vol 195 - Archivo General de la Nación

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La noción de período
en la historia dominicana
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Archivo General de la Nación
Vol. CXCV
Pedro Mir
La noción de período
en la historia dominicana
Volumen I
Santo Domingo
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Cuidado de la edición: Eliades Acosta Matos
Cotejo y corrección: Ibis Acosta y Janley Rivera Mejías
Diagramación: Juan Francisco Domínguez Novas
Diseño de portada: Enrique F. Hernández Gómez
Ilustración de portada: Los colores de la bandera de la República Dominicana
junto a una composición fotográfica que contiene las imágenes de Cristóbal Colón,
José Núñez de Cáceres y Juan Sánchez Ramírez.
Primera edición, 1981
Segunda edición, 2013
De esta edición
© Archivo General de la Nación (Vol. CXCV)
Departamento de Investigación y Divulgación
Área de Publicaciones
Calle Modesto Díaz, núm. 2, Zona Universitaria,
Santo Domingo, República Dominicana
Tel. 809-362-1111, Fax. 809-362-1110
www.agn.gov.do
ISBN: 978-9945-074-90-1
Impresión: Editora Búho, S. R. L.
Impreso en República Dominicana / Printed in Dominican Republic
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Índice
Presentación del problema......................................................... 9
Esbozo de un modelo de síntesis de la historia dominicana...... 21
PRIMERA PARTE
A. La historia que no se escribe.............................................. 67
a. Consideraciones en torno a la noción de Método
y la noción de Período......................................................... 69
b. Caracterización de la noción de Pueblo ............................. 81
B. La historia que sí se escribe ............................................... 87
Antemural................................................................................... 89
a. La opción antillana .............................................................. 91
b. La opción continental ......................................................... 98
c. La opción insular.................................................................. 101
Esquema I ............................................................................ 105
SEGUNDA PARTE
C. La historia que tal vez debería escribirse....................... 109
La opción dominicana...............................................................
Introducción ..............................................................................
1. La Era imperial....................................................................
Esquema II .................................................................................
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1. La época de las devastaciones .......................................... 119
Esquema III ......................................................................... 120
a. Devastaciones imputables a España .................................... 121
Devastación I........................................................................... 123
Las Consecuencias: .................................................................. 135
Consecuencia I.......................................................................... 135
Donde se discute el problema del aniquilamiento
completo de la propiedad .................................................... 135
Consecuencia II........................................................................ 148
Donde se asiste a la total disipación del pueblo.................. 148
Consecuencia III....................................................................... 153
Donde se certifica la desaparición definitiva de la esclavitud .. 153
Consecuencia IV....................................................................... 171
Donde se contempla la reducción de la soberanía
imperial y del poder colonial............................................... 171
Consecuencia de las consecuencias....................................... 180
Donde se descubren las creaciones originales de las
destrucciones originales....................................................... 180
........................................................................
Consecuencia: Planteamiento de una conciencia
nacional isleña .....................................................................
DEVASTACIÓN III........................................................................
Consecuencia: Planteamiento de una conciencia
nacional dominicana ............................................................
DEVASTACIÓN IV........................................................................
Consecuencia: Planteamiento de la Independencia
Nacional Dominicana .........................................................
DEVASTACIÓN II
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Presentación del problema
H
ace ya muchos años, una empresa editora extranjera, enfrascada
en la preparación de una serie de volúmenes acerca de la América
Latina, se mostró interesada, como era lo natural, en una historia de la
República Dominicana.
El proyecto exigía una extensión máxima de 75 páginas. De primera
intención, la tarea parecía casi banal. Los empresarios aspiraban a una
narración lineal que redujera al mínimo las referencias documentales o bibliográficas, las notas y datos técnicos y, en fin, cualquiera de esos elementos
usuales que interrumpen el flujo natural de la lectura. El modelo era el
artículo referido a cualquier país en una buena enciclopedia. Se suponía que
cualquier dominicano podría redactarlo de memoria.
Extrañamente, ninguno de los dominicanos que entonces merodeábamos
por aquellos alrededores, se sintió animado a emprender la faena, a pesar
de los atractivos materiales y las compensaciones patrióticas. Los editores se
vieron obligados a postergar indefinidamente el proyecto, no sin insistir en
que solo aspiraban a un simple resumen de cualquier manual de historia
reconocido en el país.
Pero nuestra inhibición no era tan extraña. En el fondo lo que sucedía
es que el tal manual, cuyo contenido pudiera ser reducido satisfactoriamente
a proporciones tan moderadas, era en realidad inexistente. Al intentar una
reducción de cualquiera de los manuales reconocidos a esos términos, los
diversos períodos sacaban a flote su interpretación convencional y el resultado era un conjunto de pulsaciones incoherentes visiblemente desprovisto
del hilo conductor, capaz de explicarlo a todos. De ahí que fuera necesario
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mucho espacio para establecer ese hilo conductor o para explicar a cada período dentro de su propia lógica. El hecho es que no poseíamos una historia
de la República Dominicana sino muchas cosidas entre sí, como esas bellas
alfombras hechas de retazos zurcidos cuyo encanto reside en su incoherencia
y su heterogeneidad.
De modo que no se trataba de un resumen sino de una síntesis. Su verdadero sentido debería ser, no el simple ahorro verbal sino el registro de los
puntos culminantes de un proceso de conjunto, que permitiera comprender
esa historia prescindiendo de los detalles.
Así planteado el problema, lo más importante resultaba ser ese proceso.
Pero, ¿cuál podría ser ese proceso? Se supone que un proceso único supone un
motor único. Sólo el planteamiento del problema en esos términos producía
una suerte de escalofrío…
Toda la historia de Inglaterra, pongamos por caso, puede ser explicada
en función de la conquista de los mares. La historia completa de los Estados
Unidos puede ser entendida como el desarrollo del núcleo colonizador, los
«Pilgrims Fathers», que llegaron en el «Mayflower» en 1620 y siguen
desembarcando todavía, aunque no necesariamente en Plymouth, sino cada
vez mas allá. El sentido histórico de España lo explicó Cervantes, y en eso
consiste su genio, por medio de dos personajes, no universales ni filosóficos ni
simbólicos, sino españoles, cuya vigencia contemporánea es impresionante. Y
Francia sólo es y sólo será su gran Revolución.
A Panamá la explicamos por el Canal desde su mismo origen. A Cuba
por el azúcar, a Bolivia por el estaño, a Chile por el salitre, a Venezuela
por el petróleo y así sucesivamente. Pero sin ir tan lejos, toda la historia de
nuestra vecina, la República de Haití puede ser articulada, desde su origen
hasta nuestros días, desde las proclamas de Toussaint hasta los modernísimos
poemas de Depestre, en función de la esclavitud capitalista conocida como el
sistema de «gran plantación». La historia de todas las naciones tiene un
núcleo fundamental, aunque no sea necesariamente ninguno de los mencionados, que le sirve de pentagrama.
Y cabe preguntar, ¿cuál es ese núcleo histórico que verdaderamente
podría servir de pentagrama a toda la historia de nuestro país y que
llegado el caso, permitiría condensarla en dos palabras o en un solitario
símbolo?
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Respuestas no han faltado. Un ilustre profesor canadiense después de
devanarse los sesos en la búsqueda de este cordón umbilical de nuestra historia ha llegado, aunque de manera vacilante, a una conclusión definida:
«La historia dominicana es, en cierto sentido, la de su hacienda…»
Y esta es una verdad satisfactoria. Y conmovedora. Pero, desgraciadamente, sólo «en cierto sentido». Y en cierta época. Porque la hacienda
no es más que la fachada monetaria tras de la cual se esconden esos «elementos considerados dramáticos» como el azúcar, el tabaco, el cacao,
la corambre, el oro, la Bahía de Samaná, cualquiera de los cuales puede
aspirar en buena lid a convertirse en símbolo de nuestro proceso histórico
durante un período. Pero esto supone varias historias. Y de lo que se trata
es de ese núcleo fundamental que las engarza a todas…
En consecuencia, los editores aquí evocados solicitaban inconscientemente toda una tarea de investigación, discusión y desarrollo de una teoría
general de la historia de nuestro país. En otras palabras, pedían sin darse
cuenta del delirio, que se les explicara en 75 páginas, o menos porque había
que dejar espacio al prólogo, al índice, a ciertas notas, a cierta bibliografía,
a cierta ilustración y a los pases de un capítulo a otro, en qué consiste la
historia dominicana…
***
No fue entonces cuando el autor de estas líneas entró en agudo conflicto
con ese problema.
El primer contacto se produjo dramáticamente en 1949 cuando preparaba una obra, TRES LEYENDAS DE COLORES, cuyo recóndito compromiso era el de mostrar –y demostrar– que las tradiciones revolucionarias
de los dominicanos, con todo lo candorosa que pudiera haber resultado esta
afirmación, eran más antiguas que las de cualquier otro país del hemisferio.
Esto era entonces muy importante para nosotros los dominicanos que andábamos por numerosos caminos de la América Latina.
El subtítulo rezaba: «Ensayo de interpretación de las tres primeras revoluciones del Nuevo Mundo». La conclusión era que esas revoluciones habían
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tenido lugar en nuestro país en una época tan remota como el Siglo xvi y en
consecuencia nosotros, los herederos de esa tradición, veníamos investidos por
la realidad histórica de una calidad revolucionaria multisecular.
Era una época en la que la fama de Trujillo desacreditaba las virtudes
revolucionarias de nuestro pueblo. Se nos acusaba de falta de virilidad o de
una incapacidad medular para la historia, escarnecida a veces en caricaturas infamantes. A todos nos dolía eso. Y, así apremiada, la obra se proponía
evidenciar que los dominicanos habían ejercido su virilidad histórica desde
los días remotos del Descubrimiento español y que, por tanto, las causas de
su pasividad y de su inmovilismo actual debían buscarse en otros reinos.
Pero los hechos históricos, que no suelen responder a estas nobles intenciones, trababan, entorpecían, nublaban continuamente la mirada del
investigador.
En efecto, en el Siglo xvi se inauguraba una bella tradición revolucionaria en esta Isla y, desde luego, en todo el Nuevo Mundo. Pero, por más
que la investigación se afanaba por encontrar la manera en que ella se
engarzaba con los siglos siguientes hasta constituirse en la base de las tradiciones modernas de nuestro pueblo, este vínculo no aparecía por ninguna
parte. A cada paso se rompía la continuidad del Siglo xvi. Se alzaba una
muralla impenetrable entre ese siglo y el siguiente, que impedía explicar al
Santo Domingo modesto de tres siglos después, con el esplendoroso antecedente de LA ESPAÑOLA. Las loables tentativas de reivindicar el honor
viril de los dominicanos, quedaban en entredicho al ser sustentadas en la
buena voluntad.
El trabajo siguió su curso y fue concluido dando por válido el supuesto de
que la historia de nuestro país se iniciaba en el Siglo xvi y de que, en consecuencia, las tradiciones revolucionarias que allí se inauguraban seguían
un curso ininterrumpido a través de los siglos. Pero en la conciencia del
investigador quedó una sombra: la ruptura cósmica que se hacía evidente o
insoslayable en los albores del Siglo xvii…
***
En 1969 vio la luz otra obra del autor, EL GRAN INCENDIO,
como resultado de un compromiso con la Dirección de Investigaciones de la
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Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), que entonces dirigía
esas actividades. En esa ocasión volvió este problema a la conciencia del
investigador y de nuevo fue obligado a moderar sus reproches interiores,
aunque esta vez, para acallar los rugidos de su conciencia, emitió en página
aparte un sosegado «mea culpa», casi infantil, de este tenor:
«Así, en idioma de fuego, ha debido comenzar esta historia. No hagáis caso de la leyenda escolar que refiere que al principio fueron las
hojas flotantes y luego el grito escalofriante de
¡TIERRA!
prorrumpido desde un mástil enhiesto por un marinerito lindamente
llamado Rodrigo de Triana. No hagáis caso tampoco de la leyenda
popular o popularizada que atribuye al Descubridor y a sus módicos
huesos, el hechizo que parece gravitar sobre el destino de esta tierra
atormentada.
La historia verdadera, la que perdura en sus consecuencias y sus
arrebatos, la que establece la fisonomía del país y traza su rumbo
sangriento a través de los siglos, comienza con la catástrofe. Todo lo
que ha ocurrido antes de ella, pertenece al dominio de los antecedentes. Todo lo que ha ocurrido después, es su obra…»
Sin embargo, estas palabras elusivas eran en el fondo un rompimiento
tajante con la historia tradicional, una pequeña proclama emancipadora.
Pero allí el problema se contemplaba tangencialmente, sólo en sus implicaciones internacionales, como lo indicaba el subtítulo: «Los balbuceos
americanos del capitalismo mundial», y dejaba en remojo las derivaciones dominicanas de aquellos acontecimientos, en espera de que la vida
impusiera sus criterios.
Convencido finalmente de que hay que ayudar a la vida, el autor ha
decidido dar un merecido baño a su conciencia en estas páginas. Sus impulsos no obedecen ya a la necesidad de reivindicar la capacidad de lucha
del pueblo dominicano. Está en todos los periódicos, inclusive más allá de
nuestras fronteras. Tampoco responden al reclamo de aquellos editores
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extranjeros que reclamaban confundidos una breve historia de la República
Dominicana en sólo 75 páginas. En ambos casos, se encontrará una respuesta, pero en esta ocasión la tarea le viene impuesta de nuevo por otro
compromiso con la UASD, ahora a través del Centro de Estudios de la
Realidad Social Dominicana (CERESD).
***
Este compromiso, condensado en el tema LA NOCIÓN DE PERÍODO
EN LA HISTORIA DOMINICANA, consiste en principio en proponer
un esquema racional de periodización de nuestra historia. Un gráfico en el
cual se lleva a cabo una esquematización general de nuestra historia debidamente periodizada, se encuentra al fin de este volumen. Allí debió, o pudo
haber debido concluir este compromiso. Pero tal esquematización exigía una
fundamentación que le sirviera de esqueleto. Vale decir, una concepción de
nuestra historia que sirviera de base a su división en períodos. Para dar
satisfacción a esta exigencia ineludible, el esquema gráfico va acompañado
de un relato general compendiado de nuestra historia que podría haber
servido a los editores extranjeros antes mencionados. Se encontrará bajo
el título MODELO DE SÍNTESIS DE UNA HISTORIA GENERAL
DEL PUEBLO DOMINICANO, y bien puede caber en un formato de
bolsillo de unas 75 páginas.
Obviamente, el «modelo de síntesis» exige el modelo de análisis. A esta
tarea se consagra este trabajo, cuya extensión indica cuando menos, hasta
dónde la inhibición antigua respondía a unas motivaciones mucho más
complejas de lo que entonces se pudo imaginar. No se trata de una historia
dominicana más. Muchos episodios, que se dan por conocidos, son prácticamente eliminados. El énfasis se sitúa en aquellos puntos controversiales,
respecto de los cuales el autor supone que puede ser sensibilizada la concepción tradicional del lector y que es el producto de un martilleo constante,
no sólo en la literatura historiográfica, sino en la escuela de párvulos, en
las esquinas callejeras, en las páginas de los periódicos, en el trabajo a veces
admirable, documentado, científico, de investigadores sumamente capaces
y bien dotados, e inclusive, no pocas veces colocados en el mismo sendero
que impulsan estas páginas, aunque no apremiados por la urgencia de una
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periodización general, o no comprometidos, de entrada, sino con una «historia dominicana» y no, como en este caso, con una «historia general del
pueblo dominicano». Me sería muy grato mencionar algunos trabajos
contemporáneos que han significado un punto de partida inapreciablemente
valioso en este esfuerzo, si no involucrara una apreciación que podría herir
algunas sensibilidades a las que no se tiene el derecho de herir.
Creo que este trabajo, demasiado ambicioso para la capacidad y la resistencia física de su autor, y sobre todo para la labor solitaria, podría servir
para estimular la discusión y el examen de los aspectos tradicionales de nuestra historiografía y, tal vez, al trabajo definitivo que espera, anhela, exige
nuestro pueblo. La esperanza, y también la confianza, está en los jóvenes.
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A la juventud dominicana
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La idea de que lo decisivo en la Historia son
las acciones políticas del poder y del Estado, es
tan vieja como la historiografía misma.
Y es también la causa de que se haya conservado
tan poca cosa acerca del desarrollo de los pueblos:
el movimiento silencioso y realmente impulsor, que
procede como trasfondo de esas sonoras escenas…
Federico Engels.
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Las raíces más remotas del pueblo dominicano, se detectan a
principios del Siglo xvii.
En ese momento es preciso situar, pues, el comienzo propiamente dicho de la HISTORIA DE LA REPÚBLICA DOMINICANA,1
en cuanto historia del pueblo dominicano.
Más atrás es la HISTORIA DE SANTO DOMINGO, entendiendo por tal la historia de la Isla en su conjunto, en cuanto escenario de las aventuras imperiales y de las peripecias de los gobiernos,
abstracción hecha de la historia propia de cada uno de los pueblos
que la comparten.
2
El origen de esa historia de conjunto es tradicionalmente situado, como es lógico, en el momento en que pone su pie en la Isla la
primera expedición europea –el 5 de diciembre de 1492– en una
zona actualmente perteneciente a la República de Haití.
El primer emplazamiento europeo estable (LA ISABELA), aunque de todos modos no durará mucho, se funda no obstante en 1493,
en una zona actualmente perteneciente a la República Dominicana,
y da origen a una colonia que cubre todo el Siglo xvi, muy adecuadamente denominada LA ESPAÑOLA, por cuanto reivindica la pureza de su índole hispánica con la vaga constancia de la eliminación
1
Se ha respetado el uso de mayúsculas, cursivas y comillas del autor. Sólo se ha
variado el texto original en casos de inminentes erratas, y donde se haga imprescindible cumplir las normas de edición del Archivo General de la Nación,
relativas al uso de cursivas en las citas. Nota del Editor.
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física, completa y absoluta –incluyendo la conducta genética– del
componente aborigen.
3
Una fecha común para el comienzo de la historia de cada una de
las dos naciones que comparten el territorio, sólo es admisible si se
adopta el criterio de una historia común, cuya lógica es únicamente
válida para aquellos imperios que han disfrutado de la soberanía
sobre la Isla como una totalidad (España, Francia), o cuya política
ha sido orientada (Inglaterra, Estados Unidos) por unos intereses
estratégicos, económicos o religiosos de conjunto.
Obviamente, dos naciones distintas nacen en momentos distintos aunque tengan, además del territorio, una esencia común y un
similar destino.
4
La continuidad histórica de este emplazamiento original del
Siglo xvi, al que se incorpora oportunamente y sin alterar su carácter
hispánico un componente africano, es interrumpida por una catástrofe conocida como las DEVASTACIONES DE LAS CIUDADES
DEL NORTE, aunque se extendió a otras ciudades y en definitiva a
toda la colonia durante los años de 1605 y 1606.
Este acontecimiento va a tender una cortina impenetrable entre
el Siglo xvi –dejándolo fosilizado como esa Atenas clásica en cuyo
espejo gusta de contemplarse– y la historia viva y penetrante de los
siglos venideros.
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La emigración en masa de los vecinos pudientes de LA
ESPAÑOLA a causa de las Devastaciones, con la consiguiente
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volatilización de la propiedad privada, deja en la Isla una población
precaria de blancos pobres y antiguos esclavos negros que, tras una
fase típicamente recolectora en la que el único cultivo que ha sobrevivido es el tabaco –acaso por una insoslayable exigencia y un
consumo estrictamente personal– da origen a una sociedad nueva
–la «sociedad hatera»– caracterizada por el aprovechamiento común
e imperturbado de las tierras abandonadas.
De este modelo primitivo –y tal vez de ese cultivo solitario– va a
brotar el pueblo dominicano.
6
Unos treinta años después y en la zona más afectada por las
Devastaciones, comienza una infiltración de aventureros franceses que,
mediando el siglo, han establecido ya una colonia francesa firmemente
sustentada en la importación masiva de esclavos africanos, en los marcos de
una explotación económica y humana «gigantesca, típicamente capitalista,
que la convertirá en el florón del imperio colonial francés y en el modelo
mundial del sistema moderno de la esclavitud llamada de plantaciones.
De ese modelo excepcional va a brotar el pueblo haitiano.
7
Por tanto, la HISTORIA DE SANTO DOMINGO misma se
bifurca, desde el albur de arranque, en una doble estilística:
de un costado, la sociedad recolectora, primitiva, elemental, dejada del dirigismo imperial;
del otro, la explosión del gigantismo capitalista, del rendimiento
galopante, de la concentración del esfuerzo de toda la sociedad y del
genio productivo metropolitano y mundial.
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Las Devastaciones paralizan durante todo el Siglo xvii la actividad legislativa de la metrópoli española respecto de su colonia de
Santo Domingo, como reflejo de la ausencia de incentivo económico y el abandono de la perspectiva histórica, con lo cual la población
superviviente queda aparentemente sumergida en un marasmo que
la historiografía tradicional explica con la metáfora del «sueño secular» pero que en el fondo no es sino el trabajo sordo de las creaciones
espontáneas de la Historia.
9
De ellas la más importante es la institución de los TERRENOS
COMUNEROS, un fenómeno tanto jurídico como histórico
peculiar y privativo de la historia dominicana, totalmente libre
de antecedentes en la colonización española, resultante de la absorción de elementos de la propiedad privada por la comunidad
territorial surgida de las Devastaciones, a raíz de los intercambios
clandestinos que una suerte de extraña dependencia mutua impone entre ambas colonias y que alcanzan su plenitud a fines del
Siglo xviii.
10
En ese punto estalla la Revolución Francesa y pronto se extiende
a su colonia antillana con el consiguiente estupor de la metrópoli española, uno de cuyos favoritos logra imponerle a los revolucionarios
franceses, a quienes repugna esa gestión contraria a sus ideales y a su
misión universal, la cesión gratuita y perpetua de la parte española
de la Isla.
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El Gobernador español efectúa la entrega sólo seis años después,
no sin antes someter a su antigua colonia a un desmantelamiento sistemático que constituye la segunda gran devastación del territorio,
colocado una vez más en «estado de emigración».
Las Devastaciones de García de 1795 a 1801 equivalen a las de
Osorio en 1605 y 1606.
12
Toda la Isla es así colonia francesa cuando, en la parte occidental,
la onda emancipadora se convierte en una de las más impresionantes
y auténticas epopeyas de la humanidad, para desembocar brillantemente en la primera nación independiente de la América Latina
con el nombre de REPÚBLICA DE HAITÍ, curioso homenaje del
primer Estado de la raza negra en todo el mundo, a la raza aborigen
exterminada por la raza blanca en toda la Isla.
Esa intensa conciencia racial no dejará de perdurar en su recorrido histórico.
13
Al no ser comprendida en la declaración de independencia de
los revolucionarios haitianos, la antigua parte española se convierte
automáticamente en la única parte francesa de la Isla.
Se convierte igualmente en el foco de la revancha y en la base
eventual para futuras tentativas de recuperación del paraíso perdido
por parte de los antiguos plantadores franceses, con las consiguientes zozobras de la antigua población colonial de lengua española.
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Un fundamento atendible de la exclusión de esta parte en la
declaración de la independencia vecina, puede ser la notoria marginación y la aparente indiferencia que se pone de manifiesto en el
seno de la población de esta parte, restándole a la revolución que
tiene lugar en su propio territorio y contra el mismo enemigo un
concurso que habría sido inapreciable, inevitablemente dirigido a
los mismos objetivos históricos.
15
Este aspecto particular del problema encuentra su explicación o
cuando menos su fundamento, en la naturaleza contradictoria de los
regímenes económicos y sociales que sirven de base a las dos colonias y cuya polarización se hace rápidamente sensible en presencia
del dato estadístico frío; en vísperas de la revolución haitiana:
400 mil esclavos sumamente activos, inmisericordemente explotados, en la parte francesa, contra 15 mil esclavos ociosos y sólo
nominalmente esclavos, en la parte española.
16
En consecuencia, la revolución será llevada allí bajo la dirección
de los antiguos esclavos.
Esto ha de significar que la independencia que es su resultado,
deberá producir un salto gigantesco desde el régimen esclavista hasta los objetivos burgueses que implica la independencia americana, a
la hora de crear la nueva sociedad.
A la postre la revolución no podrá superar las lindes del régimen
feudal, confortando a sus protagonistas con la parcelación de las
tierras de los antiguos amos entre los antiguos esclavos.
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Esa parcelación de las tierras, que así se constituye en la bandera
histórica de la revolución haitiana, constituye el corazón de la conducta histórica de la parte antiguamente española y ahora francesa,
no solamente respecto de la nación vecina sino en el proceso mismo
de su constitución futura como nación independiente.
17
Aquí, en cambio, en la antigua parte española, el proceso no
puede ser conducido por los esclavos por la sencilla razón de que
los esclavos no existen. O, cuando menos, no en número ni calidad
suficientes para imprimir su tónica a toda la sociedad. Y menos aún
dentro de la noción histórica que había hecho de la esclavitud el
motor de los acontecimientos en la parte vecina.
18
El hecho fundamental es que, a despecho de los esfuerzos tardíos
de los españoles, deslumbrados por el éxito francés en el sentido de
implantar el sistema de plantaciones, el sistema comunero conservaba todo su vigor, permitiendo a todos los habitantes de esta parte
sin excepción alguna, incluyendo a los antiguos esclavos, el disfrute
de las tierras en un plano de libertad ilimitada, inclusive racial, que
explica por sí sola la resistencia popular a la parcelación de las tierras
como expresión de la propiedad privada.
El grito emancipador de aquella parte no podía encontrar un
eco muy profundo en esta parte. Ni los unos ni los otros podían
comprender a su vecino. El haitiano era incapaz de comprender por
qué el esclavo dominicano no iba a Haití en busca de su libertad. El
dominicano tampoco era capaz de comprender por qué debía buscar
en la otra parte una libertad de la que no se sentía privado en ésta. O
al menos en grado tal que pusiera en opción su vida.
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Se da así, en el limitado territorio de la Isla de Santo Domingo,
el fenómeno singular de que la lucha por la independencia burguesa
sea dirigida en una tercera parte de ella por esclavos y en las dos
terceras restantes por campesinos ligados a un régimen de propiedad
común de las tierras –los TERRENOS COMUNEROS– y hostiles
a la propiedad privada.
20
Pero no de manera universal.
La naturaleza peculiar del sistema comunero impulsaba el desarrollo de tendencias contradictorias, en la medida en que las formas
propias de los cultivos, aproximaban o distanciaban la influencia de
la propiedad privada.
En esa virtud se advertían ciertos matices entre los terratenientes del país, aunque la misma noción de «terrateniente», que será
utilizada copiosamente para fines prácticos en este trabajo, tiene una
connotación peculiar dentro del sistema comunero, toda vez que la
noción de propiedad, equivalente a posesión, despoja al latifundio de
todo sentido, de modo que debe entenderse en su sentido etimológico de tenencia de la tierra, cualquiera que sea la modalidad de esa
tenencia.
21
Tres grupos de terratenientes prevalecen en la práctica productiva del país:
• Los «hateros» del Este, consagrados a la cría de ganado y el corte
de maderas, intensamente partidarios de la comunidad territorial
debido a la naturaleza particularmente favorable de este sistema
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para la crianza sin cortapisas y el corte indiscriminado de los
árboles.
• Los «tabacaleros» del Cibao (o del Norte), el ala más progresista
de los terratenientes, partidarios fervientes de la parcelación de
las tierras, tanto por la forma de su mercadeo como por la delicadeza de la planta, hostil a la depredación tanto animal como
humana que permitía el sistema comunero.
• Los «azucareros» del Sur, comprendida la Capital, el sector más
conciliador de los agricultores, partidarios en no pequeña medida de la indeterminación de la propiedad de las tierras y al
mismo tiempo de la propiedad privada, por la naturaleza híbrida
de la producción azucarera, a la vez industrial y agraria, históricamente vinculada a la explotación esclavista.
22
Desde luego, ni ésta era la única producción agraria del país,
pues eran importantes también otros productos como el café y el
cacao, ni esta producción se encontraba estrictamente localizada
en esas regiones, puesto que en todas partes se elaboraba azúcar, se
criaba ganado y se cortaba madera, sin excluir sectores ligados a la
destilería, pero la tónica social era impuesta nacionalmente por los
grupos asentados en esas regiones.
23
El primer turno de gran vuelo histórico le corresponde a los
tabacaleros del Cibao.
A ellos corresponde la gloria inmarcesible de objetivar el primer
paso en el proceso de constitución del pueblo dominicano y de escalar
el primer peldaño en la larga lucha hacia su independencia nacional.
Este acontecimiento se produce a fines de 1804, a raíz de la independencia haitiana, que coloca a este pueblo frente a su propio
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destino entre dos adversarios poderosos: de un lado Haití con su flamante independencia y las armas de la victoria todavía calientes; del
otro, la porción del Ejército francés destinado a esta parte, todavía
altanero y desafiante, sobre todo capaz de sostener el poder colonial.
Frente a estos dos poderes contradictorios, pero igualmente
portadores de la bandera de la propiedad privada en la forma de
la parcelación de las tierras, los tabacaleros del Cibao adoptan una
posición neutral.
24
Obviamente, la neutralidad es una variante subjetiva de la independencia. Ni con unos ni con otros equivale a sólo consigo mismo.
Los acontecimientos se encargarán de darle un giro objetivo a esta
situación tan pronto como los franceses deciden convertir esta neutralidad en obediencia.
El resultado es una confrontación en la cual los cibaeños empuñan las armas y, después de una lucha encarnizada en la cual la población antes pasiva se transforma súbitamente en pueblo militante
y heroico, la victoria corona su primer connubio con la epopeya y le
permite apurar el primer sorbo del poder popular.
Objetivamente, la neutralidad se ha convertido en independencia.
25
Sin embargo, esta independencia regional carece de significación jurídica mientras no sea capaz de materializar la independencia
nacional. En la Capital y en todo el sur continúa flotando, aunque
precariamente, el pabellón francés.
Mientras tanto, en todo el oeste flamea victoriosa la independencia haitiana. La conjugación de esta sólida independencia
con el balbuceo independentista del pueblo cibaeño, configura
claramente la independencia de toda la Isla en los términos de
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dos naciones independientes, siempre que se contemple el esfuerzo del pueblo cibaeño en sentido nacional, tal como quedó
evidenciado cuando la parte haitiana proclamó su independencia
de manera separada.
26
Ese es el sentido que implican los acontecimientos inmediatos,
pues cuando a principios de 1805, las tropas haitianas se disponen a
atacar a la porción del Ejército francés que aún permanece en esta
parte, demandan respetuosamente primero y exigen enérgicamente
después, la autorización para atravesar la ciudad de Santiago, para
atacar al enemigo común apostado en la Capital, reconocen implícitamente esa soberanía, certificada por el uso de las armas y la
conquista de la victoria.
27
Pero en los mensajes enviados por las tropas haitianas sucesivamente, en espera de tal autorización requerida, no queda claro
el reconocimiento de esta soberanía sino la evidente ruptura de la
neutralidad. Y los cibaeños optan por la resistencia, poniendo en
peligro una independencia demasiado tierna todavía para someterla
a una prueba tan severa, cuando su supervivencia no estaba en juego
de una manera tajante, como lo estaba en el momento de la confrontación con los franceses.
28
Esta vez el potencial bélico de los haitianos, y el mismo impulso
que su causa emancipadora les infunde, convierte en una aplastante
derrota el primer balbuceo de la independencia dominicana.
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Sin embargo, los franceses sobreviven a este impulso cuando los
haitianos se retiran después de un sitio aparentemente estrangulador
cuyo éxito habría sido inevitable si hubieran podido contar con el
respaldo del pueblo organizado y activo en el Cibao.
La Historia determinará algún día cuál fue el paso que condujo
al error y a quién puede serle imputable.
29
Pero lo importante no es el error, cometido por un individuo
o un grupo de individuos, ni la devastación sistemática, en la cual
se vuelca y revuelca la historiografía tradicional, perpetrada por las
tropas haitianas en retirada, de acuerdo con la consigna donde no hay
campos no hay ciudades, sustentada por su General en Jefe.
Esta se convierte en la tercera gran devastación, equivalente a la de
1605-1606 y a la de 1795-1801, que sufre el país.
Lo importante para la historia del pueblo dominicano es su constitución como pueblo al luchar en su propio nombre y conquistar la
victoria frente a las armas francesas.
30
Este hecho, increíblemente marginado por la tradición historiográfica, es un acontecimiento de inmensa importancia histórica.
Porque en la vida de los pueblos, lo importante no son sus derrotas
ni sus frustraciones, ni los errores de sus dirigentes o la crueldad
de sus enemigos, sino sus victorias, sus pasos, por minúsculos que
puedan parecer sus avances, por delgados que se manifiesten en dirección de su soberanía; su afirmación ante otros pueblos y ante el
semblante de la Historia.
La hazaña del pueblo en aquellos días postrimeros de 1804,
constituyen la primera prueba de su capacidad para constituirse
históricamente en una época todavía temprana para Iberoamérica.
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Y, ciertamente, debería estar inscrita y narrada en oro y mármol
en las páginas de nuestra historia.
31
El segundo turno de gran vuelo histórico en la vida pública de
este país, corresponde a los «hateros» del Este.
En esta ocasión hace su primera aparición el caudillismo en la
persona de un hatero típico, Juan Sánchez Ramírez, a quien corresponde, sin que faltara una jugosa contribución de los haitianos ni
una visión certera de su papel, la gloria de expulsar definitivamente
a los franceses de esta parte, consumando para siempre la independencia respecto de Francia en la totalidad de la Isla.
Ahí debió detenerse para que su nombre pasara a la Historia, no
caracterizando al caudillito pintoresco de nuestro pasado, sino ocupando un hermoso lugar entre los grandes libertadores de América.
32
Pero Sánchez Ramírez dio un triste paso en dirección del oprobio
cuando, después de las grandes acciones populares de MALPASO y
PALO HINCADO, mediatizó la voluntad y las hazañas del pueblo
prolongando innecesariamente el sitio de la plaza de la Capital, para
obtener la victoria sin su concurso y en favor de la participación
militar de los ingleses.
La prolongación del sitio significó, aparte de sus implicaciones
políticas, la aniquilación de la antigua riqueza ganadera en su totalidad, para la manutención de las tropas extranjeras, y la depauperación de los bosques de caoba y guayacán en el sostenimiento del
sitio.
Esta se convierte en la cuarta y última gran devastación del país, con lo
cual se va a abrir un nuevo período histórico.
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Todavía esto habría sido lo de menos si el Caudillo hubiera sido
capaz de acometer la reconstrucción del país y echar las bases de
una economía floreciente. El destino había puesto en sus manos
una oportunidad que jamás fue ofrecida a gobernante alguno en el
país y que pudo haber hecho de él un gigante de la Historia: tan
pronto como se produce la rendición de los franceses y su partida,
los ingleses vuelven a sus navíos después de entregarle el poder sin
condiciones y sin oposición interna, en el marco de la soberanía
plena y absoluta de la nación, debidamente garantizada por la presencia y la responsabilidad inglesa en el proceso, pendiente apenas
de una simple declaración formal que habría permitido que esta
fuera, ya en 1809, la segunda nación independiente de la América
Latina.
34
Pero el Caudillo le da la espalda a su hermoso destino de Libertador
y comete el incalificable oprobio de poner esta soberanía a los pies de
España sin consultarla siquiera, sin cuestionar su consentimiento o su
beneplácito, desconociendo el Tratado de cesión de 1795 acordado
voluntariamente por ella, aplastando las esencias nacionales de su propio país y poniendo ante el juicio de la Historia un ejemplo que sería
tan nefasto para el país como para sus propios autores.
35
España, que no puede dejar de ver en esta acción inconsulta un
ultraje a su Tratado de 1795 y de paso un compromiso económico
frente a un país devastado, responde con un soberano desprecio
principalmente dirigido al autor, negándole los títulos y prebendas
que ambicionaba a pesar de sus súplicas desde su lecho de muerte
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precoz en 1811, y desconociendo una retrocesión que sólo podía ser
efectuada mediante Tratado con la misma Francia.
Sin tomar en cuenta para nada la pretendida hazaña de Sánchez
Ramírez gestiona de inmediato la cesión del país a Inglaterra ya que
resulta imposible devolvérselo a Francia y, no habiendo tenido éxito
como era de esperar, opta por aceptar a regañadientes la soberanía
de esta parte de la Isla en 1814.
36
La supuesta RECONQUISTA, absurda denominación con la
que sus autores denominan esta acción en la que no ha mediado
conquista sino cesión voluntaria, constituyó un rotundo fracaso para
ellos y un justo motivo de indignación para las mayorías populares y
sus propios dirigentes.
La reapertura del régimen colonial abre una etapa que la historiografía tradicional sin asomo de crítica denomina LA ESPAÑA
BOBA, como si una nación imperial pudiera serlo…
37
Este período se caracteriza por la miseria rampante, el retroceso
histórico y la vergüenza nacional en medio de un constante ascenso
de la politización del pueblo, de sus niveles de conciencia histórica
y de la actividad conspirativa y revolucionaria, estimulada por el
despliegue de las luchas por la independencia a nivel continental,
todo lo cual sume en el desconcierto a los sectores dominantes y los
dispersa en cuatro direcciones políticas divergentes, caracterizadas
por la tendencia común a la enajenación del territorio nacional.
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Dos de ellas partidarias de la parcelación de las tierras:
a) Una tendencia pro-haitiana, activa en la región norteña, obviamente favorecida por los tabacaleros y que supone un entendimiento con los dirigentes del país vecino;
b) Una tendencia pro-francesa, activa en la región sureña, simpática a los azucareros del Sur y que favorece los proyectos del
Gobernador de la Martinica contra Haití a cambio del poder.
39
Las otras dos, partidarias de la supervivencia de los terrenos
comuneros:
c) Una tendencia pro-española, activa entre los hateros del Este y que
se apoya en el Gobernador de Puerto Rico; y por fin,
d) una tendencia pro-colombiana, totalmente fuera de contexto, quizá
destinada a servir de cortina de humo a la tendencia francesa
debido al respeto a la capacidad militar de los haitianos, y que
cuenta no muy candorosamente con el supuesto apoyo de Bolívar
y la Gran Colombia.
40
La crisis se resuelve rápidamente a fines de 1821.
El día 1ro. de diciembre de 1821, la tendencia «pro-colombiana»,
dirigida por el Dr. José Núñez de Cáceres, antiguo lugarteniente del
caudillo Sánchez Ramírez, declara abolida la soberanía española y
proclama la primera República Dominicana.
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Ese nombre, con el cual se dio la noticia en la prensa haitiana de
entonces, y que había circulado en proclamas por todo el Cibao, no
fue el elegido oficialmente, sin duda para desvincularse de los sectores claramente identificados con la política haitiana, sino el extraño,
difícil y equívoco nombre de ESTADO INDEPENDIENTE DE
HAITÍ ESPAÑOL que sustituye las connotaciones políticas de la
palabra Haití por las geográficas.
42
La primera República se integra con los antiguos seguidores
de Sánchez Ramírez dentro de la más pura cepa hatera del Este.
Y, automáticamente, sin consultar a Bolívar como antes lo había
hecho Sánchez Ramírez respecto de España, es colocada bajo el
pabellón de la Gran Colombia, enarbolado la mañana de aquel día
en las dependencias oficiales, ante la sorpresa de los transeúntes
madrugadores.
Absolutamente ninguna manifestación de apoyo o de júbilo popular respondió a aquella acción inconsulta.
43
El primer sorprendido es Bolívar.
Ayer he recibido las primeras comunicaciones sobre Santo Domingo
y Veraguas, del 29 y 30 del pasado. Mi opinión es que no debemos
abandonar a los que nos proclaman, porque es burlar la buena fe
de los que nos creen fuertes y generosos; y yo creo que lo mejor en
política es ser grande y magnánimo. Esa misma isla puede traernos,
en alguna negociación política, alguna ventaja. Perjuicio no debe
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traernos si le hablamos con franqueza y no nos comprometemos imprudentemente por ellos.
Así se lo comunica el libertador al General Santander en su carta
del 9 de febrero de 1822, cuando la acción aventurera de Núñez de
Cáceres lo llevaba al exilio definitivo y lo convertía en un enemigo
tan irracional, puesto que no tenía ningún derecho a envolver a
Bolívar en una aventura sin su conocimiento ni su aprobación, tan
irracional, pues, como implacable y duradera.
44
No obstante, esta República de 1821, llamada tradicionalmente
INDEPENDENCIA EFÍMERA, y a pesar de que oficialmente en
verdad lo fue, a pesar igualmente de sus raíces conservadoras, de
su médula anti-popular y no sólo impopular, puesto que el pueblo,
muy consciente ya en ese período, no le brindó el más mínimo
apoyo, constituye la primera y probablemente la única y verdadera
independencia del pueblo dominicano siempre que la independencia
nacional se contemple como un proceso histórico, respecto del cual
la consagración jurídica representa una documentación objetiva de
este proceso en un momento dado.
45
La Independencia Efímera ya no lo es tanto si se considera que lo
que ella estableció, incluso jurídicamente, fue la consumación total y
definitiva de la ruptura con el sistema colonial europeo, que tal es el
sentido único, fundamental y verdadero que tiene la Independencia
de América.
Por tanto, la República Dominicana, aunque no con ese nombre
en el cual se compendia la historia general del pueblo dominicano,
alcanzó su independencia el día 1ro. de diciembre de 1821.
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Para algunos dirigentes haitianos, la alternativa que aconsejaba la experiencia histórica frente al hecho de la proclamación de
la independencia en la antigua parte española, era clara: prestar
toda asistencia militar y política a los tabacaleros del Cibao, como
lo habían hecho con los hateros del Este en 1808 contra Francia,
llevándolos al poder contra la anexión de Núñez de Cáceres a la
Gran Colombia.
Y así como no invalidaron la soberanía nacional, ni siquiera
cuando el propio Sánchez Ramírez lo hizo en favor de una potencia
europea, tampoco deberían suspender su uso pleno en esta ocasión,
más bien apuntalándolo y convirtiéndola en una cuña, sustentada en
el pueblo, contra toda reimplantación del poder colonial.
47
El presidente Boyer de Haití desoye la conseja de algunos de sus
generales más lúcidos, y sólo acepta la mitad de ese programa.
En lugar de consolidar a la joven república poniéndola en manos nativas, aunque solidarias con su política, y dirigir sus tropas
contra la expedición francesa que, efectivamente se lanzaba, al amparo de la situación política, contra Haití, ignoró a los tabacaleros
del Cibao, derrocó a Núñez de Cáceres y optó por anexarla en
términos de provincia haitiana entregando el poder a sus oficiales
en campaña.
48
Pero esa acción no invalidaba la república recién proclamada.
La antigua parte española seguía siendo república puesto que
no pasaba a ser colonia de Haití, y menos de una potencia europea, sino parte –o departamento, que era la condición legalmente
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establecida– de una república vigente para todo el territorio insular
en el ámbito americano, bajo el nombre de Haití.
La situación republicana perduraba a través de un acto de fusión,
o de unión, o de anexión, que no invalidaba jurídicamente el acto
de 1821, sino que lo incorporaba a una totalidad de la que era parte.
Y, puesto que la independencia de esta parte no era el producto
de esa anexión, puesto que la llevaba ya en su seno al ser anexada,
la anulación eventual de este acto anexionista no podría tener otro
resultado jurídico que el retorno a la independencia de 1821, que era
la que había consumado, y no la anexión de Boyer, la ruptura con el
sistema colonial europeo.
Una situación similar, aunque mucho más grave porque involucraba a una potencia europea, y precisamente a la «Madre Patria»,
se produjo en 1861 sin que invalidara la independencia dominicana,
aunque los intensos prejuicios de la historiografía tradicional, profiriera invalidar la independencia verdadera respecto de España en
particular y de Europa en general, consumada en 1821, en favor de
la independencia convencional respecto de Haití.
49
A consecuencia del paso en falso de Boyer, la causa de los terrenos comuneros, cuya parcelación, en la dirección histórica correcta,
era al mismo tiempo sustentada por los agricultores cibaeños y por
la política de Haití, se convierte automáticamente en la causa del
rescate de la independencia CONTRA Haití en lugar de su consolidación y afianzamiento contra Europa.
50
Esta dislocación histórica se traduce en una victoria virtual para
los «hateros» del Este, contra los cuales fue realizado el acto de la
anexión y les va a otorgar un fundamento patriótico que arrastrará a
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toda la nación, incluyendo a los tabacaleros del Cibao, y a convertirlos en dirigentes de esa etapa formidable.
51
Los 22 años exactos que dura esta situación, de febrero de 1822
a febrero de 1844, inauguran una nueva fase en la lucha del sistema
comunero por su supervivencia.
Las zonas en las que fueron parceladas las tierras pusieron en
evidencia sus excelencias productivas y su corrección histórica haciendo posible el restablecimiento de la economía. Se reavivó el
comercio. Una porción considerable de políticos y de intelectuales,
a pesar de la clausura de la Universidad y la presión de la lengua
extraña, se plegó a la situación.
52
La resistencia sorda, pero tenaz y creciente, se situaba empero en
los sectores populares más bajos, ligados a las entrañas de las tierras
comuneras. Ninguna de las medidas encaminadas a su eliminación,
dictadas por el régimen de Boyer, pudo quebrantar su firmeza. El
problema de la tierra fue la espina más profundamente clavada en
los propósitos del régimen de Boyer. Y se confundió estrechamente
con la causa del rescate de la independencia.
53
Dos fuertes personalidades van a canalizar esta resistencia y llevarla a desalojar el poder haitiano y, en consecuencia, a invalidar el
hecho de la anexión.
Una de ellas encarnará la línea de la independencia «pura y simple» que se había inaugurado en los esplendorosos días postrimeros
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de 1804, se había robustecido en 1808, había alcanzado niveles organizativos en 1820 y, aún a despecho de los términos en que fue
ejecutada, había alcanzado una expresión jurídica, si no plenaria, al
menos fundamental y definitiva en 1821. Esta personalidad es la de
Juan Pablo Duarte.
La otra es Pedro Santana, quien recogerá la línea de la defensa de los terrenos comuneros, caracterizada por su resistencia a la
significación burguesa de la independencia, dentro de la tradición
inaugurada por Juan Sánchez Ramírez en 1809, y que se funde y
confunde con la lucha por la independencia debido a la intromisión
del poder haitiano en el proceso.
54
Duarte no procede de las filas agrarias. Estudiante, hijo de comerciantes de concepciones liberales de la Capital, regresa de un
viaje de estudios por la Europa de 1830, imbuido de los ideales
románticos de la revolución burguesa que entonces arde en aquel
convulso escenario.
Por la naturaleza de su extracción social, Duarte no puede ser
enemigo de los haitianos, cuya política en favor de la parcelación de
las tierras coincidía, en el fondo, con la raíz burguesa de las concepciones hogareñas.
55
Santana procede de las más profundas fibras del sistema comunero.
Su padre fue soldado destacado en Palo Hincado a las órdenes de Juan
Sánchez Ramírez por quien manifestará una devoción que el hijo conservará y glorificará en el futuro. Él mismo posee una buena hacienda
en el Este, explotada en común con su hermano gemelo y sus peones.
Por la naturaleza de su extracción social y sus propios intereses
económicos, es un acervo enemigo de los haitianos, cuya política de
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parcelación de las tierras va fundamentalmente dirigida contra su
señorío.
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A su regreso de Europa en 1838, Duarte se enfrasca en un trabajo de agitación y organización del movimiento revolucionario, a
través de un aparato clandestino denominado LA TRINITARIA,
que fructifica en esta parte de la República en combinación con un
movimiento similar en Haití. A consecuencia de este hecho, Duarte
es forzado a abandonar el país.
Es probable que ya en esos momentos fuera objeto de oposición
en sus propias filas, pues entre otras cosas, se sabe que se gestionaba
una intervención francesa con grandes perspectivas que podía encontrar respaldo entre los elementos que se incorporaban a la lucha.
57
Durante su ausencia, los duartistas con uno de los más influyentes y entusiastas correligionarios de Duarte, Francisco del Rosario
Sánchez a la cabeza, pero también con uno de los más recalcitrantes
enemigos de la tradición popular de la independencia dominicana,
Tomás Bobadilla, llevan a cabo la proclamación más o menos sosegada de la Independencia y hacen público un documento conocido
como la DECLARACIÓN DEL 16 DE ENERO, que es su instrumento jurídico.
En este documento los patriotas definen con toda exactitud la
naturaleza de la situación que da origen al nuevo Estado dominicano,
mediante el uso de la palabra SEPARACIÓN en lugar de la palabra
«independencia», que la historiografía tradicional ha consagrado.
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El término elegido, sin duda en el seno de una situación que
ellos han debido discutir ardientemente, consagra la validez de una
independencia que ya había sido proclamada en 1821 en términos
jurídicos, mediante una declaración que ellos han debido tener en
sus manos, debida a la pluma de Núñez de Cáceres, y que se había
consumado en el plano histórico, toda vez que la ruptura con el sistema colonial europeo resultó irreversible.
Al redactar el documento, ha debido ser evidente a sus redactores (haya sido el duartista Sánchez como sostienen algunos, o el
santanista Bobadilla como sostienen otros, o la colaboración de ambos) que el término independencia suponía que Santo Domingo era
colonia de Haití, lo cual era jurídicamente insostenible sin modificar
la noción de independencia, en cuya virtud el país no había dejado de
ser independiente por la anexión a un Estado americano, DESPUÉS
de haber declarado su independencia de Europa por un acto anterior
y separado.
En esa situación, la elección de la palabra SEPARACIÓN, que
no puede haber sido introducida clandestinamente entre abogados y
duartistas como Sánchez, era la adecuada y la justa porque mantenía
la validez de la independencia llevada a cabo en 1821 respecto del
colonialismo europeo y consumaba en sus justos términos la ruptura
de la situación anexionista de 1822 anulando sus efectos jurídicos,
respecto de Haití.
La secuencia histórica evidencia la justeza de los redactores de
la DECLARACIÓN DEL 16 DE ENERO y les restituye la consideración y el respeto que el pueblo dominicano se debe a sí mismo.
59
Hasta ese momento, Santana es un personaje oscuro. Sin embargo, cuando se conoce que los ejércitos haitianos se dirigen a
recuperar la «provincia rebelde», salta al primer plano de la lucha
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con un ejército improvisado que no tiene dificultad de organizar con
sus peones, y General improvisado él mismo, marcha a hacer frente
a los enemigos de la independencia –aunque él mismo es uno de
ellos– y obtiene un éxito que lo convertirá en la figura predominante
de la vida pública, cuando logra detener el avance del enemigo en las
inmediaciones de la población de Azua. Pero inmediatamente abandona la plaza y permite que el enemigo la ocupe sin ser hostilizado.
Este hecho, empero, no gravitará sobre su prestigio personal ni
afectará su carrera política.
60
Entre tanto, Duarte ha regresado del exilio tan pronto como han
sido expulsadas las autoridades haitianas y se ha incorporado como
un prestigioso miembro en la Junta Provisional que gobierna el país.
Al saberse en la Junta de la incursión haitiana y de sus resultados
así como de la pasividad en el frente a despecho de la victoria inicial
de Santana sin que se ponga de manifiesto ninguna acción posterior
para desalojarlos de nuevo, Duarte demanda y obtiene autorización
de la Junta para hacer frente al enemigo y se traslada con ese fin al
escenario militar.
61
En esta circunstancia se manifiesta la debilidad de las fuerzas de
orientación burguesa que prevalecen en el país y el peso que conservan en la dirección de los destinos nacionales aquellas otras que se
aglutinan en torno a los terrenos comuneros.
Duarte no cuenta con un Ejército ni con la posibilidad inmediata de organizarlo, alimentarlo y proveerlo de armas. Tiene que
disponer del mismo Ejército de Santana, de sus propios medios y de
sus propios peones, de su propio ganado y de sus propios machetes,
de modo que en la confrontación que sigue, su autoridad se revela
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insuficiente y pronto es obligado por la Junta a reintegrarse a la
Capital.
En la propia Junta, Santana tiene ya una influencia predominante que se basa en ese fundamento del poder público que es un
Ejército privado.
62
Como resultado de esta contradicción, Duarte acaba por ser proclamado Presidente de la República en el Cibao, mientras Santana
alcanza esa misma posición en la Capital.
Quedan configuradas así de manera concreta las dos grandes
líneas históricas, la línea de orientación burguesa cuyas más remotas
raíces brotan en Santiago de los Caballeros, ciudad principal del
Cibao, en 1804, y que allí encontrarán siempre un suelo fértil, y a la
cabeza de la cual se pone a Duarte. La precocidad de esta corriente
conduce a Duarte al fracaso y al exilio perpetuo.
Por su parte, la línea de orientación comunera toma a Santana
como su caudillo, lo afirma en el poder y muestra su influencia predominante en esta etapa histórica.
63
El rasgo más característico que proyecta la ideología hatera, uno
de cuyos representantes más conspicuos es Santana, aunque no el
único como se verá después, es la incredulidad respecto de la capacidad del pueblo dominicano para conquistar y menos para sostener
su independencia.
Duarte había consagrado en su proyecto de Constitución que el
pueblo dominicano no sólo era capaz sino que además era la única
fuerza capaz de alcanzar esos objetivos supremos.
La incredulidad hatera se expresaba en el marco de un complejo
de fuerzas tan inmenso, que bien amerita, el calificativo de universal.
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Estas fuerzas eran:
A
La propia Haití que, convencida de que en su totalidad los dominicanos eran incapaces de sostener su soberanía, temía que su
territorio se convirtiera en antesala para el retorno de las potencias
esclavistas contra ella.
B
Las grandes potencias coloniales Inglaterra, Francia, España y
una joven potencia americana, los Estados Unidos, en los umbrales
de un gran porvenir, todas esclavistas con excepción de Inglaterra,
que se neutralizan mutuamente en una loca carrera por impedir que
uno de sus rivales le aventaje en la posesión de una presa tan fácil y,
por consiguiente, apetitosa.
C
Los sectores más negativos de la clase terrateniente nativa:
a. Los «hateros» del Este, capitaneados por Santana quien, siguiendo
una tradición que se remonta a Sánchez Ramírez, sueña con el
pasado –y el futuro– español, y
b. Los «azucareros» del Sur, capitaneados por Buenaventura Báez,
coautor o eje de un famoso plan de reincorporación de Santo
Domingo a Francia.
D
Los mismos adeptos de las posiciones duartianas que sobreviven
a las purgas implacables de Santana, y a quienes se verá apoyar de
manera vacilante a uno y otro grupo, a una y otra potencia extranjera,
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a fin de viabilizar la supervivencia republicana, impulsados por un
amor genuino que, de una manera o de la otra, la propia Historia se
encargará de certificar en su momento.
65
Al amparo de este complejo de fuerzas antipopulares, los hateros del Este y los azucareros del Sur con sus respectivos caudillos a
la cabeza, se sucederán alternativamente en el poder (Santana cuatro
veces, Báez cinco) no sin antes consumir los recursos de una nación
perpetuamente devastada, e incansablemente ofreciéndola al mejor
postor: el uno en favor de España, el otro en favor de Francia, los dos
ocasionalmente a los Estados Unidos, incluyendo una insólita tentativa en favor del Reino de Cerdeña sin saber en qué rincón del mundo
se encontraba situada, y acentuando esta gestión en la misma medida
de la acentuación de la conciencia y de la resistencia del pueblo.
66
El desenlace de esta contradicción conduce a Santana a restablecer en 1861 la soberanía de España y a sucumbir trágicamente con
ella en 1865.
El punto culminante de este desenlace es la estremecedora
GUERRA DE LA RESTAURACIÓN, de 1863 a 1865, que costó a
España unos 300 millones de pesetas y 30 mil bajas, aparte de una crisis
gubernamental y un disgusto incalificable por el fracaso de la aventura.
67
Esta Guerra, que despejará la traición de los «hateros» del Este,
evidenciada en el heroísmo del propio pueblo oriental, constituye la
gran epopeya del pueblo dominicano, en su totalidad.
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Su impresionante grandeza consiste en haber quebrantado el
poderío de una gran potencia europea capaz de sostenerse todavía
entonces en Cuba, al mismo tiempo que liquidaba la hegemonía de los
«hateros» del Este, sus más antiguos, tenaces y poderosos enemigos.
El verdadero caudillo de esta incomparable hazaña, como lo
había preconizado Duarte, fue el propio pueblo dominicano. No
hay página más brillante en toda su Historia ha dicho el historiador
norteamericano Hauch en un bello trabajo. Y es una opinión muy
justa y enaltecedora si no se olvida que sólo un conjunto de brillantes páginas permiten componer y comprender la historia de un
pueblo…
68
La Guerra «restauradora» trae de nuevo a los «tabacaleros» del
Cibao para el tercero y último turno de gran vuelo de los sectores
agraristas en esta etapa del proceso histórico de su país.
Quedó confirmada entonces la doble naturaleza de su conducta
pública esencial: la constante progresista de sus motivaciones, número uno, y su inevitable contradicción con el pueblo, a la que hay
que acordarle también el número uno.
En su mejor papel se le vio dirigiendo la lucha popular contra el
dominio español, a la cabeza del Gobierno Provisional creado con
este propósito durante la Guerra, empleando todos sus recursos,
desplegando toda su actividad y haciendo el mejor provecho del
talento y la cultura de sus miembros más ilustrados y capaces.
69
Pero también, en el seno mismo de este Gobierno Provisional
se le ve gestionando sin éxito pero sin descanso, el patrocinio de
Estados Unidos o de Inglaterra, a través de sucesivas misiones,
mientras asesta el más tremendo rechazo al esfuerzo de Duarte por
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incorporarse a la lucha, temerosos del prestigio del anciano en el
seno del pueblo.
El viejo proscrito apenas recién llegado, deberá reintegrarse a
las sombras para no retornar sino envuelto en su mortaja, aunque
no sin antes denunciar en una carta imperecedera la naturaleza
anti-patriótica del ultraje, desposeído ya del más mínimo resplandor
de ese éxito que debe acompañar a los hombres públicos para ser
respetados por las mentalidades simples…
70
Pero el mismo Gobierno Provisional no estará exento de inconsecuencias y traiciones, y allí en su propio seno prospera el trabajo de
zapa de los azucareros del Sur en favor de su caudillo Báez quien, apenas
concluida la Guerra, cambia su banda de Mariscal del Ejército Español
por la de Presidente de la República Dominicana, por cuarta vez.
No tardará en ser derrocado y en volver por quinta vez a ocupar
ese elevado cargo para sucumbir por fin, en un dorado exilio, después
de un proyecto de anexión a Estados Unidos que se frustró en el último momento y con el cual, y con la denominada GUERRA DE
LOS SEIS AÑOS, a que dio origen, concluye, en los últimos días del
año de 1873, la agitada dominación de los azucareros del Sur acaudillados por Báez, así como el prolongado período del predominio del
caudillismo, impuesto por un sistema de fuerzas sociales e históricas
aglutinadas en torno al sistema ancestral de los terrenos comuneros.
71
La Guerra restauradora, que sella el destino de los hateros del
Este, y la Guerra de los seis años, que a su vez sella el destino de los
azucareros del Sur, representa en su conjunto el esfuerzo gigantesco
del pueblo dominicano, para alcanzar los objetivos burgueses de la
Independencia de América.
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Desde 1804 hasta 1874, esta lucha cubre casi tres cuartos de
siglo, exactamente 70 años, unas tres generaciones. En rigor, la independencia dominicana, proclamada inicialmente en 1821, sólo se
cumple en toda su plenitud, en 1874.
72
Esta gigantesca lucha se enmarca en una Era impresionante
que se define en función de la propiedad comunitaria de las tierras
desde el año inaugural de 1606 hasta más de 260 años después, y se
caracteriza por la acción de las potencias imperiales en el sentido de
la apropiación del territorio físico de los dominicanos, con la complicidad de los terratenientes nativos, por lo cual se tipifica como
la ERA IMPERIAL que zanja en dos grandes secciones la historia
general del pueblo dominicano.
73
La liquidación de la Era Imperial, caracterizada por la hegemonía de los sectores sociales vinculados a las tierras comuneras,
significa el ascenso de los sectores vinculados al capital, el comercio y las finanzas; el abandono por parte de las potencias imperiales
de sus apetencias territoriales y su sustitución por las apetencias
financieras; la aparición de la banca, la industria electrificada y la
clase obrera.
74
Los tabacaleros del Norte son los vencedores en esta gran
contienda y se disolverán como tal clase social para diluirse en el
regazo fresco de la naciente burguesía, en el vórtice de unos acontecimientos que, por poseer esos rasgos, se tipifica como la ERA
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IMPERIALISTA que descorre las cortinas de la vida moderna en la
historia del pueblo dominicano.
75
No conduce a nada
el considerar el imperialismo
como si fuera un melodrama:
es un proceso.
Melvyn Knight
La Era Imperialista significa la inversión total y absoluta del esquema que había servido de base al proceso histórico hasta el fin de
la Guerra de los seis años para iniciar el año de 1874.
76
La Capital de la República, situada en la banda del Sur de la Isla,
constituía un centro común en el que confluían los hateros del Este y
los azucareros del Sur, como el bastión de una sociedad basada en la
propiedad comunitaria de las tierras.
Pero la Historia tiene sus veleidades geográficas.
La apertura hacia el desarrollo capitalista, que trae como una
llave maestra a la industria azucarera, encuentra precisamente
en esa banda del sur la puerta grande por donde ha de hacer su
entrada.
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No es extraño aunque paradójico. Azua, y la misma Capital,
Santo Domingo, habían sido tradicionalmente un centro de producción de azúcar en el marco de los métodos primitivos, suavemente
inclinados a la esclavitud y grandemente favorecidos por la comunidad de las tierras. Por su parte, las amables llanuras del Este, donde
la crianza de ganado montaraz y la madera silvestre habían hecho su
paraíso, ofrecían perspectivas incalculables para el cultivo de la caña
de azúcar en gran escala, exigido por la industria moderna.
78
En consecuencia, el centro de la proyección capitalista y burguesa se desplaza del Norte hacia el Sur.
La Historia se encarga ahora de invertir el proceso, organizando
sus centros geográficos como si se tratara de una comedia humana, al
elegir al mismo nido de la concepción hatera (el este de la República
con su variante sureña) como el núcleo de la producción capitalista más
importante y moderna del país, arrebatándole a los tabacaleros del norte, la supremacía en la orientación capitalista de la nación dominicana.
Los cronistas y los viajeros que vivieron la historia dominicana
del siglo pasado como una rivalidad entre Santiago y la Capital, con
algún fundamento aunque con una mirada superficial, no dejarán de
ver este proceso como un desenlace.
79
Los dos años de euforia nacional que siguen a 1874, cantados
por el estro vibrante y genuino de Salomé, la cantora profética en
cuya voz encontró su camino el viejo ideal de la independencia pura
y simple con todos sus atributos burgueses, fueron suficientes para
articular las nuevas fuerzas políticas encargadas de sustituir a las
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estructuras económicas arcaicas. Ya conocemos el nombre de estas
estructuras: se llaman los terrenos comuneros.
El primer paso es el poder.
80
El poder es «Lilís».
Su verdadero nombre es Ulises Heureaux y sus padres lo llaman
íntimamente y la tradición públicamente, «Lilís».
Lilís es un soldado distinguido que ha peleado a las órdenes, y ha
crecido al amparo del más brillante de los capitanes restauradores:
Luperón. Si bien el propio Luperón ha podido ser ese poder reclamado por el momento histórico, le estorba su profunda identificación con los intereses económicos y con las modalidades históricas
que adoptaban estos intereses en el Norte de la República.
81
Esta contradicción común a los prohombres del Norte, a quienes no responde la mentalidad de Lilís sino al proceso histórico, es
interpretada por aquellos a quienes antes dio muestras de lealtad,
como traición.
