SAN MAXIMILIANO MARÍA KOLBE (In spe contra spem en la Inmaculada) “Mi justo vivirá de la fe” San Maximiliano, además de un mártir de la caridad, fue un mártir también de la Fe. San Maximiliano Mª Kolbe sencillamente se fiaba de la Inmaculada. Creía en Ella. “La fe fue la fuente de su virtud, de su trabajo y de su sueño victorioso. Más fácilmente hubiesen vacilado los Alpes en su base que en el corazón de San Maximiliano su fe en la realidad, en la santidad y en la victoria de Dios., a quien había ofrecido su vida entera, perteneciéndole siempre. Porque creyó con la mayor certeza, luchó, defendió la justicia, se conservó siempre puro, se mantuvo fuerte y por la misma fe, se ofreció en sacrificio” Era tan extraordinariamente heroica su esperanza que era tildado de temerario e imprudente. A este propósito es significativo el juicio del Obispo de Nagasaki, Mons. Jenaro Hayasaka: “Su confianza en Dios, humanamente hablando, parecía exagerada. En todas las circunstancias, en, todas las dificultades, cuando su obrar parecía a todos imprudente y temeraria, empezaba a actuar y decía: «La Inmaculada proveerá». «Entonces me parecía que abusaba propiamente de la palabra Providencia y que era un presuntuoso; pero hoy, juzgando por los efectos conseguidos, debo confesar que tenía en Dios la más genuina confianza». También los religiosos polacos, al principio de su apostolado de la prensa mariana, desconfiaban, pero luego como debieron cambiar de opinión! «Puso toda su confianza en Dios y en la inmaculada”, atestiguaba el P. Anselmo Kubit. Repetía frecuentemente: «Por nosotros nada podemos, todo lo esperamos de Dios y de la Inmaculada». Sin dinero, sin máquinas, sin hombres preparados empezó a imprimir El Caballero. En Japón no sabía ni siquiera la lengua; sin embargo, pasado apenas un mes comenzó su trabajo. Mientras hubiera podido esperar la ayuda de los suscriptores, quiso que El Caballero se enviase siempre gratis, no obstante los miles de ejemplares». Hemos recordado ya el testimonio del P. Florián Koziura, que viene bien completar ahora: “Toda la vida del P. Maximiliano irradiaba la virtud de la esperanza en la divina Providencia, por intercesión de la Santísima Virgen María. De esta virtud hablaba frecuentemente; y siempre, cuando se presentaban dificultades, tranquilizaba a todos…; y con la confianza triunfaba en todo; el auxilio llegaba a tiempo. Y esta confianza comunicábase a los religiosos, que ya no temían por nada. Yo mismo, cuando me destinaron a Niepokalanow no pude ni comer ni dormir en varios días ante el temor de que esta obra se viniese abajo por su mismo ímpetu. Pero, luego, me habitué a la manera insólita con que obraba el P. Maximiliano que, a la par de los demás, seguía yo el mismo ímpetu. “El P. Maximiliano, lleno de dificultades, que parecían insuperables, exclamaba repetidas veces: «¡Ah! ¿qué haré?” pero, al instante, preguntábase y decía sonriendo: En el fondo, ¿por qué preocuparme? Que la Virgen lo arregle. Yo trabajaré. Sentíamos entonces que el P. Maximiliano debía tener alguna revelación y cierta seguridad interior de que le ayudaban. Podría citar todavía otros muchos hechos, pero tal vez basten estos. En su trabajo no buscaba apoyo en las cosas temporales, sino que contaba, ante todo, con el auxilio sobrenatural. Auxilio entre las personas del mundo no lo buscaba». Más que Niepokalanow, la Mugenzai No Sono japonesa fue especialmente la palestra de la esperanza del P. Maximiliano’. A este, propósito atestigua el P. Cornelio Czupryk: “El Siervo de Dios no se guiaba en su vida por consideraciones, ni por intereses humanos. Solía decir: Somos instrumentas en manos de la Inmaculada y, por consiguiente, en manos de Dios. Cuando estaba