ANA LAURA SOTO HERNÁNDEZ. EL BELLO PELIGRO O DE UN ETHOS MITOPOIETICO DEL ARTE DE EDUCAR Educar seriamente, es poner las manos sobre aquello que es lo más vital en un ser humano. Es intentar acceder a lo más vivo y a lo más íntimo de la integridad de un niño o de un adulto. Un maestro conquista, entra a la fuerza, devasta para hacer limpieza y reconstruir. La enseñanza mediocre, la rutina pedagógica, un estilo de instrucción, que deliberadamente o no, visualiza con cinismo objetivos simplemente utilitarios es la ruina. Ella extirpa la esperanza desde la raiz 1. La norma nos dice George Steiner, se contrapone con la formación de un espíritu crítico, y son realmente extremadamente raros los formadores que tienen en cuenta la fragilidad y complejidad del espíritu humano; Aquello que mueve el molino, no es sino la curiosidad inicial, una pasión por lo desconocido que puede transmutarse rápidamente en una competición de “egos”, donde los iniciados al conocimiento se engañan creyendo que la meta no es sino comblar las interrogaciones. La conquista del saber se torna entonces en repetición, en una subordinación y una búsqueda incesante de la aprobación del educador, que deja fuera toda posibilidad de re-creación y apropiación del conocimiento. Enseñar, ese arte de transmitir un supuesto saber, para referirnos a nuestro titulo, no es sino un “bello peligro” para Michel Foucault. El “bello peligro” hace referencia a un ejercicio filosófico, la puesta en escena de la palabra que busca hacer explícita y pública su estrategia de juego. En 1966 Foucault venía de publicar Las palabras y las cosas2, ese texto fascinante y complejo donde a partir del análisis de Las Meninas de Velázquez, el filósofo hace una reflexión sobre la emergencia del “sujeto”; dicho de otra manera, la interioridad, el “yo” singular de cada uno, ese discurso mediante el cual me afirmo diferente de los demás, no es sino un residuo históricamente datable. El “espíritu” -la capacidad reflexiva- no está dada, su emergencia y creación responden a una política educativa que cada época, y cada comunidad, para ser mas específicos, han delineado minuciosamente a través del uso y valor particular que le han dado a la palabra. La palabra repetida, una y otra vez, va como el agua que se filtra lentamente en una gruta, formando diques solidos, a partir de los cuales la “realidad” irá tomando su forma. Cada época, decia Foucault, delineará su “realidad” y sus “verdades” a partir de 1 Steiner, G Maîtres et disciples, Ed. Gallimard (Folio), 2003, p.26-27 2 Foucault, M Las palabras y las cosas. Una arqueologia de las ciencias humanas (1966), Ed. Siglo XXI, 2010 una cierta “episteme”. Ésta no es un desarrollo historicista, donde se podrían marcar rápidamente los puntos lineales (o ideales?) de referencia, por el contrario es una arqueología -la deconstrucción de las capas y capas, de sentidos superpuestos, que darán solidez a los presupuestos de base- o dicho de otra forma, al análisis de las condiciones de posibilidad, que un cierto discurso requerirá para mantenerse, y por ende solidificarse. Tras describir el clasisismo del siglo XVII, ese del cual Descartes emerge, Foucault señalará una segunda discontinuidad decisiva, la llamada modernidad del siglo XIXm donde se hace visible lo que él llama “el momento cartesiano”, es decir, el momento donde la fisiología mecanicista de Descartes se transmite en franca denegación del problema ontológico -la emergencia del sujeto- que su metodología habia planteado, pero dejado sin respuesta, a menos de abrazar la metafísica judeocristiana de un dios monoteísta; Si de entender y transformar nuestra época se trata, entonces la comprensión de esos dos quiebres discursivos será fundamental. En su ejercicio filosófico, Foucault -de manera casi inesperada- nos habla de su infancia, del papel que la “palabra” tenía en su medio: “Yo pertenezco a un contexto médico, uno de esos contextos médicos de provincia que en relación a la vida adormilada de una pequeña ciudad es sin duda relativamente adaptativa o, como decimos, progresista”. 3 Ni la palabra hablada, ni el esfuerzo reflexivo de la escritura tendrían un verdadero valor para este medio progresista -que dicho sea de paso, puede resornarnos facilmente en culturas como la nuestra, donde abrazando el mito del progreso, se nos denomina países en vías de desarrollo- en ellas, es el cientismo y no el pensamiento criíico lo que domina, pues lo que cuenta y a lo que se le dará valor, es al utilitarismo posible que un cierto cuerpo téorico o práctico podrá permitirnos. Para el padre del filósofo, médico cirujano, el cuerpo subrayamos, no es sino una materia inerte que debe tener una “cartografía” exacta, perfectamente delimitable y cuantificable; El riesgo que Foucault decide tomar entonces, la estrategia que guiará sus análisis y actos filosóficos, será justamente la toma de la palabra, la creación y transformación del “espíritu” (crítico), que su medio había considerado simplemente 