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Ribagorza y los ribagorzanos vistos desde
el otro lado de los Pirineos (siglos XVI al XIX)
CARINE CALASTRENC CARRÈRE
A partir del siglo XVI las relaciones político-militares entre las dos vertientes del Pirineo se hacen más complejas, multiplicándose los conflictos bélicos entre las monarquías francesa y española. Entre 1592 y 1720, España
y Francia se enfrentaron militarmente durante 93 años,
sin contar los 41 años que duraron las guerras de religión. La nueva situación geopolítica, asociada a la presión ejercida por los poderes centrales, provocó importantes repercusiones sobre las poblaciones locales y la
organización de los territorios pirenaicos.
¿Cómo juzgaron los franceses a los montañeses ribagorzanos en este nuevo contexto político? ¿Hubo diferencias
entre la visión de los miembros de la administración, la
de los viajeros y la de los habitantes pirenaicos? ¿Incidió tal visión en las relaciones entre los ribagorzanos y sus vecinos septentrionales del condado de Comenge? Y por último, ¿cuál fue la reacción de la monarquía francesa frente a los
lazos que unían a las comunidades de las dos vertientes?
Una visión deformada por el contexto geopolítico
A finales de la Edad Media, coincidiendo con el dominio político de los territorios norpirenaicos, el poder central francés propició un amplio movimiento para
afirmar la presencia real en este espacio geográfico y convertir el Pirineo en una
frontera, natural y política, con España.
A partir del siglo XVI la monarquía francesa impuso gradualmente una nueva mirada
sobre los Pirineos. A comienzos de la Edad Moderna las montañas pirenaicas se
perciben, a un tiempo, como sector militar (zona fronteriza con España) y como reserva de recursos naturales (madera, minerales, etc.). Esta novedad en la concepción del territorio conllevó, a partir del siglo XVII, la creación de un nuevo cuerpo
de funcionarios reales: los ingenieros. Enviados por el Estado francés a estos territorios, tenían entre otras misiones la de analizar los recursos naturales existentes, el
La huella de sus gentes
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estudio de las vías de comunicación
transpirenaicas, la mejora del sistema
defensivo de la vertiente norte de la
cordillera y elaborar la cartografía de
los Pirineos. Estos trabajos tenían por
objeto orientar las intervenciones de la
monarquía en sus proyectos de aprovechamiento del territorio. En sus escritos, los ingenieros no dejaron de
plasmar su particular visión sobre los
habitantes de la vertiente meridional.
Mapa de los Pirineos. S. Sanson (1691)
Una población denigrada
En los informes de los representantes del Estado francés, los españoles en general, y los montañeses en particular, suelen ser descritos como personas perezosas,
sucias, ignorantes y alcohólicas. En 1668 Louis de Froidour anota, hablando de
los españoles de estas montañas, que «su desidia y su pereza para el trabajo, para
la labranza y, en general, para todas las cosas que conciernen a la economía, me
ha sido confirmada en todas estas comarcas que he recorrido».
Por lo que se refiere a los araneses, expone que «son muy golosos, viven y comen
muy asquerosamente y cuando, después de mojarse por la lluvia o la nieve, regresan a casa, lo primero que hacen es beber y emborracharse si tienen vino suficiente».
La ingesta de vino en la vertiente sur del Pirineo parece sorprender a más de un representante del Estado francés. Así, en un documento datado en 1717, se señala que
«los araneses, aunque no recogen nada de vino, son sin embargo alcohólicos».
En 1811 esta negativa percepción no ha cambiado. En un informe sobre estadística del valle de Arán, sus habitantes son descritos como «pobres, ignorantes, supersticiosos y egoístas».
La complicidad de las poblaciones: una amenaza para la integridad del Estado francés
Los militares enviados a los territorios norpirenaicos tenían como misión estudiar
el potencial defensivo de estos valles y evaluar los riesgos de una posible invasión española.
En sus informes identifican las posibles amenazas, internas o externas, que podían
perjudicar la acción defensiva. En este sentido, los frecuentes contactos entre las poblaciones de ambas vertientes del Pirineo se perciben como un riesgo para el Estado
y son entendidas como un factor de fragilidad interna. Los lazos entre los montañeses serán descritos como una amenaza real para la integridad del territorio francés.
