HOMILÌA DEL VIGÈSIMO OCTAVO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO B Primer aspecto: “CON LA SABIDURÍA ME VINIERON TODOS LOS BIENES” (Sab 7,7-11) En esta primera lectura del libro de la sabiduría el autor tiene como referente la plegaria del rey Salomón cuando éste en una actitud humilde pidió a Dios sabiduría para poder gobernar el país. El contexto donde escribe el escritor sagrado es Grecia y la diáspora (dispersión) de los judíos; ellos son invitados a buscar la sabiduría de Dios la cual se obtiene mediante la obediencia y un corazón agradecido, pues aspirar a la Sabiduría divina es un bien supremo. Apliquemos el texto a nuestra vida: Iniciemos está reflexión haciéndonos una serie de preguntas: ¿Qué le pedimos a Dios en nuestra oración? ¿Al iniciar un proyecto en nuestra vida buscamos o pedimos sabiduría? No siempre tenemos puesta nuestra mirada en lo fundamental, a veces nos cuesta descubrir qué es lo más importante, pues siempre estamos buscando llenarnos de cosas las cuales en su mayoría no son importantes para obtener sabiduría y prudencia: dos elementos vitales que nos permiten encontrar el fundamento en nuestra vida. Si nuestra actitud es acumular riquezas o búsqueda de reconocimiento, podemos perder el camino de la sabiduría, la cual nos capacita para vivir con un corazón vacío de los bienes de este mundo para poder llenarlo de Dios y solamente la presencia de Dios en nuestro corazón nos permite vivir prudentemente, es decir, conocer y asumir nuestra vida tal cual es. La sabiduría y la prudencia nos ayudaran a ponerle un rumbo a nuestra existencia; pues no es tan sabio aquel que vive en la academia o rodeado de libros, ¿de qué le serviría tanto conocimiento si no lo sabe aplicar en la vida? Sin embargo, el sabio es el que “sabe” vivir con lo fundamental; por eso el sentido de su vida no está en acumular cosas o buscar fama, sino que el sentido de su vida está vivir con su corazón lleno de Dios. Segundo aspecto: “LA PALABRA DE DIOS ES VIVA Y EFICAZ, JUZGA LOS DESEOS E INTENCIONES DEL CORAZÓN” (Hb 4, 12-13) En esta segunda lectura el mensaje central está en el efecto que causa de la Palabra de Dios en nuestra vida la cual es capaz de penetrar como una espada de doble filo lo más íntimo del ser humano: el corazón. Y si la Palabra de Dios penetra el corazón humano para examinar los deseos, intereses, afectos y la libertad humana; es para lograr lo fundamental en la vida. Por tanto, el fin de la Palabra de Dios es sacar a la luz lo que hay en nuestro corazón, esto es lo que podemos llamar juicio. Apliquemos el texto en nuestra vida: ¿Cuántas veces nos acercamos a la Palabra de Dios para obtener el principio de nuestra vida? La Palabra de Dios tiene como fin tocar nuestra vida, pues muchas veces nos preocupamos por interpretarla de manera académica sin permitir que ésta toque nuestra vida. Esto sucede cuando nuestro corazón está cerrado, entonces la Palabra entra por un oído y sale por el otro. Pero cando la Palabra de Dios se acoge con un corazón abierto y dispuesto ella se convierte en la brújula que nos marca el camino perfecto de nuestras búsquedas, ella se vuelve en el árbitro que examina nuestras intenciones, deseos, afectos; ella nos convierte en hombres y mujeres libres, por tanto, aquel que vive la vida encerrado en un “absurdo misterio de lo oculto” es porque ignora la eficacia de la Palabra de Dios y se convierte en presa fácil de las ideologías del momento y su vida se sumerge en sin sentido, nada le fascina todo le estorba, vive para el momento. Hoy es oportuno dejar que la Palabra de Dios entre en nuestro corazón para que examine lo que hay en él y así obtener lo fundamental para vivir. Tercer aspecto: “MAESTRO BUENO, ¿QUÉ DEBO HACER PARA