3 Foucault, M Le beau danger, Entretien avec Claude Bonnefoy, Ed. EHESS, Paris, 2011, p. 31 inútil. Quizá no sea aventurado decir, que éste, el “espíritu”, no tenía peso pues, o bien se hallaba ya dado -conforme al dogma de fé divino- quedando fuera del dominio humano, o bien la ciencia debía encargarse de hallar la “cartografía” material y precisa, si es que ella existía. El psiquiatra, en éste medio progresista, a quien la tradición le legaba el oficio de la terapeia donde la palabra del sufriente buscaba cobijo, ese no era considerado como un verdadero médico. No es casual nos confiesa Foucault, que la desvalorisación de la psiquiatría y la locura que experimento en su medio familiar, le hallan dado fuente para describir ese proceso “de interacción perpetua entre la psiquiatría y la locura”4, entre una palabra que busca transgredir el orden establecido, y que será acallada porque subvierte y denuncia una cierta política de la palabra. Una palabra a la que justamente el cientismo buscará decantar de su poder explosivo. Y es que cuando la palabra se toma, es para sacarla de su banalidad cotidiana que la convierten en moneda de cambio, sin impronta ni riesgo -referencia clara a Nietzsche- pues solo aquello cuya impronta ha calado profundo, solo ello nos exige confrontarnos, en cada una de las frases que iremos pronunciando, a un verdadero dilema ético, entre utilitarismo y subversión. Aquel que se da a la taréa de recuperar el peso del lenguaje, sus pliegues al infinito e implicaciones, no puede entonces delimitar el uso crítico del pensamiento, a una práctica de pédagogos o de docentes en el marco de un dispositivo perfectamente estipulado -en la ocurrencia el dispositivo escolar o universitario- que buscaría normar, en el sentido mas fuerte, es decir políticamente, siguiendo un idéal meramente adaptativo y progresista, que ha dejado de lado la fuerza transgresora del lenguaje. Foucault intenta romper con la idea tradicional del intelectual apartado del mundo, que vive en el Topus uranos de las Ideas, o para actualisar la metáfora, que discute y habla entre especalistas y para especialistas. Conocido por sus críticas lapidarias a los dispositivos de poder, donde la similitud estructural entre la escuela, la prision, los centros hospitalarios y las fábricas de corte “moderno” serán innegables, no deja de ser remarcable que el filósofo, más allá de sus textos o conferencias universitarias -más allá de lo que llamamos la carrera profesional- consideraba con un 4 Idem, p.45 mayor peso y trascendencia sus intervenciones activas en protestas, débates cinematográficos, y la creación de espacios abiertos de discusión con obreros, migrantes y reclusos. Que significa intervenir?, Que significa enseñar? para el filósofo, se pregunta Philippe Artières cuando decide publicar este ejercicio filosófico inédito, puesto que es claro que la palabra en Foucault se enuncia (escrita o hablada) como estrategia. Para Nietzsche nos dice nuestro pensador francés, la filosofia es sobre todo un diagnóstico de la cultura, y nuestro tiempo adolece de una franca falta de espíritu. En su hermeneutica del sujeto5 caracterisa nuestra época como aquella que ha olvidado que el precepto griego « conócete a tí mismo » iba acompañado indefectiblemente de una práctica de « cuidado de sí ». Ésta ultima, despreciada como metafísica por el cientismo, dará lugar a una cultura, la nuestra, donde la acumulación de « conocimientos » y títulos universitarios, son la moneda de cambio. Si la mayor parte de nuestras prácticas educativas se sostienen aún, de un modelo monacal secularisado -donde las reminicencias platónicas llegadas hasta San Agustin y la escolástica, se dejan oir- puesto que, es el “maestro” aquel que ocupa un lugar de excepción, donde el “intelecto” -de orden divino- se materialisa, entonces no es de extrañar que, o bien sus oyentes adquieran en inmediato el rol de discípulo, ese que debe acatar sin miramientos el “dogma recibido” y repetirlo cual verdad incuestionable, o bien todo aquel que se aventure por la vía de un pensamiento crítico, será visto inmediátamente como un disidente, un destructor de la cultura. La anti-ensenanza, esa que reina en la mediocridad pedagógica de los procesos y metodologías cuantificables e utilitarios, ella es siempre estática o cercana a la norma dirá Steiner. Es ese decantamiento del alma que se inflama al calor de la discusión, donde la pasión se enciende hallando vías inimaginables, aquello que extirpa la esperanza desde la raiz. Ya G. Bachelard habrá subrayado la importancia que la intuicion del fuego, como el principio de animación, de vida, era para los estoicos. Su política de la palabra, que Foucault recupera, es sin duda interesante, el discípulo no tenía derecho a tomar la palabra sino hasta que se había desarrollado en él, una ética y una estética de la escucha del otro. El otro que me interpela y me llama a escucharme atentamente. 5 Foucault, M La hermeneutica del sujeto (1982), Ed. FCE