Incluso se pone en duda la fidelidad de los habitantes del Comenge hacia la monarquía francesa. Las autoridades militares estaban convencidas de que estos
montañeses tendían a apartarse del trono francés y tomaban partido por el rey de
España, abriendo así una brecha en la vertiente norte de los Pirineos
250 Comarca de La Ribagorza
En una memoria dirigida al marqués de Breteuil sobre los medios militares que
convendría articular en el valle de la Pique (Luchón), el autor subraya el riesgo
que representan las estrechas relaciones entre las poblaciones de ambas vertientes: «las villas de Saint Beat y Bagnieres de Luçon, sobre las que no se ha prestado hasta ahora mucha atención, son sin embargo las llaves del Reino, que sería
necesario guardar, mientras que la castellanía de Frontigne podría tomar el partido de España en vez del de Francia por el comercio actual que sus habitantes
hacen con España».
Esta circunstancia no pasó desapercibida a las autoridades militares españolas.
Así, en una memoria del marqués de Villars de noviembre de 1592 dirigida al rey
Felipe II y titulada Los puertos y pasajes de los montes Pirineos más acomodados
y accesibles, el autor señala la complicidad que existe entre la población de Ribagorza y la del valle de la Pique: «el pays [es] favorable a nuestro partido; el enemigo no tiene ninguna cosa allí».
La visión que los miembros de la administración central francesa y sus militares
tenían de los ribagorzanos es, pues, parcial e imperfecta, y sus reflexiones más
bien de orden puramente práctico, de carácter técnico y estratégico.
El desarrollo de una imagen «romántica»
Las crónicas de viaje también permiten conocer la idea que los franceses tienen
de los ribagorzanos en esta época.
Desde el siglo XVI al XVIII, los múltiples conflictos habidos entre España y Francia limitaron los viajes a la Península Ibérica, aunque no cesaron totalmente. Sin embargo,
con el desarrollo del «turismo» termal los valles pirenaicos, franceses y españoles, serán recorridos por numerosos viajeros en
busca de aventuras y sensaciones fuertes.
Los relatos de viajes ofrecen dos visiones
contrapuestas de los ribagorzanos: una claramente peyorativa y otra más romántica.
Una imagen peyorativa
En las crónicas de viaje, la única actividad que
parecen practicar los ribagorzanos es el contrabando. Y los viajeros, por otra parte, no se
muestran indiferentes ante la presencia de los
contrabandistas. Así, James Erskine Murray escribe, hablando de España y de Francia, que
«estos dos países deben afrontar la osadía de
estas gentes que, armadas hasta los dientes,
no rehúyen disparar contra los aduaneros
cuando piensan que la ocasión lo exige».
Familia benasquesa
(litografía de Ferogio-Lagarrigue, 1841)
La huella de sus gentes
251
La miseria de la población sorprende a muchos autores. Y el analfabetismo y la
práctica de la mendicidad aparecen en numerosos relatos. En 1855, Henri Nicolle, hablando de su estancia en Bañeras de Luchón, comenta: «los españoles, infatigables, paseaban su gorra y su diversión de una punta a otra de los paseos,
con el aplauso de los bañistas, que dejaban caer pequeñas monedas en la bolsa
de la pedigüeña». Y en 1905, Gadeau de Kervile escribe a propósito de los benasqueses que «son amantes de Terpsícore y, por algunas monedas, los jóvenes y las
muchachas del pueblo pueden bailar las danzas tradicionales».
La Ribagorza, como tal territorio, es también objeto de descripción por parte de
los excursionistas franceses. Los viajeros hacen alusión a la insalubridad de las poblaciones, a la falta de infraestructuras o a la degradación del poder político.
La pobreza de los pueblos y de las viviendas es descrita por varios viajeros franceses y europeos. En 1787 Louis Ramond de Carbonnière destaca la diferencia que
existe entre los tratados de geografía y la realidad. Con respecto a Benasque escribe:
Leí, en viejos tratados de geografía, que Benasque es una bonita y gran ciudad, bien fortificada, rica y comerciante: eso es, al menos actualmente, lo
contrario de la verdad. Su aspecto es tan triste, como agreste su ubicación.
