Título: La compra de votos en Argentina*

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"Trabajo presentado en el 6to Congreso Nacional de Ciencia Política de la Sociedad
Argentina de Análisis Político". Del 5 al 8 de Noviembre de 2003
Apellido y nombre: Valeria Bruso y Marcelo Nazareno
e-mail/teléfono:[email protected] 0351-4221392 / [email protected]
Entidad: Universidad Nac. de Villa María / Univ.Nac. de Córdoba y Univ.Católica de
Córdoba
Panel:
Opción 1: Clientelismo político y crisis de las Instituciones
Opción 2: Reformas institucionales y calidad de la democracia
Título: La compra de votos en Argentina*
*Este trabajo se realizó bajo la supervisión y dirección de Susan Stokes, University of Chicago, a quien
pertenecen gran parte de las ideas aquí desarrolladas.
Agradecemos a John Brehm, Matt Cleary, Alberto Diaz-Cayeros, Jim Fearon, Gretchen Helmke, Eungsoo Kim,
Gary King, Matt Kocher, David Laitin, Steve Levitsky, Pierre Ostiguy, Beatriz Magaloni, Gabriela Pérez, Steve
Pincus, Armando Razo, and Sybil Stokes, por sus comentarios a versiones anteriores de este artículo. La
investigación fue apoyada por la Russell Sage Foundation, y actualmente por una beca para investigación SES0241958 de la National Science Foundation y por una beca para la investigación de la American Political
Science Association. Brusco y Nazareno fueron apoyados por una Small Research Grant 2002 de la American
Political Science Association (Asociación Americana de Ciencia Política).
1
“[L]a tragedia cívica del clientelismo político [es] consecuencia de un modelo
económico.”
– Néstor Kirchner, Presidente de Argentina, Discurso Inaugural, Mayo 24, 2003.
El clientelismo ha sido durante mucho tiempo un concepto que los latinoamericanistas
han ubicado en el centro de sus análisis políticos.i Sin embargo, el clientelismo no es
solamente una construcción académica en la América Latina actual. Tal como lo muestra el
epígrafe, también ha penetrado en el discurso de los políticos. En ningún otro lugar es esto
tan evidente como en Argentina, donde políticos y también ciudadanos lo identifican como
una de las causas de la última crisis económica y política. El reciente cambio hacia las
políticas de pro – mercado y el achicamiento del Estado, al contrario de algunas expectativas,
no han eliminado el clientelismo político. Las palabras de Kirchner también insinúan lo
contrario: el neoliberalismo habría reavivado al clientelismo.
En este artículo estudiamos una dimensión del clientelismo político en Argentina: la
compra de votos. Definimos la compra de votos como el otorgamiento a votantes de dinero o
(más comúnmente) de bienes menores de consumo, por parte de partidos políticos, del
oficialismo u oposición, cuya exclusiva intención es obtener el voto de los receptores.ii
Analizamos datos de encuestas muestrales realizados recientemente en Argentina, con el fin
de responder cuatro preguntas. La primera, ¿cuán extendida está la compra de votos en la
Argentina actual? La segunda, ¿Cuán efectiva es ésta? La tercera, ¿qué tipo de votantes son
los más propensos a “vender” sus votos? A partir del perfil que ofrecen los “vendedores” de
i
La siguiente es solamente una lista parcial de estudios, unos muy recientes y otros no tanto, que han utilizado
la construcción del clientelismo de manera central en sus análisis. Argentina: Auyero (2000), Calvo y Murillo
(2003), Gibson y Calvo (2000), Levitsky (2003); Brasil: Gay (1998), Hagopian (1996), Mainwaring (1999);
Chile: A. Valenzuela (1977); Colombia: Leal y Dávila (1990), Martz (1997); México: Díaz – Cayeros y
Magaloni (2003), Fox (1994); Perú: Cotler (1978), Dietz (1980), Stokes (1995); Venezuela: Coppedge (1994).
ii
En este artículo se han ignorado los fenómenos que están en relación directa, tales como patronazgo, es decir,
cuando líderes políticos distribuyen favores, más frecuentemente cuando otorgan empleo público a activistas
partidarios a modo de compensación por sus esfuerzos y lealtad. También en este estudio nos hemos
concentrado en las concesiones materiales personalizadas más que en el despliegue de programas públicos
ostensibles para la generación de apoyo político. Éste último ha sido muy bien documentado en varios países
latinoamericanos, incluyendo Perú (Schady 2000) y México (Pérez Yaguarán 2002; Díaz – Cayeros y Magaloni
2003). Hemos reconocido que la manipulación de programas públicos ostensibles para la el apoyo electoral es,
en efecto, una forma de compra de votos. No nos hemos detenido aquí sobre la misma por una única razón
práctica: que las dádivas de campaña no relacionadas a programas fueron las que más se destacaban en la
memoria de quienes, habiendo vivido recientemente una campaña, respondieron la encuesta. Con todo, la
investigación que tenemos en desarrollo estudia también esta segunda forma de compra de votos.
1
2
votos, ¿observamos alguna evidencia que revele que las reformas pro – mercado han
fomentado el clientelismo? Y la cuarta, ¿porqué funciona la compra de votos a pesar de que
el voto es secreto? Después de todo, en las democracias recientes, donde el clientelismo es
habitual, votar es secreto. ¿Qué es lo que impide al votante aceptar las dádivas personalizadas
y después votar a quien a él o ella le plazca?; como dijo un político argentino, “recibiendo
con una mano, y votando con la otra”? (citado en Szwarcberg 2001 :4). Si muchos siguieran
esta regla, se esperaría que los partidos previeran que la movilización clientelista no es
fructífera y por consiguiente la abandonarían.
Argentina es un país apto para estudiar la compra de votos. Académicos, políticos y el
sentido común opinan que está muy extendida y que distorsiona la democracia argentina. Sin
embargo, ésta claramente no es la única forma en que los partidos políticos movilizan su
apoyo electoral. Además de la movilización clientelista, los científicos sociales identifican
una variedad de estrategias que los partidos políticos despliegan en la Argentina
contemporánea. Las mismas incluyen campañas despersonalizadas en los medios (Palermo y
Novaro, 1997), liderazgo carismático (O’ Donnell, 1999), y la excitación de identidades
partidarias (Novaro, 1995; Ostiguy, 1998). Algunos estudiosos encuentran también que el
electorado argentino decide cómo votar teniendo en cuenta la calidad de liderazgo de los
funcionarios electos (Landa, 1991) o considerando el desempeño de la economía durante el
período en el que el partido estuvo a cargo del gobierno (Gervasoni, 1995). Por lo tanto, en
Argentina existe una variación con respecto a los métodos de movilización de los partidos y a
los cálculos de apoyo de los votantes, variación que nos permite estudiar los factores
determinantes de la compra de votos frente a otros métodos.
¿Cuán extendida está la compra de votos y cuán efectiva es ésta en la Argentina
Contemporánea?
Para estudiar la compra de votos en Argentina hemos realizado encuestas muestrales
durante Diciembre del 2001 y en Enero del 2002 a personas de de 18 años de edad o mayor.
