1 PREMONICION “Señor, a tus profetas han dado muerte y tus

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PREMONICION
“Señor, a tus profetas han dado muerte y tus altares han derribado; y sólo yo he quedado, y
procuran matarme”
Romanos 11:03
- No lo piense más: el implante es la solución. Eso le ahorrará diligencias molestas ante
juzgados y escritorios. No tendría que pagar nada más que lo previsto por la ley en estos
casos. Además, colaborará con la ciencia. Piénselo bien.
- No sé, no sé. ¿Y si no recupera la movilidad?
- No se preocupe. Lo que importa es que salga de aquí completo....
La mujer que acongojada transitaba por el pasillo, le clavó una mirada que le heló la sangre.
- ¡Ya ve! ¡Ya ve! ¿Piensa dejar en el desconsuelo a esa mujer? Quizá él sea su único
soporte. Tiene más probabilidades de trabajo con el cuerpo completo que como quedó.
El contratista, azorado por el proceso que se le venía encima, por las lágrimas de una
esposa desconsolada y por la jugosa cantidad a pagar donde se supiera la noticia, cedió:
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- Está bien. Hágalo. Lo que le venga en gana. Pero no quiero saber nada. Proceda según su
criterio.
Retirándose escuchó tras de sí la sentencia.
- No se preocupe. Es por el progreso de la ciencia.
A la mañana de un día sin nombre Aquilino Arguello salió del quirófano envuelto en gasa
de pies a cabeza. “¿Mi papi es momia mami?” preguntaron sus pequeños cuando lo vieron
pasar. Luego de meses de terapia, de ambientes hospitalarios y gritos enfermizos, el joven
obrero parecía retornar a la normalidad. La momia desapareció para dar lugar al hombre
que, armado por partes, no perdía su singular sonrisa.
- Señora, su esposo está bien. La pierna y la mano derecha, el brazo izquierdo y la oreja se
encuentran en óptimas condiciones. Tal vez no pueda jugar fútbol, pero seguirá paseando
por la avenida junto a usted en su aniversario.
- ¿Qué le pasó? ¿Qué fue? Nadie me ha querido contar.
- Un accidente de trabajo. Gajes del oficio. Una varilla que cedió y quebró la estructura... su
esposo que recibió el impacto…
La mujer reconstruía el hecho a punto de llorar. El médico, compadecido, la acercó a su
regazo y le dijo:
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- Ya, ya. Afortunadamente no quedo inválido. Pudo ser peor. Agradezca a Dios que todo
salió bien.
- Tenga la seguridad en ello.
Eutimia no se acostumbró fácil al cambio de su esposo. Le era difícil acostarse y vislumbrar
el collar de puntos que prendían a Aquilino de sus extremidades injertadas. La cicatriz de la
oreja la cubría con su cabello, que desde entonces fue largo. “Mami, mami. Mi papa y él se
parecen.” El niño señaló una ilustración subtitulada “Frankenstein”, por lo cual Eutimia
aconsejó a su marido no volver a salir en paños menores del baño. Sin embargo, la vida
continuó. Aquilino dejó de recibir la mesada de incapacidad tan pronto se sintió bien. “Iré
a trabajar” dijo una mañana, hastiado de la rutina casera. Siguió en su oficio, aunque le
fueron delegadas responsabilidades menores. Trabajaba martillando el duro asfalto hasta
que un día, cansado, su mano de injerto no quiso obedecerle. Por esta causa fue despedido.
-Mi mano. Mi mano.
La observó bien y dudó por un momento que fuera suya.
A la altura de la muñeca la pigmentación gradualmente comenzó a cambiar de un negro
carbonado a un blanco níveo. Tan pronto percibió el cambio, se dirigió a la clínica donde
fue atendido el día del accidente y, para sorpresa suya, los médicos lo esperaban.
-Es normal, señor Aquilino, que esto se presente. Lo que pasa es que algunos miembros
tienen determinadas reacciones, ya sea de rechazo o de resignación, ante el sujeto que las
lleva.
-Pero esta mano, ¿no es mía?
