Un regalo más Martín Higareda Aquella noche, en vísperas de Navidad Elizabeth y Leonardo tuvieron esa inaudita e increíble oportunidad de permanecer solos en casa; bajo la inocente, pero honesta promesa de no hacer travesuras y comportarse tal y como si estuvieran en casa de su tío Juan, ya que si bien era el tío favorito, también le guardaban un gran respeto y cuando él decía “no”, era no. Al ser la más grande, con 8 años de edad, Eli quedo a cargo, prometiendo a sus padres, justo antes de que salieran—por esa puerta de cedro con estilo colonial—que cuidaría a su hermano —quien era 2 años menor — de tal manera que cuando ellos regresaran estarían muy orgullosos de ella, tal vez tanto que hasta podrían darle un regalo más de Navidad. Eli tomó de forma muy honorable su deber y decidida tomo control de los juegos, haciendo que se realizaran con el menor ruido posible —tal y como Vanesa, su madre, siempre deseaba— pero también tratando de divertir a Leo tanto como se pudiera. Ya que al ser el más pequeño, ella veía que era su responsabilidad, al menos así lo creía, ya que el tío Juan así se lo indicaba, el tío Juan quien invariablemente los cuidaba cada que vez sus padres lo requerían, el tío Juan quien hoy al tener el peor de los problemas, llamó a Vanesa y David para solicitar su ayuda. Tal debió ser el lio en el que estaba que ambos padres decidieron ir en su auxilio y dejar a los niños sin alguna persona capaz de controlarlos. En la ciudad en la que vivían no había muchas personas más a quien llamar, pues toda su familia y amistades se habían quedado atrás, después de esa mudanza de más de mil kilómetros, y así sin Juan y con más dudas que decisión Vanesa había cerrado la puerta, tras prometer —volveremos pronto, antes de que lo imaginen ya estaremos de vuelta en casa, así que pórtense bien— y mirando por un par de segundos esa madera tallada de forma tan artística, pero sin poner atención a ella, se quedó con el sonido de la voz de Eli haciendo eco en su cabeza. Trató de convencerse a sí misma de que ambas serían capaces de cumplir sus promesas. Distraída, Vanesa caminó hacía el auto, casi se cae al tropezarse con una manguera que no vio por estar pensando en la llamada que habían recibido hacía apenas cinco minutos — aquella que los obligó a salir de casa de forma tan precipitada—. Estando ya en el auto. —Sabía que iban a seguir buscándonos, aunque estemos en otra ciudad al otro lado del país. —Seguro que es por una buena razón, Juan solo se alteró de más, estoy seguro —contestó David mientras aceleraba, pero no intentaba convencerla realmente porque sabía que no iba 1 Un regalo más Martín Higareda a conseguirlo, solo intentaba desesperadamente convencerse a sí mismo, pues esto era algo de lo que no sabía si podrían librarse tan fácilmente. —Tu sabes que no es así, Juan no se altera fácilmente y cuando se trata de esto… —Se detuvo antes de terminar la frase, pues ni siquiera ella sabía las consecuencias que podía acarrear esta situación— Los tres sabíamos que esto podía pasar cuando lo descubrimos, pero dijeron que todo se iba a acabar si nos íbamos a vivir lejos de la capital. —Seguro solo necesitan ayuda o estar seguros —Concluyó con su auto convencimiento. Pero a Vanesa ya no le preocupaba Juan, ni David, ni siquiera estaba preocupada por sí misma, ella estaba preocupa por Leo y Eli. Desde que había nacido Eli todo lo que hacía era para ella, había cambiado todo en su vida, había abandonado cualquier mala costumbre, excepto esa, que nadie pensaría jamás como una mala costumbre, esa que compartía con David y su hermano Juan, esa con la que podían mantener su estilo de vida, esa que no cambió ni siquiera cuando nació Leo, esa que hoy la llevaba a toda velocidad en esa pick up hacía el destino donde Juan los esperaba, esa que tuvo que obligarse a abandonar junto con su casa, su familia y amigos, esa que los forzó a mudarse a aquella ciudad del norte del país donde comenzarían de nuevo sus vidas, esa que nunca pudo imaginar que se saldría de control de tal manera. Sólo la voz de David pudo sacar a Vanesa de sus pensamientos con los que se estaba torturando sola, imaginando todas las formas posibles en las que esto podría salir mal. —Háblale a mi mamá, dile que pase por los