Reflexión Cultura Vocacional

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CULTURA VOCACIONAL
(Aporte de los Claretianos)
REFLEXIÓN: POR
VOCACIONAL
UNA
PEDAGOGÍA
DE
LA
CULTURA
Desde hace bastante tiempo la Congregación está tratando de impulsar la corresponsabilidad
en la animación de las vocaciones: La vocación es problema grave de la pastoral actual 1.
Nadie discute que todos, religiosos, sacerdotes y laicos, hemos de tomar parte activa y coral en
la pastoral vocacional; aunque de hecho sea más un deseo que un compromiso. La crisis
vocacional no indica solo una reducción numérica de los aspirantes al sacerdocio o a la vida
consagrada, sino a la quiebra de todas las vocaciones.
La experiencia nos ha ido demostrando que existe una “cadena vocacional”. Casi siempre,
detrás de cada vocación y de cada cristiano comprometido, ha habido una variedad de
personas que se han puesto a su servicio, que lo han formado, que han orado por su vocación,
que han descubierto sus capacidades, y que han despertado en él los grandes deseos de hacerse
disponible a la llamada del Señor. Se trata de una verdadera cadena de pastores vocacionales,
en la que cada cual tuvo su papel. Parece que es ineludible la exigencia de crear en torno
nuestro un ámbito humano que favorezca el nacimiento y el desarrollo de las vocaciones. A
ello parece aludir la expresión de “cultura vocacional”2.
Dificultades para el desarrollo de la cultura vocacional.
Muchos de los intentos por impulsar un clima favorable a la pastoral vocacional quedan
abortados con frecuencia por planteamientos teóricos, a veces implícitos pero siempre muy
activos, que hacen nulo el anuncio del sentido fuerte de la vida como “vocación”. Citamos
entre otros estos que nos parecen más difundidos.

La cultura antivocacional3 dominante que propone un modelo de “persona sin vocación”,
esto es, una óptica que al proyectar el futuro se limita a las propias ideas y gustos, en
función de intereses estrictamente individualistas y económicos, sin apertura al misterio y
a la trascendencia y con escaso sentido de responsabilidad respecto a la vida propia y
ajena.

Los tres grandes males culturales que dañan la vitalidad y credibilidad de la Iglesia y de
la vida consagrada: el mal de comunicación (que la hace incapaz de transmitir
especialmente a los jóvenes el evangelio de la vocación); el mal de comunión (por no
acabar de resolver nuestros problemas de relación y de participación); el mal de identidad
(por no haber encontrado aún el nuevo rostro de la vida cristiana y religiosa).
1 Cf NVNE 26b
2 Cf. JUAN PABLO II, XXX Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones (1993).
3 Cf. NVNE 11c

Las ideas pobres sobre la vocación, que la centran o polarizan en la vocación clerical (o
de especial consagración) y masculina, con la consiguiente infravaloración de otras
vocaciones, o que la reducen a un asunto privado al que sólo se permite el acceso a Dios
y a la propia conciencia, ignorando que la respuesta vocacional exige un ambiente
favorable y mediaciones humanas que explícitamente propongan, acompañen, exijan e
iluminen.

La cultura de la indecisión que debilita en los más jóvenes su valentía para hacer
opciones de vida e impide que su fe se traduzca cotidianamente en elecciones de vida de
manera que sean capaces de superar la falta de seguridad, de tomar decisiones que no
estén condicionadas, frenadas o inhibidas por el miedo al mañana, por el temor de no
cumplirlas, por las dudas sobre la propia capacidad, por la desconfianza en el otro, por el
escepticismo sobre los propios sentimientos, por la incapacidad de elegir el uso de su
tiempo libre, de las relaciones y amistades que han de cultivar, del comportamiento que
deben manifestar con los otros...

