¿Por qué hay ese amor? (De El Quijote y Dulcinea, Tristán e Iseo)1 Carlos Gerardo Galindo Pérez 2 Es amor fuerza tan fuerte que fuerza toda razón una fuerza de tal suerte que toda discreción convierte en su fuerza y aflicción; Jorge Manrique (1450) […] el amor pide amor. Lo pide sin cesar. Lo pide... aun. Aun es el nombre propio de esa falla de donde en el Otro parte la demanda de amor. Lacan (1972). Hay historias que por momentos parecen las de cualquiera, esas son las historias de amor. Pero en realidad no son las historias de todos, sino las de alguien en particular, tan particular como el mismo amor suele ser. Amor que en el aun que dice Lacan es incluso. El amor pide amor con inclusión, inclusivamente, porque remite a lo incluido ya que se presenta como algo que está contenido de otra cosa. Desde los albores de la civilización hasta nuestra época, las historias de amor surgen bajo el cobijo de un fuerte empuje y una implacable insistencia, se abren camino en cualquier espacio, como un intruso que termina siendo parte de uno mismo, al punto que, en un momento de nuestra existencia tuvimos, como humanos, que ocuparnos de ellas, así como ellas se ocupan de nuestra vida. Ocupados en historias de diario, en relatos que abruman y dejan pendiente su resolución. Relatos, de los cuales a veces decimos: parecen sacados de una novela, en otras, parecen sacados de la realidad; al fin, tan reales los dos, como también suele ser el amor. Publicado en “Psicoanálisis y literatura: Temas selectos en un diálogo interdisciplinario. Coord. Pablo Pérez Castillo Ediciones EÓN. ISBN. 978-607-8289-36-3 2 Psicoanalista, Doctor en Psicología y Profesor investigador de tiempo completo. Facultad de Psicología. UAQ. 1 Historias de diario, relatos de amor como el de El Quijote de la Mancha y Dulcinea, y el de Tristán e Iseo. Que no por ser personajes literarios, lo que les acontece es ajeno a quien se posicione en ese lugar. Dos personajes que a través del manto de la relación significante, fincan con el otro, con su semejante, una relación amorosa, acompañada por la locura, su fiel sombra. El primero, un loco enamorado y el segundo enamorado enloquecido. ¿Qué pretende dar el Quijote a Dulcinea, qué pretende dar Tristán a Iseo? Por medio de estos personajes nos acercaremos a fragmentos, pasajes que provienen de historias propias de la humanidad, dos historias que como otras, por momentos se sostienen en el amor: tan trágico y real, que nos coloca de frente a la inevitable verdad que lo soporta. Su incidencia hace el efecto del recuerdo de una de las tantas frases tan clásicas de J. Lacan: No he visto jamás otra cosa que manifestaciones diversamente catastróficas del amor ¿Por qué? En la que no basta afirmar, sino que se requiere de una pregunta, de interrogarse, como si eso también tuviera que ver con la historia propia. La simple pregunta abre las posibilidades de transitar por un camino donde las respuestas no siempre están al alcance de la mano, quizás en la ladera, en el litoral del camino podamos encontrarlas. Si tuviéramos la respuesta, desde un inicio exclamaríamos: ¡ya sé porque, hasta en el amor, la causa del sufrimiento está en mí mismo! El por qué de lo catastrófico del amor es lo que nos permite realizar una travesía por los relatos, las relaciones significantes que sostienen y destacan a estos personajes. Pregunta que no sólo compete a estas historias en las que el amor es crucial, sino que también concierne a cualquier historia, esa que se caracteriza por un síntoma particular: la repetición. Por la insistencia a seguir en una posición, no obstante lo catastrófica que puede ser. En su emblemática obra, Cervantes narra que el Quijote se volvió loco, pero no por amor sino por leer