niños... —Pero es nochebuena, sin mencionar que está a más de mil kilómetros, conseguir un vuelo será impo… —Vanesa no pudo terminar la frase cuándo David la interrumpió. -Dile que solo por si acaso, por si nosotros… ya no pudiéramos pasar. Dos horas más tarde Eli estaba un poco fastidiada de tener que ser la organizadora de los juegos y tener que regañar a su hermano cada que hacía algo que ella consideraba sus padres no aprobarían por completo, por lo que propuso ver una película, así cuando sus padres llegaran los encontrarían sentados en la sala, muy tranquilos y solamente viendo una película, 2 Un regalo más Martín Higareda de esta forma se sentirían tan orgullosos de ella que el regalo extra sería una verdadera posibilidad. Permitió a Leo eligiera la película, y siendo esta la verdadera área donde era experta encendió el dispositivo y la pantalla, puso el disco y reprodujo la película, mientras comenzaba fue por aquella caja de dulces que su mamá le compró ayer —para que le duraran toda la semana —sintió que no habría problemas si tomaban unos pocos mientras veían la película. Tomando su papel de forma muy seria Eli permitió que su hermano tomara solo un dulce y como ella sabía que estaba siendo tan responsable se permitió tomar uno también, además no quería que se acabaran los dulces pues estaba pensando compartir uno más a su hermano, a mamá, a papá y a su tío Juan después de la cena navideña, la cual Eli sabía no tardaría mucho más en tener lugar, estaba muy orgullosa de su recién adquirida habilidad para leer la hora en el reloj de manecillas que se encontraba en la sala, no le costó mucho comprender que el funcionamiento era igual a su reloj de princesas en su recamara, pues si bien el de la sala no tenía líneas ni números para marcar todas las horas sabía exactamente donde debían estar los numeritos y esto por supuesto la hacía saber que era toda una niña que estaba creciendo y que llegando el momento podría enseñarle todos sus conocimientos a su hermano pequeño. Aunque bien la cena no era la mayor emoción de Leo ni de Eli, lo que les apasionaba era lo que estuvo preguntando tantas veces Leo. —Hermana ¿Cuánto falta para que llegue mi tío y mis papás y abramos los regalos? —No mucho Leo, pero aunque lleguen aún falta… —Eli se detuvo unos treinta segundos a mirar el reloj y después de hacer matemáticas con sus dedos dijo— aún faltan unas tres horas y doce minutos para abrir los regalos. Aunque los regalos siempre los abrían hasta las 12 lo más normal para esta hora era que ya estuvieran debajo del árbol de navidad, con sus envolturas que siempre tenían a los personajes favoritos de cada quien en lugar de las envolturas que tenían los patrones navideños que David siempre insistía en usar, pero como cada año terminaba cediendo ante Vanesa que le pedía fueran al gusto de los niños —aunque no fueran tan navideños—. Pero está noche por la prisa, los regalos aún no se encontraban en su lugar, si bien Eli sabía que las cosas eran un poco diferentes en la nueva casa, pensaba que algo tan importante como eso no tenía perdón de ser olvidado. Terminaron de ver la película muy entretenidos y aunque Eli no resistió la 3 Un regalo más Martín Higareda tentación de comer solo un dulce, junto con su hermano terminaron con casi toda la caja, dejo los suficientes para que aun todos pudieran tener uno después de la cena. —Hermana ¿Santa Claus nos va a traer todos los regalos que le pedimos? —A mi si —Dijo muy segura Eli— soy una niña que se portó muy bien este año —aunque por dentro ella imaginaba todas las veces que había desobedecido o había hecho enojar a sus papás—. Aunque todavía llores mucho eres bueno y sé que nos traerá todo lo que le pedimos. Eli advirtió que ya solo faltaba una hora para poder abrir los regalos, pero aún nadie había asomado su cara por la puerta, Eli sabía que su deber era seguir cuidando a su hermano unos pocos minutos más hasta que sus padres por fin llegaran y abrieran esa puerta de madera que ella encontraba tan aburrida y de diseño que “Solo le gustaba a los señores”. Aunque ambos jugaron toda la hora que faltaba para poder abrir los regalos, no pudieron con el impulso de detener los juegos cada cinco minutos para verificar en la ventana si sus papás ya