Objetivamente no es así. El desplazamiento de la línea histórica capitalista, del norte hacia el sur, es un producto de la Historia
misma, no de su voluntad. Lilís es a lo sumo un instrumento, un
formidable instrumento y, además, elegido, o si se quiere, sobrevenido, desencadenado, con sorprendente precisión y oportunidad sobre
el país. Si debía costar lágrimas y causar estupor, no era asunto suyo,
como parece haber dicho en una ocasión risueña…
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Tan pronto como se instala en el poder, las fuerzas a que debe
servir se arremolinan en su derredor. Son
a. las potencias clásicas: Francia, Inglaterra, Estados Unidos y desde luego España, aunque muy disminuida porque su signo histórico se encuentra invertido y no alcanza la estatura imperialista,
marcada demasiado profundamente por la estampa imperial;
b. las que se incorporan en esta nueva fase histórica: Italia, Suecia,
Holanda, Dinamarca, Alemania que tiene una buena raíz capitalista en el norte de la República, todas las cuales, llegado el caso,
concentrarán sus unidades navales y al mismo tiempo, frente a la
Capital;
c. el gran comercio, nativo o extranjero establecido en el país, pero
en cualquiera de los dos casos, vinculados a las fuentes extranjeras de capital.
83
El papel de Lilís consiste en someter las fuerzas políticas internas,
altamente politizadas y fuertemente entrenadas en la actividad militar
pero arrastradas aún por la inercia histórica hacia el antiguo esquema,
y colocarlas en la línea moderna al servicio de esos intereses.
Su genio consiste en haberlo conseguido, unas veces por medio
de la persuasión, otras por la astucia cuando no por el soborno, el
engaño, la leyenda, la imagen mitológica y en definitiva por el terror, periódicamente sustentado en la eliminación física e inexorable
de sus adversarios.
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Con Lilís se introduce la Banca francesa, pronto y dramáticamente sustituida por otra Banca en la que se desdibuja la cooperación norteamericana.
Nace y se desarrolla la industria azucarera electrificada, introducida por cubanos.
Las aventuras usurarias introducidas por Báez a través de sus
agentes europeos, se redondean en un dogal financiero monopolizado por la San Domingo Improvement, que va a dejar su huella
profundamente impresa en los destinos de la nación.
85
La crisis financiera de 1899, que en Estados Unidos crea zozobra,
le amarra las manos a Lilís y esto hace posible que unos mozalbetes
audaces lo abatan a tiros en pleno Cibao cuando se dispone a incinerar en la plaza pública sus famosas papeletas depreciadas, después de
20 años de poder autocrático ininterrumpido.
Con él sucumbe también la festinación orgiástica del poder
europeo frente al litoral capitaleño y se inicia un nuevo período
histórico, caracterizado por el poder absoluto e incontestado de los
Estados Unidos, que toman en sus manos los destinos de esa área
paradójicamente denominada the sea of our destiny, o lago americano.
86
El proceso a que se refiere Melvyn Knight, el profundo historiador de ese período en nuestro país por encargo de una sociedad
norteamericana, no tiene efectivamente nada que ver, como él muy
juiciosamente advierte, con el melodrama sentimental.
La crisis de 1899 produjo en Estados Unidos el estornudo cuya
gripe, como dice el cuento, mató a Lilís en Moca. Allá no pudo pasar
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del estornudo porque un brillante financista le había proporcionado
al Tesoro la suma verdaderamente escalofriante en los términos de
hoy de 62 millones de dólares en barras de oro físico para respaldar
las reservas de su papel moneda.
Como que Lilís ignoraba que tenía bajo sus pies todo el oro que
cualquier Rey Midas hubiera necesitado para respaldar sus papeletas,
la gripe financiera le arrebató la vida.
87
El financista norteamericano se ganó, por el contrario, una influencia considerable en el Departamento de Estado de su país. Se llamaba J.
P. Morgan, y sus biógrafos se quejan de que una vida tan brillante y un
personaje tan extraordinario resulte envuelto en una densa niebla que
oculta una vida probablemente fascinadora, pero impenetrable.
88
Morgan es parte del proceso. Según los estudiosos de la materia, en 1905 se llevó a cabo la monopolización de la industria
norteamericana en manos de dos grandes poderes financieros. Uno
es la Casa Morgan: el acero. El otro es la Casa Rockefeller: el petróleo. El primero se llama National City Bank, el segundo Chase
Manhattan Bank.
89
Para Santo Domingo, Morgan no es parte del proceso. Él es el
proceso. El año de 1905 es también un año clave. Una vez concluido
el laborioso programa de la colonización interna, «from coast to
coast», desde el Atlántico al Pacífico, enriquecido por el sur con
Louisiana y Texas y por el norte con Alaska, y asimismo concluido el
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proceso de monopolización de su gran industria, comienza la prospección hacia «the sea of our destiny», el Mediterráneo americano,
el Mar Caribe.
Santo Domingo está situado en el corazón de ese mar incomparable, dos de cuyas entradas pueden ser controladas desde esta Isla,
situada frente al Canal de Panamá.
90
A eso se debe la Convención de 1905, completada por la de 1907,
que otorga a la gran potencia el control de las finanzas dominicanas,
en vista de la aparente incapacidad de los dominicanos para atender
sus compromisos con la San Domingo Improvement.
La Casa Morgan es la encargada de manejar esas finanzas
después que un Banco Nacional acreditado supuestamente a la
Casa Rockefeller, es desplazado de esa función a causa de la indiscreción de su director quien, en un lugar mal escogido, anunció
para Santo Domingo una «Intervención Jarvis», que tal era su
propio nombre.
La Intervención fue por fin llevada a cabo en 1916 pero la Casa
Morgan no se la acreditó sino, simplemente, la patrocinó. Knight
dice que los dominicanos trataban con dureza al National City por
allá por 1926 porque «el Gobierno Militar (de la Intervención) lo introdujo». No era lo más exacto. Bien pudo decirse que el National
City introdujo al Gobierno Militar…
91
Este formidable giro histórico sitúa el panorama nacional en el
mismo punto en que se encontraba en 1874 a raíz de la «guerra de
los seis años». El país ha pasado del predominio de la propiedad
comunera al de la propiedad capitalista y, por fin, arrastrado por el
proceso de la humanidad, al de la expansión imperialista, o del poder
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financiero. Es preciso una personalidad enérgica y capaz que ponga
el país en el carril de la Historia.
Esta personalidad es Rafael L. Trujillo.
92
El origen de la Intervención Militar de 1916 y del régimen establecido por el Generalísimo Trujillo en 1930, tienen un profundo
vínculo común: el sistema de propiedad tradicional de las tierras,
conocido desde el primer silabeo de este relato como los terrenos
comuneros.
En 1916 no se trata ya de la hegemonía de los terrenos comuneros en el poder, puesto que sus grandes caudillos han pasado a la
historia. Se trata ahora de una vieja contradicción que palpita en sus
entrañas y, en cuya virtud, se confunde la resistencia de los terrenos
comuneros a desaparecer, con la resistencia nacional.
La resistencia más porfiada, y tenaz, la más mortificante y comprometedora, la que más daño hizo a la Intervención en el exterior y
la que exacerbó más los ánimos en el interior, fue la que los «terrenos comuneros» le presentaron al «marine» y a los planificadores
del régimen.
93
De esa difícil empresa brotaron dos fuerzas: Trujillo y el «Sistema
Torrens». A Trujillo lo encontró la Intervención aquí pero al Sistema
Torrens hubo que ir a buscarlo a unos originalísimos antecedentes
australianos en los que había figurado un irlandés talentoso de apellido
Torrens, que ideó un procedimiento sumamente eficiente para el registro de la propiedad territorial y eliminar la indefinición de los terrenos.
A Trujillo le correspondió la solución nativa del aspecto militar y político de la cuestión. Al Sistema Torrens le correspondió el aspecto legal.
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De todos los pasos emprendidos por la Intervención norteamericana –creación de la Guardia Nacional, desarticulación
de los grupos políticos tradicionales, eliminación de los antiguos caudillos vinculados a las potencias extranjeras que le eran
adversas, así como la emancipación del tesoro público respecto
de los intereses de facciones, etc.– el más importante y de significación histórica más profunda y fundamental, fue la eliminación compulsiva y no pocas veces sangrienta, del sistema de
producción agraria basada en los terrenos comuneros, medida
por la cual clamaba la industria azucarera, creada a fines del
siglo anterior.
95
La ilustración más dramática de la resistencia la ofrecen los
peyorativamente denominados gavilleros, que luchan en la zona de
concentración de los ingenios de azúcar en el Este, no lejos de las
llanuras donde el pueblo dominicano inauguró sus esencias nacionales con la batalla de PALO HINCADO, y donde ahora el «hato»
antiguo se ve forzado a encarar su Waterloo contra el flamante latifundio azucarero.
Una y otra vez la causa del honor nacional se ve comprometida
contradictoriamente en la defensa de los terrenos comuneros.
96
Las hazañas de los gavilleros no pudieron impedir la implantación
en 1920 del SISTEMA TORRENS, o de registro de la propiedad
inmobiliaria, debidamente acompañado de un severo Tribunal de
Tierras, como solución radical y definitiva de la indefinición territorial que perpetuaban los terrenos comuneros en nuestro país.
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A la distancia de unos tres siglos y medio de existencia histórica,
entra así en los espasmos de la agonía esta formación económica
peculiar y turbulenta que encarna, como ningún otro símbolo, las
peripecias y las zozobras, y a veces las esperanzas más refulgentes,
de la nación dominicana.
97
Sin embargo, por impedir que el fantasma de los terrenos comuneros pudiera abandonar su tumba, fue necesario imponer una
férrea dictadura, que tocó en misión a Trujillo, entonces el joven
teniente que se había calificado en las acciones decisivas contra los
«gavilleros» orientales.
La formidable dictadura encarnada en él y que tiene este fundamento histórico, liga su destino a la hegemonía de la casa Morgan en
la economía norteamericana.
Las tres décadas que agota se explican de ese modo y al mismo
tiempo explican ese período histórico.
98
Cuando el acero deja de ser el producto fundamental de la economía de los Estados Unidos –los acorazados y el ferrocarril– para
ser desplazado por el petróleo –el portaviones y el camión automóvil– por esos designios implacables del progreso y de la vida, la casa
Morgan se ve forzada a ceder sus privilegios políticos y sus iniciativas
históricas a la casa Rockefeller.
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Un conflicto aparentemente episódico entre Trujillo y un gobernante venezolano, sólidamente envuelto en los intereses petroleros,
anuncia el fin de esta etapa histórica de nuestro país.
Un par de meses después de la desaparición de Trujillo, inaugura su trabajo en la República Dominicana, por primera vez desde
aquellos lejanos días en que una de sus filiales, el Banco Nacional
de Jarvis era desplazado por J. P. Morgan en Santo Domingo, el
Chase Manhattan Bank, cuyo presidente era David Rockefeller.
100
Pero el fantasma de los terrenos comuneros deambulaba aún por
estas tierras.
En 1963 se articula un proyecto de Constitución en uno de cuyos artículos se establece la prohibición de adquirir la propiedad de
tierras a los extranjeros.
La elección del escritor Juan Bosch al poder poco después, significa la implantación y la ejecución de este precepto, que no le admite
más de siete meses en la más alta magistratura del Estado.
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PRIMERA PARTE
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A. La historia que no se escribe
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a.Consideraciones en torno a la
y la
Noción de Método
Noción de Período
¿Cómo voy a ocuparme de estas fruslerías,
yo que sólo me ocupo de mis sueños,
y eso a condición de que no duren más
de una noche…?
Chateaubriand
Si la historia quiere ser una ciencia y beneficiarse de los imponderables recursos que pone a su disposición la técnica moderna, la
Cibernética entre ellos, deberá ser tan rigurosa e impoluta como las
ciencias naturales.
Pero este es un problema angustioso para la Historia.
Se le suele reprochar que trabaja con una sustancia volátil, esencialmente caprichosa y voluble, que es la naturaleza humana, y que
esa realidad, que se hace encarnar en el individuum ineffabile, hace
imposible la composición del cuadro de leyes inmutables y rígidas
que le otorgarían crédito de infalibilidad suficiente para considerarla
una Ciencia.
Este reproche no es justo.
Si bien es verdad que a la naturaleza humana debemos reconocerle esa fragilidad, es preciso tener constantemente en cuenta
que una cosa es el hombre aislado, recluido en su intimidad (aquel
en quien pensaba Byron cuando afirmaba que el único deseo que no
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han dominado los siglos en el hombre es el de no tener más amo que su
temperamento); y que otra cosa completamente distinta es el hombre
sumergido en los infinitos entrelazamientos de la sociedad.
La verdadera sustancia de la Historia no es ni puede ser el individuo inefable, ininteligible aunque inteligente, sino el hombre social,
la sociedad misma. La naturaleza humana, y tal vez toda la naturaleza, y no sólo la del hombre y la de las abejas, sino también la de
los bacilos y las aglutinaciones minerales, es social. Los pueblos, las
épocas, las naciones tienen una conducta histórica independiente de
la voluntad más o menos imperiosa de los individuos que la integran,
aunque sólo sea porque la conducta de la sociedad es una y la de los
individuos es infinita.
Y, sobre todo, contradictoria.
Una forma seductora y ágil, que sirve para ilustrar estas consideraciones, es la que utilizaba Engels en su famosa carta a Bloch,1
sirviéndose de la metáfora de los paralelogramos de fuerza que estudiamos en la escuela secundaria.
Las diversas voluntades individuales, explicaba él en esa carta,
se comportan como líneas de fuerza, cada una de las cuales pugna
por seguir su propia dirección y, en consecuencia, la dirección que
prevalece no es ninguna de ellas sino su resultante, que es una dirección nueva, independiente y distinta, a la cual quedan sometidas
involuntariamente esas individualidades y que establece la conducta
de toda la sociedad. Pues, como dice él, lo que uno quiere tropieza con la
resistencia que le opone otro, y lo que resulta de todo ello es algo que nadie ha
querido. De este modo, hasta aquí toda la historia ha discurrido a modo de
un proceso NATURAL y sometida también, sustancialmente, a las mismas
leyes dinámicas.
Así resulta que el individuum ineffabile, con toda su imperial soberanía, no pasa de ser un componente anónimo de la niveladora
resultante de sus propias contradicciones.
1
Carta a J. Bloch, Londres, 21-22 de septiembre de 1890. Se encuentra en cualquiera de los epistolarios de Marx y Engels. Las mismas ideas expuestas en esa
carta se encuentran también en la obra de este último, Ludwig Feuerbach y el fin
de la Filosofía Clásica Alemana, reeditada infinidad de veces.
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La noción de período en la historia dominicana
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3
1
2
b
a
c
Figura No. 1
La contradicción de las voluntades de Juan y José, representadas en el gráfico por
las líneas a y b, arrojan la resultante 1, distinta a cada una de ellas, mientras que las
de José y Manuel, las líneas b y c, arrojan la resultante 2 igualmente distinta. Ambas
resultantes, divergentes entre sí (1 y 2) producen la nueva resultante 3, la cual se
convierte a su vez en componente de nuevos paralelogramos que se componen
con las resultantes de las contradicciones infinitas que se producen en el seno de
la sociedad hasta culminar en una gran resultante final que es el acontecimiento
histórico.
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Hoy sabemos que en ciertas condiciones, por ejemplo al ser alcanzado un determinado desarrollo del intercambio comercial con
extranjeros, se desprende la propiedad privada y con ella la contradicción entre clases sociales. O que la distribución homogénea de los
productos entre los miembros de sociedades de pequeña agricultura,
no permite la desigualdad entre los productores y que, por el contrario, la aparición de una agricultura de gran desarrollo conlleva la
desigualdad entre señores o propietarios, y servidores de la gleba o
cultivadores asalariados. Y así sucesivamente.
Se ha dado el caso de que la presencia de unos barcos de guerra
en el Caribe haya constituido una condición en la vida pública, y
desde luego privada, de tal y cual Antilla y, aunque esta no es una
condición económica, es sin duda una condición material, y en todo
caso es siempre la expresión de una economía de impetuoso desarrollo que impone su predominio sobre otra de desarrollo jadeante
y sofocado.
Los individuos inefables pertenecientes a cualquiera de esos momentos sociales, actuarán de acuerdo con su temperamento en una
dirección o la otra, pero el curso general de la sociedad se orientará,
en medio de las múltiples contradicciones que esos individuos generan entre sí, en una dirección que en última instancia será determinada por las condiciones materiales –intercambio con extranjeros,
régimen de pequeña o grande agricultura o simplemente la presencia
de un portaviones en el área– a las cuales ella se encuentra sometida.
De estas consideraciones se desprende que la historia de un país,
no es la historia de individuo alguno, aunque éste sea tan inefable
como Napoleón Bonaparte, sino que esta historia tiene un solo protagonista que es el pueblo.
Y, además, que todos los pueblos, siempre que se den las mismas
condiciones, se conducen de la misma manera.
Entonces, el asunto queda reducido a la determinación de las
condiciones a las cuales deben los pueblos su conducta y que permiten augurar cuál será la conducta futura. Y así arribamos a una
concepción científica de la Historia en cuyos reinos pueden y deben
ser interrogados los acontecimientos con la misma rigidez con que
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se examina la conducta de la abeja, la regularidad de los anillos del
Carbono o la actitud de las mareas en las circunstancias del eclipse…
2
El núcleo de la historia científica contemporánea, en torno al
cual gira, tanto la aparición como el futuro desenvolvimiento de los
pueblos, es la PROPIEDAD PRIVADA de los medios de producción de aquellos bienes sobre los cuales se funda su supervivencia
material.
Como que los pueblos se constituyen en su confrontación
con otros sectores de la sociedad, su aparición histórica estará
condicionada por la división de la sociedad en tales sectores o
clases. Por consiguiente, en aquellos agrupamientos sociales en
que la propiedad de los medios de producción, naturalmente la
tierra, se ejerce colectivamente y donde los miembros participan
por igual en ella, las divisiones en clases sociales no aparecen y
por tanto no aparece el pueblo. Será preciso que un determinado desarrollo de la producción impulse la desintegración del
régimen comunitario, para que entonces se establezcan aquellas
contradicciones de intereses, en uno de cuyos polos el pueblo se
instala y comparece.
Así contemplada la situación, es claro que el proceso de desarrollo de la «propiedad privada» explica el desarrollo de la sociedad y,
por tanto, la conducta de los pueblos, su historia.
La literatura marxista contemporánea está impregnada, no obstante, por un encendido debate en torno a este problema, que sirve
para ilustrar los conceptos precedentes.2
Sucede que los fundadores del marxismo periodizaron toda la
historia de la Humanidad partiendo del desarrollo de la propiedad
privada y establecieron cuatro grandes estadios o regímenes por los
Véase Gianni Sofri: El modo de producción asiático: Historia de una controversia
marxista, Barcelona, 1971, tercera parte.
2
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cuales se supone que atraviesa toda la sociedad humana: la Comunidad
Primitiva, la Esclavitud, el Feudalismo y el Capitalismo.
A esta última etapa esos sabios consagraron todo el peso de su
erudición, y su trabajo físico, e hicieron una caracterización exhaustiva del Capital que constituye uno de los grandes monumentos
teóricos de la cultura moderna. Las otras etapas «precapitalistas»
comprenden dos grupos, la Esclavitud y el Feudalismo, por un lado,
en los cuales la propiedad privada ha ido desarrollándose hasta colocarse en el dintel del capitalismo; y el régimen de la Comunidad
Primitiva, por el otro, en la cual la propiedad privada no ha hecho
aún su aparición.
Ni Marx ni su compañero de trabajo Engels dijeron nunca que
se trataba de cuatro peldaños diferenciados los unos de los otros, con
lo que habrían parcelado y desnaturalizado la unidad del proceso,
como ocurre en el famoso sofisma de Aquiles y la Tortuga. El corazón de su filosofía era la dialéctica y, de entrada, debía considerarse
que cada uno de estos momentos llevaba ya en sus entrañas el desarrollo posterior que debía hacerle desaparecer. Y, efectivamente, un
estudio preliminar que hicieron acerca de las formaciones precapitalistas, encontraron que no pocas de las sociedades «comunitarias»
presentaban signos, a veces desarrollados, que se configuraban ya
como formas de la propiedad privada.
Más tarde, a medida que iba avanzando el conocimiento de las
sociedades primitivas, desaparecidos ya los fundadores del marxismo, sus innumerables impugnadores comenzaron a alegar que el
esquema marxista era falso, toda vez que en tales y más cuales sociedades primitivas determinadas se encontraba presente la propiedad
privada, desvirtuando su fisonomía comunitaria.
Estalló la polémica y sigue aún, siempre olvidando estos dos
elementos fundamentales de las doctrinas de Marx: que todo el desarrollo de la sociedad humana parte del punto en que se encuentra
la propiedad privada; y que la filosofía del marxismo era dialéctica en
cuya virtud era tan inaceptable la parcelación del proceso histórico
como la de cualquier otro proceso «natural». En consecuencia, no
podían contemplarse estas etapas de desarrollo de la sociedad como
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escalones separados, como oficinas establecidas que otorgaban un
certificado del nivel alcanzado por cada formación social, sino que se
trataba de determinar, en cada caso, hasta qué punto el desarrollo de
la propiedad privada, permitía insertar una determinada formación
social en un determinado momento de cada uno de esos grandes
estadios o regímenes.
3
Teniendo presentes estos conceptos al estudiar la historia dominicana, el método a seguir debe permitirnos establecer el curso de
desarrollo de nuestro pueblo, desde su aparición histórica hasta la
culminación de sus grandes objetivos. Hasta ahora, la única clave a
nuestra disposición para la articulación racional de todo el proceso
es esa, la de la aparición y subsecuente desarrollo de la «propiedad
privada», con lo cual se nos abren perspectivas de incalculable riqueza. Al menos proporciona un buen par de anteojos para observar la
totalidad del paisaje.
Esta concepción del método involucra automáticamente una noción de período.
Tanto una palabra como la otra expresan la bella metáfora del
camino –odós: camino– con la que los antiguos griegos objetivaban
su preocupación por el alcance de la verdad.
Método viene a significar más allá del camino (meta: más allá) con lo
que queda dicho que cuando ese camino que nos conduce a un punto
anhelado concluye, allí, precisamente más allá de él, se encuentra el
punto verdadero, y no otro que sería falso. Entonces, lo único que
en opinión de los antiguos nos permite asegurarnos de que hemos
llegado al punto verdadero y de que estamos en posesión de la verdad,
es la de que hemos elegido el camino correcto y la certidumbre de que
hemos alcanzado ese punto, depende de la propiedad del camino, que
en este caso es, por coincidencia, la «propiedad privada».
Permítase una ilustración muy alejada del tema. Cuando el
aviador Lindbergh se lanzó a la aventura de volar de Nueva York a
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París sin escala, nunca había viajado a esta última ciudad. La única
certidumbre que podía poseer de que llegaría exactamente a ella,
descansaba en la corrección del rumbo elegido. Su primera pregunta
al efectuar el aterrizaje fue: ¿Esto es París? La respuesta afirmativa le
indicó que no se había desviado del rumbo, ya que esa era la garantía
de que llegaría al punto correcto como en efecto sucedió. Así, al
mismo tiempo que establecía un record mundial de vuelo sin escalas
para aquella época, rendía un vistoso aunque oblicuo homenaje a la
genialidad de los antiguos griegos, que habían descubierto que más
allá del camino y en su mismo extremo se encontraba París, esto es,
la verdad…
La palabra PERÍODO es complementaria del método. Significa
alrededor del camino (peri: alrededor) y con ella se alude a las peripecias que acompañan al camino, a los recursos que deben ponerse en
juego durante la marcha, para facilitar el alcance de la meta elegida.
Este camino, que en las específicas circunstancias de nuestra
historia, identificamos como el de la propiedad no se presenta, y así
sucederá con cualquier otro camino, como la línea más corta entre
dos puntos. En su accidentado recorrido, en el cual puede inclusive
desaparecer totalmente, oculta entre densos nubarrones, sufre tales
cambios que pueden desorientar al caminante. Estos cambios que
son los que denominamos períodos, nos van a asegurar la eficacia del
método y el éxito del recorrido.
Por cierto, es la periodificación de la historia tradicional en nuestro país, la que nos revela que el método elegido por nuestra historiografía no nos garantiza que las conclusiones a que se ha arribado,
acerca del desarrollo histórico de nuestro pueblo, sean correctas. La
única garantía que se puede invocar acerca de la corrección de esas
conclusiones tendría que ser basada en la idoneidad y la corrección
del método adoptado.
Hasta hoy todo contribuye a convencernos de que el tal método
es un modelo obsoleto que, por otra parte, lo era ya en el momento en
que se impuso como norma invariable de la historiografía nacional.
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4
Sin duda, el historiador a quien se debe la imposición del método tradicional en nuestro país, es José Gabriel García, cuya obra ha
constituido la fuente más socorrida, y no sin muy elevado fundamento, por la imponente mayoría de los historiadores que le siguieron.
Lo curioso es que García nunca hizo referencias al método que
le permitía vertebrar su trabajo, con lo cual estableció también un
precedente celosamente seguido en el país. Lo más probable es que
el propio García fuera un poco inconsciente respecto a su propio
método y que hubiera descansado en otro historiador que debe haberle servido de modelo, Antonio Delmonte y Tejada.
Delmonte fue un historiador de muy sólida formación intelectual. Fue el primer decano del Colegio de Abogados de La Habana,
Cuba, a donde había emigrado después de hacer resistencia con las
armas en la mano a Toussaint en 1801, cuando el caudillo haitiano
reunificaba la Isla en ejecución del Tratado de Basilea de 1795 por
cuenta propia.
A pesar de este antecedente, Delmonte, que sólo tenía 18 años
entonces, conservó una gran admiración por Toussaint en particular
y por la Revolución haitiana en general, que le acompañó toda su
vida.
A esta admiración consagró una obra acerca de la isla entera –y
no de la parte en que había nacido– y en la cual habían tenido lugar
las hazañas, dignas de cautivar la imaginación, llevadas a cabo por
aquellos antiguos esclavos que, congregando los elementos europeos, los
constituyen en República independiente, según declaró en un prólogo
que antepuso en 1852 a su HISTORIA DE SANTO DOMINGO.
Este título respondía con la mayor exactitud al propósito que animaba su contenido.
En realidad Delmonte no era dominicano. Había nacido en este
territorio durante la soberanía española y lo abandonó con esa nacionalidad para nunca más volver. Jamás renunció a esa nacionalidad ni
a esa mentalidad que en los últimos párrafos del mencionado prólogo reflejan su fijación española. Debido a esa condición intelectual,
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contempló la Isla como una unidad histórica aunque reconociera
una dualidad nacional.
Ese mismo prólogo evidencia, además de un volumen de información personal impresionante, una formación romántica muy definida. Después de pasar revista a la metodología romántica, se decide
por aquella que impone el siglo que vivimos a toda historia escrita en estos
tiempos, y que en su opinión debe estar dedicada a la noble exaltación
del sentimiento de la nacionalidad, un sentimiento desde luego de la
más recóndita fibra romántica…
En este prólogo, Delmonte hace un triple legado a la historiografía dominicana, que es recogido y transmitido a las generaciones
siguientes por José Gabriel García.
Uno de ellos es la vinculación en un plano de subordinación y
dependencia de la historia dominicana respecto de la historia haitiana. Esta historia como provincia de aquella da el título de Historia de
Santo Domingo a toda obra escrita acerca de la historia de la República
Dominicana, sin que jamás se hayan explicado las razones de esta
preferencia. Y es claro que no se trata solamente de un título sino
de una concepción. Cuando se relata la historia de los Gobiernos, es
imposible desligar la historia dominicana de las confrontaciones bélicas entre los dos países o de la política demagógicamente vinculada a
ellas. En tal caso la historia dominicana no es exclusiva de esta parte
sino que se desplaza en el territorio de toda la Isla, y se entrelaza indisolublemente con la historia haitiana. Otra cosa sucederá cuando se
escriba la historia del pueblo dominicano, en cuyo proceso de formación
y desarrollo la historia haitiana es una condición como muchas otras,
de las cuales no están excluidas Cuba y Puerto Rico así como las potencias coloniales, y no sólo España, que de manera tan próxima y activa acunaron ese proceso. La Historia de Santo Domingo es un aspecto
insoslayable del desarrollo histórico del pueblo dominicano pero en
ningún modo puede volatilizar la Historia de la República Dominicana
ni reducirla a aquel período posterior a su Independencia que García
denomina Historia moderna de la República Dominicana.
El segundo legado que Delmonte hizo a la historiografía de este
país es aquella concepción de la metodología romántica de acuerdo
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con la cual la narración histórica sigue la línea de los gobiernos, la
autoridad en general incluyendo la eclesiástica, además de la raza, el
clima, el territorio, el idioma, la religión y las costumbres, el pasado
aborigen y el folklore; que constituyen, de acuerdo con sus planteamientos teóricos, la esencia de la Nacionalidad3 confundiendo este
aspecto jurídico con el desarrollo histórico de la nación, y al mismo
tiempo convirtiendo el nacionalismo, que es su tercer legado, en el
motor histórico de la sociedad.
Es imperativo reconocer que ambos historiadores vivieron el siglo
de las nacionalidades (Siglo xix) y que García participó activamente en la
lucha nacional de este país, uno de cuyos aspectos era la confrontación
con la vecindad haitiana.4 Este nacionalismo jugaba un papel histórico
en aquellos instantes en que la independencia del pueblo se encontraba
comprometida por las acciones de Haití, usualmente combinadas con
las acciones agresivas de otras naciones más poderosas. Pero, una vez
superado el ciclo de esas confrontaciones, considerar el nacionalismo
como el motor de nuestra historia, constituía un elemento de disipación y de subestimación del papel de nuestro pueblo en la creación de
su propio destino y en la ejecución de su propia historia.
Para una visión esquemática pero comprensiva de la historiografía romántica,
véase Les grandes doctrines literaires en France, de Philippe Van Tieghem, Presses
Universitaires de France, París, 1963.
4
V. Walter Goetz: La estructura espiritual de la época en Historia Universal, Espasa
Calpe, 1963:
Esta época del nacionalismo cambia el mapa de Europa y cambia también la actitud
espiritual de los pueblos. No sólo el Estado y la economía se construyen sobre base estrictamente nacional, sino que también esta tendencia a fundarse en el Estado nacional actúa
en la misma vida espiritual y aspira a ordenar el destino de los pueblos desde su punto de
vista. La Ciencia histórica y el derecho político se convierten en campeones espirituales de
la idea nacionalista; con máxima fuerza allí donde el Estado nacional está todavía por
conquistar, pero también enérgicamente allí donde se siente amenazado por minorías de
nacionalidad extraña y donde se aspira a eliminar las influencias espirituales ajenas…
El advenimiento de la cultura nacional en el idioma, la literatura, el arte, la religión
y las costumbres es perseguido con el ardoroso celo que había iniciado el romanticismo,
pero el romanticismo es cada vez más desplazado por la idea política nacional y en lugar
del ingenuo deleite en la contemplación del pasado, viene la investigación consciente en
provecho de la nación y en último término la idea de la raza, que se exalta a veces hasta
la más ciega odiosidad y que reduce el valor de la nación a la bondad de la sangre, esto es,
a un concepto de valor que enardece la conciencia de unas naciones contra otras.
3
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Es evidente que dentro del manto de la «nacionalidad» quedaban igualmente arropados los enemigos del pueble dominicano, sus
déspotas y sus traidores e inclusive los intereses y las motivaciones
de las potencias extranjeras, ejercidas a través de sus vinculaciones
dominicanas. Se puede ser dominicano dentro de los más rigurosos
cánones constitucionales y no serlo dentro de los menos rigurosos
cánones históricos, tan pronto como se enajene en los brazos de los
enemigos de su pueblo.5
Por esa triple vía trazada por los fundadores de la historiografía
nacional, se perdieron generaciones enteras de estudiosos de nuestra historia y manuales innumerables en los cuales el patriotismo
más vehemente y exaltado se diluía en los convencionalismos y los
prejuicios que obstaculizaban y obstaculizan aún el desarrollo de una
auténtica historia del pueblo dominicano.
5
El primer paso que las reflexiones que anteceden imprimen a
toda tentativa de relatar esa historia, consiste en la caracterización
del protagonista principal y verdadero de nuestra historia: el propio
pueblo dominicano.
Por eso carece de sentido hablar de una comunidad de intereses nacionales, pues lo que las
clases dominantes de cada país han defendido hasta aquí como «exigencias nacionales» no
ha sido nunca otra cosa que los intereses particulares de las minorías sociales privilegiadas, intereses que debían ser asegurados mediante la explotación económica y la opresión
política de las grandes masas. De igual modo que la tierra de la llamada «Patria» y sus
riquezas naturales han estado siempre en posesión de aquellas clases, y se pudo hablar
con razón de una «patria de los ricos». Si la nación fuese en realidad una comunidad
de intereses asociados, según se la ha definido, en la historia moderna no habría habido
nunca revoluciones y guerras civiles, pues los pueblos no han recurrido por mero placer a
las armas de la insurrección… Rudolf Rocker: Nacionalismo y cultura, Buenos Aires
1954, página 244.
Debemos llamar la atención al hecho de que Rocker, que no es marxista y más bien
un antimarxista violento, mantiene aquí posiciones más avanzadas que la de un
cierto nacionalismo marxista que a veces se cuela en la historiografía nacional.
5
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b)Caracterización de la Noción de Pueblo
A la hora de caracterizar al PUEBLO encontramos o descubrimos tres rasgos que le son esenciales y que se complementan.
El primero afecta a la división de clase. El pueblo se constituye frente a un Gobierno que asume la misión de regular su conducta. En el
complejo infinito de contradicciones que se articulan en el seno de la
sociedad, unas arrojan una resultante popular y otras una resultante
gubernamental; y expresan una clase social dominada y una clase social
dominante.
El pueblo es la clase social dominada, a condición de que constituya las grandes mayorías de la población. Una vez que las grandes
mayorías populares se organizan en torno a su Gobierno, desaparece
la polaridad gobierno-pueblo, dado que las minorías dominadas no
constituyen un pueblo. La noción de pueblo incluye invariablemente
al de masas populares y de ahí deriva tanto su fundamento en el plano
moral y jurídico como su fuerza política y su gran papel en el plano
histórico.
Estas dos resultantes divergentes –y por eso la historia de un
país no es la historia de sus gobiernos– se conjugan en una gran
resultante final que es la historia de un país determinado.
El segundo afecta a su conciencia de clase. El pueblo se constituye en
torno a un nivel determinado de «conciencia» que hace posible su
unidad y su cohesión en términos de resistencia y de lucha frente a
la acción gubernamental y política de la clase dominante. Como ha
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dicho el propio Engels: Los diferentes individuos sólo forman una clase
en cuanto se ven obligados a sostener una lucha común con otra clase.6
Por consiguiente, es solamente la lucha del pueblo lo que permite reconocer al Pueblo. Y es una gran cosa que sea así, ya que
por lo general su presencia se difunde y volatiliza en la malla de los
acontecimientos históricos registrados por sus enemigos.
Y el tercero afecta a la lucha de clases. El pueblo se constituye en
su polarización frente al poder organizado de la clase dominante y
en el marco de unidad y de cohesión que determina su «conciencia»
de clase pero es preciso que esos rasgos subjetivos se materialicen en
una lucha concreta, al alcance del sistema sensorial de sus testigos,
de manera palpable y concreta, para que pueda serle reconocida al
pueblo como un rasgo sustancial y lo constituya históricamente como
«pueblo».
Mientras esta lucha no se manifiesta de manera concreta pueden estar presentes los rasgos que constituyen el pueblo, pero es
imposible registrarlos como fenómeno de conciencia. El historiador sólo podrá partir de los testimonios que registran las acciones
materiales, objetivas, en las cuales el pueblo deja constancia de su
existencia real.
2
Es claro que no siempre se ha entendido así la caracterización de
la noción de pueblo. Hubo una época en que esta palabra denotaba
comúnmente la masa política y socialmente pasiva de la población.
Durante el Siglo xviii es la palabra nación la que aparece cargada de
contenido activo y políticamente consciente, en oposición a la caracterización que se hacía de ella misma durante la Edad Media. Pero
entonces el concepto de nación se opone al de pueblo que conservaba
esa connotación pasiva.7
Marx-Engels: La ideología alemana, Ediciones Pueblos Unidos, Montevideo,
1968, páginas 60-61.
7
El nacionalismo dio por resultado la integración del pueblo en una nación, el despertar
6
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Como es sabido fueron los franceses los descubridores de la
lucha de clases. Desde las primeras jornadas de la Revolución, la
toma de conciencia por parte del Estado llano comienza a deslindar
las esencias populares, sustrayéndolas del concepto más general
de nación, al cual el Romanticismo va a dotar de un aparatoso
prestigio.
Pero el curso histórico irá desplazando el prestigio del nacionalismo, como carril histórico, y en su lugar la palabra pueblo recogerá
todas las connotaciones políticas y activas que entonces incorporaba
la palabra nación hasta invertir completamente su significado.8
Hoy la palabra nación se ha despojado de sus connotaciones políticas en beneficio de la palabra pueblo. Durante los acontecimientos
de 1965 en nuestro país, se veía a los tanques capturados por los constitucionalistas exhibir en grandes letras blancas la palabra PUEBLO
con un sentido claramente establecido por los acontecimientos. En
esas circunstancias la palabra NACIÓN, inscrita en las paredes de
los tanques, habría carecido de significación alguna. Este episodio
ilustra cómo las masas populares, aparentemente desligadas de las
dilucidaciones teóricas, tenían una clara noción de la polarización de
de las masas hacia una actitud política y activa. Las revoluciones del Siglo xviii llevaron a cabo en el occidente esa integración y en general la palabra «nación» adquirió
el significado de la organización política total o Estado… Hans Cohn: Historia del
nacionalismo, Fondo de Cultura Económica, 1949.
8
En algunos círculos de historiadores «marxistas» de nuestro país continúa en
boga un trabajo de Stalin que, en su tiempo, gozó de mucho prestigio y que sigue
siendo la fuente de no pocos estudiosos que tratan de esclarecer el significado
de este concepto. El trabajo de Stalin, que aparece en Cuestiones del leninismo y
que se considera superado y obsoleto en la actualidad, adolece de un pecado
metafísico que consiste en marginar la naturaleza histórica, vale decir dialéctica,
del concepto de nación, presentándolo con una pretensión de validez universal
que es inaceptable. La idea de nación no solamente ha variado históricamente
sino que varía inclusive geográficamente, en función de la etapa histórica y de los
intereses de clase. Encasillar una realidad tan intensamente cambiante como esa
en una definición impuesta desde arriba, y suprimiendo de entrada toda posibilidad de discusión controversial,, no se caracteriza precisamente como una cuestión
leninista y ha sido justamente postergada. El problema que debe colocarse a la
altura del último cuarto de siglo que vivimos, no es ya el de precisar el contenido
de nación cuando se encuentra tan distante el siglo de las nacionalidades, sino el
de precisar y acentuar si contenido de la noción de pueblo. Cada vez se hace más
evidente que, más que en la era nuclear, nos encontramos en el siglo y tal vez en
la Era de los pueblos.
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tendencias políticas e históricas que conlleva la noción de pueblo en
el seno de una misma nación.
Otro concepto que se entremezcla con los anteriores es el de
patria. Aquí también se esconde una noción de polaridad pero esta
vez no en el seno de una misma nación sino respecto a una nación
extranjera en circunstancias de conflicto. En realidad la noción de
patria responde a una actitud subjetiva que expresa la vinculación
espiritual de una persona a un determinado país cuando éste se encuentra agredido por otro. Etimológicamente se vincula a la tierra
de los padres, como la palabra nación se vincula al «nacimiento» en
una tierra determinada, pero en el contexto histórico, el término
patria aparece en Holanda9 con ese sentido en los momentos en
que ésta, pugna por desligarse de España de la cual era entonces
provincia. Es así como adopta contenidos nacionales y llega a ser
confundida con la nacionalidad. No obstante, la diferencia entre
ambos conceptos es obvia: la nacionalidad es una formulación
jurídica, usualmente contenida en la Constitución y que está desprovista de connotaciones beligerantes, mientras que la idea de
patria involucra la polarización respecto de un país agresor. En este
punto se asocia con la noción de pueblo de la cual se diferencia por
el hecho de que esta última conlleva una polarización interna, en
el seno de una misma nación, mientras que la otra conlleva una
polarización externa, respecto de una nación agresora.
En el episodio mencionado, la palabra PUEBLO originalmente
inscrita en los tanques, perdió automáticamente su significado actual
tan pronto como se produjo la intervención militar extranjera. En tal
caso, adquiría su validez plenaria la palabra PATRIA. Y efectivamente así ocurrió.
9
Para la contribución de Holanda a la exaltación de la corriente nacional, véase El
gran incendio.
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La noción de período en la historia dominicana
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3
Esta caracterización general del pueblo y de los conceptos colindantes, nos permiten emprender la búsqueda de los orígenes y
el desarrollo histórico del pueblo dominicano. Y así pasamos de
inmediato a la consideración de los acontecimientos que nos sirven
de fundamento.
El primer problema es el punto en que comienza esta historia,
el cual se nos presenta de manera irregular, toda vez que el mismo comienzo de la historia dominicana viene arropado por los
convencionalismos y dispara de manera inevitable la discusión y la
controversia.
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B. La historia que sí se escribe
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Antemural
Los primeros descubridores de la Isla actualmente denominada
HISPANIOLA, forma latinizada de su risueño nombre colombino,
fueron un grupo de exploradores aborígenes de origen y procedencia no plenamente establecidos.
A estos siguieron otros de origen y procedencia sudamericanas,
pertenecientes a las familias de los arawacos, que pueblan ciertas áreas
de la cuenca del Orinoco y que, por alguna razón tampoco plenamente esclarecida, abandonaron sus tierras aborígenes y ocuparon,
sucesivamente, las islas que componen el arco semilunar trazado
por el archipiélago antillano, desde las costas de Venezuela hasta la
entrada del Golfo de México.
Los segundos descubridores fueron los españoles que, al interrumpir el proceso histórico indiano, incorporan la Isla a las grandes
corrientes históricas europeas y la convierten en el centro de difusión de la cultura española en este Continente y en el campo de
experimentación de las nuevas estructuras sociales y económicas que
plantea la creación de un mundo nuevo en este Hemisferio.
A su vez, los propios españoles interrumpen este proceso, llevando a cabo una de las acciones devastadoras más impresionantes que
se conoce y con la cual, yendo más allá de la destrucción meramente
física de los establecimientos, colocan de nuevo esta Isla en estado de
descubrimiento y de subsecuente colonización.
Los terceros descubridores fueron los aventureros franceses que
entonces infestaban las aguas antillanas y que, después de descubrir
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y reconocer las zonas despobladas por los españoles, pródigas en
naranjas y ganado silvestre, se establecieron en ella y le aseguraron a
Francia la posesión de la tercera parte del territorio, que no tardó en
convertirse en una colonia espléndida y, finalmente, en la República
de Haití.
Cada uno de esos tres descubrimientos presenta un sello racial
inconfundible que se impone a su siglo: el Siglo xv es indio, el Siglo
xvi es blanco, el Siglo xvii es negro.
La historia convencional se muestra vacilante en nuestro país
al momento de establecer si el pueblo dominicano es el resultado
del primero o del segundo descubrimiento, toda vez que el tercero
explica y consuma a la República de Haití. Esa vacilación oscila en el
siguiente prisma: que el pueblo dominicano es a) el continuador de
los aborígenes, b) el continuador de los españoles, y c) el continuador de la mezcla original de los dos.
De una manera o de la otra, estas tres variantes se perpetúan en
los manuales usuales de historia dominicana. Pero las tres son falsas.
La evidencia somática (racial) registrada por las estadísticas, muestra que el pueblo dominicano no es ni indio ni español, ni mestizo
de ambos como es el caso de otros pueblos hispanoamericanos o
indoamericanos.
Pero sería simplificar las cosas si nos atenemos a que esas estadísticas establecen la inmensa mayoría del mestizaje europeo y africano
que domina la población dominicana actual. Esto podría llevarnos a
conectar el origen del pueblo dominicano con el tercer descubrimiento francés, que impone la absoluta mayoría africana en la Isla.
El mestizaje dominicano se realiza a través de un proceso
peculiar, no con el blanco francés sino con el blanco español que
permaneció en la Isla tras las destrucciones, engrosado con familias
nuevas que arribaron en el Siglo xvii y con el antiguo esclavo del
Siglo xvi, inaugurando un nuevo tipo de relaciones interraciales en
el Nuevo Mundo, al cual el ingenio de azúcar incorporó posteriormente un nuevo torrente de origen africano desde el último cuarto
del Siglo xix. Este último alteró el equilibrio ancestral, acentuando
cada vez más la tónica negra del pueblo, sin modificar el carácter
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armónico de las antiguas normas en que se basaban las relaciones
sociales.
Estas normas se apartan completamente del patrón seguido
de manera invariable en los países de composición bi-racial del
Continente, donde la colonización comienza por la explotación
brutal del indio o del negro y su segregación de la sociedad. Santo
Domingo es el único país donde este mestizaje ha sido realizado
históricamente sin las usuales tensiones entre las dos razas y donde la armonía de la convivencia social se ha caracterizado por la
ausencia de modelos discriminatorios y estilos de violencia social
que hayan impedido en el pasado e impidan en el presente la unión
de las razas, cualesquiera que ellas sean, arrojando un producto
de mestizaje total, absolutamente libre. Y lo curioso es que esa
nivelación que suprime la violencia fue ella misma producto de la
violencia…
Por consiguiente, debe ser abandonada toda tendencia a hacer
comenzar la historia del pueblo dominicano partiendo de un descubrimiento vinculado a una concepción racial de la historia.
Naturalmente, el abandono del esquema común del continente
y particularmente del área del Caribe, plantea como interrogante el
comienzo de nuestra historia, toda vez que la Isla de Santo Domingo
fue la primera que colonizaron los españoles como resultado del
descubrimiento de 1492. Ese hecho nos obliga a discutir las tres
opciones posibles.
La opción antillana
La primera es aquella que, debido a la influencia de la metodología romántica, va a beber en las fuentes del pasado aborigen.
Siendo la más insostenible y la que debería ser más rápidamente
descartada, toda vez que la raza aborigen fue totalmente exterminada
durante el Siglo xvi sin que llegara a constituir un factor histórico,
ni siquiera genético, en la población dominicana, es la más difícil de
desarraigar y la que se perpetúa en la más amplia gama de problemas
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teóricos y prejuicios sociales.10 Por eso nos exige un detenimiento
especial.
La presencia biológica del indio en el pueblo dominicano actual
es de orden metafísico. Como nos cuenta Arrom:
De aquel trágico hundimiento se salvó poco: el cultivo y aprovechamiento de ciertas plantas, la manera de fabricar sus rústicas moradas,
algunos artefactos de uso doméstico, las palabras con que nombraron
la tierra, la flora y la fauna, el vago recuerdo de sus cantos y algunas
noticias de los dioses en quienes creyeron y confiaron…11
En nuestro país existió la leyenda, hoy un poco olvidada, de la
mancha del indio que la imaginación callejera hacía reaparecer constantemente en la piel de los dominicanos. La incidencia cada vez
mayor del negro en la población, ha ido disipando la verosimilitud
de esta leyenda, pero perdura una imagen idealizada del «indio»
que inunda los documentos de identificación: la Cédula Personal
de Identidad, el Pasaporte, la Licencia de Conductor, la Cédula
Electoral y otros. Es sin duda hermosa esta actitud del pueblo, que
aparentemente tiende a identificarse con una raza desaparecida
aquí y oprimida en otros lugares. Pero la idealización del indio va
acompañada de la idealización de los fundamentos, contribuyendo
así a la perpetuación de un convencionalismo tan pernicioso como
cualquier otro.
Lo más probable es que los fundamentos sean otros y que en el
fondo de lo que se trata es de establecer una fórmula que permita
cierto grado de nivelación racial en el plano biológico, que se corresponda con el social, basado en el hecho de que el indio representa
una transacción somática, entre los dos troncos raciales que intervienen en nuestro mestizaje: el pelo lacio del indio lo vincula al blanco y
su tez oscura lo vincula al negro. De ese modo se aspira a alcanzar un
La concepción inveterada del componente indiano en la sangre dominicana, no
ha sido establecido científicamente por nadie.
11
Arrom, Juan José: Mitología y artes prehispánicas de las Antillas, Siglo XXI, México,
1975, página 13.
10
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tipo racial común a todos los dominicanos en cuanto dominicanos.
Tanto el blanco como el negro vendrían a representar entonces, sólo
momentos de tránsito hacia el tipo nacional.
El poeta Héctor Incháustegui Cabral sostiene12 que, tal como
ha sido recogido por nuestros poetas, el término tradicional para
designar el producto de la fusión de esas razas en nuestro país ha sido
el vocablo trigueño, probablemente introducido por los españoles en
razón de que en este país no se cultiva el trigo. El trigueño evoca el
color dorado, que no blanco, de los trigales, y está sobrecargado de
alusiones poéticas, que no afectan y más bien halagan la dignidad de
las personas. Los franceses llamaban a sus mestizos rouges, rojos, en
Haití. Pero los mismos españoles impusieron en Cuba un término
peyorativo e insultante: mulatos derivado de mulo que es una bestia
híbrida. De allí pasó a Haití, mulatre, con la misma carga peyorativa.
En Santo Domingo este vocablo ha sido rechazado en beneficio de
indio que, a su vez, ha desplazado a trigueño, por el patrocinio oficial,
como identificación en los documentos públicos.
Pero estas convenciones sociales tienden a sustentarse en convenciones históricas. De ahí la pertinaz labor de exaltar al indio
arqueológico y semántico a pesar de que las supervivencias indianas
que se descubren en la actualidad (en el vocabulario y en los asentamientos arqueológicos) son un acervo común del pasado antillano y
no necesariamente de esta particular antilla y, cuando se cargan de
peculiaridades dominicanas, producen una deformación nacionalista
perniciosa y falsa.
2
La exaltación de la figura del cacique Enriquillo responde en el
campo de la historiografía a esas motivaciones de orden social. La
vehemencia con la cual se glorifica esta figura, infiltra en los espíritus
Véase EME-EME, Estudios Dominicanos Vol. Número 24, Mayo-Junio, 1976,
página 3: Los Negros y las Trigueñas en la poesía dominicana, de este gran poeta
recientemente fallecido.
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simples del pueblo la idea de que Enriquillo es la primera figura
que encarna las virtudes heroicas del pueblo dominicano, como
Cuauthemoc encarna las del pueblo mexicano que verdaderamente
puede reivindicar esa herencia biológica.13
Para que esta posibilidad pueda ser adoptada en nuestro país
sería necesario mostrar el carácter de clase de la comunidad indígena, de modo que Enriquillo encarnara la lucha del pueblo oprimido
y pudiera establecer el vínculo histórico con las luchas del pueblo
dominicano.
Sin embargo, todo parece indicar que no solamente faltó esta
conciencia de clase en el momento hispánico de la vida indiana sino
que nunca existió un orden clasista en su vida prehispánica. La resistencia que los indígenas presentaron al español, y que llegó a ser
tan violenta que los condujo al suicidio en masa, fue una resistencia
nacional, como nación y no como clase social.
El propio Rey de España le ofrece con Barrionuevo un Tratado
de Paz a Enriquillo, a quien el cronista Oviedo considera como uno
de los más nobles príncipes por haberla aceptado. Quanto al cacique
Don Enrique me paresce qu él hiço la más honrosa paz que ha hecho caballero o capitán o príncipe de Adam acá…14
Al estudiar ese Tratado, Peña-Batlle lo presenta como el primero
que se instrumenta en el Nuevo Mundo. Y llega más lejos aún, a
considerarlo como el germen de la teoría moderna del Derecho de Gentes
que puede hacernos sonreír.15
Peña-Batlle afirma, invocando a Las Casas al poner en el tapete
la cuestión de la soberanía sobre el territorio, que para la fecha en
que se concertó el tratado de paz, la soberanía se había concentrado en la
escasa población que gobernaba –por legítimo abolengo– el jefe insurrecto. Y
concluye en el sentido de que las estipulaciones del Tratado fueron
El iniciador de esa corriente, aunque no del indigenismo, en nuestro país, fue
Manuel de Js. Galván, quien inauguró y perpetuó, para resolver sus propias contradicciones políticas, el culto a Enriquillo, en su «leyenda histórica» del mismo
nombre. Véase este problema con más detalles en Tres leyendas de colores, de las
cuales esa es una.
14
Idem.
15
Obras escogidas, Santo Domingo, 1958, página 72.
13
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«concertadas por dos poderes que se miran iguales entre sí y que se
sienten colocados en un mismo plano…»16
Estas consideraciones certifican que las relaciones del indio y del español en esas circunstancias eran de nación a nación y no de clase a clase.
3
El esfuerzo de la historia usual por incorporar al indio al proceso
histórico dominicano, se concentra ahora en los últimos tiempos,
en el estudio de la etapa social y económica en que se encontraba la
sociedad aborigen.
El momento es oportuno. Las controversias en torno a la caracterización de las formaciones precapitalistas –desatadas por Wittfogel
a propósito del «modo de producción asiático» en el marco de la
«guerra fría»17– ha inducido a algunos investigadores a abandonar
esas concepciones marxistas sin abandonar el marxismo.
El más conocido es Gordon Childe18 que se lee mucho en este
país. Childe se desliga de la caracterización del estado histórico de
las sociedades primitivas, basado en el grado de desarrollo económico, y engarza con otra basada en el grado de desarrollo estético.
Para realizar este cambio de rumbo, Childe se apoya en el aristócrata inglés Sir John Lubock19 quien, observando que a las grandes
creaciones murales del arte paleolítico, siguió una era de producción
doméstica de factura femenina con características propias, dividió
ese período en dos y creó el período neolítico, caracterizado por el
predominio de las ollas, vasijas y otros productos ornamentales.
Childe le llamó a esta nueva etapa la revolución del neolítico trasladando esta superestructura cultural y estética al campo de los
18
19
16
17
Idem., página 75.
Ver Gianni Sofri, op. cit.
Childe, Gordon, Así sucedió en la historia, Buenos Aires, 1969.
Tanto la palabra «paleolítico» como «neolítico» fueron acuñadas por Lubock en
dos grandes obras: Tiempos pre-históricos (1865) y Los aborígenes de la Civilización
(1870) en diez volúmenes. Véase Avebury, John Lubock en la Enciclopedia
Británica de 1972.
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cambios estructurales de la sociedad. El desarrollo de la fabricación
de las ollas y de su ornamentación sustituyó así al proceso de aparición y desarrollo de la propiedad privada.
Desde luego, por el camino de las fantasías estéticas se puede
llegar muy lejos en las conclusiones históricas. Por grandes que sean
las conquistas especulativas en este terreno siempre resultarán muy
débiles las evidencias de un desarrollo de la economía taína que
hicieran viable, como se ha sostenido en algunas ocasiones, la acumulación de excedentes de su producción que les obligara a realizar
intercambios con el extranjero, o sea con los otros aborígenes de las
otras Islas.
Tal desarrollo supondría una división del trabajo muy superior,
y mucho más aún si se toma en cuenta que esta división del trabajo
no podría establecerla aquí la naturaleza, que daba los mismos productos allá y acullá. Tendría que tener por base el trabajo y no hay
la menor constancia de que la industria taína fuese más allá de la
coa entre sus instrumentos de producción ni de sus joyas cerámicas
entre los productos; muy bellas estas joyas, pero muy limitadas si se
toman como modelo las realizaciones de otras sociedades aborígenes
de este Continente que, sin superar la etapa aún baja del desarrollo
de la sociedad, lograron maravillas que son admiración y espanto de
nuestra época.
Lo que han hecho los aztecas y los mayas y, sobre todo, los mismos arawacos de donde procedían nuestros desdichados nómadas,
en Colombia y Perú, por ejemplo los quimbayas en la elaboración
de objetos de oro, son verdaderos prodigios de la industria humana.
Marx, que según nos explica Hobsbawm, colocaba el modo de
producción asiático en el peldaño más bajo del desarrollo histórico,
parecía inclinado a considerar que las sociedades mexicana y peruana
pertenecen al mismo género.20
Por elevado que sea el valor sentimental del legado taíno, es
insuficiente para hacerlo escalar los peldaños más altos del régimen
20
Hobsbawm, E. J. Prólogo a Formaciones económicas precapitalistas de Carlos Marx,
Taller, Santo Domingo, 1972, página 30.
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de la comunidad primitiva. Las diferencias de desarrollo que se advierten entre el taíno y los demás grupos aborígenes de las Antillas,
no alcanzan a colocar a aquellos en una etapa superior de desarrollo
histórico.
4
Otro punto que no debe ser olvidado es la condición itinerante
de los aborígenes de las Antillas. El desarrollo de una cultura original, capaz de hacer saltar a una sociedad de una etapa histórica a
una superior, supone un asentamiento permanente y un progreso
constituido por pequeñas victorias seculares. Hay que ver que todavía a fines del Siglo xix no se había introducido en esta Isla el
arado, a pesar de estar bajo el patrocinio de una nación europea,
y la coa aborigen seguía siendo el instrumento característico de la
agricultura de subsistencia.
Hoy se tiene como un hecho incontrovertible que la población
indígena de las Antillas representaba una sucesión continua de
grupos que eran desplazados por otros, procedentes de sus asentamientos continentales.21 La distribución de los grupos aborígenes
en Cuba, según revelan los hallazgos arqueológicos, revela esta sucesión dramática. Los más antiguos y atrasados, los guanahatabeyes,
ocupaban el extremo más remoto, los siboneyes el centro, y los
«taínos» la parte oriental próxima a Santo Domingo. Es indudable que los taínos empujaban a los siboneyes y estos a su vez a los
guanahatabeyes, como resultado de la presión que los propios taínos sufrían por parte de grupos más agresivos, principalmente los
caribes, poseídos de la virulencia original con la que todos ellos se
desprendían del Continente, y que dominaban ya la parte oriental
de Santo Domingo.
Esta situación histórica hace inconcebible el desarrollo cultural
y económico de una sociedad, y absurda la opinión, aún presentada
Felipe Pichardo Moya, Los aborígenes de las Antillas.
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como «hipótesis de trabajo», en el sentido de que estos grupos podían intercambiar apaciblemente sus productos entre una antilla y la
otra.
5
Por todas estas razones, la opción aborigen no puede ser considerada como adecuada para el comienzo de la historia dominicana,
toda vez que no aparecen vínculos de continuidad que permitan restablecer el contacto del pueblo dominicano con estos desdichados
«descubridores» de la Isla.
El periplo aborigen constituye una opción antillana que podría
inaugurar la historia, sin duda apasionante, pero común y tormentosa del Mar Caribe.
La opción continental
Si planteamos la historia de los aborígenes como una opción
antillana, y la rechazamos como punto de arranque dejamos abierta como perspectiva de comienzo para la historia dominicana el
Descubrimiento de América.
Pero entonces nos abocaríamos a una opción continental.
Y no es una simple metáfora amable el título de Cuna de América
que le ha sido reconocido a la antigua LA ESPAÑOLA fundada
en estas tierras. Este título se acredita 17 veces en las 17 ciudades
que antecedieron en esta Isla a cualquiera otra del Nuevo Mundo,
incluyendo a LA ISABELA anterior a la propia Santo Domingo, sin
contar las dos Universidades, el Hospital, la Catedral, la industria
azucarera, que pueden vanagloriarse, como aquellas ciudades, de su
calidad de primadas de América. Y hasta el primer mesticito de india
o negra que nació en estas tierras…
Pero en la historia del pueblo dominicano se da una extraña
paradoja.
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Habiendo brotado en un territorio en que cuajaron las esencias
hispánicas de América y que vino a ser el laboratorio en que se mezclaron sus aromas y sus raíces, no recibe de esa experiencia inaugural
ningún legado directo, como si hubiera llegado al Nuevo Mundo
cuando ya éste era una realidad sólidamente instituida.
En efecto, de las instituciones creadas en LA ESPAÑOLA durante el Siglo xvi, que servirían de base a la sociedad en las naciones
hermanas de América, ninguna se continuó históricamente en Santo
Domingo ni sirvió de base a la fundación de la sociedad dominicana.
Ni la Real Audiencia de Indias, ni la Encomienda Indiana, ni el
Ingenio de Azúcar que inició aquí su periplo mundial, ni la Esclavitud
exclusivamente negra ni el Municipio como instrumento popular, que son
las raíces y los aromas con que se compusieron las esencias hispanoamericanas y que exhalaron sus primeros vapores en esta Isla, se
continuaron después en esta parte de ella para constituir las bases de
la sociedad dominicana actual. Para una opinión contraria sostenida
(en 1949) por el mismo autor de estas líneas, véase su obra TRES
LEYENDAS DE COLORES.22
Tampoco se continuaron otros aspectos esenciales en la vida
histórica de ese Siglo xvi: el régimen económico, la naturaleza de las
relaciones sociales, el ejercicio mismo de la jurisdicción territorial
hispánica en toda su integridad.
El indio, a pesar de reiteradas y sucesivas reintroducciones, desapareció. Y con él el encomendero.
El esclavo negro desapareció, aún cuando en la Isla reaparecía continuamente el mercado de esclavos y quedaba su piel, aunque no su estigma,
por los bosques y praderas de la que luego sería la parte española.
El español mismo, el personaje legendario que llevaba sobre sus
hombros una ciudad como el caracol su casa, según un bello decir, y que
tipificaba al descubridor audaz y al inventor genial del Siglo xvi,23
desapareció con ellos dejando tal vez su orgullo tronando desde la
altura de su miseria, como contaba Moreau de Saint-Mery.
Segunda edición. Santo Domingo, Taller, 1978.
El español de Santo Domingo y otros ensayos.
22
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Pedro Henríquez Ureña ha apuntalado con su inmenso prestigio
intelectual la tesis de que en el lenguaje hablado de Santo Domingo
sobreviven, o sobrevivían en el momento en que escribió, tales y
cuales formas arcaicas del Siglo xvi24. Pero aquello era una forma
patriótica del wishful thinking de los americanos. Otros autores
muestran ahora (Elercia Jorge Morel, Jiménez), aplicando métodos,
técnicas y recursos más modernos, que esos arcaísmos constituyen un
acervo común de todos estos pueblos y conservan en ellos la misma
vitalidad, vigencia y antigüedad que en Santo Domingo. Eso podría
significar que ni siquiera el idioma español que se habló en el Siglo
xvi se conservó en Santo Domingo como un legado directo de LA
ESPAÑOLA. De haber sido así el dominicano actual se sentiría a sus
anchas al conversar con uno de esos sefarditas expulsados entonces
de España y que conservan hasta hoy su lengua clásica, como las
llaves que usarán para abrir sus antiguas viviendas el día del regreso.
Pero no es así. Esos arcaísmos no son una supervivencia del español
del Siglo xvi en Santo Domingo sino en la propia lengua española
común a todos estos pueblos.
Todo parece indicar que, si bien se puede presumir una continuidad ininterrumpida de ese siglo a través de los siguientes hasta
nuestros días, no existe la constancia objetiva de que fuera así. En
cambio, no son pocos los indicios e inclusive las pruebas palmarias
de que fue al contrario.
El nombre de Atenas del Nuevo Mundo que se le aplicó gentilmente al Santo Domingo del Siglo xvi, expresa una realidad histórica que va más allá de la intención cursi de sus patrocinadores.
En verdad podemos expresar con él la desvinculación actual y total
entre un pasado progenitor y esplendoroso y un presente modesto
y común, tal como ocurre –debida y respetuosamente guardadas las
distancias y proporciones– entre la Atenas de la Grecia Clásica y las
de la Grecia moderna. Y por eso le viene muy bien a Santo Domingo
el apelativo de «Atenas del Nuevo Mundo» que expresa, sin pequeñez y sin tragedia, la Grecia contemporánea con respecto a la clásica.