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-Sí y no. Lo que pasa es que en ella probamos un procedimiento experimental en el cual,
sin necesidad de puntos, la articulamos a su brazo por conexión nerviosa. Unimos uno a
uno los nervios.
-¿La volveré a mover?
-De seguro, pero tenga paciencia.
La mano era diferente a los otros miembros trasplantados. El brazo y la pierna
respondieron bien. Por semanas la mano dormida no dejó laborar a su dueño, por lo que
decidió ejercitar la otra obteniendo provechosos resultados. Una noche sentado a la mesa,
anegado en alcohol, recordaba su vida previa al accidente. “Estas no son mis manos, este no
es mi cuerpo” y el delirio seguía mientras su familia dormía. De repente la mano recobró
movilidad sin que Aquilino lo notara. Perdida la barra entre los cuadernos de sus hijos,
ansiosamente buscaba un bolígrafo. El hombre notó el bullicio de su miembro reburujando
los papeles y se asustó. Miraba con sorpresa aquel sujeto de cinco patas recorriendo de un
lado a otro la mesa hasta que capturó su cilíndrica presa y comenzó a escribir en caracteres
antiguos un mensaje ininteligible. Y la mano escribía y escribía ante su estupor, por lo que
bebió de un trago la botella de aguardiente y luego, exánime, cayó de la silla. Al otro día se
halló en su lecho atrapado por la resaca. Creía haber soñado: su mano derecha seguía
inerme, paralizada. Su mujer, atareada con los quehaceres domésticos, le alcanzó una taza
de café.
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-Eutimia: prepara una jarra de salpicón y el triciclo. Voy a salir a la playa a vender.
-Me parece bien.
El sol reverberaba la arena donde los bañistas paseaban contemplando el azul del cielo y la
inmensidad del océano apacible. Buen día para las ventas ambulantes. Espaciados unos a
otros, los vendedores se apostaban ofreciendo sus productos. Aquilino, con una mano, no
lo hacía mal.
Un policía se acercó.
-Dame uno de esos.
-Claro, tome.
El oficial se refrescó. Estaba cansado. Enjugó el sudor con un pañuelo sucio.
-Esto cada vez está peor.
-¿A qué se refiere?
Lo incorporó a su charla.
-Cada día se levantan más fanáticos religiosos anunciando desastres y pidiendo
arrepentimiento. Esta semana hemos recogido cadáveres y, a los que mejor les fue, los
salvamos de ser linchados.
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-Vaya, nuestra gente no es muy religiosa.
-¡Ni que lo diga! En esta ciudad se han clausurado más iglesias y centro de culto que
burdeles y supermercados. La única parroquia que hay ya no aguanta la soledad de sus
ceremonias. Yo les dije cuando llegaron: “Señores, aquí, religión... no prospera. Les irá
mejor vendiendo”.
-¿Y qué le respondían?
-Unos aceptaban y, en vez de fundar una iglesia, montaban una taberna; otros, más osados,
no aceptaban la esterilidad del sitio y se aventuraban. Se tuvieron que ir porque nuestros
conciudadanos prefieren la festiva voz del oferente que las imprecaciones dolorosas del
pastor.
-Ya me preguntaba por qué no habían iglesias.
-La sociedad de consumo, mi amigo. Ya ve: no tenemos la culpa de ser colonia. Dios aquí
no tiene mercado. Aquí lo que sea útil es lo que vale. El resto no es sino perdedera de
tiempo.
El mar comenzó a embravecerse.
-Es mejor que no trabaje hasta tarde. Los pronósticos no son favorables. La playa se cerrará
tan pronto el mar se pique. Y no tarda.
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Los bañistas comenzaron a recoger sus enseres y a retirarse. Lo propio hicieron los
comerciantes. Aquilino no se movió. Las olas, cada vez más altas, arremetían contra los
acantilados deshaciéndolos. Voces, rumores provenientes de las aguas, de las embestidas
contra las rocas:
Los ejércitos del mar se agolpan
Sobre los hijos de perdición
Porque pecaron y no se dolieron
Oyeron y no se volvieron
La gente, despreocupada, alejándose de la playa y el llanto de los niños viajando por los
vientos huracanados. Aquilino estaba absorto, su mirada suspendida en las olas, en el
majestuoso mar. Nuevamente las voces provenientes del rugido tempestuoso.
