así Mahoma: «Satán busca sembrar la discordia y el odio entre vosotros mediante el vino y las apuestas. Absteneos de ambos.» Pero también la Biblia los prohibe y juegan cristianos, judíos y mahometanos. La religión más fuerte es la del dinero. Sobre todo hoy. Se cree que hay un dios que sonríe a los que tienen suerte. —¿El muerto, entonces, era jugador? —¿No se fijó en sus ojos abiertos? —Pues no. —Si lo hubiera observado se habría dado cuenta de que tiene la mirada del que sabe las cartas que llevas con sólo mirarte a los ojos. Me fui a acostar. Entonces recordé el día y maldije. El Viejo se había reído cuando vomité y eso que no me descompuse en el momento en que vimos el cadáver congelado, como congeladas se veían las hormigas que en hilera se habían quedado muertas en sus labios; los ojos muy abiertos como si aún mirara al que lo mató. —Abra la funcionario. nevera —le dijo al Y sacaron el cadáver como se saca el pan del horno, tirando para sí. Estaba escarchado como un esquimal. El Viejo observó al muerto durante mucho tiempo. No era el primer muerto que veía. Cuando de verdad me sentí morir fue después, durante nuestra visita al chalet donde habían matado al hombre del frigorífico. Nos quedamos clavados en la buhardilla delante de un baúl bizantino con incrustaciones de perlas, rodeado de muebles viejos. Era un cofre pequeño. El Viejo apoyó el oído en la tapa y luego buscó el palo de una fregona para abrir. Aunque él se puso más cerca, pude ver lo que allí había: dos serpientes muertas, una de ellas partida, sanguinolenta. Enseguida volvió a tapar el cofre, pero en tan breve período de tiempo pudimos deducir que uno de los reptiles se había comido al otro. Opinó: —Son víboras. ¿Cómo iba a dormir Desde niño creía que las víboras matan con el aliento, y cuando sus ojos se encuentran con los del hombre, éste muere. También creía, seguro que erróneamente, que los tigres alumbran con sus ojos la oscuridad. Lo que más me inquietaba era lo que me había dicho el Viejo, tal vez para asustarme: —Muchas serpientes son inofensivas como animales domésticos. Pero la víbora copula con la boca y cuando el macho acaba y se desvanece, la hembra se arroja a sus genitales y se los secciona a mordiscos. En el insomnio tuve que encender la luz porque, en cuanto me quedaba dormido, soñaba que algo reptaba por entre las sábanas. Recordaba las palabras del Viejo: —Viven trescientos años y los beduinos se las comen. Me vi, entre sueños, engullido por una de aquellas serpientes. Soñé también con el Viejo que, bien pensado, tenía cierto aspecto de reptante. La experiencia de mi compañero quedó clara al día siguiente, cuando los del laboratorio confirmaron que las bichas del cofre eran, efectivamente, víboras. «Víboras del Gabón. Sus colmillos, más grandes que los de cualquier otra serpiente. Miden más de metro y medio. El ofidio más venenoso de cabeza blanca. Puede matar en cinco minutos. Se esconde en los matorrales de África.» El Viejo alardeó de sus conocimientos sobre los árabes y aventuró que el muerto podría ser beduino. Pero enseguida comprobamos que el que estaba guardado en el frigorífico no era un beduino errante y aventurero, sino un hombre de ciudad que frecuentó hasta horas antes de su fin los lugares del juego. Todos a los que se les mostró la fotografía con los labios morados dijeron: «Muza.» Lo encontró la mujer de la