libros de caballería. Hecho crucial que dará un sentido específico a los actos y pensamientos de singular personaje. La causa de su locura es la letra impresa. Enloquece ante ella y por ella, no por desengaños amorosos. Queda poseído por una locura que se sostiene en dos puntos. El primero, que todo lo que había leído en los fantásticos libros de caballería, era la verdad histórica, la historia de caballeros reales, de narraciones fieles, y segundo, que era posible repetir la vida caballeresca y mantener sus ideales en el presente. En este contexto, Don Quijote convierte sus fantasías en auténticas locuras; escenarios donde se recrea la relación que él dice guardar con la Dulcinea del Toboso. De esta manera, podemos decir sin miramientos, que el Quijote que no enloquece por el comportamiento de Dulcinea, sino que la locura será lo que le lleve a enamorarse de Dulcinea. En parte, porque además de sus armas y su caballo se ve precisado, dice Cervantes “a buscar una dama de quien enamorarse, porque el caballero andante sin amores, era árbol sin hojas y sin fruto y cuerpo sin alma.” (Cervantes. 1994:105). Y bajo el cobijo de este ideal, Don Quijote tomó por mujer que guiara sus hazañas a Aldonza Lorenzo, cuyo nombre sustituye, por Toboso, lugar de residencia de la doncella. El amor es crucial para el Quijote, en su locura lo arrastra a la aventura, la conquista, al intento de concretar la posibilidad de una correspondencia amorosa, con el empuje y la exigencia que se desprende del deseo de amar y ser amado. En esta locura, elemento imprescindible para el amor, lo lleva a pensar y creer en una mujer que sólo existe desde su deseo, y de la cual le es imprescindible dar rienda suelta a un amor a distancia, un amor de lejos, sin el menor contacto físico. Un amor que se asienta en la relación significante que extiende su red a los objetos de la realidad. A partir del enamoramiento, la locura del Quijote se dirige a la moza labradora de muy buen parecer, que se transforma en su princesa la Dulcinea del Toboso. Dechado de hermosura y recato, de belleza sin par que ilumina la vida de este caballero y lo acompaña desde su imaginación en múltiples y diversas travesías. Es el amor cortés que no remite al cuerpo, no se siente en una parte de él, excluye la res extensa. Una manera singular de amor que enclava en contexto que el psicoanálisis le otorga al amor cortés, como el amor en el sentido psicoanalítico. El amor sublime, suspendido en la admiración que se muestra marginado del acto de tocarse, como suele ser el amor de transferencia. El mismo Quijote afirma, que jamás atravesó el umbral de su palacio, “sólo estoy enamorado de oídas y de la gran fama que tiene de hermosa y discreta.” (Ibid: 608). Amor que ingresa y toma al cuerpo por el único agujero que no puede cerrarse: el oído. ¿Cuántos como él se enamoran de oídas, de lejos, por medio de historias que se narran y transitan de boca en boca; palabras que anidan en el oído y le coquetean al deseo? Son las palabras que se cruzan por un agujero que no se cierra a voluntad como el resto de los orificios del cuerpo: La palabra impacta al cuerpo, a un cuerpo que sea susceptible a la voz. Por ese agujero la palabra ingresa y da cabida al amor, a su demanda. Qué de cosas se escuchan, qué virtudes irrumpen para que alguien sea amada por quien jamás la ha poseído. Digamos, el significante no sólo deja su marca, sino que irrumpe y muestra en la ausencia del objeto la insistencia del deseo, y creer que se ha dado todo por amor, pero “…de lo que se trata para el hombre, de acuerdo con la propia definición del amor, dar lo que no se tiene, es de dar lo que no tiene, el falo, a un ser que no lo es", (Lacan, J. 2005: 359) sentenciaba Lacan en el seminario las formaciones del inconsciente. Sancho, el fiel acompañante de su señor y sus locuras, recibe la confidencia del gran amor del “Caballero de la triste figura”: -¡Ta, ta! –dijo Sancho-. ¿Que la hija de Lorenzo Corchuelo es la señora Dulcinea del Toboso, llamada por otro nombre Aldonza Lorenzo? –Ésa es –dijo don Quijote-, y es la que merece ser señora de todo el universo.” (Cervantes. 