Posem-hi Remei - Parròquia de Santa Maria del Remei de Les Corts

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Època 2/Núm. 66
www.parroquiaremei.org
SANTA MARIA DEL REMEI
12 d’octubre de 2014
Posem-hi Remei
En aquest dia de Festa Major, és hora de creure més que mai en l’advocació mariana que, com un
mantell, cobreix de gràcia la vida de tots els feligresos de la nostra Parròquia. El remei el porta Maria
als seus braços i no és altre que Crist. També és veritat que la mateixa Verge Santíssima sabrà
aplicar-nos-el com millor ens convingui i amb les dosis necessàries perquè allò que estigui feble
s’enrobusteixi; perquè allò que estigui ferm, no decaigui. Però, a la vegada, tenim nosaltres mateixos
la nostra part de responsabilitat: sabent quin és el remei i la delicadesa amb la que la nostra Mare ens
el vol administrar, hem de ser dòcils i bons pacients.
Posem-hi remei a la nostra temptació d’acomodar-nos al món. Què n’és de fàcil pensar com els
homes, acomodar-nos a allò que opinen tots i fugir dels problemes mentre que el més apassionant,
que és pensar com Déu, queda com un desig poques vegades assolit. En tot cas, serà la nostra manca
de pregària la que sempre denunciarà l'abisme que hem cavat per no escoltar allò que Déu vol.
Transformar el món per entregar-lo a Déu és el digne exercici de la nostra llibertat cristiana. La gran
temptació a la que estem exposats és deixar-nos portar per aquella màxima que diu “tothom és bo”.
Evangèlicament sabem que no és així. Ni totes les persones són bones, ni totes les religions són
bones, ni totes les idees polítiques són bones, ni tots els projectes ni decisions cooperen a la veritat de
la vida i de la persona humana. Crist, a la vegada que ens defensa beneint-nos, també ens il·lumina
judicant-nos.
Posem-hi remei a la manca d’amor. És una necessitat urgent: en el si de les famílies, al cor dels
joves, en la innocència dels nens, en la soledat de la nostra gent gran, en tantes històries esquinçades
per les mancances afectives i econòmiques. Ja fa anys que es deia en un programa de televisió: “El
que necessites és amor”. Amb això no s’expressava més que un crit social que, en forma d’espectacle,
arribava a les llars per entretenir a través de bons sentiments. Està clar que necessitem amor!
Precisament el necessiten aquells que es veuen valorats només pels seus èxits professionals o els qui
acudeixen a sessions de teràpia, xerrades i meditacions fantasioses que només poden apagar l’incendi
d’una ànima sense Déu per després deixar-ho tot arrasat. Necessiten amor tantes violències dels
homes, tanta indiferència i crueltat davant les que ni el ventre matern està segur ni el malalt tranquil.
No parlem de l’amor sedant i neutral que ens hem inventat perquè aquesta bonica paraula no ens faci
mal ni ens obligui a res. Ens referim a l’únic Amor, el que s’ha manifestat encarnat en Crist Jesús,
l’amor de Déu, l’Amor dels amors, l’Amor que ens crida i al qual es respon rendit quan s’és estimat.
Posem-hi remei a la manca de consciència moral. Molts han parlat o continuen parlant en nom
d’ella. I ho fan sense escrúpols: a tenor del que opinen o decideixen, no reconeixen ni la seva pròpia
consciència ni obeeixen a cap llei moral però, això sí, saben el que els altres han de pensar i creure.
Doncs no serem d’aquells que segueixen per l’oïda les notes encisadores d’un flautista ni dels qui per
mitjà d’al·lucinacions es deixen atrapar pels afalacs musicals de belles sirenes. Som l’Església Santa
de Déu, que amb Maria i els Sants, camina per aquest món tenint-ne cura en allò que és de Déu i
vencent-lo en allò que l’allunya d’ell. Posem a Crist enmig i tindrem remei. És la nostra Festa Major,
la que ens dóna l’oïda de la fe i la visió de la bellesa d’allò que Maria porta entre els seus braços. Feliç
diada!
Mn. Pere Montagut, rector.
A tus plantas con ardor tu pueblo acude ferviente: muéstranos, Madre clemente, las finezas de tu amor.
Con la esencia de las flores que crecen junto a tu manto, Virgen sagrada y bendita, recibe nuestros amores.
