¿Por qué llamar a la depresión –acidia- “cobardía

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¿Por qué llamar a la acidia – depresión-, “cobardía moral?
Zulema Lagrotta
En Televisión Lacan habla de los afectos; en especial la tristeza, que prefiere a
depresión – dados los registros éticos de cada una-. .
Los hace partir de las “pasiones del alma” (y/o del ser). La tristeza –“que
califican de depresión”- no sin referencia al cuerpo, y con “el alma como soporte”. “Es
un pecado”, o sea, “una cobardía moral”, según se aparte del deber del “bien decir”,
que sí es una virtud. (gay sçavoir) y, por no “orientarse, reconocerse” en lo inconsciente,
en la “estructura”. Cobardía que al extremo sería el “rechazo de lo inconsciente” –
¿posible?- Entendemos, forclusión operada sobre la estructura del lenguaje,
especialmente y parcialmente, sobre el significante de la falta en el Otro por cuyo
retorno se mide el peso de lo Real cuando la pulsión se torna mortal.
Se apoya en Spinoza para introducirnos en la intimidad del alma poseída por la
tristeza. Acidia, depresión, melancolía...duelo, la inscriben en la constelación que
constituyen.
Su “bien decir” consiste en presentar el tema mediante dos paradojas éticas: una,
nuestra distancia con la dimensión ontológica spinociana; otra, la no univocidad de las
relaciones del sujeto con lo inconsciente, y de éste con lo Real del lenguaje.
Para Spinoza las pasiones derivan de “ideas inadecuadas” al principio
ontológico del ser-de-las-cosas”, que perseveran en el ser hacia la perfección
(necesarias y eternas). Esa “perseverancia” es el deseo, del que nace la “alegría” –
principal afecto-, mientras que la tristeza supone merma en la perfección. Si el amor se
liga a la alegría, el odio a la tristeza. Al espíritu lo envuelve una negación, y percibe las
cosas “mutiladas y confusas”. De la imperfección surge la defección del ser. La
potencia del entendimiento es el “ideal del sabio” que no piensa en la muerte. La
meditación de la vida libra de las pasiones, y obtiene la garantía de Dios..
¿Cómo servirnos de estos preceptos para elucidar “nuestros” afectos? ¿acaso no
señalaríamos como “pecado” su observancia? Ni la Verwerfung del ser –la no infinitud
de su goce-; ni la falta-en-saber, ni la no relación de éste con la verdad; ni la alienación
del Otro –su incompletud-; ni lo Real como imposible; ni el drama del deseo...fundan el
abordaje de aquella tristeza. En estas breves notas nos orientan.
Otra lectura de dichas pasiones nos acerca al padecer acidioso:
Amor: fusionado a una exultante alegría por creer hallarse en el camino de la
perfección del ser, de las cosas y del alma. Claro, so riesgo que el deseo se extinga,y
más preso aún del determinismo causal. Entonces, un más allá, infinito, que confina con
la muerte.
Tristeza: fracaso de la razón respecto del ser; la potencia del pensamiento y el
ideal del sabio caen como sombra amenazante, culpógena, sobre el ser empobrecido;
peso del mal....ante él, la impotencia
Odio: el “mal” trata de desligar (como la pulsión de muerte) al alma en falta de
la sumisión a las “ideas verdaderas”, referidas a Dios! El deseo se rebela como
desasimiento a él, y revuelta contra la tristeza culpable.
Ignorancia: La razón es cercenada por una tendencia que la desvía de su mira: es
la “imaginación” que no quiere saber de determinismos ni de celestiales
recompensas...la fantasía.
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El “gay sçavoir”, virtud, “no absuelve del pecado”...el “original” ¿A quién
culpar de la imposibilidad del goce? ¿al Otro? Porque no existe debo tomar la culpa
sobre mi, o sea creer en él: es un nombre para la castración. Como ex–siste a cada
parlêtre y excede a su alcance simbólico, nos queda aceptar nuestra culpa de lo Real...de
lo Real de la castración -con decisivo alcance sobre el lenguaje-. Esta ¿verdad? puede
tomar el sesgo de lo imaginario-simbólico del sentido cuando un sujeto lleva agua para
el doliente molino de su existencia.