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La opción insular
Si prescindimos de la opción antillana y al mismo tiempo de la
opción continental, quedaría por delante una opción insular que
implicaría la concepción de la historia de la Isla como una totalidad,
haciendo abstracción de la naturaleza individual de la historia de las
dos naciones que comparten su territorio.
Increíblemente, esta es la noción prevaleciente de la historiografía de nuestro país, aunque sin prescindir de las opciones anteriores,
a juzgar por la tendencia constante a denominar los registros generales de nuestra historia con el título de HISTORIA DE SANTO
DOMINGO, que en todo caso no es sino un período de ella o la
historia general de la ciudad capital así denominada.
Es indudable que esta tendencia, que constituye ya una tradición, fue impuesta por el historiador Antonio Delmonte y Tejada,
quien llevó a cabo el primer esfuerzo de sistematización de nuestra
historia en un famoso trabajo cuyo prólogo data de 1852 y que lleva
precisamente el título de HISTORIA DE SANTO DOMINGO.
Pero en esto ha mediado un equívoco.
Se entendía por Santo Domingo tanto la porción antiguamente
española como toda la Isla, comprendiendo en ella la antigua parte
francesa. El título no era incorrecto porque la historia de Delmonte
y Tejada era en efecto la historia de la Isla y no solamente la de la
parte española de ella. El tema sobresaliente de su estudio venía a
ser la lucha de razas y la asombrosa catástrofe de una revolución política
y social que entonces tenía lugar en la parte antes francesa y conllevaba implicaciones mundiales. Delmonte y Tejada no ocultaba sus
vehemencias ante el asombroso espectáculo de una sociedad africana que
por primera vez toma su rango, adoptando la misma organización social
de los europeos y luego, como remate y digno acabamiento a tan singulares
antecedentes, la peripecia de otra nueva revolución que, congregando los
restos del elemento europeo, los constituye en República independiente. Por
esa razón, Delmonte y Tejada, que había nacido en esta parte de la
isla y había sido, por cierto, víctima de esa Revolución, no escribe la
Historia de la República Dominicana, y mucho menos la del pueblo
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dominicano sino, como lo establece textualmente, la de toda la Isla:
En prosecución de entrambos fines, dice en la página 20, yo me propuse
escribir la HISTORIA DE LA ISLA DE SANTO DOMINGO.
Al hacerse eco de esta tradición, la historiografía nacional impone un error. La historia dominicana no es la historia común de
toda la Isla. Si bien las confrontaciones del Siglo xix entre ambas
naciones y la propia formación del pueblo haitiano, constituyen un
factor de esta historia y mantienen su presencia constante a través
de todo su curso, hasta el punto de considerarse válidamente como
naciones hermanas, el pueblo dominicano posee una historia propia,
con rasgos que le son intrínsecos y que no tienen nada que ver con
el proceso que tenía lugar en la porción vecina.
Ignorar este planteamiento fundamental equivale a ignorar nuestra historia. No basta con separar estos dos procesos con adjetivos
heredados del Siglo xix, como los que introdujo el historiador José
Gabriel García al calor de aquellas luchas, ni con insultos y sofismas raciales. Es preciso adentrarse en la naturaleza de los procesos
y descubrir sus individualidades propias. Mas, tan pronto como se
denomina «Historia de Santo Domingo» a la historia dominicana,
se convierte a esta historia en provincia de la otra historia, porque
se coloca en la base de ambos procesos el gigantesco espasmo de la
Revolución emancipadora en aquel país.
Lo que le da su carácter a nuestra historia es la naturaleza propia
del proceso popular en su recorrido histórico, las formas propias de
sus luchas de clases, determinadas por unas circunstancias materiales
intrínsecamente dominicanas y cuya peculiaridad, en el marco de la historia continental, es verdaderamente impresionante y digna de las más
profundas consideraciones. Y es por ahí por donde hay que comenzar.
2
Lo que ocurre es que nuestra historiografía ha soslayado sistemáticamente la significación y la importancia inmensa de las
DEVASTACIONES del Siglo xvii, a pesar de los reveladores
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informes descubiertos por Américo Lugo en los Archivos de Indias
y de los esclarecidos trabajos de Peña-Batlle, cualesquiera que hayan
sido sus interpretaciones, que nosotros mismos hemos tratado de
recoger y actualizar en la obra EL GRAN INCENDIO, de 1969.
No es posible desconocer ese formidable acontecimiento sin
renunciar a toda posibilidad de comprender al pueblo dominicano
en su conducta histórica y hasta en su psicología actual. A menos
que exista la valiente determinación de mantener a perpetuidad los
prejuicios más inveterados y los convencionalismos más absurdos. Y
a veces hasta ridículos.
Las devastaciones dirigidas por el Presidente Osorio en cumplimiento de las órdenes más o menos definidas de la Corona, presentan una doble significación. Significan:
A. La destrucción total y completa del emplazamiento original
de los españoles en el Nuevo Mundo, que se materializa en el
bello y nostálgico nombre de LA ESPAÑOLA con el cual se
inaugura la presencia de la civilización hispánica –y también
las raíces de su tragedia– en este hemisferio, y en cuya virtud la
República Dominicana es el único país hispanoamericano que
no recibe la herencia hispánica directamente del Siglo xvi, a
pesar de que esa herencia fue fundada en el territorio –o parte
del territorio– actualmente ocupado por este país; y
B. La creación espontánea de una sociedad nueva, que es su consecuencia mayor, al margen de la iniciativa y aún la dirección
metropolitana española, en las dos terceras partes del territorio que sirvió de escenario a su experiencia original, y que
constituyen el número de circunstancias que han otorgado a
este pueblo sus peculiaridades y su capacidad de supervivencia.
Ese doble rostro de las DEVASTACIONES, uno que mira hacia
el pasado y el otro que mira hacia el futuro, nos obliga a rechazar
como opción de comienzo de la historia dominicana, tanto la opción
antillana, que nos convertiría a todos en descendientes de los desgraciados aborígenes desde el Siglo xv y de toda eternidad, como la
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opción continental, que convertiría a todos los países de la América
hispana en descendientes de nosotros desde el Siglo xvi, como la
opción insular, que nos convertiría en descendientes históricos de la
fundación francesa del Siglo xvii en la parte occidental. Tanto la una
como las otras resultan insostenibles cuando se las contempla con el
rigor y la frialdad de los hechos.
Al mismo tiempo, nos obliga a contemplar esta opción de comienzo como corresponde a la realidad de nuestro país, como una
realidad parainsular, porque nuestro país NO es una isla sino parte
una de isla, aunque cuantitativamente la más importante en razón
de que constituye las dos terceras partes de ella, y por consiguiente
la historia de nuestro país comienza con la historia de ESA porción.
Una historia insular supondría un solo pueblo insular. La realidad es
que en esta isla se asientan dos pueblos con sus respectivas fisonomías históricas claramente definidas.
Esto significa que existen dos historias cada una de las cuales
explica a su pueblo y el momento en que cada uno de estos pueblos
hace su aparición histórica.
En tal virtud debe considerarse la opción antillana del Siglo xv
y la opción continental del Siglo xvi como antecedentes y no como
instancias del comienzo real de nuestra historia, al tiempo que descartamos la opción insular como expresión de un episodio histórico,
insuficiente para explicar la totalidad del proceso histórico de nuestro país. Así, pues, la etapa aborigen hasta el Descubrimiento constituye la PRE-HISTORIA. Aquella que queda comprendida entre el
Descubrimiento y las Devastaciones de 1605-1606 constituyen una
PROTOHISTORIA, una historia que viene antes de la verdadera.
Y en ese punto comienza la HISTORIA dominicana, que no puede
ser otra que la historia del pueblo dominicano. A esa HISTORIA se
consagra el estudio que sigue.
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La noción de período en la historia dominicana
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Esquema I
HISTORIA DE LA HISPANIOLA
PREHISTORIA
Período caribeano o prehispánico
PROTOHISTORIA
Período continental o hispánico
HISTORIA
de las luchas por la creación
de la sociedad moderna
Período insular o autóctono
HISTORIA DE HAITÍ
como expresión del desarrollo del régimen de la
Esclavitud de plantaciones
HISTORIA DE LA
REPÚBLICA DOMINICANA
como expresión del desarrollo
del régimen de la propiedad
comunal de la tierra
HISTORIA DE SANTO DOMINGO
o historia de la ciudad
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SEGUNDA PARTE
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C. La historia que tal vez debería escribirse
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La opción dominicana
Introducción
El conflicto que a principios del Siglo xvii da origen a las
DEVASTACIONES y concluye con una victoria española, debía
significar y a efecto significó la consagración secular del sistema económico basado en la fijación del campesino a la tierra, por oposición
al libre desarrollo de la propiedad privada.
Durante un largo período, de hecho el período más largo de la
historia dominicana, va a gravitar sobre el país el predominio de las
fuerzas sociales en cuyo desarrollo se expresará la victoria de los españoles sobre sus adversarios herejes, de Osorio sobre Montero, de
la tierra sobre la mercancía, de la propiedad común sobre la propiedad privada, del régimen terrateniente sobre el régimen comercial y
bancario, del subdesarrollo sobre el desarrollo, del despotismo sobre
la democracia…
En consecuencia, van a permitir un gran prestigio de las fuerzas
sociales derivadas de la posesión de la tierra, los hateros y terratenientes de todo tipo, por oposición a aquellas que se derivan de la
posesión del capital y del intercambio de mercancías: los comerciantes, industriales, banqueros, que deberán desarrollarse a través de un
lento y laborioso proceso.
Toda la historia dominicana va a reproducir aquella danza diabólica entre esos dos siniestros personajes que Marx, de manera festiva,
denomina MADAME LA TERRE y MONSIEUR LE CAPITAL. Sólo
que la mayor parte del tiempo, el compás será marcado enfáticamente por la dama. El hatero que brotó de la catástrofe y que no debe
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Pedro Mir
confundirse con su predecesor de LA ESPAÑOLA, será su funesto
consorte y el personaje más influyente durante ese largo período.
Madame La Terre
Esa danza fundamental es la que determina la aglutinación de las
fuerzas, tanto externas como internas, que van a actuar en el proceso
histórico y a establecer su contenido.
Las externas comprenden:
a. un bloque de potencias marítimas interesadas en el aprovechamiento de las riquezas naturales del país y el trabajo de sus habitantes, mediante la apropiación física del territorio, que durante
este período será su rasgo característico e invariable.
Ellas son, en primer lugar ESPAÑA, que es la Madre Patria y
que logra conservar durante un largo período su influencia si no
su soberanía directa; FRANCIA, que tendrá éxito en arrebatar a
España la tercera parte del territorio; INGLATERRA, que va
a ser siempre, en un plano de neutralidad, el factor de equilibrio en toda el área; y los ESTADOS UNIDOS, que seguirá
un proceso de desarrollo como potencia naval y antillana, desde
la total ausencia aislacionista hasta cierto grado de plenitud y
preponderancia aunque no absolutas; y
b. HAITÍ, que se desarrollará desde una situación de opresión colonial inenarrable hasta emerger como una potencia militar en la
Isla.
La aglutinación de este complejo de fuerzas externas determina a
su vez la aparición y posterior desarrollo de las fuerzas internas:
de un lado, la clase terrateniente, que brotará como resultado
de los intercambios de productos agrícolas con la colonia
vecina, y que actuará de manera invariable como agente colonialista, orientada en el sentido de la entrega del territorio
en su totalidad o en parte, de acuerdo con los vaivenes de la
situación histórica, a cualquiera de las potencias extranjeras
insertadas en el contexto;
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La noción de período en la historia dominicana
113
del otro lado, las clases populares o el PUEBLO, integrado por
amplios sectores de las clases ligadas a actividades capitalistas,
los trabajadores y el campesinado, la intelectualidad liberal o
revolucionaria y los patriotas, unidos por el objetivo común
de la defensa del territorio frente a la traición terrateniente
y a las acciones agresivas de las potencias extranjeras, tanto
como a las acciones defensivas de Haití respecto de éstas y
orientadas al control militar de todo el territorio.
El período así caracterizado por la acción directa sobre el territorio, basado en el carácter imperial de la acción extranjera y el
carácter entreguista de sus agentes o aliados interiores, frente a la
resistencia de la población nativa constituida popularmente, es lo
que denominamos
Era imperial
en la cual estos rasgos se manifiestan constantes, desde los años
inmediatamente subsiguientes a las DEVASTACIONES, hasta el
fin de las acciones encaminadas a la apropiación o enajenación del
territorio. Este período cubre más de dos siglos y medio de preponderancia terrateniente y culmina en 1873.
Monsieur Le Capital
Más allá de 1873, y bruscamente, cesan las acciones de carácter
propiamente imperial, orientadas a la apropiación física del territorio. Ese corte brusco es debido al desplazamiento por la violencia –la
Guerra de los seis años– de los últimos vestigios de poder de la clase
terrateniente y a la desaparición y desprestigio de sus más elocuentes
portavoces.
Entre tanto, el desarrollo de poder financiero a nivel mundial ha
ido desplazando el apetito de territorio físico en las grandes potencias y haciendo sentir su influencia en las actividades económicas del
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Pedro Mir
país, en favor del sector comercial, que asciende de ese modo a los
primeros planos de la vida pública en perjuicio de los terratenientes
como clase.
Es entonces, a la altura del último cuarto del Siglo xix, cuando se
consuma la revancha de los «herejes» protocapitalistas, derrotados
en la banda del norte de LA ESPAÑOLA a principios del Siglo xvii.
Esto significa un retraso de 267 años exactos en el desarrollo histórico de un país que, de haber reanudado el desarrollo de la propiedad
territorial, se habría incorporado en una época muy temprana a la
vanguardia del desarrollo histórico en todo el Hemisferio.
Ese habría sido justa y precisamente el sentido de la decantada
y anhelada continuidad histórica del Siglo xvi que suele presentarse y
regodearse como nuestra hispanidad, en ciertos medios.
El haber ocurrido de otra manera, es lo que permite a la Historia
certificar la ruptura de esa continuidad y explicar el radical atraso, así
como la inmensidad de los sacrificios y los martirios que ha atravesado este país, para alcanzar sus objetivos esenciales, a todo lo largo
de su proceso histórico.
Como resultado de este viraje económico en la médula del
proceso, el complejo de fuerzas extranjeras que actúan sobre este
país, experimenta a partir de 1873 un cambio notorio en las zonas
de influencia local. Los ESTADOS UNIDOS emergen como una
potencia cada vez más determinante en aquel grupo de potencias
que gravitaba sobre el proceso insular, engrosado ahora con otras
naciones europeas.
En la nueva composición de potencias figuran ahora
INGLATERRA, FRANCIA, HOLANDA, ALEMANIA, ITALIA y
otras, con diversas alternativas y contradicciones mutuas, más la débil, insignificante presencia de ESPAÑA. Todas ellas experimentan
un reflujo cada vez más intenso frente al creciente poderío y la juvenil agresividad de la potencia americana, que acabará por desplazar
la competencia europea y asumir ella sola la hegemonía en the sea of
our destiny.
En el curso de este proceso, HAITÍ pasa de gran señora militar
en la Isla a pequeña Cenicienta, atropellada por ese dios capitalista
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La noción de período en la historia dominicana
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al que sacrificó, acaso sin saberlo, a sus mejores hijos, porque si suele
ser cierto que la Revolución devora a sus hijos, no lo es menos que la
Reacción devora a sus padres.
Consecuentemente, las fuerzas internas se acoplarán a su nuevo
destino:
de un lado, se inscriben los sectores de la burguesía nativa que
han de actuar como agentes financieros, principalmente de las
fuentes europeas de capital y que sufrirán las contradicciones de
esas fuentes entre sí, cada vez más agudizadas por el predominio
creciente de ESTADOS UNIDOS y sus propias contradicciones
con los sectores de tendencia más o menos nacionalista de esa
misma clase social dentro del país;
del otro lado, la lucha del pueblo por su emancipación económica,
encabezada por aquellos dirigentes que, dentro del círculo de
esas contradicciones, enarbolan no pocas veces de manera demagógica la bandera nacional.
El período así caracterizado por el predominio de la acción extranjera sobre los registros financieros de la producción económica
del país, y sus vínculos con el elemento capitalista nativo, frente a
la resistencia cada vez más consciente y activa del pueblo, es lo que
denominamos
Era imperialista
y se extiende, desde el fin de la Guerra de los seis años en 1873, hasta
nuestros días.
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1. La Era imperial
En las leyendas de Gautama los primeros hombres probaron
la tierra y la encontraron deliciosamente sabrosa…
Emerson
La Era imperial
Esta Era, en la que predomina la acción de las potencias ultramarinas orientada a la apropiación del territorio, libre o combinada con
la conducta de los terratenientes nativos, determinados a enajenarlo
en favor de ellas, presenta una doble estilística:
UNA en la cual la presencia física de esas potencias se traduce
en sucesivas devastaciones de territorio colonial y constituyen la
ÉPOCA DE LAS DEVASTACIONES, la cual se extiende de 1605
a 1808, y define el período colonial;
OTRA en la cual el poder terrateniente sustituye la presencia
física de las potencias ultramarinas y se traduce en la tentativa de
enajenación, o en la enajenación real del territorio, que constituyen
la ÉPOCA DE LAS ANEXIONES, la cual se extiende de 1809 a
1873 y define el período republicano.
En el seno de esta doble estilística, e imprimiéndole su sello histórico nace, y se desarrolla hasta alcanzar su plenitud y su gallardía,
el pueblo dominicano.
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Esquema II
ERA IMPERIAL
Caracterizada en el orden económico por el sistema de
propiedad comunitaria de las tierras, y en el orden político
por la acción de las potencias extranjeras sobre el territorio, en alianza con los sectores terratenientes del país
1605-1873
Período Colonial
Período Republicano
ÉPOCA DE LAS
DEVASTACIONES
1605-1809
ÉPOCA DE LAS
ANEXIONES
1809-1873
Gestación del Pueblo
circa 1795
Nacimiento del Pueblo
circa 1804
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La noción de período en la historia dominicana
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1. La época de las devastaciones
Esta época se define por cuatro grandes destrucciones que sufre
el territorio y que caracteriza el Período Colonial. Las dos primeras
son imputables a España, las dos últimas a Francia:
• La primera, en 1605 y 1606, da origen a dos naciones distintas
sobre el mismo territorio insular.
• La segunda, en 1795, plantea el nacimiento de una conciencia nacional isleña.
• La tercera, en 1805, plantea el nacimiento de una conciencia nacional dominicana.
• La cuarta, en 1809, plantea la lucha por la independencia nacional
dominicana, y la irrupción histórica del pueblo dominicano como
el artífice y dirigente supremo de su destino.
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Esquema III
Período Colonial
Período Colonial
ÉPOCA DE LAS DEVASTACIONES
1605-1809
ESPAÑA
FRANCIA
I
II
Frente
a las
naciones
"herejes"
1605
Frente a
la colonia
francesa
1795
GESTACIÓN
DEL PUEBLO
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III
Frente a la
Revolución
del Santo
Domingo
francés
1805
IV
Frente a la
Revolución
del Santo
Domingo
español
1809
NACIMIENTO
DEL PUEBLO
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a. Devastaciones imputables a España
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Devastación I
Toda división bien desarrollada del trabajo, producida
por el intercambio de mercancías, tiene como base
fundamental la separación de la ciudad y el campo.
Se puede decir que la historia económica de la sociedad,
se resume en el movimiento de esta antítesis…
Marx, El Capital
Hacia la definición territorial
de la nación dominicana
Al despuntar el Siglo xvii existían cuatro ciudades en la costa
norte de LA ESPAÑOLA, Bayajá, Yaguana, Monte Cristy y Puerto
Plata, cuyos puertos se veían frecuentados por las naves de cuatro
naciones europeas, Holanda, Inglaterra, Francia y Portugal, y exhibían una floreciente prosperidad que se propagaba por toda la
Colonia. El lujo llegaba hasta a las Iglesias de la Capital y se hizo
tan ostentoso que obligó a la Corona a prohibir el uso de cojines
de terciopelo en la misa, salvo para los más altos funcionarios del
Gobierno colonial.1
1
Estos hechos han sido relatados detalladamente por el autor en EL gran incendio.
Taller, Santo Domingo, 1974, 2a. edición.
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Pedro Mir
Una de las naciones, Holanda, enfrascada en el comercio clandestino de las costas denominado comercio intérlope, libraba en esos
momentos una guerra emancipadora contra España, de la que era
provincia, enarbolando la bandera de la Reforma protestante religiosa. Debido a ello, todas las demás fueron calificadas de herejes y su
comercio con los vecinos de esta Isla condenado a desaparecer. La
protesta se hizo general y los Municipios, en representación de los
vecinos de todas las ciudades comprometidas, elevaron sus memoriales al Gobernador y a la Corte, demandando la suspensión de las
órdenes de despoblación. Holanda se hizo representar en la costa por
un patache que, después de unos disparos de bombarda, prometió su
favor, clemencia y ayuda a los vecinos de LA ESPAÑOLA, debido a
que España usando de sus tiranías acostumbradas ha mandado despoblar,
destruir, quemar y arrasar todos los pueblos marítimos de la Isla Española,
por ocasión de los comercios, y rescates que los moradores y vecinos de ellas,
con aumento de sus haciendas y beneficio de sus personas, han ejercido con las
naos de las Provincias Bélgicas y, no contento con esto, les quiere privar de las
tierras, llevándoles sus ganados, mujeres e hijos y esclavos y bienes por montes
inhabitables e inaccesibles para acabarles de destruir del todo…2
La advertencia de los holandeses se cumplió a la letra. En 1605
se puso en ejecución la orden de despoblación contenida en una
Cédula Real de 6 de agosto de 1603 a la que siguieron otros comisionando al gobernador para despoblar las 4 ciudades mencionadas.
El Gobernador Antonio de Osorio emprendió con sus propias
manos la tarea destructiva y el desalojo de los moradores y vecinos.3
La resistencia popular que siguió a las primeras acciones en el Valle
de Guaba bajo la dirección de Hernando de Montero y en otras partes, sin que quedaran excluidos sacerdotes y mujeres, fue dominada
2
3
Se inserta completo en El gran incendio.
Lugo, Américo: Historia de Santo Domingo (Desde 1556 hasta 1608), Santo
Domingo, 1952. En total, Lugo registra diez Cédulas Reales de Felipe III, referidas a las despoblaciones de 1605 y 1606, todas fechadas en 1603 en los diversos
lugares en que entonces se encontraba la Corte: en Valladolid a 6 de agosto,
cinco Cédulas; en Valladolid a 23 de agosto, una; en Ventosilla a 15 de octubre,
una; en El Pardo a 29 de noviembre, dos; y en Ocaña a 12 de diciembre, una.
Véase el párrafo 241 de su Historia citada, página 113 y siguientes.
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La noción de período en la historia dominicana
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y reprimida con extrema severidad. Numerosos vecinos y no pocas
mujeres fueron ejecutados en la horca. La faena comprendió todas
las edificaciones sin exceptuar las fábricas de azúcar y los templos
católicos. Fue destruido el Ingenio San Pedro, que tenía una dotación
de 900 esclavos y se valoraba en 50 mil ducados de oro.4 La tierra
fue arada con sal para que no retoñaran los cultivos. Fue devastada
completamente la costa norte y desaparecidas sus cuatro ciudades,
las más prósperas de la Colonia.
El año siguiente la devastación se extendió a otras ciudades no
comprendidas en las Cédulas Reales. Azua, San Juan, Santiago,
Neiba, Las Salinas, Ocoa y otras fueron incendiadas bajo la acusación
de que traficaban con herejes a pesar de estar situadas a considerable
distancia del litoral. La Isla quedó reducida a su tercera parte, según certificación notarial del Notario Azpichueta, encerrada en una
guardarraya que impedía salir al campo so pena de la vida. Aquellos
vecinos que poseían embarcaciones o recursos para agenciarse el
viaje emigraron en masa. Las costas quedaron desoladas, listas para
cualquier aventura descubridora… Se acabó Bayajá decía la gente,
simbolizando en esa ciudad costanera la destrucción de todo el país.
Y, en efecto, aquello fue el fin del Siglo xvi tanto en el calendario
como en la Historia.
2
Este acontecimiento es el resultado de la confrontación en
el plano económico y la violencia en el plano político, de las dos
grandes fuerzas históricas –el feudalismo agonizante y el capitalismo naciente– que en ese momento se disputaban los destinos de la
Humanidad. Su primer encuentro en el escenario americano.
El choque de estos dos trenes históricos en un escenario tan
modesto y asimismo tan distante, fue preparado por una política
insensata llevada a cabo durante todo el Siglo xvi.
4
Idem., parágrafo 303.
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El fracaso de la experiencia inicial, basada en las concepciones
mercantilistas de la Corona, que la llevó a sustraerle el mercado
mundial y los capitales a la incipiente industria azucarera inventada
por ellos mismos, se evidenció en el primer cuarto del Siglo xvi.
Pero ya a mediados de ese mismo siglo había aparecido una salida histórica para la Colonia, por medio de este comercio intérlope,
que ponía el mercado mundial y los capitales en las mismas costas
de la Isla y a las mismas puertas de las casas que en ellas edificaron
los vecinos despiertos. Por esa nueva vía la Colonia se encaminaba
a un desarrollo que solo una imaginación exaltada puede medir en
sus verdaderos alcances, debido a que engarzaba con la explosión
capitalista que estaba cuajándose en esos mismos momentos en las
rutas marítimas mundiales.
La clave para comprender la naturaleza del fenómeno que se
presentaba en ese momento en las costas de LA ESPAÑOLA, se encuentra en un proceso que constituye la raíz más profunda y remota
del capitalismo y que se conoce como la contradicción entre la ciudad y
el campo. Y en él debemos concentrar nuestra atención.
Las ciudades que originalmente recibieron la orden de despoblación, y las otras que se encontraban en el interior pero que
participaban en el comercio intérlope debido a la amplitud de los intercambios comerciales, habían alcanzado un grado de prosperidad
que las convertía en un foco de atracción para el campesinado. El
flujo creciente de productos del campo hacia las ciudades, donde ya se organizaban ferias regulares y se establecían almacenes
permanentes,5 significaba a ojos vista una transformación profunda
de la concepción social y económica del imperio español e involucraba inclusive un germen de independencia política, efectivamente dilucidado solemnemente por los holandeses en la proclama
de Guillermo de Orange, con todo el rigor formal de la época,
acompañado de los consabidos disparos de bombarda, en las mismas costas de la Isla.6
5
6
Idem., parágrafo 245, página 115.
Se inserta completo en El gran incendio.
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Este fenómeno del desarrollo de las ciudades a expensas del
campo es una expresión cabal del origen del régimen capitalista. La
propiedad privada, que es la categoría fundamental del capitalismo,
se manifiesta históricamente como aparición y desarrollo de concentraciones urbanas, las cuales van aparejadas con la liquidación
del sistema de propiedad comunitaria en el campo. De modo que la
propiedad privada despunta siempre como una contradicción entre
la ciudad y el campo.
Engels nos dice que la propiedad privada, que se encuentra ya
en las arcaicas comunidades de todos los pueblos de cultura, se desarrolla ya
en el seno de ellas, primero, en intercambio con los extranjeros, en forma de
mercancía…7 El mismo explica que este intercambio se manifiesta de
inmediato como división del trabajo, que va a producir la contraposición entre ciudad y campo, sobre la base del desarrollo de la propiedad
privada y el aniquilamiento de la propiedad común de la tierra.
La más importante división del trabajo físico y espiritual es la separación de la ciudad y el campo. Esa contradicción comienza con el
tránsito de la barbarie a la civilización, del régimen tribal al Estado,
de la localidad a la nación, y se mantiene a lo largo de toda la historia
de la civilización hasta nuestros días…
La ciudad es ya obra de la concentración de la población, de los instrumentos de producción, del capital, del disfrute y de las necesidades, al
paso que el campo sirve de exponente cabalmente al hecho contrario,
al aislamiento y la soledad.
La contraposición entre la ciudad y el campo sólo puede darse dentro
de la propiedad privada.
La separación de la ciudad y el campo puede concebirse también
como la separación del capital y la propiedad privada sobre la tierra, como el comienzo de una existencia y un desarrollo del capital,
independientes de la propiedad territorial, de una propiedad basada
solamente en el trabajo y el intercambio…8
7
8
Engels, Federico: Anti-Duhring, Grijalbo, México. 1968, página 154.
Marx-Engels: La ideología alemana, Montevideo. 1968, página 55.
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La existencia pura y simple de aquellas ciudades estremecidas por
el bullicio de las ferias, que brotaban a la llegada de las naves europeas, representaban, a juzgar por el extracto que acabamos de ver, la
inserción de esta Colonia en el marco de uno de los fenómenos más
espectaculares y gigantescos de toda la Humanidad. Nada menos
que el fenómeno capitalista. Y nada menos que con una industria
inicial. Y nada menos que a principios del siglo xvii.
Esto significaba al mismo tiempo, y como aspecto esencial del proceso, la liquidación del régimen de propiedad comunal de las tierras,
en la medida en que el campesinado se incorporara a ese comercio,
cosa que se puso ampliamente de manifiesto en los días del comercio
intérlope. Poseemos constancia documental de la situación. Jerónimo
de Torres la describía en 1577 en los siguientes términos:
Esta gente de estos pueblos, ora sean españoles, o los que dellos nacen,
o los mestizos, que ay algunos muy ricos, todos son gente muy bien
tratada y regalada… y, caso que la tierra sea harta de comidas esto
de España falta allá… y por tenerlo y porque es barato, y uno por
gastarlo y otro por revenderlo, ya que venden su cuero y azúcar y
cañafístola por más de lo que lo venden en la tierra, quebrantará y
se atreven a la ley de V. A. y pasarán mil muertes… y además esto
procuran con el secreto asegurarlo…
Y agregaba algo más adelante:
…en efecto, la tierra está de suyo perdida y la contratación, ya que
por la frecuencia de estos franceses no acuden navíos españoles a los
tratos y el que acuda halla los cueros muy caros y, por sus mercaderías, como ellos las tienen aquí tan baratas como en Sevilla, no les
dan nada… y si acaso no les toma el francés y no paran porque ni
hallan carga ni nada por su mercadería (y los vecinos los quieren
francés porque es más granjería) con los muchos esclavos que tienen
hacen labranzas y envíanlas a Tierra Firme a venderlo, y traen los
dineros, esto es, a los ricos que pueden tener navíos que llevan sus
frutos; que el pobre, por faltar contratación de quien le compre sus
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frutos, ya que no tienen cueros, están faltos de dinero, y ay poco en la
tierra o ninguno, y esto siéntese en los pobres y en los mercaderes, y
torno a decir que por ningún género hay contrataciones de españoles,
digo navíos, a causa de los muchos franceses…9
Este es un testimonio directo de valor incomparable. Aquí se
nos certifican dos detalles de excepcional importancia. Uno es que
los intercambios que se operaban con los extranjeros involucraban
una mercancía particular, el dinero. Y es importante porque destaca
la naturaleza comercial de esas operaciones. El intercambio comercial con extranjeros «EN FORMA DE MERCANCÍA», que decía
Engels, y no en términos de cambalache puro, es lo que le insufla su
naturaleza capitalista a todo el proceso: traen los dineros, esto es, a los
ricos que llevan a cabo esas operaciones, dice Jerónimo de Torres. La
mercancía aparece aquí en toda su connotación monetaria moderna.
El otro detalle de importancia igualmente excepcional y que
sirve para darle a toda esta situación unas dimensiones incalculables,
es que la actividad comercial con extranjeros no se circunscribía a
los navíos que frecuentaban la costa. Ese carácter, que es el que le
aplicó la denominación de comercio intérlope, esto es, comercio de
intermediarios (la palabra es de origen holandés) debió ser el que
tuvo de manera exclusiva en los primeros años. Pero debió llegar un
momento en que los vecinos enriquecidos adquirieron o construyeron sus propias naves y emprendieron por sí mismos esa actividad
llevando sus propios productos a Tierra Firme. Aunque este comercio seguía siendo clandestino dejaba de ser comercio intérlope ya que el
intermediario europeo quedaba suprimido, en beneficio directo del
propio productor nativo.10
Rodríguez Demorizi, Emilio: Relaciones históricas de Santo Domingo, Tomo I.
páginas 135-6.
10
Parece que Peña-Batlle ni ningún otro historiador ha prestado atención al hecho
singular, inmensamente significativo para caracterizar la naturaleza del proceso
económico que ocurre durante el Siglo xvi. La exportación de mercancía en
naves propias anuncia un desarrollo económico de perspectiva incalculable que
supera infinitamente las que involucraba el comercio intérlope. No se trata ya
del comercio con extranjeros en el mercado insular sino que proyectaba la producción insular en forma independiente hacia otros territorios.
9
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De aquí se desprende, UNO, que la profundidad de los intercambios iba más allá de la dependencia de los europeos dando origen a
una clase social autóctona (esto es, a los ricos, que pueden tener navíos que
llevan sus frutos, como dice Torres, con los muchos esclavos que tienen).
Esta clase social llevaba a cabo una acumulación de capital totalmente
independiente, a la vez de la Corona y de sus huéspedes «herejes»,
que cambiaba completamente la naturaleza de la sociedad colonial.
Y, DOS, que el llamamiento de Guillermo de Orange, en el
sentido de que los nativos se independizaran de la Corona española
y se unieran a las Provincias Unidas por él representadas, no era
más que la expresión de un proceso que se originaba en la propia
colonia y no en la cabeza de los holandeses que comerciaban con
ella. Esa es además la significación profunda e inmensa que tiene la
advertencia que el Licenciado Valcárcel hacía por aquellos tiempos
respecto del peligro de que por aquí comience la pérdida por donde comenzó el descubrimiento,11 en una alusión directa y reiterada acerca de
la independencia del Nuevo Mundo.
El mismo López de Castro, el más funesto de los memorialistas
padre de la idea infame de las DEVASTACIONES, deja conocer
que esa situación, impulsada por la actividad mercantil, se traducía
en una descomposición del campo en favor del desarrollo de la ciudad, ya que, decía,
como están cerca de los dichos puertos sus ganados de los rescatadores,
y en el rescate ganan a lo menos más de mil por ciento, no atienden
al beneficio de las minas ni a la labranza de los frutos ni a la crianza
de los ganados, como deben, antes le parece que el que hace un buen
rescate, de aquella vez queda rico…12
Estos documentos caracterizan muy netamente la naturaleza del
cambio que tenía lugar en el seno de la sociedad colonial, cuyo rasgo
Las declaraciones más espectaculares del Licenciado Valcárcel en El gran incendio, página 115. El texto completo en el Vol. II de las Relaciones históricas de Santo
Domingo mencionadas.
12
Relaciones históricas. Vol. I, página 70.
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más acentuado era el ingreso, cada vez más notorio a medida que
se intensificaba el intercambio comercial con extranjeros, del régimen de la propiedad privada en perjuicio del régimen de propiedad
comunitaria de las tierras, con la consecuente descomposición del
campesinado y la profundización de las diferencias de clase. Como
nos explica Engels:
A medida que los productos de la comunidad van tomando progresivamente forma de mercancía, esto es, a medida que va disminuyendo
la parte de ellos que se destina al consumo propio de los productores,
y aumentando la parte que se produce con fines de intercambio va
desplazando, también, en el interior de la comunidad, a la originaria y espontánea división del trabajo, en esa medida va haciéndose
desigual la situación patrimonial de los diversos miembros de la
comunidad…13
Anti-Duhrng, ob. cit., página 154. Este párrafo es continuación del anterior pero
le anteceden las palabras siguientes:
La propiedad privada no aparece en absoluto como resultado exclusivo del robo y la violencia. Antes al contrario, existe ya, aunque limitada a determinados objetos, en las arcaicas
comunidades de todos los pueblos de cultura. Se desarrolla ya en el seno de esas comunidades,
primero, en el intercambio con los extranjeros, en forma de mercancía.
Ni Américo Lugo, creo yo, con haber sido quien descubrió el alcance de las
Devastaciones, ni Peña-Batlle, con haber sido quien con mayor profundidad caló
en sus implicaciones históricas, pudieron medir en su verdadera magnitud su
importancia, debido a sus limitaciones metodológicas. El hecho extraordinario
por encima del cual su atención voló con los ojos fijos en el horizonte, tiene una
doble inteligencia:
Una, que el intercambio con extranjeros se llevaba a cabo en La Española a fines
del Siglo xvi, en naves propias, y no con las naves extranjeras, que califica y
denomina este comercio como «intérlope». El hecho de que el comercio con
extranjeros se realizara con extranjeros yendo hacia los mercados del exterior,
cambia completamente el sentido de ese comercio, puesto que «intérlope» significa a través de intermediarios, y en este caso el intermediario es suprimido y
el comercio se realiza de manera directa.
Dos, que el intercambio con extranjeros, a diferencia de la manera que lo realizaban aquellas naciones que venían a comerciar con La Española, era realizado
por los vecinos pudientes de esta colonia, a espaldas del poder colonial, mientras que aquellas naciones lo realizaban de acuerdo con sus propios gobiernos.
Este divorcio entre los intereses de los vecinos y los intereses de su metrópoli
planteaba netamente un rompimiento que el Licenciado Valcárcel advirtió con
sorprendente claridad para la época.
Se ha pensado que este Licenciado Valcárcel es un pseudónimo. Fray Cipriano
de Utrera da noticias de un oidor que obtuvo ese cargo en 1614 en San Lorenzo
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Por consiguiente, la colonia primogénita se encontraba indudablemente dando a luz un régimen social completamente
moderno y formidablemente proyectado hacia el futuro. Y, naturalmente, se desplomaba todo el esquema colonial establecido
por España, dando origen a un creciente deterioro de sus concepciones feudales.
3
Lo más impresionante de esta situación es que el proceso que
acabamos de esbozar, concuerda exactamente con el que se desarrollaba en las altas esferas de la política metropolitana. Eran los
momentos en que estos balbuceos capitalistas que se producían en
las costas de LA ESPAÑOLA, habían alcanzado ya cierta madurez
en algunas naciones, Holanda principalmente y a seguidas Inglaterra
y Francia, que eran, con Portugal, las naciones extranjeras que realizaban el comercio intérlope.
En Europa, el proceso capitalista que debía desplazar al régimen feudal comienza por darle la batalla en el campo religioso, (la
REFORMA) y obliga a España, que se arroga la defensa del feudalismo, a abrazar la bandera de la reacción (la CONTRARREFORMA).
Es con esta alineación que aquellas naciones llevan a cabo su comercio con la banda del norte de esta Isla.
Por tanto, España está en una línea correcta cuando considera
que esta actividad comercial afecta en muy pequeño grado su situación económica, tratándose de una Isla prácticamente abandonada
y débilmente productiva al nivel de las grandes naciones, pero en
cambio representa una provocación de magnitudes planetarias en el
terreno de las confrontaciones políticas.
y embarcó en Sanlúcar en 1615 para comenzar a cobrar su salario el 6 de abril
de ese año en Santo Domingo de La Española. Para el caso, lo mismo da. Lo
importante es que un Lic. Valcárcel, fuera éste u otro, se percató de las inmensas
significaciones que implicaba este acontecimiento.
La noticia de Utrera se encuentra en Noticias históricas de Santo Domingo, Taller,
Santo Domingo, 1978.
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Y esto nos explica el rigor extremo, la violencia cósmica, que
alcanzaron las devastaciones. Al fin de los dos años implacables que
duró la catástrofe, quedó por primera vez en el vasto imperio español de Indias, una colonia humeante e inservible.
Y, si la República Dominicana es, por una extraña paradoja, una
de las naciones hispanoamericanas que en menor grado conserva el
legado de LA ESPAÑOLA del Siglo xvi, es porque la Madre Patria
quemó con sus propias manos aquellas raíces y aró la tierra con sal
para que jamás volvieran a brotar bajo su planta. Un acontecimiento
de tales magnitudes no podía ocurrir sin que sus consecuencias se
manifestaran ardientemente en los siglos venideros.
Por eso debemos detenernos a examinarlas cuidadosamente,
antes de proseguir con estos desarrollos.
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Las consecuencias
Consecuencia I
Donde se discute el problema del aniquilamiento
completo de la propiedad
Desde mediados del Siglo xvi, el régimen de propiedad en esta
Colonia seguía dos líneas divergentes:
UNA era la propiedad comunitaria de las tierras establecida por
Decreto Real en que se disponía que
…los pastos, montes y aguas fueran comunes a todos los vecinos, a fin
de que los pudieran gozar libremente, haciendo de cualquier buhío
sus cabañas, para poner sus ganados, juntos o apartados, sin embargo
de cualesquier ordenanzas, pues todas las que a ellas se opusieren
quedarán de hecho derogadas…1
LA OTRA era la propiedad privada, que vino ya en las naves colombinas y que posteriormente había seguido un curso espontáneo
como resultado del intercambio comercial con extranjeros en el
litoral de la Isla, creando una línea de ciudades prósperas, principalmente en la banda del norte, ya con los rasgos característicos del
proceso de aparición y desarrollo del capitalismo.
1
Pacheco, Cárdenas y Torres de Mendoza, Editores: Colección de documentos inéditos de Indias. Madrid, 1864 y años siguientes.
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No quiere decir que estas dos formas de la propiedad co-existieran apaciblemente una al lado de la otra. Al despuntar el Siglo
xvii, las concentraciones urbanas del litoral norte habían puesto de
manifiesto la contradicción de estas dos formas de la propiedad y la
tendencia histórica de la propiedad comunal a convertirse en propiedad
privada así como la tendencia de esta última a impregnarse de rasgos
capitalistas e imponerse como régimen dominante en la sociedad
colonial.
Aunque en esencia la acción de la Corona iba dirigida a impedir
el desarrollo de esta última tendencia, ninguna de las Cédulas Reales
que disponían las DEVASTACIONES hizo mención alguna de ella.
Tampoco en la práctica devastadora se estableció diferencias. Y no
podía ser de otro modo, puesto que esas tendencias históricas se dirigían al mismo fin y afectaba en forma absoluta a toda la propiedad,
fuese disfrutada por un solo propietario o por una comunidad de
vecinos, independientemente de que la Corona fuese o no consciente de ello.
En consecuencia, el hecho de que la propiedad fuera devastada
entonces, no puede entenderse en el sentido de que lo fuera aquella
que era ejercida por un propietario individual, mientras quedaba excluida otra, o que en una zona permaneciera intacta y desapareciera
en otra, o que pudieran trazarse franjas y guardarrayas que impidieran el avance de la tendencia histórica.
Es sabido que, después de llevar a cabo su empeño destructor,
Osorio ordenó al Notario que certificara que la Isla quedaba reducida a su tercera parte y así se cumplió. Demás de lo qual, yo el dicho
Gaspar de Azpichueta, escrivano, doy fe e verdadero testimonio que el más
apartado lugar desta dicha cibdad es la ciudad de Santiago que, como está
dicho, dista treinta leguas,2 etcétera.
Fuera de esta zona, como se dijo antes, la tierra fue arada con
sal y prohibida toda actividad so pena de la vida. Allí efectivamente
fue aniquilada físicamente toda propiedad. Pero las guardarrayas
que trazan los hombres no siempre colindan con las que trazan las
2
Relaciones históricas, ob. cit. Vol. II.
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leyes históricas. Y por eso la onda devastadora no se detuvo ante esas
fronteras sino que siguió su marcha secreta aunque inexorable en las
entrañas de aquellas otras propiedades que, sólo por la voluntad de
Osorio, debían quedar excluidas de la devastación; como si la realidad se comportara de manera metafísica o farmacéutica, donde todas
las sustancias se mantienen aisladas unas de las otras e incapaces,
por tanto, de recibir la infinidad de interacciones que constituyen el
proceso social e histórico.
Debía suceder que, mucho más devastadora que cualesquiera de
las medidas emprendidas por Osorio, viniera a serlo la supresión del
intercambio comercial con extranjeros.
Esa medida, sin que ninguna otra la acompañara, era suficiente
para minar por su base el régimen económico imperante en la Isla.
Si toda la sociedad, de arriba a abajo y de derecha a izquierda,
estaba impregnada por ese sistema y dependía de él, las propiedades comprendidas en el triángulo de las guardarrayas debían
desplomarse con el mismo estruendo con que se desplomaron
los templos católicos de la banda del norte. Este desplome no lo
podía evitar el recuerdo de las antiguas relaciones ni los vínculos
afectivos ni los duendes saltarines que danzaban de noche en la
cabeza de los hombres. Ninguna formación social o económica
podía sobrevivir a ese impacto material. Las haciendas de la banda del sur, que eran tan rescatadoras como las del norte y cuya
prosperidad, como la de los funcionarios y los sacerdotes tenían
el mismo fundamento, no podían evadir el mismo destino. Era,
pues, un destino común.
2
El principal estorbo con que tropieza la comprensión de este
proceso es el famoso Censo que Osorio dispuso en 1606, tan pronto
como concluyó su faena devastadora. Este censo es una de esas telarañas en la cual los enemigos de los pueblos enredan a sus víctimas y
las dejan enredadas por toda una eternidad.
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Peña-Batlle quien, a pesar de su hispanofilia impermeable,
comprendió la magnitud de la empresa devastadora en toda su profundidad, aunque distorsionara su contenido, ha hecho el siguiente
comentario esclarecedor:
Si el recuento de 1606 se hubiera realizado sobre la totalidad de la
Colonia y no dentro de las arbitrarias guardarrayas fijadas por el
Presidente, los resultados de la operación hubieran sido sorprendentes. El ánimo se levanta sólo de pensar que en la lista de Azpichueta
pudieran leerse los nombres de los hatos, estancias, lugares, pastos y
habitantes que arrasó, demolió, incendió y asesinó Osorio en más de
la mitad de la Isla y que toda esa riqueza hubiera podido cumplir su
misión social y política en el desenvolvimiento normal de la Colonia.
No es aventurado afirmar que La Española no se repuso nunca del
golpe de 1606…3
Si no se repuso nunca, la gran tarea consiste en perseguir ese
golpe en todo el trayecto histórico. Por eso hay que evitar por todos
los medios caer en la telaraña que tendió Osorio para encubrirlo.
Por lo pronto hay que advertir que utilizó un procedimiento mucho
más adecuado y plausible que el que propone Peña-Batlle en ese
extracto.
No era un censo en la totalidad de la Colonia lo indicado. El
Censo de 1606 fue llevado efectivamente a cabo de esa manera, y no
solamente en la zona triangular de las guardarrayas como lo apreció
Peña-Batlle. Mucho más indicado que ese procedimiento era el de
efectuar un censo inmediatamente ANTES y otro inmediatamente
DESPUÉS de la devastación para poder establecer su resultado de
manera objetiva y aritmética.
Y eso es precisamente lo que hizo Osorio.
La constancia documental del procedimiento elegido por él se
encuentra en el testimonio oficial de Cepero y Xuara, que vivieron
3
Peña-Batlle, Manuel Arturo: Obras escogidas, Col. Pensamiento Dominicano, T.
I., Santo Domingo, 1968, página 216.
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esas escenas y así lo declararon en 1608, a sólo dos años de la tragedia, cuando aún había humo y sal en aquellas tierras:
ITEM: envió a contar el ganado de toda la Isla a Bartolomé
Farfán, allegado y favorecido suyo, el cual dijo y publicó que el dicho
Presidente le había prometido una joya si le trajese contadas más de
ocho mil cabezas de ganado vacuno mansas; y esta demasía y engaño
se echará de ver por las diligencias V.S. ha enviado a hacer para que
se vuelva a contar el ganado, con lo cual y la cuenta que hicieron los
cuatro jueces que envió a contarlo el dicho Presidente antes de las
dichas reducciones, se echará de ver lo que se ha muerto, rescatado y
consumido, y las justas quejas de los dichos vecinos, y si son ciertas las
relaciones que se han dado de la abundancia del ganado…4
Por ese texto se establece sin la menor duda que el Presidente
Osorio procedió en este asunto con absoluta corrección y habilidad, toda vez que llevó a cabo un censo ANTES de proceder a las
devastaciones.
Es claro que el Presidente no necesitaba un segundo censo para
conocer la magnitud de ellas, después de haber devastado con sus
propias manos. Si lo hizo fue para lo contrario, para impedir que
fueran conocidas por la Corona, y de paso por los historiadores contemporáneos, de modo de acomodar los datos a sus conveniencias.
Los mismos testigos y en el mismo documento denunciaron esa
estratagema y los móviles que condujeron a ella:
ITEM: que para persuadir a S. M. (de que debía tomar) por grandes
servicios los daños referidos, y de que los nuevos vecinos, tristes, pobres
y afligidos, quedaban muy contentos y ricos, y toda la Isla abundante
de ganado y las casas o iglesias acabadas, hizo lista de todos los dichos
vecinos despoblados, y les iba preguntando las haciendas que tenían
y, algunos de ellos, temerosos de los rigores del dicho Presidente, y
por darle gusto, decían que eran dueños de pastos y estancias, sin
4
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tenerlos, ni qué comer, ni vestir, y pasaron en esto otras cosas de mayor inconveniente, como lo dirá Diego Velázquez y otros testigos, y la
fuerza y la violencia con que hizo obligar a Benito García a hacer y
fabricar la iglesia a menos precio, y que los vecinos hiciesen de nuevo
otras casas no pudiendo sustentarlas, ni vivir en ellas ni aun cuando
fueran ricos, porque en todas hay muchas pozas de agua, y así las han
dejado yermas y desiertas, como dirán los testigos…5
Esto declaran las fuentes. Osorio realizó un conteo antes de llevar a cabo las destrucciones y otro después de ellas. El primero es,
sin duda, el correcto, probablemente hecho elaborar para su propia
orientación. El segundo, aunque no lo hubieran certificado los testigos de la época, era evidentemente falso. Su objetivo era engañar
a la Corona a fin de asegurarse la recompensa que efectivamente le
fue otorgada, aunque quiso el destino que no fuera cobrada ni por él
ni por sus herederos.
Y no es difícil percatarse de que el famoso Censo de 1606 no
sirve para mostrar ni lo que quedó ni nada, puesto que sus propias
incongruencias lo delatan.
Por ejemplo. El Censo registra 12 ingenios de azúcar con una
dotación total de 800 esclavos.
Si se recuerda –y si no se recuerda lo dice Lugo en su Historia–
que sólo el ingenio SAN PEDRO tenía una dotación de 900 esclavos
de una población esclava que se calculaba entonces entre 15 y 20 mil
individuos, se echa de ver la magnitud del destrozo.
Esto sin salirse del Censo. Una vez que se confirma que las cifras
fueron abultadas cabe reducir con la reserva que se quiera esta cifra
a expresiones más discretas. Y, si por la vía del sentido común, se
admite que la desarticulación de la vida económica, social e inclusive
espiritual, impedía que la marcha de la sociedad pasara de una situación de prosperidad y bienestar a otra de terror y de fuga sin resentir
la producción y paralizar toda forma de intercambio de productos,
y principalmente los ingenios, entonces también hay que reducir a
5
Idem.
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proporciones más discretas esa cifra de esclavos, de gente rebelde,
uncida tanto al ingenio como a la expectativa de la más mínima
oportunidad de sacudir el yugo opresor…
El Censo asimismo registra una lista casi interminable de hatos
de vacas, cabras, ovejas y cerdos. Pero se limita a recoger el nombre
del propietario de los hatos sin consignar las unidades correspondientes, cuando lo que se necesitaba era el número de unidades y no
el de propietarios. En ninguna parte se indica el número de cabezas
de ganado existente en la Isla. Una larga lista de propietarios, de
los que por cierto no quedó ni el rastro según nos cuenta Sánchez
Valverde, podía conducir a la creencia en un número considerable
de cabezas de ganado que efectivamente existía, pero al margen de
toda propiedad, igual que el esclavo, disperso por montes y sabanas, o como el mismo propietario, disperso igualmente por playas
extranjeras…
Es casi completamente seguro que el primer censo recogía la
realidad. Y eso podría explicar, si el futuro o el azar no muestran lo
contrario, que no haya aparecido nunca. El Censo que se conoce
procede de los Archivos metropolitanos. Si las cosas ocurrieron
como las refieren Cepero y Xuara, el primer Censo, el verdadero,
nunca pudo llegar a la Metrópoli. Quedaría cuidadosamente guardado entre los documentos personales de Osorio, si quería reservarle a
la posteridad este fragmento de la realidad verdadera y no sólo el de
la realidad convencional o de conveniencia. A lo mejor se encuentra
plácidamente entregado a la acción de las polillas en el Archivo de
La Habana. Y es posible también, porque las recompensas futuras
explican las violencias presentes, que fuera simplemente destruido o
devastado como ocurrió con la realidad real reflejada en él. En este
caso no quedará sino la mentira eterna…
3
Sin embargo, podemos pasar por alto todas esas consideraciones
y los testimonios que las refrendan y atenernos al curso histórico,
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que es el documento que mejor certifica la naturaleza de los episodios aislados.
La profundidad de las destrucciones y de los cambios que
ellas originaron, se manifiesta en ese mismo año de 1608. Dice el
historiador García que al llegar el Gobernador Diego Gómez de
Sandoval en ese año encontró la Colonia en el estado más lastimoso, porque las transmigraciones habían vuelto a tener aliciente, los campos se iban
despoblando y las haciendas desaparecían; las casas se arruinaban cerradas
por falta de quien las habitara; los derechos fiscales se reducían escandalosamente, porque no había muchos ramos de comercio de qué cobrarlos ni
gente que estuviera en actitud de pagar serias contribuciones; que todo, en
fin, estaba en decadencia.6
La quiebra de la economía colonial en 1608 había alcanzado ya
el grado de hacérsele imposible resistir el peso de la burocracia oficial. La Hacienda no tenía más ingreso que las pocas resmas de papel sellado
que podían consumir quatro vecinos pobres… cuenta Sánchez Valverde.7
Nunca antes había ocurrido así en toda la historia de la Colonia. Ni
siquiera en la época de retroceso económico que siguió al primer
cuarto de siglo. Las Haciendas que sobrevivieron a la devastación
no resistieron sus consecuencias. La Corona se vio obligada por la
materialidad de los hechos a aceptar estas consecuencias y crear un
situado de México para mantener artificialmente la apariencia de una
Colonia. Ni los Ingenios, ni los Hatos, ni las Estancias, que registraba el Censo, con ser tan numerosas, alcanzaban a soportar esas
cargas, lo que revela que pertenecían al orden de la fantasía.
Porque inclusive se puede admitir su existencia en los mismos
términos en que, para engañar al Rey y a los historiadores candorosos del futuro, los hacía consignar Osorio, despidiendo vapores de
azufre, al atemorizado y obediente escribano Azpichueta. El hecho
es que podían ser todo lo numerosos que se quisiera y lo productivos
García, José Gabriel; Compendio de historia de Santo Domingo, Santo Domingo,
1893, Vol. I, página 148.
7
Sánchez Valverde, Antonio: Idea del valor de la isla Española y utilidades que de ella
puede sacar su monarquía. Santo Domingo, 1947, página 11.
6
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que se deseara, pero si no existía mercado,8 si no existía numerario,
si la economía no podía sustentarse en la imaginación, si no venía
un solo barco de registro de España en cinco años, si el proceso
histórico había sido detenido en seco, si los productores emigraban
en masa, si los que quedaban no podían poner en marcha una iniciativa fructífera dentro de las guardarrayas ni la autoridad sustituía la
realidad devastada con una realidad nueva, esas supuestas haciendas
o hatos del Siglo xvi que se quieren prorrogar en nuestra historiografía, se desmoronaban solos. Se desplomaban espontáneamente. No
podían traspasar el umbral de la catástrofe.
Y esto que indica el sentido común lo comprueban y certifican
los documentos, sin que falte en ellos ese humor que, según enseña
la experiencia, suele acompañar a las más grandes desgracias. Cuenta
Fray Fernando Carbajal y Rivera, Arzobispo de Santo Domingo,
que su penuria era tal que tuvo que pedirle a Dios la gracia de un
huevo de gallina:
… di gracias a Dios de poder hallar un huevo que comer y alguna
vez me aconteció solicitarle que una gallina entrase en el bahareque
de mi habitación para tenerlo, esperando que lo pusiese, para el sustento de aquel día…9
Pero sus cartas componen una antología, no del humor sino de la
desesperación. Culpaba agriamente al comercio de Sevilla por haber
inspirado las Devastaciones a fin de eliminar el comercio de Flandes
y en consecuencia haber sumido a la Isla en la más amarga de las
tragedias:
Andan desnudos por no haber comercio en la Isla. Fray Fernando de Carbajal y Rivera,
Arzobispo de Santo Domingo, en carta al Gobernador a 26 de noviembre de 1695,
en Demorizi: Relaciones históricas de Santo Domingo, Vol. III, página 214.
De cinco a cinco años viene de España el registro, para más aniquilarlos. En la misma
fuente, página 153.
Los Derechos Reales se redujeron a nada porque ni había ramos de comercio de qué
cobrarlos ni persona que se hallase en estado de pagar contribución. Sánchez Valverde:
Idea del valor…, ob. cit., página 113.
9
Carbajal y Rivera, op. et loc. Cit., página 218.
8
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Es la mayor lástima, es compasión, fue impiedad, esto me mata, me
consume y me atormenta. ¿Hay maldad semejante? ¿Hay sinrazón
más contra razón? No hallo términos con qué explicar el sumo daño
que han hecho estos malvados. Y que el Rey los favorezca y los ampare y se ejecute lo que ellos quieren, me desencanta y me desatina.
Cuando llego a esto, Señor, no puedo más, no puedo más…10
Estas consideraciones tan severas iban dirigidas al Marqués de
los Vélez, del Consejo de Estado de Su Majestad y su Presidente en
el Consejo Supremo de Indias en Madrid, en una extensa carta en la
que multiplica esos argumentos:
Señor, Señor Excmo. ¿Pesaría tanto lo que alegó el Comercio de
Sevilla para que se repudiase éste de Flandes? ¿Es posible que no hayan escarmentado en cabeza ajena y propia los Señores Gobernadores?
Porque se decía que comerciaban aquellas cuatro Ciudades, Puerto
de Plata, Bayajá, Monte Christi y la Yaguana, las mandaron (y sin
razón) despoblar, perdieron lo principal sus vecinos, porque las casas
y monterías no se conducen; desde entonces comenzó a empobrecer la
Isla…11
No había pan, cuenta el Arzobispo. La gente lo había sustituido
por el plátano. Y parece ser que fue entonces, a consecuencia de
esta tragedia, que este manjar de esclavos, considerado como despreciable, subió de categoría y se convirtió en la dieta fundamental
del pueblo, un acontecimiento histórico que no debe pasar inadvertido. Al menos a ello induce la insistencia con que el Arzobispo
se lo hizo saber a la humanidad entera en un sinnúmero de cartas
conmovedoras:
A don Luis Cerdeño, del Consejo de su Majestad en el Supremo
Consejo de Indias, mayo 29 de 1693:
10
11
Relaciones históricas, Vol. III, página 123.
Idem., página 117.
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Ahora no hay casi harina para hostias y en convento que había 14
se han dicho 3 misas cada día por no haberlas para las demás ¿qué
traza de haber pan para comer? Y aún el de palo que es el sustento
de los que no comen pan, ha faltado aquestos días igualando a los que
tienen un real para comprarlos y a los que nunca lo comen por no tenerlo, supliendo su falta los plátanos. ¡Hay desdicha como aquesta!12
Al Obispo de Málaga, del Consejo de su Majestad, junio 9 de 1693:
Acuerdóme que cuando hubo falta de pan dos o tres días en
Madrid, se vio el motín y tumulto a vista de un Rey; acá todo
el año falta algo preciso para el sustento y al presente el pan de
palo no se halla, callan, sufren y toleran y su falta la suplen con
plátanos. ¿Qué quiere Vuestra Señoría Ilustrísima que diga de
su lealtad y tolerancia? Suplico a Vuestra Señoría Ilustrísima
que se sirva sacarme de aquí…13
Al Conde de Canalejas, Adelantado de la Florida, del Consejo de
S. M. en el Consejo y Cámara de Indias, junio 11 de 1693:
Aquí falta de todo, y al presente el pan de palo cuotidiano de los
menos (porque los más por no tener un real no pueden comprarlo) no
se halla y en su lugar comen plátano…14
A don Antonio Ortiz de Otalora, Secretario de S. M. en el Supremo
Consejo de Indias de la Gobernación del Perú, mayo 9 de 1693:
El cotidiano pan de esta Isla es el pan de palo. Los menos le gastan
porque los más no tienen un real para comprarlo y cuando ésta
escribo, anda tan escaso (ya días que sucede esto) que aunque los
que lo usan no le hallan; plátanos comen…15
14
15
12
13
Idem., página 151.
Idem., página 169.
Idem., página 170.
Idem., página 133.
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A don Francisco Camargo del Consejo de S. M., mayo 31 de
1693:
…ni comen pan, que aún el de palo muchísimos no le alcanzan por
carecer de un real para comprarlo, frutos silvestres son su sustento…16
Al Conde de Adanero, Presidente del Real Consejo de Indias de
Madrid, el 14 de febrero de 1697:
…su sustento (el del Arzobispo, o sea el suyo propio) vaca mala o toro
viejo, su pan ninguno, porque no ha podido entrar en el de palo, y si
lo envían de fuera es tan largo el tiempo por no haver embarcaciones,
que se gasta muy presto porque los enfermos lo piden o en ser de arina
o pan y es preciso dárseles…17
Por estas cartas se mide la miseria colonial, que había alcanzado
a un cargo tan suntuoso como el de Arzobispo. La población había
descendido del pan bíblico de harina de trigo a este extraño pan
de palo al que no podía entrarle Fray Fernando y que, así como no
aparece hoy en las enciclopedias ni en los recuerdos del «mercado
viejo» donde Vico encontraba la eterna sabiduría de los italianos,
tampoco se encontraba entonces, y menos el real necesario para
adquirirlo, en el palúdico mercado colonial.18
Idem., página 157.
Idem., página 240.
18
Lo más probable es que este pan de palo sea el normal casabe, porque tanto éste
como el plátano se sirven como sustitutivo del pan de trigo en la comida criolla. Lo extraño es que el casabe, que fue comida de indios como el plátano de
negros, y por tanto abundante y barata, haya escaseado en la Isla. En su carta a
D. Thomas Ximenez de Pantoxa, del Consejo de su Majestad, Fr. Fernando le
refiere que:
Todo está cerrado. Ya falta el pan y la harina para hostias, ya el vino para los fomentos
precisos para los achaques. Los más de la Isla no alcanzan el «pan de pulo», por no tener
un real para comprarlo, y al presente los que lo usan no le hallan (si fuera en Madrid, ya
hubiera tumulto, como hemos visto).
Lo que es de presumir es que, como el casabe requiere una técnica para prepararlo y
hornearlo, no todos pudieran obtenerlo como el plátano, que simplemente se desprende de
una mata que se da en cualquier sitio. Y ello revela que en verdad se trataba de una miseria
catastrófica que ha tenido que dejar una herida secular. Pero ¿venía del extranjero?
16
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En consecuencia, la población se vio obligada a descender un
nuevo peldaño y decidirse por el plátano, lo que significaba igualarse
con el esclavo y con el que no tenía el real para conseguir el esotérico
pan de palo. Llegó así, no por la vía constitucional o revolucionaria
sino por los apremios de la vida diaria, la igualdad suprema.
Y ahora se explica uno por qué el plátano es un asiduo huésped
de la dieta dominicana, hasta el punto de impregnarse de connotaciones nacionalistas, y por qué el desgraciado viajero dominicano
descubre su absoluta ausencia en las mesas ultramarinas, salvo en
Nueva York que es, como se sabe, una ciudad importante del interior
de este país…
Pero donde una sola página basta para ilustrar de la manera más
profunda y dramática la universalidad de las DEVASTACIONES,
es en una que recogió Fr. Cipriano de Utrera y que nosotros tomamos de Larrazábal:
Hay constancia de un caso sucedido al convento de monjas de Regina.