Todo el valle está cubierto por derrubios de los montes vecinos, y las casas,
mal construidas, tienen el aspecto de pertenecer a tales ruinas.
En 1905, la visión de Benasque por Gadeau de Kerville es mucho más amarga:
En las calles de esta villa, que apenas son callejuelas, se camina sobre barro y estiércol; los cerdos circulan libremente y un persistente olor a establo
envuelve la atmósfera: habitantes, casas, calles, paseos, muros, tiendas, etc.
La Ribagorza se caracterizaba también en estos escritos por la falta de infraestructuras hosteleras. En 1787, de la Carbonnière anota a su llegada a Benasque:
«No olvidé que estaba en una pequeña localidad de España [...] fui a pedir hospitalidad al alcalde». La necesidad de recurrir a la hospitalidad de la población parece estar todavía en vigor a mediados del siglo XIX. En 1858 Alfred Tonnellé también se sorprende por la ausencia de estructuras hosteleras:
Aquí un alojamiento es, todavía, una casa particular. La hospitalidad no es
aún un oficio, y conserva el carácter que tiene en los pueblos primitivos de
ser un privilegio reservado al más notable del lugar.
En algunos relatos se trata el pasado político-administrativo de la Ribagorza. Así,
en 1787, de la Carbonnière aventura que «el título de Condado es todo lo que le
queda del antiguo honor de formar, en solitario, el Reino de Ribagorza». Y, para
tiempos más recientes, algunos autores afirman que el contraste entre España y
Francia es, sobre todo, de tipo político. Gadeau de Kerville, a comienzos del siglo XX, establece la siguiente contraposición entre la monarquía constitucional española y la república francesa: «Los Pirineos no solo separan Francia de España,
sino también a la gente instruida y limpia de la gente ignorante y sucia. Al norte
de los Pirineos, la república; al sur, la monarquía».
Página derecha: Familia de españoles ambulantes en Luchón
(litografía de Pierre Gorse, c 1850)
252 Comarca de La Ribagorza
Todas estas manifestaciones sobre Ribagorza y los ribagorzanos propagan la idea
de una sociedad arruinada y decadente (inexistencia de industrias y de infraestructuras hoteleras y viarias, insalubridad de las viviendas, falta de higiene, analfabetismo y ociosidad de la población). Esta percepción se basa en cuatro fundamentos: la instauración por el Estado francés de una campaña de propaganda
antiespañola, la búsqueda de lo «pintoresco» por parte de los autores, la obligación de recurrir a «ejercicios de estilo impuestos» y la reutilización de escritos anteriores. La visión de los ribagorzanos, y de los españoles en general, sigue
siendo, pues, superficial y muy condicionada por los prejuicios.
Sin embargo, esta negativa representación del «otro» no es la única visión presente
en los relatos de viaje franceses y europeos; en ellos se encuentra también una
apreciación mucho más «romántica» de los ribagorzanos.
La visión romántica de los montañeses
A partir del siglo XVIII se construye una imagen «romántica» del montañés pirenaico
en la literatura francesa. Poco a poco ciertas percepciones de los montañeses se
aureolan de una noción de felicidad y de vida dichosa en contacto con la naturaleza. Se describirá a los habitantes de los valles pirenaicos, españoles y franceses, como personas que poseen todas las cualidades imaginables: agilidad, valor,
orgullo, jovialidad, generosidad y hospitalidad.
Algunos viajeros se sienten fascinados por
la indumentaria de los ribagorzanos. En
1858, en su viaje entre Benasque y Bañeras
de Luchón, Tonnellé escribe:
Nada más encantador que ver a
los españoles bajando por la montaña; su pañuelo en torno a la cabeza, la chaqueta sobre el hombro, chaleco y camisa blanca,
calzón de terciopelo atado a las
rodillas con ligas, con los calzoncillos blancos ahuecados, pantorrillas vigorosas dibujadas por las
medias, espadrillas o sandalias de
cuerda.
Litografía de Costumes Pyrénéens (c 1850)
Y queda también impresionado por la agilidad de las personas con las que se cruza
en las pendientes del puerto de Benasque.