Irán entonces a la eternidad
De los abismos oscuros y silenciosos
Donde mora el Behemot y el Leviatán
Los monstruos de la antigüedad
Anuncios de profecía. Viento que cabalga sobre aguas impetuosas. Aquilino, saliendo del
trance, tomó su carreta y emprendió la huída rumbo a su casa interrogándose sobre los
mensajes. No quiso probar bocado. Los niños inundaron nuevamente la mesa con papeles y
la mujer planchaba la ropa viendo el noticiero.
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- Esas lluvias nos dañan todo. El comercio se detiene porque no hay quien compre.
¡Maldita sea!
-No digas eso, mujer. Dios nos puede castigar
Todo se detuvo en la habitación. Los niños giraron sus cuellos ante la palabra extraña que
Aquilino pronunció. La mujer, no menos atónita, replicó:
-¿¿Dios?? ¿Qué sabes tú de él? ¿Acaso piensas en El cuando sales a beber con tus
amigotes? ¿Eres religioso? ¿No fuiste uno de los que apoyó el cierre de la sinagoga?
-¡Ya calla! Ni una palabra más.
Las acusaciones eran ciertas. Aquilino había levantado el garrote para apalear a muchos
ministros, con piedras había derrumbado varios altares y puesto en fuga no pocos
prosélitos. Sin embargo, su mente seguía aturdida por las voces que escuchó, repasando el
mensaje una y otra vez temeroso de revelarlo. Esa noche, sobrio y expectante, se sentó
frente a los papales desordenados esperando si se repetía el suceso. Pero su mano seguía
muerta. Difusamente pensaba en instantes dichosos de la infancia donde su madre llenaba
los cuadros. Sin advertirlo, la mano reaccionó y buscó el bolígrafo, esta vez sin mayores
dilaciones. Aquilino reaccionó y observó los signos que se escribía superpuestos, uno tras
otro, sin el menor síntoma de fatiga. No sabía siquiera escribir en su lengua natal. Nunca
estudió. Empero, le era extraña la singular familiaridad que tenia con aquellos caracteres.
La mano se movía en un desfile subliminal sobre los cuadernos y, al acabar el papel,
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Aquilino ponía otro sintiendo que no se podía detener. La mano le arrastraba tras el chorro
de tinta que aparecía sin cesar hasta que estuvo agotada. Quiso buscar otro bolígrafo pero la
mano seguía trazando líneas, las cuales eran invisibles ya. Aterrorizado por la corazonada
que quizá no se detendría, se apartó de la mesa una distancia pertinente. Pero la mano con
depravada voluntad seguía. Traspasaba los papeles grabando en la madera las líneas. La
situación comenzó a hacerse insoportable. El sudor chorreaba abundante sobre su rostro
con los ojos crispados de miedo. La mano lo ataba a su frenesí. La retuvo con la otra pero,
presionada, grababa en la madera ya no con la elegancia del principio sino con desbocada
fuerza. El miedo se acentuó. Quiso gritar preso de la desesperación y en el instante que se
aprestaba al aullido la carrera terminó. La mano soltó el cilindro magullado, quebrado,
volviendo a su estado de parálisis natural.
Creyó de nuevo haber soñado. La luz del día lo saludó por los entresijos de su ventana y lo
animaban el trinar de los gorriones a levantarse cándido. Su esposa quebró su tranquilidad
rutinaria.
- Aquilino, ¿Qué es esto?
Levantó los papeles extrañada. Al descubrir las grafías de la mesa se encolerizó, aventando
los manuscritos a la cara de su esposo.
-¡¿Qué te pasa?! ¿Por qué has hecho esto? ¿No sabes cuánto tuve que trabajar para
comprarla?....
La mujer siguió con sus improperios y Aquilino estaba sordo a ellos. Su mano izquierda
agarro del piso las cuartillas y con asombro las examinaba. Maquinalmente caminó hacia la
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puerta que daba a la calle y salió sin que Eutimia pudiera detenerlo. Con los ojos clavados
en los signos murmuraba como si leyera.