Este convento llegó a tal estado de miseria en 1606 que no se podía
subvenir a las necesidades más urgentes sino a base de sacar a la calle
a sus esclavas para que le ganaran dinero. Estas salían de mañana
y entraban por la noche con el producto de sus pequeños negocios
o diligencias, pero en este entrar y salir algunas esclavas solían
quedar encinta, y el escándalo se producía, no por el hecho de que
una esclava concibiera, cosa demasiado común, sino que las monjas
conservaban a esas esclavas en su convento, le permitían que dieran
a luz y le criaban sus hijos. Por esto se intentó quitarles a las monjas
de Regina sus esclavas, al menos las ganadoras, pero intervinieron
los Oidores y se suspendió la medida porque para ello hubiera sido
menester dotar al convento de una apreciable limosna…19
Es indudable que la prohibición del comercio intérlope despojó a
los cueros del privilegio de resolver la vida en la Colonia despavorida
Larrazábal, Carlos: Los negros y la esclavitud en Santo Domingo, Santo Domingo,
1967, página 132.
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y que las esclavas de Regina se convirtieron en un alegre sucedáneo.
Pero no es posible deducir de ahí el origen de la palabra cueros con
el cual se designa popularmente en nuestro país a las hijas de la noche
o de la alegría como dicen los franceses, aunque es difícil desviar los
ojos de la coincidencia.
Todo esto revela que el desplome de la economía no azotó a
una de las paredes de la vida colonial dejando intactas a otras. La
tragedia fue universal. No es necesario aguzar el entendimiento
para caer en la cuenta de que la democratización de la mesa y la
liberalización de los conventos son apenas detalles pintorescos y a
lo sumo símbolos que, particularmente en la glorificación histórica
del plátano, sobre todo el verde, expresan esa universalidad. Y lo
veremos inmediatamente.
Consecuencia II
Donde se asiste a la total disipación del pueblo
La historia convencional no ha sido ajena, desde los tiempos de José
Gabriel García, al impacto que ejercieron las DEVASTACIONES
sobre la mecánica interna de la sociedad colonial. Ha reconocido
que su funcionamiento quedó paralizado y que cesaron sus pulsaciones históricas. Y, siendo así, debió haber pronunciado la muerte con
la severidad de un médico legista.
Pero no pudo llegar a tanto. Adoptó una actitud aproximativa y se
limitó a registrar los signos de un estado similar: el sueño, una especie
de invernación colectiva semejante a esa condición que permite a los
osos ignorar el invierno y esperar aletargados el advenimiento de
una nueva primavera. Así, don José Gabriel García.
Este historiador consigna la llegada de un nuevo Gobernador
en 1634, veintiocho años después de aquellos acontecimientos y
subraya que el funcionario llega precisamente cuando la decadencia
continuaba destruyendo todos los elementos de vida con que contaba la
Colonia que, sumida en profundo sueño, sólo despertaba a la esperanza
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cada vez que había un cambio de personal en la administración civil o
religiosa…20
Sumida en profundo sueño, he ahí una metáfora sutil que contiene
no obstante una tesis histórica de gran destino. Si se trata de un
sueño podrá explicarse más tarde que continuara viviendo más allá
del Siglo xvi hasta nuestros días.
Este mismo anhelo de supervivencia fluye subterráneamente en
otros historiadores. Pedro Henríquez Ureña, que no lo era pero que
aparecía tan lúcido cada vez que, llevado por sus estudios literarios,
se veía sumergido en los acontecimientos históricos, la llama languidez y extrañamente la explica por la despoblación, con una ligereza
impropia de sus méritos:
Los años iniciales del Siglo xviii son todavía interesantes. Después
todo languidece. La languidez no es sólo nuestra: fluye de la metrópoli, ya en franca decadencia… La despoblación de Santo Domingo
en el Siglo xvii nace de causas locales o peculiares al Nuevo Mundo:
primero: la ruina de la población indígena, que empobreció a los
conquistadores; después, el descubrimiento de tierras nuevas, que
atraía a los audaces. Pero en el Siglo xvii la despoblación procede de causas generales de España y América: España decae y se
despuebla…
Peña-Batlle rechaza esa apreciación de Henríquez Ureña con las
siguientes razones:
La apreciación es falsa. La languidez de la Colonia y la despoblación
creciente de la misma, tan bruscamente iniciada en los comienzos
del Siglo xvii, no tienen sino una causa inmediata e indiscutible: la
devastación llevada a cabo por don Antonio Osorio…
Y explica:
García: Compendio, Vol. I, página 154.
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Al desaparecer la gran fuente de producción que destruyó el
Presidente, la Colonia perdió de cuajo el más importante puntal
de su economía y de su vida: el comercio libre, única posibilidad de
balance entre lo que se vendía y lo que se producía. El problema era
mucho más profundo que el del desbalance comercial. Lo que perdió
la Colonia fue el sendero de la propiedad privada con lo que desapareció no solamente la balanza comercial sino el comercio mismo. La
destrucción sistemática y organizada de la riqueza colonial –el ganado y la agricultura– debía producir, fatalmente, el languidecimiento
profundo de la población, la miseria y, en consecuencia, el destronque
de la futura nacionalidad…21
Como la metáfora del sueño, ésta del destronque de la futura nacionalidad, se presta a interpretaciones versátiles. Parece ser que aquí equivale a
la muerte, toda vez que la pérdida del tronco se opone aquí a la languidez,
pero la supervivencia de las raíces supone la regeneración del tronco y no
ha habido más que un intercambio de metáforas. El Siglo xvi quedaría así
en condiciones de continuarse en los siglos siguientes…
También Pedro Troncoso Sánchez ha tratado de escapar del
cerco de la historia convencional en algunos ensayos. En algunas
páginas dice a propósito del Tratado de Basilea, que ese instrumento
hiere al alma dominicana y destruye de un día para otro la piedra sobre la
cual dormía…22
Viendo las cosas en términos aritméticos resultaría que, de
1605 a 1795, fecha del Tratado, esa piedra habría soportado un
sueño de 190 años, mucho más largo que el de la Bella Durmiente
del Bosque, y bien merecería que se le otorgara ya la categoría de
la muerte.
Y parece que el propio Troncoso Sánchez no es extraño a ese
reconocimiento puesto que en esas mismas páginas califica al
pueblo con un neologismo sumamente adecuado y exacto para esa
insólita situación: inhistórico. En efecto, la pérdida de las esencias
Peña-Batlle, Obras escogidas, ob. cit.
Troncoso Sánchez, Pedro: Estudios de historia política dominicana, Santo Domingo,
1968, página 135.
21
22
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históricas no evoca el sueño. La inhistoria equivale a la muerte
histórica.23
Pero todos estos autores, incluyendo a Peña-Batlle que
caló muy profundamente en las causas y consecuencias de las
DEVASTACIONES, y aún Troncoso Sánchez que es mucho más
avanzado, y que ha intentado una visión general del proceso histórico del «alma dominicana»,24 pone todo el énfasis de su pensamiento
heredado de la escuela romántica que debe mucho a Napoleón
Bonaparte en la figura abominable de Osorio. Y esto les impide contemplar la liquidación del pueblo, disminuyendo así la inmensidad
del crimen del genocida.
Ninguno de ellos, salvo Delmonte y Tejada con las limitaciones
propias de su método y de su época, contempló la naturaleza del sistema productivo como la clave del desarrollo histórico. Por eso ven
un aletargamiento, languidez o sueño donde han debido ver la muerte
total. Ven una continuidad histórica, que es la continuidad de Osorio,
donde han debido ver un corte neto y vertical en la continuidad del
pueblo, que es la única continuidad que convalida a la Historia.
La actividad popular en el Santo Domingo del Siglo xvii es
disipada por el sistema de explotación de las tierras –y del ganado
adscrito a ellas– en base al régimen de comunidad social que hizo
retroceder la sociedad a formas mucho más primitivas que aquellas
que hacen posible la aparición y luego el desarrollo y el fortalecimiento del pueblo.
Mientras la propiedad privada constituía el régimen dominante
de la sociedad y se desarrollaba sobre la base de los contactos económicos con el extranjero, fue posible no solamente la vida del pueblo
sino inclusive sus manifestaciones ardientes, vertebradas en torno a
Hernando de Montero y a las acciones armadas del Valle de Guaba
en 1605.25 Pero tan pronto como se volatilizó la propiedad privada
por la acción del gran incendio, para ser sustituida por la sociedad
Considerado en sí mismo, nuestro pueblo era un pueblo inhistórico... Habiendo hecho del
infortunio un hábito, vegetaba sin internas inquietudes... Op. et loc. cit.
24
Véase: Las guerras europeas de Santo Domingo, en el volumen citado, página 109.
25
En Lugo, Historia de Santo Domingo.
23
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comunitaria, se llevó con ella la existencia de las clases sociales y
naturalmente al pueblo, sin que sobreviviera ni siquiera en el estado
de hipnosis colectiva en que lo concibió el historiador García.
En su famoso ANTI-DUHRING, Engels asocia la pequeña
agricultura con la propiedad común de la tierra, el caso que se dio
en Santo Domingo tras las DEVASTACIONES, y dice que en este
estadio en el cual o con cuyos restos muy perceptibles han entrado en la
historia todos los pueblos de cultura, resulta obviamente natural una distribución bastante homogénea de los productos,26 y es claro que esa homogeneidad impide la diferenciación de clases en el seno de la sociedad.
La agricultura en grande o en pequeño –dice Engels– permite muy
diversas formas de distribución, según las condiciones históricas
previas a partir de las cuales se ha desarrollado. Pero es claro que
la agricultura en grande condiciona siempre una distribución muy
distinta de la condicionada por la otra; que la agricultura en explotación grande presupone o produce una contraposición de clases –señores
esclavistas y esclavos, señores de la tierra y campesinos obligados a
prestaciones serviles, capitalistas y trabajadores asalariados– mientras que en la pequeña agricultura no condiciona en modo alguno
una diferencia de clases entre los individuos activos en la producción
agrícola…27
Así se comprende que el paso a este sistema de producción, circunscrito al ámbito del consumo familiar, sumiera a la población de
Santo Domingo tras la tragedia de sus ciudades y la disipación de
la propiedad privada que les daba vida, en una apariencia letárgica
que no era sino la expresión de la muerte del pueblo que llevaba
en sus entrañas. Delmonte y Tejada nos cuenta que aquellos individuos que fueron arrojados de sus antiguos lares y no pudieron
emigrar, arrastraron una vida fantasmal muchos años después de
la catástrofe:
26
27
Engels, Federico: Anti-Duhring, Grijalbo, México, 1968, página 140.
Idem., loc. cit.
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…conformes con su pacífico destino no ambicionaban otra suerte ni
aspiraban a las empresas tumultuosas de la política, el comercio y la
milicia que los había ocupado hasta entonces…28
Esto era, en lenguaje histórico, la muerte del pueblo, el acta breve y dramática de su defunción histórica.
Pero no es suficiente. Junto a esos seres fantasmales circula un
personaje oscuro aunque potencialmente activo que, por ocupar
los peldaños más bajos de la escala social, venía a ser la clave de la
situación histórica. Sería imposible emitir un veredicto popular sin
establecer, a ciencia cierta, la situación específica de este personaje.
A ese objeto le abrimos las páginas que siguen.
Consecuencia III
Donde se certifica la desaparición definitiva de la esclavitud
Lemmonnier-Dellaffosse fue un soldado francés que vino
poco después de la derrota de las tropas napoleónicas en la gran
epopeya vecina. Su sorpresa no fue pequeña cuando, andando por
la campiña, encontraba a unos negros lánguidos que se dejaban
arrastrar por las ondulaciones del tiempo sin mover el velamen
de sus existencias apacibles. El soldado procedía del infierno revolucionario y apenas sí podía dar crédito a sus ojos. Una soga fija
en la pared –contaba años después en sus memorias– les sirve para
dar impulso a su lecho aéreo. Si son casados la mujer lo hace todo. Y ellos
cantan, fuman y duermen… Y refiere lleno de un asombro que no
empalidecían los años:
Yo interrogué un día a uno de ellos sobre esa conducta, censurando su manera de ser y reprochándole que dilapidara unas energías
28
Delmonte y Tejada, Antonio: Historia de Santo Domingo, tercera edición. Santo
Domingo.
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provechosas para la agricultura y he aquí su Contestación: ¡Ah,
señor, la crianza aleja la labranza!
Estos esclavos españoles –comenta después– eran pastores bajo las
órdenes de amos perezosos. Existía entre ellos ese acuerdo perfecto que
trae el dolce far niente… porque en esta parte española el amo dormía en paz al lado de su esclavo, mientras que en la parte francesa el
esclavo degollaba al amo…29
Es de todo punto de vista comprensible que el soldado francés
quedara estupefacto ante una situación cuya explicación se remontaba a 200 años exactos en ese momento, 1805. Y no encontraba
otra respuesta que el «dolce far niente» (el dulce no hacer nada,
en italiano) y la pereza de los blancos. No tardarían esos mismos
blancos en evidenciar que poseían las mismas cualidades que los
franceses y que sabían manejar el látigo con la misma pericia,
cuando la industria azucarera emigrara de Haití a Cuba como
consecuencia de la Revolución. De manera que la vida bucólica
que Lemmonnier-Dellaffosse encontró en Santo Domingo, no
era un producto del clima geográfico ni del clima moral sino del
clima histórico. Y la clave estaba en esa lucha de clases que los
mismos franceses, sus compatriotas, habían descubierto y que les
permitía comprender los procesos sociales. Lo que sucedía es que
las tensiones sociales, raciales, políticas se diluían en la naturaleza
comunitaria del sistema de explotación territorial que dominaba
íntegramente la vida social.
Pero no estaba descaminado el soldado cuando dirigía la mirada
hacia el supuesto esclavo negro. Siendo el esclavo el último peldaño
de la escala social, su situación definía a la sociedad entera.
29
Lemmonnier-Dellaffosse, J. B.: La Segunda Campaña de Santo Domingo, Santo
Domingo.
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2
La historia común y corriente refiere la abolición de la Esclavitud
como una acción haitiana –realizada por Toussaint en 1801 y ratificada por Boyer en 1822– desconociendo así que esa institución había
desaparecido dos siglos antes, casi con toda exactitud.
Lo certifican rotundamente Cepero y Xuara en sus declaraciones
contra el Presidente Osorio a propósito de las DEVASTACIONES:
Con esto –manifestaron estos testigos excepcionales en 1608– el dicho
Presidente dio ocasión a que los dichos negros quedasen en su libertad…30
Y era cierto. La libertad había de ser definitiva. Jamás volvería a
resucitar la esclavitud en los términos que los dirigentes haitianos,
que habían conocido sus atrocidades indescriptibles, tenían en mente al proclamar sus respectivas aboliciones. Esto es particularmente
cierto en lo que se refiere a la situación que contemplaba Toussaint,
quien hizo construir en Santo Domingo un tablado especial, según
nos cuenta José Gabriel García,31 para acomodar a los niños, probablemente para que asistieran al acto solemne de la abolición de la
esclavitud como excepcionales y delicados testigos del futuro…
No le faltó imaginación tampoco a Boyer, aunque era más inclinado al símbolo y, llegado su turno, hizo plantar en las plazas
públicas la palma de la libertad.
Cepero y Xuara se referían naturalmente a la desaparición total del
trabajo forzado en los ingenios azucareros y al tráfico internacional de
seres humanos que era su secuela. Es evidente que la desaparición de
esa industria debía llevar aparejada de manera inevitable, la desaparición de una institución que estaba indisolublemente ligada a ella.
No desaparecía nunca empero, de la mentalidad española aunque sí de la legislación aplicable a su colonia de Santo Domingo. De
ahí que se siguiera aplicando el término a cierto tipo de relaciones
generadas por las nuevas formas de producción a que dieron origen
las Devastaciones y que, al modificarse en los contactos entre las dos
Lugo, Historia, ob. cit., parágrafo 356.
García: Compendio, ob. cit., página 303.
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partes de la Isla, debían absorber cierta dosis de propiedad privada
que las teñían de tonos serviles. De esa manera, la palabra Esclavitud
comprendía dos modales distintos de la institución.
Marx destacó siempre esa conducta del régimen esclavista él cual
–decía él– recorre una escala que va desde el sistema esclavista patriarcal,
orientado hacia el propio consumo, hasta el verdadero sistema de las plantaciones, que trabaja para el mercado mundial…32
Esto nos permite identificar los dos regímenes cuyas nociones se
intercambiaban en la mente de los protagonistas de esas situaciones
y ocasionalmente se intercambian todavía en la de la historiografía
convencional:
a. el modelo moderno de la Esclavitud, o esclavitud de plantaciones,
que se originó en esta misma Isla en el primer cuarto del Siglo
xvi, pasó a Brasil en el Siglo xvii, a Haití en el Siglo xviii y finalmente a Cuba en el xix;
b. el modelo clásico, o esclavitud doméstica, cuyo origen se pierde
en las sombras de la antigüedad y engarza históricamente en
la parte española de Santo Domingo de manera espontánea y
excepcional.
El modelo moderno
La Esclavitud que Marx califica de verdadero sistema de plantaciones está vinculada al capitalismo a través del mercado mundial y ha
sido precisamente ésta a la que el Capitalismo debe el impulso que, a
raíz del Descubrimiento, lo convirtió según el mismo Marx, en una
fuerza decisiva del mundo moderno.
Es esa sustancia capitalista la que caracteriza a la Esclavitud moderna como un régimen de explotación bestial que la distingue de
la Esclavitud clásica: en muchos casos han bastado 7 años para aniquilar la vida del esclavo, sin contar los que aniquilaban los castigos
y tormentos, aunque ya para entonces habían rendido suficientes
Marx, Carlos: El capital, Tomo III, página 744.
32
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beneficios como para que pudieran ser sustituidos por nuevas piezas,
más sanas y más fuertes.
Tras la Revolución haitiana el sistema esclavista moderno se
traslada a Cuba, que hasta esa época era una colonia de segundo
rango sostenida con el famoso situado de México, y alcanzó allí sus
dimensiones características modernas en manos españolas.
Lo natural es que se hubiese trasladado a Santo Domingo si no
fuera porque la Revolución emancipadora estaba muy cerca. Sin
embargo, ella no impidió que, en efecto, algunas plantaciones de
antiguos franceses de aquella parte, se instalaran en ésta aunque con
carácter aislado y sin llegar a imprimir su sello a toda la sociedad.
En Cuba, la decantada dulcedumbre del sistema, colonial español
quedó trágicamente desmentida. Según refiere un escritor inglés
por los años de 1862:
Hoy es en Cuba, cuyas rentas se cuentan por millones y cuyos plantadores son verdaderos príncipes, donde vemos a la clase esclava
sometida a la alimentación más rudimentaria y a los trabajos más
agotadores e incesantes, y donde vemos también cómo se destruyen
lisa y llanamente todos los años una buena parte de sus esclavos,
víctimas de esa lenta tortura del exceso de trabajo y de la falta de
descanso y de sueño…33
Esta situación era debida a la exigencia insaciable del mercado
mundial que era una fuente de inagotables riquezas para quien prestara atención a sus clamores. En su obra clásica, Marx explica esta
abominable asociación entre el mercado mundial y los tormentos de
la Esclavitud:
Tan pronto como los pueblos cuyo régimen de producción se venía
desenvolviendo en las formas primitivas de la esclavitud, prestaciones
de vasallaje, etcétera, se ven atraídas hacia el mercado mundial en el
que impera el régimen capitalista de producción, y donde se impone
Cairness. J. E. The Slave Power, Londres, 1862.
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a todo el interés de dar salida a los productos para el extranjero, los
tormentos bárbaros de la esclavitud, de la servidumbre de la gleba,
etcétera, se ven acrecentados por los tormentos civilizados del trabajo
excedente…34
Cuando esta institución fue creada en el Siglo xvi, los tormentos
de los esclavos eran tan insoportables que los impulsó a un alzamiento, el primero de una larga serie anegada en sangre, en 1524. Pero
el mercado mundial no estaba suficientemente desarrollado entonces
para alcanzar los niveles de horror que llegó a alcanzar en Haití y
que se restablecieron en Cuba. Todavía en 1605, con las naves europeas frecuentando las ciudades portuarias de la banda del norte, la
Esclavitud no había alcanzado esos niveles, aunque presentaba ya los
rasgos característicos del modelo moderno. Es por eso por lo que LA
ESPAÑOLA es en toda justicia la cuna de esta institución americana.
En esos mismos instantes, la industria azucarera es devorada
por las llamas de las Devastaciones y la Esclavitud no tardará medio
minuto en extinguirse espontáneamente dando entrada a las formas
patriarcales de la Esclavitud en Santo Domingo.
El modelo clásico
La forma clásica de la Esclavitud, que se distingue en la actualidad con el calificativo de doméstica, se caracteriza por la ausencia de
rigor y de atropello en la explotación del trabajo del esclavo, debido
a la desvinculación de la producción asociada a ella, respecto del
mercado mundial.
En Santo Domingo, donde los excedentes de la producción no
destinada al propio consumo, era mayormente absorbida por la vecina colonia de Haití, sin conocer las rutas del mercado mundial, el
rasgo predominante de la esclavitud era precisamente la naturaleza
afectiva, casi familiar, de las relaciones que reinaban entre amos y
esclavos.
34
Loc. cit.
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Son numerosos los testimonios de viajeros y otros observadores,
desde Saint-Mery en el Siglo xviii, que han señalado esa peculiaridad
de las relaciones esclavistas en la parte española de la Isla. Aquí cobra
particular valor el testimonio de un articulista haitiano, que escribió
para LE PROPAGATEUR HAITIEN en ocasión de la anexión de
Boyer en 1822, en dos números de esa publicación correspondientes
al mes de junio del mismo año. El articulista, firmado K.… resulta
autorizado doblemente por la experiencia de su país y por la de su
época.
Dice así:
El temor de que la atmósfera moral que envolvía al territorio
haitiano se extendiera algún día a la parte española, no había
permitido seguir en ella el ejemplo de Cuba; nada había alterado, pues, la suavidad de la esclavitud y nosotros habíamos podido
apreciarlo por las relaciones que el comercio había establecido
entre nuestros vecinos y nosotros. A veces el esclavo venía sólo a
nuestras ciudades a vender la carne y el algodón que su amo les
había confiado; otras veces el amo y el esclavo venían juntos, y
entonces los veíamos sentados a la misma mesa o acostados sobre la
misma estera; apenas si una ligera diferencia permitía distinguir
al esclavo del amo.
Así, en razón de que los navíos cargados de negros no se habían dirigido hacia las playas orientales desde varios años atrás, las familias
de los NO-LIBRES se habían identificado de tal manera con los propietarios, que la compra y venta de víctimas humanas, tan comunes
en el pasado, eran casi ignoradas entre nuestros vecinos…35
Pero también los propietarios se habían identificado con las
familias de los NO-LIBRES, cosa que extrañamente no observa el
autor. Y ha debido ser así porque de otro modo los habrían vendido
a precio de oro a los esclavistas de la colonia vecina, sin tener que
35
«De la reunión de la cidevant Partie Espagnole a la République d’Haïti» firmado
K… en Le Propagateur Haitien «journal politique et littéraire, rédigé para plusieurs haïtiens». Nums. 1 y 2. Port-au-Prince, junio de 1822, página 21.
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pagar flete, y no habría quedado en esta parte ni uno solo colgando
de un árbol. Sólo razones afectivas lo han impedido.
Es digno de hacerse notar que este articulista parece haber sido
tan profundamente impresionado por el carácter de estas relaciones,
que ha llegado a vacilar a la hora de calificarlas de esclavitud y ha utilizado una forma inusitada, NO LIBRES como queriendo especificar
que, sin llegar a ser libres, no son ya tampoco esclavos.
Desde los días álgidos de la Revolución haitiana, no pocos de
sus dirigentes se habían percatado de la naturaleza de estas apacibles
relaciones. Les parecía inverosímil a ellos que el esclavo de la parte
española no mostrara la menor inclinación a la violencia revolucionaria ni siquiera a la fuga cuando se le presentaba un amparo tan
próximo en la colonia vecina.
Esa inquietud la expresaba por ejemplo el General Chanlatte en
un informe oficial al Gobierno francés el año de 1800:
«Lo que es asombroso, pero muy cierto, decía allí, es que los esclavos de la parte española han preferido su estado a la facilidad que tenían
para pasarse a la parte francesa, donde la libertad les esperaba…»36
Máximo Coiscou Henríquez refiere que en 1822, Alexandre,
oficial de Boyer, declaró a don Francisco Brenes su sorpresa al advertir la
frecuencia con que el antiguo esclavo dominicano seguía a su amo de la
víspera, insensible a la libertad que le acordaba la Constitución de Haití (al
ser proclamada por Boyer la abolición de la Esclavitud).37
Este problema, que se le presentó al Profesor Bosch en su obra
COMPOSICIÓN SOCIAL DOMINICANA, le conduce a unas
consideraciones muy interesantes:
¿Es que la miseria general del siglo xvii –se pregunta– condujo a una
liberación de hecho, si no jurídica, de los esclavos, al grado que ya en
1659 éstos se comportaban como hombres libres, aunque no lo fueran
legalmente? ¿Es que la reducción del nivel económico de los amos los
colocó en la posición de tratar a sus esclavos como si fueran libres?
Chanlatte, Antonio: Al Gobierno francés, 1800, en La era de Francia de Rodríguez
Demorizi, página 231.
37
(Escritos Breves, Sto. Dgo., 1958, página 100).
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Como no hay papel alguno de la época, que nos permita llegar a
conclusiones acerca de la situación de los esclavos hacia el 1659 ó
hacia 1666 –excepto el hecho de que se sabe que la esclavitud existía
desde el punto de vista legal– no podemos hallar una explicación para
la noticia de que en 1659 no había esclavos para recoger el cacao y
de que las epidemias de 1666 mataron precisamente a los negros y
a los indios que podían trabajar y no a los mestizos y a los blancos.
La única explicación posible es que la degradación general de todo el
contexto social había igualado en el trato diario a amos y esclavos,
aunque se mantuviera la diferencia legal…38
Pues bien, esa explicación que le parece la única posible al
Profesor Bosch es la única verdadera. La epidemia que verdaderamente acabó con la Esclavitud fue la degradación general de todo el
contexto social que, desde luego, no puede haber sido ocasionada por
una causa de magnitud menor que las Devastaciones para producir
unos efectos de tanta consideración, aunque no necesariamente de
manera inmediata.
La causa inmediata es la desaparición del Ingenio de Azúcar,
devorado por las llamas que prendió con sus propias manos el
Presidente Osorio, y no tardaría medio minuto para que se extinguiera espontáneamente la Esclavitud antes de que se extinguieran
las llamas, que duraron por cierto dos largos años, disipando completamente la industria azucarera.
Engels ha explicado que la desaparición de la Esclavitud tenía
que ser en este caso la consecuencia inevitable e inmediata de la
desaparición del Ingenio de Azúcar:
Un esclavo no es útil para cualquiera. Para poder usarlo hay que
disponer de dos cosas: primero, de los instrumentos y los objetos necesarios para el trabajo del esclavo; segundo, de los medios para su
miserable sustento. Así pues, antes de que sea posible la esclavitud
tiene que haberse alcanzado ya un cierto nivel de producción y tiene
Bosch, Juan: Composición social dominicana, Santo Domingo, 1970, página 96.
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que darse cierto grado de desigualdad en la distribución. Y para que
el trabajo esclavo se convierta en un modo dominante de una entera
sociedad, hace falta aún una mayor intensificación de la producción,
el comercio y la acumulación de riquezas. En las viejas comunidades
espontáneas, con su propiedad común de la tierra la esclavitud no se
presenta en absoluto o desempeña un papel muy subordinado…39
Estas premisas se dieron categóricamente en LA ESPAÑOLA.
Al mismo tiempo que desaparecieron los instrumentos y los objetos
necesarios para el trabajo del esclavo, representados en este caso por el
Ingenio de Azúcar, brotaron las comunidades espontáneas, con su propiedad común de la tierra. A partir de entonces, el trabajo esclavo perdió
su sustentación material y jamás volvió a restablecerse como un modo
dominante de producción de la sociedad entera.
Tanto Marx como Engels contemplan separadamente una situación en que tales premisas se originan en el marco de una situación
preexistente. Marx se refiere al cambio de naturaleza de una esclavitud de tipo paternalista a otra de explotación brutal tan pronto como
se hace presente la demanda insaciable del mercado mundial:
En los Estados norteamericanos del Sur el trabajo de los negros
conservó cierto suave carácter patriarcal mientras la producción
se circunscribía a las propias necesidades. Pero tan pronto como la
exportación del algodón pasó a ser un resorte vital para aquellos
Estados, la explotación intensiva del negro se convirtió en factor de
un sistema calculado y calculador, llegando a darse casos de agotarse
en siete años de trabajo la vida del trabajador…40
Y por su parte Engels, observa la situación en su lado inverso en
su ANTI-DUHRING, invocando el mismo escenario y el mismo
producto:
39
40
Anti-Duhring, ob. cit., página 155.
Loc. cit.
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La esclavitud de los Estados Unidos americanos se ha basado menos
en la violencia que en la industria inglesa del algodón; en las regiones
en que no crecía el algodón, o en las que no había estados limítrofes
que practicaran la cría de esclavos para los estados algodoneros, la
esclavitud se extinguió por sí misma, sin aplicación de la violencia,
simplemente porque no era rentable…41
De estos extractos, que parecen haber sido escritos contemplando la situación de la colonia española de Santo Domingo, en
la justa línea divisoria trazada por las Devastaciones, se desprende
que la vinculación al mercado mundial determina la naturaleza de la
Esclavitud, estableciendo dos formas claramente diferenciadas: una
caracterizada por el sello de la violencia y la crueldad, dirigida a la
explotación intensiva del esclavo negro; la otra caracterizada como
una suave esclavitud patriarcal.
En Santo Domingo se conocieron las dos: antes de 1605, el modelo moderno con su signo de horror y tormento, que se extingue espontáneamente tan pronto como deja de ser rentable; y, después de
1606, el modelo clásico, con su dulzura paternalista que Marx asimila
una y otra vez en EL CAPITAL a nuestros domésticos actuales y que
sólo convencionalmente pudo ser llamada esclavitud.
Lo que ha faltado ha sido esclarecer que ese era un paternalismo
forzoso. Tan pronto como la Esclavitud se les hizo rentable a los
españoles en Cuba, pusieron en evidencia que eran tan perfectos
plantadores como cualesquiera otros y que su Esclavitud era tan
inmisericorde como la de los franceses. En su colonia de Santo
Domingo hicieron serias tentativas por organizar la Esclavitud de
la peor manera, esto es, implantando el rigor más impiadoso en el
marco del modelo moderno, sólo por vía legislativa, sin crear el sistema
económico que debía hacerla rentable. Era el rigor por el rigor. Y
debía estar necesariamente condenada al fracaso.
El caso más patético es el del famoso CÓDIGO CAROLINO
de 1784 que estuvo a punto de ser aplicado, probablemente sin
Idem., páginas 153-154.
41
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otro resultado que el atropello, de no haber estallado la Revolución
francesa y haber obligado a España a desasirse rápidamente de esta
colonia, tan pronto como el ejemplo esclavista de los vecinos se le
convirtió en ejemplo revolucionario.
El Código Carolino
Téngase por sentado, pues, de una vez por todas que, tras las
Devastaciones, el patrón de la Esclavitud moderna no fue restablecido jamás, como forma dominante de la sociedad entera, en esta
parte de la Isla.
Pero una afirmación tan concluyente no debe dar a entender que
han sido olvidados los tenaces esfuerzos y aún los establecimientos
permanentes de «modelo moderno» que pugnaron por restaurar en
ella el pasado irreversible.
Los franceses lograron desarrollar en múltiples ocasiones algunas plantaciones piloto, en este país como la famosa hacienda
Ferrand después de 1804 y algunas otras que pudieron vivir más o
menos acreditadas hasta 1822 en que fueron barridas por la acción
de Boyer. La abolición de entonces afectaba directamente a esas
plantaciones.
Los españoles, a su vez, comenzaron a ser sensibilizados por
el ejemplo vecino desde mediados del Siglo xviii, e iniciaron una
serie de diligencias que culminaron en 1784 con la elaboración, a la
manera del Code Noir de los franceses, de un resonante proyecto de
CÓDIGO NEGRO CAROLINO, llamado así en homenaje al espíritu
modernizador del monarca Carlos III.
Este monumento jurídico fue descubierto por el profesor Javier
Malagón Barceló en un legajo titulado Diligencias para la formación
del Código Negro de la Isla Española, que yacía en los Archivos de La
Habana desde 1795 como documento secreto. Sólo hace pocos años,
en 1974, fue publicado en volumen, precedido de un breve aunque
enjundioso estudio del Profesor Malagón en el cual explica las motivaciones del Código en los siguientes términos:
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Podríamos decir que la parte española no ha pasado del período de
una esclavitud DOMÉSTICA mientras que la francesa está en el
de la esclavitud INDUSTRIALIZADA y a ella, y por su ejemplo,
quiere llegar aquella…42
O, lo que es lo mismo, que el proyecto de Código Negro no está
destinado a ordenar jurídicamente una situación preexistente, sino
sólo una a la que se quiere llegar y a la que nunca se llegó.
Así, pues, no aporta nada nuevo a la situación contemplada
aquí en páginas anteriores y que, por cierto, se encontraban
elaboradas ya cuando apareció el mencionado volumen, sin que
haya habido necesidad de alterar un punto. Por el contrario se
encontraron robustecidas en un sinnúmero de elementos informativos, y a veces argumentativos, que contienen los numerosos
documentos allí recopilados. De ahí el interés que presenta para
este trabajo.
Por lo pronto, tenemos reunidas allí todas las disposiciones dictadas por la Corona a fin de organizar e inclusive crear, un modelo
de explotación del esclavo negro que, a la postre, vendría a instituir
la forma de la Esclavitud propia de la época moderna, ligada a la
industria azucarera con el nombre de Esclavitud de plantaciones. Esto
nos permite afirmar que la primera disposición dirigida a estos fines
data de 1528, una época en la cual efectivamente se encontraba ya
en plena actividad la explotación esclavista del negro africano, como
base de sustentación humana de la industria azucarera.
Y asimismo que la última es del año de 1547 y no ya para crear
la institución completando sus lineamientos sino sólo para confirmar
las disposiciones de los años de 1532, 1544 y 1545 que la antecedieron. Esa displicencia coincide con el abandono por parte de la
Corona de todo patrocinio de la industria azucarera en provecho de
sus flamantes intereses en Tierra Firme. Y, jurídicamente, significa
la muerte de la institución.
Malagón Barceló, Javier: El. Código Negro Carolino, Taller, Santo Domingo,
1974, Palabras Preliminares, página XI.III.
42
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Pero ya estaba creada. Como dice el Cabildo secular de 1768:
Ciertamente sería una grande injusticia al buen nombre, fama y
veneración de esta antiquísima, fidelísima y muy ilustre república
condenar al olvido… estos preciosos monumentos de sus mayores, que
hacen el mayor honor a la América y verían con mucho gusto los más
consumados sabios del mundo, admirando ya en los primeros tiempos
y cuna del descubrimiento de este suelo, tan adelantada prudencia y
elevado arte de gobierno y política a un grado el más perfecto, con
emulación y confusión de los decantados Código Negro de los franceses… muy inferiores de todos modos… a los sabios reglamentos de los
insignes, prudentes, sólidos y celosos pobladores de Santo Domingo…43
Teniendo ante los ojos el conjunto completo de las disposiciones
de la Corona, reunidas allí para ilustrar a los encargados de la elaboración del Código, comprobamos que nunca jamás fue dictada una
sola disposición dirigida a regular la Esclavitud en la parte española,
salvo la Real Orden de 1783 que ordenó la elaboración del proyecto.
Han debido discurrir desde la última disposición de 1547 casi 240
años antes de que la Corona volviera los ojos a la reglamentación
institucional de la Esclavitud.
En 1768, un fiscal de Su Majestad gestionaba, al tiempo que
ensalzaba el estilo primitivo español, noble, majestuoso y elegante de las
ordenanzas viejas del Siglo xvi, una orden para que el Cabildo secular
informe de los motivos de su inobservancia o si ocurren algunos inconvenientes para resucitar su uso en todo o en parte.
Estas gestiones y cualesquiera otras en la misma dirección cayeron en el vacío, hasta que la obra de Sánchez Valverde, haciendo
exactamente lo mismo que hizo López de Castro para provocar las
Devastaciones de 1605, aunque no con la misma suerte: la famosa
IDEA DEL VALOR DE LA ISLA ESPAÑOLA, impulsó la creación del proyecto del Código Carolino en 1784 y fue por eso incluida en el expediente de la Corona.
43
Idem., página 149.
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Es indudable que, como afirma el profesor Malagón, la motivación central del proyecto de codificación de 1784, fue el «ejemplo»
de la colonia vecina y no el imperio de la realidad material.
En Haití ya para esos años había una población de más de 400
mil esclavos que había ido introduciendo la demanda insaciable
del mercado mundial. El Code Noir aparece allí como una necesidad de reglamentar el caos jurídico que produce una realidad tan
impresionante.
En Santo Domingo la realidad es otra. El mercado que influye
de manera más directa es el de la colonia vecina y no para aquellos
productos basados en el trabajo esclavo de los cuales ella se encontraba saturada. Esto es, que el trabajo esclavo carecía de mercado
para sus productos.
Es increíble, dicen los redactores del Código en uno de sus preceptos,
que de quince mil negros y pardos primerizos que poco más o menos
poseerá la Isla Española entre esclavos y libres, sólo estén empleados
setecientos y sesenta en los diecinueve ingenios de este fruto que hay
actualmente en la Isla y trescientos y catorce en otros tantos de hacer
melados…44
Esta realidad impedía a ojos vistas seguir el ejemplo vecino
cuando de este lado sólo existían en total 974 esclavos,45 menos
de un millar, contra más de 400 mil, y donde los 14 mil restantes
del total de la población potencialmente esclava, según sus propios
datos, se encontraban insertados en otros campos productivos. El
Código no podía, sólo por vía jurídica, integrar esta población en
un régimen fantasmal, constituido por 19 ingenios y otros tantos
trapiches cuya producción apenas llegaba a 21 mil toneladas de
azúcar por año, completamente despreciables para el pozo sin fondo del mercado mundial, copado por el rendimiento de la colonia
vecina.
44
45
Capítulo Cuarto, página 174.
Compárese con los 800 esclavos del Censo de Osorio de 1606 en 12 fábricas.
Supra, página 144.
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Más importante que la producción azucarera para el desarrollo
de esta parte de la Isla, en el cuadro de condiciones imperantes, era
el tabaco, del cual había una demanda firme en la parte francesa.
Pero a los españoles los desquiciaba el ejemplo del azúcar. Por eso
las medidas contempladas en el Código respecto al tabaco eran decisivamente mortales para la industria tabacalera. Véase la forma en
que era contemplada la situación:
De los negros jornaleros
Hay mucho número de habitantes en la Isla y singularmente en esta
capital que no contentos con defraudar a la sociedad de la ocupación útil
de sus robustos miembros, tienen privada la agricultura del beneficio
que recibiera del trabajo de sus esclavos a quienes emplean por un
jornal diario ya en la fábrica y peonaje de las obras y en el acarreo y
exportación de efectos y cargas ya en beneficiar el tabaco reduciéndolo a
cigarros llamados comúnmente túbanos y otros semejantes ministerios
en que pudieran emplearse muchas personas blancas y de color medio,
que no tienen otro para subsistir que el de su trabajo personal, siendo
más perjudicial aún el destino de las esclavas jornaleras empleadas las
unas en la venta de comestibles, dulces, frutas y cosas semejantes, y las
restantes sin más ocupación, medio ni fincas que las prohibidas.46
Después de describir la situación en esos términos, el Código
pasa a reglamentar el trabajo asalariado con disposiciones como la
que sigue en su Ley 1:
Declaramos que sólo a las personas miserables como menores, viudas
y mujeres solteras, huérfanas o con padre anciano, e imposibilitado,
puedan tener siervos jornaleros dentro de las poblaciones…
El Código se enfrentaba a otra situación igualmente compleja y sin duda mucho más difícil de resolver. Era el de la mayoría
46
Idem., página 180.
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impresionante de antiguos descendientes de esclavos que vivían
en los campos más o menos sumergidos en el sistema ancestral de
los terrenos comuneros. Es indudable que, siendo ésta la forma
predominante de la agricultura, la inmensa mayoría de ellos se
encontraran allí.
No hay referencias concretas acerca del sistema en el Código a
pesar de que era el obstáculo fundamental al cual tenía que enfrentarse. Pero las disposiciones que lo afectaban estaban presentes en
diversos preceptos, y particularmente en aquellos que se referían a
los hacendados celadores en su CAPÍTULO QUINTO. Ya la Ley 8,
última del capítulo anterior y que anuncia a éste, dispone que:
…todo vividor, esclavo o libre que no tuviere para la sazón y tiempo
respectivos de cada especie de frutos competentes labranzas de él,
cercadas y sembradas en la forma regular de la agricultura, será
destinado por providencia a servir en alguna de las haciendas del
mismo partido, por un jornal diario, obligado a salir a la plaza para
este efecto…47
Y, como que las puertas para este jornal diario se encontraban
cerradas en todas partes, se suponía que la única posibilidad abierta
era la de la Esclavitud.
La naturaleza absurda de este conjunto de disposiciones residía
en que, se echaban las bases para poner a disposición de la industria
azucarera los 15 mil esclavos potenciales, que constituían la población de esta parte, pero solamente existían 19 ingenios y 19 trapiches
rudimentarios para absorberla.
La cesión gentil de España a Francia en 1795 condenó el Código
Negro Carolino a dormir el sueño eterno en los Archivos de La
Habana. Unos años antes, justamente el año de la explosión revolucionaria en Francia, 1789, la Corona preparó un expediente para
el reglamento de esclavos en todas las Indias, en el cual figuraban
estos documentos y se incluía LA IDEA DEL VALOR DE LA ISLA
Idem., página 177.
47
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ESPAÑOLA de Sánchez Valverde, pero el Código Carolino estaba
ya condenado a ser disfrutado por las polillas habaneras.48
Y es así como se conoce que jamás volvieron a abrírseles a los españoles en esta Isla, las vías para la explotación económica del negro
en forma rentable. Fue su propia culpa. En el primer cuarto del Siglo
xvi espantaron esa posibilidad negándole a la industria azucarera los
capitales y el mercado mundial que les eran esenciales. Volvieron
a espantarla al despuntar el Siglo xvii, destruyendo la industria a
sangre y fuego, disipando las posibilidades inauditas que el comercio
intérlope puso en sus mismas puertas.
Jamás volvería a reaparecer en las tierras calcinadas por el fanatismo. Cualquiera diría que para ellos fue concebida aquella fábula
que se lee en OUR CUBAN COLONY, donde Leland Jenks sostiene que el dinero, como el ratoncito de bodega, es la cosa más tímida
del mundo:
Asoma la cabeza por un agujero y, si doy un palmetazo, desaparece.
Más tarde vuelve a asomar su cabecita y, si vuelvo a dar un palmetazo, esta vez desaparece para siempre jamás…49
La desaparición de ese ratoncito en Santo Domingo por segunda
vez, significó la desaparición del dinero. Pero, sobre todo, la desaparición del pueblo. Al amparo de esa catástrofe, el esclavo negro se
vio sumido providencialmente en una sociedad que había perdido
sus criterios selectivos al volatilizarse los fundamentos materiales
de la selección. Y quedaron igualados en cuerpo y alma todos los
sectores expulsados, no solamente del litoral del norte, sino también
del peldaño que ocupaban en la escala social.
Y, como que el pueblo sólo existe en el seno de la sociedad de clases, el desplome de la estructura clasista, a raíz de las
DEVASTACIONES, constituyó, aunque no para siempre, la verdadera consumación de la defunción del pueblo.
48
49
Idem., Palabras Preliminares, página I.VIII.
Jenks, C. H. Our Cuban Colony: a Study in Sugar. N. Y. 1928.
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Sin embargo, tampoco resulta suficiente. Es necesario que
también se produzca la disolución de la polaridad contradictoria
que, con el pueblo y para que sea el pueblo, plantean las esferas
del poder.
Consecuencia IV
Donde se contempla la reducción de la
soberanía imperial y del poder colonial
El deterioro de las facultades coactivas del gobierno colonial en Santo Domingo, se hizo sentir mucho antes de las
DEVASTACIONES y concretamente desde que la atención metropolitana se desvió hacia las nuevas perspectivas de riqueza que le
ofrecían las tierras continentales, sobre todo las grandes minas que
ocultaban en su regazo.
Y en verdad que a la Corona le hubiera preocupado poco este
deterioro, mientras no se tradujera en rendimiento político para sus
adversarios imperiales. Esa fue la situación en que desembocó el auge
del comercio intérlope y la prosperidad ostentosa de las poblaciones
de la banda del norte de LA ESPAÑOLA.
La organización administrativa de España en América, y obviamente en Santo Domingo, arrastraba una contradicción interna que, según nos explica Sevillano Colom, dividía al Gobierno
en dos bloques o grupos potencialmente adversos: por un lado,
los FUNCIONARIOS PROFESIONALES, como eran los Oidores,
Fiscales, Secretarios y otros de las Audiencias, o los Factores, Contadores
y los demás de la Real Hacienda; y por el otro, los FUNCIONARIOS
POLÍTICOS como los Virreyes, los Gobernadores, Capitanes Generales,
Presidentes de las Audiencias y otros que actuaban asesorados por
Letrados profesionales. Los cargos políticos reflejaban con sus variaciones
los vaivenes de la Política y de las influencias personales en la Corte. Los
cargos profesionales daban estabilidad a la administración e imprimían
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un sello de continuidad a la acción jurídica y a la aplicación de las normas
legales…50
Con el desarrollo del comercio intérlope se fue agudizando la
contradicción entre estos dos grupos que tenían su asiento en la Real
Audiencia, la Real Hacienda y el Cabildo de la Ciudad de Santo
Domingo, y extendiéndose a otras esferas del poder como el Clero,
con su correspondiente Cabildo Eclesiástico y las Fuerzas para la
Defensa de Santo Domingo, a cuya cabeza se encontraba un Capitán
General y los Alcaides y Capitanes bajo su mando. Debería incorporarse a este núcleo de poder a la «gente noble» ya que, de acuerdo
con la definición que hace de ella Haro y Monterroso,51 era la gente
capacitada para ocupar cargos en la Administración y constituía en
cierto modo su reserva y su retaguardia.
Las perspectivas de enriquecimiento personal y de prosperidad
inmediata que se observaban principalmente entre los vecinos de
las poblaciones del norte, fueron penetrando en las esferas gubernamentales hasta apoderarse del grupo profesional, de manera
que en un momento dado era visible para todo el mundo. Y, aún
entre el grupo político, sólo llegaron a quedar excluidos aquellas
personalidades que por la naturaleza de su rango estaban demasiado comprometidos con la Corte, a la cual debían rendir cuentas
directa y personalmente. Puede afirmarse de manera genérica que
en LA ESPAÑOLA sólo se encontraban marginados, y esto sólo
en los términos de la actividad directa del rescate aunque no de
ciertos privilegios que resultaban de esa actividad, el Gobernador,
el Capitán General y el Presidente de la Audiencia, cargos que
usualmente recaían sobre la misma persona, y el Arzobispo; aunque
algunos otros funcionarios, no muchos, podrían no estar comprometidos tampoco en esas actividades comerciales. Fuera de ellos
y de algunos lacayos a quienes podía mover el oportunismo o el
Sevillano Colom, Dr. Francisco: Noticias de la ciudad de Santo Domingo a fines
del siglo xvi (1590-1599) en CLÍO, órgano de la Academia Dominicana de la
Historia, Año XXVIII, Núm. 116, enero-junio, 1960.
51
«Medios propuestos por Haro y Monterroso para poblar» en Demorizi,
Relaciones históricas, Vol. I: por nobles tengo ahora a los que son capaces de cargos…
50
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fanatismo burocrático como López de Castro, rescataba todo el
mundo como denunciaba éste mismo en dos famosos memoriales a
la Corte y hasta los jueves y los hijos de los jueces de la Audiencia…52 No
pocos personajes del Gobierno y del Clero aparecen en la lista de
los enjuiciados de 1594 que nos reporta Lugo en su Historia y que
se vieron obligados de comparecer ante la ley algunos años antes de
las DEVASTACIONES, entre ellos algunos Capitanes encargados
de reprimir la actividad rescatadora en la banda del norte. Se dio el
caso de esclavos del tipo doméstico que, a pesar de tratarse de una
sociedad esclavista, rescataban libremente en nombre de sus amos
de la clase «noble». Y a veces era cierto.
Esa situación nos explica varias cosas. Entre las más importantes
figura el carácter escandaloso de las denuncias que eran enviadas
a la Corona y el efecto que debían producir entre los cortesanos
de la metrópoli. Y también el hecho de la aparente incapacidad de
las autoridades para poner freno a esas actividades. Es indudable
que el aparato represivo en toda su extensión estaba penetrado por
el comercio intérlope y su acción debía manifestarse en sentido
contrario. Y finalmente explica también la necesidad de actuar con
una incomparable severidad y determinación para destruir hasta
sus más profundas raíces una actividad que permeaba de arriba a
abajo a toda la población. Eso explicaría, aparte de sus atributos
personales, el hecho de que el Presidente Osorio dirigiera personalmente las operaciones devastadoras y llegara a ahorcar, como
denunciaron Cepero y Xuara, a no pocas de sus víctimas con sus
propias manos.53
Quiere decir que las mismas llamas que devoraron las haciendas
y los edificios suntuosos y elegantes que edificaron en la costa norte los
vecinos despiertos, devoraron también el prestigio, la fuerza y la unidad
del Gobierno colonial y servirían de punto de arranque de un proceso
...Los hijos de padres rescatadores, los jueces inferiores y superiores y hasta los ministros
de las Iglesias Catedrales. Por su parte, Osorio interpelaba al Cabildo en estos
términos: En esta materia todos son cabezas y rescatan y si la Ciudad tiene noticia de
alguno que no lo haga, deme noticia de él para que S.M. lo tenga entendido... (Lugo,
párr. 291).
53
Lugo, Historia, ob. cit. parágrafo 331.
52
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de liquidación que debía culminar, llegado el momento oportuno, con
su desaparición absoluta, después de cubrir las etapas inevitables.
2
Un escritor francés, Lepelletier de Saint-Remy describió este
proceso con una metáfora feliz: la gota de aceite lenta pero inexorable
que avanzaba, avanzaba siempre, con esta fuerza que ha dado Dios a las
razas conquistadoras, como a las olas del mar…54
Pero la expresiva metáfora de Saint-Remy se refería sólo a una
etapa del proceso, a la gota francesa que venía de afuera y se apoderaba lentamente de aquellas zonas de la Isla que dejaba indefensas
la debilidad del poder colonial. Pero más importante era la gota del
aceite español, que se extendía de manera inexorable dentro de las
mismas entrañas del poder colonial y que acabaría por unirse a la
gota francesa en un mismo destino.
Este destino se realizó en cuatro etapas:
La primera etapa se materializa con el establecimiento de las
guardarrayas dispuestas por Osorio en cuyo interior, que cubría una
extensión equivalente a la tercera parte de la Isla, quedó concentrada
toda su población, incluyendo los vecinos de las ciudades devastadas.
Al quedar deshabitada toda la porción restante del territorio insular, el poder colonial no podía ejercerse de hecho sobre las cenizas
y quedó por tanto reducido al derecho, en los términos de soberanía
inviolable de la Corona española. Desde luego para que una soberanía sea realmente inviolable tiene que estar basada en la fuerza
material, no en la fuerza jurídica, y poco valor podían tener las ocasionales incursiones de naturaleza militar que se efectuaban sobre
aquellas zonas, que pronto volvían a su situación de desamparo.
La soberanía, como cuestión de derecho no excluía, pues, la posesión de hecho de otros pobladores y, en esa virtud, las dos terceras
54
Lepelletier de Saint-Remy: Saint-Domingue. Etude et Solution de la question haitienne (París, 1846).
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partes de la antigua jurisdicción colonial española quedaron en estado de disponibilidad.
Este hecho, que sirvió de base a los argumentos franceses para
invocar antigüedad en la colonización de esa parte de la Isla, y que
hace trinar de indignación a Sánchez Valverde en su famosa IDEA
DEL VALOR, muestra que esta gota de aceite deriva su pureza de
los más genuinos olivares españoles. Y no será la única vez que esto
suceda.
La segunda etapa, que se objetiva en ocasión del Tratado de Paz de
Nimega en 1678, es aquella en que España comienza a reconocer el
derecho en favor de los nuevos ocupantes franceses, compuestos por
aventureros de toda laya que infestaban las aguas del Caribe y que habían ido ocupando lenta pero irreversiblemente las zonas abandonadas.
Esta paz puso fin a un conflicto entre España y Francia y, aunque
Luis XIV, el Rey Sol, obtuvo mediante ella varios ducados, ciudades y
fortalezas, no consiguió que Madrid le reconociera sus pretensiones
sobre la banda noroeste de LA ESPAÑOLA.
Sin embargo, el Gobernador español Segura de Sandoval, ofreció al Gobernador de la parte francesa un acuerdo sobre límites, invocando el Tratado de Nimega, que éste aceptó regocijado, aunque
no ignoraba que ese instrumento era inaplicable en esa situación.
Fijaron como límite de las dos colonias el curso de un río y, durante
unas horas a lo sumo, quedó detenido el avance de la gota de aceite.
Se trata sólo de un artificio español que va a ser utilizado reiteradamente y que se pone de manifiesto de manera más notoria en
ocasión del Tratado de Ryswick.
España, Inglaterra, Holanda, Alemania y otros que habían formado la Liga de Augsburgo, firmaron con Francia este tratado de
paz en la ciudad holandesa del mismo nombre en 1697. Como en
ocasión del tratado de Nimega, no fue posible arrancarle a España
compromiso alguno con respecto a la parte que ocupaba Francia en
la isla de Santo Domingo.
No importa. Sin que se sepa cómo, los Gobernadores de la Isla
interpretaron el artículo noveno del Tratado de Ryswick, en el sentido de que España cedía a Francia la porción occidental de la Isla,
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como si se tratase de un nuevo acuerdo, a pesar de que el tal artículo
noveno no hacía más que reproducir textualmente el artículo séptimo del de Nimega, sin mencionar a Santo Domingo.
Lepelletier de Saint-Remy dice que él y sus colegas leyeron el
Tratado de Ryswick y todos sus anexos, letra por letra, y no encontraron en él ni una sola palabra que se refiriera a la cesión de la parte
francesa de la Isla de Santo Domingo. Añaden que consultaron las
obras de los intérpretes y juristas y tampoco encontraron allí referencia alguna. El artículo noveno del Tratado de Ryswick dice así:
El dicho señor Rey Muy Cristiano hará restituir también a su
Majestad Católica, todas las ciudades, plazas, fuertes, castillos y
postas que sus ejércitos hayan o podrían haber ocupado hasta el día
de la paz, y aún después de ella, en cualquier lugar del mundo en
que se encuentren situados, como del mismo modo su dicha Majestad
Católica hará restituir a su Majestad Muy Cristiana todas las plazas, fuertes, castillos y postas que sus armas pudieran haber ocupado
durante esta guerra y hasta el día de la publicación de la paz, y en
cualquier lugar en que se encuentren situados.55
Basándose en que este artículo no mencionaba de manera expresa a Santo Domingo, el Gobernador español lo enarboló como
instrumento jurídico para reconocer oficialmente en la Colonia las
posesiones francesas.
Es curioso. Son los propios españoles los que se obstinan en legalizar una posesión que los franceses tenían por usurpada e ilegítima.
Presumían, muy quijotescamente, que paladeando el dulce nombre
del derecho, los franceses se entretendrían y la ola colonizadora se
reduciría a términos más razonables. En unas instrucciones dadas
al Gobernador Manzaneda tres años después –20 de noviembre de
1700– se comprueba que aquella estratagema no era de iniciativa del
Gobernador colonial. La Corona misma recomienda al Gobernador
que continúe con esos procedimientos.
55
Lepelletier de Saint- Remy. Ob. cit.
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…de modo que, con el arte a que obliga la necesidad, procuréis que
en ningún modo trasciendan ni propasen los límites de sus poblaciones
y que se ciñan a lo que ya poseen, estando advertido de que todo lo
que obréis en esta materia ha de ser ocultando que tenéis para ello
(autorización) ni para otra cosa que pueda mirar a consentir que
gocen como propio lo que sólo tienen como usurpado, pues jamás se
les ha confesado jurisdicción legítima en ningunas capitulaciones de
paces…56
Saint-Remy dice que si la corte de Madrid decía a veces SÍ, jamás lo
escribía…
De modo que, hasta aquí, España acepta la pérdida de sus territorios pero conserva, a base de astucia y leguleyismo, su soberanía sobre esos territorios colocando al menos a Francia como usurpadora.
La tercera etapa es, por fin, la renuncia a la soberanía sobre el
territorio abandonado y la consumación jurídica del significado de
las guardarrayas del señor Osorio. Este desenlace patético es consagrado por el Tratado de Aranjuez el 3 de junio de 1777. España
se siente regocijada de haber salvado las dos terceras partes del
territorio aunque ello realmente significa que, como consecuencia
de las Devastaciones, su poder había sido reducido en una tercera
parte.
La cuarta etapa es el desenlace final, real y completo, la coronación definitiva de la obra de 1605. España cede, y además voluntariamente y casi contra la voluntad de Francia, la posesión legítima y
completa, no sólo de las partes usurpadas, sino la Isla entera.
¿Es posible? Kerverseau, un funcionario francés en Santo
Domingo, decía en un informe a su Gobierno que Santo Domingo:
Era la primera conquista de España en el Nuevo Mundo; las cenizas de Colón reposaban en ella. Fernando se había comprometido
formalmente por él y sus sucesores a no separarla de la Corona de
Sánchez Valverde: Idea del valor, ob. cit. Nota de Fr. Cipriano de Utrera, número
(164), página 129.
56
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Castilla. El amor propio nacional le atribuía un elevado precio a
su conservación y la hacía mirarla como la piedra fundamental del
inmenso edificio del poder español en América…57
Se sabe por qué fue posible. En las partes antiguamente abandonadas, los franceses habían introducido una inmensa cantidad
de esclavos a quienes sometieron a una explotación bestial. Y un
día estalló una revolución en la metrópoli que arrastró a su propia
colonia, convirtiendo la Isla en un clavo ardiendo que ninguna mano
cortesana se sentía dispuesta a sostener. El Ministro Godoy confesaba en sus memorias que era un cáncer agarrado a las entrañas de
cualquiera que fuese su dueño.58 Y se la regaló a Francia más como una
venganza que como una joya.
Y de esa manera el poder español en Santo Domingo fue recorriendo paso a paso el destino bruscamente trazado por la destrucción
de la propiedad privada y la liquidación del pueblo en esa Colonia:
Primero: reducción de su jurisdicción territorial por medio de las
guardarrayas;
Segundo: pérdida de hecho de su soberanía sobre parte del territorio;
Tercero: pérdida de derecho de su soberanía sobre esa parte; y
Cuarto: pérdida total de la soberanía sobre toda la Isla.
3
En el fondo, la verdadera gota de aceite de la metáfora de SaintRemy es española. No francesa. Y se evidencia en dos hechos históricos inconfundibles.
Uno es la apatía manifiesta del poder real, que afecta a las
esferas gubernamentales en Santo Domingo. Uno se asombra de
Al Ministerio de Marina y de las Colonias de Francia, se encuentra completo en
francés en la Historia de Santo Domingo de Gustavo Adolfo Mejía.
58
Memorias del Príncipe de la Paz, París, 1836, página 225 en adelante. Demorizi
extracta los párrafos más importantes en La era de Francia, ob. cit., página 12
(nota).
57
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contemplar cuando recorre las fuentes documentales de este período, el banco de nubes que se cierne sobre el siglo xvii como si
no existiera Santo Domingo para la Historia. Puede consultarse
el Apéndice de la obra del profesor Malagón Barceló acerca del
Código Carolino, antes citada, para comprobar que no hay allí una
sola disposición de la Corona específicamente referida a la esclavitud en Santo Domingo. Y más adelante en el curso del presente
trabajo, se encontrarán situaciones más dramáticas que ilustran ese
desdén.
Y es claro, la vida colonial seguía un curso completamente espontáneo. La población se encontraba disgregada en las soledades
del campo, desvinculados unos de otros y sumidos en una vida estrictamente familiar. La vida pública no existía. Ni había incentivo
alguno por parte del Gobierno, en ausencia de todo objetivo económico por parte de la Corona.
Al fin, toda la vida colonial y no solamente en sus manifestaciones populares sino también gubernamentales, adoptó una fisonomía
fantasmal que se extendió a todo lo largo de su historia.
El otro hecho es más importante. Al liquidar al pueblo, el
poder público perdió su más sólido fundamento. Y precisamente
ilustra este hecho, la incapacidad en que se vio sumergida la autoridad colonial para impedir que los aventureros que merodeaban
el Caribe se apoderaran de las zonas que habían sido escenario
de las DEVASTACIONES. Si en ellas hubiera permanecido la
población, enfrascada como lo estaba en el proceso de consolidación de la propiedad privada, que actuaba como un factor de
fijación popular y humana, ni Francia ni ninguna otra potencia
mundial hubiera podido cercenar la base territorial de la jurisdicción española.
Al cesar la pulsación popular, cesó automáticamente la pulsación
gubernamental en esos territorios.
El sucesor del Gobernador Sandoval, Diego de Acuña, informaba a la Corona en cierta ocasión, que faltaban cien hombres para reforzar la guarnición pero que la gente de la tierra es tan poco aficionada
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a la guerra que no hemos de hacer mucho caudal della como poco diestra y
no inclinada a la milicia…59
Y allí se ve que la liquidación popular y la liquidación de las facultades del poder, que se nutría de las masas populares, siguieron
una línea histórica extremadamente ceñida. O dicho de otro modo,
el inmenso alarde de poderío que desplegó el Gobierno colonial en
manos de Osorio, quedó firmemente establecido tanto para los rescatadores de la Isla como para sus huéspedes herejes de ultramar. Pero
fue un suicidio…
Consecuencia de las consecuencias
Donde se descubren las creaciones originales
de las destrucciones originales
I
La «Sociedad Hatera»
La consecuencia mayor de esta constelación de consecuencias
fue el advenimiento de una sociedad nueva, la sociedad hatera, desconocida hasta entonces dentro de los lineamientos del programa
colonizador del Nuevo Mundo.
Siendo así, deberíamos arribar rápidamente a la conclusión de
que las DEVASTACIONES constituyeron una acción revolucionaria,
puesto que habrían tenido como su consecuencia mayor el advenimiento de una nueva sociedad, en tanto sea éste el rasgo esencial de
toda revolución. Pero las destrucciones de 1605 y 1606 –y esa es su
gran significación histórica– fueron de tal magnitud que, a un tiempo
mismo, destruyeron lo viejo que moría y lo nuevo que despertaba.
Destruyeron simultáneamente la sociedad capitalista que pugnaba por
establecerse y la sociedad feudal establecida. Ahogaron bajo la misma
sábana, en el momento mismo del parto, a la madre y a la criatura…
Moya Pons, Frank: Historia colonial de Santo Domingo, Santiago, 1974, página 140.
59
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Y el resultado de aquella acción fue una sociedad que no era ninguna de las dos, sino una diferente, efectivamente nueva porque no
se encontraba comprendida en ninguno de los modelos implantados
por la civilización europea en esta parte del mundo.