venían. Ambos estaban decididamente molestos cuando el reloj marcaba exactamente las 12 y aún no habían llegado. No era posible tal desconsideración de sus padres de dejarlos sin sus regalos a la hora prometida, y menos cuando se habían portado tan bien este día. Después de un rato de seguir jugando, vieron otra película, y aunque conocían de memoria todos los diálogos, no prestaron atención por seguir yendo cada cuando hacía la ventana en búsqueda del momento exacto en que vieran la camioneta de papá estacionarse y bajaran de ella sus tres adultos favoritos, pero la película terminó y ese momento nunca llego. Los siguientes diez minutos los pasaron callados, prácticamente inmóviles, cansados de jugar, ver películas, pero sobre todo de esperar. De pronto, metiéndoles un buen susto comenzó a sonar el teléfono de la casa, Leo salió corriendo hacía el teléfono pero fue parado en seco por Eli quien lo reprendió ya que papá nunca les permite contestar el teléfono y lo hizo regresar al sillón donde estaba sentado. Eli seguía con su papel de niñera pues aunque pocas eran sus esperanzas del regalo extra aún se aferraba a esa posibilidad. El teléfono dejo de sonar, pero en menos de un minuto ya otra vez estaba sonando, dejo de sonar de nuevo, así se repitió por lo menos cinco veces más, hasta que el teléfono no volvió a sonar jamás. Ya más cansados que nunca y el reloj marcando las tres y cuarto de la mañana, Leo pregunto a su hermana porque su tío y sus papás no habían llegado con los regalos aun. Tras unos 4 Un regalo más Martín Higareda minutos de discutirlo llegaron a la conclusión de que su tío favorito y sus papás los habían olvidado en el día más importante del año. El enojo que tenían se convirtió en la tristeza más pura que habían sentido jamás y esta vez quien lloraba no era como siempre Leo si no su hermana, viéndola tan triste y con la respiración dificultada por el llanto Leo se acercó a ella, la abrazo con ternura y le pidió que ya no llorara, que no se preocupara, que él siempre la iba a querer, incluso si sus papás ya no los querían más. Sin haber pasado por completo la tristeza que sentían ambos, esa tristeza que se sentía como un globo helado que hubiera reventado en el interior de su pecho, Eli decidió que lo mejor era que ambos fueran a dormir ya, pues si Santa los veía despiertos no pasaría por su casa a dejar los regalos que habían pedido. La casa se sentía tan sola que decidieron dormir juntos en el cuarto de sus papás, así cuando ellos llegaran los tendrían que despertar sin más remedio para llevarlos a dormir a cada quien a su recamara. Como era costumbre dejaron las galletas y leche que debía encontrar Santa como agradecimiento por sus regalos. Al llegar la mañana Leo fue el primero en despertar y sin reparar que sus padres aún no habían llegado a casa, despertó a su hermana emocionado —Vamos a ver que nos trajo Santa —Con gran emoción ambos niños se encontraron en carrera hacía la sala, donde ambos sabían Santa habría puesto los regalos. Al llegar al lugar prometido, ambos se pararon de golpe, pues la mayor magia que le puede suceder a un niño son los regalos que deja Santa durante la noche, sin que nadie se dé cuenta, sin hacer ruido alguno, deja los regalos, toma la leche y galletas y se va a entregar más regalos, solo que en esta ocasión, la magia no había ocurrido en aquella casa, los niños solo pudieron encontrar intactas las galletas y leche que habían dejado la noche anterior, ambos sintiendo un nudo en la garganta, sabiendo que no había nada ahí por lo mal que se habían portado y cayendo en cuenta de lo solos que se sentían pues no estaba ni papá, ni mamá para consolarlos por tal tragedia, Eli solo deseo que su regalo extra fuera tener en ese momento a sus padres y que ellos los quisieran de nuevo, se voltearon a ver el uno al otro buscando una explicación en los ojos igual de humedecidos del otro y justo cuando ambos estaban a punto de romper en llanto se llevaron un susto por el ruido que hizo la chapa de la puerta de la casa, esta se abrió y la sonrisa que los miró no era la de su tío Juan, mucho menos la de sus padres, era una sonrisa de piedad y gran alivio de verlos, era la sonrisa de alguien que no esperaban ver, era la sonrisa de su abuela. 5