Se realizaron 1, 920 entrevistas.iii Debido a que estábamos interesados en las diferencias
regionales (las cuales no se discutirán en este artículo) elaboramos muestras no en la
2
3
totalidad del país, sino en tres provincias: Buenos Aires, Córdoba y Misiones. A pesar de
que, en un sentido estricto, podemos extraer deducciones de nuestras muestras únicamente
con respecto a la población adulta de estas tres provincias, creemos que las dinámicas que
nuestro trabajo descubre son de relevancia para el país como un todo (y que este estudio
puede sugerir líneas de investigación para quienes trabajan sobre otros países).
Previmos el momento del sondeo para tomar ventaja de las elecciones legislativas
nacionales, sostenidas en Octubre del 2001, las cuales le darían a la gente un punto de
referencia reciente para las preguntas acerca de sus experiencias con los partidos y de la
votación. Lo que no anticipamos fue el derrumbe de la economía y del gobierno nacional,
simultáneos a nuestras entrevistas. Al parecer, la crisis dejó a nuestros encuestados
iv
predispuestos a hablar de política: nuestro índice de respuesta fue de 97%.
El estudio empírico de la compra de votos presenta algunos desafíos. La gente que
recibe concesiones materiales y asistencia por parte de partidos puede ser reacia a
reconocerlo, así como también, puede estar renuente a reconocer que la dádiva influyó sobre
su voto. Por lo tanto, en nuestro sondeo, tratamos de llegar a esta cuestión desde diferentes
direcciones y haciendo preguntas que tenían diversos grados de franqueza.
Preguntamos a los encuestados si los partidos habían distribuido beneficios materiales
en sus barrios, qué cosas se habían distribuido y qué partido lo había hecho. El artículo más
mencionado por los encuestados fue comida, pero también dijeron ropa, colchones,
medicinas, leche, metal corrugado, materiales de construcción, mantas, perchas, el pago de
cuentas de servicios públicos, dinero, anteojos, pollos, árboles e imanes. 839 encuestados
(44%) respondieron que los partidos otorgaban cosas a individuos en sus barrios durante las
campañas. De éstos, 748 (39% de la muestra total) pudieron nombrar exactamente los
artículos que fueron distribuidos, y 679 (35%) pudieron nombrar ambas cosas, los artículos y
los partidos políticos que los habían dado. No pretendemos deducir que cada persona que
sabía que algunas concesiones materiales habían sido distribuidas, que sabía exactamente qué
era lo que se había distribuido y que sabía qué partido los había distribuido, era un receptor
iii
La realización de las encuestas estuvo a cargo de Consultores en Políticas Públicas S.A.El margen de error
fue más-menos 4. 5%. Usamos el procedimiento de muestreo multietápico por conglomerados basado en
recorridos censales.
iv
Esto significa que sólo el 3% de los individuos seleccionados se rehusó a ser entrevistado. Una vez iniciada la
entrevista, todas fueron concluidas.
3
4
de estas concesiones. Con todo, estas cifras sugerían que las tentativas partidarias de la
compra de votos no eran poco comunes.
La Tabla 1 contiene las respuestas a preguntas que echan luz sobre el clientelismo y la
compra de votos. Si el número de gente ofreciendo respuestas “clientelistas” a estas
preguntas parece grande o por el contrario, pequeño, es porque se está condicionado por
expectativas personales previas. Una persona acostumbrada a la política impersonal dirigida
a través de los medios, como es habitual en la mayoría de los países industriales más
avanzados, se sorprendería al ver que más de un tercio del total de nuestra muestra, y más de
la mitad de los encuestados de bajos recursos, acudirían a un partido operativo en busca de
ayuda si el jefe de hogar pierde su trabajo. Esta persona se sorprendería al ver que más de
uno entre cinco votantes se han dirigido al patrocinador político local en busca de ayuda el
año pasado, y que el 17% de los votantes pobres reconocen haber recibido un beneficio
material de algún operador de partido durante la campaña nacional del 2001. Por otro lado,
solamente el 5% de los votantes más pobres, recibieron bienes y reconocieron que el
beneficio material influyó sobre su voto. Cuando a los encuestados que habían recibido
concesiones materiales durante la campaña, les preguntamos si éstos habían ejercido alguna
influencia sobre su voto, muchos de ellos respondieron con frases que seguramente hubieran
conmovido los corazones de los teóricos de la democracia: “No, para nada” “Eso no cambia
mi opinión sobre cómo votar”, “No ejerce ninguna influencia sobre mi, mis ideas están
claras”, “Está en cada persona votar de acuerdo a su criterio” e incluso “Yo recibí del partido
radical y voté por el peronista”! Otros, en cambio, sí reconocen que la distribución de bienes
no fue irrelevante para su decisión de voto, “Me siento obligado”, “Voto por ellos porque me
ayudaron”, “lo tengo en mi mente”, “es normal que ejerza alguna influencia”, “voto por
quien da cosas”
Así como somos reacios a inferir que todo el 35% de nuestros encuestados que sabían
qué partido habían dado bienes y qué bienes habían sido ofrecidos en sus barrios, eran ellos
mismos receptores, de la misma manera somos reacios a inferir que sólo el 17% de los
votantes de bajos recursos recibieron bienes y que estos bienes influyeron sólo en el 5% de
los pobres. Estas cifras definen una variación más que un punto de estimación preciso de la
extensión y efectividad de la compra de votos. Otra manera de indagar la efectividad de la
compra de votos, antes que hacer la pregunta directa a la gente sobre si las concesiones
4
5
materiales ejercieron alguna influencia sobre ellos, es examinar si la gente que informó haber
recibido una concesión partidaria estuvo en realidad más predispuesta a votar por ese partido.
Table 1 Frecuencia de respuestas (en relación al total y en relación a los votantes de
bajos ingresosa)
Pregunta
Nombre de la
variableVariable
name
% “si” en total de la
muestra
¿Durante el último año
usted ha recurrido a
alguna persona
importante por ayuda
persona importante por
ayuda?
Patron
12%
% “si”entre los
entrevistados de bajos
ingresos
22%
¿Durante el último año
usted a recurrido a un
puntero o referente
político por ayuda?
Puntero
9%
16%
Si el jefe de familia
perdiera su trabajo
¿recurriría a un puntero o
referente por ayuda
Job
36%
53%
En la última campaña
¿recibió algo de un
candidato o partido?
Gift
7%
17%
(Si recibió) ¿influyó esto
en su voto?
Influence
1.5%
5%
a
Los entrevistados de bajos ingresos son aquellos a quienes los entrevistadores codificaron como viviendo en
casas de baja calidad, generalmente aunque no exclusivamente en "villas miserias"
En las estimaciones de registro (LOGIT) de la Tabla 2, estudiamos el efecto de una
persona que recibió una dádiva peronista sobre su decisión de voto en las elecciones
v
presidenciales y de gobernadores en 1999. En ambas elecciones, las concesiones materiales
peronistas aumentaron significativamente la probabilidad de voto peronista, aún entre
simpatizantes peronistas, esto se manifiesta a través del coeficiente positivo y significativo
que relaciona la variable concesión material peronista con el voto peronista. (Encontramos
v
Idealmente también hubiéramos indagado sobre el efecto sobre su decisión de voto en las elecciones del 2001,
pero esta pregunta fue inadvertidamente excluida de la encuesta.
