el Socialista

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Mayo
2008
674
el Socialista
Pablo Iglesias,
fundador
Justicia histórica para Pablo iglesias
JUAN SISINIO PÉREZ GARZÓN
Catedrático de Historia Contemporánea en la
Universidad de Castilla-La Mancha
s la mejor biografía publicada sobre Pablo
Iglesias, (Joan Serrallonga, Pablo Iglesias.
Socialista, obrero y español, Barcelona, Edhasa,
2007), la más documentada y ecuánime, también la mejor escrita, con agilidad, coherencia y
hasta emoción.
E
detalladas sobre el modo de vida de los obreros, su escasa
alimentación, la horrenda vivienda, la carencia de salud,
los ínfimos salarios, las extenuantes jornadas de trabajo,
las asfixiantes atmósferas de los talleres y fábricas donde
también echaban jornadas agotadoras las madres y los
niños… Todos estos datos los procesó con paciencia para
divulgarlos después en mítines, en conferencias y en sus
copiosos escritos. A quienes lo escuchaban y a quienes
hoy podemos leer sus escritos, Pablo Iglesias dejó constancia, con un estilo sencillo y popular, de esa lucha que
desplegó cotidianamente en su proceso de defensa de los
trabajadores.
Obrero autodidacta
Conviene recordar algunos datos de tan emocionante
biografía. Nacido en una Galicia tan abandonada como
caciquil, sus padres apenas si podían encontrar un trabajo que les permitiera sobrevivir. Asistió desde 1856 a la
escuela de
Ferrol, pero,
la temprana desaparición del
padre dejó
a la familia
en la precariedad
más absoluta.
Su
madre buscó el amparo de un
hermano
en la ciudad de Madrid. Allá
que se fue
con sus dos
hijos en un
duro viaje.
Paulino, el mayor, con diez años, transportó los escasos
enseres familiares por la ruta de los maragatos, para llegar
a Madrid y encontrarse con que su madre sólo pudo trabajar en las bancas de lavar del Manzanares y tuvo que
colocar a sus dos hijos en el Hospicio de San Fernando
para que, por encima del desgarro de la separación, al
menos tuvieran comida. En esta institución aprendió
Paulino los rudimentos de la tipografía y con trece años
comenzó a transitar por las imprentas de la capital. Su hermano menor murió y él pudo vivir, al fin, con su madre,
aunque en habitaciones de miseria.
Pronto se integró entre los más activos de los tipógrafos.
Eran los años del sexenio democrático, cuando llegaron a
España las voces y reclamos de la Internacional fundada
en Londres por Marx y Bakunin, entre otros. En 1870 apareció en La Solidaridad su primer escrito. Era un obrero
autodidacta, sin duda, con un afán constante por instruirse. También con una temprana capacidad de liderazgo.
En 1871 era el que exhortaba a sus compañeros en las
conferencias de los Estudios de San Isidro o se enfrentaba a la brutalidad de la “partida de la porra”. Tras el golpe
de Estado contra la Primera República, la restauración
borbónica dirigida por Cánovas se impuso cerrando locales
obreros y restringiendo las libertades. En este contexto, en
1878, se desarrolló la primera huelga de tipógrafos. Hubo
listas negras en las que ya figuró P. Iglesias, al que sus
compañeros llamaban el Rubio. Fue al año siguiente, el 2
de mayo de 1879, cuando en una comida de fraternidad
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Emoción no porque el autor pierda la objetividad histórica,
sino porque el lector, al adentrarse por ese primer capítulo de una “vida sin niñez”, llega a sentir el hambre, el frío,
la desnudez en la que se criaron los hermanos Iglesias
mientras su madre se vidriaba las manos lavando ropa de
los acomodados en las frías aguas del Manzanares. El
desamparo de tantas familias humildes, magistralmente
descrito por Joan Serrallonga, explica mejor que cualquier
otro concepto el modo y nivel de vida en el que se expandió el ideario socialista como legítima emancipación contra las desigualdades. La propia lucha del adolescente
Paulino Iglesias, que aprende el oficio de tipógrafo con
tanto ahínco como inteligencia, constituye igualmente el
relato más atinado para conocer las aspiraciones y capacidades de quienes supieron propagar el derecho a la dignidad de vida por la que se fundó el Partido Socialista. No
por causalidad, ya en 1915, un historiador del calibre de
Américo Castro definió a Pablo Iglesias, en vida, como “el
luchador abnegado” por antonomasia.
En efecto, ésta es la principal lección que se extrae de la
minuciosa investigación aportada por Joan Serrallonga
sobre la larga vida de Pablo Iglesias Posse. Fue siempre
una lucha constante, humilde y nada callada, un combate
en el que se situó en el plano del obrero explotado que
tenía que pelear contra viento y marea para sobrevivir en
estas décadas de despegue del capitalismo en España en
el que la lucha de clases no fue una elucubración teórica
sino la dura realidad de millones de españoles que vivieron
en los limites de la miseria. Sin duda, hay otras obras que
aportan reflexiones sobre la trayectoria política e ideológica del primer líder del socialismo español, así como sobre
los recovecos que condujeron a la fundación y desarrollo
del Partido Socialista Obrero Español y de la Unión General de Trabajadores. Aun a riesgo de olvidar obras igualmente meritorias, son imprescindibles en este sentido las
de Tuñón de Lara, José Luis Martín, Santos Juliá, José A.