La creencia errónea de que la pastoral vocacional es tarea exclusiva de unos pocos
encargados. El formidable olvido de que la titularidad vocacional concierne a toda la
comunidad cristiana, a todo creyente, provoca que las vocaciones se consideren hechos
extraordinarios y no el fin natural del camino de fe. No se comprende que las vocaciones
son fenómenos “normales”, bien porque la vocación es componente normal de la vida
(dejarse llamar es signo de madurez y de libertad interior), bien porque dichas vocaciones
son la expresión-traducción de la fe en los proyectos personales de vida según la llamada
particular de cada uno: a la vida matrimonial, a una profesión concreta, al sacerdocio, a la
vida misionera, a una profesión concreta, al compromiso creyente en la política, a la
consagración a Dios...

La “orfandad educativa” en la que se hallan muchos de nuestros jóvenes provocada por la
falta de auténticos educadores de la fe y por el descuido pastoral de la atención
personalizada. El acompañamiento personalizado no se erige entre las cosas más
importantes de nuestra acción evangelizadora, no existe conciencia de su importancia, y
por ello no se le dedica ni el tiempo y las energías suficientes, ni se facilita la
disponibilidad para la acogida y la escucha, ni valentía para responsabilizarse del otro,
acompañándole con comprensión y exigencia. “¡Cuántos abortos vocacionales a causa de
este vacío educativo!”4

La impotencia ante tantos obstáculos como ponen las familias, la sociedad, la cultura
actual a los candidatos. Los procesos vocacionales no producen la energía evangélica
suficiente para plantarles cara. Y de esa manera, con frecuencia, ceden ante la presión
ambiental, desarmados y desvitalizados, sin oponer resistencia, sin extraer de la
experiencia de encuentro con el Señor de la llamada la necesaria capacidad de
abnegación, de renuncia y de esfuerzo.

La falsa interpretación de que es la “hora de los laicos” y que los consagrados estamos
como de sobra. Se empobrece así la Iglesia, con un reduccionismo vocacional de
tendencia laical inversa a la clerical que hemos padecido secularmente. Es incapaz de
generar una Iglesia constituida verdaderamente por todo el Pueblo de Dios, con
4 NVNE 35a
2
vocaciones diversas, diferenciadas y complementarias. Una Iglesia sin carismas ni
ministerios para la comunión y la misión no es la Iglesia pensada por Jesús y alentada por
el Espíritu.

La convicción equivocada de que no se puede invitar a alguien a compartir nuestra vida
cuando se encontrará con comunidades mediocres y con algunos claretianos de poco
espíritu. Es una especie de puritanismo que suele estar unido a frustraciones, desencanto,
pesimismo, parálisis ministerial y desaliento ante el futuro. A veces con la dificultad de
que quienes padecen esas situaciones, se erigen en protagonistas. Así no se engendra vida.
Pero, ¿qué entendemos por “cultura vocacional”?
Tal vez no alcancemos a definirla de manera rigurosa y comprensible a la vez. Pero bastaría con
percibir que cuando hablamos de cultura vocacional nos estamos refiriendo a una “atmósfera”, un
ambiente, un ecosistema que, en sí mismo, irradia valores vocacionales, los ampara y los hace
eficaces. Podríamos acercarnos a identificarla con algunas descripciones que se complementen.

Es aquella situación que permite que la Pastoral Vocacional sea la vocación de la pastoral
normal5: pastoral de todas las vocaciones, indistintamente; en toda fase o momento de la
vida, sin distinciones; pastoral ofrecida a todos los creyentes sin excepción ni excusa,
dado que un creyente se hace adulto en la fe sólo cuando de persona llamada pasa a ser
persona que llama

Es un ambiente, una mentalidad creyente adulta, un hábitat eclesial y comunitario, que
favorece el que cada persona, cada familia, cada entidad, se comprenda a sí misma en
función de una misión encomendada por Dios para la construcción del Reino. Supone un
tejido de valores y de ideales, una serie de concepciones de la vida, un legado de
convicciones de fe y expresiones pastorales que propician el que las personas se
descentren de sí mismas, que miren más allá de sus propios proyectos, que se pongan a la
escucha y al servicio de una misión que las trasciende y que les ha sido confiada por Dios
mismo.

