdenes
de detención contra Al-Bashir acusándolo de responsabilidad en crímenes de
guerra, crímenes contra la humanidad y actos de genocidio cometidos por las
fuerzas sudanesas y su aliada la milicia yanyauid en Darfur.
La escala regional/internacional del conflicto sudanés engloba a otros países:
Chad, Libia, Uganda, República Centroafricana y el nuevo estado, Sudán del
Sur. La falta de gobernanza y la escasa capacidad de control administrativo en
las regiones alejadas de Jartum crean las condiciones para que estallen los
enfrentamientos y los grupos armados de diferentes países y regiones,
aduciendo diferentes razones (frecuentemente, de corte étnico o religioso)
luchen por los recursos naturales como el petróleo. Este plano incluye, por lo
tanto,
el
comercio
internacional
de
recursos
estratégicos
(productos
alimentarios provenientes de tierras fértiles para el pastoreo o el cultivo, el oro,
el petróleo) y a los terceros países involucrados en estas actividades
económicas. La clave para interpretar los conflictos sudaneses, por tanto, se
encuentra a una escala multinivel y engloba multiplicidad de factores más allá
de la cuestión étnica.
Vulneración de derechos
Los conflictos sudaneses no afectan de igual manera a todas las comunidades.
Los medios de comunicación tienden a representar el conflicto como una
cuestión “de hombres”: los hombres combaten, los hombres negocian y firman
acuerdos,
los
hombres
son
entrevistados.
Generalmente,
los
líderes
internacionales son también hombres. A las mujeres se las relega a una
posición subordinada, pasiva, maternal, objeto y víctima de todos los abusos y
padecimientos de la guerra. Las mujeres, no obstante, tienen siempre un papel
protagónico tanto en la construcción de paz como en la guerra. Una
perspectiva de género a la hora de interpretar una situación de conflicto
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permite, primero, evitar tomar a la sociedad como un conglomerado
homogéneo en la que solo existen “ellos”, y segundo, rehuir las miradas
cosificadoras que esencializan a la mujer de acuerdo a los moldes y
estereotipos propios de una sociedad con sesgo patriarcal y machista.
En el Sudán unificado los derechos de las mujeres se vieron seriamente
limitados con el giro islamista y la adopción de la sharia (ley islámica) bajo el
gobierno de Al-Numeiry (1969-1985) en 1983. Se recortaron los derechos de
las mujeres en el acceso a la propiedad, derechos de herencia, custodia de los
hijos e hijas. Se impuso así mismo a las mujeres la obligación de viajar
acompañadas por un miembro varón de la familia, con lo que, entre otras
cosas, se impidió que las académicas y activistas de los derechos humanos
salieran del país. Entre el 85 y el 90 % de las mujeres de Sudán han sufrido la
mutilación genital femenina y la lapidación es una realidad habitual no tipificada
como delito por la ley. En caso de violación, las mujeres pueden ser acusadas
de “adúlteras involuntarias” y lapidadas. En cuanto a la representación política
en los órganos decisorios, 86 de los 354 escaños del parlamento corresponden
a mujeres (24,3 %), según información aportada por ONU Mujeres.
http://www.ipu.org/pdf/publications/wmnmap14_sp.pdf
En Sudán del Sur las mujeres tienen derechos reconocidos constitucionalmente
que no se aplican en la práctica, ya que la justicia tradicional y comunitaria,
impartida por los hombres, sigue vigente en casi todo el país. El sistema
tradicional, amparado por la Constitución, contempla a la mujer casada como
propiedad privada del hombre, junto con el resto de la dote aportada por la
familia de la esposa en el momento del matrimonio. Según la Base de Datos de
Conflictos y Construcción de Paz de la ECP, el 92 % de las mujeres
sursudanesas son analfabetas. De acuerdo con ONU Mujeres, el país cuenta
con 88 parlamentarias (sobre un total de 332; el 26%) y 5 de los 22 cargos
ministeriales están ocupados por mujeres.
La violencia sexual también ha sido habitual tanto en el conflicto norsudanés
como en la guerra civil de Sudán del Sur. Las violaciones con objeto de
humillar a las comunidades y el secuestro de mujeres para hacer de ellas
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esclavas sexuales han sido prácticas extendidas durante el conflicto. Según la
Escola de Pau, las mujeres del sur han tenido un papel activo en la guerra
como combatientes, fenómeno que a menudo pasa desapercibido en los
medios de comunicación. La representación más habitual de la mujer es en su
rol de madre vulnerable, maternal, protectora, pasiva, débil y sistemáticamente
expuesta a la violencia masculina.
