02-10 Dom.4 - Año B

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02-10 Domingo 4 – Año B
Dt.18.15-20 // I Cor.7.32-35 // Mc.1.21-28
¿Sabes por qué el océano entre Europa y las Américas se llama ‘el Atlántico’? Ese nombre se
deriva de Atlas: que era un gigante de la mitología griega que, según las leyendas, era el custodio del
Estrecho de Gibraltar. Tenía un pie en la roca de Gibraltar, y el otro en la montaña de la costa norte de
África que, por esto, aún ahora se llama ‘el Monte Atlas’. Sobre ese gigante corrían varias leyendas,
entre otras que en el inmenso océano al oeste de ese Atlas, había una isla extensa que, por él, se
llamaba ‘La Atlántida’. El filósofo Platón, en su diálogo del Timeo, menciona las fantasías que la gente de
su época entretenía de esa isla. Pues unos contaban de ella fábulas fantaseadas y hasta absurdas (de
gente con la boca en el vientre, o que caminaban con una sola pierna), - mientras otros negaban la existencia misma de la isla. Pero como nadie jamás había explorado el Atlántico, nadie sabía a ciencia cierta
si existía esa isla o no, y cómo era: todo quedaba en soñar y fantasear. – Hasta que Cristóbal Colón en el
1492 por primera vez hizo la travesía del Atlántico. Así comprobó por propia experiencia que, en efecto,
si uno navega suficiente distancia al oeste, a la larga se topará con islas y, luego, con el continente. Así
fue Colón el primer occidental que lo vio y comprobó. Por tanto, cuando regresó a España pudo allí
informar, como testigo ocular, sobre las tierras fabulosas de allende el Atlántico. Jesús: el Único Testigo Ocular del Padre
Así nos pasa a nosotros. Ningún ser humano, en toda la historia, ha visto personalmente a Dios,
para luego informar a los demás sobre si existe, y cómo es. Dios mismo lo reconoce: “No puede verme el
ser humano y seguir viviendo” (Ex.33.20). Con razón los Israelitas temían que la intensidad del ‘fuego
divino’ los fuera a matar (Dt.18.16). - Pero hay una sola Persona en toda la historia que, sí, con sus propios ojos ha visto y está viendo a Dios y, por esto, puede darnos testimonio fidedigno de Él. De esta
Persona totalmente singular dice San Juan: “A Dios nadie lo ha visto nunca jamás. Pero el Hijo unigénito,
que está en el seno del Padre, Él lo ha revelado” (Jn.1.18). Esta Persona única es Jesús, el Hijo: “Nadie
conoce quién es el Padre sino el Hijo, y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar:” (Mt.11.27). Toda nuestra fe y nuestro conocimiento de Dios están basados únicamente en la experiencia personal de Jesús de
Nazaret. Él es el único testigo ocular: “Yo hablo lo que he visto donde mi Padre” (Jn.8.38).
Por esto, cuando Jesús habla de las cosas de Dios, habla a base de su propia experiencia directa:
“Nosotros hablamos de lo que sabemos, y damos testimonio de lo que hemos visto, aunque vosotros no
aceptáis nuestro testimonio” (Jn.3.11). - De hecho, mientras nace, vive, enseña, hace milagros, ora, sufre
y aún cuando muere en la cruz, continuamente está contemplando a su Padre - según Él mismo dice:
“Nadie ha subido al cielo, sino Aquél que bajó del cielo: el Hijo del Hombre, que está en el cielo”
(Jn.3.13). Precisamente porque Jesús, en su divinidad, nunca (ni aún al encarnarse) ha abandonado el
abrazo estrechísimo del Padre, en Quien saborea (aún en los momentos más amargos de su Pasión) la
dulzura de la intimidad divina: por esto nos puede levantar ya un poco el velo que nos esconde esa
plenitud divina, y hacernos partícipes, ya ahora, de su relación intimísima con el Padre. De ahí que San
Pablo, maravillado, exclama: “¡Vuestra vida está oculta, con Cristo, en Dios!” (Col.3.3). Jesús Enseña con Autoridad
A esto se refiere el pasaje evangélico que hoy meditamos. En él se dice dos veces (v.22 y 27) que
Jesús “enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas”. Pues los escribas, igual que los
demás, nunca habían visto a Dios personalmente. Por esto, lo único que podían hacer era: repetir las
enseñanzas e interpretaciones bíblicas que venían de sus mayores. Por esto quedaron escandalizados
cuando Jesús, un simple campesino sin educación formal, se puso a interpretar la Escritura y enseñar
‘con propia autoridad’ sobre Dios, y cuál es el proyecto de Dios para los hombres. Hay más. Cuando
Jesús se atreve hasta a perdonar pecados, lo acusan (¡y con cierta razón!) de blasfemia por arrogarse
autoridad propiamente divina: “¿Quién puede perdonar pecados, sino sólo Dios?” (Mc.2.7). Y cuando
Jesús reclama ser el “Hijo de Dios que da la verdadera libertad, de modo que quien guarda mi palabra,
no verá la muerte jamás”, lo quieren apedrear, acusándolo de ser instrumento del demonio (Lev.24.16).