Al haber olvidado Su bondad
El también los olvidó a ellos
Dejando que la concupiscencia
Llenara la copa de su ira.
Así llegó a la parroquia. El sacerdote cerraba con candado las puertas pesadas, en otro
tiempo abiertas a toda hora, tanto de noche como de día. Pasaba diagonalmente una cinta
mortuoria cuya inscripción rezaba “clausurada”.
El hombre veía la edificación
desengañado.
- Padre, padre, tengo algo que contarle- dijo Aquilino con manifiesta premura.
- Lo siento hijo, hoy no confieso- dijo sin quitar la mirada al mausoleo católico.
- No padre, no es eso. Lo que pasa es que tengo un mensaje de Dios
- ¡¡¿Dios?!! El hace mucho se olvidó de esta tierra.
- No padre, no diga eso. Hoy, más que nunca, El se interesa por nosotros.
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- Mira hijo -volteó atendiendo al preocupado feligrés- El negocio cerró. Ya da lo mismo si
Dios existe que si no hay. Total: nosotros debemos luchar denodadamente mientras El está
allá en el cielo reinando en Su trono. Es ajeno a todo cuanto pase aquí. Debemos
arreglárnoslas como podamos para seguir viviendo lo más decente posible mientras El
permanece indiferente… allá en el cielo.
El presbítero lanzó una mirada reverencial a las alturas y se persignó.
- Está equivocado, padre. Tengo un mensaje de Dios y debo anunciarlo. ¡¿No lo entiende?!
- No, Hijo. No lo entiendo. No entiendo cómo puedes hablar en nombre de un muerto.
- ¿Qué dice, padre?
- Que Dios ha muerto.
- No puede ser...
- ¿Lo quieres ver...?
Y señaló a toda la gente que transitaba por la plaza y las avenidas contiguas. Con su dedo
doctoral recorrió las conciencias de sus conciudadanos que paseaban por la alameda con la
mirada baja conversando de cosas cotidianas, por lo mismo estúpidas; señaló la casa de
gobierno y al alcalde, gordo y feo, que se subía a su berlina haciendo ademanes de gente
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ilustre mientras no lejos de allí los mendicantes yacían inánimes a causa del ayuno
obligado; avizoró los bares llenos y los hacendados satisfechos que jugaban naipe con sus
manos acariciando su gruesa barriga. Los diálogos de las prostitutas a las puertas del
burdel, las cominerías de las amas de casa sobre la novedad cualquiera, los mercachifles
apostados en las esquinas, los niños riendo y saltando sobre el cuerpo de un roedor...
- Dios ha muerto…
- ... Y nosotros somos sus asesinos- dijo Aquilino desvencijado entre sus pensamientos.
El sacerdote se disponía a salir. Se puso unas gafas negras y, rumbo a su coche, Aquilino
atinó a decir, casi sin aliento.
- ¿Queda alguna esperanza, padre?
- Claro, siempre la habrá.
Subiendo al auto saludó con un beso ardiente a la mujer que lo esperaba.
- Vivir... porque la muerte es el final del camino.
Y se fue, rugiendo su motor, por la avenida desocupada.
Quiso desfallecer. Quiso dejarse en el pavimento y esperar. No sabía qué, pero esperar. De
repente un fuego ardiente se metió entre sus huesos y lo reincorporó.
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- ¡Algo se puede hacer!, ¡Algo! Es preciso hacerlo.
Con súbita emoción se lanzó por las calles exclamando a voz en cuello lo que iba leyendo:
Por eso, Dios irá contra ellos
Y los raerá de la tierra habitada.
El policía, que antes le había hecho la caridad de comprarle un vasito de salpicón, lo detuvo
de un golpe.
- ¡Ay no! No me diga que usted también se presta a esos juegos.
- Necesito.... necesito hablar con ellos.
- ¿Con quienes?
- Con ellos. Tengo un mensaje de parte de Dios.
- Lo siento. Porque lo aprecio es que debo arrestarlo. Puede ser la próxima víctima.