Los conflictos canalizan, catalizan y exacerban una violencia preexistente; en
Sudán, al igual que en otras sociedades dominadas por los hombres, existe
una violencia estructural y cultural. Estructural porque las circunstancias
impuestas
por
una
sociedad
patriarcal
hacen
que
la
mujer
quede
sistemáticamente relegada de los ámbitos decisorios públicos y políticos; las
mujeres sudanesas tienen menos posibilidades que los hombres de acceder a
derechos como la educación, la salud, las decisiones sobre su propio cuerpo, la
libertad de expresión y de movimiento, el trabajo remunerado, la justicia, la
participación política, y otras. La violencia estructural puede sancionarse
mediante un código legal restrictivo o ejercerse tácitamente, al margen de la
ley. Un apéndice indisociable de la violencia estructural es la violencia cultural
ejercida por una estructura patriarcal sobre las mujeres y otros colectivos. Las
costumbres y tradiciones, cuando resultan lesivas para la mujer, son en
realidad una forma de violencia sistémica y programática que poco tiene que
ver con la cultura o la identidad de un pueblo. En Sudán, las diversas
tradiciones tienden a considerar a las mujeres como seres subordinados a los
hombres; su cuerpo es considerado como un bien intercambiable junto al resto
de la dote. La violencia cultural se produce también cuando se decide que sean
los niños, y no las niñas, los que vayan a la escuela; o cuando se somete a
ellas a matrimonios precoces. También cuando, siendo víctimas de violencia
sexual, se las criminaliza y cae sobre ellas el estigma y rechazo de la
comunidad.
La violencia directa en casos de conflicto no es sino el resultado y reflejo de
esas otras formas de violencia cultural y estructurales. En ausencia de paz, la
violación de mujeres es una estrategia de guerra para humillar y desmoralizar
al enemigo. Esto tiene que ver con una construcción de sesgo machista que
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hace de la mujer un “bien” del hombre. La violencia sexual masificada en
tiempos de guerra es consecuencia de todas las formas de violencia en
tiempos de ausencia de conflicto: violencia intrafamiliar, justicia desigual,
abusos policiales, prácticas como la mutilación genital femenina, los castigos
físicos públicos y otras manifestaciones de violencia legitimada (percibida, por
lo tanto, como “no violencia”) y sostenida por los hombres sobre las mujeres.
Construcción de paz
En Sudán, los diferentes acuerdos de paz oficiales para poner fin al conflicto
entre Jartum y el sur del país primero y en Darfur después han tenido un
denominador común: la práctica ausencia de mujeres en los procesos de
negociaciones y en las propuestas de construcción de paz. En 2005, los
representantes del Gobierno de Sudán y los del grupo opositor sursudanés
Ejército Popular de Liberación de Sudán (SPLM), todos ellos hombres, firmaron
un acuerdo de paz (Acuerdo de Paz Global, CPA) para poner fin a más de
veinte años de conflicto. Tal y como señala el historiador Prunier, el acuerdo
fue, en buena medida, una operación de maquillaje y fruto de las presiones
internacionales por encontrar una solución rápida al conflicto, terminando una
guerra para “dejar que empezara otra en Darfur”. El historiador señala
asimismo que el Gobierno chino influyó en las negociaciones sobre el reparto
equitativo de los beneficios del petróleo entre Jartum y Juba. El CPA
mencionaba expresamente el compromiso de ambas partes por respetar y
promocionar la igualdad de derechos de mujeres y hombres y su libre disfrute
de todos los derechos civiles y políticos. No obstante, puede decirse que la
perspectiva de género y la preocupación por la visibilización y participaciones
de las mujeres quedaron sepultadas por otras prioridades como la
representación del sur en las instituciones, la delimitación de las fronteras y el
mencionado reparto del botín petrolero.
Tras el cese de hostilidades en el sur, Darfur se convirtió en un nuevo
escenario de violación de los derechos humanos. Según Prunier, la comunidad
internacional, encabezada por Estados Unidos, se apresuró a alcanzar un
acuerdo de paz meramente formal y sin garantías que pudiera venderse como
Petróleo y conflicto(s) en Sudán y Sudán del Sur - www.generoypazvisibles.org - Pág. 12
una victoria diplomática. Fruto de esa operación propagandística fue el Acuerdo
de
Paz
de
Darfur
(DPA
http://www.darfurvisible.org/recursos/ficha.php?id=imprescindibles&uuid=9
), firmado por el Gobierno de Jartum y el grupo armado darfurí Movimiento de
Liberación de Sudán (SLM), encabezado por Minni Minnawi. El texto no
consiguió frenar la escalada de violencia en la región ni los ataques
sistemáticos por parte de todas las facciones sobre la población civil. Pese a
todo, y aunque fuera a un nivel meramente formal, el texto suponía un avance
en materia de reconocimiento del papel de las mujeres y su rol diferenciado de
los hombres dentro de la región. El DPA reconocía que las mujeres darfuríes
están involucradas en todas las áreas de actividad y constituyen la mayor parte
de la fuerza de trabajo, especialmente en el sector agrícola y ganadero. El
acuerdo reconoce también que las mujeres son a menudo jefas de familia,
especialmente en situaciones de población refugiada, desplazada y migrante.