5
6
resultados similares, aunque más débiles, cuando analizamos el efecto producido por las
concesiones materiales del partido radical sobre el apoyo a candidatos del partido radical.)
Table 2 Efecto de la entrega de bienes por el Partido Peronista sobre la probabilidad
del voto peronista en elecciones presidenciales y de gobernador
Dependent
Variable
Models
Estimated
President 1999
Governor 1999
Logit
Logit
Peronist
handout
0.592
(0.297)
0.855
(0.309)
Peronist
2.275
(0.147)
2.155
(0.133)
-1.167
(0.332)
-1.295
(0.241)
Income
0.014
(0.063)
-0.011
(0.040)
Education
-0.072
(0.052)
-0.024
(0.037)
Housing
-0.120
(0.096)
0.073
(0.082)
Gender
-0.026
(0.145)
0.027
(0.127)
Age
0.006
(0.004)
0.004
(0.004)
Log population
0.069
(0.038)
-0.066
(0.033)
Constant
-2.553
(0.550)
-0.517
(0.459)
Chi-square
445
(p=0.000)
496
(p=0.000)
Sympathizer
Radical
sympathizer
6
7
N observations
1920
1920
Cell entries are coefficients, standard errors in parentheses. Boldface indicates significance at the p=0.05 level
or smaller.
Both models draw on five datasets with imputed values for missing data. The Amelia program, described in
King et al. (2001) and implemented in Honaker et al. (2001), generated the imputed datasets. Chi-square
statistics associated with non-imputed model.
Explanation of variables: President 1999: Dummy variable for people who reported having voted for
Eduardo Duhalde, the Peronist candidate for president in 1999. Governor 1999: Dummy for people who
reported having voted for the Peronist candidate for the governor of their province in 1999. Peronist handout:
dummy for people who reported that they received a handout from a Peronist. Income: Self-reported by
respondent, collapsed to 9-level scale. Education: 9-level scale, from no formal education to post-graduate.
Housing: Assessed by interviewer, 5-level scale (1=poorest quality, 5=highest quality). Gender: female=1,
male=0. Peronist sympathizer: coded 1 for respondents who said they liked the Peronist Party more than
others, 0 otherwise. Radical sympathizer: coded 1 for respondents who said they liked the Radical Party more
than others, 0 otherwise. Log population: natural log of population of respondent’s municipality (2001 census).
Una simulación estadística construída a partir de este modelo nos muestra la
importancia de la compra de votos sobre las decisiones electorales.vi Supongamos entonces,
para nuestra muestra, una mujer hipotética con un ingreso promedio, educación y vivienda
promedio y que vive en un municipio, también de un tamaño promedio. Ella se identifica a sí
misma como peronista. Si asumimos que recibió una concesión material, no de los
peronistas, sino de algún otro partido (lo más probable es que sea de los radicales), entonces
esperaríamos que ella estuviera indecisa en relación a la elección presidencial de 1999. Con
un 49% de probabilidad de votar por Eduardo Duhalde, ella está ligeramente más inclinada a
no votarlo que a votarlo. Pero si asumimos que ningún otro partido le otorgó una concesión
material, excepto el peronista, esto la inclina decididamente hacia Duhalde: la probabilidad
de que esta mujer lo hubiera votado, sube al 66%.
Hemos respondido a nuestra primera pregunta, “¿Cuán extendida está la compra de
votos en la Argentina actual?" no con un número exacto, pero sí con una variación: inferimos
que casi el 35% de todos los encuestados recibieron bienes, y que al menos el 17% de los
encuestados de bajos recursos los recibieron. Hemos visto que las concesiones materiales
vi
Para simular usamos el programa Clarify. Clarify elabora simulaciones de parámetros de modelos estadísticos
(por ejemplo, regresiones logit) desde su distribución de muestras y luego convierte estos parámetros simulados
a los valores esperados, así como a las probabilidades esperadas sobre la respuesta de alguna pregunta de
encuesta, dando así, valores hipotéticos de variables explicativas. Uide Tomz, Wittenberg y King, 2001.
También King, Tomz y Wittenberg, 2000. El software de Clarify y la documentación están disponibles en el
sitio de internet de Gary King en http: //gking.harvard.edu. Los resultados de la simulación aquí citados, fueron
tomados no de los modelos indicados en la Tabla 2 sino de modelos que incluyen solamente a gente que
informó haber recibido concesiones materiales de algún partido.
7
8
pueden ser un factor crucial de influencia sobre cómo vota la gente pobre. Fue posible
detectar esta influencia a través de una respuesta directa, pero también a través de la
observación de la diferencia manifiesta que las concesiones materiales hacen sobre la
decisión de voto de muchos votantes.
¿Qué tipo de votantes son el blanco de la movilización clientelista?
Un mensaje claro que ofrece la Tabla 1 es que los votantes pobres, antes que el resto
del electorado, son los blancos más factibles de las prácticas clientelares. Esto no es
sorprendente; pero, sin duda, si no encontramos un fuerte efecto de clase en la compra de
votos (o “venta de votos”), pensaríamos que nuestras preguntas no han medido
adecuadamente el fenómeno. La gente familiarizada con la política argentina estaría
predispuesta a anteponer dos hechos acerca de la compra de votos: primero, que está dirigida
a votantes pobres y segundo, que el partido peronista la usa en mayor grado que el resto de
los partidos.
Sin embargo, estas dos proposiciones pueden responder a una interpretación espúrea
de los datos. En efecto, la gente pobre se mantiene, a pesar de el giro neoliberal del partido,
mas propensa que otra a apoyar a los peronistas. Este hecho, percibido claramente, está
confirmado por nuestros sondeos: bajos ingresos y vivienda de baja calidad,
significativamente predecían simpatía con el partido peronista, controlado por otros factores.
Por lo tanto, quizás no el peronismo, sino solo la pobreza predice la compra de votos. El
partido radical, el otro partido centenario argentino, podría estar también comprometido con
la compra de votos a votantes de bajos recursos, pero, dado que muchos más votantes de
bajos recursos apoyan a los peronistas, parece que el peronismo es el partido más clientelista.
Para clarificar estos efectos necesitamos un análisis multivariado.
La Tabla 3 contiene modelos de regresión que explican la variación en respuestas a
cada una de las preguntas consignadas en la Tabla 1. Las regresiones nos permiten evaluar,
por ejemplo, el efecto identificación de partido sobre la probabilidad de que alguien dijese
que un partido les dio algo durante la campaña pasada (Concesión columna 4), aún entre los
encuestados de la clase trabajadora. Incluimos tres medidas de clase social: el ingreso
familiar que informaban los encuestados, el nivel de educación que ellos mismos decían tener
8
9
y la calidad de su vivienda, que era evaluada por quien entrevistaba. Hay que destacar que los
signos sobre los coeficientes que relacionan las variables clases a preguntas “clientelistas”
son casi universalmente negativas, y a menudo fueron significativas. No se dió el caso caso
de que siendo de una clase social alta predijera significativamente una respuesta clientelista.