Si el “pecado” es rehusarse a reconocerse en lo inconsciente – siempre podemos
excusarnos en él- la virtud no es adherir de tal forma que el goce de su desciframiento
lleve a la indefinida expansión del sentido. Reconocerse en lo inconsciente llega más
lejos....hay lo Real de lo inconsciente...hay agujero...letra. Lacan señala la paradoja:
“...gozar del desciframiento, lo que implica que a su término la „gaya ciencia‟ no haga
de él sino la caída, el retorno al pecado”.
Según Buda tres pasiones (venenos) habitan al hombre: “El hombre se consume
con el fuego de la ilusión (ignorancia); el del apego (deseo-amor) y el del odio”...”arde
atravesando el fuego del nacimiento, la vejez y la muerte. Remarquemos: “se destruye
mediante el sufrimiento, quejas, lamentos, el dolor, el tedio y la desesperación”. Estos
afectos, emanados de esas pasiones -¿en especial el odio?- describen los padecimientos
de la acidia, que con tanta agudeza –clínica- caracterizaron los Padres de la Iglesia.
La mayor “impureza” es la ignorancia: no querer saber, sustraerle a la muerte su
“realidad”. “Méconnaissance”: des-conocimiento radical, casi irreductible y constitutivo
del parlêtre, derivado de las “originarias “represiones primordiales, que reeditamos al
hablar. Efectos de Urverdrängung que pesa sobre las relaciones del saber de lo
inconsciente y lo Real. Des-conocimiento enlazado a simbolización y muerte. Desconocer que el ser que no es, y nos hace falta, no posee otra existencia que la nostalgia,
dolorosa, por lo que nunca fue dado.
Una vía, hacerlo ex–sistir en el Otro. De ese nudo simbolización y muerte, que
inaugura la falla real de lo Simbólico, queda forcluido el ser del sujeto, que resignado
para nacer a la vida, no podrá “ser agotado por el cogito”. Forclusión del ser fundada en
el “rechazo del Otro”, es decir, el vaciamiento del ser se debe a que en el Otro no hay
significantes para suplir esa falla. Él se desvanece...resta lo que reaparece en lo Real:
restos...Con ellos ¿sería posible reencontrar al Otro, y hacerlo sede –y ceder- la esencia
que me haría ser? Siempre ex–siste a nuestras posibilidades invocantes.
Si un pasional sujeto cree que el Otro encarna esa ex–sistencia dirigirá hacia él
la fuerza de la pulsión disgregadora del ser que le atribuye, para apoderarse de su
esencia, y arrojarla a su destino inexorable, o arrojarse con ella, fuera de la escena. El
objeto a, su instrumento.
¿Se equivoca al tomar el cuerpo del otro, como el Otro? Es que en el origen el
cuerpo del Otro, Real, es el lecho del goce primordial de inefable nostalgia. A veces,
fuente del más puro dolor de existir . Goce de imposible retorno, hundido en el
sinsentido.
El amor-pasión: Hay que ir más allá de su espesor narcísico-imaginario para ver
que es una cara de lo Real del amor –tanto como su reverso, el odio-. ¿Por qué? Por su
relación con el goce del Otro, original y mítico, que ex–siste a lo decible; a sus huellas
inmemoriales e ilegibles; a la irremediable ausencia de la causa....a la nostalgia rebelde.
Hay que del cuerpo hablante resta indecible; el decir amoroso teje en torno de
los vacíos dejados por los trazos de lalangue que situamos en lo Real del lenguaje. Los
lazos de amor, escrituras solidarias del semblante, no pueden nombrar ni leer la letra
escrita en el a-muro –cuerpo desamarrado de lo Simbólico-.
2
Si “el alma es lo que piensa al cuerpo”, y si es la identidad supuesta a él ¿la
pasión? El alma que alma en la pasión amorosa pensará al cuerpo como el secrétaire de
la incógnita esencia del ser, por la que se a-pasiona –objeto a, tesoro en su interior-.