Esta lectura no solo contrasta con el rol pasivo que atribuyen frecuentemente
los medios a las mujeres, sino con la participación efectiva que tuvieron en el
propio proceso de negociación del DPA, alcanzado sin participación ciudadana
y con la única representación del SLM por parte de la región de Darfur.
El acuerdo de paz reconocía la infrarrepresentación de las mujeres en las
instituciones del Gobierno y “recomendaba vivamente” que, de los 12 escaños
asignados a los grupos políticos de Darfur en la Asamblea Nacional, “algunas
nominaciones correspondan a mujeres”. Señalaba también la necesidad de
aumentar la presencia de mujeres en los cuerpos de policía nacional y
recomendaba la creación de cuerpos especializados en género para la
atención de mujeres, niñas y niños. Entre otros compromisos para el logro de la
equidad de género, las partes señalaban la necesidad de que el Estado
combatiera las costumbres y tradiciones que socavaran la dignidad y el estatus
de la mujer.
Ante el fracaso y la falta de voluntad por parte de Jartum para poner fin a la
violencia endémica en Darfur, se ensayó otra tentativa de paz en julio de 2011,
esta vez con la firma del Gobierno sudanés y del Movimiento de Liberación y
Justicia (LJM) como representante de Darfur. En el denominado Documento de
Petróleo y conflicto(s) en Sudán y Sudán del Sur - www.generoypazvisibles.org - Pág. 13
Doha
para
la
Paz
en
Darfur
(DDPD)
(http://www.darfurvisible.org/recursos/ficha.php?id=imprescindibles&uuid=22.
se reafirmaban los compromisos del DPA en materia de género y promoción de
las mujeres en la participación política. Si bien El DDPD no consiguió poner fin
a la violencia en Darfur, por lo menos contó con una mayor participación de la
sociedad civil. La misión de paz integrada por la Unión Africana y las Naciones
Unidas (UNAMID) organizó reuniones con líderes tribales y administraciones
nativas, compuestas mayoritariamente por hombres, para buscar alternativas
pacíficas al conflicto. Las consultas a la sociedad civil también incluyeron a
mujeres organizadas de la sociedad civil. Posteriormente, en 2013, el
Movimiento Justicia e Igualdad-Sudán (JEM-Sudán) se acogería al acuerdo,
contribuyendo
así
a
lograr
un
mayor
consenso
que
en
el
DPA.
http://www.darfurvisible.org/actualidad/articulo.php?id=actualidad&uuid=486
El mismo año, UNAMID reunió a 40 mujeres representantes de diversas
organizaciones de la sociedad civil de Darfur Norte para deliberar sobre la
implementación
del
DDPD.
Las
participantes
reclamaron
una
mayor
participación en los foros de negociaciones de paz y en los órganos decisorios
e hicieron hincapié en la necesidad de construir y financiar centros de mujeres
y de facilitar formación a las mujeres. Las lideresas también solicitaron
establecer reuniones periódicas con la Autoridad Regional de Darfur para hacer
oír sus demandas de justicia y equidad.
Las organizaciones de mujeres del Norte y Sur de Sudán han tenido un papel
importante en la construcción de la paz. De acuerdo con información aportada
por la Escola de Pau, las plataformas más activas que han reclamado el fin de
la violencia entre las dos naciones son Peace Mothers Society y el National
Women´s Forum, formado por mujeres del sur y el Sindicato de Mujeres
Sudanesas (SWU). La más visible de las plataformas quizá sea Sudanese
Women Empowerment for Peace, una asociación creada en el exilio y que
aglutina a mujeres del norte y sur. Entre sus exigencias, está el llamamiento a
la finalización de los conflictos norte-sur y el de Darfur, y la presencia de
mujeres en las negociaciones de paz. Otra de sus luchas pasa por el cambio
del marco legal, que permita a las mujeres denunciar las violaciones y abusos
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sexuales en condiciones de seguridad y confidencialidad, así como la
prohibición de la ablación, la lapidación, y en general todas las formas de
violencia de género amparadas por la legislación de los dos países. En su
portal web http://www.suwepmovement.org/WEPD.asp pueden leerse sus
áreas de trabajo: educación cívica en las áreas de buena gobernanza y
concienciación sobre los derechos de las mujeres, género y derechos
humanos; promoción de la salud comunitaria, especialmente en sensibilización
de VIH/sida y acompañamiento en los traumas; promoción de actividades para
las mujeres que generen ingresos. En líneas generales y según sus palabras,
la organización busca trabajar con grupos de mujeres locales para sumar
esfuerzos en mejorar el bienestar de las mujeres de Sudán.
Fuentes
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Género
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