Estimado Embajador Jorge Muiño, Director General de la Dirección General de Asuntos Consulares Ministerio de Relaciones Exteriores de la República Oriental del Uruguay De mi mayor consideración, De acuerdo a lo requerido y agradeciéndole nuevamente su consideración, cumplo en hacerle llegar un relato breve y preciso acerca de la terrible situación que me tocara padecer el sábado pasado 6 de junio en el Aeropuerto Internacional de Río de Janeiro Galeao-Antonio Carlos Jobim. En la mañana de ese sábado me encontraba volando en el vuelo de Iberia 6118 salido a la 0.35 de Madrid y que llegaría a San Pablo en hora prevista de 6.30. Allí estaría en tránsito pues tomaría el vuelo de TAM JJ 8046 que saldría a Montevideo a las 9.00, teniendo horario previsto de llegada a Montevideo a las 11.45. Por motivos meteorológicos (neblina) el vuelo de Iberia no pudo descender en San Pablo, sobrevolando una hora a los efectos de que el tiempo mejorase y el avión pudiera llegar a destino. Al retrasarse esta posibilidad, el comandante del vuelo de Iberia decidió bajar en el aeropuerto de Río para recargar combustible. Allí quedamos esperando en la pista alrededor de otra hora pero al no resolverse la situación y superarse las horas de vuelo admitidas para la tripulación, el comandante resolvió desembarcar a los pasajeros en dicho aeropuerto. Se nos pidió disculpas y se nos informó que personal de la compañía en tierra resolvería y atendería nuestra situación. Bajamos luego a tierra llevándonos el autobús a una entrada, en la que una funcionaria con una identificación de Iberia (no sabemos si funcionario de planta o subcontratado, como en los otros casos salvo la figura del gerente) nos dio a cada pasajero un cartón de tránsito indicándonos que subiéramos la escalera. Así lo hice y al fin de la misma una funcionaria sin identificación nos señalaba que los brasileños fueran para un lado y los extranjeros para el otro, que debíamos hacer migración. Ante mi señalamiento que en realidad estábamos con una tarjeta de tránsito que nos acababan de dar y que además yo estaba en un vuelo de escala en el que no se preveía que entrara en territorio brasileño, la funcionaria se limitó a contestar que ella no sabía nada y que debía hacer migraciones, que cualquier cosa me informara ante personal de la compañía Iberia. Al seguir y ya en la cola, apareció una funcionaria con una pequeña identificación de Iberia, ante la cual volví a pedirle una explicación sobre por qué debía hacer migraciones, que nos habían dado un cartón de tránsito, que tenía mi equipaje en el avión marcado para levantar en Montevideo. La funcionaria señaló que no sabía nada al respecto y que no tenía más información que brindar, ante lo cual le reiteré la situación anómala que se estaba produciendo y que creía que era mi derecho que la empresa nos brindara información fidedigna y precisa. Luego de hablar por su aparato intercomunicador volvió a indicar que no tenía información y que el gerente o personal superior no se encontraban en el aeropuerto. Ante mi insistencia y mi protesta se acerca un efectivo de la Policía Federal quien de mala forma me empuja y me dice que debo seguir a migraciones y que dejara de reclamar. Le señalé que no me empujara y que me asistían derechos ante lo cual, para mi absoluta sorpresa, se apersonan de golpe otros tres efectivos que me empiezan a golpear y a decirme a los gritos que estaba detenido. Al ofrecer resistencia, me golpearon con más fuerza, tirándome al piso, lanzando además mi equipaje de mano (en donde tenía mi laptov cuyo monitor colapsó por el golpe). Siguieron golpeándome y amenazándome, llevándome de arrastro a una pieza cuya puerta cerraron para continuar golpeándome. Luego me esposaron. También detuvieron a otro pasajero que había filmado la golpiza con su celular y lo entraron a la misma sala. Allí luego de retirarle el celular para borrar las imágenes tomadas del incidente, lo amenazaron ante lo que él señaló que era periodista paraguayo. Finalmente lo dejaron libre ordenándole que hiciera migraciones y que se olvidara del hecho. Esposado y recibiendo amenazas constantes, exigí que quería comunicarme con la