HEREDAR LA VIDA ETERNA? (Mc 10, 17-30) En el Evangelio de hoy podemos ver varios momentos: Un hombre que se acerca a Jesús preocupado por lo fundamental: la vida eterna. Luego Jesús le ayuda a ver las cosas que le hacen falta para vivir dicha vida, sin embargo, el reto que Jesús le plantea le exige ser radical: vender todo, dárselo a los pobres y seguirlo. Las exigencias de Jesús hacen que aquel hombre tome una decisión: marcharse triste. Pues sólo el despojo de lo material le permitirá el seguimiento de Cristo; esto se convierte en una catequesis para los discípulos porque el que sigue a Jesús debe vivir vacío de lo material y desapegado de personas (familia) para luego enfrentar las consecuencias de dichos seguimiento, es decir, las persecuciones. Apliquemos el texto a nuestra vida: El hombre que se presenta ante Jesús no es un hombre malo, tampoco era injusto, pues cumplía con la ley de Dios, estaba preocupado por la salvación, se sentía responsable de su vida por eso le pregunta a Jesús: ¿Qué debo hacer? No esperaba que otros hicieran por él. ¿Nosotros alguna vez nos hemos preguntado por lo que debemos hacer para salvarnos? O ¿creemos que con ir a misa los domingos, hacer alguna novena de vez en cuando o asistir a procesiones kilométricas son más que suficientes para obtener la salvación? Equivocados están los que piensan que sólo eso es necesario. Jesús al igual que aquel hombre también nos exige despojarnos de todo y de todos para poder seguirlo. Démonos cuenta que lo importante no está en vender todo y dárselo a los pobres, sino que lo más importante está en seguirlo a él hasta las últimas consecuencias: persecución. Esta actitud es la que nos dará vida eterna, el seguimiento radical de Jesús. El evangelio nos dice que cuando Jesús reta a aquel hombre a despojarse de todo y luego seguirlo, éste se fue triste pero sin embargo Jesús le amó porque para este hombre fue imposible desprenderse de todo para apegarse a quien lo es todo: Jesucristo. Este hombre pasó a ser el hombre sin Dios por tanto, la vida eterna fue un imposible para él porque se alejó del que lo hace posible todo: “para Dios nada es imposible”. Cuando en nuestra vida hay “imposibles” es porque estamos lejos del que lo hace posible todo y es por eso que fácilmente nos sumergimos en la tristeza, tendemos a perder lo fundamental y todo se vuelve adverso. Dejarlo todo se convierte para todo seguidor de Jesús en una experiencia nueva de vivir, ¡eh allí el reto de todo discípulo(a) de Jesús! Los discípulos no han logrado entender que su seguimiento está pasado por la persecución por eso son invitados a dejarlo todo, aunque la promesa es recibir el ciento por uno. Pues cuando hay persecuciones es importante la ligereza de equipaje, porque se exigirá no instalarse en sitios o detenerse en afectos de personas. Con Jesús encontramos todo, pues si dejamos todo es para asumir todo lo que Jesús nos ofrece y nos garantiza. Jesús nos sigue retando, para heredar la vida eterna nos hace falta una cosa o quizás varias cosas, ¿qué esperamos para iniciar la búsqueda de la vida eterna? Pues ella depende de nosotros y de nadie más. Si cuando decimos que somos co-responsables de la salvación de los hermanos(as) esto quiere decir que es de nuestra actitud la que llevará a los otros a motivarse por su salvación. Se dice que San Agustín cuando leyó la vida de San Pablo y meditó la vida de algunos santos él se sintió retado y se dijo: “si éstos y estas lo hicieron, ¿por qué no yo? Se trata de dar testimonio de nuestro interés por salvarnos y sólo así los demás buscaran hacer algo por su salvación. Para ello aferrémonos a Dios que hace posible lo que para nosotros es imposible. Oración: Señor Jesús, con mis actos, quiero vida eterna.