1994: 328). Pero, sin mayor trámite advierte a su señor acerca de ciertas cualidades que tiene la mencionada Dama, […] y sé decir que tira tan bien una barra como el más forzudo zagal de todo el pueblo. ¡Vive el Dador, que es moza de chapa, hecha y derecha y de pelo en pecho, y que puede sacar la barba del lodo a cualquier caballero andante, o por andar, que la tuviere por señora! ¡Oh hideputa, qué rejo que tiene, y qué voz! (Ibid) Sancho apunta a lo real, no se fija ni fía en otro orden, el objeto que él describe es real. Pero el anhelo del Quijote está puesto en otra mujer que no es la real que describe Sancho y a la cual le escribe: Soberana y alta señora: El ferido de punta de ausencia y el llagado de las telas del corazón, dulcísima Dulcinea del Toboso, te envía la salud que él no tiene. Si tu fermosura me desprecia, si tu valor no es en mi pro, si tus desdenes son en mi afincamiento, maguer que yo sea asaz de sufrido, mal podré sostenerme en esta cuita, que, además de ser serte, es muy duradera. Mi buen escudero Sancho te dará entera relación, ¡oh bella ingrata, amada enemiga mía.! Del modo que por tu causa quedo: si gustares de acorrerme, tuyo soy; y si izo, haz lo que te viniere en gusto; que con acabar mi vida habré satisfecho a tu crueldad y a mi deseo. Tuyo hasta la muerte, EL CABALLERO DE LA TRISTE FIGURA (Ibid:331) El Quijote apunta a otro orden, al de las palabras que atrapan lo imaginario de su relación con Dulcinea. Sancho lleva la carta y no encontrará a una señora como la que describe El Quijote. Aldonza es una mujer a quien conoce bien y no la hará portar otras cualidades. Su señor, conoce bien a Dulcinea y destacará sus encantos. […] Pero no me negarás, Sancho, una cosa: cuando llegaste junto a ella, ¿no sentiste un olor sabeo, una fragancia aromática, y un no sé qué de bueno, que yo no acierto a dalle nombre? Digo, ¿un tuho o tufo como si estuvieras en la tienda de algún curioso guantero? -Lo que sé decir –dijo Sancho- es que sentí un olorcillo algo hombruno; y debía de ser que ella, con el mucho ejercicio, estaba sudada y algo correosa. -No sería eso –respondió don Quijote-; sino que tú debías de estar romadizado, o te debiste de oler a ti mesmo; porque yo sé bien a lo que huele aquella rosa entre espinas, aquel lirio del campo, aquel ámbar desleído. -Todo puede ser –respondió Sancho-; que muchas veces sale de mí aquel olor que entonces me pareció que salía de su merced de la señora Dulcinea; pero no hay de qué maravillarse, que un diablo parece a otro. (Ibid: 396-97). Para el Quijote son detalles del orden de la existencia, de lo simbólico que finca la relación significante con otro, mientras para Sancho son del orden de lo real. El Quijote no la ama por lo que Sancho ve, eso no importa, sino por lo que él le desea y coloca en ella. Porque cree que lo tomará por enamorado y por hombre que tiene el valor para serlo. Da lo que no tiene, pretende que lo tomen por enamorado y por hombre que se precie de serlo. Es un hombre afectado por su falta, misma que como resorte dispara su deseo hacia esa mujer que eleva a la categoría de objeto. “Por lo que la quiero tanto vale como la más alta princesa de la tierra.”