Hay que destacar también que la preferencia por el partido peronista siempre predijo una
respuesta clientelista, y que este efecto fue siempre significativo. Hay que resaltar también
que los signos sobre los coeficientes que relacionan las variables clase a respuestas
clientelistas fueron casi universalmente negativos, y a menudo fueron significativos. Nunca
se dió el caso que perteneciendo a una clase social alta, predijera significativamente una
respuesta clientelista. Finalmente, debe destacarse que la preferencia por el partido peronista
siempre predijo una respuesta clientelista, y que este efecto fue siempre significativo.
Table 3 Modelos de estimación de la compra de votos
(1)
Dependent Patron
(2)
Puntero
Variable
Model
Logit
Estimated
Income
Education
Housing
(3)
Job
(4)
Gift
(5)
Influence
Logit
Logit
Logit
Ordered
Logit
-0.126
(0.058)
0.005
(0.055)
-0.054
(0.037)
-0.207
(0.070)
-0.005
(0.058)
-0.050
(0.039)
-0.197
(0.035)
-0.174
(0.074
)
-0.162
(0.071
)
-0.215
(0.114)
-0.219
(0.084)
-0.185
(0.066)
-0.133
(0.073)
-0.254
(0.124)
-0.294
(0.115)
Gender
-0.178
(0.166)
0.093
(0.118)
0.208
(0.103)
-0.092
(0.181)
0.153
(0.171)
Age
-0.005
(0.006)
-0.001
(0.006)
-0.022
(0.003)
-0.012
(0.006)
-0.016
(0.006)
Peronist
Sympathiz
er
0.594
(0.192)
0.273
(0.187)
0.735
(0.119)
0.806
(0.202)
0.807
(0.189)
Radical
0.357
0.041
0.146
-0.217
0.213
9
10
Sympathiz (0.243)
er
Log
-0.361
population (0.044)
(0.208)
(0.158)
(0.346)
(0.278)
0.034
(0.042)
-0.035
(0.029)
-0.108
(0.047)
-0.107
(0.043)
Constant
-0.437
(0.616)
1.879
(0.397)
0.911
(0.690)
1920
1920
1920
3.254
(0.643)
N
1114
Observatio
ns
1920
Cell entries are coefficients, standard errors in parentheses. Boldface indicates significance at the p=0.05 level
or smaller. Models in columns 2 through 5 use multiple imputed datasets generated by Amelia program.
(Responses to Patron depended on prior responses and reduced the relevant sample of respondents to 1114;
here we analyzed the original matrix and used listwise deletion.)
Explanation of variables: Patron: “Have you turned to (important figure) for help?” Coded yes=1. Job: “If
the head of your household lost his or her job, would you turn to a party operative for help?” Coded yes=1.
Gift: “Did you receive goods distributed by a party in the last campaign?” Coded yes=1. Influence: “Did the
fact of having received goods influence your vote?” Coded 1=Did not receive goods, 2=received goods, no
influence, 3=received goods, acknowledged influence. Based on responses to open-ended question. Other
variables coded as explained in the note to Table 2.
Las simulaciones nos permiten ilustrar el efecto de simpatías partidarias sobre la
compra de votos, controlado para la clase social. Usando Clarify (uide nota 6), supusimos dos
mujeres hipotéticas idénticas, establecimos sus ingresos, educación, calidad de vivienda,
edad y el tamaño del municipio en el cual viven, basándonos en los niveles mínimos de
nuestra muestra. La única diferencia que había entre las dos mujeres es que una era
simpatizante peronista y la otra radical. La probabilidad de que la simpatizante radical
recibiera alguna concesión material resultó de 36%; y para la simpatizante peronista, la
probabilidad se incrementó hacia un 60%. (la probabilidad esperada de que cada mujer
admitiera que la dádiva influyó sobre su voto fué un 18% para la mujer radical y un 28% para
la peronista). El mayor esfuerzo de compra de votos por el partido peronista y su mayor
efectividad, refleja, creemos, la mayor penetración del partido en las redes de clases sociales
más bajas y de aquí su mayor habilidad para monitorear a los votantes. (uide más abajo).
Pero el punto central aquí es que no solamente la clase social sino el partido (peronista) y la
clase social predice la compra de votos en Argentina.
Importantes analistas de la política argentina sostiene que en la Argentina el
clientelismo es más común desde el giro que dio el país hacia el neoliberalismo. Carlos
Menem, en 1990, reorientó al peronismo en una vía alejada del programa económico
10
11
tradicional del partido y más cerca de las políticas de pro – mercado, perdiendo así sus lazos
con el trabajo organizado. Quizás se esperaba que estos cambios programáticos y
organizacionales redujeran el tradicional apoyo al partido entre sus adeptos de bajos recursos.
Sin embargo, el partido revirtió esta reducción potencial ofreciendo pequeñas recompensas
materiales a sus adeptos (Auyero, 2000; Gibson y Calvo, 2000; Levitsky, 2003). Si, en
efecto, es verdad que el neoliberalismo lejos de eliminar al clientelismo lo ha reavivado,
entonces esperaríamos algunos efectos colaterales sobre el clientelismo y compra de votos.
Los peronistas de clase baja que comenzaron a votar en 1990, luego del giro neoliberal del
partido, serían menos leales al partido y más dependientes de las recompensas materiales
menores para obtener su apoyo, mientras que los peronistas de mayor edad, mantendrían su
hábito de apoyar al partido debido a una identificación más profunda con sus tradiciones y
(anterior) promoción de los intereses de la clase trabajadora. Los cálculos contenidos en la
Tabla 3, en efecto, avalan este argumento. Vemos que la edad está consistentemente
relacionada de manera negativa a las respuestas clientelistas de nuestras preguntas, lo que
significa que entre más joven es el encuestado, es más propenso a tener el perfil de un
"vendedor" de voto. La gente más joven fue significativamente más propensa a recurrir algún
referente de partido en el caso de desempleo; estaban también más propensos a recibir
concesiones materiales de campaña y más propensos a revelar que estas dádivas influían en
su decisión de voto.
La unión entre neoliberalismo y clientelismo se confirmó cuando evaluamos las
respuestas a estas preguntas sólo entre la gente de bajos recursos que se autodenominaban
peronistas. Por ejemplo, en nuestra muestra, más de la mitad de los peronistas de bajos
recursos entre 18 a 30 años – gente que cumplió con la edad requerida para el voto durante la
era de Menem – dijeron que acudirían al operador del partido en busca de ayuda en caso de
que el sostén de la familia perdiera su trabajo. La proporción cae hacia sólo un tercio entre
los encuestados peronistas de bajos recursos, mayores de 50 años. La mayor proporción de
peronistas de bajos recursos que revelaron haber recibido una concesión de campaña (uno en
cinco) fue en el grupo de 18 a 30 años, y las proporciones cayeron regularmente en relación a
los votantes de mayor edad.
En síntesis, encontramos que la gente pobre, simpatizante peronista, y en particular el
grupo de peronistas más jóvenes que ingresaron al electorado durante la era de Menem,
11
12
resultaron ser los más propensos a involucrarse en redes clientelistas y a “vender” sus votos
por recompensas menores.
¿Cómo supera la Compra de Votos al Voto Secreto?
