EL CONFLICTO Y NUESTRA PALABRA Una gran misión…… “Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal, para que sepáis como Debes responder a cada uno” (Colosenses 4:6) Hemos visto que el conflicto encuentra en nuestras diferencias un terreno fértil y abonado para crecer. Mencionamos también que muchas veces nos equivocamos en el trato que hacemos del conflicto y resultamos alimentándolo en lugar de combatirlo. Pues bien, una de las maneras más comunes de caer en esta trampa es manteniendo fuera de control nuestra lengua. El habla es un don que Dios concedió al hombre por sobre cualquier otra creación. Sin embargo, a causa del pecado el hombre se ha encargado de retorcer la creación perfecta de Dios. Lo que en un principio fue un don que favorecía la comunicación, pronto se convirtió en el motor de muchas discordias. La Biblia dedica muchos versículos a advertirnos de este problema y a sugerirnos como tratarlo. El desafío en la Palabra es claro: el primer paso es “domar” nuestra lengua como a una bestia salvaje (Santiago 3:1-12) y el segundo es usarla para la gloria de Dios y sus propósitos (Efesios 6:19-20). En el presente estudio veremos cómo usar nuestra lengua para usar y destruir conflictos. Tengamos cuidado con la lengua La lengua tiene un gran poder de destrucción. Podemos hacer mucho daño con lo que decimos (Santiago 3:5-6). Podemos herir a las personas (Jeremías 18:18), apartar a nuestros amigos (Proverbios 16:28), y incluso contaminar nuestro ser (Mateo 15:11; Santiago 3:6). Si deseamos evitar conflictos es preciso que prestemos atención a lo que decimos. Este poder destructivo fomenta conflictos. Podemos usar la prudencia y la sabiduría para terminar con el conflicto o podemos permitir que nuestras palabras desarrollen todo su poder destructivo. Esto sucede cuando: 1. 2. 3. Nos apresuramos a hablar. El hablar impulsivamente, movido por emociones, sin pensar por lo general no es recomendable (Job 7:11; Proverbios 15.28). Hablamos imprudentemente. El hablar más de lo necesario o el no medirse al hablar representa siempre un riesgo (Proverbio 10:19; 13.3). Las usamos para dañar. El hablar de alguien con intenciones malignas es símbolo de necedad (Proverbios 10.18). Pero la lengua también puede tener un gran poder de edificación. De cualquier forma, la lengua fue un don que Dios nos dio y así el hombre lo haya utilizado mal, debe tener un buen uso. Mientras que las palabras de algunos destruyen, las de otros sanan (Proverbios 12.18; 16.24), en especial cuando son dichas en el momento justo (Proverbios 15:23) y en la forma correcta (Proverbio 25:11). Controlando nuestra lengua Debe asistir una diferencia entre nuestro hablar y el de los incrédulos. No nos referimos solamente a las palabras que usemos sino al significado mismo de lo que decimos. Ser un hijo de Dios significa que hemos cambiado la necedad por sabiduría (Proverbios 15.14) y la corrupción por la edificación (Efesios 4:29). La Palabra relaciona la boca de los impíos a la de la muerte, la maldición y la amargura (Romanos 3:13-14), mientras que la de los justos, sometida al dominio de Dios, la relación con la vida (Proverbios 10.11), la bendición (Romanos 12.14), la gratitud y la alabanza (Efesios 5:19-20). La diferencia está en que lo que decimos es reflejo de lo que somos. Si somos hijos de Dios, nuestras palabras reflejan eso. Ahora bien, entre más tengamos de Dios en nuestro corazón, más notorio será esto en nuestras palabras (Mateo 12:34; Proverbios 16:23). Mientras que el mundo no ha podido dominar este terrible mal (Santiago 3:7-8), los creyentes si tenemos el poder y la guía de Dios para hacerlo (como veremos más adelante). palabra (Santiago 3.2); pero no es excusa para usar para mal este don de Dios. Dios juzga lo que decimos (Mateo 12:37; Proverbios 13.3) y si nuestra lengua no está bajo su dominio, nuestra fe se convierte en religión vana (Santiago 1.26). Debemos dominar nuestra lengua si queremos dominar bien a Dios. Es humano ofender, especialmente con la Resulta absurdo, por