(Ibid: 329). Por lo que él la quiere, eso, tiene tanto valor como la más alta princesa. No la quiere por ella, por sus encantos, sino por eso que no tiene y requiere para ser un gran caballero. Por eso no importa quién sea ella, no importan las características, lo encantos del objeto, puede ser la que sea, siempre y cuando sirva para el deseo, para lo que le falta. Lo que le permita no ser una excepción entre los caballeros. Sin embargo, ese amor es para alguien que no lo toma. El Quijote está a la espera, desea que algo surja cuando envía a Sancho con la carta. El encargo se cumple, pero la respuesta es distinta a la esperada, Aldonza rasgó la carta de amor, dando por concluidas las cosas antes de iniciar, bajo el argumento de no saber leer y escribir, rehúsa que otro lea la misiva para evitar que se supiese en lugar sus secretos y le envía un mensaje: […] que allí quedaba con más deseo de verle que de escribirle; y que, así, le suplicaba y mandaba que, vista la presente, saliese de aquellos matorrales y se dejase de hacer disparates, y se pusiese luego en camino del Toboso, si otra cosa de más importancia no le sucediese, porque tenía gran deseo de ver a vuestra merced. (Ibid: 397) No toma la letra escrita, mas sí lo hará con las palabras que escucha por boca de Sancho, las palabras que le descubren el amor que El Caballero de triste figura le profesa. Siendo Aldonza se coloca como Dulcinea, ese imprescindible significante que hace girar la mirada del enamorado hacia las estrellas de la noche. Recordando la frase de Lacan, «amar es dar lo que no se tiene, el falo, a un ser que no lo es», se torna visible la actitud del amante que alaba a su bien amada falicida, y aunque se queje de la insatisfacción, la ama sobre todo por lo que a él le falta y ella no lo es: única manera de asegurarse de que no venga a obturar, con una respuesta demasiado ajustada, el deseo que puede tener de ella. Dulcinea esta elevada a la posición de objeto y pareciera que en su rechazo no está dispuesta a ser objeto, de advenir como objeto. Un cambio importante se ha dado en la literatura de la época. A diferencia de los textos artúricos, Dulcinea no acepta ser la dama, el objeto del caballero, no le importa serlo, sin embargo el Quijote se hundirá en su obstinación porque lo sea, aunque no le corresponda. Para él se ha producido la idealización de la mujer, la idealiza con sus significantes, con las palabras, digamos, con la acción del verbo, mientras ella no acepta posicionarse como objeto en una escena. En el caso de Tristán e Iseo, se destaca una particularidad; los dos personajes están enamorados, pero eso no parece ser suficiente, ni en la leyenda ni en la vida. A pesar de estar en ese peculiar idilio, las condiciones imponen la distancia entre ellos. Iseo se ha casado con el Rey Marco, y Tristán con Iseo la de las blancas manos. El amor entre Tristán e Iseo, no es un amor que concluye en la vida, sino que perdura, insiste hasta la tragedia, a pesar de la distancia, hasta la muerte. Tristán a diferencia de Don Quijote no está loco, no es la propia locura quien lo encamina al amor, sino el amor lo lleva a fingir locura para acercarse a Iseo esposa del rey, y de esta manera declararse públicamente su fiel admirador y apasionado enamorado. El amor entre ellos surge por medio de una pócima mágica y un error. Dos actos que se conjugan en uno, el cual los atrapa en el amor. Es en un amor que surge por el azar, provocado por el equívoco, fuera de toda determinación, es el amor que irrumpe fuera de toda afinidad electiva y compromiso social. Sin embargo, no por eso escaparán a la tragedia, su incasable acompañante. La pócima preparada por la madre de Iseo, tenía dos destinatarios: su hija y el Rey Marco, con la finalidad de unirlos en un amor eterno que soportara las embestidas e infortunios de la vida. Pero a pesar de las intenciones, en