En países que poseen el voto secreto, es decir, en donde los partidos no pueden
observar directamente quién vota y por qué partido, esperaríamos que los votantes, a quienes
se les otorgaron concesiones de campaña, las acepten, pero que en la privacidad del cuarto
oscuro no las tengan en cuenta y voten, en definitiva, por el partido o candidato que más les
guste. Si fuera así, el esfuerzo por comprar votos sería en vano y no esperaríamos que los
partidos ni siquiera intentaran hacerlo. Sin embargo, en Argentina encontramos ambas cosas,
el voto secreto y la compra de votos. ¿Cómo podemos explicar su coexistencia?
Una posible explicación es que los partidos clientelistas compensarían su
impedimento de observar el voto directamente a través de la vigilancia de una serie de
diversas acciones y comportamientos, acciones y comportamientos que le permiten a los
operadores del partido elaborar buenas suposiciones acerca de la elección de voto de los
individuos. El operador local del partido observa si una persona vota, si el votante para llegar
a lasa urnas utiliza el transporte que el partido provee y si acude a los actos y reuniones
partidarias. El operador sabe de algún modo si el votante ha utilizado una boleta provista por
el partido mismo (nos explayaremos sobre este punto más abajo). El operador puede observar
si el votante ha hecho declaraciones públicas a favor del partido. Y el operador sabe, aún, si
el votante quiere mirar a los ojos al operador del partido – que es un vecino – el día mismo de
las elecciones. “Cualquiera que trabaja militando en las calles – un nos dijo un referente
peronista – sabe quién está con uno y quién no lo está” (entrevista de los autores, Enero
2003). Además, los partidos pueden observar los resultados electorales en niveles muy
desagregados. Un astuto y experimentado operador de un partido no puede saber con total
certeza cómo votó la gente en su área de responsabilidad. Pero si sus suposiciones están al
menos correlacionadas con las decisiones de voto reales y si entonces él condiciona el futuro
flujo de bienes en relación al apoyo obtenido, entonces,el votante que quiere los bienes debe
votar por el partido clientelista.
Los pagos personalizados, típicos de la compra de votos, funcionan entonces como
incentivos selectivos probabilísticos (ISP): son bienes que el votante está más propenso a
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continuar recibiendo en el futuro si apoya al partido. Los incentivos selectivos probabilísticos
pueden bloquear los ofrecimientos programáticos. Si un programa es un bien público o un
beneficio destinado para votantes que han caído en categorías genéricas, los votantes se
vii
beneficiarán con éste, hayan votado o no por el partido que lo provee.
La aproximación ISP al clientelismo sugiere numerosos tests. En primer lugar
esperamos que los partidos sean más capaces de fortalecer el clientelismo de manera más
efectiva en pueblos o ciudades pequeñas, en los cuales las relaciones sociales son
multifacéticas y por lo tanto es más fácil para los partidos monitorear a los votantes. En
segundo lugar esperamos que los votantes que están más cerca de que su voto sea observado
directamente por los operadores del partido, sean más susceptibles a la influencia clientelista.
Esto significa en el contexto argentino, como se explicará más abajo, que esperamos que
quien recibe boletas de parte de los mismos referentes o punteros del partido sean más
susceptibles que aquellos que no las reciben.
Una hipótesis alternativa es que no son los incentivos selectivos probabilísiticos sino
las normas las que sostienen las relaciones clientelares. Si los partidos pueden contar con
normas y costumbres que dictan que una persona que recibe una dádiva le debe a quien se la
ofreció algo a cambio (por ejemplo, un voto), entonces el voto secreto no impide a los
partidos políticos utilizar concesiones para movilizar el apoyo electoral. Auyero (2000)
ofrece evidencia de que gente de la clase trabajadora en el distrito de Buenos Aires que
recibió concesiones materiales de parte del partido peronista, expresó su gratitud en las urnas,
votando a los peronistas y acudiendo a sus actos. Una mujer que fue entrevistada por este
autor informó que ella no necesitaba que le dijeran que debe acudir a las asambleas del
puntero del partido quien le había dado “medicinas, algo de leche, o un paquete de yerba o
azúcar”. “Yo sé que debo ir con ella antes que con cualquiera ... yo sé que debo ir a su acto
para cumplir con mi obligación para con ella, para demostrarle mi gratitud.” (2000 : 160).
Uno esperaría entonces que una norma de reciprocidad funcione más poderosamente
en tanto quien recibe la concesión, le da un valor más elevado, y dada la disminución
marginal de utilidad del ingreso, un votante pobre valora mucho los obsequios. Si es así, está
vii
Claro está, como se mencionó en la nota ii, los programas públicos ostensibles son frecuentemente
manipulados para fines políticos, en tal caso éstos ya no son considerados “programáticos” según nuestra
definición, sino un instrumento de compra de votos.
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muy clara la lógica de los partidos con respecto a distribuir bienes clientelistas entre la gente
pobre.
La aproximación norma–de–reciprocidad a la compra de votos sugiere, en
consecuencia, dos tests. Primero, si esta norma existe, esperaríamos que mucha gente
estuviera de acuerdo en cuanto a que quienes reciben una concesión material piensen en
devolverla con el voto para el patrocinador. Segundo, esperaríamos que la gente que recibe
las concesiones materiales informe que el recibirlas induce en ellos un sentimiento de
obligación de reciprocidad.
Una segunda hipótesis alternativa es que la gente que cambia sus votos por
concesiones de campaña, es gente que descuenta considerablemente el valor de los
programas prometidos. Ellos simplemente tendrían una fuerte preferencia temporal por el
consumo actual sobre el futuro. O quizás le atribuyen un alto nivel de incertidumbre a los
atractivos de los programas, creyendo que los programas partidarios prometidos no se
llevarán a cabo o no los ayudarán. Al respecto, son muchos los teóricos que aseveran que la
gente pobre es especialmente proclive a no tomar en cuenta el consumo futuro y que esta
propensión explica la unión entre el clientelismo y el subdesarrrollo. (Uide Scott, 1969,
Kitschelt, 2000, Buendía, 2000 y Wantchekon, 2003).
La
aproximación
tasa-de-descuento-alta
viii
al
clientelismo
se
sustentaría
si
encontráramos que dos cosas son ciertas. La primera, que la gente que está influenciada por
las concesiones clientelistas es especialmente escéptica a los programas de los partidos, así
como a las promesas de campañas. Y por lo tanto, serían retrospectivos en su manera de
votar. Esto significa que esta gente consideraría como un buen criterio para decidir por quién
votar, al desempeño en la práctica antes que las plataformas o promesas. La segunda, es que
los votantes de bajos recursos (los cuales, según el acuerdo universal de la bibliografía, son el
viii
Si a un votante que reduce el valor de los programas se le otorga, por un lado, una concesión material de
mayor valor por el partido A y por el otro, el partido B le ofrece un programa más atractivo, y si los partidos no
pueden monitorear las decisiones de los votantes, entonces, el votante votaría por el partido B, aún cuando
hubiera aceptado la concesión ofrecida por el partido A. Continuando con estas deducciones, la concesión sería
persuasiva si el votante reduce completamente las promesas de los programas y vota sólo basándose en el valor
de las concesiones, o si los dos partidos ofrecen programas y candidatos igualmente atractivos. De aquí que la
aproximación de la tasa-de-descuento-elevada no explica porqué los votantes votarían por un partido clientelista
aún cuando otro les ofrece un mejor programa, pero sí explica porqué los partidos se toman la molestia de
entregar concesiones materiales como incentivos personalizados aún cuando el voto es secreto.
