Monasterio de San Miquel de Cuixà

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Por Cruz Celdrán.
MONASTERIO DE SANT MIQUEL DE CUIXÀ
MONUMENTO DE PRIMER ORDEN DEL ROMÁNICO CATALÁN
La abadía de Sant Miquel de Cuixà, está situada en el valle de Prades, cerrada al norte y poniente por el
macizo de Madres y los últimos contrafuertes de las Corberes, presidido al mediodía por la masa majestuosa e
imponente del Canigó, en la llamada “Terre Catalane”.
En el año 840-841, un pequeño grupo de clérigos y laicos fundaron el monasterio de Eixalada a orillas
del río Tet, cerca de la actual Oleta (Conflent). En el año 854, un grupo de clérigos procedentes de Urgell, entre
ellos el arcipreste Protasi, fueron a Eixalada para dar al monasterio una nueva inyección de vitalidad. A partir
de ese momento, empezó a crecer bajo la protección de los condes Urgell-Cerdanya-Conflent.
En el 878, en tiempos del conde Salomón, una crecida del río Tet inundaba y destruía el monasterio.
Materialmente se pierde todo.
Los treinta y cinco supervivientes, con el arcipreste Protasi, se refugiaron en una propiedad y una
iglesia dedicada a Sant Germà, obispo de Auxerre, que poseía Protasi en Cuixà, cerca del pueblo de Codalet.
El monasterio creció rápidamente, especialmente por la protección de los condes de CerdanyaConflent. En el año 883 eran ya sesenta monjes. Cuixà se distinguió por una política de obertura al exterior, que
actualmente denominaríamos de tipo europeo, cosa que en aquellos tiempos resultaba original en las regiones
catalanas.
En el año 950, en tiempos del abad Gondofred y del conde Sunifred, el monje Sunyer fue a Roma y
obtuvo del Papa Agapito II una bula de confirmación de los bienes del monasterio. En el año 952, el mismo monje
consiguió en Reims un precepto del rey Luis.
El camino de obertura y de relaciones, lo continuaría el primer de los grandes abades de Cuixà, Garí.
Garí fue un abad viajero, inquieto y emprendedor. Mantuvo relaciones con el célebre monje Gerbert, el hombre
más culto de la época, quién llegaría a ser Papa con el nombre de SilvestreII; rigió distintos monasterios, fue en
diversas ocasiones a Roma y peregrinó finalmente a Jerusalén. El hecho más sobresaliente en la vida de Garí
fue su viaje a Venecia, regresando en el año 978, acompañado por el duque de la República, Pedro Urseol, junto
con los nobles Juan Grandonico y Juan Morosini. Todos ellos profesaron durante algunos años la vida monástica
en Cuixà, el 10 de enero del año 988, murió en el monasterio Pedro Urseol, el cual fue canonizado tiempo
después por el abad Oliba.
En Cuixà se han edificado cuatro iglesias, dos dedicadas a Sant Germà de Auxerre y dos a Sant Miquel.
La primera anterior al año 873, es la que edificó Protasi.
En el año 938, encontramos citada la segunda iglesia, dedicada a Sant Miquel. En tiempos del abad
Gondofred, el conde Sunifred construyó una tercera iglesia. Fue consagrada el 30 de julio del año 953.
Finalmente, en el año 956, según Ponsich, en los primeros tiempos del abad Ponç, el mismo conde Sunifred
comenzó la edificación de un nuevo templo dedicado a Sant Miquel, el cual fue consagrado el 30 de septiembre
del año 974, en tiempos del conde Oliba Cabreta y el abad Garí. Es la iglesia actual.
La iglesia de Cuixà, tal y como la vemos hoy, ha perdido mucho de su aspecto primitivo, y cuesta un
poco encontrar unidad en sus líneas, mutiladas ó adulteradas por múltiples cambios de gusto. Con todo, esta
masa de piedra maltratada por los hombres y por el tiempo, sin la policromía con que se adornaba en otras
épocas y sin los mármoles preciosos del altar y la tribuna, todavía impone.
La nave mide 30,60 m. de largo por 9,40 m. de ancho, acabando con un ábside rectangular de 12,10 m.
de largo por 7,10 m. de ancho, un tanto desviado respecto al eje de la nave. A cada lado de la nave central, tres
arcos mutilados de medio punto dan paso a dos naves laterales mucho más cortas que la del medio.