una travesía que hacían por el mar, Tristán e Iseo se ven la necesidad de beber por la sed que los acecha y suponiendo que el contenido del recipiente es vino, terminan bebiendo la pócima. El azar cambia los destinos, incluye un tercero, Tristán, quien ocupa, desde el encantamiento el lugar del Rey Marco. El delicado líquido es bebido por Tristán e Iseo, posteriormente ambos quedan prendidos en un intenso amor. La tragedia amorosa impone sus estragos. Iseo es la esposa del Rey pero ama a Tristán, mientras Tristán se convertirá en el esposo de Iseo la de las blancas manos, pero ama a la Reina Iseo. Ante la imposibilidad de refrendar su amor, alejado de Iseo, Tristán se refugia en su país, en su dolor. Pasado el tiempo, acosado por el pesar, triste y pensativo, nada lo conforta, mientras, la idea de la muerte adquiere sustento en el tormento que vive, “Sabe con certeza que va a morir, pues perdió su amor, su gozo, cuando perdió a la reina Iseo. Desea morir, quiere morir y que ella sepa que muere por su amor. Porque si Iseo conociera su muerte, tal vez su muerte sería más dulce.” (Tristán e Iseo.1996:119). Casi derrotado, después de una profunda meditación, toma la decisión de encaminarse a la corte del rey Marco, para volver a ver a la reina Iseo. Recurriendo a la astucia, Tristán aprovecha un recurso (¿quién no aprovecha un recurso para el amor?); se hace pasar por un harapiento pordiosero, fingiéndose loco, para ver y estar cerca de la reina Iseo. Arropado por esta figura se introduce en la corte y es llevado ante la presencia del rey, que por las peculiaridades del personaje, lo interroga sobre quién es y qué busca. Entre las locuras que dice sobre su origen, Tristán aprovecha la ocasión para decirle al rey “Tengo una hermana bellísima: si queréis, os la daré a cambio de Iseo que tanto amáis. Ante el asombro de tal propuesta: un intercambio, el Rey dice: -¿Quién es éste, que dice lo más asombroso del mundo?” (Ibid: 123). Entre risas, el Rey le invita proseguir con su discurso amoroso. Entonces, Tristán le declara su amor a Iseo con la impetuosidad del apasionado, también, con la desesperación del atormentado. Pero a pesar de su delatador discurso no será reconocido, ni por la reina ni por la corte, para todos no es más que un mugroso loco que tiene la osadía proferir su amor a la reina frente la presencia del rey. Resguardado en su personaje hace provoca al rey y continúa con su propuesta: “Debéis estar ya aburrido de Iseo, acercaos a otra. Entregadme a Iseo, la tomaré, y yo os serviré con amor, rey.” (Ibid: 124). ¿De qué se puede acusar a Tristán? sólo de ser un loco, un bufón que divierte, entretiene a los nobles para hacerles reír, pero nunca de un enamorado que pretende el amor de la Reina. La Reina Iseo, al escuchar la declaración de amor se turba por las palabras, mismas que le evocan recuerdos, los cuales se revuelven y crean confusión en sus pensamientos, cuando Tristán fingiéndose loco, se dirige a ella. El impacto de las palabras, la acción del verbo, se cierne sobre el ser de Iseo, ya que Tristán sólo tiene palabras para ella, no tiene palabras de amor para alguien más. El recurso de Tristán permite entender la sagacidad del enamorado que, se apoya en cualquier motivo, busca la manera de acercarse a su amada. Como loco, puede decir la verdad, y hacer público en la corte los detalles más íntimos de sus amores con la reina. Busca por este medio acorralar al rey, invitándolo para que sea él quien se la entregue, para el amor. Tristán enloquecido, corre la suerte del loco; no es censurado, tampoco castigado por las cosas que profiere ante el rey la reina. Es alguien a quien no le asiste la razón. ¿Acaso a algún enamorado le asiste la razón? Al intervenir en la