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objeto principal de la movilización clientelista) serían, fundamentalmente, votantes
retrospectivos.
En síntesis, son tres las teorías que buscan explicar cómo las concesiones materiales
personalizadas pueden inducir a los votantes al apoyo electoral, aún a pesar del voto secreto.
Estas concesiones materiales funcionarían como incentivos selectivos probabilísticos, que
llevan a los votantes a advertir que el futuro flujo de estos bienes se encuentra condicionado
por su apoyo al partido clientelista. O bien, las concesiones materiales – “obsequios” y
“favores” – establecerían una obligación normativa a los votantes para devolver este favor
votando por el partido que se los facilitó. O, los votantes simplemente le otorgarían un valor
más alto a las concesiones concretas que a los programas, cuyo pretendido valor se reduce
debido a una preferencia por el consumo actual sobre el consumo futuro o por la
incertidumbre que caracteriza a los programas.
Clientelismo como incentivos selectivos probabiblísticos. El tamaño de los
municipios en donde vivían nuestros encuestados fue muy variable, desde Villa de Luca, en
la provincia de Córdoba, con 388 residentes, hasta la capital de la provincia de Córdoba y el
municipio de La Matanza en el Gran Buenos Aires, estos últimos con 1.2 millones de
habitantes. Una segunda mirada a la Tabla 3 indica que, entre más pequeño era el número
poblacional del municipio (registrado) en el cual el encuestado vivía, era más probable que
éste haya acudido a alguna persona política importante durante el año pasado en busca de
ayuda. Era más probable también que haya recibido alguna concesión material durante la
última campaña y mas probable que haya informado que esta concesión influyó sobre su voto
(los tres efectos son estadísticamente significativos). Nuestra interpretación con respecto al
efecto del tamaño poblacional es que los esfuerzos partidarios para monitorear a los votantes
son más efectivos en comunidades pequeñas, debido a que en las mismas, las relaciones
sociales son multifacéticas y porque simplemente aquí es más fácil para los partidos “seguirle
los pasos” a la gente. El monitoreo, en la aproximación ISP a la compra de votos es lo que
fortalece el negocio implícito entre comprador y vendedor de voto.
La tecnología en el sistema de votación en Argentina, contribuye también a infundir
sobre los votantes el sentimiento de que sus votos están siendo observados y que una futura
ayuda depende de éstos. Argentina introdujo el voto secreto con las reformas de Sáenz Peña
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en 1912. Pero nunca introdujo la “boleta australiana” – boletas producidas por entidades
públicas a cargo del gasto público, con rigurosos controles sobre su distribución y con todos
los candidatos postulados para algún cargo enlistados simultáneamente -. En cambio, los
argentinos, así como también el electorado de hoy en día de Panamá y Uruguay, o los
votantes de Colombia hasta 1991 y el electorado de la mayoría de los estados de Estados
Unidos hasta las primeras décadas del siglo XX, votan con boletas que producen los mismos
partidos. Estas boletas producidas por el partido se pueden adquirir de los referentes
partidarios o de quienes trabajan en la campaña durante las semanas o días próximos a las
elecciones, o pueden encontrarse apilados sobre las mesas del cuarto oscuro. La circulación
de boletas fuera de el lugar en donde se realizan las elecciones y antes del día preciso de la
elección permite a los partidos intentar ganar adeptos, no sólo elogiando su desempeño
anterior o haciendo promesas para el futuro, sino también dándole, en sentido literal, el voto
en sí mismo a los votantes.
Los referentes de los partidos dan crédito al elemento adicional de influencia sobre
los votantes que el sistema argentino de voto provee. Un operador de partido en Misiones
describió su estrategia de otorgar bebida y comida a determinados votantes, hacerlos pasar la
noche en su casa, y luego deslizar la boleta “directamente en sus pantalones” en el momento
en que son llevados a las urnas (Alvarez 1999 : 8). Un puntero peronista a quien
entrevistamos aseveró que el dar las boletas es el medio más efectivo de producir votos extra
para su partido en tiempos de elecciones: “lo más importante es ir a ver a la gente y darle a
todos la boleta. Le das la boleta en el taxi (que el partido ha contratado para transportarlos
hacia las urnas). Entonces ya nadie tiene oportunidad de cambiárselas (es decir, darles una
boleta diferente, luego de haberlos acompañado hasta el lugar donde ocurren las elecciones),
los colocas en la fila para votar ... entonces ya no tienen ninguna oportunidad de cambiar la
boleta. Solamente podría pasar si son muy tramposos y la cambian en el cuarto oscuro ...”
Algunos votantes ven la distribución de boletas como una clara imposición de
intercambio clientelista. Un encuestado de nuestro propio sondeo, un hombre, desempleado,
de 27 años, de Quilmes, un distrito industrial del Gran Buenos Aires, informó haber recibido
comida de parte de un operador peronista durante la campaña. Cuando se le preguntó si la
dádiva había influido sobre su voto, él contestó que el voto “debe ser libre, pero te dan la
boleta y luego no te dan las cosas hasta que hayas votado.”
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Nosotros opinamos que los votantes que reciben boletas directamente de los
operadores del partido, también tienden a recibir otros bienes personalizados, y que
recibiendo ambas cosas, la boleta y la concesión material se refuerza el mensaje acerca de lo
que el partido pretende con las dádivas: un quid pro quo con sus votos.
Hemos preguntado a nuestros encuestados si ellos utilizan las boletas que encuentran
en el cuarto oscuro o si las traen de afuera. 300 encuestados de nuestro sondeo (15%)
respondieron que votaban con boletas que llevaban con ellos hasta el lugar donde se hace la
votación. La regresión LOGIT (no expuesta) indica que la gente de bajos recursos, y aquellos
que apoyan al partido peronista y radical – aunque en menor grado - eran más propensos a
llevar las boletas con ellos mismos el día de la elección.
La gente a la cual los partidos proveían con sus boletas no eran sólo más pobres que
aquellos que votaban con boletas que encontraban en el cuarto oscuro, sino que también eran
más susceptibles a la influencia clientelista. La Tabla 4 informa dos modelos. El coeficiente
positivo y significativo sobre la variable Boleta en el modelo 1 (Concesión material) indica
que, controlado por otros factores, una persona que vota con una boleta que un operador de
partido le da, está más propenso a recibir otros artículos, tales como comida o vestido. El
modelo 2 (Influencia) muestra que, de nuevo, controlado por otros factores, una persona que
vota con una boleta que un operador de partido le da es más propensa a permitir que una
concesión material influya sobre su voto. Una vez más, una simulación de Clarify hace
intuitivo este efecto. Una simulación muestra a una mujer joven, pobre, de un pequeño
pueblo, que se identifica con los peronistas y que recibió una concesión material durante la
campaña, tiene un 25% de probabilidad de decir que la concesión influyó sobre su voto si
votó con una boleta que tomó en el cuarto oscuro. Una votante idéntica que también recibió
una concesión material pero que vota con una boleta que un operador de partido le dio, tiene
un 35% de probabilidad de decir que la concesión influyó sobre su voto. Los partidos
políticos argentinos, entonces, no sólo instigan a la gente a llevar sus boletas, otorgando
concesiones materiales, también instigan a la gente a votar por ellos enviando el mensaje de
que las futuras concesiones materiales dependen de sus votos.