James Erskine Murray resalta el coraje de los contrabandistas en su lucha contra
los elementos naturales: «cuando se desencadenan los elementos, hasta tal punto
que incluso los animales salvajes buscan abrigo, es entonces cuando el contrabandista de los Pirineos recoge el fruto de su trabajo».
254 Comarca de La Ribagorza
Otro elemento que se destaca es el carácter orgulloso de los montañeses. Lo hace,
por ejemplo, Tonnellé quien dice de los ribagorzanos: «Lo que tienen en común
es la gravedad y la dignidad con que juegan, miran y cantan; cualidades que no
abandonan jamás», y a propósito de la lengua aragonesa escribe: «esta lengua refleja bien el carácter del pueblo: duro, intrépido, excesivo, enérgico, caballeresco».
Le sorprende esta «naturaleza desbordante» de las gentes de Ribagorza, que pudo
comprobar durante su estancia en Benasque, hasta el punto de que recoge en su
crónica una discusión entre dos mujeres y anota sus impresiones: «nunca había
oído tales gritos […], pero nunca había visto tampoco tal pasión teatral».
Por otra parte, hay autores que, frente a tópicos habituales en el siglo XVIII como denigrar la hospitalidad española y resaltar el carácter rudimentario de los alojamientos,
se alejan de «ejercicios de estilo impuestos» y valoran la calidad de acogida de los ribagorzanos. Así lo hace en 1787 Louis Ramond de la Carbonnière de cuya estancia
en Benasque escribe: «No he tenido nunca mejor morada ni mejores posaderos».
Esta imagen romántica del montañés es reveladora de los gustos de una época y,
sobre todo, de la idea que se hicieron los miembros de la burguesía y la nobleza
de la «vida en la montaña», confrontando al montañés feliz con el desdichado habitante de la ciudad.
Sin embargo, la visión que estos viajeros tienen de los ribagorzanos sigue siendo
muy superficial y se limita al aspecto exterior o a los elementos pintorescos. Basta
que uno de estos autores destaque un hecho cualquiera, para que otros lo plagien, repitiéndolo hasta la saciedad.
Una percepción idéntica de los habitantes de ambas vertientes
Al igual que los ribagorzanos, sus vecinos luchoneses son considerados personas
rústicas, avaras, sucias o supersticiosas. Al final del siglo XVIII, Louis Ramond de la
Carbonnière escribe sobre el habitante del Pirineo: «es un bárbaro sorprendido en
medio de sus toscas costumbres por la civilización, que lo rodea y no lo alcanza».
Se trata, por lo tanto, de una impresión común de los montañeses, que se trasluce claramente en los relatos de los viajeros a pesar de que las observaciones
que estos recogen suelen ser breves y poco precisas. No obstante, hay que tener
en cuenta que en dichos escritos los lugareños solo se aprecian en su singularidad, no en su realidad diaria. El turista percibe sobre todo las diferencias que existen entre el habitante de las montañas y él mismo.
El viajero rara vez abre los ojos. No constata la pobreza real de la población ni la
precariedad o la dureza de la vida en estas montañas. La mirada que lanza es distante y escasamente objetiva. Algunos breves encuentros, o incluso uno solo, le
bastan para sacar conclusiones relativas al conjunto de la población. La generalización es, pues, un hecho recurrente. El viajero solo tiene un único objetivo: recibir la imagen que espera; en consecuencia, proyecta sobre el habitante del Pirineo sus propios sueños y emociones.
La huella de sus gentes
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Benasqueses (1913)
Los vínculos entre las poblaciones locales: una amenaza para la integridad de los Estados
Como se ha visto, la imagen que poseen de los ribagorzanos los funcionarios franceses, los viajeros y los montañeses vecinos es muy distinta. La causa de semejante disparidad, en el caso concreto de los luchoneses y habitantes de los valles
colindantes, tiene su origen en la antigüedad e intensidad de los intercambios entre los habitantes de ambas vertientes.
Relaciones seculares y fructíferas
A principios del siglo XVI los valles pirenaicos franceses soportan un desarrollo
demográfico importante. El aumento de la población, asociado a desastres naturales y a las consecuencias de las guerras hispano-francesas, contribuyó a aumentar la emigración (temporal o definitiva) hacia la Península Ibérica.