¿No tiene razón, en parte? No por inalcanzable por el habla -ya que eso es lo forcluido
sobre el goce primordial - ha de desconocerse que éste, como modo de escritura ilegible,
“yace” en lo Real del cuerpo. En él ha echado profundas raíces el goce plasmado por
lalangue. El cuerpo de lo Simbólico no es todo el cuerpo.
El alma apasionada se agita hacia ese encuentro; el afecto allí es música
pulsional cuya letra está perdida o no se escribió; canto que la enmascara, partitura que
falta a la disposición de la palabra.
Si “lo Real es el misterio del cuerpo que habla”, la pasión se dirige a él
envolviéndolo o penetrándolo. También apunta a su destrucción, de la que goza
Si el amor sublimación permite al goce condescender al deseo, la pasión se vale
de éste para ir al goce del ser-cuerpo-del-Otro. Atraviesa el espacio de la angustia que
transporta en él. Pasajes al acto basados en estos afectos parten de esta constelación
pasional. Este amor nos hace decir que Eros lleva la muerte en su seno.
De lo anterior se comprende que haya “afectos enigmáticos”, que Lacan hace
depender de los efectos de lalangue, que hemos delineado. Lo inconsciente, como saber,
se articula con ella, mientras que el no-todo cuerpo hablante, aunque goce de eso, y por
más que lo Real ex –sista en él, le permanece ajeno, opaco, inapropiable. Permitiría
entender las precarias razones que Lacan da sobre la “morosité” –pesadumbre-.
Afectos nacidos del des-accorde –el fantasma ya no avala el semblante...el deseo
parece afanisarse...el Otro no presta alojamiento...- son el canto quimérico, entre
doliente e indignado, ante los indevelables enigmas de la ex-sistencia. Lamento, queja,
letanía...A veces su incoercible sentido se ofrece a la rozadura y al agrietamiento por
donde se entrevea la Real causa que des-conoce. Otras veces, ni eso..El silencio, apenas
entrecortado por algún balbuceo impotente, es la prueba de una férrea inhibición. El
Otro, lugar donde no halla cómo hacer letra de su dolor, no está ausente: “no te hablo
porque no creo que estés advertido de las aporías de mi lengua, y por eso, sobre mi
demanda fundamental: lo que te ofrecería de mi decir –si lo tuviera, con una pizca de
verdad- deberías rehusarlo, como hago con el tuyo, porque todo lo que se diga, no
importa si queda olvidado...es algo peor: lo que diga, o digas, se desvanecerá entre
imposibilidad e impotencia”.
Callar no es el silencio, sí es sello de soledad. Quignard da una versión de ella:
“la soledad del silencio define la soledad del abandono del lenguaje, en el seno del
lenguaje”.
La inhibición en el límite de la desubjetivación. Es detención del sentido que se
desplaza expandido en sus excesos, y por eso, al borde de la usura, al borde del agujero
de lo Simbólico; su franqueamiento sería la caída en el sinsentido. La inhibición llega
porque el sujeto está a punto de sucumbir por los efectos de los profusos avances de un
parloteo íntimo, incesante, idéntico, torturante. Si la inhibición está cerca del desconocimiento, es porque algún dolor aún mayor que trata de evitar.
El sujeto presiente que la descomposición del semblante –usura- acarrearía su
desmoronamiento corporal...su afanisis subjetiva. Es el “ante algo” que lo detiene, y en
la máxima retracción.
Tales “forzajes” obedecen a exigencias pasionales mocionadas hacia la
desesperada búsqueda de respuestas imposibles; se trata del dolor-de-ex–sistir unido a
la contingencia-en-el-ser (y sexuado), y a su goce imposible. Un borde Real
infranqueable separa al hombre del enigma del fin de su existencia –tampoco hay saber
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de la muerte- El dolor-de-existir se desgarra entre la impensable infinitud y la inhallable
razón última, la del origen de la vida, de haber nacido por el siempre oscuro deseo del
Otro. Límite irrebasable impuesto por lo Real. Contingencia: “podría no haber
nacido...” ¿fuera de su dominio? Si “mejor no haber nacido”, ni rastro de su paso por la
vida. Mas vino al mundo... podría soportar su existencia exiliándose del deseo del
Otro....El dolor- de- existir se convierte en deuda del Otro sin destino, pues no hay
dónde inscribirla. Para probar su existencia le atribuye intenciones thanáticas contra la
suya, y puede dar muerte al cuerpo del que se apropia al aniquilarlo. Cuerpo
desfalleciente, mezquino refugio para el narcisismo primario, con cuyo retorno aboliría
al Otro - cuando su sombra, cayendo sobre él, exigiría su vida sexuada como prenda-.