Sin embargo, esta sociedad nueva se constituía dentro de los
lineamientos del modelo social más antiguo de todos los que habían
aparecido en el recorrido histórico de la Humanidad: aquel que se
caracteriza por la propiedad común de los bienes y la distribución
homogénea de los productos entre los miembros de la sociedad, que
es la que se conoce como el régimen de la comunidad primitiva. O sea,
la nueva sociedad era más vieja que la vieja.
Resultaba así, no una REVOLUCIÓN, sino una INVOLUCIÓN,
un retroceso a formas más arcaicas que las que se encontraban en
vigencia, o como las describe Hoetinck, una regresión a formas más
difusas y confusas de propiedad de terrenos, a técnicas agrarias relativamente más primitivas y, por tanto, a una menor importancia de la posesión
de tierra como criterio de estratificación social.60
Estas formas más difusas y confusas de propiedad de terrenos,
como las califica significativamente Hoetinck, representan una
regresión al sistema puro de la propiedad comunitaria de las tierras, tras la desaparición del sistema de la propiedad privada, al
que debía sus rasgos la producción agraria, como dice el propio
Hoetinck, en la más floreciente época del período colonial, aludiendo
con toda certidumbre al Siglo xvi, en que una estructura pseudo
feudal estable fue, si no alcanzada, por lo menos perseguida con bastante éxito…
De acuerdo con esos rasgos, la regresión vendría a cubrir, pues,
un descenso de dos grados o peldaños en la escala del desarrollo
histórico social, desde una estructura feudal, semifeudal o pseudofeudal, descendiendo aún más allá del régimen esclavista, hasta
reposar en el último peldaño del desarrollo histórico de la sociedad,
la comunidad primitiva.
Hoetinck, H.: El pueblo dominicano: 1850-1900. Apuntes para su sociología histórica.
Santiago de los Caballeros, 1972, página 21. Relación sumaria del estado presente de la
Isla Española, en Demorizi, Relaciones históricas, Vol. I, página 211.
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Incuestionablemente, un cambio tan significativo, no sólo en la
posesión sino en la naturaleza misma de la propiedad de las tierras,
tenía que producir igualmente un cambio, no sólo en el criterio de
estratificación social, sino en la sociedad misma. Y el hecho es que las
DEVASTACIONES sobrepasaron los límites del cambio, al destruir
completamente los fundamentos de la propiedad privada, con lo cual
la sociedad establecida no debía tan sólo sufrir modificaciones en sus
criterios, sino que debería quedar condenada a desaparecer, barriendo todas las estratificaciones y dando paso a una sociedad distinta, y
basada en formas más difusas y confusas de la propiedad.
A la vista de estas consideraciones, no nos queda la menor duda de
que las DEVASTACIONES son la contrarrevolución perfecta, por cuanto no se limita a conservar lo viejo sino que va más allá, alcanzando un
resultado totalmente opuesto al que persigue la revolución, obviamente
restringida a un paso de avance, mientras que las DEVASTACIONES
han conseguido dos pasos de retroceso: uno conservador orientado al
mantenimiento de la sociedad establecida, que logra de manera concluyente, y uno más, que es el paso genuinamente contrarrevolucionario,
que alcanza una sociedad más atrasada aún que la vigente…
2
Estas apreciaciones especulativas se concuerdan con los hechos.
Jerónimo de Alcocer, Cepero y Xuara y otras fuentes posteriores como Carbajal y Rivero dentro del mismo Siglo xvii, más los
historiadores clásicos, Sánchez Valverde y Delmonte y Tejada que
vivieron las últimas décadas del Siglo xviii y otros, describen a veces
de manera minuciosa ambas situaciones. Referencias concretas a sus
textos se encuentran reiteradamente en el curso del presente trabajo. Y particularmente esclarecedora es una estancia de la famosa
RELACIÓN DE ALCOCER, donde aparece como un hecho absoluto la desaparición de la sociedad establecida y, al mismo tiempo, el
signo sustancial, anunciador, de la sociedad que habrá de sucederla.
Hela aquí:
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… Pero lo que acabó de todo punto esta isla fue la despoblación que
hizo Osorio… Con esto han muerto todos los más pobres y desventurados y los que quedan lo están tanto que causa lástima a los que
los conocieron y antes de mucho no habrá memoria de ellos ni de las
ciudades que pobló. Con esto también se ha acabado la riqueza, trato
y lustre, no sólo de esta ciudad de Santo Domingo, sino de toda la
isla…
Ya todo esto se acabó. Y solo quedaron en aquellas partes unas posesiones de tierra que llaman «monterías» a donde van a hacer cueros
de vacas con licencia del Gobernador…61
Dejemos de lado cuanto este simple testimonio ilustra respecto a los ingenios, hatos y estancias comprendidos en la guardarraya tirada por Osorio y consignados en su Censo. Es evidente que
pertenecían al reino de la fantasía. Y que los mismos pobladores,
como los habitantes de la ínsula Barataria, compartían esta disposición fantástica: antes de mucho no habrá memoria de ellos… decía
Alcocer. Más aconsejable resulta dirigir, con Alcocer, una mirada
realista a
3
Unas posesiones que llaman «monterías»
Porque en esa misma estancia de la RELACIÓN DE ALCOCER
se presenta el futuro, hacia donde se dirigían los pobladores a hacer
fueros de vacas y a dar origen a una sociedad hasta entonces desconocida en el vademécum colonizador: la sociedad hatera.
Pero nosotros no vamos a descansar en su relato sino en un historiador para quien esta realidad es más próxima, hatero él mismo y
descendiente directo de los hateros originales, Antonio Delmonte y
61
Alcocer, Jerónimo de, Relación sumaria del estado presente de la isla Español, en
Demorizi, Relaciones histórica, Vol., página 211.
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Tejada, en cuya descripción, ya clásica, se menciona entre los hatos
fundadores el de Gurabo de los Delmonte y el de Mao de los Tejada.
La descripción de este historiador se sitúa justamente en el momento de despegue en que los supervivientes de las ciudades destruidas las cuales sólo unas horas antes ofrecían un movimiento extraordinario debido a que sus puertos se veían concurridos de naves holandesas y
portuguesas y las ciudades del litoral se engrandecían ostentando riquezas
y abundancias ya que en ellas; los antiguos hidalgos habían levantado
edificios suntuosos y elegantes,62 ahora se ven obligados a internarse en
las zonas comprendidas por las guardarrayas en el más inclemente
de los desamparos.
En esa situación, cuenta Delmonte, fue consecuente que sus miras
y ocupaciones se dirigieran a otros objetos que pudieran conciliarse con la
condición a que se les había reducido…
Pero váyase a ver cuáles son esos objetos que, no se sabe si por
candor o por ironía, Delmonte describe como:
La extensión ilimitada de las sabanas comprendidas en las vegas y
valles e intermedios de las montañas, la abundancia y fertilidad de
los pastos, la muchedumbre de los ríos y abrevaderos y la copia de
frutos y ramajes indígenas…
Esa copia, o acopio desesperado de frutos y ramajes indica que en
la primera etapa de estupor, la población quedó reducida al grado
más elemental de supervivencia humana: la recolección primitiva. Y
Delmonte es claro y preciso: Los españoles que poblaban la otra banda
y los demás del territorio, se concretaron al propio sistema con lo cual
no puede haber duda de que estamos en presencia de una situación
social e histórica.
A esa riqueza natural, Delmonte añade otra que, sin alterar la
esencia de esta actividad económica, va a constituir el eje permanente de la nueva sociedad y a la que el autor dedica sus entusiasmos de
62
Delmonte y Tejada, Antonio, Historia de Santo Domingo, tercera edición, Santo
Domingo.
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antiguo ganadero: las reses abandonadas por los propietarios que
emigraron en masa. Estas reses se hicieron montaraces propagándose en
los llanos y montañas de la Isla en toda la lozanía de la raza primitiva…
Con esa riqueza providencial, los pobladores no pudieron optar
por otro camino que el cultivo de la tierra y la crianza de ganados, lo
cual no es nada grave aún entre gente que ha conocido la opulencia
comercial y naviera, si no es porque, como subraya Delmonte, esa
industria estaba limitada a sus propias necesidades. Eso significa que
desapareció el mercado interno y que, por consiguiente, toda la
industria del hombre se consagró a la satisfacción de las necesidades
propias y las de su familia sin que el producto saliera del núcleo
familiar.
Delmonte describe minuciosamente las actividades comunitarias
aplicadas al consumo estrictamente familiar y afirma que en estas
faenas campestres se ocuparon en adelante los españoles que no estaban obligados por sus empleos a residir en las ciudades, o lo que es lo mismo, todo
el mundo, porque aquellos que disfrutaban de empleos constituían
una exigua minoría.
La naturaleza comunitaria de la actividad de la población, se
desprende de la comunidad de las fuentes productivas de donde derivaban su sustento: El ganado manso vagaba libremente por las sabanas,
montes y abrevaderos que le acomodaban, porque LOS PASTOS ERAN
COMUNES, y regularmente se dividían en puntos que se establecían en
distintos parajes con un toro padre, que no permitía la mezcla de su vacada
y sostenía su puesto hasta la muerte…
En cuanto al ganado montaraz, se impuso una costumbre suprema: el ganado es de quien lo montea,63 de donde la montería se constituyó en el rasgo característico de aquella sociedad primordial. …El que
llaman de montear, al qual deben darse con más o menos freqüercia, según
pide la subsistencia de la familia que mantienen.64
Nuestro narrador agrega que el ganado cabrío completaba el haber
del hato: su tasajo y la leche eran los elementos principales de subsistencia
Sánchez Valverde, Idea del valor, ob. cit., página 9.
Idem., página 195.
63
64
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para el mayoral, su familia y dependientes, a quienes ayudaba también un
pequeño conuco, donde cultivaba plátanos, yucas y boniatos. E insiste una y
otra vez en que a estas ocupaciones se dedicaban los españoles personalmente o por medio de sus mayorales en toda la extensión de la Isla…
Y de esa manera, queda configurada esta práctica comunitaria
como un rasgo definidor de toda la sociedad, basado en los siguientes elementos:
Uno, la naturaleza común del usufructo de las tierras, los pastos eran
comunes, dice Delmonte. Pero la tierra también, y su propiedad,
puesto que llegó a perderse la memoria de los propietarios… Y andando el tiempo, el usufructo llegará a ser absorbido por la propiedad privada y la economía monetaria, y quedará la naturaleza
común de la propiedad de la tierra como un carácter dominante
del sistema social de la propiedad;
dos, el ganado era común, que es lo que se entiende por montería, y
esto lo mismo vale para el vacuno que para el cabrío, el caballar
y el de cerda;
tres, la actividad productiva era común. Luego que se anunciaba la primavera y comenzaban las aguas de mayo, se congregaban los vecinos
y en días determinados exploraban los montes y sabanas con perros y
garrochas, reuniendo las puntas de ganado…;65
cuatro, la economía se contraía al núcleo familiar por agotamiento
del mercado interno, determinando una producción de autoconsumo, típica del régimen social de la comunidad primitiva;
cinco, y no por último menos, sino más importante, la forma universal en que toda la población, en toda la extensión de la Isla, según
certifica Delmonte, practicaba el mismo sistema.
Esto significa, pura y simplemente, que las fundaciones agrarias
del Siglo xvi denominadas «hatos» y las del Siglo xvii que reciben el
mismo nombre, son diferentes. Y que las primeras han desaparecido
cuando, tras las DEVASTACIONES, hacen aparición las segundas.
Y se explica.
65
Delmonte y Tejada. Ob. cit.
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La diferencia entre el uno y el otro es precisamente la misma que
existe entre la propiedad privada y su contraparte la propiedad comunitaria. El «hato» del Siglo xvi es un producto muy avanzado de
la descomposición del régimen comunal, por la absorción, cada vez
más profunda, de los rasgos que tipifican el régimen de la propiedad
privada, importados desde su mismo origen de la metrópoli y acentuados por el comercio intérlope. Esta es la tónica, no solamente de
esta forma de producción agraria, sino de todo el proceso histórico
que cubre la segunda mitad de ese siglo y que ha alcanzado ya en
1605 un grado de desarrollo tan característico, que debía ser sumamente alarmante para una Corona tan hostil, y al mismo tiempo tan
sensible a sus manifestaciones, como lo era la Corona española.
La aparición en las poblaciones de la banda del norte de LA
ESPAÑOLA de un proceso económico nuevo no puede entenderse
como un proceso local. Sino focal. Es como esa manchita escarlata que
aparece en una mejilla y que manifiesta localmente la invasión en todo el
sistema del virus de la escarlatina. Absolutamente toda la formación económica de la Isla quedó impregnada de la corriente histórica representada
por las naves extranjeras, que constituyó el foco invasor, desarrollado por
las naves criollas, y que acabó por sumirla en una situación de cambio que
solamente podría ser contrarrestada con una violencia cósmica.
4
Y, así como el proceso permeaba a toda la sociedad, la violencia
debió penetrar en los más profundos intersticios de ella, haciendo
desaparecer a los propios seres que la sustentaban.
Tal como lo anunció Alcocer: antes de mucho no habrá memoria de
ellos…
Y antes de mucho lo certificó Sánchez Valverde:
«Las posesiones de las tierras quedaron tan desiertas que llegó a
perderse la memoria de sus propietarios…»66
66
Sánchez Valverde, Idea del valor, ob. cit., página 112.
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Y explica:
Los mismos trasmigrantes convidaban y provocaban a otros, de suerte
que apenas se quedaban en La Española los que por su mucha miseria se hallaban imposibilitados de huirla… De las más distinguidas
familias que se habían establecido y arraigado, apenas quedaron
rastros…67
Porque por distinguidas familias no podemos entender otra cosa
que familias propietarias, la clase propietaria como las llamaría más
tarde el Gobernador Joaquín García. Y el único rastro que dejan las
familias distinguidas es el perfume de la propiedad privada debido a
la propiedad privada del perfume.
Es a Delmonte a quien debemos también la relación detallada de
las familias que, de manera insoslayable, echaron sobre sus hombros
la organización de una sociedad que empezó a llamarse SANTO
DOMINGO en la medida en que se disipa el recuerdo de aquella
realidad distinta que recibió en su tiempo el nombre mucho más
poético de LA ESPAÑOLA.
Delmonte se consagra a proporcionarnos los nombres de esos
pobladores fantasmales, dejando entrever sin proponérselo que no
debían ser muchos cuando podían ser registrados por la memoria.
Y los divide en dos grupos, los que forzosamente permanecieron a
raíz de la catástrofe y las familias nuevas formadas posteriormente por
personas que venían a La Española… Dice:
Estas familias que tengo presentes y otras que puedo haber olvidado, comprendidas en la nomenclatura que precede, se dedicaron desde aquellos días a la crianza de ganados, que absorbían
enteramente su atención…» considerando seguidamente que los
bienes de la naturaleza «eran circunstancias favorables para
determinar la industria principal de los dominicanos y éstos
parecieron prever oportunamente que vendría un tiempo en que
67
Idem., página 111.
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ella sería el único manantial de su prosperidad y bienestar… Y
concluye diciéndonos que:
Formaron haciendas o hatos que aún existen hoy…
¡Y esa es la gran consecuencia de las consecuencias y el comienzo
y el eje principal de la historia de nuestro país!
5
Debieron pasar muchas décadas sin que se alteraran las bases económicas de la sociedad para que este sistema echara tan profundas raíces
históricas. Es claro que, pasados los primeros treinta años, las autoridades
gubernamentales dirigieran toda su atención a las frecuentes incursiones
que se producían sobre las costas abandonadas a raíz de la despoblación.
En el ínterin fructificaron las naranjas de china, que tenían una deliciosa
atracción para los marinos y, el ganado de los antiguos ingenios y hacendados, creció a toda leche por los pastizales libérrimos.
Más de un siglo después, en 1739, la Colonia española presentaba el mismo cuadro letárgico que había inspirado al historiador
García la metáfora del sueño:
El estado de la parte española de la isla en 1738, a la entrada del
brigadier Zorrilla en el gobierno, no podía ser ni más triste ni más
desconsolador. Todo presentaba en ella un aspecto ruinoso, y sólo
contaba con una población escasa, reducida por algunos historiadores a sólo 6 mil almas, diseminadas en los vestigios (de unos diez
pueblos) todos en decadencia y condenados a desaparecer, pues más
de la mitad de sus edificios estaban completamente arruinados, y de
los que quedaban en pie, la mayor parte estaban cerrados por falta
de habitantes; situación que se hacía extensiva a los campos, en los
que había por doquiera casas y terrenos sin dueños conocidos, de que
se aprovechaban los primeros que tomaban posesión, porque o bien
habían transmigrado los propietarios primitivos a otro lugar o se
habían quedado esos bienes sin sucesores…
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La agricultura estaba reducida a la siembra de los frutos menores
para el consumo; no había industria propiamente dicha; y el comercio
había decaído en proporción, no haciéndose en grande escala sino el
de contrabando, y eso en provecho de los empleados peninsulares…68
De nuevo el contrabando venía como salida providencial a resolver los problemas económicos esenciales de esta infortunada colonia
española.
Para esos momentos, la colonia vecina se convertía en la joya del
imperio colonial francés, los mismos herejes de los tiempos de Osorio.
Y por una burla de la Historia, los vecinos de esta parte resolvían
los errores de la política metropolitana, realizando un intercambio
con extranjeros que decididamente transformaba la naturaleza del
régimen económico. Sólo que ahora el intercambio con extranjeros
se llevaba a cabo con el extranjero de la colonia vecina sin vínculo
alguno con el mercado mundial.
De ese modo, esta parte de la Isla vino a convertirse en una
sub-colonia de los franceses, cuyo papel era suministrar aquellos
productos que un territorio saturado de haciendas, dirigidas a saciar
las demandas del mercado mundial, no podían producir.
Y con ese elemento, el «hato» del Siglo xvii se cargará de elementos amonedables y modificará sus contornos aunque no su contenido original.
Durante el Siglo xviii siguiente, adoptará su semblante definitivo
con el cual hará entrada en la Historia dominicana o hará que la
Historia dominicana entre en él, cosa que no es siempre fácil de
dilucidar. Y así vamos a verlo.
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García, Compendio.
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191
Consecuencia de las consecuencias
Donde se descubren las creaciones originales
de las destrucciones originales
II
La «Sociedad Comunera»
Pequeña introducción
Ningún país de la América Latina, y probablemente ninguna nación joven del mundo moderno, las africanas por ejemplo, ha conocido la experiencia de la República Dominicana en su origen histórico.
Ni siquiera Haití, que comparte su territorio y brotó del mismo
espasmo de la Historia.
La organización social de todos estos países, sin excepción arrancó
de la experiencia colonizadora, llevada a cabo por una nación europea.
Haití misma conserva hasta estos días, inclusive el patrón racial
del cual se servía el colonizador para descoyuntar la unidad popular
que podía poner en peligro su dominación. Y lo mismo que sucedió
allí y en otros lugares respecto del negro, ha sucedido en otras naciones indoamericanas respecto del indio.
Ninguna de estas naciones, para suerte suya, originó espontáneamente una forma propia de desarrollo histórico desde la misma
arrancada.
Y, aunque posteriormente definieron, muchas de ellas en época
temprana, la misma Haití por ejemplo, sus rasgos nacionales intrínsecos, siguieron siendo verdaderamente hijas de la Madre Patria,
porque a ella deben su nacimiento y el aroma de la cuna.
Santo Domingo, no.
Esta colonia fue la única en todo el Continente que tuvo que
emprender por sí sola el camino de su propia colonización.
Y, en consecuencia, dar origen espontáneamente a las formas de
organización social y fundamentación económica sobre las cuales
edificar su vida histórica.
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No debe, pues, sorprender que, al escarbar en sus más recónditos
orígenes, se descubra una institución histórica completamente original en sus formas, inaudita en sus antecedentes y totalmente desligada
del programa colonizador de los europeos en esta parte del mundo.
Esta institución, que se conoce como los terrenos comuneros debido a que constituye una forma de propiedad privada incrustada en la
propiedad comunitaria de las tierras, o a la inversa, representa un caso
único en el sistema de propiedad territorial en todo el Continente, si
se tiene en cuenta que se manifiesta como el fundamento de toda la
sociedad y no de una parte de ella.
Otros casos ha habido de fundación original del sistema de propiedad de las tierras de un grupo, de una zona, de una colectividad
racial o religiosa, que convive con el ordenamiento nacional establecido por el Estado.
Tal sería el caso de los cimarrones de Haití y Cuba, de los ayllus
que menciona Mariátegui en Perú, de los mormones y de los mismos
pieles rojas en Estados Unidos y muchos casos conocidos.
Pero la originalidad de los terrenos comuneros de Santo Domingo
consiste en que toda la sociedad se organiza en estos términos y se
convierte así en la base histórica absoluta, la que ha de constituir la
vertebración histórica fundamental de toda la historia del país.
Este caso es único en el Nuevo Mundo.
Y la razón es que las DEVASTACIONES de 1605 y 1606, de
donde esta institución insólita se desprende, es también un caso
único en el Nuevo Mundo.
El Profesor Ots Capdequi, una autoridad reconocida en esta
materia, declaraba en un cursillo que dictó en 1944, recogido
en volumen con el título de EL RÉGIMEN DE LA TIERRA
EN LA AMÉRICA ESPAÑOLA DURANTE EL PERÍODO
COLONIAL, que algunas conversaciones universitarias le habían
hecho ver la importancia peculiar que para el estudio de los orígenes históricos de los bienes comuneros puede tener en Santo Domingo este texto legal:
que los pastos, montes, aguas y términos sean comunes…69
Ots Capdequi, José M. El régimen de la tierra en la América española; Santo
Domingo, 1946, página 95.
69
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Y a continuación afirmaba que:
Todo el conjunto de estos preceptos sitúa el problema para Santo
Domingo en condiciones diferentes de aquellas en las cuales se sitúa
este mismo problema para otros territorios de América.
Esta opinión es importante porque Ots Capdequi era un profundo conocedor de la situación de las tierras en la época colonial
española en todo el continente y, encontrándose en Santo Domingo
en esos momentos, estaba en las mejores condiciones para detectar
las tipicidades de este fenómeno histórico y la profundidad de sus
implicaciones, por su conocimiento de la situación actual e histórica
en toda la América, así como el acceso a fuentes organizadas en torno a este problema.
Pero no se percató de un hecho fundamental. Es verdad que se
disculpaba de una manera muy honrosa: Me habréis de perdonar si por
el momento yo no insisto sobre el particular, porque mi conciencia profesional me impide abandonarme demasiado por un terreno que no puedo pisar
todavía con la suficiente firmeza.
Ese hecho fundamental es que el sistema de los terrenos comuneros, o bienes comuneros como él prefiere llamarles, no fue
una institución que apareció en Santo Domingo por obra de la
legislación española ni de ninguna otra legislación sino que fue
el resultado de un proceso que brotó de las DEVASTACIONES
del Siglo xvii, como un producto espontáneo de la población, en
el marco de la total indiferencia de la legislación metropolitana,
que es otro hecho a tomar en cuenta, respecto de su colonia
inaugural.
Por eso, al abordar su cursillo, el Profesor Ots Capdequi trató
de orientarse en los antecedentes legislativos de la Madre Patria,
apelando a la RECOPILACIÓN DE LAS LEYES DE INDIAS de
1680, donde aparecen las disposiciones dictadas para Santo Domingo
durante el Siglo xvi. Por tanto, esas disposiciones no reflejaban la situación real del Siglo xvii que, por otra parte, se producía al margen
de la ley y exclusivamente insertada en la costumbre.
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Sin embargo, Ots Capdequi admitió la necesidad de estudiar el
problema desde otras perspectivas:
Yo creo que para poder penetrar en el verdadero alcance jurídico y
en las consecuencias de esta disposición es necesario realizar investigaciones de historia económica y de geografía económica, porque
seguramente circunstancias de este tipo que aquí se dieron y en otras
partes faltaron, o por lo menos no se dieron tan acusadamente, pueden darnos la clave de esa modalidad típica de Santo Domingo en
orden a los bienes llamados ‘comuneros’.70
La clave de esa modalidad típica de Santo Domingo es también
una clave típica de Santo Domingo. De otro modo, siguiendo por
ejemplo los cauces de la legislación española en América, los terrenos
comuneros dejarían de ser eso que el propio profesor español intuye:
una institución única en el Nuevo Mundo y peculiar del proceso
histórico de Santo Domingo.
Nosotros vamos a continuar la búsqueda de las modalidades de
ese proceso en su desarrollo histórico, inmediatamente.
De la «Sociedad Hatera»
«Sociedad Comunera»
a la
Esta criatura de la catástrofe que es el hato del Siglo xvii, conservó
sus más puras esencias comunitarias durante todo el siglo que le vio
nacer, pero en el curso del siglo siguiente recibiría la acción continua
de la propiedad privada, a través de múltiples intercambios comerciales con una colonia vecina, y sufriría un trastorno en su configuración
ancestral, dando origen a una institución nueva: los terrenos comuneros.
Las primeras incursiones extranjeras sobre el territorio, en las
zonas devastadas y despobladas del litoral, comienzan por los años
de 1632, pero es entre 1655 y 1690 cuando se implantan en la parte
Idem., loc. cit.
70
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occidental de esta Isla los establecimientos franceses firmes que van
a convertirla en un emporio de fabulosas riquezas de aquel lado.
Estas fechas las establece Delmonte en base a un libro de un viajero
inglés, el capitán Roberto Boile, quien afirma que en la época de su visita a Santo Domingo «van formando los franceses algunas plantaciones
en la Isla en terrenos que se han ido apropiando poco a poco…»71
Ya en el Siglo xviii esas plantaciones se convierten en un modelo
soberbio de explotación del esclavo africano en función de la voracidad del mercado mundial.
Y de nuevo va a operar en la parte española, el trasiego de esencias
privadas que insufla a la propiedad el intercambio con extranjeros,
hecha la salvedad de que ahora el extranjero es relativo, porque sólo
será el que mora en la porción occidental de la misma Isla, completamente a espaldas del que viene del océano como en 1605. Pero éste
será suficiente para hacer sentir su influencia en la precaria economía
heredada de las DEVASTACIONES en esta otra parte de la Isla.
Basta recordar que el volumen monetario que llegaba a esta
Colonia española por medio del situado de México, de manera irregular, ascendía a 274 mil pesos supuestamente anuales. Mientras que
el producto de los intercambios con la colonia francesa redondeaba
los tres millones de pesos. Esta suma, realmente considerable para
la época y para el determinado país, debía hacer que la comunidad
de las tierras, que frenaba cuando no imposibilitaba el desarrollo
económico, se viera amenazada en sus más sólidos puntales.
Como consecuencia de ese fenómeno, los más activos agentes
del intercambio, comenzaron a imponer algunas normas, aunque
por vía consuetudinaria, naturalmente, que les permitiera reservarse
alguna forma de propiedad privada en el marco de la comunidad
territorial ya secularmente establecida.
Es así como aparecen las célebres acciones o derechos de tierra,
llamadas también pesos de acciones, acciones de pesos o simplemente pesos
o acciones de tierra, que reservaban un derecho de uso o usufructo de
71
Delmonte y Tejada, Antonio, Historia de Santo Domingo, tercera edición. Santo
Domingo, 1952.
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ciertas cantidades de terrenos para el ejercicio privado de la montería
del corte de árboles maderables o de la agricultura, sin afectar la
naturaleza común de la propiedad de esas tierras.
En ese momento, pues, aparece un elemento monetario como
base de los intercambios comerciales, que impregna al hato original
del Siglo xvii de elementos característicos de la propiedad privada. Y
naturalmente cambia su naturaleza y da origen al hato del Siglo xviii
que, más tarde o más temprano, se conocerá en nuestro país con
el nombre de TERRENOS COMUNEROS y que alcánzala hasta
nuestros días.72
Es el propio Delmonte quien nos presenta el hato en función de
este elemento monetario, aunque la descripción que le debemos sólo
destaca los aspectos comunales del sistema.
Antes de presentarlo, Delmonte pide disculpas por hacer una pequeña digresión para dar alguna idea del sistema agrario que se observaba
en LA ESPAÑOLA y por ser estas ocupaciones tan características de los
dominicanos. Y lo presenta así:
El Hato era una posesión que comprendía el terreno correspondiente
a las acciones que se obtenían, llamadas DERECHOS DE TIERRA,
en los cuales estaba el dueño facultado a criar cuantos animales quisiera y a apoderarse de los bravíos o alzados…
Pero no nos dice más. El resto de su descripción descansa en los
aspectos comunitarios de este sistema de producción que, sin lugar
a dudas, correspondían al período de mayor pureza de la comunidad
primitiva, pero que sufrían ya un proceso de descomposición por el
contacto con la intensa naturaleza capitalista del sistema imperante
en la colonia vecina.
Sánchez Valverde nos da más noticias en su IDEA DEL VALOR.
Celebra que para 1780 hayan aparecido Poblaciones y Fabricas que dan
72
Alburquerque, Alcibíades: Títulos de los terrenos comuneros en la República
Dominicana, Santo Domingo, 1941. Y también Ruiz Tejada, Lic. M. R. Estudio
sobre la propiedad inmobiliaria en la República Dominicana, Santo Domingo, 1952 y
Hoetinck. H:El pueblo dominicano, Santiago de los Caballeros, Rep. Dom., 1972.
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un testimonio irrefragable de lo mucho que ha respirado LA ESPAÑOLA
y a seguidas se pregunta:
¿Y todo esto cómo se ha hecho? ¿Qué esfuerzos superiores han
influido en ello? Ninguno, verdaderamente, responde. No ha
habido otra cosa que la concurrencia, como decíamos antes, de
algunos accidentes que expondremos con brevedad. El primero,
en mi opinión, ha sido el mismo establecimiento de las Colonias
Estrangeras. Ello es constante, sin que pueda ponerse en duda,
que a proporción que ellas han tomado incremento, también le
han tenido nuestras Posesiones: y la razón no es obscura. Como
fueron creciendo en número los Franceses, fueron necesitando de
nosotros para su abasto y subsistencia, a medida que labraban
la tierra les faltaban los pastos y los Criaderos y quantos más
ingenios de Azúcar iban plantando, tanta mayor necesidad tenían
de bestias para moverlos y para la conducción de sus frutos. Lo
que nos sobraba en la Isla eran ganados y caballerías que de nada
nos servían sin labores, ni comercio en que exercitar los unos y
sin pobladores que consumiesen los otros. Por consiguiente, se nos
abrió una puerta utilísima, por donde sacar lo que sobraba y traer
tanto como faltaba a los Vecinos…73
Es así como el hato original del Siglo xvii, cuyo producto estaba
consagrado al consumo familiar, encontró un mercado que permitió
capitalizar los excedentes, dando entrada al factor monetario en el
sistema.
Pero esta influencia no fue suficientemente vigorosa como para
producir una revolución a fondo y, a lo sumo, introdujo algunos
elementos de forma que no alcanzaron a producir un salto en la estructura comunitaria de su contenido. En el fondo, la descripción de
Sánchez Valverde no difiere mucho de la de Delmonte, quien parece
haber bebido en aquella:
73
Sánchez Valverde, obra citada, página 141.
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Cada dueño de Hato o Rancho (de vacas o de cerdos) tiene en sus límites algunos bosques que llaman Monterías, confinantes con otra u
otras posesiones, por las quales corre la misma Montería. Juzgan los
Propietarios que estos sitios son una de las mayores utilidades que pueden
tener los Hatos o ranchos, porque en ellos se encuentran animales salvajes, de cuya caza se mantiene sin tocar a los otros que cuentan, digámoslo
así, por suyos…74
Y en esa frase final se advierte, digámosle así, un tono de propiedad privada bastante débil y desafinado.
Sánchez Valverde señala que al hablar de los propietarios de
LA ESPAÑOLA no habla de la gente común y sencilla sino de los
Regidores, de los Capitanes, de los Canónigos y Eclesiásticos que tienen
Ingenios y Cacaguales. Y nosotros no podemos resistir a la tentación
de transcribir a toda tinta la tirada con la que el autor nos describe
la vida de estos propietarios de gran estirpe, a fines del Siglo xviii.
Explica que estos personajes no pueden vivir en sus haciendas
y sólo acuden a ella cuando sus empleos lo permiten o el tiempo
preciso de las cosechas y zafras. ¿Y con qué comodidad?, se pregunta
atormentado. Y ésta es la respuesta a su propia pregunta que nos
ofrece:
El Hospedaje
En Calesa o Birlocho es imposible, porque ni el caudal lo sufre ni los
caminos lo permiten. Va a caballo, expuesto a los ardores de aquel sol
y a las lluvias. El hospedaje que le espera es una choza pajiza y mal
entablada, con una sala de quatro o seis varas, en que hay una pequeña
mesa, dos o tres taburetes y una hamaca, un aposento del mismo tamaño, o menor, con quatro horquillas clavadas en tierra, en que descansan
los palos y se echan seis u ocho tablas de palmas, un cuervo y algunas
veces un colchón. Si llueve, escurren dentro las goteras que caen sobre
un suelo sin ladrillos y que por lo regular no tiene otra diferencia del
campo que haberse muerto la yerba con el piso…
Idem., página 187.
74
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La Mesa
Desayúnase el más acomodado con una xícara de chocolate y un poco
de pan, que cuenta tantos días de cocido como el amo de viaje. Los
otros hacen esta diligencia con Café o agua de Gengibre y un Plátano
asado. La comida consiste en arroz y cecina con batatas, plátanos,
ñame y otras raíces, a cuya masticación acompaña el cazabe en vez
de pan. Los más delicados llevan pólvora y munición para matar
alguna ave, o tienen una corta crianza de ellas cuyos huevos y algún
pollo es el sumo regalo…
El Trabajo
Su exercicio es levantarse al alba para visitar sus cortas labranzas,
pisando la yerba llena del copioso rocio de la noche o los lodos que hacen
las lluvias, recibiendo un sol ardiente desde que nace. Retirase sudado y
acalorado por una parte y penetrado de humedades por otra. En tiempo
de zafra o molienda de Azúcar, tiene que velar, si quiere que vaya bien.
En los plantíos de Cacao y otros frutos, va con los Negros a coger las
mazorcas o vaynas, ha de asistir quando las granan, entrojan, porque,
aunque tenga Mayordomo, como hay que ocurrir a diferentes cosas en el
campo y en la casa, es preciso que el amo se sacrifique, partiendo con éste
las tareas y que lleve una vida más laboriosa y desastrada que la de los
mismos Mayorales o Sobrestantes Franceses, cuya decantada actividad y
genio consiste en el luxo, la gula y otros vicios que ceban con el regalo y
la libertad de sus habitaciones.75
En este bello extracto de Sánchez Valverde se advierten ya en
este «hato» del Siglo xviii las diferencias de clase. Existe un amo y,
por debajo de él, acaso un Mayoral o Sobrestante al uso francés. El
negro se ha vuelto más negro que aquel que se proclamaba ante el
estupor de Lemmonnier-Dellaffosse blanco de la tierra, de una tierra
que era de todos. El propietario, aunque fuera más producto del
poder que de su hacienda, se materializa en acciones de pesos. Y en fin
ha respirado La Española…
75
Idem., página 164.
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Pero la esencia comunitaria de la propiedad de las tierras es tenaz. El hato cambia de nombre pero conserva su apellido comunero,
como expresión y defensa de su comunidad ancestral. Este rasgo
esencial del hato del Siglo xvii se perfilará en los terrenos comuneros
del Siglo xviii, se conservará durante todo el Siglo xix y alcanzará un
punto bastante lejano durante el Siglo xx.
2
Para dar una visión que, a la vez que nos dibuje el perfil definitivo de esa institución nos muestre la firmeza de sus rasgos, vamos a
hacer provecho de una serie de interrogatorios que llevó a cabo una
Comisión del Senado norteamericano que vino al país en 1870, con
el propósito de indagar las condiciones sociales, económicas y políticas imperantes, con vistas a una eventual anexión de la República
Dominicana a los Estados Unidos de América. Las respuestas parcialmente utilizadas aquí se deben a unos testigos especialmente calificados por la doble circunstancia de ser extranjeros, conocedores
de la situación agraria en otros países desde un plano superior de
conciencia, y de estar ellos mismos sumergidos en el sistema desde
largos años atrás en el país.
Juan Cheri Victoria, es un francés de Burdeos, General en la
época de Santana (después de 1844), tiene ahora 70 años y es Alcalde
de El Maniel y profundo conocedor de las costumbres. La Comisión
le preguntó: «¿Cuál es el método que tienen ustedes para medir y
poseer la tierra?
Responde: La tierra aquí no se mide por medio de marcas y guardarrayas para cada propietario, sino que se posee como terrenos comuneros
como decimos aquí, es decir en común. Cada uno tiene derecho a su
parte, a tantos dólares (pesos), y puede usar cualquier parte o cuadro
que esté en los terrenos comuneros, la cual puede ser un cuadro de
considerable extensión. Si un hombre tiene quinientos dólares descritos
en su escritura y traspaso (hay un salto) tiene derecho a cortar la caoba
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y nadie más tiene ese derecho, pero no tiene derecho a la tierra después
que ha sido cortada la caoba. Esto provino de la costumbre de sacar
madera y ya se ha convertido en una ley…
En este país, después que una persona sale de su casa y abandona su
tierra más de un año y la casa se quema y desaparecen las mejoras,
otra persona puede ocuparla y considerarla suya…
Este método de dividir la tierra que yo he descrito, provino de la
costumbre de no medir la tierra por medio de límites o guardarrayas.
Una persona compra un derecho o título en un terreno comunero, el
cual comprende varias leguas cuadradas, y puede ocupar cualquier
parte del terreno o todo el terreno que haya desocupado, no importa la
cantidad que sea, con tal que no le toque a la tierra ya mejorada ni a
la que está detrás o más allá, de donde sacan las maderas necesarias.
Hay que dejarlos sacar la madera y la leña que necesitan para hacer
hervir el guarapo y hacer el azúcar. Esa persona puede tomar la
tierra que quiera, pero tiene que ocuparla y utilizarla.76
Otro francés, nativo de Cherburgo, Augusto Gautier, de 58 años,
preguntado: «¿Qué cantidad de tierra tiene Ud. en su finca?»
Responde: Yo tengo toda la tierra que pueda cultivar. La tierra no
se mide aquí como lo hacen ustedes. Esa no es la costumbre de aquí.
Aquí hay tierra suficiente para todo el mundo. Usted puede comprar
un título como $50, y luego usted puede ocupar toda la tierra que
usted pueda cultivar, siempre que no esté ya en otras manos; pero
tan pronto como usted deja de cultivarla, usted tiene que utilizarla
para pasto de animales o para cualquier otra cosa, o cercarla, si usted
quiere asegurarse de seguirla poseyendo…77
Un tercer interrogado fue William M. Gabb, geólogo de Filadelfia
que había pasado dos años en el país en actividades profesionales. No
parece haber ahondado mucho en el conocimiento del sistema pero
Informe de la Comisión de Investigación de los Estados Unidos de América en Santo
Domingo en 1871. Santo Domingo. 1960, página 583.
77
Idem., página 578.
76
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puede aún dar alguna información atendible. Se le preguntó si la tierra estaba muy parcelada en el país y entre otras cosas responde:
Hay aquí un tipo de derecho de propiedad peculiar, llamado comunero, una especie de título de comunidad en que todos los descendientes
de algún gran terrateniente poseen una tierra en común, cuyos linderos están bien definidos y dentro de los cuales cada heredero tiene
igual derecho que los demás…78
Gabb, desde luego, no puede desprenderse de sus intensas concepciones de la propiedad privada y, de una manera u otra, contempla la comunidad como una forma de propiedad privada.
En general, lo que resulta de estas declaraciones es un hecho
sustancial, el carácter comunitario de la propiedad de la tierra,
aún cuando se base en la ficción de un causahabiente fantástico y
legendario. Estos interrogatorios tuvieron lugar cuando el sistema
había atravesado ya un período intenso y prolongado de influencias
privadas y ya netamente capitalistas. Sin embargo, conservaban aún
su carácter esencial, lo que nos permite suponer que durante el Siglo
xviii, esta naturaleza comunitaria, que de una manera tan profunda
impresionó al historiador Delmonte y Tejada, descendiente de hateros del Cibao, conservaba todas sus características.
La palabra hato es, pues, polivalente. Designa tres calidades
distintas:
a.el hato del Siglo xvi, obviamente inscrito en la propiedad privada
de tónica feudal, aunque manifestando signos de descomposición capitalista;
b.el hato del Siglo xvii, netamente caracterizado por sus rasgos
comunales y procedente de un instante recolector de la sociedad
colonial, desarticulada a raíz de las DEVASTACIONES; y
c.el hato del Siglo xviii, que continúa históricamente al anterior
78
Idem., loc. cit.
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como una etapa superior de desarrollo, por la absorción de rasgos
de la propiedad privada y su inserción en la economía monetaria,
y que se conoce como el sistema de los terrenos comuneros.
La sociedad hatera no ha sido definida, hasta ahora y hasta donde
ha sido posible saberlo, en sus rasgos esenciales. Pero aquí se contempla que debemos entender por tal a aquella sociedad que se organiza
en torno al régimen de producción propiamente hatero que cubre
todo el Siglo xvii. Por tanto no puede reconocerse la sociedad hatera,
de naturaleza comunitaria, durante el Siglo xvi donde predominan
los rasgos feudales de la metrópoli de origen, ni tampoco durante el
Siglo xviii donde la absorción de caracteres de la propiedad privada
lo transforman en terrenos comuneros.
Por tanto, es en la sociedad hatera donde encontramos el núcleo
más remoto y cuya continuidad ininterrumpida desemboca en la
sociedad dominicana actual.
Más allá encontramos un abismo profundo –las DEVASTACIONES– en cuyas entrañas de fuego se pierde todo vínculo y desaparece todo contacto.
Más acá encontramos los terrenos comuneros constituyendo el
espinazo del recorrido histórico de los dominicanos.
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Devastación II
Consecuencia: Planteamiento de una
conciencia nacional isleña
Cinco años después de iniciarse el Siglo xvii, al momento de
las Devastaciones de Osorio, y cinco antes de iniciarse el Siglo xix,
comprenden 190 años que necesitó la porción de la Isla que conservó
milagrosamente la lengua española, para recuperarse de la catástrofe
desencadenada por la insensatez de la Corona y de su representante
colonial. Y, como que la Historia está llena de paradojas, esta recuperación fue debida ni más ni menos que a los intercambios comerciales
con la Colonia vecina, precisamente con los herederos auténticos de
aquellos «herejes» a quienes se debió el esplendor de las ciudades del
norte, durante los últimos años del Siglo xvi, y a quienes se quiso
desalojar prendiéndole fuego a toda la Isla. De modo que, si se repetía
el planteamiento histórico, lo menos que se podía esperar es que se
repitieran sus consecuencias. La palabra devastación, para ser verdaderamente española, parecía requerir una realización constante en el
destino de aquellos que hablaban en la Isla la lengua española.
Porque, andando el tiempo, el producto de los intercambios con
la parte francesa, se convirtieron en el soporte económico fundamental de la población de la parte española. Oficialmente esta parte
se sostenía con los 274 mil pesos que venían de manera errática
desde México, destinados al pago de los funcionarios y de la tropa.
Si la Corona podía creer que con esa suma se sostenía el resto de
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la población era porque ignoraba que los intercambios clandestinos
con los colonos vecinos, arrojaban un total de ¡tres millones de pesos! Y, aunque tampoco estos millones eran suficientes, permitían al
menos, como decía Sánchez Valverde, respirar a La Española.
Una parte de esos tres millones de pesos se invertía en la propia
colonia francesa en mercancías destinadas al consumo:
…café y cacao, un poco de azúcar, telas blancas, grises y crudas de
todas calidades, sobre todo bretañas, muselinas, pañuelos e indianas
de todas clases; hilos varios, tejidos de lana y tela de seda (principalmente la prunelle, el tafetán negro y el gro de Tours) vino de Burdeos
y vino de Málaga…1
Que el vino de Málaga, español, tuviera que ser obtenido en la
Colonia española por medio de la compra que hacía con sus propios
auxilios en la Colonia francesa, debía ser suficiente para explicar la
inmensidad de esta tragedia histórica. Los fondos que se obtenían
hasta esa suma de tres millones era a cambio de la venta de tabaco,
madera de caoba y el aguardiente que allí (en la parte española) se produce, con el precio que los habitantes reciben por los animales que venden;
con el monto de los derechos de importación y con los 200 mil pesos que el
Gobierno (español) introduce, un año con otro, para pagar las tropas…2
Ya para fines del Siglo xviii la influencia que este comercio ejercía sobre esta parte era tan profunda, que determinaba el perfil de
las regiones principales del país. Según un informe oficial del año de
1800, existían unas «factorías» que producían azúcar, café y cacao,
sin formar ramo de comercio porque su producción es igual a su consumo,
en razón de que todos esos productos los poseía la colonia vecina
en gran escala. Esta región correspondía con la que se conoce en la
actualidad como el Sur, hasta la Capital.
Memoria descriptiva de la parte española de Santo Domingo que contiene algunas ideas
y pensamientos sobre diferentes materias, por M. Padrón, ex-Ordenador de Santo
Domingo (1800) en la Era de Francia de Rodríguez Demorizi, ob. cit., página 172.
2
Idem.
1
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Otra zona era Santiago, que sin duda se benefició más que ninguna otra región con ese comercio. Santiago producirá anualmente
unos 20 mil pesos en tabaco en hoja. Pero también comerciaba con el
tabaco elaborado (túbanos), azúcar, café y cacao, y desde luego los
productos de la ganadería. Y,
…en todo el resto del país hay hatos para cría de ganado, principalmente vacuno y caballar. Esta industria es tan lucrativa que las carnicerías
de la parte francesa no tendrán otro surtimiento, ni sus habitantes
otro paraje para la adquisición de mulas y caballos necesarios para la
conducción de sus cosechas…3
En torno a ese tipo de producción y de intereses, se constituía
una tercera zona en la región más oriental de esta parte de la Isla, la
más alejada del centro de operaciones comerciales y, por esa razón,
la más desvalida y concentrada en su pasado secular.
Esta estructura tripartita del desenvolvimiento económico, nacida al calor de los intercambios con el oeste, debía penetrar muy
profundamente en el curso histórico y ejercer una influencia perdurable. Inclusive llegaría a infundir, con el paso de los tiempos y de
las circunstancias, tres estilos distintos de interpretación del destino
común. De hecho, nunca desaparecería totalmente de la fisonomía
histórica dominicana, lo que explica la naturaleza de la influencia
que los «terrenos comuneros» imprimían en la vida nacional, porque toda la producción arrancaba del hecho fundamental del sistema
comunitario de propiedad de las tierras.
2
Esta situación de intercambio y de mutua dependencia entre colonias, se enfrentó a una dura prueba a fines del Siglo xviii,
3
Chanlatte, Antonio, Al Gobierno Francés y a Todos los Amigos de la Soberanía
Nacional y el Orden (1800), en la Era de Francia anteriormente citada, página 219.
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como consecuencia de un acontecimiento cósmico: el estallido de
la Revolución francesa y su repercusión en la Colonia vecina. Es
claro que todo el esquema establecido se venía abajo e inauguraba
un nuevo proceso, enormemente complicado por el súbito ascenso
de las masas populares a la dirección de su propio destino en ambas
partes de la Isla.
En la parte francesa, los acontecimientos se precipitaron y dieron lugar al despertar violento de un pueblo que, en el fragor de
una epopeya gigantesca, anuncia el alborear del Siglo xix como una
época nueva para toda la América Latina.
En la parte española este proceso deberá ser más lento por la
propia naturaleza del desarrollo histórico que le sirve de fundamento y por la circunstancia de su conformación económica y social.
Particularmente digna de tomarse en cuenta es la debilidad
esencial del poder metropolitano en esta parte de la Isla, en cuya
virtud la contradicción esencial de las masas populares con respecto
al poder, se difunde y disipa, impidiendo el desarrollo de una fuerte
conciencia de clase.
En la parte francesa, el motor histórico es el régimen esclavista,
de un rigor extremo e inhumano, y el actor claramente visible es el
esclavo.
En la parte española, el esclavo no existe. O, cuando menos, no
existe en los términos del sistema de «plantaciones» sino en los del
régimen pastoril y, por consiguiente, se mueve en una órbita afectiva
que al mismo tiempo que le permite convivir y amancebarse con la
hija del amo, le incapacita para desarrollar una conciencia de clase
activa y vigorosa.
Como consecuencia de esa disparidad esencial, los acontecimientos revolucionarios de la parte francesa, no encuentran en la parte
española al esclavo que debería ser un portador, capaz de crear una
línea revolucionaria y emancipadora en todo el eje longitudinal de la
Isla. Lo que encuentran es al negro. Pero aquí el negro no es esclavo
sino pastor. O comerciante. O lo que le da la gana… La Revolución
no le ofrece ninguna perspectiva de libertad claramente discernible.
Y lo que es peor. Lo que le muestra de súbito es la desarticulación de
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un régimen apacible de existencia y la colocación en primer plano,
de una agudización de las diferencias raciales que sólo puede ocasionarle trastornos después de siglos de superación lenta pero efectiva
y palpable en todos los sentidos.
Desde luego, esto no va a significar que el negro de la parte española adopte una actitud contrarrevolucionaria. Todo lo contrario.
Su actitud va a ser la de identificarse con todo el pueblo de la parte
española, como parte de ese pueblo, sin identificarse como negro
con el negro de la parte vecina, y fundirse en la profunda onda de
solidaridad de este pueblo con el otro, en los mismos términos de
toda la población cualquiera que fuese el color de la piel.
Y, precisamente, será esa solidaridad la primera manifestación
objetiva de la existencia de ese pueblo. Por eso debemos dirigir
nuestra atención a ese instante histórico en el cual la solidaridad de
la población de esta parte con los luchadores de la parte vecina, es ya
un signo objetivo de su existencia real.
3
El 21 de diciembre de 1790, ante el Altar Mayor de la Catedral
de Santo Domingo, con la asistencia de la población de la Capital
congregada a tal efecto, el enviado francés Lignerie, quien traía la
misión de repatriar a Ogé, Chavanne y 21 compañeros refugiados en
la parte española, juró solemnemente que sería respetada la vida de
los reos que se le entregaban.
Con este acto solemne y juramento público del enviado francés, se ponía fin a una agitación política en la parte española que da
constancia magnífica, certificada documentalmente, de la presencia
del pueblo.
En ninguna fecha anterior, que sepamos, los documentos dan
oportunidad de constatar esta presencia. Es su primera manifestación palpable, con las connotaciones políticas y su materialización
en términos de lucha, que le son esenciales. Y, aunque podríamos
suponer que se hallaba constituido ya, después de su liquidación
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en 1605, no podemos dar fe de su existencia histórica hasta este
momento.
Resulta que el Gobernador García, cuya truculencia lo situaba
según el Agente Roume a ciento sesenta años detrás de los españoles en
Europa,4 estuvo dispuesto a la entrega, desde el primer momento
del refugio de estos desgraciados según él mismo se lo comunica
detalladamente al Marqués de Casa-Calvo en una larga carta.5
García era Gobernador, Capitán General y Presidente de la
Audiencia, amén de otros cargos que reunía en él todo el poder colonial en esta parte de la Isla.
Pero también desde el primer momento el Común, como se le
llamaba entonces al pueblo, manifestó su resistencia a la entrega. De
esa manera quedó constituida una línea de confrontación entre las
masas populares y el poder colonial.
La energía y la eficiencia de la protesta popular, de la que desgraciadamente no tenemos constancia porque los pueblos no escriben
su propia historia, se pone en evidencia por el hecho de que las personalidades más destacadas de la Colonia abrazaron decididamente
su causa. Entre ellas debemos mencionar en primer rango al Asesor
General por Real Nombramiento, don Vicente Faura, quien se negó a
aprobar la determinación del Gobernador, haciéndole notar que era
preferible asegurar la paz interior antes que la de los vecinos,6 con lo cual
revelaba la gravedad de la situación.
Por su parte, el Arzobispo Fr. Fernando Portillo y Torres escribió a la Corona en carta que se conserva, censurando acremente al
Gobernador y anunciando los peores males por su conducta:
Y en efecto, es tanto el dolor, y sentimiento que conserva el Partido de
los Mulatos (haitiano) por esta entrega, que, si no me han engañado
en la Frontera, aún conservan vigoroso luto… y se han atrevido
Del agento Roume a la Comisión del Gobierno Francés en Las Islas de Sotavento,
Santo Domingo, Octubre 1ro. de 1797, en Demorizi: Cesión de Santo Domingo a
Francia, Santo Domingo, 1953.
5
La reproduce Delmonte y Tejada.
6
Idem.
4
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a decir a varios de una Guarnición, que no entrarán en nuestro
terreno sino todos juntos y que esa será la ocasión en que se quiten el
luto…7
El Regente de la Audiencia, don José Antonio Urizar, y probablemente el Fiscal titular de ella, Álvarez Calderón, toda vez que fue
sustituido inopinadamente por García, asumieron también la posición popular. García había decidido llevar el caso a la Audiencia tras
la negativa del Asesor General a aprobar la entrega pero tuvo que
sostener con Urizar un debate que se prolongó durante ocho horas.
Y todavía cuatro horas más al día siguiente. Doce horas en total antes de que la Audiencia se pronunciara en favor de la entrega. Una
victoria difícil pero victoria al fin, de la que pudo momentáneamente
congratularse el Gobernador, sobre la voluntad popular.
Sin embargo, el procedimiento legalista no fue suficiente. Como
que ya no quedaba otro recurso disponible, hubo que apelar al engaño. El Gobernador inventó la estratagema de hacer jurar al enviado
Lignerie ante el Altar Mayor de la Catedral que serían respetadas,
aunque él sabía que no se iban a respetar, las vidas de los refugiados.
Confiaba en que el pueblo aceptaría la validez de ese juramento. Y
así fue.
Los refugiados fueron entregados y remitidos a Haití, donde
fueron sometidos al tormento de la rueda hasta que, triturados sus
huesos, exhalaron el último suspiro.
Importa poco que el pueblo fuera engañado explotando su fe
religiosa y su confianza política, así como la circunstancia de que
la dificultad de las comunicaciones de la época impedirían conocer el desenlace, por cierto atroz, de la conducta cavernaria del
Gobernador, que en gran medida precipitó los acontecimientos de
la colonia vecina. Aquí sólo nos obliga la presencia del pueblo. Y el
hecho es que sólo cuando el pueblo de esta parte pudo creer que su
voluntad sería respetada, fue posible asegurar la paz interior que tanto
preocupaba al Asesor Faura y al Arzobispo Portillo.
7
Incháustegui, J. Marino, Documentos para estudio, ob. cit., página 549, Tomo II.
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La situación repercutió inclusive en Europa. Robespierre pronunció un airado discurso en la Asamblea Nacional: Perezca la última
de nuestras colonias antes que sacrificar uno solo de nuestros principios,8
vociferó.
Vinieron condecoraciones y premios de Francia y de España.
De Francia, para el Gobernador García, la Cruz de San Luis. Un
premio que le delataba. De España, increíblemente, para el Asesor
Faura, el cargo de Asesor de la Audiencia de Caracas con una remuneración de mil quinientos pesos, adicionalmente al que ya tenía en
Santo Domingo y ¡sin necesidad de abandonar el país! Vistas desde
el prisma popular, las posiciones estaban invertidas.
4
Del seno de este pueblo español, que desde luego no es el mismo
del siglo xvi, y de la descendencia de los antiguos esclavos africanos,
que absorbieron la cultura hispánica olvidando la suya propia, ha de
nacer el pueblo dominicano.
Pues debe quedar bien en claro que en el hermoso episodio de
1790 no se percibe en ningún momento una conciencia dominicana
ni apunta en ella ningún objetivo nacional ni un atisbo palpable, y
mucho menos documental, de la lucha de ese pueblo para emanciparse del poder metropolitano y encaminarse hacia la realización
de sus propios objetivos. Antes bien, el fondo de la cuestión, si nos
atenemos al texto de la carta del Arzobispo, consiste en que la entrega dispuesta por el Gobernador García, carecía de la aprobación
del Rey:
…Y aunque solo entren con ánimo de vengar su resentimiento en
determinadas personas; no ignorando ellos que el Común (o sea, el
Pueblo) de la Capital e Ysla les fue mui sensible dicha entrega POR
8
Delmonte y Tejada.
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SER DECRETADA SIN ORDEN SOBERANO…9
Esto nos induce a considerar que todavía en 1790 no es posible
detectar la presencia de un pueblo dominicano, aunque sí, la presencia
debidamente constituida y militante ya, de un pueblo que se enfrenta al poder colonial, pero sin que esta confrontación alcance
al poder metropolitano. En 1605 fue al revés: la confrontación era
con el poder metropolitano que sólo débilmente –en la persona del
Gobernador– involucraba al poder colonial. El Gobernador aparecía como el ejecutor despiadado de las cédulas reales de Devastación.
Y por eso implicaba la Independencia, según lo certificaba el Lic.
Valcárcel, aunque sería un dislate invocar al pueblo dominicano en
esa confrontación.
La ausencia de documento alguno que revele de manera objetiva
alguna lucha popular dirigida en 1790 contra el poder metropolitano
en beneficio de sus propios intereses, nos inclina a estimar que ese
pueblo, cuya existencia hemos podido saborear en todo su aroma,
era un pueblo nítidamente español, adherido todavía a la nacionalidad española y totalmente desprovisto de la voluntad palpable de
desprenderse de ella en beneficio de su propia nacionalidad.
Esta presunción parece confirmarse en ocasión de la cesión de
la parte española de la Isla a Francia, cinco años después. Durante
los seis años que duró el proceso de entrega, y durante los cuales
el Gobernador llevó a cabo la destrucción masiva de la Colonia
y procuró por todos los medios trasladar el grueso de la población a otras colonias españolas, no se produce ninguna acción de
naturaleza popular que pusiera de manifiesto la resistencia del
pueblo a abandonar el territorio ni a ninguna de las medidas del
Gobernador García, orientadas a desarraigar la población y desmantelar completamente la Colonia. El Agente Roume argumentaba a su Gobierno en 1797:
9
Carta del Arzobispo Portillo, Documentos para estudio, de Incháustegui, ob. cit.
página 551.
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…seríamos ingratos si cesásemos de acordarnos que a él (el
Gobernador García) es a quien devemos esta perfecta tranquilidad que reina en todos los lugares sometidos a su Govierno.
Tranquilidad que no han podido alterar ni las imprudencias
de la Comisión residente en el Guarico, ni una insurrección
horrible de cultivadores, ni los complotes de gentes mal intencionada. Vosotros podéis creerme, Ciudadanos Agentes: es a la
prudencia de D. García y de Roume a quien sois deudores de
no hallar la nueva parte francesa tan desorganizada como la
antigua… 10
Utrera menciona una carta muy esclarecedora del propio
Arzobispo Portillo en la cual éste refiere que, al publicarse el bando
de cesión, la reacción fue tan profunda en la población, que le hizo
esperar un levantamiento popular,
…pero parecióme conveniente para contenerlo, permitirle algunas
horas de desahogo a su pasión patriótica que, por ciega y entusiasmada, podría arrollar con exorbitancia los medios que opusiera la más
exquisita política, especialmente cuando a vista de hechos, el día de la
publicación, cayó muerta en medio de la calle una mujer, exclamando: ¡ISLA MÍA, PATRIA MÍA! Aquella mujer era del pueblo; era
el pueblo mismo en el trance más azaroso hasta entonces de su vida
política. El nombre de aquella mujer era Tomasa de la Cruz, que por
sí solo es símbolo de quien no cree sino cuando siente en sí todo el peso
de la adversidad…11
El mismo Utrera se refiere a una carta del Ayuntamiento de la
Ciudad de Santo Domingo dirigida al Monarca en la cual le dicen
que la noticia de la Paz de Basilea les hubiera proporcionado la más
cumplida satisfacción si no hubieran tenido que comprarla con lágrimas de sangre…
10
11
Informa a la Comisión de Sotavento, op. et. loc. cit., página 293.
Sánchez Ramírez, J. Diario de la reconquista, Proemio de Fr Cipriano de Utrera,
Santo Domingo, 1957, página VIII.
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El bando que anunció la cesión de toda la Isla a Francia, en virtud
del Tratado de Basilea de 1795, conmovió las más profundas fibras
de la población cedida.
5
Era un desenlace en profundidad y en duración. De dislate en
dislate, y exigiéndole al pueblo inmensos sacrificios, la Corona
española había ido desprendiéndose poco a poco de una posesión
cuyo valor económico, político, estratégico e inclusive moral (por
el juramento imperial de Carlos I), debieron haberla convertido
en su joya predilecta. La entrega total y final del territorio era
la coronación suprema de ese desprecio. Durante tres siglos la
población pudo acostumbrarse, como las aguas de un pozo profundo, a esa piedra suspendida en el aire, que nunca llegaba a
caer. Y, cuando al fin cayó, la brecha que produjo en el fondo fue
tan ancha, que esas aguas nunca más volvieron a ser las mismas
aguas…
La cesión a Francia fue dictada por los apremios de la Revolución,
que llenó de pavor a los cortesanos de Madrid. No fue solamente la obra del favorito Godoy sino de la decadencia general de la
Corte. Por eso fue recompensado con el título de Príncipe de la Paz.
Una paz que aventaba el miedo a dos revoluciones, la francesa y la
haitiana.
La única referencia territorial que contenía el Tratado era la cesión de la parte española de Santo Domingo como refiere Soboul en
una obra ya mencionada. Y los revolucionarios franceses, renuentes
a mancillar la flamante Declaración de los Derechos del Hombre,
fueron prácticamente forzados a aceptar este soborno colonial del
favorito, no sin ostensibles escrúpulos.
A pesar de ese apremio de la Corte en desprenderse de esta
Colonia que era como un cáncer agarrado a las entrañas de cualquiera
que fuese su dueño, como decía Godoy, y de la constante intimación
a su Gobernador para que hagan la entrega y después no importa que se
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maten…,12 por ejemplo en la Resolución del 3 de diciembre de 1796,
el Gobernador y Capitán General y Presidente de la Audiencia de
Santo Domingo, don Joaquín García y Moreno, demora concienzudamente la entrega de esta parte y el traslado a La Habana, mientras
lleva a cabo (el Alcázar de Don Diego se desplomó espontáneamente
en ese instante) la devastación lenta y sistemática de la producción
colonial, durante nada menos que seis años,13 sin tener en cuenta a
los nativos y con toda preocupación concentrada en impedir que
sirviera a los antiguos esclavos de la parte francesa, nutridos con leche
republicana e intoxicados por la perniciosa libertad, de acuerdo con su
expresivo vocabulario.
El resultado vuelve a ser, como en 1605, la emigración en masa
de los elementos más activos de la economía en esta parte y la destrucción igualmente masiva de los medios de producción, acciones
que, por parte de los revolucionarios haitianos, fueron constantemente denunciadas, tanto como desoídas, por el Gobernador
español.
Por ejemplo, en una carta dirigida por el propio Gobernador
García al Gobernador Laveaux de la parte francesa, en contestación
a una de estas quejas, le dice:
Me han sido sumamente sensibles las noticias que me participa V.
E de los robos que se cometen todos los días, devastando los ingenios,
levantando los molinos de azúcar, destruyendo los establecimientos y
llevando los muebles que han hallado en las casas los Oficiales después de la publicación de la paz y también el consumo de pólvora en
tiempos inútiles, pero como no me señala V. E. caso ni personas, sino
abstractamente, y mis órdenes están vigentes, no he podido determinar providencias que recaigan en determinadas personas…
Rodríguez Demorizi, Emilio, Cesión de Santo Domingo a Francia, Archivo
General de la Nación, Vol. XIV, 1958, página 101, y también Soboul, Albert: La
Revolución Francesa, Editorial Tecnos, S. A., Madrid, 1966.