Aquellos que pensaban en emigrar disponían de una red de solidaridad proveniente de antiguos emigrantes o de relaciones familiares.
Por otra parte, algunas personas realizaban varios viajes en el mismo año entre su
domicilio habitual y el lugar de trabajo. Este tipo de desplazamientos determinaba
en parte el ritmo de vida de las comunidades pirenaicas y podía, en ocasiones,
vaciar algunos pueblos de la casi totalidad de su población. Tales movimientos
migratorios constituyeron, incluso, una singularidad de los territorios pirenaicos a
lo largo de la Edad Moderna.
La presencia de emigrantes favoreció especialmente las relaciones económicas. El
comercio legal entre la Ribagorza y las comunidades de la vertiente septentrional
de los Pirineos se vincula a dos tipos de intercambios: el tráfico de tipo local –ba-
256 Comarca de La Ribagorza
sado en la complementariedad de producciones– y el comercio de tránsito –de algunos productos especiales
como la lana o el pastel (para
teñir)–, en manos de comerciantes de grandes ciudades.
Así, por los principales puertos fronterizos (La Glera, Benasque, La Picada o Viella)
circularán
trabajosamente
cargas de productos textiles,
alimentos diversos, materias
primas, manufacturas y productos de lujo.
Paso del puerto de Benasque (litografía de Victor Petit,
c 1840)
Las ferias de Benasque, de Esterri de Cardós, de Vilaller, y las de Bañeras de Luchón, Saint-Béat, Arreau, Ancizan o Héches, funcionaban como centros de redistribución de mercancías procedentes de explotaciones pirenaicas, españolas y
francesas.
Una de las mercancías de mayor trato en estas ferias «transfronterizas» era el ganado. Se llegó a establecer una verdadera red comercial internacional entre el
norte de España y el sur de Francia, donde su zona de influencia se extendía hasta
el Poitou. La lana era también objeto de notable intercambio comercial entre la
Ribagorza y los territorios norpirenaicos. Benasque era uno de los centros neurálgicos de este comercio; en esta localidad se clasificaba, lavaba y almacenaba la
lana que se transportaba a continuación hasta Cier-de-Luchon por vía terrestre y
de allí, por vía fluvial, mediante balsas, hasta Tolosa. Otro ejemplo podría ser el
del mineral de cobalto extraído en el valle de Gistaín, que se trataba en la fábrica
construida en Saint Mamet de Luchon, en 1784, por el conde de Beust.
Paralelamente al comercio legal, las poblaciones de las dos vertientes practicaron el
contrabando. Hubo dos tipos: el «pequeño contrabando» (escasa cantidad de mercancías y realizado por las poblaciones locales) y el «gran contrabando» (productos
especiales como armas, monedas o caballerías, y a cargo de verdaderas redes estructuradas). Las autoridades francesas pretendieron frenar este comercio ilegal y, en
particular, el que se refería al ganado mular. Así, en 1793, se ordenó al alcalde de
Bañeras de Luchón que procediera al censo de todas las mulas y mulos del municipio. Sin embargo, a pesar de todas las medidas adoptadas por las autoridades, españolas y francesas, nunca se pudo erradicar el comercio ilegal. De hecho, en los siglos XVI y XVII muchas familias pirenaicas hicieron fortuna gracias al comercio de
mulas y al contrabando.
Municipios y valles enteros se beneficiaron del maná que representaba el comercio fraudulento. Benasque y el valle de Arán se convirtieron en auténticas «plataformas de distribución» del tráfico ilegal de mercancías así como centros del espionaje entre Aragón, Cataluña y los territorios norpirenaicos.
La huella de sus gentes
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Los valles pirenaicos, y, en particular,
la Alta Ribagorza, el valle de Arán y el
de Luchón, fueron puntos estratégicos
y desempeñaron por ello un papel
político, militar y diplomático importante. Un ejemplo de esto fue lo sucedido durante la última guerra de
religión, a finales del siglo XVI,
cuando el obispo del Comenge, Urbain de Saint-Gelais, que había tomado partido por la Liga y por el rey
español Felipe II en contra de Enrique IV, preparó la llegada de tropas
españolas por el valle de Arán y el
Alto Comenge, un ejército que, sin
embargo, nunca llegó a cruzar los Pirineos.