enfermo no se preocupaba de su obra: solía decir que todo iría según los deseos de María y, por lo tanto, de Dios. “Si algo se desenvolvía con dificultad, y si, además, no salía bien, no perdía la serenidad. En Polonia eran menos las dificultades, pero en el Japón eran a veces muy serias: dificultades de carácter financiero, dificultades por parte de las autoridades del lugar, gubernativas y eclesiásticas, y dificultades de convivencia en la familia religiosa. Dicha sea la verdad, para enviar al Japón se elegían los religiosos aparentemente más aptos y, sin embargo, el cambio de clima, de ambiente, de alimentación y la nostalgia de la patria desmoralizaban a muchos que no era fácil sustituir por otros, dada la distancia. Pero él no se dejaba abatir y reanimaba a todos. En cierta ocasión, escribió al Provincial: —incluso a mí me vienen pensamientos semejantes. es decir, de abandonarlo todo y dedicarme exclusivamente a mis cosas personales. La conciencia, empero, me dice que debo trabajar por la salvación de los demás—. “No escatimaba el dinero cuando se presentaba una verdadera necesidad. Contaba, ante todo, con la divina Providencia. “Demostró una confianza especialísima en la divina Providencia durante la ocupación alemana, cuando de vuelta del primer campo de concentración alemán, reunió a todos los religiosos dispersos. volvió a admitir en la Orden postulantes y abrió el Noviciado, a pesar de que las tropas habían saqueado a fondo el convento. Confió en el Señor y esta confianza no le falló: dio de comer a una numerosa Comunidad de religiosos y daba también sin escatimar a los deportados y a los pobres. Profesaba una gran devoción a San José Cottolengo de la Pequeña Obra de la Providencia, y, a su imitación, animaba a los religiosos a cifrar la esperanza en la Providencia de Dios. Confió y esperó contra spem. Otros criticaban su conducta, pero en él jamás disminuyó la esperanza. La enfermedad era como nada para él; jamás una lamentación turbó su serenidad y paz, aunque constreñido a un trabajo extenuante en un clima que religiosos sanos no pudieron resistir. Desde el Colegio de Roma comunicaba así a su madre la noticia de su ordenación sacerdotal: “Reconozco que nuestra común Madrecita me ha concedido la gracia que a su tiempo le pedí. ¡Cuántas veces en la vida, y especialmente en las situaciones más delicadas, he recibido de Ella especiales atenciones! Gracias, gracias al Corazón Sacratísimo de Jesús por la Inmaculada, que es el instrumento para distribuir todas la gracias de la Misericordia divina. Toda mi confianza paro lo futuro está cifrada en Ella». ‘Y a los religiosos de Niepokalanow. escribía también: «Me asusta el sufrimiento y pensar en calamidades...; pero también nuestro divino Jesús, en el Huerto, tuvo miedo, y por esto me tranquilizo y me animo... En los pequeños sufrimientos rogad por medio de jaculatorias: Maria...; ofrecédselo todo por las intenciones más gratas a la Inmaculada... Esto es muy práctico, porque nos une a la Inmaculada como está unido el utensilio en las manos del artista y nos permite recibir la gracia que ilumina la inteligencia para conocer su voluntad, que conforta nuestra voluntad para cumplir la Suya; porque somos instrumentos Suyos, pero no forzados, como el pincel en la mano del pintor, puesto que tenemos entendimiento y voluntad. Si nos dejarnos conducir por Ella y necesitásemos milagros, éstos se realizarían ciertamente”. El Caballero, Niepokalanow, Mugenzai No Sono, sitúan a su fundador al lado de Don Bosco, del Cottolengo, de Don Guanella y de Don Orione en la fila de almas de viva fe y confianza en la divina Providencia. (Extracto del libro “Un Hombre Fuera de Serie”, por el P Antonio Ricciardi, o.f.m. Conv)