corte Tristán recobra a través de las palabras el pasado, su azaroso amor. Habla de su historia, del peregrinar por los sentimientos y de la desesperación del hombre atormentado. Su elocución propicia cuestionamientos por parte del Rey, pero al responder, advierte un futuro promisorio. “a qué lugar la conducirías”, le cuestiona el rey, Tristán le responde: “allá arriba, en el cielo, está el palacio donde vivo; está hecho de cristal, es bello y amplio. El sol lo inunda con sus rayos. Está en el aire sostenido por las nubes; el viento no lo mueve ni lo sacude.” (Ibid). Palabras que provoca la risa del rey su corte, confirmando la autenticidad de su locura. Sin embargo, Tristán insiste “[…] quiero a Iseo, mi corazón está triste y dolorido por su causa. Soy Tantris3 quien tanto la he amado y la amaré mientras viva (Ibid)”. Al escuchar las palabras, Iseo lanza un suspiro, siente odio y rencor contra el loco, mientras Tristán cual hábil enamorado se dirige a ella, se le acerca cada vez más, y hacerlo se percata del cambio de color en el rostro de Iseo y la acosa con sus historias esperando una reacción más, tal vez la señal que responda a su amor. Iseo ofuscada, le dice al loco de Tristán que sus palabras no son otra cosa más cosa más que sueños, producto de alguna borrachera nocturna. A lo que él responde: Es verdad estoy ebrio a causa de una bebida de la que jamás me libraré. ¿Recordáis cuando vuestro padre y vuestra madre os encomendaron a mí? Os llevaron hasta la nave y entramos en el mar; yo os debía llevar al rey. Cuando estábamos en alta mar, os diré lo que hicimos. El día era bello y hacía calor y nosotros estábamos en el puente; a causa del calor tuviste sed. ¿Os acordáis, hija del rey? Bebimos de la misma: bebiste vos y bebí yo. Ebrio he estado desde entonces, Mala borrachera que me ha costado tan cara. (Ibid: 126). agobiada por el relato de lo que es su propia historia, Iseo no alcanza a reconocer en ese harapiento loco de ronca voz a Tristán, que tan bien la conoce. ¿O será tal vez que Iseo no se reconoce en las palabras, en la historia que relata Tristán? Después de un tiempo, en el que Tristán es incitado por el rey a seguir hablando, la incómoda escena para los enamorados termina. Iseo abandona el recinto, se encamina a su aposento y turbada por el gran dolor de la incertidumbre, hablando para sí, dice: “Desdichada, ¿por qué nací? Mi corazón está dolido y triste”. Desvía su mirada y dirigiéndose a su doncella Brangén, expresa: “Mejor sería haber muerto, pues mi vida es tan dura y penosa […] Aquí ha llegado un loco que tiene el pelo rapado a cruces; en mala hora vino aquí hoy pues me ha disgustado mucho. Este loco, este juglar, es un adivino o un encantador, pues lo sabe todo de mí y de mi vida de cabo a rabo, mi dulce amiga [….] Reveló mi secreto, que nadie sabe, salvo vos y yo y Tristán; es nuestro secreto.” (Ibid: 128) Posteriormente, Brangén buscará a Tristán y tras someterlo a un amplio reconocimiento, lo lleva a la alcoba de la reina Iseo, quien finalmente lo reconocerá. 3 Tantris es el anagrama que utilizó Tristán ante Iseo cuando llego a las costas de Irlanda moribundo a causa de la herida de Morholt. La tragedia no cejara en su intento por acompañarlos hasta el final. Tristán muere esperando a Iseo, quien no puede desembarcar por las tormentas que presagian la eternidad del sufrimiento. Cuando por fin el cielo se aclara y se disipan las nubes, Iseo dispuesta a terminar sus días al lado de Tristán, huyendo del rey Marco, llega a la playa, pisa tierra, pero recibe la noticia de que Tristán ha muerto. Muere por el deseo, por su amor que lo tenía atado a ella, quien no pudo llegar a tiempo. ¿Acaso en el amor alguien puede llegar a tiempo? Tristán no se