Las relaciones entre los ribagorzanos y
las poblaciones de la vertiente septenContrabandista benasqués (litografía,
trional de los Pirineos se inscriben,
E. Pingret, 1834)
pues, bajo el signo de la perdurabilidad. Las poblaciones montañesas parecen estrechamente unidas por vínculos sociales y económicos. Pero, ante la presión de los poderes centrales, ¿cuál fue la reacción de las poblaciones pirenaicas, españolas y francesas, para preservar sus
intereses comunes?
El Estado central francés ante el fenómeno de las pacerías
Las guerras hispano-francesas pusieron de relieve la oposición entre los montañeses y el poder central francés. Los primeros estaban sujetos a relaciones transpirenaicas y querían conservarlas ante los poderes centrales a pesar de los conflictos entre los dos Estados; el segundo, y, en particular, los representantes del
ejército, querían prohibirlas.
Las comunidades pirenaicas, españolas y francesas, mostraron un fuerte compromiso en pro del mantenimiento de los intercambios interfronterizos. Una serie de
valles firman en 1513 el tratado –o pacería– llamado del Plan d´Arrem. Este
acuerdo validaba, al tiempo que ampliaba, anteriores pactos de concordia, delimitando una zona protegida correspondiente a un espacio tradicional de intercambio que trascendía las unidades políticas establecidas a nivel central.
Aunque las pacerías podrían entenderse como una tendencia «federalista» de las
comunidades montañesas, su influencia se limitó a dos epicentros concretos: los
Pirineos centrales y Bearne-Navarra.
Durante el siglo XVI la relativa prosperidad de las montañas permitió que estos
acuerdos se ejercieran plenamente. Sin embargo, en los siglos siguientes –carac-
258 Comarca de La Ribagorza
terizados por los conflictos bélicos y el aumento
del peso fiscal de los Estados centrales– su
autoridad disminuyó. El alcance de estos
acuerdos interfronterizos evolucionó, por lo
tanto, entre los siglos XVI y XVII. Progresivamente pasaron de ser instrumento para la defensa de los privilegios de los valles, a representar poco más que un simple acuerdo
pastoril. Sin embargo, este tipo de acuerdos
seguirán siendo una poderosa manifestación
de las relaciones transfronterizas.
La obstinación que pusieron de manifiesto los
montañeses en la conservación de sus mutuas
relaciones, por medio de la defensa de las
pacerías, evidencia la coincidencia de interePareja de benasqueses en Bañeras de
ses entre las comunidades de las dos vertienLuchón (litografía de E. Pingret, 1834)
tes. Tales tratados son indicadores de los lazos y del respeto que ligaban a los ribagorzanos fronterizos con sus vecinos del
Comenge y con el conjunto de las poblaciones pirenaicas.
Estos estrechos vínculos e intereses comunes entre los ribagorzanos y sus vecinos
del norte impiden su definición como dos entidades separadas por los Pirineos.
Las poblaciones de las dos vertientes ofrecen, más bien, la impresión de cierta
unidad. Para las comunidades norpirenaicas, al menos hasta el final del siglo XVIII,
el «extranjero» o el «enemigo» no es el ribagorzano sino el representante del Estado francés. Un Estado que se esfuerza en suprimir la tradicionales pacerías y en
reorientar sus territorios pirenaicos hacia los propios piedemontes.
Su objetivo, sencillamente, era crear una frontera moral entre las comunidades de
las dos vertientes de los Pirineos.
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Mémoire instructif pour la carte des Pyrénées, 1717 (1 M 1083)
Renseignements statistiques sur la vallée d’Aran, 1811 (1 M 1221)
– Archives Nationales françaises:
Mémoire du marquis de Villars à S. M. Catholique, noviembre de 1592 (21 Mi 173)
Mémoire pour Monsieur Le Marquis de Breteuil (s. XVIII) (M 658)
– Archives communales de Bagnères-de-Luchon:
Registre des délibérations municipales, 6 février 1793
260 Comarca de La Ribagorza
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