13
V. Passim, Cesión, ob. cit.
12
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Este es a todas luces el lenguaje del cinismo. Cuenta Kerverseau,
un personaje omnipresente en estos episodios, en cierto informe a su
Gobierno del que se hablará más adelante, que:
Con la noticia de la cesión de esta parte de la Isla, los propietarios ricos
huyeron con sus capitales y sus negros. Los hateros más cercanos de las
zonas ocupadas por los ingleses les vendían las bestias a vil precio y se
apresuraban a salir de esta tierra de desolación. Las sabanas antes
cubiertas de animales no eran más que vastos desiertos. Los hateros
de las zonas más alejadas habían echado su vacada a los bosques y las
montañas y los llevaban por rutas extraviadas hasta la costa norte,
donde los esperaban los emisarios británicos, que los hacían transportar
en sus embarcaciones a las carnicerías destinadas al mantenimiento de
sus escuadras y de sus guarniciones. Santo Domingo estaba amenazada de ver extinguirse la raza de los animales necesarios al cultivo de la
tierra y a la subsistencia de sus habitantes…14
En 1797, el entonces Comisario Roume informaba a sus superiores que el ganado había sido destruido en los últimos episodios
bélicos y que
desde que se supo en la Isla la cesión a la Francia, los hateros se han
entregado ciegamente a los tratantes ingleses a que han hecho una
enorme extracción de animales…15
García mismo describía la Colonia bajo su mando como un país
pobre de numerario y en estado de emigración, diciendo que había dejado
de ser el asiento del reposo y que todo se acabará en la secuela.
Toussaint, que ejecutó el Tratado por la fuerza en 1801 poniendo fin a este insensato saqueo, le decía en un Comunicado al
Gobernador García:
Mejía, Gustavo Adolfo, Historia de Santo Domingo.
Demorizi, Cesión, ob. cit., página 290.
14
15
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Estas deserciones y estas sacas se han continuado hasta hoy de tal suerte que puede decirse que son la causa primera de la toma de posesión
que acabo de hacer en nombre de la República francesa… Yo tengo
una muy alta idea de la justicia que caracteriza a S.M.C. para creer
que su intención sea de querer deplorar este país, abandonándolo a
su aliada (en ese estado) y sobre todo de destruir la fuerza de su prosperidad quitando al cultivo los brazos que le estaban consagrados.16
Y como Toussaint alegaba que le habían sustraído más de tres
mil cultivadores: Sepa V. E. –le replicaba al Gobernador– que aquí en
esta jurisdicción jamás hubo tres mil esclavos en la agricultura ni el número
que hubo, demostrado bastantemente por el fruto, pudo ser robado…
Es indudable que el Gobernador García tenía una de las mentalidades más cavernarias que puedan imaginarse y ponía en aquella
devastación un espíritu que no estaba contenido en las instrucciones
que había recibido. El suyo era un fanatismo propio, inflamado por
una filosofía personal cuyos lineamientos se perfilan en el siguiente
párrafo de una de sus cartas:
…es necesario reflexionar que con ésta (la de Toussaint) van cuatro
funciones de la gente de color, habidas a proporcionados tiempos,
capaces de amedrentar a los blancos y hacer a esta clase propietaria,
horrible la preponderancia horrible (sic) que tienen los negros que
sin duda está influyendo sobre el resto de la Isla desgraciadamente
en los blancos y propietarios para alejarse de este contorno; y sobre la
gente de color, para emprender cada vez más hacerse más atrevida
e incapaz de la ovediencia, y de la sociedad con otros hombres que
no sean los de su especie y éste es un fatal ejemplo que no se quedará
circunscrito en el recinto de esta Colonia…17
Y vaticinaba que esta Isla,
16
17
Idem., página 624.
Idem., página 405.
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quedará dentro de poco en estado de ser abominable a la España por
el contagio e ideas de la perniciosa Libertad.
6
Durante los seis años que tardó la ejecución del Tratado de
cesión, los acontecimientos cobraron un impulso vertiginoso y los
cambios se sucedieron en medio de una vorágine histórica. En 1801,
en ocasión de la toma de posesión de Toussaint, se originan dos situaciones igualmente severas: la de los que se iban y la de los que se
quedaban.
A la de los primeros se refería d’Hebecourt, un enviado de
Toussaint, cuando se le expresaba dramáticamente al Gobernador
García en estos términos: «Familias llorosas, señor Presidente, han
huido del terror que han querido sembrar algunos intrigantes. Estas
familias han caído desde una desgracia imaginaria en otra cierta…»18
Y es que, al huir del país, muchas veces eran saqueadas por los
corsarios ingleses, cuando no por los propios marinos con quienes
embarcaban, y sin poder evitar que una que otra mano atrevida cayera sobre el pudor de las mujeres, más en busca de joyas ocultas
que de ocultas promesas de placer, como ocurría con las monjas en
el CANDIDO de Voltaire… Pero no eran pocos los que afrontaban
estas desgracias ciertas, sustrayéndole al país no sólo sus riquezas y
sus aptitudes, sino también su contribución histórica.
Por eso, los que decidían permanecer en el seno de la desgracia
imaginaria, según el esquema de d’Hebecourt, trataban por todos
los medios de impedir el éxodo. El mismo García, ya fuera del país,
le explicaba al Gobernador de Maracaibo el 22 de enero de 1801 que
los mismos del país se empeñaban en tener compañeros en la suerte y de esto
nacieron intrigas contrarias a la seguridad de cuantos debíamos salir… Y
esa situación revela que gran parte de la población consideraba este
territorio como suyo y exigía la permanencia en él sobre la base de
Idem., página 591.
18
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dar las espaldas, de la manera más rotunda, al destino español que
se había derrumbado con el acto de cesión a Francia. Y esto explica,
y téngase siempre presente, la debilidad de la resistencia que tuvo
que vencer Toussaint cuando emprendió la tarea de ejecutar por
su propia iniciativa, el artículo noveno del Tratado de Basilea que
contemplaba la entrega de la parte española de la Isla a Francia, al
término de un año.
La tesis de la «cobardía» popular
La historia usual de nuestro país suele presentar a esta población, situada en una encrucijada histórica tan compleja como esa,
totalmente desprovista de sentido histórico y paralizada por el terror
ante un castigador implacable y apocalíptico además de negro. Esa
concepción de cobardía popular, aparte de que es retrógrada hasta
el escalofrío, conlleva una calumnia intolerable contra un conglomerado social del cual todos nosotros, inclusive los que sostienen
esos criterios, y el mismo autor de estas líneas con ser de origen
extranjero, nos sentimos descender.
Los más infames creadores de esta calumnia fueron el Gobernador
español Joaquín García y el General francés Kerverseau. Ambos
actuaron en el país sustentando la más alta representación de sus
respectivas metrópolis, y uno a través de numerosas cartas y el otro
a través de más de un informe oficial, propagaron esta concepción
difamatoria.
Particularmente venenosos son los informes que elaboraba el
General Kerverseau para justificar su lamentable papel en la tentativa de resistencia a las columnas de Toussaint, debido a que no
pudo arrastrar al pueblo a sus aventuras convencionales. Uno de
esos informes fue remitido al Ministerio de Marina y de las Colonias
en Francia.19 En él echaba la culpa de la derrota que sufrieron las columnas comandadas por él y por el General Chanlatte, (y que fueron
19
Aparece completo en francés en Historia de Santo Domingo de Gustavo A. Mejía,
Vol. III, página 26.
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arrolladas sin gloria y sin méritos) a los habitantes de esta parte, a
quienes presentaba como unos cobardes que huían despavoridos y
dando gritos, al solo anuncio de la proximidad de una caballería. Y
para ridiculizar aún más a estos supuestos cobardes, añadía que no
siempre esta caballería era del ejército enemigo sino la de otros fugitivos que habían arrancado con antelación.
También en un manifiesto que hizo circular por aquellos días,
refirió los acontecimientos con la misma óptica difamatoria, en formulaciones como las que siguen:
Esta sorpresa unida al terror que dominaba en todos los espíritus,
puso a esta tropa en una absoluta derrota… todos los lanceros y casi
todo el resto de la tropa huyeron sin que fuera posible reunirlos…
Sorprenderá sin duda que de cerca de 2,500 hombres que fueron
enviados a este punto no se encontraron más que 600, comprendidos
los lanceros. Todos los otros juzgaron más conveniente ocultarse en el
bosque y confiar a sus camaradas el cuidado de la defensa común…
Desde este momento no se oía en la Ciudad sino un rumor general
para capitular con Jousen (Toussaint) y no convenía al Comisario
del Gobierno francés asistir a este acto que sería infaliblemente el
Decreto de muerte a la autoridad nacional…20
¿No está claro que lo que quería Kerverseau es que la gente que
le dio las espaldas a España se sacrificara aquí para asegurar la autoridad de Francia?
La falsedad y la grosería de la calumnia salta a la vista en cuanto
se miran las cosas del lado del pueblo. Porque terror hubo sin duda,
pero sólo en el seno de los partidarios del sistema esclavista y la
opresión colonial española, que terminaron por abandonar el país,
siguiendo el destino de la metrópoli para toda la vida. Entre los que
tomaron parte activa en esa resistencia figura «en clase de voluntario» como él mismo atestigua, nada menos que uno de los padres de
Manifiesto histórico de los hechos que han precedido a la invasión del territorio de la parte
española de Santo Domingo por Jousen Louverture, en Documentos para estudio, ob.
cit., página 430, Vol. II.
20
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la historiografía nacional, Antonio Delmonte y Tejada, emigrado a
Cuba donde escribió su obra, editada en 1856.
También participó en estos acontecimientos el Licenciado
Gaspar de Arredondo y Pichardo, que dejó unas MEMORIAS
acerca de ellos, dignas de una atención que le reservamos para más
adelante. El hecho de que Arredondo no emigrara entonces y que
aceptara el cargo de defensor público y de juez de primera instancia
durante el gobierno de Toussaint, refleja cuál debía ser el curso de
las opiniones prevalecientes entonces. Y además revela, cosa que
conviene destacar, que Arredondo no compartía en esos momentos
el criterio de los que abandonaban el país, como le ocurrió después
obligándole a expresar criterios contrarios a la verdad…
Cualquiera que lleve sus ojos puestos en la lámpara del pueblo
podrá encontrar en el mismo informe de Kerverseau al Gobierno
francés, los elementos de juicio necesarios para convencerse de que
el problema no era de cobardía popular sino de concepción del momento histórico que vivía el país. Kerverseau mismo admite que la
tropa no aceptaba la tesis de la resistencia a Toussaint antes de que
ella fuera tozudamente emprendida:
Nosotros sabíamos –dice– que la tropa marchaba contra su voluntad,
que deseaba el triunfo de Toussaint y que en la víspera se habían
mantenido entre los soldados las conversaciones más indecorosas en
ese sentido…
Y cuenta que al emprender la supuesta huida, esta gente gritaba
que era la voluntad de Dios que los negros fueran los vencedores y la voluntad del Rey de España que se entregara el país… Al menos respecto de la
voluntad del Rey de España no había la menor duda puesto que fue
publicada por bando.
El mismo Kerverseau certifica que esa disposición era general
y que se había puesto claramente de manifiesto todavía mucho antes de que los soldados sostuvieran sus conversaciones «indecorosas». Refiere él que, cuando se trataba de organizar la resistencia a
Toussaint, Chanlatte pidió a la población solamente 50 caballos y las
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armas necesarias para 50 franceses que él se encargaría de reclutar. Y
véase el resultado según se explica en el mencionado Informe:
Esta demanda extendió la alegría en la ciudad, los miembros del
Cabildo se lanzan al campo para conseguir los caballos, otros recorren las casas para obtener sillas y bridas. Pero los habitantes de la
ciudad las ocultaban cuidadosamente, los campesinos se retiraban a
los bosques con sus animales. No querían exponer para su defensa no
solamente la vida, ni siquiera uno de sus caballos y ni aún el valor
de una brida de montar… Todo lo que se pudo conseguir fue una
treintena de animales entre caballos y mulas y 27 equipos…
El gobernador García, verdadero inspirador y patrocinador de esta
infortunada empresa militar, testigo por tanto de la más alta calificación,
confirma estas manifestaciones en la carta al Gobernador de Maracaibo
antes mencionada. Dice allí refiriéndose al avance de Toussaint que
aunque se opuso alguna resistencia de la que resultó alguna sangre, no pudo ser
sino con respecto a una cortísima guarnición y ningún apoyo del país.
¡Ningún apoyo del país! Este testimonio revelador muestra que
el país le negaba apoyo en esos momentos, y con la misma firmeza,
tanto a España, como testifica García, como a Francia, como lo testifica Kerverseau.
García agrega en esa carta que falto de auxilios no era prudente
exponerse a una extremidad sangrienta que habría sido inevitable entre los
partidos que había que temer y entre una multitud deseosa de la rapiña y
de hallar motivos a la entrada de la confusión…
Esta «confusión» de los Partidos llegó a tales niveles que el subteniente don Manuel Pardo, Sargento Primero de la Compañía de
Granaderos del Batallón Fijo de Santo Domingo se pasó a la República
y se presentó con pluma y cucarda, en todo al uso de aquellas tropas.21 Así
lo comunicó oficialmente el Gobernador García a la Corona en un
oficio del 8 de marzo de 1801, que fue demorado para que alcanzara
el expediente completo de las deserciones, en ese mismo Batallón
21
Cesión de Santo Domingo a Francia, ob. cit., página 627.
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y en el Regimiento de Cantabria, como lo informa allí mismo el
Gobernador.
La responsabilidad que cupo al General Joaquín García como
inspirador y patrocinador tenaz de estos episodios, no ha sido negada
ni por sus mismos correligionarios. El Licenciado Gaspar Arredondo
y Pichardo no era exactamente uno de ellos en ese instante pero
lo sería después, al escribir sus MEMORIAS DE MI SALIDA DE
SANTO DOMINGO22 en Cuba a donde emigró posteriormente.
En ese documento declara que
fuese error, fuese confianza o debilidad, lo cierto es que nosotros,
animados por el mismo General, con la mejor intención hicimos una
vigorosa resistencia…
Y Kerverseau, en su famoso Informe, tratando de exonerar al Gobernador de toda culpabilidad no deja de ponerla en
evidencia:
Aquellos que no juzgan las cosas nada más que por las apariencias,
no dejarán de hacer graves inculpaciones a Don Joaquín García e
imputarán a crímenes y errores de su política los infortunios de las
circunstancias…
Y puede que sea verdad, sólo que las circunstancias estaban bajo
el control de Don Joaquín García.
Y, en fin, otro antiguo esclavista también emigrado. Francisco de
Heredia, calificó la iniciativa de García de insano proyecto de resistir la
entrega a Louverture.
Debe quedar, pues, en claro que la resistencia a las tropas que
venían a tomar posesión de esta parte bajo las órdenes de Toussaint,
fue la hazaña infortunada del Gobernador español, con la complicidad de los sectores esclavistas del país y de dos representantes del
22
Memorias de mi salida de Arredondo y Pichardo en Invasiones Haitianas de 1801,
1805 y 1822. E. Rodríguez Demorizi, 1-55.
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renovado interés colonialista de la Francia revolucionaria que ya
había dejado de serlo, Chanlatte y Kerverseau.
No fue la obra del pueblo.
Acusar a los habitantes de esta parte de cobardía, y de paso a
las innumerables generaciones que se desprendieron de ellos, como
lo hizo reiteradamente el español García y de manera innoble el
General francés Kerverseau, despechados ambos por el fracaso de su
empresa, es una calumnia y una infamia.
La cobardía popular no existe. No hay pueblo cobarde. Hay
fuerzas históricas, procesos históricos, coyunturas históricas que
explican la conducta de los pueblos, en forma distinta de como se
explica la conducta de los individuos. Solamente los demagogos y los
déspotas mezclan la una con la otra.
La parte española fue cedida a Francia por España sin consultar al
pueblo. No era, pues, cuestión popular el tomar las armas para que la
toma de posesión se llevara a cabo con el puntillismo legalista y reaccionario del Gobernador español o con las ambiciones del Comisario
francés, ambos a la caza de pensiones y medallas. Es como el que se
desprende de un hijo y luego le exige al hijo que se sacrifique para que
la operación resulte ventajosa para aquel que lo ha abandonado…
El Gobernador español Joaquín García no vivió tanto como para
leer la historia de La Gándara y comprobar en ella que, si hubo
cobardía dominicana en GUANUMA, no era imputable a un pueblo
que mostró sus calidades excelsas haciendo morder el polvo a los
formidables ejércitos españoles. Pero Kerverseau tuvo tiempo de
comprobarlo, quizás hasta con satisfacción, cuando supo el destino
de las mismas tropas que él comandaba en Santo Domingo, y que
conocieron el temple popular en la batalla de PALO HINCADO,
donde el pueblo se cobró a través del suicidio pudoroso de Ferrand
de la sarta de calumnias impúdicas de Kerverseau.
Y resulta deprimente observar la frecuencia con la que en nuestra historiografía, arrastrada por el nacionalismo inconsecuente
del historiador José Gabriel García, se plantea esta situación en los
términos de una confrontación entre haitianos y dominicanos, para
terminar solidarizándose con la concepción del Gobernador español
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Joaquín García y del Comisario francés Kerverseau, que demostraron ostensiblemente para cualquier historiador, su hostilidad sangrienta contra los habitantes de la antigua parte española.
Eso significa muchas cosas pero, ateniéndose solamente al orden
técnico, es inaceptable la mala costumbre de proyectar al pasado las
concepciones del presente. Los americanos llaman a esto tratar la
historia «backwards», situándose de espaldas al pasado y dirigiendo
la mirada a las capillitas contemporáneas.
En 1801, cuando Toussaint le imponía a Francia la toma de posesión de esta parte con tropas negras, en lugar de hacerlo como
lo querían la propia Francia y el Gobernador español con tropas
blancas, no existía en ninguno de los dos países una fijación nacional
que pudiera ser definida en términos de haitianos y dominicanos.
Era aquella una situación de tránsito histórico que todavía no
iluminaba sino con muy difusos lampos los senderos firmes que establecería el futuro. Ese instante de vacilación y aturdimiento nacional
quedó objetivado para ilustración de los investigadores del futuro en
la famosa quintilla del Padre Vásquez:
Ayer español nací.
A la tarde fui francés.
A la noche etíope fui.
Hoy dicen que soy inglés.
¡No sé qué será de mí!
Una buena quintilla y un magnifico testimonio.
El problema del pueblo de esta parte consistía en el carácter objetivo de una situación que se manifestaba como el tránsito del poder
renunciante de la metrópoli española sobre una parte de la Isla, al
poder militante de la Revolución en toda ella.
Si no podía existir ni existía un sentido claramente definido de
la nacionalidad, ni en una parte ni en la otra, la situación pendía en
el lado antiguamente español de la definición del poder. Arredondo
y Pichardo contempló directamente esos acontecimientos y no pudo
explicárselos de otra manera que como un destino, que estaba decretado,
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para que se sucedieran los hechos de un modo imposible de que la humana
inteligencia pudiera evitarlo; pues es mucho más que cierto, y demasiado
acreditado, que lo que ha de suceder, no hay fuerzas que lo embaracen…
Ese destino era entonces el de un solo poder –no de Haití, que
aún no había hecho su aparición en la Historia por más que se olvide– sino el poder de la Revolución, que tiene por cierto un singular
atractivo para los pueblos, y que presionaba en aquellos instantes en
dirección de una conciencia nacional cualquiera que fuese su contenido
y sus formas, incluyendo una ruptura del orden insular a su debido
tiempo, más tarde o más temprano.
Esa ruptura se produciría efectivamente más temprano que
tarde. Pero no subjetivamente, sino objetivamente cuando lo dispuso la realidad histórica, polarizando el desarrollo de la conciencia
nacional en dos direcciones distintas y en dos ritmos históricos divergentes, que exigen la vigilancia más severa para que puedan ser
comprendidos.
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Devastación III
Consecuencia: Planteamiento
de la Independencia Nacional Dominicana
La presión continúa tan enérgica en esos días, que la sociedad colonial se ve obligada a recorrer en semanas un proceso que había permanecido estacionario en los dos siglos exactos que van de 1605 a 1805.
Un conjunto de circunstancias inundan de novedad a los días
que llegan. Pero los días no llegan solos. De momento llega con
ellos el Ejército francés. Un ejército que se ha llamado a sí mismo
la Grande Armée. Acompaña y sostiene a una expedición, rodeada de
toda la pompa imperial, incluyendo una corte deslumbradora, que
viene a ejecutar el célebre Tratado de cesión concertado en Basilea,
ejecutado ya por Toussaint a iniciativa propia, aunque en nombre de
una Francia no susceptible ya de ser representada por tropas negras.
Las tropas blancas traen, sobre su alcurnia caucásica, una aureola
napoleónica que no ha conocido la Humanidad desde los tiempos de
Alejandro. Son, o lo van a ser pronto, 58 mil veteranos de las guerras
europeas más civilizadas y más orgullosas de su técnica. La Historia
las reconocería por sus victorias en Austerlitz y Marengo, por sus
campañas incomparables frente a las naciones más poderosas del
mundo. Y a ellas se sumarán unos magníficos perros entrenados en
La Habana para la cacería de negros. Un incomparable despliegue
que va a acarrearle a este país una tercera gran devastación y sólo
diez años después de la segunda. Pero que nos va a permitir también
observar cómo nacen los pueblos. Particularmente el nuestro.
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Solo mil de estos soldados (sin perros) son destinados a la parte
española. El grueso de ellas, al mando del cuñado de Napoleón, a
quien acompaña su esposa, la bellísima hermana del Emperador invencible, es descargado sobre la otra parte. Dicen que a la misión del
cuerpo de infantería se sumó el de la princesa, un cuerpo que había
sido pintado por los más egregios pintores y que supo sacrificarse
patrióticamente para mantener a la antigua oficialidad de Toussaint
adicta a la voluntad de su ilustre marido…
Cuando ese formidable ejército es vencido y humillado por
los antiguos esclavos negros, el testigo más directamente implicado en los acontecimientos no podía ser otro que la población
de la parte antes española y ahora francesa, igualmente ocupada
por el mismo ejército francés y por tanto a expensas del mismo
desenlace. Y ante los ojos de este testigo estupefacto emerge la figura del caudillo de esa increíble hazaña, Juan Jacobo Dessalines,
dictando la capitulación a las tropas de Napoleón Bonaparte, con
imponente soberbia.
La aureola de invencibilidad parece rodearlo ahora a él.
No hay fuerza militar capaz de impedir su avance hacia la parte
española y convertir a toda la Isla en un bastión revolucionario. La
única fuerza que se supone, sino capaz, al menos destinada a hacer
frente a la avalancha, es la de la guarnición francesa, compuesta
sólo de mil hombres, 400 con Kerverseau en la Capital y 600 con
Ferrand en Monte Cristy y que por una razón no claramente explicada, permanecen excluidos del acto de evacuación y enarbolando
orgullosamente el pabellón francés. Y, como no podía ser de otro
modo, ejerciendo rotundamente el poder.
Algunos desórdenes que, según refiere Guillermín, parecen ser
inspirados por la evacuación de los franceses en la parte vecina, son
rápidamente sofocados en la Capital de ésta. Y aunque los conjurados se separan pero no se desavienen, en una supuesta espera de mejor
ocasión –que deberá ser la evacuación inminente de esta parte– los
acontecimientos que se suceden muestran que esa ocasión no llegó
nunca. Guillermín refiere que los facciosos excitados por los gérmenes
del descontento y de la revuelta… meditan, en conferencias sediciosas, el
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degüello general de los franceses, para declarar en seguida su independencia.1 O sea, que se trata a lo sumo de proyectos minoritarios,
subjetivamente apreciados por el narrador, sin que la proyectada independencia aparezca materializada de alguna manera o formulada
siquiera en un documento de cualquier tipo.
Lo que sí se evidencia en ese relato es que el francés ejercía el poder, aunque con una debilidad que el autor explica por la debilidad
personal de Kerverseau y que sin duda estaba claramente establecida
por las circunstancias de la derrota y volatilización completa de la
«Grande Armée». No era difícil que el cronista francés, inevitablemente impresionado por el desenlace de una expedición que se
suponía invencible, y comprometida en una aventura que prometía
ser encantadora, diera una interpretación tan espectacular a unos
desórdenes de cualquier otra naturaleza.
En realidad, ignoramos cómo pudo haber sido contemplada en la
población de esta parte de la Isla, el hecho de que las tropas francesas
permanecieran aquí sin ser comprendidas en el acto de la evacuación
general de las fuerzas expedicionarias. Se dice, inclusive, que una
consulta dirigida por Dessalines al jefe de las tropas Rochambeau,
era favorable a la evacuación del remanente de Santo Domingo. Para
el simple habitante de entonces como para el simple investigador de
ahora, no es posible otra alternativa que interrogar a los hechos.
Los hechos, desde luego, se llamaban Dessalines.
Y he aquí que, tan pronto como se produce la capitulación, el 30
de noviembre de 1803, el General Ferrand parte súbitamente para
la Capital desde Monte Cristy y permite que toda la zona norte, –
Santiago, La Vega, Cotuí y el Departamento de Samaná– que estaba
bajo su comando, sea ocupada tranquilamente por una guarnición
haitiana que se estaciona en Santiago.
Una vez en la Capital, se apodera del mando de la plaza destituyendo a su titular, aquel teórico de la cobardía, el General
Kerverseau, a quien ya conocemos, y lo pone en un buque mercante
1
Citado por Sánchez, José Aníbal, en Independencia nacional y perjurio racial,
edición mimeográfica. Santo Domingo, 1975.
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destinado a Mayagüez para que reporte en Francia. De ese modo,
la antigua parte española quedó en manos de dos poderes antagónicos igualmente dotados de los atributos del poder: los haitianos en
Santiago y los franceses en la Capital.
Por su parte, Dessalines sofrena sus tropas y se ocupa en la proclamación de la flamante República de Haití, que lleva a cabo el 1ro.
de enero de 1804.
Nada de esto es obra de la casualidad. Ni el gesto de Dessalines
con el cual sofrena sus tropas ni el de Ferrand con el cual se ampara
del poder en la parte opuesta. Responden, sin duda, a una concepción del momento histórico que vive la Isla y a su destino futuro,
respecto del cual lo aconsejable es la espera.
En Ferrand esta concepción es clara: recuperar para Francia la
parte ahora haitiana de su antigua colonia de Saint-Domingue, provisionalmente en manos como decía él de los sublevados.
Pero no es tan así de clara en Dessalines. Al proclamar la independencia respecto de Francia, que poseía toda la Isla por la cesión
de Basilea desde 1795 y, no obstante referir esa independencia solamente a la parte occidental, con un nombre nuevo, HAITÍ, mientras
deja a la otra con su nombre viejo SAINT-DOMINGUE, al mismo
tiempo que sofrena sus tropas, da pábulo a todas las especulaciones
y autoriza todas las hipótesis.
El primero en dejar oír su campanilla es el General Kerverseau, quien
escribe una carta al Gobernador de Caracas, en su estilo característico,
fechada en Puerto Rico el 25 de febrero de 1804, en la que le dice:
Los negros franceses son realmente cobardes y reinan entre ellos divisiones que comienzan ya a manifestarse y se aumentan cada día
más. Por débil que sea la resistencia que se les haga no se atreverán
a avanzar y la paz, que no puede tardar mucho tiempo, llegará
oportunamente para salvar a este país…2
2
En el proemio de Fr. Cipriano al Diario de la reconquista citada, página XIX.
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Es imposible imaginar al Gobernador de Caracas leyendo esta
carta sin una amable sonrisa. Y no sería para menos cuando se
descubre que hay todavía quien pueda calificar de cobardes a unos
combatientes, que han derrotado a 57 mil soldados de la más alta
categoría, porque no atacan a una guarnición de 600 por un lado y
400 por el otro. Es claro que ahí puede haber cualquier cosa pero
no cobardía. Cuarenta años después de haber combatido contra esos
negros, Lemmonnier-Dellaffosse no podía olvidar su valor indescriptible: Durante largo tiempo, esta masa cerrada, negra, que marcha
hacia la muerte cantando, iluminada por un sol magnífico, estuvo presente
en mi pensamiento, y todavía hoy, después de más de cuarenta años, ese
cuadro imponente y grandioso se presenta tan vivo en mi imaginación como
en los primeros días…3
Pero si Kerverseau es el gran teorizante de la cobardía y no
puede apartarse de esa concepción malsana, para los habitantes de
esta parte Dessalines ha de seguir mirándose como el vencedor incontestable de la expedición napoleónica y el único poder realmente
temible y decisivo en toda la Isla.
Sin embargo, la conducta de Dessalines es realmente inquietante. Al proceder de esa manera pasiva, ponía automáticamente en manos de la población de esta parte –la mayor y la menos poblada– la
misión de completar la Independencia de toda la Isla. Pero está claro
que dos nombres distintos representan dos destinos separados y dos
Independencias distintas.
3
Este paso debía tener profundas consecuencias. En ese mismo
instante quedaba fracturada la tendencia histórica –reconocida jurídicamente por la cesión de España a Francia y establecida revolucionariamente por la toma de posesión de Toussaint– que debía servir de
punto de arranque al proceso de formación de una conciencia nacional.
3
Ob. cit.
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Hoy puede resultarnos inconcebible, al contemplarse con los
patrones mentales de la actualidad, la posibilidad de semejante
proceso. Pero entonces la realidad no respondía a esos patrones. A
través de un largo recorrido los intercambios comerciales entre las
dos colonias, habían creado un estado de dependencia mutua que
imponía, por la presión material inexorable, una visión isleña de la
realidad que originaba sus propios patrones políticos. Esa dependencia tenía profundas raíces en esta parte, debido a que habían
hecho posible su supervivencia histórica, puesta en cuestión por
las DEVASTACIONES y por una política de desprecio moral, de
indiferencia política y abandono económico en que la había sumido
secularmente la política metropolitana.
La política unificadora que había emprendido Toussaint a raíz
de la toma de posesión de toda la Isla en 1801 podía responder, y
no podía ser de otro modo, a sus propios criterios gubernamentales
y a los intereses de su propia política, pero encontró una acogida
favorable en todos los sectores de esta parte, que no puede ser entendida sino como la expresión de una convergencia histórica de los
intereses materiales de ambas poblaciones.
Sólo así se explica la acogida que se le dispensó a Toussaint en
todas partes, en las que sólo faltó recibirlo bajo Palio,4 como dice José
Gabriel García en su Historia. Y, aunque la parte española perdió
moralmente con la administración uniforme, cosa que afirma ese historiador sin que explique por qué, lo cierto es que, como él mismo
afirma, tanto ella como la parte francesa ganaron mucho materialmente,
porque a la sombra de la protección dispensada al comercio por los generales Paúl Louverture y Clerveaux, en sus departamentos respectivos, se
abrieron para ambas unos medios de comunicación de que hasta entonces
habían estado privadas casi siempre, con cuyo motivo se fomentó un comercio fronterizo tan activo como era posible que pudiere serlo, atendido
García, Compendio, página 308, recogiendo expresiones similares de una relación dirigida por Francisca Valerio al presbítero Dr. D. Francisco González y
Carrasco, Residente en Santiago de Cuba, en Invasiones haitianas, de Demorizi,
ob. cit., página 71. Este documento de dudoso valor exhibe un violento odio a
los haitianos sin que revele sus raíces y su sentido.
4
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el estado de decadencia en que las emigraciones y la guerra habían dejado
a la isla entera…5
Delmonte y Tejada, quien fue un adversario esencial de
Toussaint, por cuya razón abandonó el país en que había nacido
después de oponerse con las manos en las armas a esa toma de
posesión, en aquella aventura que pinta Kerverseau en términos tan infames, le prodiga unos elogios, aún desde la misma
Habana, que no dejan de causar asombro en el lector contemporáneo. Y otros de su misma condición y actividad, por igual,
con un entusiasmo que se proyectaba más allá de la personalidad
de Toussaint para impregnar el contenido total de la Revolución
haitiana.
Dessalines, por el contrario, la hizo trizas.
Pero hay que tener cuidado al hacer un paralelo entre estos dos
grandes hombres, porque de un país a otro, la óptica se invierte y
cambia la perspectiva histórica.
Toussaint no fue en Haití un revolucionario tan avanzado y tan
consecuente como Dessalines. La concepción revolucionaria de
Toussaint, que no pasaba del régimen feudal ni superaba la esclavitud, se traducía por una dislocación reaccionaria de la corriente
hacia la independencia, cuyo objetivo histórico era la emancipación
de la tierra en dirección del capitalismo y hacia el establecimiento de
la sociedad burguesa.
Durante su gobierno muchas habitaciones fueron restituidas a los
antiguos amos, incluyendo al señor de Breda que fue el suyo propio,
y se explica que se granjeara tantas simpatías en esta parte entre la
clase propietaria, como la llamaba el antiguo Gobernador García y la
siguió llamando el historiador del mismo apellido.
Por el contrario, Dessalines continuó en Haití la tradición
emancipadora del negro hasta sus últimas consecuencias, y fue precisamente su lucha por destruir los privilegios feudales implantados
por Toussaint lo que le costó la vida. Es, muy merecidamente, la
figura más positiva de las luchas haitianas por la emancipación y la
5
Idem, página 306.
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independencia y por tanto uno de los grandes próceres de la libertad
y el progreso social e histórico en este Continente.
Pero es posible que el prisma racial, que pudo no obstante orientarle revolucionariamente en Haití, le impidiera comprender el
momento histórico en función de la Isla entera. Dessalines se refería
a la población de esta parte –en una alocución dirigida a su propio
pueblo– como indígenas españoles, esos descendientes de los desgraciados
Indios inmolados a la concupiscencia y a la avaricia de los primeros usurpadores de esta Isla…6
Evidentemente falsa, esa concepción racial parece haber influido
en su determinación de sofrenar sus tropas, desconfiando de una tal
población, ya que en una proclama dirigida a la parte antes española,
en mayo de 1804, decía: para daros todo el tiempo necesario para reconoceros y para estar más seguro de vuestra fidelidad, he reprimido hasta
ahora el ardor fogoso de mis soldados…7
Sin embargo, en el mismo discurso, al cambiar de sujeto cambia
de predicado y dice, aludiendo a los franceses: Ellos no sospechan que
al aplazar hasta ahora el ir a atacarlos, mi principal objeto era aumentar
el caudal de nuestros recursos y el número de nuestras víctimas…
Al margen de estas incoherencias, lo concreto es que la tirantez
entre estas dos fuerzas, deberá resolverse en un frente de batalla cuyos polos son Santo Domingo y Santiago, sin que la población pueda
influir en una decisión que pone en juego sus intereses y mantiene
en vilo su vida misma. A todas luces, esa decisión reposa tranquilamente en las manos de Dessalines.
Para la población capitaleña la situación no es tan aguda porque
la presencia de Ferrand en ella ha aglutinado en su derredor a sus
elementos más conspicuos, creando una pequeña corte colonial que
es halagada por todos los medios, incluyendo el derecho de esclavizar a los vecinos, y a quien las promesas de la grandeza imperial de
Dessalines. Alocución del Emperador al pueblo a su regreso del sitio de Santo
Domingo. Cuartel Imperial de Laville. 12 de abril de 1805, año II. En Invasiones
haitianas de Demorizi, ob. cit., página 105.
7
Dessalines. Proclama a los habitantes de la parte española. Cuartel General del
Cabo, 8 de mayo, 1804, en Idem., página 97.
6
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Francia, puede mantener a la élite capitaleña firmemente identificada con Ferrand.
Por el contrario, para la población santiaguera donde está asentada la guarnición haitiana que, por su parte, no ha escatimado
medios para ganarse a la población, que está situada en el mismo
centro del país y para la que no puede haber dudas acerca de la
naturaleza decisiva de las tropas de Dessalines, la situación presenta signos mucho más inquietantes. A esos se agrega que algunos
elementos de la élite de esa región, como Arredondo y Pichardo,
estiman que Santiago no es tan seguro como la Capital a beneficio de
los nuevos y buenos medios de defensa de que carecieron los demás pueblos
internos.
Lo natural, lo justo, lo que dicta el sentido común, lo que se
corresponde con la naturaleza humana y con la experiencia histórica, es que los habitantes de esta parte de la Isla, o cuando menos
los de la región del norte, con Santiago a la cabeza, cuyos intereses
o cuyo nivel de fortuna se ven más directamente afectados por la
situación en general y por la confrontación que pende sobre sus cabezas, traten de indagar el curso inmediato de los acontecimientos
previsibles.
Así se explica que de allí parte la idea de integrar una Comisión
que se entreviste con Dessalines en el Cabo, a fin de despejar las
incógnitas con el amo indiscutible de la situación.
4
Antes de transcurrir un mes de haber sobrevenido la capitulación francesa, ya está en camino una diputación compuesta de cinco
miembros en la que figura el mismo Arredondo y Pichardo.
Recibida con gala de atenciones y lisonja en aquella ciudad, la
Diputación obtiene la respuesta de Dessalines en sobre sellado. Al
ser abierto se conoció que Dessalines ofrecía su apoyo a cambio de
la suma de 100 mil pesos fuertes. Una tal respuesta desarticulaba
completamente la lógica del momento histórico.
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De acuerdo con lo que dice el Dr. Alejandro Llenas en un artículo de 1874, era así:
La causa haitiana contaba algunos adeptos en el Cibao, pero habiendo éstos enviado en Diciembre de 1803 tres diputados al Cabo y
habiéndoles exigido Dessalines por su apoyo una contribución de 100
mil pesos fuertes, el Cibao volvió a los franceses…8
También Kerverseau, sin salirse de su tesis de la cobardía popular
lo refiere en la carta al Gobernador de Caracas antes mencionada, en
los siguientes términos:
Los naturales de Santiago amedrentados enviaron una diputación a
los rebeldes, y éstos les impusieron leyes tan duras que la desesperación
reanimó su valor y les hizo volver a tomar las armas que ofrecían
dejar. Por desgracia hay diversidad de opiniones entre ellos y demás
gente de color que forma parte de esta población. Pero yo no miro esta
parte como perdida…9
Pero poseemos dos testimonios que nos exigen una atención más
esmerada. Uno es el de Arredondo y Pichardo porque fue miembro
no de una sino de dos diputaciones que se dirigieron a Dessalines. Y
otro el del mismo Dessalines.
El testimonio de Arredondo y Pichardo debe ser sometido a una
depuración muy estricta porque su autor escribió en unas condiciones que le obligaban a alterar los hechos para acomodarse a ellas.
Este individuo era abogado, procedía de las más ricas familias de la región por el lado de su madre, hablaba fluidamente
el francés y no había sido renuente a colaborar con los haitianos, a quienes aceptó cargos de representación en tiempos de
Toussaint. Mantuvo con ellos relaciones estrechas, inclusive de
tipo social. En 1805 abandonó el país y se trasladó a Cuba donde
8
9
Llenas, Dr. Alejandro, Invasión de, en Idem., página 189.
En el proemio al Diario de la reconquista de Fr. Cipriano, vers supra.
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se creó una posición profesional y social importante y educó a
su familia.
Allí escribió, acaso unos treinta años después, unas MEMORIAS
DE MI SALIDA DE LA ISLA DE SANTO DOMINGO, en las
que notoriamente trata de ocultar, aunque de manera candorosa,
sus antiguas relaciones con los negros debido a que escribía en el
seno de una sociedad fuertemente impregnada por el odio racial y
que no perdonaba jamás esas relaciones. Véase el candor con el cual
Arredondo pretendía deformar la realidad.
Cuántas veces estábamos bailando, jugando y divirtiéndonos con los
oficiales haitianos en los términos más amistosos y bajo la más fina
armonía, hasta las dos y las tres de la mañana, y a las siete del mismo
día veíamos a los compañeros con quienes bailábamos, a la cabeza de
sus compañías para asustarnos…10
Arredondo no entiende que para aquella sociedad y para aquella
familia que le rodeaba al escribir su libro de memorias, el crimen no
era el susto sino el baile. En otra ocasión refiere que:
En un baile que dieron para celebrar la entrada de Moyse, antes de
la venida de la armada francesa, se me hizo la gran distinción por el
bastonero de sacarme a bailar con una negrita esclava de mi casa, que
era una de las señoritas principales del baile porque era bonita…11
Y ahí se evidencia que se le rendía gran distinción lo que permite
dudar del pequeño susto. Tal vez a esta blandura del sentido autocrítico de Arredondo se debió que su obra no fuera publicada nunca en
Cuba y que sus hijos y descendientes la conservaran amorosa pero
discretamente en algún oculto anaquel de la familia.
Por esa razón, los hechos narrados por Arredondo aparecen
continuamente alterados para acomodarlos a los prejuicios que le
Arredondo y Pichardo, Gaspar de, Memorias de mi salida de la isla de Santo
Domingo, el 28 de abril de 1805, en Idem., página 134.
11
Idem.
10
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Pedro Mir
rodeaban y no pueden ser tomados a la letra, salvo en aquellos que
consignan hechos objetivos que escapan a la vigilancia del autor.
Por ejemplo, en las MEMORIAS fueron dispuestas por el
Consejo departamental de Santiago presidido por el mismo Ferrand,12
tratando de eliminar sus propias iniciativas con un dato absurdo e
incongruente.
Arredondo asevera que Dessalines le impuso a esta parte una
contribución de ¡cinco millones de libras!, moneda que no se conocía en
el país,13 y que la Diputación fue enviada con el propósito de pedirle
que rebajara la cuota y para acreditar nuestra obediencia y buena disposición a cumplir sus órdenes, enviaríamos ganados de todas clases, prendas de
oro y plata y aún las alhajas de los templos hasta llenar la suma pedida…14
Es absurdo que, sin pulverizar su orgullo y lo que es más importante, su autoridad, el General Ferrand, oficial de los Ejércitos
napoleónicos del más alto rango, se dejara caer en una posición
tan deslucida y mendicante. Y, menos, después de asumir la misión de rescatar el honor de las armas de Francia, conservándole
esta Colonia y eventualmente restituyéndole la parte usurpada
por los «sublevados». Para Ferrand, Dessalines no será nunca
más que un esclavo a quien no se suplica sino a quien se golpea.
O se humilla.
Las representaciones de Arredondo no son aprobadas por
Ferrand sino contra Ferrand. De manera que estas afirmaciones, así
como otras del mismo jaez, no pueden ser tomadas sino como un
artificio, destinado a clarificar sus actitudes y sus convicciones ante
los ojos de sus lectores españoles de Cuba, donde había conquistado
una posición social lisonjera y levantado una familia orgullosa.
Idem., página 139.
La diputación, según el autor de las Memorias, fue integrada por el presbítero
Juan Pichardo, don Domingo Pérez Pichardo, primos hermanos suyos, don
Antonio Geraldino, don José Méndez y el propio Arredondo y Pichardo, quien
hablaba francés, y el «mulato» José Tavárez, comandante de la plaza de Santiago
nombrado por Dessalines, quien hablaba «patois».
14
Es de notar que los primos de Arredondo son de apellido Pichardo y, según él
mismo refiere (página 123 de su obra) el cielo me dio unos padres ricos, de esclarecido
nacimiento, una estirpe que le venía de los Pichardo, ya que mi abuelo materno era
reputado por uno de los vecinos más ricos del departamento del norte español…
12
13
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Su relato deforma los hechos en forma liberal y festinada, pero
no puede prescindir de los hechos. Y esos hechos son que hubo una
comisión y que, después del fracaso de ella, se decidió enviar una
segunda comisión cerca del General Dessalines, que con nuevas súplicas, y
más eficaces promesas, le hicieran admitir nuestros primeros ofrecimientos… La palabra nuestros no incluye sino excluye al General Ferrand,
puesto que de haber sido al contrario habría dicho los ofrecimientos
del General Ferrand, con lo que le resultaba más fácil disipar los elementos de iniciativa propia que pudieran deducirse de su reiterada
participación en las comisiones.
5
El testimonio de Dessalines se encuentra en su proclama del 8 de
mayo de 1804 y dice así:
Tan pronto como el ejército francés fue expulsado vosotros os apresurasteis a reconocer mi autoridad: por un movimiento libre y espontáneo de vuestro corazón, os colocasteis bajo mi dominio. Más
inclinado a hacer la prosperidad que a causar la ruina de la patria
que habitáis acogí favorablemente este homenaje… Ya me aplaudía
del feliz éxito de mis cuidados, que no tendían sino a evitar la efusión
de sangre; pero un Sacerdote fanático todavía no había imbuido en
vuestra alma la rabia que la domina; pero el insensato Ferrand no
había aún vertido entre vosotros los venenos de la mentira y de la
calumnia. Circularon escritos producidos por la desesperación y la
debilidad; luego, varios de vosotros, seducidos por insinuaciones pérfidas, solicitan la amistad y la protección de los franceses; se atrevieron
a ultrajar mis bondades y se coaligaron con mis crueles enemigos…15
En este texto se descubren verdades enteras y verdades a medias.
Son verdades el Sacerdote fanático, (el padre Vives) el insensato Ferrand»
15
Citada, v. supra.
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y los varios de vosotros que se coaligaron con el enemigo. Pero son
verdades capitaleñas no santiagueras. Y, por el contrario, el movimiento libre y espontáneo que se menciona al principio del discurso, es una
verdad santiaguera, no capitaleña. Porque en el marco de la situación
a que se encontraba sometida esta población, tenía que haber una
verdad partida en dos mitades, la mitad que correspondía a la parte
ocupada por los haitianos y la que correspondía a la ocupada por los
franceses. Y por eso la única verdad entera que resulta del discurso es
que la población de esta parte se encontraba sumida en una situación
histórica impresionante que, tal como ella puede ser clarificada, a la
luz de los testimonios mencionados, podría ser la que sigue:
1. los cibaeños acuden a Dessalines por medio de una doble diputación para dilucidar el destino de esta parte;
2. la gestión fracasa por mediar una considerable suma de dinero;16
3. el fracaso pone en claro ante los ojos de esta población que no
puede contar con el concurso revolucionario de Dessalines; y
finalmente,
4. ese concurso no puede encontrarse en ninguna otra fuente que
no sea la propia determinación popular.
La respuesta que la población cibaeña dio a esta situación es tan
coherente y tan cargada de significaciones y de implicaciones históricas,
que autoriza a ser saludada como el momento incomparable del nacimiento del pueblo dominicano. Y no es pura casualidad que este nacimiento se produzca en el mismo corazón de la isla, en el cruce delirante
de sus cordilleras, de sus valles prodigiosos y de sus turbulentos ríos…
16
El aspecto monetario de la gestión solo nos ha sido presentado en fuentes dominicanas. No hemos tenido a manos el menor indicio del testimonio de la parte
afectada, por lo que siempre deberá aceptarse solo con la debida reserva.
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El nacimiento del pueblo dominicano
El suelo natal
A mediados de mayo de 1804 la Isla se encuentra, por el azar de
los acontecimientos, dividida en tres importantes regiones:
• una al oeste, Haití, enfrascada en el ordenamiento de su flamante
República, de la cual Puerto Príncipe se constituirá en la capital;
• dos al este, en la antigua parte española, separadas por la
Cordillera Central, y de las cuales
• una, la que da a la banda del norte desde Monte Cristy hasta
Samaná, abandonada por los franceses a raíz de la evacuación
de Haití, ha sido colocada a nombre de Dessalines bajo el
mando de un antiguo esclavo nacido en Haití pero criado
en Santo Domingo, Campo Tavares, quien recluta una tropa
de antiguos esclavos de esta parte y forma el «batallón de
Santiago» con su cuartel general en esta ciudad que viene a
ser así su capital;
• y la otra, la que da a la banda del sur, constituida en un bastión
francés bajo el mando de Ferrand, al reconcentrar sus fuerzas
dentro de los recintos amurallados de Santo Domingo, que
viene a ser su capital.
Hay, pues, tres capitales en la Isla. Dos de ellas bajo la jurisdicción haitiana y una de la francesa.
El status político de estas tres regiones, con sus respectivos
centros en la capital correspondiente, deberá ser decidido por una
confrontación militar entre franceses y haitianos.
El pueblo dominicano, no cuenta. En rigor, carece de existencia
histórica. Inclusive se duda entonces –y tal vez se siga dudando todavía hoy– de su capacidad para dar constancia objetiva de su existencia
en aquel momento.
Se explica. Para que un pueblo proporcione a sus historiadores
la debida constancia de su existencia en un momento dado, será
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necesario, como lo hemos discutido ya,17 UNO, que en los hechos
palpables se constituya frente al poder establecido; DOS, permita
ver, en los hechos mismos, su decisión inquebrantable de imponer su
voluntad, de manera independiente de ese y de otro poder cualquiera; y, TRES, que esta voluntad se materialice en acciones concretas,
particularmente en los términos de la confrontación directa con el
poder en cuestión, cuya expresión, por lo general inevitable, es la vía
de las armas. Desde luego, esta última condición supone la posesión
de las armas…
En la situación antes descrita, no se advierte la presencia de ninguna de estas condiciones. En otras palabras, el pueblo no existe. Las
decisiones serán dirigidas por otras fuerzas.
El hecho de que el grueso de la expedición francesa de Leclerc haya
sido destrozada en el oeste por los haitianos, y de que las fuerzas de
Ferrand no sean sino unos despojos desamparados del poder imperial,
mientras el pueblo de esta parte permanece sin dar signos objetivos de
su existencia, augura un desenlace haitiano a corto plazo para toda la Isla.
Sin embargo, la presión histórica será de tal naturaleza que
impondrá un desenlace cuyo resultado más importante será el desarrollo vertiginoso de aquellas condiciones que harán posible el nacimiento de este pueblo y, por consiguiente, del núcleo fundamental y
soberbio de la Historia de la República Dominicana.
La gestación
Durante ciertos días de principios de 1804, un español devenido
francés, Agustín Franco de Medina, uno de los más ricos propietarios de
Santo Domingo según consta en su hoja de servicios a Francia, ha estado ocupado en reclutar, a su propia costa y con su propio esfuerzo,
una tropa de mercenarios entre los naturales de la banda del norte,
hasta reunir unos 800 ó 900 hombres.18 Esta fuerza le permite con17
18
V. Primera Parte, párrafo 5, «Caracterización del Pueblo», página 77, supra.
Resumen de los hechos auténticos que se recomiendan al Jefe de Batallón don Agustín
Franco de Medina, a la justicia del Gobierno, en Invasiones haitianas de Demorizi,
ob. cit., página 148.
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vencer a Ferrand, si no es que el propio Ferrand le ha encomendado
esta misión como opinan algunos, de la oportunidad de una acción
militar destinada a recuperar el mando de esa región, debido a que
la guarnición haitiana no es verdaderamente haitiana. Es en realidad
una tropa reclutada por Campo Tavares entre antiguos esclavos.
El día 15 de mayo de ese año se lleva a cabo la operación. Una
columna francesa al mando de Deveau, ayudante de Ferrand, se presenta sorpresivamente en Santiago en zafarrancho de combate. Esta
acción, no solamente toma desprevenida a la guarnición haitiana,
sino a la misma población de Santiago que, como es natural, se ve
obligada a abandonar esta ciudad convertida súbitamente en campo
de batalla. Semejante conducta es tan obvia que no ameritaría ser
mencionada si, en las fuentes en que se relatan estos hechos, no se
pusiera un sospechoso énfasis en ella.19
De ese modo participan cuatro protagonistas en la acción. La columna francesa al mando de Deveau. La guarnición haitiana. La tropa de
mercenarios aportada por Franco de Medina. Y, de manera visiblemente
artificiosa, la población de Santiago que se margina obviamente de la
lucha y desaparece por los alrededores del escenario bélico. Este último
protagonista es el nuestro y a él le debemos toda nuestra atención.
De inmediato debemos considerar el hecho del abandono de la
ciudad. Es claro que si esta ciudad se convierte en campo de batalla,
la población no combatiente –mujeres, niños, ancianos, enfermos,
orates– deberán desalojarla sin preámbulos. Pero, en la situación que
nos ocupa, esta lista de no combatientes debe hacerse más extensa
porque es preciso considerar un sector de la población apta para
tomar las armas, que no se compromete ni tiene por qué comprometerse en la confrontación militar de dos fuerzas que le son igualmente extrañas.20 Se supone que en el encuentro solamente deben
Delmonte y Tejada, ob. cit., página 242, Tomo III, y García, ob. cit., página 325,
Tomo I; igualmente Arredondo y Pichardo, ob. cit., página 147.
20
La afirmación de Llenas (v. supra p. 248) en el sentido de que el Cibao volvió
a los franceses después de las fallidas misiones al Cabo, se ven desmentidas inmediatamente en la versión de Kerverseau (v. Idem., nota 2) al afirmar éste,
testigo directo de aquellos acontecimientos, «desgraciadamente hay diversidad
de opiniones entre ellos» a pesar de lo cual no daba esta parte como perdida, o sea,
19
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participar los haitianos y los franceses, estos últimos auxiliados por
la tropa de naturales –pero no de naturales de Santiago– que aporta
Franco de Medina y, en consecuencia, la población completa de los
santiagueros debe desalojar la ciudad y refugiarse en los campos.
Es así como, a las tres de la tarde de ese día, se encuentran frente a frente los adversarios y traban un combate que dura aún toda
la mañana del día siguiente, al cabo del cual quedan los franceses
dueños de la plaza mientras la guarnición haitiana se ve obligada a
retirarse a Haití.
Increíblemente, los franceses abandonan la plaza 48 horas después de haber sido conquistada y se repliegan a sus cuarteles en Santo
Domingo. Un hecho premonitorio que va a repetirse, cambiando al
protagonista, cuarenta años después…
Lo que ha sucedido es que los franceses se han batido con una tropa de soldados bisoños reclutados por Campo Tavares en esta parte.
Pero lo que resulta verdaderamente insólito en esta situación no
es esta fuga evidente, a todas luces indigna de su comandante, en la
cual ni hay ni puede haber otro fundamento que el temor exacerbado a una revancha haitiana, sino el hecho fastuoso, incomparable, de
que como resultado de la doble retirada de los titanes, toda la banda
del norte y principalmente Santiago, queda a un tiempo mismo libre
de haitianos y franceses.21 Se ha producido un vacío de poder que
emancipa gratuitamente a la población y obliga a los naturales a
ejercer una auto-determinación que inevitablemente conduce a una
toma de conciencia popular, inclusive nacional, y que le ha descendido providencialmente de las nubes.
Esta súbita libertad es tan plenaria que aún el mismo contingente de Franco de Medina, presumiblemente con los mismos
que no faltaban motivos para darla por perdida ya. Los hechos se inclinaron en
este último sentido.
21
En el Capítulo XIV de su relato. Arredondo dice, a propósito de la retirada de los
haitianos después de la acción de Deveau que quedaron los nuestros (los franceses)
dueños del campo y Santiago libre de negros. Olvida decir, tres líneas después, al
consignar el abandono de la plaza a su vez por Deveau, cuando apenas habían
transcurrido 48 horas, que en ese instante Santiago quedaba igualmente libre de
franceses.
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fundamentos se evapora del escenario y quedará en algunos vagos
rincones, como alegará después, «limpiando el departamento», lo
que resulta poco verosímil.22
Al encontrarse en poder de su propio destino, la primera medida
de los naturales de Santiago es recuperar la ciudad. Un pequeño grupo de dirigentes improvisados ardientemente, entre los que figuran
los hermanos Andrés y Melchor Rodríguez, los hijos de Juan Reyes,
Diego Polanco y otros, parecen percatarse de las implicaciones históricas de ese inesperado acontecimiento y toman la iniciativa de
reagrupar a los vecinos dispersos y organizar el retorno a la ciudad,
sin duda con un programa que trasciende extraordinariamente el
simple traslado.
La repoblación se opera con bastante presteza. Pronto se hace
evidente que las familias más encopetadas, más o menos visiblemente identificadas con los franceses, seguirán el rastro de la columna de Deveau hacia Santo Domingo y no se sentirán dispuestas a
afrontar los riesgos de esa situación de aparente ingravidez en que se
sitúa la reorganización de la vida urbana en Santiago, ausentándose
para siempre. Es presumible que el menaje de sus residencias fuera
aprovechado para reconstruir los hogares destruidos por la metralla
porque se oyen versiones en bocas mal intencionadas que hablan
de saqueos a la propiedad, horrorosa crisis y depredaciones en nombre de
Dessalines perpetradas por malvados y ladrones23… Estas versiones
aparecieron mucho tiempo después y, seguramente para explicarlas,
apareció la tesis del abandono de la ciudad por parte de la población
de Santiago, tergiversando completamente su contenido racional y su fundamento humano. Son sumamente inverosímiles esas
versiones cuando se contraponen con los hechos que se producen
simultáneamente en las mismas horas. Ya para el 15 de julio, día
más, día menos, la ciudad de Santiago ha recuperado por iniciativa propia su aspecto normal y cotidiano. Se reabren los templos,
funciona a cabalidad el mercado, entran y salen los mercaderes de
Loc. cit.
Véase nota 2, página 255.
22
23
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todo el Cibao, se han reintegrado las familias más conservadoras,
excepción hecha de aquellas que se sumieron en la pequeña corte francesa, con lujosas fiestas y noches de teatro, mantenida por
Ferrand en Santo Domingo, o emprendieron el camino inexorable
de allende el mar. Toda esta recuperación de Santiago ha obedecido
a una dirección inteligente que no ha confiado en la espontaneidad
y que, como confirmación de que ha respondido a un programa y
de que ha sido animada por una inspiración secreta por primera vez
manifiesta en términos concretos, ha dado un paso de increíbles y
fastuosas implicaciones históricas: haciendo acopio de armas en un
campo de batalla todavía humeante, se ha dado cuerpo a un aparato
defensivo, un ejército propio, al frente del cual se coloca una flamante oficialidad, íntegramente compuesta por naturales. Melchor
Rodríguez, por lo que podemos saber en una mención de pasada,
sale de Capitán. Serapio Reinoso, irá de Coronel, porque con ese
título aparece en una línea perdida. Es, como quiera que se quiera
ver, el primer ejército de la patria…
Y uno se pregunta entre paréntesis, ¿no resulta reconfortante
descubrir ya en estas primera páginas los gérmenes de una voluntad
popular, cuando desde la más remota infancia ha sido nutrido uno
con una constante prédica, consciente o inconscientemente dirigida
a convencernos de que brotamos de una nacionalidad incolora, desprovista de esos atributos que engalanan a todos los pueblos; cuando
se nos ha contrapuesto incesantemente al vecino, como un país de
cobardes sometidos a su iniciativa, sobrecogidos de terror ante un
antillano como nosotros, capaz de gobernarse y de gobernar contra
la voluntad de las grandes potencias imperiales y a quien ha debido
pintarse como un monstruo extraterrestre para justificar nuestra
actitud implorante frente a otras naciones, supuestamente capaces,
a cambio de girones de nuestro hermoso territorio, de librarnos de
la perdición?…
Es claro que todavía no hay patria. La noción de patria implica la
confrontación con fuerzas extranjeras. Pero este núcleo primitivo se
crea precisamente para esa eventualidad y, por consiguiente, indica
y avanza ya una estructura patriótica.
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Tampoco puede afirmarse rotundamente que estamos en la presencia claramente discernible y rigurosamente delineada del pueblo. Hasta
ahora se trata de una población que se encuentra sumida en un estado
de auto-determinación forzosa, en medio de unos acontecimientos que
le sobrevienen como una catástrofe. Pero hay allí un germen de soberanía, si se quiere diminuta, pero efectiva, decidida y militante.
Importa poco que ella esté basada, más que en el poder material,
en ese instinto de juego que, según Schiller, anima a los pueblos en
su infancia. Lo que importa es que en esos momentos el pueblo está
tomando conciencia de sí mismo.
La conciencia de sí mismo se obtiene, ha dicho Hegel, de dos maneras:
una teórica, la otra práctica…
Hasta aquí se trata solamente de la teórica. Falta pues que esta
conciencia popular se reconozca a sí misma en la práctica, se verifique en forma de voluntad activamente dirigida a transformar el
mundo circundante por medio de la acción.
Y no tardará en ocurrir de esa manera…
El nacimiento
Durante estos meses el pueblo santiaguero, pero también Monte
Cristy, La Vega, Cotuí, toda esa banda hasta Samaná, la mitad del territorio de la antigua parte española, ha conocido la libertad absoluta
y ha disfrutado de su incomparable euforia.
Es entonces cuando Ferrand se percata de que no ha habido
revancha haitiana. Se convence, por esa línea de razonamiento que
los americanos llaman wishful thinking –el calcular a la medida de
los deseos– de que no la habrá nunca. Y, ni corto ni perezoso, envía
de nuevo a su ayudante Deveau con un destacamento aguerrido,
debidamente instruido en el sentido de arrebatar a los santiagueros
esa libertad que inevitablemente tiende a hacerse dominicana –y que
a la larga le costará la vida– y restituir el departamento del Cibao a
su autoridad imperial.
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Pedro Mir
Deveau llega efectivamente a Santiago y comienza por instalar
en la presidencia del Concejo departamental al célebre Agustín
Franco de Medina, a quien también a la larga le costará la vida estas
aventuras. Esto significa que el «juego» de los cibaeños a la autodeterminación ha concluido.
Un par de meses de esta nueva situación resultan suficientes para
establecer diferencias entre un régimen de autodeterminación popular y un régimen de dominio imperial colonialista. A ojos vistas, la
experiencia resulta intolerable para el estado llano, como lo denomina
Delmonte y Tejada.
Efectivamente, el día 15 de octubre de 1804 se produce un levantamiento popular que pone en evidencia la naturaleza del momento
histórico y le impone su carácter.
La oficialidad del aparato militar nativo se pronuncia contra los
franceses y, sacándole provecho al elemento sorpresa, ocupa sucesivamente la casa de Gobierno (la de un vecino rico llamado Antonio
Pichardo),24 el Vivac y el Cuartel. Melchor Rodríguez, asistido de su
hermano Andrés, se apodera del depósito de municiones que se encuentra a la salida de la ciudad y reparte armas durante el combate.
Y así tenemos constituido un pueblo en armas. No muy lejos de
ese punto de fervor se encuentra la noción auténtica de la patria…
En el primer momento los franceses creen que se trata de la revancha haitiana temida y esperada. Y se someten fácilmente.25 Pero
Franco de Medina viene en su ayuda, brotando de las sombras con
su tropa de peones armados. Con este refuerzo y, sobre todo, con la
certidumbre de que no se trata de los haitianos, los franceses truecan
Este Antonio Pichardo puede haber sido el abuelo materno, uno de los más ricos
propietarios del Cibao, a quien se refiere Arredondo y Pichardo, o acaso un tío,
o en todo caso un pariente cuya vinculación con el francés, extensiva al propio
autor de las Memorias, se hace evidente por la cesión de su casa para asiento del
Gobierno francés.
25
Franco supo que ha estallado un motín en Santiago, que el General Deveau está asediado
en su casa y que había el propósito de asesinar a los franceses. Él llega a Santiago y liberta
a Deveau y a los franceses (Resumen de los hechos, ob. cit.). Arredondo pretende que
la furia combativa de los franceses se debió a que creyeron que los naturales estaban combinados con los negros. No es verosímil. Por menos que eso, simplemente
una noticia falsa, determinó su abandono de la plaza el 15 de mayo.
24
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la inhibición en coraje y la humillación en denuedo. Y rompe la
batalla.
El choque resulta increíblemente violento. Aquel pueblo en ciernes, compuesto por los naturales de Santiago, a quienes en este momento incomparable llamaremos orgullosamente los nuestros, pone
de manifiesto la decisión suprema de restablecer su pequeña república
con el temple de la causa popular. Durante toda la noche, una noche
oscura como boca de lobos, se empeña en un combate feroz. Los
franceses, con toda su carga de experiencia, tienen que hacer frente
a un combatiente severo que no rehúsa el combate y que, por el contrario, responde con infinito denuedo. Ya en la madrugada se hace
notorio que la victoria lo acompaña y los franceses, confundidos en
medio del humo con los naturales de Franco de Medina, de los que
no se sabe en qué dirección disparan sus armas,26 se ven forzados al
repliegue, aturdidos y humillados cuando no gravemente heridos.
