4. Oración

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9.
Jesús entrega su vida en la
Cruz
1. Puesta en escena
2. Introducción
3. Himno
4. Oración
5. La Palabra de Dios – 1Cor 1, 18-25; 2, 1-5
Pues la predicación de la cruz es una necedad para los que se pierden; mas para los
que se salvan – para nosotros – es fuerza de
Dios. Porque dice la Escritura: Destruiré la
sabiduría de los sabios, e inutilizaré la inteligencia de los inteligentes. ¿Dónde está el
sabio? ¿Dónde el docto? ¿Dónde el sofista de este mundo? ¿Acaso no entonteció Dios la sabiduría del mundo? De hecho, como el mundo mediante su
propia sabiduría no conoció a Dios en su divina sabiduría, quiso Dios salvar a los creyentes mediante la necedad de la predicación. Así, mientras los
judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a
un Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles;
mas para los llamados, lo mismo judíos que griegos, un Cristo, fuerza de
Dios y sabiduría de Dios. Porque la necedad divina es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad divina, más fuerte que la fuerza de
los hombres.
Pues yo, hermanos, cuando fui a vosotros, no fui con el prestigio de la palabra o de la sabiduría a anunciaros el misterio de Dios, pues no quise saber
entre vosotros sino a Jesucristo, y éste crucificado. Y me presenté ante vosotros débil, tímido y tembloroso. Y mi palabra y mi predicación no tuvieron
nada de los persuasivos discursos de la sabiduría, sino que fueron una demostración del Espíritu y del poder para que vuestra fe se fundase, no en
sabiduría de hombres, sino en el poder de Dios.
6. Momento de reflexión en silencio
7. Respuesta a la Palabra de Dios: canto u oración
8. Textos oblatos
– La cruz de Jesús ocupa el centro de nuestra misión. Como el Apóstol Pablo, predicamos «a Jesucristo, y éste crucificado» (1 Cor 2, 2). Si llevamos
«en el cuerpo la muerte de Jesús», es con la esperanza «de que también la
vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo» (2 Cor 4, 10). A través de la
mirada del Salvador crucificado vemos el mundo rescatado por su sangre,
con el deseo de que los hombres en quienes continúa su pasión conozcan
también la fuerza de su resurrección (cf. Fil 3, 10). (Constitución 4)
– Como segundo rasgo especial, el oblato, hombre apostólico, se esforzará
por vivir plenamente y predicar el misterio de la cruz, el misterio pascual, así
indica el artículo 4. La sustancia de este artículo se encuentra en las Constituciones desde el origen (Cf. Constituciones, 1826, textos citados al margen). El Fundador otorga muchísima importancia al misterio de la cruz,
tanto en nuestro apostolado como en nuestra vida. Varios motivos lo orientan en este sentido: primera y principalmente, la Cruz es el camino escogido por Dios para salvar al mundo; en segundo lugar, ella es necesaria para
mantener al hombre apostólico en la humildad y la verdad, mientras por su
ministerio es testigo e instrumento de las maravillas de Dios; y en tercer lugar, tras el choque interior de su “conversión” el Viernes Santo de 1807,
Eugenio conserva una viva conciencia de la necesidad de reparar por sus
propios pecados y los del mundo. Podemos notar también la influencia del
apóstol Pablo en él sobre este tema.
Sin embargo, en su formulación actual el artículo 4 añade algunos aspectos
nuevos al texto antiguo. El primer añadido responde a la sensibilidad religiosa de hoy: no hablar nunca de la cruz, de la pasión, de la muerte de Cristo, sin decir también que ella es semilla de vida y resurrección. La Cruz de
Jesús que “ocupa el centro de nuestra misión” desemboca en la esperanza
de la alegría pascual, de una nueva vida en Jesús.
La segunda añadidura expresa la purificación y transformación de nuestra
mirada al contacto con el misterio de la cruz. “A través de la mirada del
crucificado vemos el mundo rescatado por su sangre”. Nuestra mirada al
mundo se vuelve la mirada de Jesús, Salvador crucificado. Así fue la mirada del Fundador después de su “conversión”: verse a sí mismo y ver el
mundo a través de la sangre de Cristo. La expresión: “las almas que costaron la sangre de Cristo”, “que son el precio de su sangre” se repetirá constantemente en sus escritos. Teresa de Lisieux y la ursulina María de la Encamación vivieron experiencias parecidas, y de ahí también nació su espíritu misionero. Esta visión, esta mirada engendra normalmente el deseo de la
salvación del mundo, y la voluntad de cooperar con Cristo en la obra de la
redención. Más adelante, en la regla 12, encontramos la expresión complementaria: “amar con el corazón de Cristo”. El espíritu apostó- lico del oblato consistirá, en efecto, en contemplar el mundo con la mirada de Cristo, en
amarlo con el corazón de Cristo, y en cooperar con toda el alma con Cristo
en la obra de la redención del mundo.
