EL CANTAR DE MIO CID Y EL MESTER DE JUGLARÍA Es un cantar de gesta anónimo que cuenta las hazañas heroicas inspiradas libremente en los últimos años de la vida del caballero castellano Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador. El texto original se escribió en 1200, en español medieval, y es la primera obra narrativa extensa de la literatura española. Es el único cantar épico español conservado por completo. El Cantar de Mío Cid habla sobre el trabajo del Cid por recuperar su honra perdida como héroe. La historia inicia con el destierro del Cid, alejado de su familia y propiedades. El Cid para poder recuperar el perdón del rey, conquista Valencia, y puede volver de ese modo con su familia. Sus hijas se casan con los condes de Carrión, pero más tarde las maltratan por venganza hacia su padre y son llevados a juicio, perdiendo todos sus derechos, y terminado las hijas del Cid casándose con unos príncipes españoles. Las gestas se dividen en tres partes: 1ª: Empieza hablando sobre el destierro del Cid y de los esfuerzos del Cid por recibir el perdón del rey. 2ª: Habla sobre la conquista del Cid sobre Valencia, el perdón del rey y la boda de las hijas del Cid con los condes de Carrión. 3ª: Habla sobre la cobardía de los condes de Carrión, el maltrato de estos a las hijas del Cid, el juicio a estos, y termina con los nuevos planes de boda de las hijas del Cid con los infantes de Navarra y Aragón. El Cantar de Mío Cid es una historia real con rasgos falsos, similar a la historia del rey Arturo en Inglaterra, aunque la épica española no tiene elementos mágicos. España en la época del Cid estaba dividida en los reinos cristianos, y en los reinos musulmanes, que estaban enemistados, ya que ambos querían el dominio completo sobre España. Tras la muerte del califa Hixem III, se crearon varios reinos musulmanes independientes, que carecían de cualquier unión política que los uniera frente a los cristianos, que hacían todo lo contrario, lo que provoco en la zona cristiana que los reinos de León, Castilla y Navarra se unieran. A principios del s.XI, la España cristiana está dominada por Sancho III el Mayor de Navarra, que a su muerte dividió su reino entre sus hijos Fernando I el Magno, de León, García Sánchez ‘de Nájera’, de Navarra, y Ramiro I, de Aragón, lucharon para poder conseguir el poder, saliendo vencedor mayoritariamente Fernando I de León. Este a su muerte dividió su reino entre sus cinco hijos. Sancho, uno de los hijos de Fernando, había heredado Castilla y algunas de las parias de Zaragoza, tenía como hombre de confianza al Cid, que fue quien lo encontró muerto durante la guerra para conquistar Zamora, heredando todo Alfonso. Primer cantar. Cantar del destierro (vv. 1–1084). El Cid ha sido desterrado de Castilla por el rey Alfonso Vl. Debe abandonar a su esposa e hijas, a quienes deja a la protección del abad del monasterio de San Pedro de Cardeña, e inicia una campaña militar acompañado de sus fieles en tierras no cristianas, enviando un presente al rey tras cada victoria para conseguir el perdón real. Segundo cantar. Cantar de las bodas (vv. 1085–2277). El Cid se dirige a Valencia, en poder de los moros, y logra conquistar la ciudad. Envía a su amigo y mano derecha Álvar Fáñez a la corte de Castilla con nuevos regalos para el rey, pidiéndole que se le permita reunirse con su familia en Valencia. El rey accede a esta petición, e incluso le perdona y levanta el castigo que pesaba sobre el Campeador y sus hombres. La fortuna del Cid hace que los infantes de Carrión pidan en matrimonio a doña Elvira y doña Sol. El rey pide al Campeador que acceda al matrimonio y él lo hace aunque no confía en ellos. Las bodas se celebran solemnemente Tercer cantar. Cantar de la afrenta de Corpes (vv. 2278–3730) Los infantes de Carrión muestran pronto su cobardía, primero ante un león que se escapa y del que huyen despavoridos, después en la lucha contra los árabes. Sintiéndose humillados, los infantes deciden vengarse. Para ello emprenden un viaje hacia Carrión con sus esposas y, al llegar al robledo de Corpes, las azotan y las abandonan dejándolas desfallecidas. El Cid ha sido deshonrado y pide justicia al rey. El juicio culmina con el «riepto» o duelo en el que los representantes de la causa del Cid vencen a los infantes. Estos quedan deshonrados y se anulan sus bodas. El poema termina con el proyecto de boda entre las hijas del Cid y los infantes de Navarra y Aragón. Se llama mester de juglaría al conjunto de la poesía —épica o lírica— de carácter popular difundida durante la Edad Media por los juglares, que eran quienes las cantaban o recitaban para recreo de nobles, reyes y público en general. En castellano se menciona por primera vez la palabra juglar en 1116, época en que aparecen los juglares en León. Según Ramón Menéndez Pidal en su estudio Poesía juglaresca y orígenes de las literaturas románicas, Madrid, 1957, la palabra juglar viene del latín jocularis, joculator, que significa 'bromista u hombre de chanzas'. Por su parte, la palabra mester viene de la palabra menester que procede del latín ministerium que significa ministerio, que a su vez significa 'oficio'. Había dos tipos: los juglares épicos: que recitaban poesía narrativa, y los juglares líricos, que se dedicaban a cultivar la poesía sentimental y a difundir composiciones poéticas como serranillas, coplas, poemas compuestos por trovadores etc. En la primera Edad Media (siglos X,XI,XII y XIII) eran más numerosos los primeros; a partir de la segunda mitad del siglo XIII y en el XIV dominan más los líricos. Los juglares eran unos personajes de humilde origen, cómicos ambulantes que se dedicaban, además, a ejercicios circenses, haciendo juegos malabares, actuando como volatines y saltimbanquis o como bufones que cuentan chistes o tañen instrumentos sencillos, o bailan y cantan representando piezas sencillas de mimo o títeres y, es lo que importa para la historia de la literatura, recitando versos que componían otros autores, llamados trovadores, bien en los lugares públicos (las plazas de los pueblos, sobre todo), bien en castillos de señores feudales por los cuales eran alojados; muchas veces se ayudaban con dibujos. El verso juglaresco se caracterizaba por su anisosilabismo, es decir, era un verso irregular que oscilaba entre las diez y las dieciséis sílabas, con predominio de los versos de catorce o alejandrinos, y usaban como rima la asonante, que proporcionaba más libertad para improvisar y recordar fórmulas fraseológicas que, repetidas habitualmente, servían para rellenar versos mientras los juglares recordaban, como han mostrado los estudios sobre los juglares yugoeslavos. Este descuido diferenció a este mester de juglaría del llamado mester de clerecía, caracterizado por lo opuesto; tal y como dice su texto fundador, el llamado Libro de Alexandre, «Mester traigo fermoso / non es de juglaría / mester es sin pecado, ca es de clerecía / fablar curso rimado / por la cuaderna vía / a sílabas contadas, ca es gran maestría»: palabras desdeñosas que indican a las claras el desprecio de los hombres cultos o clérigos por el estilo de esta literatura más popular, la del mester de juglaría.