Un testigo presencial refiere que los naturales y franceses, en una
noche oscura, metieron mano a las armas despedazándose como leones… Y
este juicio es importante porque proviene del enemigo, nada menos
que de Arredondo y Pichardo, un natural que llama a los franceses los
nuestros, lo cual puede ser justo si el dueño de la «casa de gobierno»
ocupada por los franceses, Antonio Pichardo, resultara tío suyo o
pariente en algún grado, lo que es sumamente probable. El caso es
que si los criollos se batieron como leones, careciendo de esa melena
legendaria que los dioses habían otorgado tradicionalmente a su
enemigo, entonces no queda la menor duda de que tenemos en las
manos las más puras resinas de la epopeya…
Al despuntar la aurora había 27 cadáveres tendidos por tierra.
El testigo sólo recuerda uno: un hijo de Puerto Plata. No recuerda a
ningún hijo de Santiago. El de Puerto Plata pudo haber venido con
Franco de Medina. Tal vez era de los nuestros, un mártir de la causa
26
Al amanecer, cuenta Delmonte y Tejada, vieron con indecible sentimiento unos y otros
el estrago que entre sí se habían hecho los que militaban bajo una misma bandera (ob.
cit., página 242). Se sobreentiende que los que militaban bajo una misma bandera
eran los franceses y los naturales mercenarios de Franco de Medina. Para los santiagueros no pudo haber confusión, puesto que estaban juramentados para llevar a cabo
la acción. Arredondo los llama (pág. 150 de su obra) Los juramentados.
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histórica de nuestro pueblo. Pero, de todos modos, su testimonio
induce a pensar que los 26 restantes eran franceses…
Como resultado de esta acción, el poder, que al mismo tiempo que procede del pueblo constituye históricamente al pueblo, se
ejerce en toda su plenitud. El oficial francés Deveau queda detenido
con otros oficiales de su tropa y reducido a la impotencia en los
cuarteles. Su destino inmediato es difuso en las fuentes pero consta que fue sumariado por Ferrand con 22 cargos, y que la culpa se
hizo recaer más o menos artificiosamente en una carta que el obispo
francés Mauvielle, adversario de Ferrand, había dirigido con los
más absurdos y candorosos objetivos. Todo lo produjo la maldita carta,
cuenta lloroso el testigo con mucho sabor criollo y poco sentido de
la Historia.
Pero mucho más importante que eso es la constitución de gobierno propio por parte del pueblo en armas. Para llegar a este punto el procedimiento que se sigue es el de la elección popular y ésta,
que es la primera de que se tiene noticias en el país, recae en José
Serapio Reinoso y del Orbe, natural de La Vega, quien viene a ser
así el primer gobernante nativo elegido libremente y popularmente
en el país.
Juró en medio de la plaza, frente a la tropa y en el centro de toda la
población alborozada…
El mismo testigo a quien debemos esta información tan fabulosa,
nos refiere que la victoria arrojó sus frutos más hermosos, afirmándose sobre esos hechos que se fijan indeleblemente en la conciencia
de los pueblos:
Cambió la situación de tal modo con sus medidas de orden, abasto,
conciliación y defensa que Santiago se convirtió en un centro animado y próspero.
Y agrega:
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Así estuvimos los meses de octubre, noviembre, diciembre de 1804 y
casi febrero de 1805…27
Cuarenta años después, cuando se instituye definitivamente la
República Dominicana, no sería tan neta y tan indiscutible la victoria de los seibanos contra Haití, y mucho menos la del 19 de marzo
tan sazonada como equívoca, como lo es en esta ocasión la de los
cibaeños contra Francia.
Y debe tenerse en cuenta un elemento fundamental: esta victoria
es la primera que alcanzan los naturales de esta tierra con las armas
en la mano, sin más ayuda que su decisión de vencer, no contra un
vecino insular, sino contra el sistema colonial europeo en su conjunto, encarnado en este país por las tropas napoleónicas en la cumbre
de su poderío y de su prestigio de vanguardia.
Decididamente, el 15 de octubre de 1804 es una fecha que jamás
deberá ser olvidada por los hijos de esta tierra turbulenta…
Sin embargo, este episodio tan entrañable, tan cargado de
enseñanzas patrióticas y tan estimulante y enorgullecedor, no ha
sido celebrado nunca por la historiografía convencional, a pesar
de que en él se hunden las raíces más profundas de la nacionalidad
dominicana.
Dos razones principales la han sumido en la conspiración del silencio:
Una, los errores que condujeron a la tragedia de su desenlace, en
torno a los cuales la crítica histórica ha preferido tender una cortina
de humo.
Otra, la peor, la circunstancia de que la historia no la escriben los
pueblos sino, por lo general, sus enemigos, en cuya virtud la versión
de los hechos ha sido deformada de la manera más burda, sin detenerse siquiera ante la calumnia.
Debemos referirnos de inmediato a la una y seguidamente a la otra.
Los extractos proceden de la obra de Arredondo mencionada, páginas 150 y 151,
passim.
27
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7
Estamos ahora en los albores de 1805. Ha llegado el momento
escogido por Dessalines para dilucidar el problema del poder en la
Isla entera. Significa todo un año discurrido desde la capitulación de
los franceses y él no deberá sorprenderse si descubre que el milagro,
como la esperanza, acompaña siempre a los débiles.
Ahora el Emperador es Dessalines y los débiles son los franceses. Emperador quiere decir Napoleón, porque la coronación
de Dessalines es la traducción haitiana del personaje que acaba de
coronarse en Francia. Y con esta semántica, hace descender sobre
los franceses no evacuados de aquí, un formidable ejército que trae
toda la aureola de invencibilidad que un año atrás traía la expedición
napoleónica. Los signos cabalísticos tienen ahora su programa de
sorpresas completamente invertido, pero conservan su lógica…
Este Ejército, dotado de una movilidad impresionante porque
no desplaza armamento pesado sino armas livianas, parte dividido
en dos columnas que se dirigen a Santo Domingo. Una toma el camino de Santiago al mando de Cristóbal. La otra el de la Capital al
mando del Emperador. Para seguirá este Ejército, la atención deberá
dividirse también en dos columnas…
La de Santiago llega a las afueras de la ciudad en un momento
de gran significación popular porque, como sabemos, la población
disfruta de su pequeña libertad. Se vive patrióticamente al margen
de todo poder extraño y, sin duda, se desea seguir viviendo de esa
manera. Pero ese deseo arrastra un conflicto.
Desde su prisma revolucionario, los haitianos estiman que los
santiagueros deberán facilitarles el paso a través de Santiago en forma
amistosa, toda vez que no vienen a combatirlos a ellos sino a un enemigo común, –el francés– en la Capital.28 Y, con ese espíritu, se recibe
28
La solicitud de autorización por parte de los haitianos, certificada por la larga
y conmovida carta dirigida por ellos bajo la firma de Campo Tavárez (Véase
infra, página 267), involucra un principio de reconocimiento de la soberanía del
Gobierno encabezado por Serapio Reinoso en la banda del norte o Departamento
del Cibao. Este reconocimiento, que no le fue acordado a la Independencia
Efímera de 1821, da la justa medida del alcance que tenía la naturaleza popular
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una embajada de Cristóbal, cuyas tropas se encuentran acampadas
al otro lado del río que antecede a la ciudad, listas para efectuar el
tránsito tan pronto como se reciba la autorización pedida y esperada.
Pero en Santiago se ven las cosas con otro prisma. Si hemos de
atenernos a la información que nos proporciona el omnipresente
Arredondo y Pichardo, la embajada de Cristóbal fue recibida en casa
de Serapio Reinoso, que era el comandante a quien los «naturales»
habían otorgado su confianza, y allí fue aparentemente aceptada la
solicitud haitiana.
Sin embargo, posteriormente, se optó por la resistencia, desestimando las consideraciones del comisionado enviado por Cristóbal.
Siempre ateniéndonos a ese testimonio y sin abandonar la vigilancia extrema que impone su pluma mediatizada, parece que el
culpable de esta decisión extremista fue el mismo Serapio Reinoso y
es tal vez de ahí de donde parte la opinión de que era un afrancesado.
Dice Arredondo que aunque en la reunión habida en casa de Reinoso
todo pasó, desoyendo los consejos del comisionado se decidió hacer resistencia
como consecuencia del hecho del 15 de octubre de 1804. Reinoso prefería la
muerte a que se le considerara en connivencia con los negros…29
No hemos olvidado lo que pasó el 15 de octubre. Simplemente
los «naturales» expulsaron a los franceses después de una cruenta
lucha que otorgó finalmente el comando de las tropas vencedoras a
Reinoso. Lo que parece indicar Arredondo y sostiene Delmonte es
que Reinoso quería evitar que la autorización al tránsito amistoso de
los haitianos pudiera ser interpretada como adhesión o connivencia
con ellos. Y, para evitar ese entuerto, lo aconsejable era cerrarle el
paso a Cristóbal.
Pero a nosotros no nos atrae perdernos en los laberintos de la
conducta individual. En todo caso nos ofrece un interés secundario.
Lo primario aquí es el pueblo. Y, precisamente, el pueblo se adhirió
a la decisión personal de Reinoso. Según afirma nuestro testigo, todos
se adhirieron a su resolución sin acordarse de los peligros…
de ese Gobierno. Y constituye un testimonio que no ha debido pasar inadvertido
jamás por la historiografía convencional en nuestro país.
29
Ob. cit., página 151.
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Y esto sí que es importante. La determinación colectiva fue materializada objetivamente en la lucha y la única explicación que la
lógica de los acontecimientos y la secuencia histórica permite, es la
de que el pueblo fue empujado al sacrificio por su tenaz empeño, que
ya se había materializado también frente a los franceses, de conservar
su autonomía y permanecer igualmente desligado de los respectivos
intereses de los franceses y de los haitianos. El balance que tal determinación arroja aún cuando una visión más serena habría salvado
tal vez la auto-determinación es siempre positivo, cualquiera que sea
su desenlace, porque expresa la voluntad del pueblo de constituirse
históricamente en términos de lucha sin acordarse de los peligro. Así
contemplado el conflicto, nos permite reconocer el nacimiento del
pueblo y retrotrae ese acontecimiento natal, sin duda el más importante de la historia de ese pueblo, a la fecha ardiente e inmemorial
del 15 de octubre de 1804.
8
Las palabras de Campo Tavares desde las orillas del Yaque son
suficientes para darnos un cuadro patético de la situación:
Yo soy del país en que vosotros nacisteis. Yo he sido compañero vuestro, yo no podré prescindir del afecto que les he merecido siempre y
en todas las épocas. Tengo todavía parientes en ese suelo que va a
destrozarse. Venero a aquellas personas que siendo su esclavo, me
tenían siempre sobre el rango de la clase libre, dispensándome sus
cuidados y atenciones, como si procediese de ellos mismos. Vive aún el
señor Vicario don Pedro Tavares y sus hermanos, cuyo apellido llevo.
Tengo mil motivos de compadecer la suerte de ustedes y de interesarme por su tranquilidad y futura conservación. Sé lo que va a suceder.
Conozco la situación en que se hallan. Veo las fuerzas del ejército
a que vengo unido. He penetrado sus intenciones. Son temibles las
órdenes que tenemos y muy rigurosas para el caso de encontrar
oposición a nuestro tránsito, así como son también fuertes contra la
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tropa cuando se desmande, o sea cuando cualquiera de ustedes sea
ofendido en lo más leve por uno de nosotros, las cuales serían evitadas
dejando libre el paso que queremos para la capital, a batirnos con los
franceses que la ocupan. Esto nada más quiere el gobierno indígena.
Abran los ojos, reflexionen. No se dejen alucinar, ni se preocupen. Yo
les hablo como amigo, como español y como paisano. El jefe nuestro
está de buena fe; pero se indigna hasta el extremo cuando piensa
que se han de poner obstáculos a su tránsito. La suerte de ustedes es
lastimosa, sino piensan como deben en este negocio para ustedes vital.
Sentiré en lo infinito de mi corazón llegar a mi patria a inundarla
de sangre y dejar a mis amigos yertos en medio de sus calles y plazas.
Esto va a suceder irremisiblemente. Sólo con la prudencia lo podrán
ustedes evitar. Pongo a Dios por testigo que en darles este aviso no
tengo otra intención, ni me lleva otro interés que el de salvarlos y
salvar tantos inocentes como van a exponerse dentro de dos horas a
ser sacrificados por un capricho el más temerario y desatentado. No
traten de resistir, vuelvan pacíficamente al seno de su familia sin .el
estruendo de las armas, y se convencerán de que este consejo no es más
que afecto del ánimo y de la gratitud. Si así no lo hacen cuenten con
su exterminio. No es posible imaginarse otra cosa. Allá va una nueva
embajada, compuesta de dos sujetos que les son a ustedes conocidos.
Denles una contestación conforme, y cuenten con la seguridad de sus
casas, personas y propiedades. Ya me despido de vosotros, queridos
amigos, y voy a incorporarme al ejército que tenéis a la vista, con la
dulce esperanza destinada por estos antecedentes, que contrarían las
órdenes pronunciadas. Adiós.30
9
La tropa pasó sobre la sangre derramada y así concluyó aquella
bella experiencia de nuestro pueblo, encaminada a darse un régimen
de poder, emanado de su propia voluntad.
Arredondo, ob. cit., página 155.
30
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Fue un sacrificio ingenuo pero hermoso.
Si bien pudieron ser evitados los dolores del parto, hoy no deben
importarnos aquellos dolores sino el parto.
Los dolores pasaron, vinieron otros, nunca cesaron de manera
definitiva y tal vez no han cesado todavía.
La sangre se secó, volvió a ser derramada y tal vez tenga que
seguir siendo derramada todavía.
Pero la criatura sobrevivió y ese nacimiento debe ser conocido y
conmemorado. Porque el nacimiento de un pueblo es un acontecimiento de toda la Humanidad.
10
La segunda columna siguió su marcha volandera hacia la Capital
y una vez allí, cerró el bloqueo a los franceses. La falta de armamento pesado impedía romper las murallas y lanzarse al asalto. Mientras
llegaba la artillería adecuada desde Haití, los defensores de los fuertes debían ser ablandados por el hambre. Pero el milagro tiene su
propia lógica.
Cuando todo indicaba que no había otra alternativa que la capitulación, una escuadra francesa que hacía un recorrido de rutina
y que ignoraba que en esta Isla existiese aún una colonia francesa,
decidió inesperadamente la situación.
Dessalines pensó que se trataba de una nueva expedición enviada
por Francia y con muy ponderado juicio consideró que la defensa
estaba en Haití, junto a su pueblo. Sin detenerse un segundo levantó
el sitio y emprendió la retirada.
Y así ocurre la tercera devastación.
Nadie mejor que el propio Dessalines, con la ventaja de que se
elimina todo ingrediente subjetivo, podrá explicarnos en qué consistieron las acciones devastadoras:
Veréis que, si una operación comenzada bajo los más felices auspicios,
no ha sido coronada con un completo y cabal buen éxito, os queda, al
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menos, el consuelo de pensar que la ciudad de Santo Domingo, único
lugar que sobrevive a los desastres de la devastación que propagué a
considerable distancia en la parte antes española, no puede servir por
más tiempo de refugio a nuestros enemigos ni de instrumentos de sus
proyectos.
Hay una verdad que no admite duda: donde no hay campos no hay
ciudades.
Se desprende de este principio, que habiendo sido tomada a fuego y
sangre toda la parte exterior de Santo Domingo, el resto de los habitantes y de los animales, arrancados de su suelo y conducidos a nuestra
patria, la ventaja que el enemigo se proponía alcanzar desde este punto
de mira, resultó si no completamente nulo por lo menos insignificante:
consideración que aumenta los otros frutos que hemos recogido de esta
expedición…
Estas palabras proceden de una Alocución del Emperador al Pueblo,
a su regreso de Santo Domingo, pronunciada en el Cuartel Imperial de
Laville, el 12 de abril de 1805.31
En el Diario de Campaña de Dessalines, fechado en el mismo
lugar y el mismo día se dice que
En virtud de las últimas instrucciones de S. M. dejadas a varios
generales, éstos empujaron delante de ellos al resto de los habitantes,
de los animales y las bestias... redujeron a cenizas los pueblos, aldeas,
hatos y ciudades, llevaron por todas partes la devastación, el hierro y
el fuego, y no perdonaron sino los individuos destinados por S. M. a
ser conducidos como prisioneros…32
Esta tercera destrucción a fondo de los recursos económicos de
la infortunada colonia, se produjo exactamente 200 años después
de la primera. En sustancia no era sino su continuación inevitable.
Dessalines. Alocución del Emperador al pueblo, a su regreso del sitio de Santo Domingo.
Cuartel Imperial de Laville, 12 de abril de 1805. En Invasiones haitianas, ob. cit.,
página 105.
32
Idem., página 109.
31
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Por una concatenación impresionante de los acontecimientos, la
devastación de las ciudades del norte y la siguiente devastación de la
colonia en su totalidad, debía imprimir una especie de destino que se
repetiría incansablemente.
De nuevo tendría que emprender el pueblo el camino de su recuperación. Pero esta vez hay un elemento nuevo que tuerce completamente el sentido de la narración. Ha nacido un pueblo que tiende a
convertirse de manera definida y universal en el pueblo dominicano.
Y esto es lo importante.
Lo demás, incluyendo las más grandes derrotas y las frustraciones
más paralizadoras, es lo episódico. A veces, y por supuesto debido a
que se trata de nuestro pueblo, es también la infamia.
Veamos a continuación cómo se teje la infamia.
En toda la historiografía nacional la figura indudablemente de
mayor influencia ha sido don José Gabriel García, a quien se debe
los convencionalismos en que ella se ampara. García miraba por los
ojos de aquella clase social que calificaba como la más distinguida
y a la que consideraba como la protagonista de la historia patria.
Ensalzó sus triunfos y justificó sus errores. La exoneró de su falta
de patriotismo. Y al mismo tiempo ignoró al pueblo, cuando no le
arrebató sus grandes glorias para otorgárselas graciosamente a su
clase social favorita. Así se explica que tributara los más grandes
elogios al General Ferrand, aún a sabiendas de que era un representante feroz de la rapiña colonialista y un enemigo sustancial de
su país. Se entregaba a él con la actitud de aquellas criollas descritas
por Lemmonnier-Dellaffosse, un francés ensimismado de la época:
Nada, absolutamente nada podría dar una idea de la dulzura melancólica
y ondulosa de suposición, cuando, acostadas en un sofá y rodeadas de atentas
esclavas, parecen querer evitar el cansancio de una palabra… Deliciosas
criaturas, de las que podría decirse que habían nacido para ser reinas…33
En esos mismos momentos el pueblo cibaeño estaba forjando la nacionalidad. Pero García dirigía sus ojos fascinados hacia la pequeña
33
«Las Criollas Blancas», imagen de las damas que animaban los ocios de los ocupantes franceses de Santo Domingo en 1804, en la página 128 de La Segunda
Campaña de Santo Domingo, por J. B. Lemmonnier Delafosse. Santiago, 1946.
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corte dominicana del General Ferrand y encontraba que allí todo
era perfecto:
En lo único que anduvo desacertado –dice después de consagrarle un
panegírico que consume cuatro apretadas páginas de su compendio
(324 y siguientes)– fue en el nombramiento de comisario principal
de policía de la ciudad de Santo Domingo, que por desgracia hizo
en Gallardo, abogado español de mucho talento, que con sus excesivas crueldades e injusticias se hizo de tal modo memorable en el
país, que su nombre pasa de generación en generación como el de
un modelo de iniquidad. Tan cruel como injusto, sólo atropellaba a
la gente pobre y a los hombres de color, a quienes declaró una hostilidad irresistible. La clase acomodada no estaba al alcance de sus
tropelías porque todos los dominicanos visibles por su nacimiento,
por su riqueza o por su saber, que no siguieron las armas españolas,
se habían adaptado de tal manera a la situación en vista de las
garantías que le prestaba, que eran el más firme apoyo de ella, estrechando cada vez más sus relaciones con las autoridades francesas,
especialmente con Ferrand, a quien daban singulares pruebas de
adhesión y de afecto personal…34
García afecta ignorar que las órdenes de Gallardo las recibía de
Ferrand. Y ese afán justificador, un si es no es glorificador, le impidió
consignar en su historia las hazañas del pueblo cibaeño. Es claro que
estaba perfectamente informado de aquellos acontecimientos de manera más documentada que Arredondo y Pichardo y que Delmonte y
Tejada, que también se ocuparon en ellos. Exactamente en la página
331 y pasando a la siguiente, consigna en unas breves líneas que el
coronel Serapio Reinoso del Orbe, mandaba por elección popular el departamento del Cibao.35 Pero volatiliza en absoluto la elección popular,
con la inmensa importancia que un hecho como ese presenta a un
historiador. Borra de un plumazo la presencia del pueblo cibaeño y,
García, Compendio, ob. cit., página 324.
Idem., página 331.
34
35
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dedicándole media página a los acontecimientos, acumula sobre este
pueblo las más intolerables aseveraciones:
En donde más dificultades encontró que vencer –nos dice refiriéndose
a Ferrand– fue en el Cibao, víctima a la sazón de las depredaciones
ejercidas en nombre de Dessalines contra la propiedad y el reposo
de los ciudadanos; pues aunque mandó a su ayudante Dervaux con
el capitán don Domingo Pérez Guerra, y estos lograron batir la
guarnición haitiana y posesionarse del departamento con la tropa
que llevaron, el pánico producido a poco por la falsa noticia de que
numerosas huestes marchaban a vengarse ocasionó una fuga tan
desordenada entre las familias, que fue causa de que se experimentaran en Santiago, La Vega y Cotuí, donde se aprovecharon
los malvados y los ladrones, que en iguales casos nunca faltan para
hacer una buena cosecha, siendo necesaria la valiosa cooperación
de don Andrés y don Melchor Rodríguez, de don Diego Polanco
y de otras personas importantes, para que los vecinos volvieran a
congregarse…36
Esta es su narración de los acontecimientos. De acuerdo con ella,
Derveau fue a Santiago, no a someterla a la coyunda francesa, sino
a reprimir las depredaciones ejercidas en nombre de Dessalines contra la
PROPIEDAD y el reposo de los ciudadanos. Ahora bien, estas depredaciones son ejercidas por los malvados y los ladrones cuando las familias
de Santiago emprendieron una fuga desordenada a consecuencia del
PÁNICO producido a poco por la falsa noticia de que venían los haitianos. Estos malvados y ladrones actúan en nombre de Dessalines y
sólo la cooperación de los Rodríguez, Polanco y de otras personas
IMPORTANTES hizo posible que los vecinos regresaran.
Aquí la falsificación de los hechos es nutrida. Las familias no
huyen por el PÁNICO producido por esa noticia falsa. En realidad
abandonan la ciudad ante el enfrentamiento de dos ejércitos poderosos, la columna de Derveaux y la guarnición haitiana. El sentido
36
Idem., página 325.
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común indica que las mujeres, los niños, los ancianos, los curas y el
resto de la población no combatiente tiene que desalojar el campo
de batalla. Inclusive ningún natural de Santiago estaba comprometido en esa lucha. La tesis del pánico, inventada como sabemos por
Kerverseau, ha sido adoptada febrilmente por García y la aplica
reiteradamente para calumniar consciente o inconscientemente a
nuestro pueblo. Y no sólo por él. Nace y renace en las más inesperadas rendijas como la yerba mala…
García calla el nombre de la verdadera víctima del pánico: quien
huyó por una falsa noticia atribuida en ese sentido al obispo francés
Mauvielle, fue precisamente la columna francesa y Derveaux, su
comandante, tuvo que hacer frente a 22 cargos por la indignidad
de su conducta. No fueron las familias santiagueras sino las tropas
de Ferrand al mando de Derveaux, las que huyeron ante una noticia
falsa de revancha haitiana. Así lo afirma Delmonte y Tejada, cuya
obra fue profundamente estudiada por García:
…corría la voz de que los negros que tenían tropas disponibles en
la colonia, venían seguidamente a vengarse, y creyó prudente Mr.
Dervaux evacuar la ciudad como lo hizo a los dos días…37
Y también Arredondo y Pichardo:
Quedaron los nuestros (los franceses) dueños del campo y Santiago
libre de negros. Esto ocurrió un 15 de mayo y como las fuerzas nuestras (las francesas) eran tan cortas y los recursos muy remotos para
reponerlos de la capital que estaba más de 60 leguas de malísimos
caminos, fue necesario a los dos días, jueves a media noche, abandonar la plaza por aviso secreto que tuvo el jefe de que enviaban un
refuerzo de cinco mil combatientes para reasumirla y tomar satisfacción de lo ocurrido…38
Delmonte y Tejada, ob. cit., página 241.
Arredondo y Pichardo, ob. cit., página 147.
37
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De modo que se trata de un pánico francés, no cibaeño. La población de Santiago no abandona la ciudad cuando el jefe francés
recibe la falsa noticia del avance haitiano puesto que ésta le llegó por
aviso secreto y abandonó la plaza jueves a media noche, de modo que
nadie pudo enterarse. Lo que indica el sentido común es que la población abandonó la ciudad ante la inminencia de una confrontación
militar cuando llegó la columna francesa en zafarrancho de combate.
Y no cabe la menor duda de que continuaría haciéndolo en la medida en que siguiera convertida en un campo de batalla. Invocar el
pánico popular y silenciar el pánico militar, sólo puede deberse a la
mala intención. Lo que debía despertar el interés del historiador
en esa situación no ha debido ser la retirada de la población, sino el
hecho histórico fundamental, la retirada prácticamente simultánea
de haitianos y franceses. Vale decir, la libertad.
García no solamente conoció sino que también copió literalmente a Delmonte y Tejada cuando le pareció conveniente. También
este autor posee la visión deformada que posee García de la realidad.
Por esa razón es útil evocar su versión de este momento. Según él los
vecinos abandonan la ciudad cuando el jefe de la columna francesa,
Derveaux, opta por evacuar la plaza. En tal caso sería una conducta
sensata pues no debe permanecer la población civil allí donde huye
despavorida la guarnición militar, pero esta misma versión resulta
inaceptable si se considera que esta población que supuestamente
huye entonces, había resistido antes los combates y, sin especulaciones, en los hechos documentados, ha permanecido varios meses
en la ciudad ocupada por los haitianos sin trastornos y sin miedos.
Delmonte dice:
Entonces fue (a raíz de la evacuación francesa) que desampararon los
vecinos sus hogares y se dirigieron a Santo Domingo y otras poblaciones
que creyeron más seguras. Fueron inmensas las desgracias que experimentaron Santiago, La Vega y Cotuí. Saquearon las casas y propiedades
abandonadas los malvados y ladrones. (Obsérvese que García copia literalmente). Poco después regresaron a Santiago aquellos vecinos que no
habían podido alejarse, pero no volvieron las familias más distinguidas
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del país. Convencidos de que no había salvación posible para la patria
(?), la abandonaron y de Santo Domingo emigraron para las islas de
Cuba, Puerto Rico y Tierra Firme, quedando desde aquella fecha reducida la población a los vecinos del estado llano…39
¡Los vecinos del estado llano! Muy claro. El estado llano que hizo
irrupción en la historia durante la Revolución francesa y se constituyó como pueblo para toda la Eternidad. Precisamente, es ese el
que allí, en Santiago de los Caballeros, materializó la hazaña de su
propia constitución histórica y al que tanto García como Delmonte
dan la espalda y sumergen en el abismo de su desprecio. Ni ellos,
ni Arredondo y Pichardo, ni el anónimo redactor del Resumen de los
hechos auténticos que recomiendan al Jefe del Batallón don Agustín Franco
de Medina a la Justicia del Gobierno donde también se cuentan estos
hechos, estaban de su lado.
No obstante, la verdad suele resplandecer aún a través de las rendijas que no alcanzan a tapiar estas falacias. Delmonte desmiente las
aseveraciones de García respecto al carácter del abandono de Santiago
por parte de la población. Refiriéndose a las personas supuestamente
importantes que éste menciona, Delmonte consigna lo siguiente:
Entre los que más se distinguieron entonces fueron don Andrés y don
Melchor Rodríguez, los hijos de Juan Reyes y otros que, animados por
el amor de la patria volvieron a congregarse, formaron compañías y
acopiaron municiones con el objeto de defenderse…40
Quiere decir que ellos no congregaron a los vecinos dispersos
sino que se congregaron ellos mismos animados por el amor de la patria, lo que significa que no eran fugitivos sino patriotas y porque
conviene acentuarlo, se congregaron allí mismo para forma unidades de combate y acopiaron municiones, no para defenderse sino
para atacar, como efectivamente lo hicieron, derrotando a Derveaux,
39
40
Ob. cit., página 241.
Idem.
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rechazando arma en mano, los objetivos del imperio colonial francés, y estableciendo el poder popular netamente caracterizado con
todos sus atributos históricos. Esta hazaña incomparable merece
justamente la veneración de las generaciones presentes y venideras.
Pero, al mismo tiempo, crea una responsabilidad. Los venerables
fundadores de la historiografía nacional, no han escrito la historia
del pueblo dominicano sino la de las familias más distinguidas del
país. Esto, claro está, no es censurable. Las familias distinguidas tienen también su historia y no pocas veces coincide con la del pueblo.
Cuando eso ocurre, constituyen el pueblo. Pero cuando se asocian a
los enemigos del pueblo y huyen en su compañía, esta fuga no debe
atribuírsele al pueblo porque de este modo no se escribe sino que se
falsea la historia. Entonces no se le debe llamar historia sino infamia.
La historia que deberá escribirse no es otra que la historia del pueblo
dominicano. Porque la historia de la República Dominicana no es
la de sus sectores más conspicuos, ni siquiera la de sus miembros
más destacados ni la de sus héroes más deslumbradores ni la de sus
gobernantes más poderosos ni la de sus regímenes más opulentos ni
la de sus guerras más espectaculares y menos aún la de sus derrotas
y sus frustraciones. Sino la historia de su pueblo. La de sus victorias
y sus esperanzas…
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CUADRO DE HONOR
Los siguientes son los nombres de los héroes que protagonizaron
este formidable momento de la historia patria:
José Serapio Reinoso y del Orbe
(Jefe de Gobierno)
Andrés Rodríguez
Melchor Rodríguez
(Capitán del pueblo)
Hijos de Juan Reyes
Diego Polanco
Los Miembros del Cabildo:
Francisco Escoto
José de Rojas
Juan Curiel
José Núñez del Monte
Norberto Álvarez
Antonio Rodríguez
Blas Almonte
Ad Perpetuam Rei Memoriam
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Devastación IV
Consecuencia: Planteamiento de la
Independencia Nacional Dominicana
La cuarta, y por fin la última gran devastación del territorio,
tiene lugar a raíz de la guerra emancipadora de 1808 a 1809, contra
la dominación francesa.
Esta guerra –impropiamente denominada de la RECONQUISTA
para quienes la miran en función de España, siendo una guerra liberadora y revolucionaria vista en función del pueblo– viene a ser
la contrapartida capitaleña de las acciones populares del ferviente
Santiago de los últimos meses de 1804 y primeros de 1805. A Serapio
Reinoso corresponde ahora Juan Sánchez Ramírez, un consumado
«hatero» del Este, aunque oriundo del Cibao, como protagonista
principal.
La guerra configura dos grandes ejes que se entrecruzan imaginariamente sobre el territorio de la Isla: un eje transversal, de arriba
a abajo, que se expresa como frontera entre las dos naciones que la
comparten, Haití y Santo Domingo; y un eje longitudinal que la
recorre de izquierda a derecha, desde el Mole de San Nicolás hasta
la Bahía de Samaná, y que en ambos países separa el Norte y el Sur.
Objetivamente se verá en esos momentos en Haití, un reino en
el Norte con Cristóbal a la cabeza, y una república, con Petión en el
Sur.
En Santo Domingo ese eje longitudinal imaginario separa el
Departamento del Cibao en el Norte, que se ha definido contra Francia
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Pedro Mir
en 1804, y el Departamento del Ozama, en el Sur, que emprende ahora esa tarea.
La intensidad de esa línea subjetiva dependerá del grado de
intensidad de la conciencia nacional, que precisamente empieza a
materializarse en esos días, y tenderá a disiparse en la medida en
que los pobladores respectivos de esas regiones se identifiquen y se
reconozcan, cada vez más claramente, como dominicanos.
Todavía en 1808, y es una impresión que se sustenta en el plano imaginario desarrollado por esos dos ejes, los cibaeños pueden
contemplar la faena emancipadora que se libra en el Sur contra
los franceses, un poco en la actitud del espectador interesado pero
independiente; como parece traslucirse en el siguiente párrafo de
una carta de Sánchez Ramírez a Toribio Montes, Gobernador de
Puerto Rico, en la que le comunica que los vecinos de Santiago de los
Caballeros, deseosos de contribuir en lo posible a ayudar en la presente empresa, han mandado a Jamaica a comprar un mil de fusiles con otros varios
pertrechos de guerra para armar bien a nuestras tropas, la que espero no
dilatará, porque días ha que han despachado a esta solicitud…1 Es como si
esa empresa, que tan generosamente los mueve a prestar toda ayuda,
no fuera su propia empresa, y como si ese eje imaginario trazara una
línea de solidaridad paralela a aquella que vincula al Rey Cristóbal
con Sánchez Ramírez, cuando le remite pronta y generosamente, según comunica Montes, trescientos fusiles completos, trescientos pares de
pistolas, trescientos sables, trescientas fornituras, trescientos pares de botas,
ochenta mil cartuchos y otros efectos, en una goleta que vino a este puerto a
cargo del brigadier de su ejército, Tavares, el mismo del patético llamado
a orillas del Yaque en 1805.2
Precisamente, es en el curso de esta guerra cuando se va a descubrir la presencia de un pueblo, documentalmente reconocido como
Carta de Sánchez Ramírez al Gobernador de Puerto Rico Toribio Montes, de
fecha 15 de diciembre de 1808. Fragmento insertado en el Apéndice del Diario
de la Reconquista de Juan Sánchez Ramírez (Proemio y Notas de Fr. Cipriano de
Utrera, Academia Militar Batalla de las Carreras, Aviación Militar Dominicana,
Vol. I, Santo Domingo 1957) como Documento 23.
2
Carta de Toribio Montes al Secretario de Estado y del Despacho de Guerra, de
6 de abril de 1809. Documento 63, lugar citado.
1
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pueblo dominicano al dejar constancia de su conducta, que deberá
disipar esa línea imaginaria que separa subjetivamente a unos dominicanos de una región, de los dominicanos de otra.
2
Pero en el curso de esta guerra hay que distinguir dos fases
porque esta departamentalización conceptual, que se advierte muy
claramente cuando ella se inicia, se va haciendo más difusa a medida
que avanza, y se impregna completamente de implicaciones nacionales cuando concluye.
La primera fase es llevada en peso sobre los hombros de las poblaciones del Sur, siguiendo toda la banda de esta costa en dirección
de la Capital, que es donde se asienta el poder francés, en una onda
revolucionaria que viene desde Neiba en el Oeste, primero, y desde
el Seibo en el Este, después. Es sólo en esta fase de la lucha en la
que puede verse la guerra como una contrapartida de las acciones
populares de 1804 en Santiago.
En una segunda fase, la guerra irá perdiendo sus esencias populares más puras pero, en compensación, irá ganando cada vez más en
el sentido de sus esencias nacionales.
Una de las razones que impulsará este proceso serán las levas que
se harán en todo el país para engrosar las tropas así como las requisas
de productos necesarios para su sostenimiento.
Fray Cipriano da para muestra de las requisiciones que entonces se
hacían para el sostenimiento del sitio, el siguiente dato que aparece en
una liquidación de herencia y que él supone haberse repetido en
todo el país:
En cinco pesas, llevadas al cantón para la guerra, sesenta reses, 60.
Suplidas por Petrona para el mismo fin, tres, 3.
El potro RUBICANO fue de requisición al cantón de Jainamosa y
vino tan matado de las agujas que por mucho que se cuidó, siempre
vino a morir.
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Los dos caballos viejos JAITI y PETIGRE, por escapar uno superior, me compuse y di los dos que se llevaron a D. Agustín Franco a
Santiago (en calidad de prisionero).
Gustosamente o no, va penetrando la conciencia de la responsabilidad nacional, aunque la campaña se haga en nombre del Rey
Fernando VII de España en el seno de las masas populares de todo
el país, que poco tienen que ver afectivamente con este lejano y desconocido monarca.
El mismo historiador García, que suele ofrecer una teoría distinta
para cada período, inicia ahora uno de los libros de su Historia con una
nueva en la que manifiesta que interpretada por los DOMINICANOS
la invasión de Dessalines, como consecuencia natural de la ocupación
FRANCESA, que si aceptaron gustosos al encontrarse abandonados por
los ESPAÑOLES, fue únicamente por librarse de toda comunidad con los
HAITIANOS,3 refleja en este «calembour multinacional el proceso
de desprendimiento profundo de esta población respecto a cualquier
fuerza extraña y el ahondamiento de sus esencias nacionales.
A esto se añade la creciente participación de fuerzas extrañas y
en ocasiones adversas al instinto popular, durante la segunda fase de
esta guerra, que tienden cada vez más a desnaturalizar su contenido
revolucionario y emancipador.
Estas dos fases se materializan, la primera, en las dos batallas
campales de MALPASO y de PALO HINCADO y, la segunda, en el
asedio estacionario de la PLAZA DE SANTO DOMINGO.
Las batallas
Las batallas de MALPASO y de PALO HINCADO se caracterizan por la naturaleza popular de las fuerzas que deciden su resultado. Ambas se libran en el sur con tropas de naturales de la región,
3
Compendio de la historia de Santo Domingo por José Gabriel García. Santo
Domingo 1893. Tercera Edición. Tomo I, página 345.
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arrastrados por un impulso patriótico común. La primera tiene lugar
por los lados del oeste, en los alrededores de Barahona; la segunda
por el este, cerca del Seibo.
Ambas obtienen la victoria a pesar de carecer totalmente de los
conocimientos técnicos del arte militar y sin otra preparación y experiencia que las «rociadas» preliminares que sirven para familiarizar
al soldado bisoño con el silbido de las balas y el aliento de la pólvora.
Comandadas por jefes más o menos improvisados y que se mueven por imperativos políticos, hacen frente a un adversario experimentado a quien dirigen militares de alta escuela y de gran tradición
de victoria bajo el águila imperial napoleónica.
No es, claro está, una repetición de la epopeya haitiana. Allí se
levantan 400 mil esclavos a quienes no se ofrece otra perspectiva
que la esclavitud o la muerte, y deben hacer frente a un Ejército
formidable de 57 mil veteranos. La grandeza de su victoria es, pues,
incomparable.
Pero aquí no es en la grandeza de sus victorias en lo que consiste
la grandeza de estas batallas. La población es veinte veces menor y
debe enfrentarse a un ejército menor en la misma escala sin que sea
motorizada por un apremio histórico tan gigantesco.
Su grandeza consiste en que ponen ante los ojos del pueblo, de
manera tangible y convincente, la evidencia de su capacidad para
alcanzar sus objetivos históricos con sus propias fuerzas. La grandeza de esa enseñanza será válida igual que la otra para todos los
tiempos y para todas las circunstancias y condiciones materiales, e
igualmente válida para todos los pueblos en todas las épocas, independientemente de la magnitud de las fuerzas que entren en juego
en un momento dado.
Por eso ellas ocupan, o deberían ocupar, un lugar luminoso en la
historia del pueblo dominicano.
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3
Malpaso
La primera de ellas, completamente preterida por la historiografía convencional, tuvo lugar el 10 de octubre de 1808 en el paraje conocido por MALPASO, en los alrededores de Neiba, hoy Barahona,
en el extremo occidental de la banda del Sur de esta parte de la Isla.
Allí se enfrentó un grupo de hombres reunidos apresuradamente
por un joven de 25 años, Cristóbal Huber Franco, madrileño, recién
venido de Puerto Rico por instrucciones del Gobernador de aquella Isla, Toribio Montes, para fomentar la causa española en Santo
Domingo.
El mismo declara en un proceso que se le siguió más tarde que
habiéndole nombrado los naturales de aquel distrito por su caudillo con motivo de haber jurado a nuestro Católico monarca Don Fernando VII el 25
de septiembre… tuvo la gloria de derrotar al enemigo con bastante pérdida
de muertos y heridos, sin que de la nuestra hubiese habido sino un muerto y
uno o dos simplemente heridos…4
Es sumamente dudoso que aquellos naturales, al oír por primera
vez el nombre del Católico monarca, se sintieran inflamados de españolismo después de una profunda experiencia de desdén imperial y de
cesión flagrante, aún cuando queramos despojarlos de toda facultad
de discernimiento. Y con tanto mayor razón cuanto que a esta acción
precedieron varias intrigas de Pablo Báez, (el padre del hijo) y otros españoles traidores a su nación,5 como declara Huber, que no pudiendo
debilitar el fervor patriótico en contra de los franceses, han debido
tener argumentos de mucho peso y de mucho momento para debilitarlo en favor de España. Lo objetivo en esta situación es el carácter
emancipador de la lucha contra Francia, y lo subjetivo e hipotético es
el carácter agitador y patriótico del nombre de Fernando VII.
En el encuentro fue derrotada una tropa francesa comandada por
el coronel Aussenac, el oficial más competente que poseía Ferrand,
Del proceso de Cristóbal Huber. Diario de la reconquista, Apéndice, Documento
167.
5
Idem.
4
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a quien se le oyó en cierta ocasión exclamar: ¡Ah, por qué no tendré yo
dos Aussenac…!
Huber declara que a los tres días de esta acción recibió de Péthion cuarenta cajones de cartuchos, cuatro mil chispas y cien alabardas…6 Con este
aporte y un refuerzo de más de cien hombres que incorporó Ciriaco
Ramírez y que se encontraban apostados a una legua de distancia de
Neiba, la tropa de naturales se convirtió en una fuerza determinante
en toda esa banda.
Este Ciriaco Ramírez, a quien Fray Cipriano de Utrera considera como el verdadero campeón de la causa reconquistadora aunque sin
dilucidar claramente sus fundamentos, era un hacendado de Azua,
gaditano, 38 años, que desde el día cinco de octubre declaró la guerra sin
más armas que once fusiles y un trabuco y cien hombres,7 y algunos días
después tenía más de 200 y en menos de un par de semanas había
reunido mil incluyendo 200 montados.
Con este ejército ambos caudillos sitiaron la ciudad de Azua que
fue abandonada al amparo de la noche por los franceses; no sin antes
dejar un incendio que destruyó 24 casas.
La marcha debió continuar a Baní, de manera incontenible. Pero
pudo ser contenida por los banilejos, que enviaron un correo a los
combatientes a fin de evitar que las tropas francesas destruyeran la
ciudad como intentaron hacerlo con Azua. Y hasta allí, y sin que se
pueda aceptar completamente este alegato, siguieron estos dos caudillos su marcha vencedora. Lo más probable es que en este periplo
tuviera algún influjo paralizador el curso de los acontecimientos que
desembocaron en la batalla de PALO HINCADO.
Pero, cualquiera que fuera la naturaleza de ese influjo, debió operar en la mentalidad de los dirigentes de la campaña. Lo importante,
en cambio, es que estas decisiones no son imputables al conjunto de
los «naturales» que integraban su ejército ni disminuye en ningún
sentido o medida, la naturaleza patriótica, la espontaneidad y la determinación de la contribución popular. MALPASO puede inclusive
6
7
Idem.
Del Proceso a Ciriaco Ramírez. Documento 168, loc. cit.
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reivindicar mayor pureza histórica que PALO HINCADO, ya que
esta última pudo incorporar a sus filas un contingente puertorriqueño de soldados profesionales.
La batalla de MALPASO, que inicia una campaña victoriosa en
la banda del sur para desatar la guerra contra el dominio francés en
la Isla, ha sido objeto de una preterición completa en los anales de
nuestra historiografía, debido en parte al egocentrismo de Sánchez
Ramírez y en parte a la tergiversación que de ella hizo José Gabriel
García, quien convierte en victorias las derrotas francesas.
El Gobernador de Puerto Rico, patrocinador de estas acciones
y que debía, por tanto, estar bien informado acerca de ellas, escribe
que en 23 de agosto y 15 de septiembre había enviado instrucciones a la
parte del Sur de Santo Domingo con proclamas publicadas en esta Plaza,
gacetas y otros papeles, y que fletó el Gobierno un pequeño barco, aun antes de haber visto ni conocido la firma de don Juan Sánchez Ramírez, el
cual, de estos sucesos y LAS VENTAJAS CONSEGUIDAS POR LOS
ESPAÑOLES QUE SE ALARMARON EN AZUA Y NEIBA, muy
anticipadamente a la gloriosa acción de Palo Hincado, no lo ha mencionado
y dejádolo en silencio…8
En carta que él mismo dirige a Sánchez Ramírez le recomienda
que debe dar parte circunstanciada y menudamente a la Suprema Junta
de cuanto ha ocurrido, empezando por lo de NEIBA y Palo Hincado de su
principio…9
Y más tarde: No ignora Vmd. los servicios que ha hecho en esa Isla
don Cristóbal Huber y Franco, a más de haber perdido cuanto tenía por haberlo Vmd. atropellado… sobre las buenas disposiciones que tomó en el sitio
llamado MALPASO antes que Vmd. emprendiese lo de Palo Hincado…10
Además de estas manifestaciones de Montes, existen las declaraciones de Huber Franco y Ciriaco Ramírez antes mencionadas.
Sánchez Ramírez, que mostró una intensa enemistad hacia estos caudillos que empalidecían su hazaña, los acusa de revoltosos e ineptos
pero nunca dice, cosa que habría aprovechado hasta lo último, que
Réplica de Montes. Documento 144, loc. cit.
Carta de Toribio Montes a Sánchez Ramírez. Documento 135 (in fine). loc. cit.
10
Montes a Sánchez Ramírez. Documento 136 (in fine), loc. cit.
8
9
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fueron derrotados en MALPASO y en Azua, como afirma García.11
Pero lo lamentable es que se haya adoptado ese criterio sin la menor
preocupación por las fuentes auténticas… Según García …el coronel Aussenac, que había desbaratado en El Malpaso, del otro lado del río
Yaque, un gran número de patriotas reunidos en aquel sitio inexpugnable,
recorriendo después los departamentos de Las Matas, San Juan, Neiba y
Azua… etc. A continuación sigue una prolongada narración de las
supuestas hazañas de Aussenac.
Palo Hincado
La batalla de PALO HINCADO tuvo lugar el 7 de noviembre
en un paraje de ese nombre situado cerca de la ciudad del Seibo. Fue
un choque encarnizado y sangriento que consumió la vida de 400
personas en solo diez minutos. Esa fue la duración total del encuentro, según la versión oficial del Gobernador Montes de Puerto Rico
a la Junta Central de Sevilla.12
El General Ferrand, que había sido debidamente informado de
la posición elegida y la disposición adoptada por los patriotas, se
presentó con 600 hombres, confiando en el efecto supuestamente
paralizador de su presencia imperial, y atacó a una considerable
distancia de su base, a un adversario que le superaba en número, en
conocimiento del terreno y en la pureza de su causa.13
Las fuerzas patrióticas se componían de unos mil 800 hombres
–1,200 de a pie y 600 de a caballo– de acuerdo con la información
que un ayudante de Ferrand, que pudo observarlas de cerca, le suministró a su jefe. Lemmonnier-Delafosse, hace subir esta cuenta a
Diario de la reconquista, ob. cit., página 67. En su Diario, Sánchez Ramírez dice
lo cierto es que en todas sus corridas no lograron Ramírez y Huber más ventaja que la
de haber muerto desde una emboscada en paraje casi inaccesible a un moreno francés
cojo, que era Oficial de las tropas dedicadas al servicio de Napoleón, si hubiese habido
derrota en Malpaso, Sánchez Ramírez no la habría omitido en las numerosas
páginas dedicadas en el Diario a desacreditar a sus dos adversarios.
12
Carta de Montes a la Junta Central a 26 de noviembre de 1808. Diario de la
reconquista, ob. cit., Documento 15.
13
Idem., página 48, Nota 92.
11
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tres mil 200 hombres y por su lado Sánchez Ramírez la hace bajar,
sin duda para salvar la brillantez de su hazaña, a sólo ochocientos. La
más verosímil es la del ayudante de Ferrand, porque de la veracidad
de su informe dependía el éxito de la disposición a tomar. El no
haber sido apreciada por su jefe, costó la vida a ambos.
En cuanto al número de bajas, se dijo que en la acción perecieron
315 franceses sin que se precisara nunca el número que cayó de la
otra parte.14
A Santo Domingo nunca retornó un número mayor de 40 franceses aunque la versión más dramática sólo reporta catorce.
En realidad, PALO HINCADO fue lo que el General Máximo
Gómez calificaba en Cuba de una «ratonera». Las tropas atacantes
francesas fueron recibidas con una descarga inicial de fusilería que
impidió que la carga de caballería rompiera las líneas. A este choque
inicial siguió el empleo por parte de los patriotas de un arma proverbialmente temible para los franceses y en la que los naturales eran
sumamente diestros: el machete. Ya era conocida desde los tiempos
de la batalla de Sabana Larga, en la época en que los españoles trataban infructuosamente de destruir el establecimiento de franceses
en la parte occidental, durante el Siglo xvii.15 En PALO HINCADO
se cubrió de una gloria que más tarde pasaría a la epopeya cubana,
en manos de Máximo Gómez y los «mambises» que, por cierto, recibieron su nombre de un moreno, Juan Mambí, personaje de esos
mismos días, acontecimientos y escenario.
Los franceses fueron destrozados desde los primeros minutos,
que no fueron muchos, del combate. Su caudillo, el propio Ferrand,
se vio obligado a emprender una fuga que concluyó en la Cañada de
Guaiquía, donde lo encontró exánime Pedro Santana (el padre del
hijo) con un disparo en la sien y le cercenó la cabeza para llevarla en
triunfo al Seibo.
Tres días después fue anunciada su muerte por los franceses que
habían permanecido en los fuertes de la Capital:
14
15
Idem., Documento 15.
Idem. Proemio.
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Ordre du jour au 10 Nbre. 1808.– Le General en Chef n’est plus: il
a fini victime de son aveugle confiance…
(Orden del día a 10 de noviembre de 1808.– El General en Jefe ya
no lo es: ha caído víctima de su ciega confianza…16)
Ferrand pagó con el deshonor su excesiva confianza en el prestigio imperial y su menosprecio a las facultades populares…
Aquellos diez minutos conmovieron al país como aquellos famosos diez días conmovieron al mundo.
Y no era para menos, esta victoria significaba a todas luces el
fin de la dominación francesa y el comienzo de una nueva etapa del
proceso histórico del pueblo.
La presencia masiva del elemento popular en las filas patrióticas
–la aportación puertorriqueña no sobrepasó nunca los 200 hombres–
revela cuán profundos eran los anhelos de cambio del pueblo. Y la
conciencia de su capacidad histórica saldría robustecida en forma
inconmensurable de las llanuras de PALO HINCADO.
También saldría engrandecido de allí el flamante General
Juan Sánchez Ramírez, en perjuicio de Huber Franco y Ciriaco
Ramírez que habían sido los indiscutibles iniciadores de esta
campaña y pronto se convirtieron en víctimas de su celoso orgullo. Y no tardaría mucho en celebrarse una famosa Asamblea
de Bondillo, donde los supuestos representantes de todo el pueblo, elegidos por el propio Sánchez Ramírez, le designarían
Comandante en Jefe de las tropas españolas y Jefe de la Parte Española
de Santo Domingo.
Con esos títulos podrán firmar, llegado el momento, el acta de
capitulación de las tropas francesas.
La victoria de PALO HINCADO marca el fin de la fase más
genuinamente popular de esta guerra. Y si ese momento marca
también el punto más elevado que la conciencia de sí mismo ha
sido alcanzada por el pueblo, toda acción política de sus enemigos
deberá ser dirigida a apagar esa conciencia. Y ese será el espinazo de
16
Idem., página 69. Nota 137.
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la táctica militar utilizada por Sánchez Ramírez durante el asedio a
la plaza de Santo Domingo que se inició una semana, más o menos,
después.
El asedio
Tras la acción de PALO HINCADO, Sánchez Ramírez emprende el sitio de la plaza de Santo Domingo. Mejor hubiera sido atraer
el enemigo a la batalla campal pero, una vez elegida aquella táctica,
lo aconsejable era aprovechar el calor de la tropa y lanzar el ataque
a la Plaza que, en los primeros momentos de sorpresa y de terror por la
derrota de Palo Hincado, acaso hubiera capitulado...17
Esa opinión es la de un testigo autorizado, el Teniente de Navío
D. Ramón Power, comandante de las unidades navales españolas
que participaron entonces en el bloqueo.
Montes advertía a su patrocinado desde Puerto Rico que un sitio
formal requiere muy extraordinarios gastos y aprestos que desde el principio
he juzgado inútiles…18
Y la experiencia de Dessalines debió haber hecho presente al
Caudillo de PALO HINCADO que un sitio prolongado estaba sujeto a riesgos imponderables y a recursos inauditos.
Ninguno de estos elementos de juicio fue suficiente a decidir
el asalto a la Plaza y Sánchez Ramírez optó por sofrenar sus tropas
y apartarlas de la epopeya. La vía elegida era la más opaca, aunque
desde luego más segura, pero también más lenta y menos gallarda: el
aniquilamiento por hambre.
Y el hambre los aniquiló. Pero al mismo tiempo aniquiló al país.
Durante los ocho largos meses que duró el sitio se agotaron
intramuros, las cotorras y las lagartijas a que tuvieron que apelar
lo franceses antes de capitular. Pero no era menos dramática la situación de las tropas sitiadoras: El abasto falta todos los días habiéndose
17
18
Contrarréplica de Power. Idem. Documento 144, página 328 (in fine).
Carta de Montes a Sánchez Ramírez. Idem. Documento 79 in fine.
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sostenido hasta ahora Dios sabe cómo y lo que me ha costado. Hoy se han
matado los últimos bueyes de que podía echar mano sin quitar los que sirven
en las carretas, pero mañana no sé con qué se raciona las tropas…19 Así se
expresaba el Caudillo desde su Cuartel General de Bocanigua, en
mayo de 1809, y faltaban todavía dos meses para la capitulación.
Cuando llegó ese momento, un país que había necesitado dos
siglos para recuperarse medianamente de la primera devastación, al
cabo de los cuales tuvo que soportar todavía dos devastaciones más,
experimentaba ahora una cuarta devastación tan irracional como las
anteriores. Para los franceses no pasaba de ser una aventura heroica.
En el primer banquete que los amables ingleses ofrecieron a sus cautivos, estos franceses tambaleantes pudieron recuperar las fuerzas
que se encontraban dormidas en el fondo de la última copa de vino.
Más, para que este país pudiera recuperarse de la última devastación,
sería cuestión de siglos y tal vez nunca más podría librarse del estigma de la miseria y del subdesarrollo que fueron sus consecuencias.
La inmensidad de esa tragedia es mayormente, y además imperdonablemente, imputable a Juan Sánchez Ramírez, por su falta de
sensibilidad ante las penurias de su propio pueblo.
La plaza fuerte de Santo Domingo no lo era tanto. Según
Lemmonnier-Dellaffosse, quien estuvo entre los sitiados es sencillamente una ciudad rodeada de una muralla sin fosos, escarpa ni contraescarpa. Y añade: Esta camisa de piedras no tiene quince pies de altura
en algunas partes. Está flanqueada con siete bastiones establecidos sobre
antiguas torres y ya podrá juzgarse que este sistema, en los frentes de tierra,
no ofrece una gran defensa. Si era útil en los tiempos de la conquista, ya no
es suficiente en nuestra época…
Dentro de esta camisa de piedras se encontraban incomunicados
no más de mil quinientos franceses. Sánchez Ramírez tenía a su alrededor todo el país y más allá de sus límites al mundo entero.
Poseía además una tropa cuyas facultades combativas habían sido
puestas de manifiesto en MALPASO y en PALO HINCADO y que
comprendía los mil ochocientos hombres reunidos por el mismo
19
Carta de Sánchez Ramírez a Fernández de Castro. Idem. Documento 77.
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Sánchez Ramírez en el Este, más los mil y tantos reunidos por Ciriaco
en el Sur, sin contar con el número incalculable de combatientes que
podía proporcionar el país entero. Era una cuestión de compromiso
con la Historia el permitir que estos combatientes se cubrieran de
gloria expulsando de sus tierras al dominador extranjero.
Dando las espaldas a ese compromiso, Sánchez Ramírez
se hizo auxiliar por dos batallones de infantería enviados por el
Gobernador de Puerto Rico que desembarcaron en La Caleta al
mando del Coronel Arata, y que se sumaron al contingente puertorriqueño que estuvo presente en PALO HINCADO, en total 500
hombres del Regimiento de Infantería de las Milicias Disciplinadas de
Puerto Rico.
A ellos habría que sumar los 150 italianos de la antigua expedición de Leclerc que se pasaron a las filas españolas de Sánchez
Ramírez.
Y además 700 infantes de marina que el Mayor General Hugh
Lyle Carmichael desembarcó en Palenque, magníficamente armados y entrenados.
El gran total que arrojan estas fuerzas asciende a cuatro mil ciento cincuenta hombres sobre las armas, pero con los brazos cruzados
ante una guarnición de mil quinientos soldados franceses desmoralizados y hambrientos.
A esta impresionante fuerza terrestre hay que añadir seis unidades
navales españolas al mando del Teniente de Navío Ramón Power,
igualmente venidas de Puerto Rico, las cuales se situaron modestamente al lado de una respetable escuadra naval venida de Jamaica, al
mando del Comodoro William Price Cumby, a la cual habría que incorporar los buques que trajeron a los hombres de Carmichael y a los
españoles del Coronel Arata. Esta fuerza naval se ocupó de establecer
el bloqueo a los franceses mientras la infantería permanecía ociosa y
contemplativa, salvo en aquellas ocasiones que los franceses salían de
los fuertes para hostilizarlas en su propio campo.
Para el sostenimiento de este enorme gentío, Sánchez Ramírez
tuvo que sacrificar la riqueza ganadera, ya reducida por las devastaciones de 1795 y de 1805 y que había sido la única compensación
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que, para la supervivencia del país, se recibió de las devastaciones de
Osorio en 1605.
Ya en junio de 1809 hubo que racionar la carne, debido a que,
como decía una Circular del Caudillo, la ganadería se encontraba
reducida en el día casi a su total exterminio…20
A fines de ese mismo mes, otra Circular prohibía totalmente el
comercio de carnes en razón de que «las numerosas fuerzas de tropas
de mar y de tierra, que tenemos en nuestro auxilio, de la nación británica,
van a necesitar unos abastos tan numerosos…»21
El 17 de julio solicitaba un préstamo de 50 mil pesos al
Gobernador de Puerto Rico, debido a que se habían agotado los
recursos maderables, caoba, campeche y otros palos,22 y le suplicaba
tomar en consideración las miserias que en el día se ve reducida esta parte
española con motivo de haber suministrado durante el sitio y bloqueo, las
carnes y víveres que se han necesitado para el abasto de más de cuatro mil
hombres de armas y demás empleados y para las divisiones de mar española
e inglesa…23
Tres años después, D. Francisco de Heredia y Mieses, padre del
famoso poeta Heredia, el cantor del Niágara, ambos nacidos aquí y
emigrados a Cuba, describía la magnitud de esta devastación ante
una audiencia que no lo iba a desmentir, por ser ella misma testigo
ardiente de esa situación, en un INFORME PRESENTADO AL
MUY ILUSTRE AYUNTAMIENTO DE SANTO DOMINGO,
CAPITAL DE LA ISLA ESPAÑOLA EN 1812,24 del cual procede
el siguiente extracto:
Circular del 12 de junio de 1809. Idem. Documento 96.
Circular del 30 de junio de 1809. Idem. Documento 106.
22
«Hasta el mes de septiembre de 1809 los palos de caoba enviados a Montes y
vendidos habían producido: el 10 de dic. de 1808 las 34 toesas, a 40 pesos y las 4
a 20 pesos 1,280 pesos y en sept. 1809 las 325 toesas, 4,333 pesos, 2 reales y 23
mrs. Trátase del envío de caoba para con el beneficio de la venta subvenir a los
gastos de la campaña». Diario de la reconquista, página 38 (nota).
23
Carta de Sánchez Ramírez a Montes, a 17 de julio de 1809. Idem. Documento
116.
24
Invasiones haitianas, recopilación de E. Rodríguez Demorizi, Santo Domingo,
1955, página 163.
20
21
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Cuando empezaba a salir nuestra patria de un estado tan triste y
abatido, sobrevinieron las ocurrencias que dieron lugar a su reconquista, y los esfuerzos extraordinarios hechos por sus naturales para
lograrla, al paso que los cubrieron de gloria, han completado la ruina
del país.
Es bien sabido que en sostener esta generosa lucha se consumieron más
de 30,000 reses vacunas, entre las gastadas con cuenta y las que sin ella
absorbió el desorden inevitable en semejantes ocasiones, sufriendo este
ramo, único de nuestra riqueza territorial, más que en el número en la
calidad de las cabezas, porque sin elección se tomaban las que había más
a mano, que son por lo común los rebaños domésticos y mejor conservados.
A proporción sufrió el mismo destrozo el ganado caballar que se había salvado o repuesto de la invasión anterior (la de Dessalines) como
que no hubo otro medio para todas las conducciones y acarreos de
una guerra volante de nueve meses, y nos lo está probando la grande
escasez que todavía se padece de este artículo tan necesario en un país
cuya comunicación interior se hace a lomo.
También se arruinaron todos los establecimientos rústicos que se habían reparado ocho o más leguas en contorno a la Capital, y por las
consecuencias inevitables de la guerra faltó poco para que llegásemos
a ver el extraño caso de traer de fuera la semilla de la caña dulce que
en muchos ingenios se perdió enteramente.
6
Este enorme sacrificio no fue impuesto al país en razón de que
Sánchez Ramírez ignorara o subestimara la capacidad combativa
de las fuerzas nativas que tenía bajo su mando. «No tengo duda,
le escribía a Montes para replicar a las reiteradas intimaciones de
ataque de éste, que las fuerzas de los naturales es suficiente para mantener el sitio y tomar la Plaza...25 Pero insistía en la necesidad de
25
Carta de Sánchez Ramírez a Montes en enero de 1809 (fecha no comprobada).
Documento 26.
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buques extranjeros a la vista del puerto, para que con su presencia
los aterroricemos…»
Los buques llegaron, se estableció rígidamente el bloqueo y el
Caudillo se vio obligado a anunciarle a su patrocinador puertorriqueño un ataque general a la Plaza, que debería efectuarse en marzo,
después en abril, después en mayo y finalmente el 10 de junio, un
mes antes de la capitulación y que naturalmente no llegó a efectuarse
jamás.
Hay una carta muy significativa dirigida a él por un oficial de la
marina inglesa, Esteban Dugby, desde su navío ARGOS fondeado
en el puerto de Santo Domingo que a juzgar por su contenido, es
contestación a otra de Sánchez Ramírez conminándole a efectuar
sobre los franceses el ataque que debió efectuar él mismo. El inglés
se lo deja comprender, aunque con la compostura a que le obliga su
condición, pero con toda claridad. Y, considerando la jerarquía de su
corresponsal, hasta con energía. La carta dice así:
A bordo del ARGOS, navío inglés, delante de Santo Domingo.26
Señor: Aunque no tenga yo orden de parte de mi gobierno para
atacar la ciudad de Santo Domingo, siempre, para demostrar a V.