Una cultura vocacional es tal cuando invita y conduce a hacerse preguntas vitales y
cuando también da pistas y herramientas para responder a ellas. El hecho de constatar que
hay preguntas indica que estamos ante un ambiente que favorece la gestación de ellas y
por lo tanto que pone el sentido de la vida como telón de fondo a las búsquedas y a las
respuestas de estas preguntas vitales. La pregunta es el motor que impulsa y mueve a
buscar. Sin preguntas no hay búsqueda y si no se busca, la vida se vuelve plana, chata,
sin horizontes que desafíen a la aventura. Es una atmósfera que valora y defiende la
fidelidad a la propia vocación.

Esta cultura, según nuestro Directorio Vocacional6, cultiva las actitudes vocacionales de
fondo, promueve una cultura del espíritu, invita a reconocer y acoger la aspiración más
profunda del hombre, reacciona contra una cultura de la muerte con una cultura de la
vida, es, en su raíz, la cultura del deseo de Dios, compromete la mente y el corazón del
5 Cfr NVNE, 26b
6 DVC 55
3
hombre en el discernimiento de lo bueno. Crear esta cultura es uno de los urgentes
servicios a prestar al Dueño de la mies, que llama a colaborar con Él.
¿Cómo fomentar, en concreto, “cultura pro-vocacional” en nuestros ambientes?
La instauración de una cultura vocacional es, sin duda, el primero objetivo de la pastoral
vocacional, o quizás de la pastoral en general7. ¿Qué pastoral es aquella que no cultiva la libertad
de sentirse llamado por Dios ni produce cambio de vida? Para generarla de forma adecuada se
deben alentar ciertas acciones, cargadas en sí mismas de fuerza vocacional, pero sin pretender que
ellas desvelen de pronto y de forma automática la llamada de cada uno y suplan el camino de
respuesta. Señalamos algunas.

Posibilitar el nacimiento y crecimiento del sujeto vocacional, es decir, de comunidades de
creyentes que viven coherentemente su llamada personal y se sienten responsables de la
de los otros. Comunidades en las que se tratan de forma normal y frecuente los
planteamientos vocacionales de todos y de cada uno. El objetivo no es, sin más, que surja
alguna vocación (al sacerdocio o a la vida consagrada), sino de que todo creyente llegue a
ser persona llamada que llama, en un clima de fidelidad vocacional.

Crear signos y lugares permanentes donde cultivar y mostrar la experiencia de Dios
compartida, sólida y fundamentada que se dirige al corazón de la persona y le plantea
llamadas, exigencias, invitaciones. La reflexión y la tradición de la Iglesia indican que
normalmente el discernimiento vocacional se hace presente a lo largo de estos itinerarios
comunitarios: la celebración comunitaria y la oración (liturgia), la comunión eclesial y la
fraternidad (koinonía), el servicio de la caridad (diakonía), el anuncio y testimonio del
evangelio (martiría). Estas dimensiones que deben estar siempre presentes y
armónicamente coordinadas, están cargadas de fuerza vocacional y movilizan Es una
atmósfera que valora y defiende la fidelidad a la propia vocación al sujeto al situarlo ante
una interpelación imposible de ignorar, una toma de decisión que no se puede dejar
indefinidamente.

Sentir la Iglesia como cosa propia y sentir con la Iglesia... siendo no solamente
colaboradores, sino también intercesores y testigos transfigurados por su misterio. La
desafección por la Iglesia no lleva al nacimiento de las vocaciones, sino a la aridez estéril
e infunde rechazo. Las vocaciones que no nacen de esta sana experiencia y de esta
inserción en la vida y acción comunitaria eclesial tienen el peligro de estar viciadas de
raíz y es dudosa su autenticidad.