En síntesis, el electorado de pequeños pueblos y ciudades (cuyos votos pueden ser
más fácilmente monitoreados por los operadores de partido), y votantes a quienes les fueron
dadas boletas, comida o colchones ( y para quienes la relación entre la continuidad del flujo
17
18
de bienes está especialmente clara) son quienes aceptaban las dádivas y, por juicio propio, las
tomaban en cuenta a la hora de decidir el voto. Esto claramente, se inclina a favor de nuestra
propuesta de la aproximación de incentivos selectivos a la compra de votos.
Table 4 Tecnología del voto y compra de votos
Dependent
(1)
Gift
(2)
Influence
Variable
Model
Logit
Ordered
Logit
0.549
(0.217)
0.484
(0.205)
Income
-0.183
(0.076)
-0.189
(0.065)
Education
-0.147
(0.070)
-0.191
(0.067)
Housing
-0.228
(0.123)
-0.323
(0.115)
Gender
-0.066
(0.184)
0.172
(0.168)
Age
-0.013
(0.006)
-0.017
(0.005)
Peronist
0.753
(0.208)
0.722
(0.191)
Radical
-0.253
(0.346)
0.128
(0.290)
Log
-0.106
(0.047)
-0.111
(0.043)
Estimated
Ballot
Population
Constant
N
0.743
(0.700)
1920
1920
18
19
Cell entries are coefficients, standard errors in parentheses. Boldface indicates significance
at the p=0.05 level or smaller. Both models draw on multiple datasets with imputed values
for missing data. Chi-square statistics associated with non-imputed model. Variables coded
as explained in notes to Tables 2 and 3.
Clientelismo y normas de reciprocidad. Si la pobreza convierte a algunos votantes
en clientes, ¿es esto porque tienen un sentimiento de obligación de dar al partido su voto a
cambio por una bolsa de comida o una lámina de metal corrugado? Una norma de
reciprocidad actuaría como un instrumento (leve) de fortalecimiento de la relación clientelar
clientelista. Nuestros datos nos llevan a dudar de esta explicación. Le preguntamos a nuestros
encuestados, “Si un referente de un partido otorga bienes a la gente durante una campaña,
esta gente, ¿se siente obligada a votar por ese mismo partido?” Una pequeña mayoría
contestó: “sí”. Sin embargo estas respuestas afirmativas no encajaban con el perfil del
vendedor de votos. Las estimaciones de regresión logística (no expuestas) demuestran que la
gente que contestó “si” tendía a tener ingresos altos, a no preferir a los peronistas y a
provenir de grandes ciudades – el perfil opuesto al del “vendedor de votos” -. También
hicimos una pregunta normativa, “Debería alguien que ha recibido alguna concesión material
sentirse obligado a votar por el partido que se la otorgó?" Los pobres respondieron “si”, en
no mayores proporciones que los más adinerados. Crucialmente en los modelos LOGIT, la
estimación de la probabilidad acerca de que una persona piense que aceptar una concesión
material crea un sentimiento de obligación, cuando controlamos si el encuestado realmente
recibió una dádiva, se ve que aquellos que la recibieron estaban menos propensos a afirmar
que éstas crean obligaciones.
¿Por qué la gente que probablemente nunca recibirá concesiones materiales afirma
que éstas crean obligaciones y, en cambio, quienes probablemente sí las reciben afirman que
estas no crean obligaciones? Nuestra explicación es que los que realmente reciben
concesiones de campaña, saben por experiencia que el poder de las dádivas para crear
sentimientos de gratitud y un sentimiento de obligación es limitado. Mientras que aquellos
que conciben la transacción en abstracto no lo saben (y puede ser que haya condescendencia
de clase en aquellos que no son propensos a ser objetos de compra de votos). El ser tratado
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como un cliente desgasta en muy alto grado la sensación de la gente acerca de que el
clientelismo crea obligaciones. De aquí que nuestros datos más sugestivos son aquellos en los
cuales la gente responde a incentivos clientelistas a modo de anticipación a incentivos
clientelistas futuros, antes que aquellos que manifiestan un sentimiento de gratitud u
obligación para con el que los da.
Clientelismo y descuento del futuro. Si la gente condiciona su apoyo a un partido en
base a las concesiones materiales personalizadas porque piensan que los programas son
inherentemente inciertos, esperaríamos entonces que los votantes que permiten que la
concesión material influya sobre su voto, sean también particularmente retrospectivos en su
aproximación al voto. Esto es, que presten mayor atención al desempeño pasado de los
partidos o al desempeño de los últimos tiempos del titular del gobierno, antes que a lo que los
partidos prometen hacer en el futuro. Hicimos algunas preguntas diseñadas para esclarecer si
la gente tenía en cuenta el pasado o el futuro al momento de votar. Una de éstas le preguntaba
al encuestado acerca de la orientación temporal de los votantes en su barrio: “¿la gente
simpatiza con (el partido más importante de la localidad) porque piensan que el partido ha
hecho bien las cosas o porque posee una buena propuesta de gobierno?” Otra de las preguntas
era acerca de la propia inclinación de voto del encuestado: “Cuando decidiste por qué partido
votar en alguna elección, ¿pensaste más en lo que el partido había hecho cuando gobernó, o
en cómo resolverá los problemas en el futuro?”
Debido a que los partidos que compran votos concentran sus esfuerzos sobre votantes
pobres, es notable que nuestros datos ofrezcan muy poca evidencia acerca de que los votantes
argentinos pobres son especialmente retrospectivos. No son éstos más propensos que los
votantes más adinerados a medir el comportamiento del gobierno pasado o a descontar las
promesas acerca de futuros programas. En estimaciones de modelos no expuestos aquí,
encontramos que el ingreso, educación y calidad de vivienda tienen muy poco efecto sobre
posturas retrospectivas; por el contrario, algunos de nuestros análisis sugirieron que, aunque
más no sea mínimamente, la gente pobre es más prospectiva que los adinerados.
La pregunta crítica para evaluar la aproximación de la tasa de descuento elevada es si
las orientaciones temporales de la gente estaban relacionadas sistemáticamente a su
receptividad de concesiones materiales. Nuestros sondeos sugirieron que la respuesta es “no”.
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Encontramos evidencia muy escasa en relación a que aquellos cuya inclinación de voto era
retrospectiva o que vieron que quienes los rodeaban lo eran, fueran propensos a ser
influenciados por concesiones materiales clientelistas. La aproximación índice de reducción
elevado a la compra de votos, como la aproximación de norma de obligación, encuentran
muy poco sustento en nuestros datos.