No atendió los consejos del uniformado y siguió recorriendo las calles deteniendo a cuantos
se topaban con él. Interrogaba bruscamente a los transeúntes, los cuales le trataban con
desdén. Frases locuaces y arengas sobre el arrepentimiento se escuchaban en la calle, pero
nadie se detenía creyendo loco al predicador, como a los anteriores. Al ver que sus
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increpaciones fallaban, que en vez de capturar su atención los alejaba, se detuvo en su
frenesí. El policía le dio alcance.
- Con un buen baño eso se le pasa.
- Le pido, señor agente, un último favor- dijo Aquilino cabizbajo.
Por unos instantes vaciló.
- Sé que usted es cuerdo. Si lo ayudo, ¿No opondrá resistencia?
- Si no logro hablarles, me olvidaré del asunto- dijo clavando su mirada en el aterrado
rostro del agente.
Ambos se dirigieron a la plazoleta de la parroquia, donde minutos antes el cura se había
despedido de la vida religiosa con su amante. Aquilino revisó los papeles y gritó.
- ¡Arrepiéntanse o Dios nos castigará!
Pero la respuesta fue el mismo desdén.
“Será la única manera que me escuchen” pensó, y de inmediato la haraposa camisa y el
deshilachado pantalón que lo cubrían cayeron rasgados.
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- ¡Tengo un mensaje para ustedes!
El cuerpo remendado, la carne cocida a retazos y una mano lívida lograron captar la
atención de la gente, que ante la aparición comenzó a aglutinarse en el lugar.
- La pierna y el brazo no son sus miembros naturales.
- La ciencia, la divina ciencia logró trasplantarlos.
- Parece como si fueran naturales. ¡De no ser por las cicatrices no creerían que son injertos!
La gente murmuraba a su alrededor. Las mujeres tapaban los ojos de los niños que
buscaban fisgonear al espécimen.
- Civilización. Hemos llegado a la cumbre de la civilización.
- ¡Escuchen ahora! -dijo Aquilino mostrando los manuscritos -Dios me ha dado un mensaje
a mí, que soy nadie.
La gente continuaba a su alrededor absorta.
- Nos hemos aparatado de Él y por causa del pecado estamos condenados; pero ahora nos
llama al arrepentimiento.
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- Ya le oiremos hablar de eso- decían algunos retirándose.
Para evitar la desbandada, Aquilino leyó el mensaje de los signos extraños. Todos
escucharon:
Relámpagos, voces y truenos
Se escucharán en el día de Yavhé
Y las potencias del mundo serán conmovidas
El mar levantará su juicio
La tierra no se opondrá
Los torbellinos serán desatados
El fuego se apartará.
Porque Él alargó su cayado
Para recibirlos de sus malos caminos
Para curar su tierra y aliviar su pena
Para sanar sus mujeres y bendecir su fruto.
Pero ellos, fatuos y sordos
Rechazaron el buen consejo.
Despreciaron la vianda divina
Y se entregaron a sus malos deseos
Dios, aún aguardando su cólera
Prolongó su amor divino
Y esperando la oblación
Les envió a sus siervos y profetas
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Para zaherirlos y reconvenirlos
Pero ellos, obstinados en su yerro.
A unos apalearon
A otros abofetearon
Y a los últimos
Ampliando la cuenta de su pecado
Los asesinaron....
Vaciló en la última frase previendo lo peor.
Quienes escucharon, fieros por la profecía, lo buscaron para matarlo. La mano, antes
amoratada y quieta, comenzó a ponerse blanca como la nieve.
- ¡A él no! ¡A él no! Tiene la mano leprosa como el otro que murió justo aquí, en este lugar.
Ante el fenómeno se apartaron con escrupuloso asco, siguiendo su camino.
- Muérete pronto, leproso- rechinó un niño cuando su madre lo halaba.
Aquilino, abandonado del mundo, descreído de todos, cayó de rodillas con los brazos
extendidos y el rostro al cielo derramando lágrimas inocultables.
- Dios mío, Dios mío: Perdónanos....
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Y quedó allí elevando una súplica bíblica con el rostro hirviendo en dolor y la mano blanca
como la nieve; amputada del brazo de un profeta que encontró el cuerpo preciso para
anunciar un mensaje solemne a la ciudad que, presa por la sofisticación de la comodidad y
los progresos científicos, minutos después sería sepultada por las aguas.
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