Las estrategias de las Farc - Corporación Viva la Ciudadanía

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Las estrategias de las Farc
Jaime Zuluaga Nieto
Profesor Emérito
Universidad Nacional de Colombia
En un reciente reportaje concedido a El Espectador, el general Freddy Padilla de
León, Comandante de las Fuerzas Militares, sostuvo que “Tierradentro es la
demostración de la incapacidad de las Farc… Atacaron un municipio que está
bien lejano de los centros de poder, pero no fueron capaces de tomarse la
población, defendida valientemente por menos de sesenta policías”. El alto
oficial estima que en el ataque, que dejó 17 policías muertos, participaron cerca
de 120 guerrilleros. Esta afirmación, como todas las hechas por las partes en
guerra, debe ser tomada en serio pero sin olvidar que es parte de los
enfrentamientos.
Es difícil hacerle creer a la opinión que un combate que aniquila la cuarta parte
de los efectivos del enemigo es una demostración de incapacidad militar. La tesis
se podría sostener más coherentemente asumiendo la exagerada apreciación de
los pobladores, según la cual fueron ochocientos los guerrilleros que participaron
en el ataque. Un número de esa magnitud representa una asimetría tal en el
campo de batalla que el elevado número de bajas sufridas por la Policía
aparecería como una victoria de ésta. Sin embargo el General reduce la
estimación de los efectivos enemigos a menos de una sexta parte. ¿Por qué?
Cuando hace algunos años las Farc atacaron y destruyeron la base militar de Las
Delicias, el entonces Ministro de Defensa sostuvo que lo más grave no era el
resultado de la acción militar sino el hecho de que se hubieran desplazado
centenares de guerrilleros por selvas y ríos sin que la población hubiera advertido
de ello a las fuerzas militares. A pesar de que en este caso hubo alertas
tempranas, una movilización de efectivos de esa magnitud sin que la fuerza
pública fuera efectivamente avisada, es una doble derrota para ésta. Derrota
política porque la población, por el motivo que sea, no informó sobre el
desplazamiento de los guerrilleros, a pesar de las redes de informantes que se
presume existen en una zona hasta hace poco controlada abiertamente por los
paramilitares. Derrota militar porque las Farc, que según el mismo general tan
solo cuentan con once mil guerrilleros después de haber tenido diecisiete mil al
comienzo de este gobierno, estarían demostrando tener la capacidad de
concentrar, para una sola acción, cerca del 8% de sus efectivos, en una región en
la que no han sido fuertes en los últimos años. Se entiende que para el
Comandante de las Fuerzas Militares sea indispensable minimizar la derrota
política y militar que esta y otras acciones significan. Derrotas relativas, tácticas,
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que no varían la correlación de fuerzas, pero que revelan que las Farc no se
encuentran tan disminuidas como el gobierno y las fuerzas militares sostienen, ni
tan fuertes como ellas presumen.
Las estrategias en las guerras irregulares
El ABC de la guerra de guerrillas enseña que ésta es una guerra asimétrica, en la
que los efectivos de las fuerzas irregulares son más reducidos que los de las
fuerzas regulares estatales. En esas condiciones, como lo enseñaron los grandes
estrategas de la guerra irregular en el siglo XX, el dirigente de la revolución
china Mao Tse Tung y el General vietnamita Vo Nguyen Giap, las guerrillas sólo
deben combatir cuando las condiciones les son favorables. En caso contrario,
deben eludir el combate y preservar sus fuerzas. Eso no significa dejar de
combatir, sino hacerlo sólo en condiciones favorables. Y parte de la favorabilidad
consiste en no concentrar fuerzas para evitar sufrir golpes contundentes y obligar
al enemigo a dispersar sus fuerzas si éste las concentra. Es eso lo que las Farc
han hecho en los últimos años, después de la ruptura de las negociaciones de paz
en febrero de 2002 y de la ofensiva militar contra su retaguardia mediante el
Plan Patriota. Al observar la dinámica de la guerra desde el 2002 se puede
apreciar como, luego de una sensible reducción de combates en ese año, la
guerra recuperó su intensidad: pasó de 839 combates a 2.414 en el 2003 y 1.975
en el 2004, según datos de la Fundación Seguridad y Democracia. Las Farc,
después del repliegue del 2002, iniciaron una especie de “operación avispa”,
guerra de desgaste según el general Giap, consistente en realizar muchas
pequeñas acciones en diferentes zonas del territorio nacional.