Cónsul General de Uruguay en Río y ante autoridades de mi gobierno, ante lo que aumentaron sus insultos y me retiraron el pasaporte y mi pasaje. Luego de dos horas incomunicado en esa sala me trasladaron ante la oficina del superior de la policía federal, que llegó varios minutos después. Ya habían llegado primero la funcionaria y luego el gerente de Iberia. Solo ante mis reclamos este último se ocupó de mí simplemente para decirme que no hablara más, que todo lo que dijera iba a ser en mi contra y que nada podía hacer. Capítulo aparte merece la actitud del jefe de la policía federal del aeropuerto, que no llevaba uniforme y al que se referían como “doctor”. Ni bien llegó comenzó a amedrentarme preguntándome si era yo “quien había producido confusión ante sus subordinados” y negándome cualquier derecho a réplica, señalándome que allí yo estaba en una situación muy complicada y que él no tenía nada que hablar conmigo. A partir de ese momento, pude ver como él, que no había presenciado el incidente, conversando con uno de los efectivos que me había golpeado (y que en su escrito de relato aparece como la “víctima”) se dedicó a hacer un documento oficial con un relato totalmente falso de lo ocurrido, en el que yo aparecía como el agresor y el violento, y sus “subordinados” como las víctimas de lo sucedido. Estaban allí la funcionaria involucrada y el gerente de Iberia, que persistieron en todo momento en desentenderse de mi persona (su pasajero) y en acordar sin matices con la versión absolutamente tendenciosa y falsa que se estaba concretando. Yo seguí reclamando comunicarme con la Cónsul de Uruguay en Río o con representantes del gobierno uruguayo, que era mi derecho y que de ninguna manera firmaría esa versión falsa. Ante ello el jefe policial continuó agraviándome y amenazándome con la deportación a España. Finalmente y ante mi resistencia, se aceptó que no firmara el documento y el jefe exigió que para “galvanizar jurídicamente el documento”, se tenía que buscar “testigos ajenos a la empresa y a la policía”. Estos llegaron minutos después para firmar el documento. Yo reclamé que exigía que se me diera copia de dicha documentación la que finalmente se me entregó con continuos agravios de toda índole. Luego me condujeron a la sala de tránsito (nunca llegué a hacer migraciones, el objeto inicial de mi reclamo de información), y minutos después me trajeron la tarjeta de embarque para un vuelo de GOL que salió esa tarde a las 15.30 de Río llegando tres horas después a Montevideo, más de 24 horas de mi salida desde Salamanca (donde tenía la actividad del Consejo Superior de FLACSO que presido). No quiero agregar nada al relato despojado de lo sucedido. Tengo pensado escribir un texto más extenso sobre el particular en prensa nacional e internacional. Solo quiero señalar que lo acontecido me hizo retrotraerme penosamente a los tiempos del terror de las dictaduras, en las que los ciudadanos podían ser objeto de vejámenes inauditos y desprovistos de todo derecho por los gendarmes de turno. Todavía tengo en mi alma el impacto de lo sucedido, del terror vivido, del asombro por el grado de avasallamiento de mis derechos. Y además, me hiere particularmente que todo esto haya ocurrido en un aeropuerto de Brasil, Estado miembro del Mercosur y país con el que he tenido y tengo lazos muy fuertes de trabajo y amistad. Quiero seguir hasta el final con este reclamo pues lo creo de absoluta justicia y porque no quiero respaldar la continuidad de la impunidad frente a este tipo de atropellos. Creo firmemente que es un tema y un reclamo que trasciende a mi persona. Agradezco muy especialmente el respaldo de la cancillería (en su nombre, en el de la Cónsul general de Uruguay en Río de Janeiro, Miriam Fraschin,i y en de otros funcionarios del ministerio) que de la forma más inmediata y expeditiva me socorrieron ante esta situación tan penosa y lesiva que me tocó vivir. Mi reclamo tiene como objetivo que episodios como este nunca más vuelvan a repetirse y para ello es imperioso que quienes los cometen no queden impunes. Saludo a Usted muy atentamente, reiterándole las muestras de mi particular estima Gerardo Caetano