Al fondo de la nave, y antes del coro y del presbiterio, se abren a cada lado, dos grandes arcos del
transepto. Estos, cegados hoy por el muro del campanario demolido al norte. En el siglo X, se prolongaba hasta
dar cabida a la obertura de dos absidiolas pre-románicas, situadas a cada lado del ábside central.
Entre estos ábsides y el central, a cada lado de la iglesia, un portal coronado por una obertura en
forma de arco de herradura, da paso a la girola construida por el abad Oliba.
El siglo XI nos evoca el nombre de otro gran abad de Cuixà: Oliba. Este como Garí, no era monje
originario de Sant Miquel. Hijo del conde de Cerdanya, Oliba Cabreta, amigo del abad Garí y de Pedro Urseol,
Oliba fue monje y abad de Ripoll, y antes del 1008, abad de Sant Miquel de Cuixà.
Oliba fue un gran constructor, Vic y Ripoll le deben el campanario y las basílicas. En Cuixà, emprendió
una obra de gran transformación.
En el interior de la iglesia, levantó y transformó la nave central al nivel de las ventanas, la decoró con
pinturas y construyó, sobre el altar mayor, un cimborio que era la admiración de los contemporáneos. El monje
Garsies nos habla de las siete columnas de mármol rosa con capiteles blancos y de los símbolos de los cuatro
evangelistas esculpidos en madera. Pero todo eso se ha perdido.
Hoy, de la obra del abad Oliba en la iglesia de Cuixà, nos queda, la piedra del altar, la girola cuadrada,
construida a los lados y detrás del presbiterio, coronada por tres ábsides semicirculares que, sumados a los
cuatro ya existentes, formaban los típicos siete ábsides que encontramos en la iglesia de Ripoll.
De estos ábsides construidos por el abad Oliba, el único que se ha conservado es el del norte. El del
sur es una reconstrucción moderna. El central desapareció al construirse en el siglo XVI, la capilla renacentista
que vemos hoy.
Oliba es conocido como el introductor del estilo lombardo en Cataluña. Al abad Oliba, también hay que
atribuirle los dos campanarios construidos en el extremo de los brazos del crucero y de los cuales, hoy, solo
resta el del cantón sur. Se trata de una torre de 40 m. de altura, admirable por la belleza de sus proporciones y
la sobriedad de su decoración. Hoy, el campanario ha perdido parte de su antigua elegancia.
Al oeste de la iglesia, aprovechando el desnivel del terreno, mandó construir una sala de tres naves
paralelas a la fachada de la iglesia, y separadas entre ellas por arcos románicos a diferentes niveles,
construidos aparentemente sin un plan preconcebido, comunica con dos corredores de vuelta encofrada, que
equivalen, muy probablemente, a las antiguas capillas de los santos Gabriel y Rafael.
En el centro de los dos corredores, encontramos la cripta de la virgen del Pesebre. Esta cripta es una
de las piezas más interesantes de Cuixà: una capilla circular con ábside al oriente, vuelta de mortero encofrado
que descansa sobre un pilar central. La decoración es nula; El material pobrísimo. El efecto del
conjunto de esta cripta, llamada también de la Palmera, es de una belleza y elegancia cautivadoras.
Después de la muerte del abad Oliba, le sucede en Cuixà su sobrino, uno de los hijos de Guifré, conde
de Cerdanya, fundador de Sant Martí del Canigó. Arquitectónicamente, el siglo XII nos reserva dos grandes
obras: el claustro y la tribuna.
Originariamente, el claustro ocupaba un gran cuadrilátero irregular, adosado a la pared norte de la
iglesia. El terreno se tuvo que nivelar, cosa que exigió bajar el nivel del pavimento de la galería sur, ello obligó a
suprimir, la antigua puerta lateral del siglo X, y a practicar una nueva obertura con una iglesia hasta el nivel del
claustro.
Del claustro original de Cuixà, son bien pocos los capiteles que quedan intactos. Abandonado y
devastado a partir de la Revolución Francesa, sus elementos fueron repartidos entre particulares. En enero de
1907, un escultor norte americano, George Grey Barnard adquirió un lote de capiteles, con estos capiteles, y
algunos de otras procedencias, en el año 1936 montaron el claustro que hoy admiramos en el Museo de los
Claustros de Nueva York.
El claustro que hoy visitamos en Cuixà, fue reconstruido en los años 1950-53, por el arquitecto catalán
Joseph Puig i Cadafalch. Sus elementos, capiteles y columnas, son todos auténticos, aunque no se puede
garantizar cual era su emplazamiento original. La piedra de los arcos, en su mayor parte, se ha cortado
modernamente en el mismo mármol rosa de la piedra de Rià, la cual componía el material de los antiguos
capiteles.
