TORRENTE (El brazo

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TORRENTE: Misión en Oviedo
Si hay algo que produce auténtico rechazo entre cualquiera que viva bajo el tricornio,
es tener un "chorizo" entre nuestras filas. En este juego de policías y ladrones, un infiltrado de
los ladrones nos avergüenza y nos alarma.
El caso es que en los vestuarios del Núcleo de Reserva de Oviedo, parece ser, que
desde hace tiempo alguien hace incursiones en las taquillas para llevarse el dinero que se
encuentre. Y nada mejor que contar con un auténtico "Torrente" para tratar de detenerlo.
Puesto nuestro detective manos a la obra, comienza la caza con agudo instinto policial
y decide ponerle una trampa: Un billete cuya numeración es previamente anotada se deja en
una de las taquillas. El día "D" el malandrín actúa de nuevo y el billete desaparece.
Hasta aquí nada hay que reprocharle al ínclito investigador salvo, quizás, que no
tomara más medidas para asegurarse la identificación del autor, motivado, tal vez, por el
hecho de contar con un sospechoso al que sin juicio previo ya habían condenado, incluso
sabiendo que el vestuario asaltado no está cerrado y pueden acceder a él tanto miembros de
otras Unidades como personal ajeno al Cuerpo.
El caso es que a partir de aquí brota lo más castizo del detective y, desaparecido el
billete, no se le ocurre otra cosa que encerrar a la tropa en la oficina de la Unidad y proceder a
un cacheo personal y al registro de las taquillas.
Lo primero que sorprende es la falta de vergüenza del Oficial al mando y de sus
colaboradores, capaces de cachear a sus compañeros como a cualquier ratero, sabiendo que
como máximo solamente uno era culpable mientras que el resto de cacheados eran seguros
inocentes. Esto de pisotear la dignidad y los derechos de unos cuantos para atrapar a uno sólo
no tiene cabida en ningún Estado de Derecho y por eso, por ejemplo, no se pueden intervenir
todos los teléfonos de la ciudad por mucho que sepamos que en ella vive el peor de los
asesinos. Para este tipo de actuaciones hay que tener eso que llaman indicios racionales de
que quien va a sufrir la medida a adoptar esta presumiblemente implicado en el asunto. En
este caso, lo seguro era que la inmensa mayoría, si no todos, de los cacheados eran inocentes.
Lo segundo que sorprende es la mansedumbre, cobardía, temor, dominación, o como
cada uno quiera llamarlo, de los cacheados. Que yo sepa, sólo uno se negó a que fregaran el
suelo con su dignidad (por cierto, no era el sospechoso), lo que provocó la ira de Torrente y, a
partir de ahora, esas pequeñas venganzas pobres en el cuadrante o en peores lugares.
Y después le llegó el turno al principal sospechoso, aunque sería mejor decir que le
llegó el turno al ladrón, porque visto el panorama aquí lo de "presunto" se lo reservamos a los
de la calle, ya que los de casa son culpables mientras no demuestren su inocencia. Y tras un
minucioso cacheo, con calzado y calcetines fuera, resulta que el billete no aparece, y hay
quien llega a pensar: A ver si resulta que el ladrón no es este chaval sudoroso, colorado como
un pimiento delante del resto de compañeros, descalzo, descamisado y más humillado que una
res mansa en el tercio de muerte. Por cierto, tras el minucioso registro de su taquilla tampoco
apareció el billete.
¿Y cuáles eran los indicios racionales que señalaban al sospechoso? Pues nada más
que el dedo acusador de alguno de sus compañeros, sin más prueba que sus propias
sospechas.
Tras este bochornoso incidente yo soy de los que piensan que si hoy día hay alguno
libre de sospecha, éste es, precisamente, el sospechoso, junto con aquellos otros que fueron
cacheados y registrada su taquilla. Pero para Torrente, con un olfato mucho más fino, el
sospechoso sigue siendo culpable.
Lejos de pedir la oportunas disculpas por tan vergonzoso patinazo, Torrente reúne al
día siguiente a la Unidad y les arenga para que arrinconen, desprecien y aíslen al "chorizo", es
decir, a nuestro sospechoso.
Esta reacción se explica acudiendo a la propia naturaleza de esa Guardia Civil que
muere pero no se rinde, al principio de jerarquía y sus secuelas: El mando siempre tiene
razón, nunca se equivoca y nunca da marcha atrás.
Todos vemos que los miembros de la Guardia Civil son bastante respetuosos con los
derechos de los detenidos, incluso este Torrente lo es. Y esto me lleva a preguntarme el
porqué de este respeto. La respuesta es decepcionante: Respetan por puro temor a las
consecuencias. La Guardia Civil en todas sus academias no trata de instruir a sus alumnos
sino únicamente de amaestrarlos, lo que es muy distinto. Instruirlos sería explicarles las
razones de por qué las cosas son como son. Amaestrarlos es simplemente utilizar el método
de los "electro-estímulos".
En aquella estupenda película en la que se enfrentaba el concepto racional de militar y
el concepto "porcojones", titulada "Marea Roja", el defensor del sistema "porcojones" dice
algo así como que si le metes corrientes a un caballo cada vez que lo hace mal, conseguirás
que baile claqué. Es indudable que el sistema "porcojones" es el que domina nuestras
academias.
El Alférez Torrente respeta las garantías y derechos constitucionales de los violadores
o de los atracadores porque sabe que cualquier chorizo le denunciará inmediatamente si no lo
hace (electrochoque), pero no comprende o no cree en el sistema. No cree que en un Estado
de Derecho el principio de inocencia es mucho más importante que el principio de jerarquía,
ni entiende por qué la Audiencia Provincial de Palma dice que la taquilla del militar
"constituye su domicilio a efectos de su inviolabilidad", y se requiere una orden judicial
debidamente motivada para su registro si no media el consentimiento previo del militar.
Seguramente tampoco comprende que es nulo el consentimiento prestado bajo coacciones. En
definitiva, no comprende que respetando los derechos de los demás se asegura el respeto de
los suyos (de sus derechos y de sus guardias). Y lo más grave de todo es que esto no lo
comprende un guardia civil que ya ha pasado por tres o cuatro academias de un Cuerpo cuya
misión principal es proteger los derechos de los ciudadanos. Claro que el problema puede
estar en que Torrente no considera a los guardias como a ciudadanos.
Una persona que no cree en el sistema, que lo defiende sólo porque ha sido amaestrado
para ello, está inhabilitado para ser oficial de la Guardia Civil y, tarde o temprano, lo
demostrará... otra vez.
Ya sólo me queda hacerme la pregunta del crimen de los Urquijo: ¿Sólo o en
compañía de otros? Si Torrente actuó siguiendo su propia falta de criterio, el Jefe de la
Comandancia (al que en otro orden de cosas hay que agradecerle una utilización más racional
del régimen disciplinario desde su llegada) debería castigarlo a leerse todas las revistas de
Coproper, y de ninguna manera permitir que Torrente imparta academias semanales (no es
momento de hablar de sus academias con textos pre-constitucionales). Si, por el contrario,
Torrente no fue más que el brazo tonto de la Ley, un brazo ejecutor de órdenes superiores:
Apaga y vámonos.
Zacapín-2001
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