Piqueras y S. Castillo. Por su parte, Joan Serrallonga no
sólo tiene en cuenta la bibliografía existente, los archivos
y todo tipo de documentos, sino que se introduce tanto en
la biografía como en la historia de cada momento para
relatarnos con precisión y agudeza el trayecto a ras de suelo de aquel obrero tipógrafo que vivió en su propia carne la
explotación y que con las armas que poseía luchó de una
forma altruista para unir el esfuerzo de muchos en la consecución de una vida digna y plena en libertad. En este
sentido, la obra de Joan Serrallonga es un modelo historiográfico de biografía. Un ejemplo para historiadores.
Gracias a esta obra podemos conocer con total fiabilidad
cada paso de la biografía de Pablo Iglesias. El autor destaca tanto las experiencias como el conocimiento directo
que tuvo P. Iglesias de las condiciones de explotación del
trabajador de aquella época. Lo vivió en su propia carne,
pero además dedicó una buena parte de su tiempo a recopilar, como nadie lo había hecho antes, informaciones
en la taberna Casa Labra, en la madrileña calle de Tetuán,
estuvo entre los fundadores del Partido Socialista Obrero
Español. Tuvo claro desde el primer momento que la
fuerza de los trabajadores, con una ideología propia, sin
tutela de ningún otro partido, organizados para su propia
emancipación social, constituía la premisa imprescindible
para alcanzar los objetivos que se proponían.
Por eso los socialistas, desde el principio, se plantearon
actuar con voz propia y acudir al reclamo de la Comisión
de Reformas Sociales creada por Moret en 1885. El informe de P. Iglesias, escrito desde la cárcel, sonó a nuevo
y distinto. Sin contemplaciones ni oratoria vana, expuso
con crudeza el nivel de vida de la clase obrera española,
con datos irrebatibles. El texto merece ser releído hoy en
día. Ahora bien, para alcanzar una voz propia, P. Iglesias
tuvo clara la necesidad de tener un periódico y el 12 de
marzo de 1886 nació El Socialista, sufragado por colecta
popular. En 1889 asistió a la fundación de la Segunda
Internacional en París y desde entonces su biografía es
también la historia del lento y constante crecimiento del
PSOE por la diversa geografía española. Sus avatares quedaron reflejados en la nutrida correspondencia que Iglesias
jamás dejó de desarrollar, porque fue una tarea que le
agradaba especialmente, aunque, por desdicha, se ha perdido la mayor parte de aquellas sentidas cartas que tanto
eco tuvieron en sus interlocutores.
Primer diputado socialista
De tan amplio batallar, destaquemos un momento feliz,
cuando a finales de 1908 se inauguró la Casa del Pueblo
en Madrid y P. Iglesias, emocionado, pudo dirigirse desde
el balcón a los trabajadores congregados por el evento.
Quedó constancia en una de las fotos más emblemáticas
y cálidas del líder socialista. Pronto, en 1910, tuvo el
honor de ser el primer socialista que ocupase un escaño
de diputado en el Parlamento español. Desde entonces su
liderazgo adquirió nuevas resonancias. Cuando la huelga
general en 1917, Iglesias se estaba recuperando de una
intervención hospitalaria, pero dirigió una larga campaña
de mítines a favor de la amnistía para los presos de tal
modo que en las siguientes elecciones logró que entraran
en el Congreso de los diputados ocho socialistas. Fue un
salto trascendental y dirigió una constante campaña por el
abaratamiento de las subsistencias cuyos precios asfixiaban el nivel de los salarios recibidos por los trabajadores.
Ya con una salud débil, también le tocó desde 1920,
afrontar en el seno del socialismo español el debate suscitado por la creación de la Tercera Internacional desde
Moscú. La actitud de P. Iglesias, fiel a su idea de no admitir tutelas, fue radicalmente opuesta a integrarse en la III
Internacional.
Al año siguiente, en 1921, ya con 71 años y una salud
cada día más débil, P. Iglesias tuvo que afrontar otra batalla, la de oponerse con todas sus energías a la guerra en
Marruecos. El desastre de Anual dejó al descubierto la
inutilidad de un ideario expansionista que costaba la vida
de miles de jóvenes españoles. Sólo ciertos intereses oligárquicos y la obsesión militarista del rey Alfonso XIII parecían ser los dos principales argumentos para esa guerra.
El golpe de estado de Primo de Rivera en 1923 dejó sin
solventar la responsabilidad del rey en el desastre de Anual
y, aunque hubo voces que se resignaron a la dictadura,
nunca fue la actitud de P. Iglesias. Muy enfermo, sin decidirse por la huelga general, se opuso al golpe de estado.
Murió, rodeado de sus amigos y compañeros el 9 de diciembre de 1925, en su domicilio. “La vida de nuestro
maestro ha tropezado con un leve obstáculo y se ha ladeado”, tal y como nos relató Zugazagoitia.
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