ejemplo que con una misma boca alabemos al Señor mientras mentimos, calumniamos, chismeamos, insultamos o hacemos cualquier cosa como esta (Santiago 3:9-12). Si queremos realmente ver bendición sobre nuestra vida, debemos controlar la tentación de usar mal nuestra lengua (1 Pedro 3:10). ¿Cómo podemos dominar nuestra lengua? La Palabra nos enseña como gran modelo al Señor. Él siempre sorprendía a los demás con su manera de hablar (Juan 7:46). Él claramente nos dijo que sus palabras eran el resultado de su comunión con el Padre (Juan 8:38). Nunca permitió que por provocación de otros, sus palabras se salieran de control (1 Pedro 2.23). Después de todo el hablar mal no cambia las situaciones difíciles (Job 16.6) –ni a las personas difíciles-. Algunas sugerencias que la Palabra nos da sobre el manejo de nuestra lengua son: - Sepamos que hay tiempos para hablar y otros para callar (Eclesiastés 3.7). Apresurémonos para oír; detengámonos para hablar (Santiago 1.19; Proverbios 18.13). Como parte del cuerpo del Señor, debemos esforzarnos por hablar una misma cosa (1 Corintios 1.10). Evitemos prometer, especialmente a Dios (Eclesiastés 5:1-7; Proverbios 20.25). No nos quejemos, especialmente ante incrédulos (Salmos 39:1-3). No discutamos sobre lo que no entendemos (Job 42.3). No hablemos mal de nadie ni admitamos que otro lo haga (Salmos 15.3). Evitemos el chisme y la murmuración en todas sus formas (Proverbios 26.20-22; Santiago 4.11). No nos descompongamos por lo que otros dicen de nosotros (Eclesiastés 7.21). Atesoremos en nosotros la Palabra de Dios (Colosenses 3.16) para hablar con determinación de Él (Efesios 6.20). Hablemos en el nombre de Dios –representándolo- (Colosenses 3.17) y conforme a sus palabras (1 Pedro 4.11). Hablemos de su justicia (Salmos 35.28). Hagamos que nuestras palabras reflejen alabanza y gratitud y que busquen edificar, exhortar y guiar a otros (Proverbios 10.21; Efesios 5.19-20; 4.29; Colosenses 3.16). Hagamos que nuestras palabras sean agradables (Proverbios 10.32), sanas y que no halla en ellas motivo de reproche (Tito 2:8). Que nuestras palabras den el sabor del Reino de Dios en este mundo (Colosenses 4.6). Si debemos responder, hagámoslo sin perder la calma (Proverbios 15.1,4), usando la sabiduría que Dios nos da (Proverbios 15.2,7), habiendo meditado nuestra respuesta (Proverbios 15.28). Dios quiere que nuestra palabra, aparte de ser buena, tenga peso. La palabra de Dios prohíbe el uso de juramentos (Mateo 5:33-37). Entre otras cosas esto significa que nuestra palabra debe tener peso por si misma; como hijos de Dios debemos dar ejemplo para que la gente se dé cuenta que no necesitamos estar ligados a un juramento para cumplir lo que hemos dicho (2 Corintios 1:17-19). La palabra de un cristiano debe ser la mejor y más valiosa de todas. ¿Cuál debe ser mi actitud? Este mundo está lleno de personas que usan mal el don del habla. Lo usan para blasfemar contra Dios y para hablar mal de los demás (Salmo 73.9). En medio de este cuadro tan desolador, nosotros los hijos de Dios debemos hacer la diferencia. Tenemos que demostrar diariamente que tenemos la suficiente sabiduría y santidad como para dominar incluso nuestra lengua. Uno de los ex-presidentes más queridos fue sorprendido por un periodista quién le preguntó: ¿Cuál es el secreto de su carisma? A lo cual el mandatario respondió: “nunca he dicho nada malo de nadie (aún cuando lo sepa), antes, me he esforzado por decir lo mejor que sé de cada quien”. Como creyentes tenemos la capacidad de hacer esto y mucho más. Si disciplinamos nuestra lengua y la sometemos al dominio de Dios, seremos instrumentos útiles en sus manos y evitaremos muchos conflictos. DEVOCIONAL: “tiempo a solas o en familia con Dios” Adquiere tu guía de devocional diario con tu maestro(a) de discipulado. Realiza tu devocional cada día del 39-41, donde tengas tiempo para leer la guia devocional, leer los textos Bíblicos y orar. La próxima clase trae por escrito la verdad de Dios para tu vida de esos tres devocionales.