E. mi voluntad y afecto, mi deber es cooperar en todo lo que depende
de mi parte; pero antes V. E. me permitirá hacerle las siguientes
reflexiones:
Me han informado que el Castillo de San Jerónimo no tiene artillería de modo que las tropas de V. E. no serán expuestas en atacarlo por
tierra y quitarlo al enemigo…
En cuanto a batir el puesto que tienen los franceses presentemente en
esa parte del río que llaman Los Cocos, tengo el honor de hacer presente a V. E. que es imposible para mí por ser un puesto muy elevado
y que los cañones de mis buques no pueden ser elevados tanto para
llegar al mismo puesto; pero sin embargo, vuestras lanchas pueden
sin riesgo batirlo, tanto porque pueden fondear cerca, cuanto porque
Carta del Capitán Esteban Dugby a Sánchez Ramírez a 24 de febrero de 1809.
Idem. Documento 43.
26
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la artillería de la Plaza no puede dañarlas, como lo pueden hacer a
mis buques.
Además, yo he dicho a vuestro interprete el plan que deseo V. E.
ejecutare para destruir de un golpe a nuestro común enemigo, cuyo
plan, si agrada a V. E. podrá avisármelo para yo aprontarme y hacerle conocer que deseo y quiero asistir a las operaciones de V. E... pues
la intención que yo tengo es de no contrariar ni un punto los deseos
de V. E. pero también no puedo propasarme a las instrucciones de
mis superiores. Tengo el honor de ser su afecto y obediente servidor.
ESTEBAN DUGBY, capitán.
A S.E. el Señor General D. Juan Sánchez Ramírez, Comandante
General de las Fuerzas españolas de Santo Domingo.
Al día siguiente de esta carta, el Caudillo escribe de nuevo al capitán Dugby diciéndole que ha designado a un oficial para que trate
con V. E. las operaciones que he determinado para el día primero del entrante marzo… y veladamente le acusa de estar en connivencia con el
enemigo, y que un parlamentario llamado Granfiere, enviado por los
franceses, le había dicho que la Plaza había recibido una proposición
de suspensión de armas de parte de Dugby, y que se lo informa por si
cae prisionero, pague lo mal que ha hablado de los ingleses…27
Esta forma candorosa de obligar a los ingleses a llevar a cabo las
operaciones que corresponden a él, ilustra la pertinaz determinación
del Caudillo de poner en manos extranjeras la tarea de liberar al país,
sustrayéndola de las manos del pueblo.
Pero el momento en que Sánchez Ramírez debía dar cuenta de
su responsabilidad en la prolongación del sitio, llegó por fin. Fue al
redactar el parte oficial de la capitulación francesa, dirigido el 28 de
julio de 1809 a Su Majestad el Rey de España. He aquí sus palabras
en relación con ese asunto:
Diversos accidentes que pondré en la Soberana noticia de V. M.
cuando las circunstancias lo proporcionen, han retardado la rendición
27
Carta de Sánchez Ramírez a Dugby a 25 de febrero de 1809. Idem. Documento 44.
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de dicha Plaza hasta la época en que se verificó con arreglo a las
Capitulaciones…28
Demás está decir que las circunstancias, y probablemente la
discreción del Caudillo, determinaron que esos accidentes nunca
fueran puestos en la soberana noticia, con lo cual habría ahorrado
no pequeña faena a las presentes generaciones.
Por esa inconsecuencia, nosotros nos vemos obligados a explicarnos con nuestros propios recursos, la naturaleza de esa firme
obstinación de Sánchez Ramírez en aplazar indefinidamente el
ataque general a la Plaza, que había anunciado repetidas veces a su
patrocinador y a sus huéspedes ingleses en aguas de Santo Domingo.
Es indudable que esa obstinación no podía ser el fruto de una
determinada configuración de su carácter o de cualquiera otra metáfora psicológica. Debía responder a motivaciones más profundas y
no necesariamente de orden militar. Sino político.
El verdadero sentido de esta política debe buscarse inclusive más
allá de Sánchez Ramírez, hurgando en el seno de las concepciones
de aquella clase social de donde este notable protagonista recibió
las suyas. Sánchez Ramírez era propietario de un corte de maderas en Macao, sección de El Jobero, que menciona en su DIARIO
DE LA RECONQUISTA pero es probable que lo fuera de otras
propiedades,29 pues en 1806 se le encuentra en un acto que pasó
ante el Presidente del Consejo de Notables, en el que se registra
que Manuel Villavicencio, por sí y por su hermana María de la
Soledad, vendió a D. Juan Sánchez Ramírez, natural de Cotuy y a D.
Manuel Carabajal, natural de Hincha, domiciliados en ésta, para ellos y
sus herederos y subcesores, a saber: dos derechos de tierra en los citios y
monterías de El Junco, el uno de diez pesos por veinticinco y el otro de cinco
en catorce, cuyas cantidades hacen la de treinta y nueve pesos, que confieso
Parte Oficial de la Capitulación francesa a S. M Fernando VII. Idem. Documento 124.
«El francés General Hedouville, en su relación del viaje que hizo por tierra de Santo
Domingo a Cabo Francés en 1798, menciona algunas de las posesiones rurales de
Sánchez Ramírez, por caer cercanas a aquel camino». Diario de la reconquista,
Proemio, página XXXV.
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haver recivido a mi satisfacción y voluntad… Y nos, D. Juan Sánchez
Ramírez y D. Manuel Carabajal, que presente somos al otorgamiento de
esta escritura, decimos que la aceptamos como se contiene, que es fecha en
esta villa de Higüey, Departamento del Hozama, en primero de octubre de
mil ochocientos seis…30
De manera que tenemos en D. Juan Sánchez Ramírez un terrateniente típico. Al consignar que había sido Comandante de Armas y
Alcalde, ordinario de su villa natal de Cotuí, Fr. Cipriano de Utrera
comenta: Y está demás la mera enunciación de terrateniente porque aquel
oficio de República, no se daba nunca a los privados de bienes de fortuna…31
Pero también sabemos que el Caudillo, que posee tierras de montería
en el Junco y cortes de madera en Macao, se ubica inequívocamente
en la clase de los hateros del Este, a la que pertenecía por la naturaleza y la ubicación de sus intereses, y respecto de la cual él actuaba
como portavoz y como intérprete.
El núcleo de esta política aparentemente conservadora, pero
que en el fondo es activa y violenta, gira en torno a la propiedad
de las tierras. Concretamente gira en torno al destino de la propiedad comunitaria de los «hatos», que constituye la tradición más
profundamente arraigada entre los terratenientes orientales y que se
encontraba amenazada en esos momentos por la tendencia histórica.
La presión de esa tendencia, impulsada y encarnada en la
Revolución francesa, se revelaba ya claramente opuesta y hostil a
la forma de producción basada en la propiedad comunitaria, que
frenaba el desarrollo de la burguesía capitalista, y mostraba su filo
revolucionario en dirección de la emancipación de las tierras por la
vía de la parcelación de los terrenos comuneros en Santo Domingo, y
la eventual desaparición de los hatos.
Partiendo de esa óptica, toda la política de los «hateros» va dirigida a combatir y si es posible a destruir en sus más hondas raíces a los
portadores de esa tendencia histórica, con un encono y con una firmeza que sólo se explica por las implicaciones que conlleva para toda esa
30
31
Diario de la reconquista, ob. cit., página 4, Nota.
Idem., Proemio, página XXXV.
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clase social. Es indudable que las numerosas voces que se acercaban al
oído de Sánchez Ramírez para impulsar sus actitudes y solidarizarse
con sus consecuencias, creaban en él las respuestas emocionales que
objetivamente reconocemos como obstinación y otras peculiaridades
de su carácter. Pero en el fondo se trata de una violencia colectiva que
se va a revelar en diversos aspectos, en el marco de la situación creada
en el país por los acontecimientos del 2 de mayo en España.
Una de las manifestaciones de esa violencia es la profunda hostilidad de Sánchez Ramírez hacia Ciriaco Ramírez, que a primera vista
parece circunscribirse a una cuestión de celo patriótico o de rivalidad
personal, y que conduce al primero a convertir los esfuerzos patrióticos del segundo en crimen de lesa patria. Pero la naturaleza de esta
confrontación no tiene otras raíces. Reside en la actitud que unos y
otros, los criadores como Sánchez Ramírez, y los cultivadores como
Ciriaco, adoptan respecto al sistema de propiedad de las tierras.
Los hateros del Este se consagraban a la cría de ganado y al corte
de maderas –que es la forma vegetal de la cría de animales– aunque en
los hechos no eran verdaderos criadores sino monteros y no sembraban
la caoba sino que la elegían cuando habían alcanzado selváticamente
cierto grosor del tronco, amparándose en la libertad de elección y
de corte que le otorgaba la comunidad de las tierras. Una práctica
ancestral que se remontaba a las primeras décadas que siguieron a las
DEVASTACIONES de 1605… y que S.V. describía unos años atrás
censurándolos así: «Los amos pondrían el remedio correspondiente a
tanto mal si se viesen reducidos a menos pastos y dehesas, y en pocos
años tendríamos mudado el sistema actual de crianza (que no es otro
que el de dejar los animales a lo que da el tiempo)…»32
Los terratenientes del Sur, por su parte, se dedicaban al cultivo
del café –el propio Ciriaco era un hacendado cafetalero– y al de la
caña de azúcar, que exigían un trabajo directo, una cierta ciencia y
una técnica por primitivas que fueran.
Esa diferencia en la naturaleza de la actividad económica de ambos sectores determina una actitud distinta respecto a la naturaleza
32
Sánchez Valverde, ob. cit., página 193.
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de la propiedad de los terrenos comuneros que, a su vez, imprime su
carácter a las concepciones políticas de ambos. Para los criadores es
cuestión de vida o muerte la supervivencia de la comunidad territorial que les permite la montería libre, el ganado y la búsqueda de los
árboles adecuados para el corte. Pero a los cultivadores les conviene
la cerca, que protege sus siembras de la incursión devoradora del
ganado. Y el mismo azucarero se inclina naturalmente a la propiedad
privada de las tierras, aunque eventualmente se beneficie de la comunidad territorial.
Estos dos sectores entran automáticamente en contradicción
cuando los azares de la vida pública traen al primer plano el problema de la supervivencia de la indefinición de la propiedad en el
sistema de los terrenos comuneros. Sánchez Ramírez objetiva de
manera inmisericorde la actitud del hatero del Este contra el cultivador Ciriaco, del Sur. Y se muestra implacable…
Así, con los mismos fundamentos, se explica la misión patriótica que lleva a Sánchez Ramírez a convertirse en un Caudillo en
la lucha por la expulsión de la dominación francesa y en un abanderado incondicional del retorno de la dominación española. En la
misma medida en que los franceses, sea cual sea su papel opresor en
Santo Domingo, son los portadores de la tendencia burguesa hacia
la parcelación de los terrenos comuneros y en consecuencia de la
destrucción y el hundimiento de la economía hatera, encontrarán
en Sánchez Ramírez y sus correligionarios un enemigo a muerte,
mientras que España será vista por ellos como un símbolo, no del
pasado como realmente debe ser vista, sino del futuro precario de
los terrenos comuneros, y como garantía de su supervivencia eterna.
Yo voy imitando a España. Tuyo, Sánchez, así terminaba el Caudillo, sin
que viniera a cuento, una carta que dirigía a José Joaquín del Monte
en mayo de 1809, sobre asuntos diarios de la guerra.33
Los cultivadores, por el contrario, no tienen que verse necesariamente afectados por la tendencia francesa ni favorecidos por la
33
Carta de Sánchez Ramírez a José Joaquín del Monte a 27 de mayo de 1809.
Diario de la reconquista. Documento 82.
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tendencia española. Y no es por casualidad que Pablo Báez, el padre
del hijo, connotado azucarero del Sur, intrigara en favor de los franceses, siendo español, traidor a su nación, como lo calificaba Huber
ante sus jueces españoles. Pero no pudo calificarlo de traidor a sus
intereses…
Y en esos mismos términos se explica la intensa hostilidad de los
hateros hacia su pueblo, debido a que la tendencia popular, inevitablemente orientada en dirección del progreso histórico, era la portadora
natural, y además vigorosa y temible, y sobre todo inmediata, de esa
tendencia histórica a la que su lucha debía imprimir una dimensión
revolucionaria mucho más profunda que cualquiera de los casos anteriormente señalados. Y este es el punto que más nos interesa.
7
Hacia el mes de abril de 1809 comenzó a manifestarse ya el descontento de algunos sectores, respecto de la prolongación del asedio y
de la política de pasividad impuesta por Sánchez Ramírez a sus tropas.
Efectivamente se produjo una conspiración en Santiago contra la autoridad del Caudillo, que tal vez se produce allí porque la
experiencia histórica puede haber elevado la conciencia política y
nacional de las masas. En la conspiración fue implicado un número
indeterminado de naturales descontentos, como él llegó a calificarlos.
La gravedad de la conspiración se mide por el hecho de que tras el
arresto de ciertos implicados, cuyos nombres no se recogen, fueron
pasados sumariamente por las armas, por orden directa de Sánchez
Ramírez.
La única constancia de este episodio que poseemos, aparece en
una carta del propio Sánchez Ramírez en la cual restándole importancia al hecho y culpando a los franceses como era su costumbre,
informaba al Gobernador de Puerto Rico en la forma siguiente:
Habiendo sido exactamente informado de que los franceses Harzand
y Modre trataron de levantar partido contra mí de acuerdo con el
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General Dubarquier, para venirme a atacar, quienes tuvieron la ligereza de proponérselo a dos Comandantes de Partido de quienes fui
igualmente informado, seduciendo a algunos otros naturales descontentos (que Usía puede considerar que no faltarán), como lo observo
en algunos a pesar de la grande política con que los llevo, tomé la
sigilosa providencia de prevenir al Comandante de Santiago donde
residían, los sorprendiese, asegurase su arresto y pasase por las armas, como se ha verificado, según su aviso de haberlo así cumplido…
Es claro que al Caudillo no le convenía en absoluto admitir que
tenía opositores –como lo sugiere la frase que Usía puede considerar
que no faltarán para disculparse de que no falten de manera que el
haberlo informado revela que tenía alguna importancia como para
elevarla a nivel superior de Gobierno.
A pesar de ello, omite los nombres de los implicados y notoriamente los de los Comandantes de Partido, que son personajes
importantes de la supuesta conjura, por haberla revelado y por ser
los mejores testigos de cargo, después que los franceses le divulgaron a ellos con una ligereza impropia y por tanto completamente
inverosímil, los nombres de conjurados. En cambio, proporciona
prolijamente los nombres de los franceses indiscretos, que por
cierto no figuran en las listas de Lemmonnier-Dellaffosse, sin que
esta identificación aporte alguna significación a la trama y menos al
informe.
Todo esto hace sumamente sospechosa la información referida y
no deja en claro nada más que los hechos irrefutables: que se produjo
una conspiración en Santiago entre naturales descontentos; que ésta iba
dirigida contra la autoridad del Caudillo; y que, como consecuencia
de ello, un número indeterminado de opositores a esa autoridad fue
pasado por las armas, según aviso del Comandante de Santiago de
haberlo así cumplido…
Y es lástima. Sánchez Ramírez no puede haber dejado ningún
documento, ni sentencia ni instrucción judicial que eche alguna luz
sobre un episodio que quién sabe qué profundas implicaciones históricas encierra.
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En consecuencia: la estrategia de los «hateros» durante los acontecimientos suscitados por el 2 de mayo español, debía encaminarse
desde los primeros instantes hacia tres objetivos fundamentales:
UNO, al desplazamiento de los terratenientes del Sur, con vistas a
eliminar el peligro de una eventual preponderancia en la dirección del movimiento. Este objetivo fue alcanzado por Sánchez
Ramírez y sus acólitos en la Asamblea de Bondillo;
DOS, a una derrota decisiva sobre los franceses, con vistas a obtener
la preponderancia política en todo el país. Este objetivo fue alcanzado por Sánchez Ramírez en los terrenos del Este, su propio
«patio», por medio de la gran batalla de PALO HINCADO; y
TRES, a la destrucción y el aplastamiento de cualquier iniciativa
popular que brotara de las masas, como resultado de la toma de
conciencia de sus propias fuerzas, lo cual se habría producido
inevitablemente en caso de obtenerse una victoria contra los
franceses en su reducto de Santo Domingo como se obtuvo en
los campos del Este.
Y ese es el objetivo que subyace, de manera profunda y oculta, en
la política de prolongación indefinida del asedio a la Plaza de Santo
Domingo.
Por eso deben ser descartadas las facetas sicológicas del dirigente
de esta política. Se trata de sus intereses materiales, ligados por él y
por toda la clase social a la que él pertenecía, considerada por ellos
como representativa de toda la sociedad. Y lo expresa con toda claridad en una circular del 1ro. de abril de 1809:
… el único modo que hay para vencer al enemigo es marchando sobre
él hasta encontrarlo, para castigar su tenacidad y temeraria resistencia, y poder incorporar cuanto antes bajo las banderas de nuestra
Monarquía española este hermoso territorio, como unánimemente lo
hemos jurado, con lo que lograremos descansar en el seno de nuestras
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familias en la tranquila posesión de nuestras propiedades y beneficios
que nos dispense, para su conservación y aumento, el Soberano…
Eran a todas luces evidentes las implicaciones y complicaciones
históricas que podría introducir en el pueblo esa victoria que se veía
tan cerca. Lo menos que podía suceder era que se viera perturbada
esa tranquilidad añorada que disfrutaron los terratenientes en la
época somnolienta que antecedió al despertar de los pueblos, antes del Tratado de Basilea en 1795. El ejemplo de Haití, que era la
manifestación en esta Isla de las influencias revolucionarias que flotaban en la época, estaban demasiado próximas, en el tiempo y en el
espacio para que algún sector social permaneciera indiferente a sus
enseñanzas. Nadie podía ignorar –y esa era la enseñanza suprema de
la hazaña del Santiago insurrecto y precursor de los días, más cálidos
que invernales, de 1804-1805– que detrás de las hazañas del pueblo
se encontraba la palpitación incontrolable de la independencia.
Y es a la luz de esas profundas experiencias que debemos considerar aunque no debemos esperar a que aparezca consignado en
ningún documento debidamente sellado y rubricado, que la táctica
de lucha seguida contra el francés durante el sitio a la plaza de Santo
Domingo, estuvo firmemente determinada por el objetivo supremo
de impedir que la victoria de las armas nativas, desembocara en un
proceso revolucionario en todo el país como pudo haber ocurrido en
Santiago en 1804. Y, correlativamente, que ese objetivo iba acompañado de la determinación de delegar esa victoria en manos de las
potencias extranjeras.
De ahí la prolongación del sitio y el papel preponderante asignado al bloqueo extranjero, que se justificaba con la inevitabilidad
de la capitulación por la vía del aniquilamiento por hambre, aunque
el hambre afectaba por igual a las tropas enemigas y a las tropas
nativas, y en definitiva a todo el país. A pesar de que el Caudillo
admitía oficial y públicamente que el único modo que hay para vencer al
enemigo es marchando sobre él hasta encontrarlo. Por eso no marchaba.
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La consagración más dramática de la política vertebrada por Juan
Sánchez Ramírez durante el sitio de Santo domingo, se presentó a
raíz de la capitulación francesa, cuando llegó el momento supremo
de ocupar la plaza; el mando inglés dispuso que las tropas integradas
por naturales del país, que se habían cubierto de gloria derrotando
a los franceses en MALPASO y en PALO HINCADO, no participarían en el acto de ocupación de la plaza y debían permanecer
acampadas en GAZCUE, extramuros de la ciudad.34
Sólo vagamente puede serle imputada a los ingleses la responsabilidad de esta humillación inmensa, infligida sobre aquellas tropas
que habían materializado esta victoria con sus sacrificios. La razón de
esta medida dictada por el Mayor General Carmichael se encuentra
en los términos de la capitulación articulada directamente por él con
los franceses, una de cuyas condiciones era precisamente aquella,
en la cual los franceses proponían que fuesen excluidas de la toma
de posesión del reducto militar, las tropas de naturales que habían
derrotado, humillado y conducido al suicidio a su jefe el General
Ferrand y que habían puesto en fuga a su oficial más brillante, el
teniente Aussenac. Si Carmichael aprobó esa humillación, que a
sus ojos debía carecer de sentido, a favor de la viabilización de la
rendición de los franceses y la entrega de la plaza, es cosa que sólo
débilmente puede serle recriminada.
El grueso de esta responsabilidad recae sobre Juan Sánchez
Ramírez quien posibilitó, gestionó y refrendó con su actitud, con
su presencia y con su firma, la entrega de la plaza en manos de los
ingleses, sin haber disparado aquéllos un tiro de fusil como se lo informó
al Gobernador Montes35 y éste a la Junta Central de Sevilla.36
Su culpabilidad ante la Historia consiste en haberle usurpado
la gloria a su propio pueblo. Sánchez Ramírez no debió haber
Comunicación de William Walton, Secretario del Mayor General Carmichael a
Sánchez Ramírez. Idem. Documento 112.
35
Carta de Sánchez Ramírez a Montes el 17 de julio de 1809. Idem. Documento 117.
36
Carta de Montes a Martín Garay a 5 de septiembre de 1809. Idem. Documento 141.
34
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permitido nunca que las tropas vencidas capitularan en manos extranjeras cuando las armas nativas estaban movilizadas y ansiosas
de combate. El 14 de mayo hizo pública una circular que iniciaba
con las siguientes palabras: Ha llegado ya y se encuentra bloqueando el
puerto de Santo Domingo la escuadra inglesa que, A PETICIÓN MÍA,
ha enviado el Vice-Almirante de Jamaica.37 Esta petición, que es abiertamente proclamada en un acto público y de la que tuvo informe del
Gobernador de Puerto Rico por vía directa del Vice-Almirante de
Jamaica, muestra palmariamente que Sánchez Ramírez hizo delegación de su deber en manos de los ingleses y que, por tanto, despojaba
de su misión histórica a los naturales de este país, autorizando implícitamente la marginación de que estos fueran objeto.
Pero si alguna duda cabe, no hay más leer la carta que le dirige
Carmichael desde el Palacio de Santo Domingo en fecha 22 de julio
de 1809 en la cual el comandante inglés se manifiesta consternado por
el reproche de Sánchez Ramírez en el sentido de que las tropas inglesas ocupaban los principales puestos de la Ciudad y le replica que
si ahora la guardia del Conde y de otros puestos principales es solamente de
ingleses yo no sé a qué atribuirlo, pues fue después de haber recibido un oficio
de V. E. a ese objeto.38
Fray Cipriano de Utrera afirma que Carmichael ordenó en sus
disposiciones para hacer la entrada en la Ciudad de Santo Domingo, que la
tropa irregular española se acampase en Gazcue, haciendo primeramente
entrega de las armas…39 No parece probable. La carta que acabamos
de mencionar, en la cual el inglés revela que Sánchez Ramírez contradice un oficio anterior, permite suponer que el Caudillo protestó
por la ocupación exclusivamente inglesa de los puestos principales
de la Ciudad, para ocultar su responsabilidad en una medida que
debe haber suscitado enérgicas protestas entre aquellos que habían
conquistado ese derecho con las armas en las manos. De haber sido
Circular desde el Cuartel de Bocanigua a 14 de mayo de 1809. Idem. Documento
75.
38
Carta del Mayor General Carmichael a Sánchez Ramírez a 22 de julio de 1809.
Idem. Documento 120.
39
Diario de la reconquista, ob. cit., Proemio, página XLVIII.
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así, la respuesta a cualquier tentativa de desarmar esas tropas no habría sucedido sin un escándalo histórico.
Tampoco Sánchez Ramírez podía permitir el desarme de unas
tropas que constituían la base material del poder político y sin las
cuales ese poder se hubiera volatilizado con los primeros rayos de
la aurora.
Y Fray Cipriano, que aporta una documentación que muestra la
orden de acuartelamiento de las tropas en Gazcue, no aporta ninguna referida al desarme de ellas.
Lo más probable es que el cura adoptara mecánicamente unos
juicios de José Gabriel García en los que palpita una confusión.
García trae en su Historia una referencia concreta a la orden de
desarme dictada por Carmichael, pero esta es claramente dirigida a
aquellos individuos que, sin ser franceses y por consiguiente nativos
del país, habían hecho causa común con los vencidos y se encontraban intramuros de la Ciudad ocupada. Esta orden no se refería a las
tropas de nativos del país acampanadas por orden de Carmichael en
Gazcue, extramuros de la ciudad.
He aquí el texto que trae García:
…los dos jefes aliados dictaron la proclama que el día 14 de julio firmó
de orden de ellos el secretario Walton y se imprimió a tres columnas
en inglés, español y francés, mandando expresamente A TODOS
LOS HABITANTES DE LA CIUDAD, que en el término de la
fecha depositaran en el patio del palacio de gobierno todas las armas
y municiones que tuvieran en su poder, marcadas con el nombre de
sus dueños las que fueran de propiedad particular para devolverlas a
su debido tiempo, y previniendo igualmente que todo individuo que
desatendiera a este mandato vencido el tiempo prefijado sería considerado como enemigo del país, y juzgado en consecuencia, con todo el
rigor de la ley, como culpable de querer alterar la paz y perturbar la
tranquilidad pública…40
Compendio, Vol. III, página 4.
40
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Pedro Mir
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Aquí no hay lugar a confusiones. Queda claro que esa medida va
dirigida a todos los habitantes de la ciudad y no a las tropas sitiadoras
que se encuentran acampadas en Gazcue, fuera de ella.
Pero el historiador García es astuto. En esta situación le resulta
imposible pronunciarse en favor de estos colaboracionistas afrancesados, a quienes páginas atrás ha tributado los calificativos más
respetuosos y los elogios más distinguidos. Ahora se ve forzado a
apelar a una estratagema en la que ha atrapado fácilmente a Fray
Cipriano: en lugar de defender a la élite afrancesada que luchó
contra el pueblo, arma en mano, y que ahora es obligada, en buena
ley y con toda justicia, a soltar esas armas; García defiende a toda
la población hambrienta y miserable, como si esa élite, que fue distinguida por Ferrand atropellando a los pobres y a la gente de color en
su provecho, fuera esa población o formara parte de ella o pudiera
defenderse en los mismos términos que a toda la población, incluyendo a los que hicieron armas patrióticas contra la dominación
francesa.
Esto, claro está, le permite engolar la voz y decir palabras muy
hermosas y muy atinadas para quien las interprete en el sentido de
los anhelos populares.
Estos afrancesados, traidores auténticos que García identifica
con el pueblo, no reciben, por supuesto, a Sánchez Ramírez vencedor, como quiera que sea, de los franceses, con vivas muestras de entusiasmo y alegría. Más bien con odio. Y así se lo describe el Caudillo
a un amigo de Puerto Rico, el Lic. Juan Nepomuceno Arredondo:
cuando en todas partes se han llenado de regocijo, esta capital se manifiesta la más triste del mundo, porque al paso que todos los dominicanos que se hallan fuera de la Isla y los vecinos de los pueblos, se han
mostrado tan corteses conmigo, muchos de los vecinos de esta ciudad,
que estaban engreídos con los franceses, no pueden aunque quieren
esconder su veneno, y en fin, no parece que se ha redimido a Santo
Domingo del yugo de los franceses, sino que se acaba de sacrificarle a
la esclavitud…
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No puede haber una situación más clara que ésta que describe
el Caudillo. Cualquiera que fuera su actitud frente al pueblo él encarnaba inequívocamente el odio a los franceses y eso no podía ser
aplaudido por los afrancesados. Pero el historiador García, porque
su pluma es una varita mágica importada de París, convierte a estos
afrancesados indefendibles que constituyen una minoría perfumada,
en la totalidad de la masa común del pueblo.
Ese artificio permite a García comentar la carta del Caudillo a
su amigo Nepomuceno de Puerto Rico en los siguientes términos:
…juicio revelador por lo exagerado y severo, de la triste impresión
que había causado al héroe de Palo Hincado, el no encontrar el recibimiento entusiasta que esperaba como recompensa de sus heroicos
esfuerzos por restaurar la dominación española, sin parar mientes,
ofuscado sin duda por efecto del desencanto, tan propenso a imbuir en
errores a los mandatarios, que una población hambrienta y miserable
no podía tener aliento para entregarse a grandes demostraciones de
regocijo, ni era motivo de fundadas esperanzas el poderoso ascendiente que entró ejerciendo en los asuntos públicos la intervención
extranjera, mal vista siempre por la masa común del pueblo, ni podía
dejar satisfechas tampoco todas las aspiraciones, la vuelta a un régimen añejo en circunstancias que habría sido más provechoso dirigirse
de una vez a la conquista de la independencia absoluta ni más ni
menos que como lo habían hecho ya, no sólo los Estados Unidos de la
América del Norte, sí que también los vecinos mucho más cercanos
de Occidente…
Súbitamente, García ha comprendido una serie de problemas
que no había comprendido antes y que olvidaría tranquilamente
después. Ahora comprende que es inaceptable en los asuntos públicos,
la intervención extranjera cosa que había aceptado al juzgar a Ferrand.
Comprende igualmente ahora el papel histórico de la masa común del
pueblo, que ignoró en los días ardientes del Santiago de 1804. Y ve
ahora con toda lucidez, y va a dejarlo de ver en numerosas ocasiones, que las aspiraciones populares, inspiradas por el ejemplo de los
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Pedro Mir
Estados Unidos y por los vecinos mucho más cercanos de Occidente, se
inclinaban a la independencia absoluta. Y es lástima, porque de haber
sido consecuente con esas impresiones que momentáneamente le
inspiró la carta del Caudillo, y el anhelo recóndito de defender a
los traidores a su nación como los llamaba Huber, le habría permitido
dejarnos en herencia una genuina historia popular. Y, sobre todo,
verdadera…
10
Esta devastación, que completa el cuadro general de la destrucción de este país, marca el punto de partida de la historia del pueblo
dominicano objetivamente consagrada.
Es una historia marcada por un signo de extrema pobreza que
obligará a cada uno de los miembros de la población a actuar con la
filosofía del naufragio.
En los 200 años anteriores, el núcleo histórico lo constituía la
familia y, fuera de sus estrechos marcos, el mundo parecía diluirse en
la más densa de las sombras.
Pero la última devastación, que no logró hacer desaparecer el
país, acabó por destruir el sistema.
A fuerza de golpear sobre la cabeza de los hombres, los hizo
invulnerables a la destrucción.
Les creó una resistencia natural a la adversidad que haría posible,
no sólo su supervivencia, sino su aglutinación popular en unos términos tan recónditos, tan entrañables, que haría posible que las leyes
históricas se cumplieran como si este pueblo no tuviera cabezas.
Sólo podían sobresalir aquellas que se plegaban a las condiciones
del enemigo.
Y el pueblo aprendió a seguir su curso histórico sin más dirección que la de los acontecimientos.
Es posible que esta situación hiciera más laboriosa su faena.
Es igualmente posible que la brillantez de las hazañas populares
haya sido oscurecida por la ausencia de esos seres prodigiosos que
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son capaces de encarnar, por la excepcionalidad de sus cualidades, la
epopeya de todo un pueblo, como Martí, y hasta de un continente
como Bolívar, y aún de una era, como Lenin.
En la historia del pueblo dominicano las figuras más sobresalientes son sus tiranos.
Pero el hecho objetivo es que, si bien ninguno de los héroes, o
muy pocos entre ellos, han exhibido la misma estatura de los tiranos,
si ninguno de ellos ha podido tener el destino del pueblo en sus
manos por un período razonable, la historia ha seguido su curso
y el pueblo ha seguido exactamente la misma trayectoria histórica
que han seguido las naciones hermanas de este Continente, de una
manera oscura pero certera, de una manera modesta pero cualitativamente exacta.
En tiempos de Toussaint y Dessalines no hubo en esta parte de la
Isla un personaje de esa talla que pudiera dirigir los acontecimientos
en el sentido en que el propio pueblo los condujo.
Y lo mismo ocurrió en tiempos de Boyer.
La etapa de la independencia conocería figuras como la de
Santana cuyo adversario directo y visible no fue el hombre que el
destino llamó para encarnar los anhelos populares –DUARTE– sino
otro tirano de la misma estatura, Báez, que puede llenar con suma
elegancia las páginas de cualquier biografía.
Lilís, que gobernó el país durante 20 años y Trujillo que lo gobernó durante 30, lograron representar la historia de este país y ser
conocidos universalmente de manera más conspicua que hombres
como Luperón en su tiempo y los mártires de 1959 y otros mártires
en el suyo, que encarnando las aspiraciones populares, combatieron
heroicamente y a veces grandiosamente.
Sin embargo, la historia de este pueblo no es la historia quizás de
sus grandes constructores pero tampoco es la historia de sus grandes
destructores.
Las energías históricas de estos últimos, que mantuvieron en
sus manos durante largos períodos los recursos del poder, se agotaron antes de lograr que el pueblo torciera la línea de su propio
destino.
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Pedro Mir
De donde resulta que su verdadero adversario, el adversario invencible y vencedor, fue el pueblo.
Un vencedor vagamente glorioso.
Pero inmortal.
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HISTORIA DE LA HISPANIOLA
PREHISTORIA
La vida aborigen hasta el Descubrimiento
PROTOHISTORIA
Desde el Descubrimiento hasta las Devastaciones
HISTORIA
De las Devastaciones a nuestros días
Sistema de la
Esclavitud Moderna
o «de plantación»
Sistema de la propiedad comunitaria
de las tierras
HISTORIA de la
República de Haití
o de la parte occidental
de la Isla Hispaniola
antes francesa
HISTORIA DE LA REPÚBLICA DOMINICANA
(Historia del pueblo dominicano)
o de la parte oriental de la Isla Hispaniola antes española
ERA IMPERIAL
Predominio de la propiedad territorial
1605-1873
ERA IMPERIALISTA
Predominio de la propiedad capitalista
1873-19..
Período de las Devastaciones
(Ciclo Colonial)
1605-1809
Devastaciones
de ESPAÑA
Osorio
1605
Período de las Anexiones
(Ciclo Republicano)
1809-1873
Devastaciones
de FRANCIA
Época de la
DEPENDENCIA
Época de la
INDEPENDENCIA
Joaquín
García 1795
Dessalines
1805
Anexión
España 1800
Sánchez
Ramírez 1809
Anexión
La Gran
Colombia 1821
Anexión
Francia 1844
Anexión
España 1861
Gestación del pueblo dominicano
1795
Fin de la connotación española
de la nacionalidad del pueblo
Anexión
Haití 1822
NACIMIENTO
DEL PUEBLO
DOMINICANO
1804
Indeterminación
nacional del pueblo
Período europeo
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Anexión
E. U. 1870
Constitución absoluta
del pueblo dominicano
1808
PALO HINCADO
primer movimiento nacional
Período americano
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Publicaciones del
Archivo General de la Nación
Vol. I Vol. II Vol. III Vol. IV Vol. V Vol. VI Vol. VII Vol. VIII Vol. IX Vol. X Vol. XI Vol. XII Vol. XIII Vol. XIV Correspondencia del Cónsul de Francia en Santo Domingo, 1844-1846.
Edición y notas de E. Rodríguez Demorizi, C. T., 1944.
Documentos para la historia de la República Dominicana. Colección de
E. Rodríguez Demorizi, Vol. I, C. T., 1944.
Samaná, pasado y porvenir. E. Rodríguez Demorizi, C. T., 1945.
Relaciones históricas de Santo Domingo. Colección y notas de E.
Rodríguez Demorizi, Vol. II, C. T., 1945.
Documentos para la historia de la República Dominicana. Colección de
E. Rodríguez Demorizi, Vol. II, Santiago, 1947.
San Cristóbal de antaño. E. Rodríguez Demorizi, Vol. II, Santiago,
1946.
Manuel Rodríguez Objío (poeta, restaurador, historiador, mártir). R.
Lugo Lovatón, C. T., 1951.
Relaciones. Manuel Rodríguez Objío. Introducción, títulos y notas
por R. Lugo Lovatón, C. T., 1951.
Correspondencia del Cónsul de Francia en Santo Domingo, 1846-1850.
Vol. II. Edición y notas de E. Rodríguez Demorizi, C. T., 1947.
Índice general del «Boletín» del 1938 al 1944, C. T., 1949.
Historia de los aventureros, filibusteros y bucaneros de América. Escrita
en holandés por Alexander O. Exquemelin, traducida de una
famosa edición francesa de La Sirene-París, 1920, por C. A.
Rodríguez; introducción y bosquejo biográfico del traductor
R. Lugo Lovatón, C. T., 1953.
Obras de Trujillo. Introducción de R. Lugo Lovatón, C. T., 1956.
Relaciones históricas de Santo Domingo. Colección y notas de E.
Rodríguez Demorizi, Vol. III, C. T., 1957.
Cesión de Santo Domingo a Francia. Correspondencia de Godoy, García
Roume, Hedouville, Louverture, Rigaud y otros. 1795-1802. Edición de
E. Rodríguez Demorizi, Vol. III, C. T., 1959.
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Publicaciones del Archivo General de la Nación
Vol. XV Documentos para la historia de la República Dominicana. Colección de E.
Rodríguez Demorizi, Vol. III, C. T., 1959.
Vol. XVI Escritos dispersos. (Tomo I: 1896-1908). José Ramón López. Edición
de A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2005.
Vol. XVII Escritos dispersos. (Tomo II: 1909-1916). José Ramón López. Edición
de A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2005.
Vol. XVIII Escritos dispersos. (Tomo III: 1917-1922). José Ramón López. Edición
de A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2005.
Vol. XIX Máximo Gómez a cien años de su fallecimiento, 1905-2005. Edición de
E. Cordero Michel, Santo Domingo, D. N., 2005.
Vol. XX Lilí, el sanguinario machetero dominicano. Juan Vicente Flores, Santo
Domingo, D. N., 2006.
Vol. XXI Escritos selectos. Manuel de Jesús de Peña y Reynoso. Edición de
A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2006.
Vol. XXII Obras escogidas 1. Artículos. Alejandro Angulo Guridi. Edición de
A. Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2006.
Vol. XXIII Obras escogidas 2. Ensayos. Alejandro Angulo Guridi. Edición de
A. Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2006.
Vol. XXIV Obras escogidas 3. Epistolario. Alejandro Angulo Guridi. Edición de
A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2006.
Vol. XXV La colonización de la frontera dominicana 1680-1796. Manuel Vicente
Hernández González, Santo Domingo, D. N., 2006.
Vol. XXVI Fabio Fiallo en La Bandera Libre. Compilación de Rafael Darío
Herrera, Santo Domingo, D. N., 2006.
Vol. XXVII Expansión fundacional y crecimiento en el norte dominicano (16801795). El Cibao y la bahía de Samaná. Manuel Hernández González,
Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XXVIII Documentos inéditos de Fernando A. de Meriño. Compilación de José
Luis Sáez, S. J., Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XXIX Pedro Francisco Bonó. Textos selectos. Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XXX
Iglesia, espacio y poder: Santo Domingo (1498-1521), experiencia
fundacional del Nuevo Mundo. Miguel D. Mena, Santo Domingo,
D. N., 2007.
Vol. XXXI
Cedulario de la isla de Santo Domingo, Vol. I: 1492-1501. Fray Vicente
Rubio, O. P., edición conjunta del Archivo General de la Nación
y el Centro de Altos Estudios Humanísticos y del Idioma Español,
Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XXXII La Vega, 25 años de historia 1861-1886. (Tomo I: Hechos sobresalientes en
la provincia). Compilación de Alfredo Rafael Hernández Figueroa,
Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XXXIII La Vega, 25 años de historia 1861-1886. (Tomo II: Reorganización de
la provincia post Restauración). Compilación de Alfredo Rafael
Hernández Figueroa, Santo Domingo, D. N., 2007.
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Publicaciones del Archivo General de la Nación
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Vol. XXXIV Cartas del Cabildo de Santo Domingo en el siglo xvii. Compilación de
Genaro Rodríguez Morel, Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XXXV Memorias del Primer Encuentro Nacional de Archivos. Santo Domingo,
D. N., 2007.
Vol. XXXVI Actas de los primeros congresos obreros dominicanos, 1920 y 1922. Santo
Domingo, D. N., 2007.
Vol. XXXVII Documentos para la historia de la educación moderna en la República
Dominicana (1879-1894). Tomo I. Raymundo González, Santo
Domingo, D. N., 2007.
Vol. XXXVIII Documentos para la historia de la educación moderna en la República
Dominicana (1879-1894). Tomo II. Raymundo González, Santo
Domingo, D. N., 2007.
Vol. XXXIX Una carta a Maritain. Andrés Avelino, traducción al castellano e
introducción del P. Jesús Hernández, Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XL
Manual de indización para archivos, en coedición con el Archivo
Nacional de la República de Cuba. Marisol Mesa, Elvira Corbelle
Sanjurjo, Alba Gilda Dreke de Alfonso, Miriam Ruiz Meriño, Jorge
Macle Cruz, Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XLI
Apuntes históricos sobre Santo Domingo. Dr. Alejandro Llenas. Edición
de A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XLII
Ensayos y apuntes diversos. Dr. Alejandro Llenas. Edición de
A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XLIII
La educación científica de la mujer. Eugenio María de Hostos, Santo
Domingo, D. N., 2007.
Vol. XLIV
Cartas de la Real Audiencia de Santo Domingo (1530-1546). Compilación
de Genaro Rodríguez Morel, Santo Domingo, D. N., 2008.
Vol. XLV
Américo Lugo en Patria. Selección. Compilación de Rafael Darío
Herrera, Santo Domingo, D. N., 2008.
Vol. XLVI
Años imborrables. Rafael Alburquerque Zayas-Bazán, Santo Domingo,
D. N., 2008.
Vol. XLVII Censos municipales del siglo xix y otras estadísticas de población.
Alejandro Paulino Ramos, Santo Domingo, D. N., 2008.
Vol. XLVIII Documentos inéditos del arzobispo Adolfo Alejandro Nouel. Tomo I.
Compilación de José Luis Saez, S. J., Santo Domingo, D. N., 2008.
Vol. XLIX
Documentos inéditos del arzobispo Adolfo Alejandro Nouel. Tomo II,
Compilación de José Luis Sáez, S. J., Santo Domingo, D. N., 2008.
Vol. L
Documentos inéditos del arzobispo Adolfo Alejandro Nouel. Tomo III.
Compilación de José Luis Sáez, S. J., Santo Domingo, D. N., 2008.
Vol. LI
Prosas polémicas 1. Primeros escritos, textos marginales, Yanquilinarias.
Félix Evaristo Mejía. Edición de A. Blanco Díaz, Santo Domingo,
D. N., 2008.
Vol. LII
Prosas polémicas 2. Textos educativos y Discursos. Félix Evaristo Mejía.
Edición de A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2008.
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Vol. LIII
Vol. LIV
Vol. LV
Vol. LVI
Vol. LVII
Vol. LVIII
Vol. LIX
Vol. LX
Vol. LXI
Vol. LXII
Vol. LXIII
Vol. LXIV
Vol. LXV
Vol. LXVI
Vol. LXVII
Vol. LXVIII
Vol. LXIX
Vol. LXX
Vol. LXXI
Prosas polémicas 3. Ensayos. Félix Evaristo Mejía. Edición de
A. Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2008.
Autoridad para educar. La historia de la escuela católica dominicana.
José Luis Sáez, S. J., Santo Domingo, D. N., 2008.
Relatos de Rodrigo de Bastidas. Antonio Sánchez Hernández, Santo
Domingo, D. N., 2008.
Textos reunidos 1. Escritos políticos iniciales. Manuel de J. Galván.
Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2008.
Textos reunidos 2. Ensayos. Manuel de J. Galván. Edición de Andrés
Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2008.
Textos reunidos 3. Artículos y Controversia histórica. Manuel de
J. Galván. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N.,
2008.
Textos reunidos 4. Cartas, Ministerios y misiones diplomáticas. Manuel
de J. Galván. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo,
D. N., 2008.
La sumisión bien pagada. La iglesia dominicana bajo la Era de Trujillo
(1930-1961). Tomo I. José Luis Sáez, S. J., Santo Domingo, D. N.,
2008.
La sumisión bien pagada. La iglesia dominicana bajo la Era de Trujillo
(1930-1961). Tomo II. José Luis Sáez, S. J., Santo Domingo,
D. N., 2008.
Legislación archivística dominicana, 1847-2007. Archivo General de
la Nación, Santo Domingo, D. N., 2008.
Libro de bautismos de esclavos (1636-1670). Transcripción de José
Luis Sáez, S. J., Santo Domingo, D. N., 2008.
Los gavilleros (1904-1916). María Filomena González Canalda,
Santo Domingo, D. N., 2008.
El sur dominicano (1680-1795). Cambios sociales y transformaciones
económicas. Manuel Vicente Hernández González, Santo Domingo,
D. N., 2008.
Cuadros históricos dominicanos. César A. Herrera, Santo Domingo,
D. N., 2008.
Escritos 1. Cosas, cartas y... otras cosas. Hipólito Billini. Edición de
Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2008.
Escritos 2. Ensayos. Hipólito Billini. Edición de Andrés Blanco Díaz,
Santo Domingo, D. N., 2008.
Memorias, informes y noticias dominicanas. H. Thomasset. Edición de
Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2008.
Manual de procedimientos para el tratamiento documental. Olga
Pedierro, et. al., Santo Domingo, D. N., 2008.
Escritos desde aquí y desde allá. Juan Vicente Flores. Edición de
Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2008.
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309
Vol. LXXII
De la calle a los estrados por justicia y libertad. Ramón Antonio Veras
(Negro), Santo Domingo, D. N., 2008.
Vol. LXXIII Escritos y apuntes históricos. Vetilio Alfau Durán, Santo Domingo,
D. N., 2009.
Vol. LXXIV Almoina, un exiliado gallego contra la dictadura trujillista. Salvador E.
Morales Pérez, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. LXXV Escritos. 1. Cartas insurgentes y otras misivas. Mariano A. Cestero.
Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. LXXVI Escritos. 2. Artículos y ensayos. Mariano A. Cestero. Edición de
Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. LXXVII Más que un eco de la opinión. 1. Ensayos, y memorias ministeriales.
Francisco Gregorio Billini. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo
Domingo, D. N., 2009.
Vol. LXXVIII Más que un eco de la opinión. 2. Escritos, 1879-1885. Francisco
Gregorio Billini. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo,
D. N., 2009.
Vol. LXXIX Más que un eco de la opinión. 3. Escritos, 1886-1889. Francisco
Gregorio Billini. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo,
D. N., 2009.
Vol. LXXX Más que un eco de la opinión. 4. Escritos, 1890-1897. Francisco
Gregorio Billini. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo,
D. N., 2009.
Vol. LXXXI Capitalismo y descampesinización en el Suroeste dominicano. Angel
Moreta, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. LXXXIII Perlas de la pluma de los Garrido. Emigdio Osvaldo Garrido, Víctor
Garrido y Edna Garrido de Boggs. Edición de Edgar Valenzuela,
Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. LXXXIV Gestión de riesgos para la prevención y mitigación de desastres en el
patrimonio documental. Sofía Borrego, Maritza Dorta, Ana Pérez,
Maritza Mirabal, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. LXXXV Obras, tomo I. Guido Despradel Batista. Compilación de Alfredo
Rafael Hernández, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. LXXXVI Obras, tomo II. Guido Despradel Batista. Compilación de Alfredo
Rafael Hernández, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. LXXXVIIHistoria de la Concepción de La Vega. Guido Despradel Batista, Santo
Domingo, D. N., 2009.
Vol. LXXXIX Una pluma en el exilio. Los artículos publicados por Constancio Bernaldo
de Quirós en República Dominicana. Compilación de Constancio
Cassá Bernaldo de Quirós, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. XC
Ideas y doctrinas políticas contemporáneas. Juan Isidro Jimenes
Grullón, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. XCI
Metodología de la investigación histórica. Hernán Venegas Delgado,
Santo Domingo, D. N., 2009.
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Publicaciones del Archivo General de la Nación
Vol. XCIII
Filosofía dominicana: pasado y presente. Tomo I. Compilación de
Lusitania F. Martínez, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. XCIV
Filosofía dominicana: pasado y presente. Tomo II. Compilación de
Lusitania F. Martínez, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. XCV
Filosofía dominicana: pasado y presente. Tomo III. Compilación de
Lusitania F. Martínez, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. XCVI
Los Panfleteros de Santiago: torturas y desaparición. Ramón Antonio,
(Negro) Veras, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. XCVII Escritos reunidos. 1. Ensayos, 1887-1907. Rafael Justino Castillo.
Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. XCVIII Escritos reunidos. 2. Ensayos, 1908-1932. Rafael Justino Castillo.
Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. XCIX
Escritos reunidos. 3. Artículos, 1888-1931. Rafael Justino Castillo.
Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. C
Escritos históricos. Américo Lugo, edición conjunta del Archivo
General de la Nación y el Banco de Reservas, Santo Domingo,
D. N., 2009.
Vol. CI
Vindicaciones y apologías. Bernardo Correa y Cidrón. Edición de
Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. CII
Historia, diplomática y archivística. Contribuciones dominicanas. María
Ugarte, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. CIII
Escritos diversos. Emiliano Tejera, edición conjunta del Archivo
General de la Nación y el Banco de Reservas, Santo Domingo,
D. N., 2010.
Vol. CIV
Tierra adentro. José María Pichardo, segunda edición, Santo
Domingo, D. N., 2010.
Vol. CV
Cuatro aspectos sobre la literatura de Juan Bosch. Diógenes Valdez,
Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CVI
Javier Malagón Barceló, el Derecho Indiano y su exilio en la República
Dominicana. Compilación de Constancio Cassá Bernaldo de
Quirós, Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CVII
Cristóbal Colón y la construcción de un mundo nuevo. Estudios, 19832008. Consuelo Varela, edición de Andrés Blanco Díaz, Santo
Domingo, D. N., 2010.
Vol. CVIII
República Dominicana. Identidad y herencias etnoculturales indígenas.
J. Jesús María Serna Moreno, Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CIX
Escritos pedagógicos. Malaquías Gil Arantegui. Edición de Andrés
Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CX
Cuentos y escritos de Vicenç Riera Llorca en La Nación. Compilación
de Natalia González, Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CXI
Jesús de Galíndez. Escritos desde Santo Domingo y artículos contra el
régimen de Trujillo en el exterior. Compilación de Constancio Cassá
Bernaldo de Quirós, Santo Domingo, D. N., 2010.
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Publicaciones del Archivo General de la Nación
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Vol. CXII
Ensayos y apuntes pedagógicos. Gregorio B. Palacín Iglesias. Edición
de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CXIII
El exilio republicano español en la sociedad dominicana (Ponencias del
Seminario Internacional, 4 y 5 de marzo de 2010). Reina C. Rosario
Fernández (Coord.), edición conjunta de la Academia Dominicana
de la Historia, la Comisión Permanente de Efemérides Patrias y el
Archivo General de la Nación, Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CXIV
Pedro Henríquez Ureña. Historia cultural, historiografía y crítica literaria.
Odalís G. Pérez, Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CXV
Antología. José Gabriel García. Edición conjunta del Archivo
General de la Nación y el Banco de Reservas, Santo Domingo,
D. N., 2010.
Vol. CXVI
Paisaje y acento. Impresiones de un español en la República Dominicana.
José Forné Farreres. Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CXVII Historia e ideología. Mujeres dominicanas, 1880-1950. Carmen Durán.
Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CXVIII Historia dominicana: desde los aborígenes hasta la Guerra de Abril.
Augusto Sención (Coord.), Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CXIX
Historia pendiente: Moca 2 de mayo de 1861. Juan José Ayuso, Santo
Domingo, D. N., 2010.
Vol. CXX
Raíces de una hermandad. Rafael Báez Pérez e Ysabel A. Paulino,
Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CXXI
Miches: historia y tradición. Ceferino Moní Reyes, Santo Domingo,
D. N., 2010.
Vol. CXXII Problemas y tópicos técnicos y científicos. Tomo I. Octavio A. Acevedo.
Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CXXIII Problemas y tópicos técnicos y científicos. Tomo II. Octavio A. Acevedo.
Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CXXIV Apuntes de un normalista. Eugenio María de Hostos. Edición de
Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CXXV Recuerdos de la Revolución Moyista (Memoria, apuntes y documentos).
Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CXXVI Años imborrables (2da ed.) Rafael Alburquerque Zayas-Bazán,
edición conjunta de la Comisión Permanente de Efemérides
Patrias y el Archivo General de la Nación, Santo Domingo, D. N.,
2010.
Vol. CXXVII El Paladión: de la Ocupación Militar Norteamericana a la dictadura
de Trujillo. Tomo I. Compilación de Alejandro Paulino Ramos,
edición conjunta del Archivo General de la Nación y la Academia
Dominicana de la Historia, Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CXXVIII El Paladión: de la Ocupación Militar Norteamericana a la dictadura
de Trujillo. Tomo II. Compilación de Alejandro Paulino Ramos,
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Publicaciones del Archivo General de la Nación
edición conjunta del Archivo General de la Nación y la Academia
Dominicana de la Historia, Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CXXIX Memorias del Segundo Encuentro Nacional de Archivos. Santo Domingo,
D. N., 2010.
Vol. CXXX Relaciones cubano-dominicanas, su escenario hemisférico (1944-1948).
Jorge Renato Ibarra Guitart, Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CXXXI Obras selectas. Tomo I, Antonio Zaglul, edición conjunta del
Archivo General de la Nación y el Banco de Reservas. Edición de
Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXXXII Obras selectas. Tomo II. Antonio Zaglul, edición conjunta del
Archivo General de la Nación y el Banco de Reservas. Edición de
Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXXXIII África y el Caribe: Destinos cruzados. Siglos xv-xix, Zakari DramaniIssifou, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXXXIV Modernidad e ilustración en Santo Domingo. Rafael Morla, Santo
Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXXXV La guerra silenciosa: Las luchas sociales en la ruralía dominicana. Pedro
L. San Miguel, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXXXVI AGN: bibliohemerografía archivística. Un aporte (1867-2011). Luis
Alfonso Escolano Giménez, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXXXVIILa caña da para todo. Un estudio histórico-cuantitativo del desarrollo
azucarero dominicano. (1500-1930). Arturo Martínez Moya, Santo
Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXXXVIII El Ecuador en la Historia. Jorge Núñez Sánchez, Santo Domingo,
D. N., 2011.
Vol. CXXXIX La mediación extranjera en las guerras dominicanas de independencia,
1849-1856. Wenceslao Vega B., Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXL
Max Henríquez Ureña. Las rutas de una vida intelectual. Odalís G.
Pérez, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXLI
Yo también acuso. Carmita Landestoy, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXLIII
Más escritos dispersos. Tomo I. José Ramón López. Edición de
Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXLIV
Más escritos dispersos. Tomo II. José Ramón López. Edición de
Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXLV
Más escritos dispersos. Tomo III. José Ramón López. Edición de
Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXLVI
Manuel de Jesús de Peña y Reinoso: Dos patrias y un ideal. Jorge
Berenguer Cala, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXLVII Rebelión de los capitanes: Viva el rey y muera el mal gobierno. Roberto
Cassá, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXLVIII De esclavos a campesinos. Vida rural en Santo Domingo colonial.
Raymundo González, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXLIX Cartas de la Real Audiencia de Santo Domingo (1547-1575). Genaro
Rodríguez Morel, Santo Domingo, D. N., 2011.
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Publicaciones del Archivo General de la Nación
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Vol. CL
Ramón –Van Elder– Espinal. Una vida intelectual comprometida.
Compilación de Alfredo Rafael Hernández Figueroa, Santo
Domingo, D. N., 2011.
Vol. CLI
El alzamiento de Neiba: Los acontecimientos y los documentos (febrero de
1863). José Abreu Cardet y Elia Sintes Gómez, Santo Domingo,
D. N., 2011.
Vol. CLII
Meditaciones de cultura. Laberintos de la dominicanidad. Carlos
Andújar Persinal, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CLIII
El Ecuador en la Historia (2da ed.) Jorge Núñez Sánchez, Santo
Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLIV
Revoluciones y conflictos internacionales en el Caribe (1789-1854). José
Luciano Franco, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLV
El Salvador: historia mínima. Varios autores, Santo Domingo, D. N.,
2012.
Vol. CLVI
Didáctica de la geografía para profesores de Sociales. Amparo Chantada,
Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLVII
La telaraña cubana de Trujillo. Tomo I. Eliades Acosta Matos, Santo
Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLVIII Cedulario de la isla de Santo Domingo, 1501-1509. Vol. II, Fray Vicente
Rubio, O. P., edición conjunta del Archivo General de la Nación
y el Centro de Altos Estudios Humanísticos y del Idioma Español,
Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLIX
Tesoros ocultos del periódico El Cable. Compilación de Edgar
Valenzuela, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLX
Cuestiones políticas y sociales. Dr. Santiago Ponce de León, edición
de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXI
La telaraña cubana de Trujillo. Tomo II. Eliades Acosta Matos, Santo
Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXII
El incidente del trasatlántico Cuba. Una historia del exilio republicano
español en la sociedad dominicana, 1938-1944. Juan B. Alfonseca
Giner de los Ríos, Santo Domingo, D. N., 2012.0415
Vol. CLXIII
Historia de la caricatura dominicana. Tomo I. José Mercader, Santo
Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXIV
Valle Nuevo: El Parque Juan B. Pérez Rancier y su altiplano. Constancio
Cassá, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXV
Economía, agricultura y producción. José Ramón Abad. Edición de
Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXVI
Antología. Eugenio Deschamps. Edición de Roberto Cassá, Betty
Almonte y Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXVII Diccionario geográfico-histórico dominicano. Temístocles A. Ravelo.
Revisión, anotación y ensayo introductorio Marcos A. Morales,
edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXVIII Drama de Trujillo. Cronología comentada. Alonso Rodríguez Demorizi.
Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2012.
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Publicaciones del Archivo General de la Nación
Vol. CLXIX
La dictadura de Trujillo: documentos (1930-1939). Tomo I, volumen
1. Eliades Acosta Matos, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXX
Drama de Trujillo. Nueva Canosa. Alonso Rodríguez Demorizi.
Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2012
Vol. CLXXI El Tratado de Ryswick y otros temas. Julio Andrés Montolío. Edición
de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXXII La dictadura de Trujillo: documentos (1930-1939). Tomo I, volumen 2.
Eliades Acosta Matos, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXXIII La dictadura de Trujillo: documentos (1950-1961). Tomo III, volumen
5. Eliades Acosta Matos, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXXIV La dictadura de Trujillo: documentos (1950-1961). Tomo III, volumen
6. Eliades Acosta Matos, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXXV Cinco ensayos sobre el Caribe hispano en el siglo xix: República Dominicana,
Cuba y Puerto Rico 1861-1898. Luis Álvarez-López, Santo Domingo,
D. N., 2012.
Vol. CLXXVI Correspondencia consular inglesa sobre la Anexión de Santo Domingo a
España. Roberto Marte, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXXVII ¿Por qué lucha el pueblo dominicano? Imperialismo y dictadura en América
Latina. Dato Pagán Perdomo, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXXVIII Visión de Hostos sobre Duarte. Eugenio María de Hostos. Compilación y edición de Miguel Collado, Santo Domingo, D. N.,
2013.
Vol. CLXXIX Los campesinos del Cibao: Economía de mercado y transformación agraria
en la República Dominicana, 1880-1960. Pedro L. San Miguel, Santo
Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXXX La dictadura de Trujillo: documentos (1940-1949). Tomo II, volumen 3.
Eliades Acosta Matos, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXXXI La dictadura de Trujillo: documentos (1940-1949). Tomo II, volumen 4.
Eliades Acosta Matos, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXXXII De súbditos a ciudadanos (siglos xvii-xix): el proceso de formación de
las comunidades criollas del 3 hispánico (Cuba, Puerto Rico y Santo
Domingo). Jorge Ibarra Cuesta, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXXXIII La dictadura de Trujillo (1930-1961). Augusto Sención Villalona,
San Salvador-Santo Domingo, 2012.
Vol. CLXXXIV Anexión-Restauración. Parte 1. César A. Herrera, edición conjunta
entre el Archivo General de la Nación y la Academia Dominicana
de la Historia, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXXXV Anexión-Restauración. Parte 2. César A. Herrera, edición conjunta
entre el Archivo General de la Nación y la Academia Dominicana
de la Historia, Santo Domingo, D. N., 2013.
Vol. CLXXXVI Historia de Cuba. José Abreu Cardet y otros, Santo Domingo, D. N.,
2013.
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Publicaciones del Archivo General de la Nación
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Vol. CLXXXVIILibertad Igualdad: Protocolos notariales de José Troncoso y Antonio Abad
Solano, 1822-1840. María Filomena González Canalda, Santo
Domingo, D. N., 2013.
Vol. CLXXXVIIIBiografías sumarias de los diputados de Santo Domingo en las Cortes
españolas. Roberto Cassá, Santo Domingo, D. N., 2013.
Vol. CLXXXIX Financial Reform, Monetary Policy and Banking Crisis in Dominican
Republic. Ruddy Santana, Santo Domingo, D. N., 2013.
Vol. CXC
Legislación archivística dominicana (1847-2012). Departamento de
Sistema Nacional de Archivos e Inspectoría, Santo Domingo, D.
N., 2013.
Vol. CXCI
La rivalidad internacional por la República Dominicana y el complejo
proceso de su anexión a España (1858-1865). Luis Escolano Giménez,
Santo Domingo, D. N., 2013.
Vol. CXCII Escritos históricos de Carlos Larrazábal Blanco. Tomo I. Santo
Domingo, D. N., 2013.
Vol. CXCIII Guerra de liberación en el Caribe hispano (1863-1878). José Abreu
Cardet y Luis Álvarez-López, Santo Domingo, D. N., 2013.
Vol. CXCIV Historia del municipio de Cevicos. Miguel Ángel Díaz Herrera, Santo
Domingo, D. N., 2013.
Colección Juvenil
Vol. I
Vol. II
Vol. III
Vol. IV
Vol. V
Vol. VI
Vol. VII
Vol. VIII
Pedro Francisco Bonó. Textos selectos. Santo Domingo, D. N., 2007.
Heroínas nacionales. Roberto Cassá. Santo Domingo, D. N., 2007.
Vida y obra de Ercilia Pepín. Alejandro Paulino Ramos. Santo
Domingo, D. N., 2007.
Dictadores dominicanos del siglo xix. Roberto Cassá. Santo Domingo,
D. N., 2008.
Padres de la Patria. Roberto Cassá. Santo Domingo, D. N., 2008.
Pensadores criollos. Roberto Cassá. Santo Domingo, D. N., 2008.
Héroes restauradores. Roberto Cassá. Santo Domingo, D. N., 2009.
Dominicanos de pensamiento liberal: Espaillat, Bonó, Deschamps
(siglo xix). Roberto Cassá. Santo Domingo, D. N., 2010.
Colección Cuadernos Populares
Vol. 1
La Ideología revolucionaria de Juan Pablo Duarte. Juan Isidro Jimenes
Grullón. Santo Domingo, D. N., 2009.
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Publicaciones del Archivo General de la Nación
Vol. 2
Mujeres de la Independencia. Vetilio Alfau Durán. Santo Domingo,
D. N., 2009.
Vol. 3
Voces de bohío. Vocabulario de la cultura taína. Rafael García Bidó.Santo
Domingo, D. N., 2010.
Colección Referencias
Vol. 1
Archivo General de la Nación. Guía breve. Ana Féliz Lafontaine y
Raymundo González. Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. 2
Guía de los fondos del Archivo General de la Nación. Departamentos de
Descripción y Referencias. Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. 3
Directorio básico de archivos dominicanos. Departamento de Sistema
Nacional de Archivos. Santo Domingo, D. N., 2012.
NocionPeriodoPedroMir20131014.indd 316
14/11/2013 10:09:15 a.m.
La noción de período en la historia dominicana, volumen I, de Pedro Mir, se terminó
de imprimir en los talleres gráficos de
Editora Búho, S. R. L., en noviembre de
2013, Santo Domingo, R. D., con una
tirada de 1,000 ejemplares.
NocionPeriodoPedroMir20131014.indd 317
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