Por último otro punto bastante nuevo también en este artículo es lo siguiente: somos invitados a contemplar la cruz, el sufrimiento de Cristo no sólo en
nosotros sino también en los demás. Nuestro deseo es que “los hombres en
quienes continúa su pasión [de Cristo] conozcan también la fuerza de su
resurrección”. Esto nos recuerda la reflexión de Pascal: “Jesús estará en
agonía hasta el final del mundo, es preciso no dormir durante este tiempo” (Pensées, N° 736, en Oeuvres Complètes, La Pléiade, 1962, pág. 1313). (F.
Jetté, O.M.I. Hombre apostólico. Comentario de las Constituciones y Reglas oblatas de 1982, Roma 1992, pág. 38-39.)
9. Profundizando en el tema
La Cruz de nuestro salvador no es para mí un signo de sufrimiento, dolor o
amargura. Es un símbolo de victoria, salvación y vida. Desde la cruz me
doy cuenta del asombroso poder del amor de Dios por mí y para mí.
Como Oblato, llevo la cruz como signo distintivo (C. 64), un signo de que
he sido amado por Dios. Al igual que una persona, cuando mira las fotos de
su ser amado se vuelve sentimental y recuerda los buenos momentos pasados juntos, así también yo me siento motivado y empujado a crecer en
amor, fe y servicio gracias a mi Cruz Oblata. Mis ojos no deberían apartarse
nunca de ella, no sea que mire al lado equivocado y me encuentre desnudo,
como nuestros primeros padres en el Génesis, despojados del amor que encuentro desde la Cruz. Sin duda, la Cruz es la fuente de mi Identidad Oblata y de mi Misión.
Siempre me conmueve la liturgia del Viernes Santo, cuando la gente viene a
la iglesia, y hace largas colas para venir y venerar la Cruz. Cada uno poniéndose delante de la Cruz, para decir al Señor y Maestro, “¡Gracias por
amarme!” Hay una familia protestante en mi vecindario que nunca se pierde el servicio del Viernes Santo en la Iglesia Católica. Esta familia no ha sido bendecida precisamente con riquezas terrestres, tanto es así que algunos
de los hijos no pudieron ser escolarizados por restricciones financieras, pero
es una familia humilde y pacífica. Esta familia siempre ha parecido tener
una profunda comprensión de los misterios de la Cruz, más profunda que
muchos católicos. Siempre han sido un punto de referencia para mi familia
porque mis padres nos solían decir que si estas personas (Protestantes) iban
a venerar la Cruz en el Viernes Santo porque no habríamos nosotros de
aprender de ellos que la Cruz es un símbolo fecundo de quién es Dios para
nosotros. Como respuesta, nosotros siempre estábamos dispuestos a acudir
a la iglesia, para mostrarles que también nosotros tenemos respeto por la
Cruz. Cuando pienso en todo esto hoy, me doy cuenta de qué forma el
amor de la Cruz ha hecho de esa familia una familia misionera para conmigo y para con mis hermanos.
Incluso antes de conocer a los Oblatos, ya había desarrollado un gran amor
por la Cruz y sin duda esa familia me dio un ejemplo de amor a la Cruz.
Creo sinceramente que el poder de la resurrección trajo algunas bendiciones a la familia. Eran conscientes de que por sí solos nada podían, pero gracias a la Cruz todo les era posible. Por esto veo tan importante de que, como Oblatos, hablemos el lenguaje de la Cruz, vivamos la vida de la Cruz y
continuemos la labor vivificadora de la Cruz. ¡Que Dios nos bendiga siempre! (Reflexión escrita por el P. Sidney Mothusi Boatile OMI)
Otros textos: F. EMANUELSON, Cruz oblata, en el Diccionario de los valores oblatos, Vol. I, Asunción 1998, p. 243-256; G. MAMMANA, Saint Eugène de Mazenod et la croix, «Vie Oblate Life» 63 (2004), p. 177-215.
10. Compartiendo nuestra fe
– Tómate un tiempo para contemplar tu Cruz Oblata; tu vida misionera; el
sufrimiento de la gente que has encontrado, el sufrimiento de los Oblatos; las dificultades de tu propia vida; los signos de la resurrección; la
nueva vida que has contemplado; los signos de esperanza que te infunden vida y
energía.
– ¿Qué significa la Cruz en mi vida?
– ¿De qué manera relaciono la Cruz con mi
vida misionera Oblata?
– Cuenta una historia de tu vida o de tu misión en el que el poder de la Cruz se hizo
manifiesto.
11. Compromiso personal y comunitario
12. Oración
13. Bendición y canto
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