vuelve loco de amor, sino que finge estar loco para amar. Sin embargo, retomando lo ambiguo de su discurso: por vuestro amor he enloquecido, cuando no la veo desvarío. Pensamos, ¿No será que el brillante Tristán, firme en sus ideas y siempre dueño de sí mismo, oculta su locura de amor al disfrazarse cuidadosamente de Tristán el loco, haciéndose pasar por cualquier loco de la época? Podemos suponer, respetando el discurso de Tristán, que en su afán por volver al lado de Iseo, finge estar loco, pero qué loco no lo hace para cubrir su propia locura, qué enamorado no hace locuras de amor para cubrir su locura, su locura desatada por el amor. Por momentos no hay espacios donde guarecerse cuando las historias apuntan al amor y su desenlace en la locura. En el contexto de lo romántico, probablemente sea más atractiva la idea de que Tristán, por amor, finge estar loco. Muestra una imagen ilusoria del amor, la que el enamorado se empeña en sostener: que el amor es sacrificio, dulzura y hasta recompensa. Pero el amor es tragedia, sufrimiento e imposibilidad de satisfacción. Suponer que es felicidad eterna, es fingir que el deseo se satisface, que sí existe un objeto capaz de colmarlo, un objeto que tiene algo que lo muestra total, sin falta, y en él se finca una promesa de unidad. El amor vendría a jugarse hasta cierto punto en ese dar lo que no se tiene, en ese invento que vehiculiza un encuentro o lo hace posible, sin saber que el amor es impotente de alcanzar su deseo de hacer de dos, Uno. Es un modelo en cual el ideal por el objeto (la Dama), quien está colocada en la inaccesibilidad, es lo que da paso a la insistencia del deseo, eternamente separado de su objeto. Amor que se sostiene en lo que no es, y que lleva, en caso de Tristán e Iseo, a atribuir la causa de su amor a un agente externo (el filtro de amor), como esa fuerza que los impulsa sin que reconozcan que son ellos mismos los propiciadores del amor. Aunque no hay que perder de vista, que es el tipo de encuentro el que genera el amor, porque es un efecto de la demanda, no del cuerpo o de la conciencia de los gustos de cada quien. Tristán demandan amor absoluto, pero éste no alcanza, ya que todo amor es insuficiente ante cualquier demanda de amor. No hay amor que baste, no hay amor que colme en totalidad. Por tal motivo lleva a una incansable búsqueda más allá del amor, en el intento de encontrarse con la totalidad, en esa fusión eterna que es la muerte. La muerte como condición del amor, como su imposibilidad. Decía Lacan en 1958, en “La significación del falo”, que no siendo el hombre reductible a un ser de necesidad, su demanda abre la puerta a la insatisfacción: la demanda pasa por el lenguaje y así “la demanda anula (aufhebt) la particularidad de todo lo que puede ser concedido transmutándolo en prueba de amor”. (Lacan, J. 2009: 658). Por ello, la particularidad reaparece más allá de la demanda: en el deseo, en tanto tiene valor de condición absoluta. A fin de cuentas, ¿Qué es lo deseado? Sino lo que se desea en otro. Decimos, el amor es dar lo que no se tiene, y lo que no se tiene es el falo sin embargo quien no lo tiene se lo quiere dar a la otra parte. Esto parece una cosa de locos o algo indignante. Bibliografía Lacan, J. (2005) El Seminario. “Las formaciones del Inconsciente.” Paidos, Buenos Aires, Argentina. Lacan, J. (2009) Escritos. “La significación del falo”. Ed. S. XXI. México. Cantos anónimos. (1996) “La leyenda de Tristán e Iseo”. Ed. Siruela. 1996. Barcelona, España. De Cervantes S. Miguel. (1994) “El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha.” Ed. RBA. Barcelona España. Freud, S. (1976) “Introducción del Narcisismo” 1914. Vol. XIV. Obras completas. Amorrortu Editores. B. A, Argentina.