Difundir y consolidar el acompañamiento vocacional personalizado, en particular en
aquellos momentos existenciales de encrucijada donde se tejen las grandes decisiones de
la vida. Es una relación pastoral que ha de cuidar las dos etapas de todo proceso de
crecimiento de la fe: La educación (ayudar al joven a sacar fuera su verdad, a conocerse, a
descubrir sus miedos y resistencias, fragilidades y dependencias) y la formación
(proponerle un ideal que dé a su vida forma, consistencia y solidez, para que invierta en
ella sus mejores recursos).
7 Cf. NVNE 13b
4

Hacer visible nuestro carisma misionero en expresiones significativas. Esa visibilidad es
una opción exigente y al mismo tiempo arriesgada. No se reduce a pura exterioridad si
está sostenida por una intensa experiencia de Dios y por un discernimiento lúcido sobre
los signos usados. Es preciso que se pueda “ver” el carisma. Carteles, folletos, días
reservados a presentar la historia, vida y misión de los claretianos... debe ser moneda
común en todo lugar donde nos hagamos presentes.

Fomentar, además, un ambiente general de conocimiento de nuestro Fundador como don
del Espíritu a la Iglesia y en particular a la Iglesia donde vivimos. Y creando un ambiente
de simpatía hacia nuestra congregación, de manera que, por contagio, nuestra historia y
nuestra vida impregne nuestros ambientes y toque a las personas. Y, sobre todo, facilitar
que la expresión y comunicación normal de nuestra espiritualidad y vida misionera
consiga que otros tengan los mismos “ojos” del P. Fundador, esto es, su sensibilidad , su
corazón sus ideales, su percepción, su lógica misionera.

No olvidar jamás que una homilía, la administración de un sacramento, cualquiera que
sea, una catequesis, una adoración del Santísimo, un retiro, una misa, una confesión, una
reunión, una novena, una iniciativa del tipo que sea, si no es vocacional, es decir, si no
apunta a la pregunta estratégica dirigida a todos (“y a mí, ¿qué me pide Dios a partir de
esta Palabra, de este don...?”) no es acción pastoral cristiana, sino otra cosa, no bien
definida, pero de cualquier modo inútil y a veces contradictoria por no decir hipócrita.

Recrear una vida comunitaria fraterna, acogedora, hospitalaria y calurosa donde se vive
la identidad claretiana y la pertenencia sin subterfugios; y donde, a la vez, existe cercanía,
roce y trato directo con todos, abriendo la comunión y la corresponsabilidad también a
laicos (hombres y mujeres).

Cuidar pastoralmente de las familias. Hubo un tiempo en el que los padres católicos
fueron nuestros mejores aliados en la tarea de suscitar vocaciones. Hoy, en cambio,
muchos padres no ven claro lo de la vida religiosa, ni su naturaleza y utilidad, ni la forma
en la que se vive. Por haber decrecido esa confianza, debemos hacer un esfuerzo por
restaurarla y conseguir su apoyo nuevamente.

No olvidar de aquellos con quienes compartimos la misión. A menudo de entre aquellos
que colaboran con nosotros en parroquias, colegios, centros pastorales, actividades
misioneras, voluntariados,... hay algunos que han pensado en la vida religiosa y en
nuestra vida en particular; pero no saben cómo abordar este asunto. Debemos asegurarnos
que existan abundantes posibilidades para tratarlo.
PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN PERSONAL-COMUNITARIA




¿Cuáles de estos elementos veo más decisivos?
¿Qué otros elementos agregaría según mi experiencia pastoral?
¿Qué elementos de una cultura antivocacional difundimos consciente o inconscientemente
en el trabajo pastoral que estamos haciendo? (sea en la pastoral juvenil, familiar, escolar,
parroquial, ministerial...)
Cualquiera que sea el área pastoral donde trabajo, ¿qué medios concretos descubro para
promover una cultura vocacional?
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