Conclusiones
Hemos analizado una dimensión del clientelismo político en Argentina: la compra de
votos. Y nos hemos concentrado solamente en un aspecto de la misma, la distribución por
parte de los partidos políticos de beneficios menores personalizados durante las campañas
electorales. Debido a que existen otras dimensiones muy importantes y que aquí no hemos
estudiado, no podemos evaluar el impacto total del clientelismo en la política argentina. Pero,
contemplando dicha forma específica de clientelismo, el mensaje que emerge de nuestro
estudio es que es factible que en Argentina se exagere sobre la extensión de la compra de
votos. La mayoría de la gente de las tres provincias que estudiamos no experimentó las
elecciones como un torrente de regalos menores provenientes de los partidos políticos.
Solamente 141 personas, el 7% de nuestra muestra, dijo que sí había recibido bienes durante
la última campaña; y el 17% de los votantes más pobres contestó de esta manera. Estos
números probablemente fueron disminuidos por el hecho de que la elección por la que
nosotros preguntábamos era para cargos nacionales y por la reticencia de la gente para
admitir que habían aceptado una dádiva. Incluso, continuando con los límites del clientelismo
argentino, una pluralidad de nuestros encuestados dijo que ellos se habían concentrado en los
atractivos programáticos de los partidos antes que en desempeños pasados a la hora de
decidir cómo votar, y la mayoría creía que también sus vecinos prestaban más atención a los
programas y propuestas que al pasado. Una gran minoría rechazó el argumento que afirmaba
que el recibir una concesión material implica una obligación de voto hacia el partido
proveedor. Y una gran mayoría, nueve de diez, rechazó el argumento que sostenía que las
concesiones deben engendrar obligaciones. Esto no se corresponde con los síntomas de una
difundida cultura política clientelista.
Con todo, la democracia hace muy poco en Argentina para crear la esfera política de
igualdad que uno espera, que combata a una sociedad de desigualdad significativa. Los
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argentinos pobres se encuentran en peligro de ser convertidos en clientes políticos. Ellos
están más propensos que el resto de los ciudadanos más adinerados a recibir concesiones
materiales en tiempos de elecciones, y más propensos también a permitir que estas dádivas
influyan sobre su voto. Más predispuestos a la “venta de votos” están los jóvenes peronistas
de bajos recursos, gente que obtuvo la edad electoral durante la era de Menem. Fue ésta la
gente más golpeada por el alto nivel de desempleo y la reducción de servicios que trajeron
consigo las reformas neoliberales de Menem. Nuestro estudio sostiene la opinión que el
peronismo retuvo el apoyo de muchos votantes que fueron golpeados por el giro neoliberal
redoblando sus esfuerzos clientelistas. Y hemos demostrado que una concesión material
puede ser crucial en la decisión electoral de la gente: recibir una dádiva del partido Peronista,
eleva la probabilidad de que un típico “vendedor de votos” en 1999 votara por el candidato
presidencial peronista, de un poco menos a bastante más del 50%.
En relación al problema de cómo la compra de votos puede ser impuesta a pesar de
que el voto es secreto, ofrecimos evidencia acerca de que a pesar de que los partidos no
observan los votos de los individuos directamente, sí pueden reparar sobre otras acciones y
comportamientos que les permiten hacer deducciones confiables y razonables acerca de cómo
votaron aquellos. Hasta tal punto los partidos pueden elaborar deducciones confiables y usar
los incentivos clientelistas como recompensas o castigos condicionados por éstas, que los
votantes considerarán el futuro flujo de dádivas personalizadas para ellos y su familia como
condicionado por su apoyo al partido clientelista y por lo tanto votarán por ese partido.
Hemos indicado formas alternativas plausibles para resolver este problema: los votantes
podrían sentirse obligados a votar por los partidos que les otorgaron cosas, o simplemente
valorarían más aún los bienes menores que a los programas indeterminados. No obstante
haber quedado innumerable espacio para la investigación en relación a este importante tema,
nuestra evidencia nos conduce hacia los incentivos selectivos probabilísticos y nos aleja de
las normas de reciprocidad y las aproximaciones de la tasa elevada de descuento.
Los estudios que versan sobre la construcción del clientelismo político,
frecuentemente adoptan un tono de reproche hacia los partidos que la implementan. El
argumento más difundido es el que afirma que los partidos en los países en desarrollo se
aprovechan de la pobreza y la falta de autonomía de los votantes pobres (Uide O’Donnell,
1996, y Fox, 1994). Una visión alternativa, sin embargo, es aquella que contempla que el
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clientelismo y patronazgo son estrategias de construcción de un partido apropiadas para
lugares en los cuales la institucionalización política está recién comenzando a ocupar un
lugar; una suerte de asistencia estatal de un país pobre. (Uide Kitschelt, 2000; y Scott, 1969).
Reformar estos sistemas demasiado rápido, aseveran estos estudiosos, conlleva el peligro de
privar a los “clientes” de las únicas organizaciones y redes capaces de responder a sus
necesidades. La alternativa a la compra de votos, sostiene este argumento, no es la
democracia programática sino el abandono en masa. Pero el abandono sería mucho peor: a
pesar de que los colchones, techos de chapa y bolsones de comida les resultan a los analistas
de clase media la faceta sórdida de una organización política atrasada, quienes reciben estos
artículos prefieren seguir obteniéndolos antes que no recibir nada.
Este argumento, sin duda, tiene sus méritos. Pero nótese que, si estamos en lo cierto
con respecto a caracterizar la compra de votos involucrando los incentivos selectivos, el
hecho de que la gente esté influenciada por estos incentivos, no es prueba de que ellos
estarían mejor sin éstos (o aún sabiendo que estarían mejor) si los partidos estuvieran
obligados a competir únicamente sobre las base de programas y de su desempeño.
Los bienes provistos por los partidos programáticos son o literalmente bienes
públicos, o bien son bienes públicos para la categoría de gente que los recibe. El partido que
ofrece aire puro o defensa nacional, se la ofrece a todo el pueblo; el partido que ofrece
pensiones a los ancianos, se la ofrece a todos los retirados. Por lo tanto, no importa cuán
atractivos resulten estos bienes al electorado, definitivamente no tienen el poder que un
incentivo selectivo posee para relacionar la asistencia a una persona con su voto. Los
votantes aceptan las concesiones materiales aún a pesar de que estarían mejor sin ellas y
saben que estarían mejor teniendo las manos atadas para no poder recibirlas.
Nuestro análisis apunta también hacia las reformas que podrían reducir la compra de
votos en Argentina, así como en otras democracias en donde ocurre lo mismo. Una es la
elaboración y fortalecimiento de leyes que prohíban la distribución de determinada clase de
bienes durante tiempos electorales. Algunas de estas leyes existen en Argentina, pero la
justicia tiene un historial confuso en torno a su fortalecimiento. La segunda es la reforma de
boletas. En otras democracias latinoamericanas, han cambiado las boletas producidas por los
partidos mismos por la boleta australiana. Colombia en 1991, como parte de un manifiesto
conjunto de reformas constitucionales, reemplazó las boletas producidas por los partidos con
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la boleta australiana. Reformas como ésta en Argentina, desalentaría los esfuerzos partidarios
por captar votos con incentivos materiales menores y los presionaría a ganarlos con buenos
programas y con un buen desempeño en el gobierno.
Referencias
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