Combates entre la fuerza pública y grupos irregulares
2001
2002
2003
2004
1534
839
2414
1975
Fuente: Fundación Seguridad y Democracia
El registro cartográfico de las acciones de las Farc, que adelanta la
Vicepresidencia de la República, ilustra cómo entre el 2003 y el 2004 las acciones
de las Farc se intensificaron en el nororiente del país, noroccidente y
suroccidente del país, tendencia que se mantuvo en el año 2005, especialmente
en el suroccidente, que se ha convertido en uno de los epicentros de la guerra.
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Visto el fenómeno en sus dimensiones temporales y espaciales es claro que
asistimos a una intensificación de la guerra, con acciones desconcentradas, en
algunas de las cuales las Farc movilizan un número relativamente alto de
efectivos para dar golpes como el de Tierradentro, cuyo propósito es militar y
político. Militar, golpear a la fuerza pública, presionar en zonas distantes a las
del Plan Patriota en donde pueden gozar de ventajas y aprovechar la dispersión
de la fuerza pública que implica tratar de garantizar su presencia en todos los
rincones del país. Político, al demostrar que no están derrotadas y que la política
de Seguridad Democrática fracasó en ese objetivo.
Entre la guerra y el diálogo
La intensificación y escalamiento de las acciones, además de responder a la
dinámica específicamente militar, parece tener otro objetivo: presionar
mediante la acción militar la apertura de espacios políticos. Es la misma apuesta
del gobierno. Presionarlos militarmente para llevarlos debilitados o derrotados a
la mesa de negociación. “O negocian o los derrotamos” ha dicho el Presidente.
Por eso las aproximaciones mediáticas o reales para un encuentro sobre el
posible intercambio humanitario no se van a traducir en reducción de las
acciones militares por parte del gobierno o de las Farc. Por el contrario, van a
estar acompañadas de pruebas de fuerza. Cuando parecían abrirse las
posibilidades de un encuentro entre el gobierno y las Farc en los municipios de
Pradera y Florida, las Farc anunciaron a los cuatro vientos que ya estaban allí. Y
el gobierno corrió a reforzar su presencia militar en la zona. Es el lenguaje de la
guerra como espacio de confrontación política. El país debe estar preparado para
ello. Lo que no implica que la población a través de sus diversas formas de
organización y expresión exijan, como exigen y deben seguir exigiendo, la
reducción de las acciones violentas y el no ser convertidas en objetivos militares.
Por el momento no ha logrado imponérsele a los guerreros esta lógica, pero no
hay que cesar en el empeño.
Atacar un puesto militar o de policía es una acción de guerra, no es un acto
terrorista. Colocar bombas en objetivos que no son militares, como las vías
públicas por ejemplo, es un acto de terrorismo. Se equivocan las Farc, si es que
son ellas las autoras, realizando este tipo de atentados que lejos de fortalecerlas
las debilitan políticamente. Y si no son ellas las autoras, debe establecerse con
claridad cuáles son las fuerzas que producen este tipo de hechos que, en medio
de la guerra, se atraviesan en el camino paralelo que puede conducir a
acercamientos para iniciar negociaciones de paz o realizar acciones
humanitarias, como el anhelado intercambio, que pueda devolver a sus hogares a
decenas de compatriotas víctimas del secuestro o privados de la libertad con
ocasión del conflicto.
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Todo parece indicar que estamos entrando en una fase de la confrontación
armada, en la que las Farc buscan recuperar la iniciativa militar en algunas zonas
del país. No será una fase decisiva de la guerra, sino otro momento de
intensificación que multiplicará el dolor de la población y las demandas y
movilizaciones a favor de los acuerdos humanitarios y las negociaciones de paz.
Una fase en la que a partir de pruebas de fuerza, las partes pueden intentar
aproximaciones conducentes al intercambio humanitario y a una negociación de
paz. Y en consecuencia, los enemigos de la paz agotarán sus esfuerzos para
impedir estas aproximaciones. El desafío que enfrentamos es el de propiciar
estos acercamientos y neutralizar las acciones de los enemigos, cada menos
agazapados, de la paz.
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