Pero Jesús deriva esta autoridad de su propia condición divina: “Antes que Abraham naciese, Yo Soy”1
(Jn.8.34; 48-51; 58-59). Por esto es que Jesús, y sólo Él, es el gran Testigo ocular de Dios. –
Por tanto, lo que Jesús nos manifiesta, no es tanto una doctrina, una ideología o un sistema de
verdades. Sino Él mismo es la revelación del Corazón de Dios. Él es el Señor mismo, caminando de modo
tangible entre nosotros, - así como caminaba con Adán y Eva en el Paraíso (Gn.3.8). Jesús es el Rostro
visible de Dios. Para los Judíos la revelación de Dios consiste no en Moisés, sino en un libro, la Toráh, - y
para los Musulmanes no es Mahoma, sino otro libro, el Qurán. Pero para nosotros no es un Libro, sino
una Persona. Por importante que sea la Sagrada Escritura, no es ella el objeto de nuestra fe y esperanza,
sino es la Persona concreta de Jesús de Nazaret, a quien confesamos como Dios encarnado. Y todo nuestro afán es conocer mejor a Jesús, identificarnos con Él, vivir según las mismas prioridades que Él ha vivido, y así participar con Él en su gran aventura, el vuelo de su alma: “Salí del Padre y vine al mundo;
ahora dejo el mundo y vuelvo al Padre” (Jn.16.28). –
El Profeta Prometido según Moisés (1ª lectura)
El sentido original de la palabra griega ‘profetes’ es: el que habla por otro, ser vocero de Dios, según Dios mismo dice a Moisés: “Yo estaré en tu boca, y te enseñaré lo que tú tienes que decir” (Ex.4.
12). Desde los días de Moisés Dios siempre había procurado que en Israel hubiera algún u otro profeta
que guiase al Pueblo. Pero así como Jesús dijo: “Más que Salomón está aquí” (Mt.12.42), así podría decir
ahora: “Más que Moisés está aquí”. Porque ahora, en Jesús, Dios ha enviado el Profeta, del cual todos
los demás profetas sólo habían sido una tenue prefiguración. De ahí que la gente, al experimentar el
poder de Jesús, exclama asombrada: “Sin duda, éste es el Profeta que iba a venir al mundo” (Jn.6.14), aunque otros lo niegan, diciendo: “De Galilea no sale el Profeta” (Jn.8.52). Pero Dios mismo, en la Transfiguración, nos lo propone como su gran Vocero: “Éste es mi Hijo, mi Elegido: escuchadlo” (Lc.9.35). San Mateo suele seguir el orden de cosas según el Evangelio de Marcos. Ahora bien, entre Mc.1.22 (Jesús “enseñaba como quien tiene autoridad”) y v.23 San Mateo intercala todo el ‘Sermón de la Montaña’
(Mt., caps.5-7), para presentarnos el programa de vida para nosotros que Jesús nos trajo de parte de
Dios: ¡también en esto Jesús es el Gran Vocero de Dios para la humanidad! Matrimonio y Celibato (2ª lectura)
Este programa de vida evangélica es igual para todos, aunque Dios tiene diferentes vocaciones
para unos y otros: a unos los llama para la vida matrimonial, a otros para la vida celibataria, como San
Pablo la recomienda en la 2ª lectura de hoy. El Concilio Vaticano II (en LG, # 40-42) deja claro que, en
ambas vocaciones, todos los fieles por igual “están llamados a la plenitud de la vida Cristiana y de la perfección en la caridad… Una misma es la santidad la que cultivan en los diferentes géneros de vida, todos
guiados por el Espíritu de Dios, obedientes a la voz del Padre … (1) Los esposos y padres: mediante la
fidelidad en el amor… e inculcando las virtudes evangélicas a sus hijos, amorosamente recibidos de Dios
… (2) Otros se consagran al solo Dios con un corazón que en la virginidad o en el celibato se mantiene
más fácilmente indiviso. Esta perfecta continencia por el Reino de los Cielos es estimada por la Iglesia
como señal y estímulo de la caridad, y como fuente de espiritual fecundidad en el mundo”. – Luego, los
caminos son diferentes, pero queda claro: la esencia de la vida Cristiana consiste en la caridad, sea cual
fuere la vocación concreta de cada cual en particular: “la mayor de ellas es la caridad” (I Cor.13.13). 1
En el Evangelio de San Juan, Jesús se identifica siete veces como “Yo Soy”, en griego: Ego Eimi (4.26; 6.20; 8.24;
8.28; 8.58; 13.19; 18.5). Ésta es la traducción del hebreo al griego del nombre divino Yahweh. Luego, al aplicar a sí
mismo esta expresión, Jesús se identifica como el Dios que se había manifestado en el A.T. (vea Jn.12.39-41; 8,56).
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