En nuestro pecho, el candor, haz que viva floreciente: eres, Madre de pureza, consuelo del afligido; tú
levantas al caído y lo ayudas en su flaqueza. De la virtud el olor purifique nuestro ambiente. Eres el remedio
santo del que a tus pies reza y llora, del que protección implora bajo tu sagrado manto. Por ti nos da el
Redentor la protección permanente. Nunca tu mano ha negado auxilio al menesteroso y en tu regazo
amoroso la paz y dicha ha encontrado. En las horas del temor a ti acude el delincuente. Extiende, oh Virgen,
tu manto sobre tu pueblo querido; siendo por él protegido libre estará de quebranto. Canten siempre en tu
loor el justo y el penitente. Muéstranos, Madre clemente, las finezas de tu amor. Como Madre nuestra nos
donas tu corazón, compartes nuestras sonrisas y alegras nuestra aflicción. Por eso todos tus hijos, al elevar
su oración, te entregan toda su vida al ritmo de una plegaria. Ven Madre de los Remedios, reina en nuestro
corazón, que, aunque caigamos en culpa, también sabemos de amor.
Pongamos Remedio
En este día de Fiesta Mayor, es hora de creer más que nunca en la advocación mariana que, como un
manto, cubre de gracia la vida de todos los feligreses de nuestra Parroquia. El remedio lo lleva María
en sus brazos y no es otro que Cristo. También es verdad que la misma Santísima Virgen sabrá
aplicárnoslo como mejor nos conviene y con las dosis necesarias para que lo que esté débil se
robustezca; para que lo que esté firme, no decaiga. Pero, a la vez, tenemos nosotros mismos nuestra
parte de responsabilidad: sabiendo cual es el remedio y la delicadeza con la que nuestra Madre nos lo
quiere administrar, hemos de ser dóciles y buenos pacientes.
Pongamos remedio a nuestra tentación de acomodarnos al mundo. Qué fácil es pensar como los
hombres, acomodarnos a lo que opinan todos y huir de los problemas mientras que lo más
apasionante, que es pensar como Dios, queda como un deseo pocas veces alcanzado. En todo caso,
será nuestra falta de oración la que siempre denunciará el abismo que hemos cavado para no
escuchar lo que Dios quiere. Transformar el mundo para entregarlo a Dios es el digno ejercicio de
nuestra libertad cristiana. La gran tentación a la que estamos expuestos es dejarnos llevar por aquella
máxima de que "todo el mundo es bueno". Evangélicamente sabemos que no es así. Ni todas las
personas son buenas, ni todas las religiones son buenas, ni todas las ideas políticas son buenas, ni
todos los proyectos ni decisiones cooperan a la verdad de la vida y de la persona humana. Cristo, a la
vez que nos defiende bendiciéndonos, también nos ilumina juzgándonos.
Pongamos remedio a la falta de amor. Es una necesidad apremiante: en el seno de las familias, en el
corazón de los jóvenes, en la inocencia de los niños, en la soledad de nuestros mayores, en tantas
historias rasgadas por las carencias afectivas y económicas. Hace años se decía en un programa de
televisión: "Lo que necesitas es amor". Con ello no se expresaba más que un grito social que, en
forma de espectáculo, llegaba a los hogares para entretener a través de buenos sentimientos. ¡Claro
que necesitamos amor! Precisamente lo necesitan aquellos que se ven valorados únicamente por sus
éxitos profesionales o los que acuden a sesiones de terapia, charlas y meditaciones fantasiosas que
únicamente pueden sofocar el incendio de un alma sin Dios para luego dejarlo todo arrasado.
Necesitan amor tantas violencias de los hombres, tanta indiferencia y crueldad ante las que ni el
vientre materno está seguro ni el enfermo tranquilo. No hablamos del amor sedante y neutral que
nos hemos inventado para que esta bella palabra no nos haga daño ni nos obligue a nada. Nos
referimos al único Amor, el que se ha manifestado encarnado en Cristo Jesús, el amor de Dios, el
Amor de los amores, el Amor que nos llama y al que se responde rendido cuando se es amado.
Pongamos remedio a la falta de conciencia moral. Muchos han hablado o siguen hablando en
nombre de ella. Y lo hacen sin escrúpulos: a tenor de lo que opinan o deciden, no reconocen ni su
propia conciencia ni obedecen a ninguna ley moral pero, eso sí, saben lo que los demás deben pensar
y creer. Pues no seremos de aquellos que siguen por el oído las notas encantadoras de un flautista ni
de los que por medio de alucinaciones se dejan atrapar por los halagos musicales de bellas sirenas.
Somos la Santa Iglesia de Dios, que con María y los Santos, camina por este mundo cuidándolo en lo
que es de Dios y venciéndolo en lo que lo aleja de él. Pongamos a Cristo en medio y tendremos
remedio. Es nuestra Fiesta Mayor, la que nos da el oído de la fe y la visión de la belleza de lo que
María trae entre brazos. ¡Feliz día!
Mn. Pere Montagut, párroco.
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