En la actual reconstrucción, solo el ala sur del claustro ocupa la totalidad del emplazamiento. El ala
occidental, de catorce arcadas, ocupa solo las dos terceras partes de las antiguas dimensiones; y del ala
oriental, nada más se han podido reconstruir cuatro arcadas, separadas por un pilar y dos grupos de columnas
gemelas, siguiendo un plano de Cuixà del siglo XVIII. El ala meridional es la única completa, la mayoría de sus
capiteles, de una evidente unidad, pueden ser atribuidos a las manos de un solo maestro. Los otros capiteles,
serían imitaciones más ó menos bien hechas de este grupo base.
A pesar de las variantes, una misma estructura se repite en cada uno de los capiteles: cuatro grupos
de volutas, los ángulos de un ábaco cuadrado con una simple moldura sin decoración. En el centro, un dado,
convertido en una cabeza de monstruo, de hombre ó simio. Debajo constituyendo el follaje del capitel, una
decoración compuesta de cuatro hojas, a veces de líneas casi geométricas, enrollan los ángulos debajo de las
volutas; ó una teoría de leones ó monstruos. Algunas veces estos animales no avanzan en una misma dirección,
sino que se agrupan de dos en dos, reuniendo sus cuerpos en una sola cabeza. Mientras en los otros dos
ángulos aparece una sola cabeza, inmensa sobre dos débiles patas. Otras veces, en algunos capiteles de
regusto oriental, el rostro que ocupa el dado central del capitel, se ha desarrollado en una figura humana, la
cual domina los monstruos de los ángulos. Nos queda todavía el tipo de capitel, en el cual, los ángulos están
robustecidos por las figuras de cuatro águilas, que decoran el resto del follaje del capitel con sus alas.
El siglo XII, también nos dejó en Cuixà otra gran obra: la tribuna.
La tribuna estaba situada en la parte occidental del interior de la iglesia. Quedando señalado en el
pavimento el emplazamiento de dos de las pilastras de su fachada. Además de estas, posiblemente cuatro
pilastras más y ocho columnas ó grupos de columnas gemelas, sostenían los nervios que adornaban las aristas
de las vueltas. En Cuixà se conservan numerosos fragmentos de estos nervios.
En la puerta del lado norte de la iglesia, se han colocado los elementos de dos de las arcadas de la
antigua fachada, conjugados en una sola arcada. El relieve de los motivos que la adornan es finísimo.
Únicamente tienen un relieve más alto las figuras de dos querubines, bajo los símbolos de los evangelistas.
En Cuixà se conserva el relieve que simboliza al evangelista San Mateo, y un magnífico arranque de
arcada adornado con la figura de un león de características orientales, seis capiteles, un ábaco y numerosos
pequeños fragmentos.
Cuixà es un monasterio señorial, pero de poca importancia dentro del mundo eclesiástico. El abad
ejerce funciones casi episcopales.
El monasterio sigue las vicisitudes del Rosellón. En el 1172, el condado de Cerdanya se une al condado
de Barcelona; en 1364, sufre la venganza de Pedro III de Aragón, después de la victoria de este contra Jaime III
de Mallorca; en el 1462, pasa a dominio francés.
En el 1592, junto con otros monasterios roselloneses, Cuixà se une a la congregación claustral
tarragonense.
En el 1659, el Rosellón pasa definitivamente bajo dominio francés, y Cuixà sufre una vez más las
consecuencias de la guerra.
En el 1789, la asamblea nacional decreta la confiscación de los bienes eclesiásticos, y en el 1793,
comienza el saqueo y la demolición del monasterio y sus bienes.
Fue en 1919, cuando Cuixà, con la llegada de los monjes cistercienses de Fontfreda, comienza una nueva
vida. En el 1952, con la ayuda del Ministerio de Bellas Artes del Estado Francés, y del consejo general del
Departamento de los Pirineos Orientales, se reconstruía el claustro y se cubría la iglesia.
Pero los monjes cistercienses faltos de vocación, pasaban por un momento difícil. No viéndose con
fuerzas para continuar custodiando el monasterio de Cuixà, lo ofrecieron a los monjes de Montserrat. El 29 de
noviembre de 1965, un grupo de monjes de este monasterio, descendientes del gran abad de Cuixà, Oliba quién
entre los años 1023 y 1027, fundó Montserrat, tomaron posesión de Sant Miquel de Cuixà. La obra de
restauración continúa.
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