La afanisis parece descomprimir la presión del fantasma – acidia, depresión-, más
grave, la caída en la melancolía.
A veces la sombra se materializa en la voz imperativa; caben dos opciones:
cederse-ser su objeto, o hallar en la muerte la forma de decir ¡NO! al goce y responder
por su subjetividad a la que dignifica al sacrificarla. No es inmolarse en nombre de la
mal-dita gloria del Otro, es el acto por el cual se restituye la falla inviolable. La creencia
férrea en el Otro es mortífera. Entre entrega y retroceso, es con el cuerpo que paga
desasirse de su órbita. Paradoja del goce –otra razón del dolor-de-existir-: cree retener
el bien supremo del ser al desgarrarlo en sus esponsales con la muerte. Y el
significante de la razón de existir sigue denegado. Facticidad no respondida.
Sin embargo su inmutable fantasma le dicta las razones de su padecer: sentencia
inexorable que procede del Otro, portador de los ideales más “nobles” –es una ironía-, o
los más atroces; sí, ideales mal-ditos que hacen maldecir la impropia existencia:
mezquina, degradada, negatividad en la que se reduce el narcisismo doliente. “¡mejor
no haber nacido!”, maldición de una vida que llega a la extinción del deseo; dolor que
ha traspasado el límite de la angustia –ella aparece antes de la rendición-. Puro padecer,
miserable existencia, de la que de desarraiga el deseo de vivir. El sujeto se hunde en los
duelos primordiales que no cesan de reclamar por lo Real de la insustituibilidad sin
remedio.
Dependerá de lo Real atractor de goce, de la fuerza retrógrada de la pulsión, que
el desenlace sea o no la muerte....¿para renacer?
Reproches, devaluaciones, imprecaciones...hasta el “dolor en estado puro”. El
aferrarse a su fantasma fundamental alimenta la usina del sentido rector; el sujeto, así
más atrapado, se vivencia cada vez más dividido –una cara de la angustia-. De esa
coalescencia debe desencadenarse: con la irrupción de un pasaje al acto de irremisible
subjetivación de la escena de la que partió. La desmesura del sentido -¡tú eres eso!posee la fuerza de lo Real, y el parapeto de la inhibición fracasa: no puede detener el
habla atenazante.
Ya no puede des-conocer. Entonces, un des-enlace: efecto de lo Real que
atropella al semblante (desborde del sentido dolorígeno, al extremo), cayendo sobre su
Spaltung hecha pathema. De consuno, perfora al Otro al precio de perderse en él,
mientras las escrituras tributarias de aquella coalescencia se disgregan. Separación
desgarradora, estallido de la estructura con sus acuerdos en el cuerpo...locura de
libertad.
El sujeto se ve abolido por un texto que se le rehúsa y lo destina al goce
ilimitado; plena ajeneidad de los dichos, pensamientos que lo atenazan –están en él sin
pertenecerle-.
El sujeto, acosado, mal-dito, cree-allí, es su pasión ¿¡soy eso!?...Y de pronto la
muerte: a veces arrancando la voz (objeto a) que habita su ser, y con ella se arrojándose
fuera de sí. Atravesando el borde infranqueable se lanza al vacío de la ex-sistencia... o
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retorna al despedazamiento original atropellado por un tren. Cito a Pascal Quignard:
“Porque la nada precede a nuestra existencia no nos es ajena; su cese ya ha de ser
conocido, para llegar al suicidio” y “Todo hombre que se suicida ha encontrado a-sumadre-que-muere en el fondo de sí mismo”. Entonces......¿Por qué llamar a este padecer
“cobardía moral”?
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