CONTRALUZ Marzo 7, 2010 EL BREVE ESPACIO María del Carmen Maqueo Garza Por sexto año consecutivo este primer domingo de marzo se celebra en México el Día de la Familia, buena oportunidad para exaltar su importancia como célula base de nuestra sociedad. Sucede con el cuerpo, si la célula enferma comienzan también a hacerlo tejidos, órganos y sistemas, hasta que todo el organismo pierde el estado de salud. Igual pasa con el mundo, y si somos honestos y miramos el estado que hoy guarda éste, resulta obligada una pausa para evaluar en qué estamos fallando. A todos de una u otra forma nos asombra el marcado cambio que ha tenido nuestro planeta en los últimos tiempos. En lo que va del año hemos atestiguado de manera directa cómo la naturaleza responde a nuestras repetidas agresiones; no es gratuito que en un par de meses se hayan presentado dos movimientos telúricos que dejaron en ruinas poblaciones enteras en dos países de nuestro continente. Es una alerta para todos los habitantes del planeta, para que cada cual comience a salir de ese estado de letargo ecológico, antes de que sea muy tarde. Nos conmocionan los grandes fenómenos naturales a la distancia, pero en nuestro ámbito inmediato seguimos tirando basura y polucionando el ambiente con gases tóxicos; desperdiciamos y contaminamos el agua sin acaso caer en cuenta de que estamos agotando un recurso no renovable que será cada día más difícil de conseguir. Esta actitud de indiferencia hacia el planeta indica que algo ha faltado en nuestro corazón desde el principio, nos hemos quedado cortos de amor a la vida, a la naturaleza, a la persona humana. Desde el mundo exterior nos llama un materialismo insano que plantea cada vez mayores exigencias; los fabricantes de bienes de consumo determinan lo que según sus intereses económicos deben ser los estereotipos de hombre y mujer en cuanto a belleza, atractivo y adecuación social. De igual modo delinean los elementos que validarán a ese individuo dentro de un grupo, de manera que el ciudadano atrapado por esos mensajes consumistas, emprende una carrera sin fin tratando de conseguir aquello que el mundo establece, hasta que llega un punto de quiebre en donde una de dos, o cae abatido, o bien comienza a llevar a cabo acciones desesperadas para conseguir a cualquier precio lo que los cánones de consumo dictan, aún a costa de su propia cordura. Y tenemos casos catastróficos como la anorexia y la bulimia; el uso y el tráfico de drogas; el incremento en los índices de suicidios entre adolescentes; el consumo compulsivo de productos anunciados a través de los medios de comunicación electrónica. Está además la erotización de nuestros jóvenes; la pornografía infantil; la cosificación de las personas, la diseminación del VIH… podríamos seguir señalando muchos otros caminos por los cuales se ha extraviado el corazón del hombre. Así como todos hemos contribuido de manera activa o pasiva a que esta espiral consumista nos tenga sumidos en el descontento, corresponde hoy a cada uno pugnar por recuperar a la familia como un espacio reconfortante, formativo y sanador para la persona; un semillero de valores humanos que tanto urgen a nuestro mundo. Sea el hogar un sitio donde el ser humano puede sentirse feliz, un nicho social dentro del cual florezca la libertad para ser, mediante la aceptación y la tolerancia. Que sus cuatro paredes alberguen el núcleo primigenio donde germinen actitudes que allá afuera hacen tanta falta, como la dignificación y el respeto. Porque veamos, ¿qué mensaje se graba en el corazón de un niño que en su propia casa se siente ignorado y rechazado? ¿Podrá volcar al mundo aquello que él no ha tenido para sí? ¿Hay manera de dar lo que no se posee?... Hagamos de esta fecha un tiempo de profunda reflexión en el que cada uno de nosotros analice primero el propio estado interno, y luego cuál ha sido su desempeño en la familia. Que con la seriedad que el caso amerita valoremos qué calificación concedemos a nuestro hogar como nicho de amor, y ponderemos qué tanto hemos aprovisionado a los hijos para salir a construir sociedades felices. El pulso del mundo se toma en nuestros pequeños espacios familiares; la paz o la guerra se gestan allí mismo en las tareas de cada día, ésas que miden de cuánto desprendimiento somos capaces. Actuemos para conformar una célula social que genere individuos afortunados, satisfechos con la vida, que sepan amarse primero a ellos mismos corazones generosos y luego a los demás. Seres humanos auténticos y entusiastas; dispuestos al compromiso y la lealtad por las causas justas; respetuosos del derecho de los demás. Constructores de un tiempo nuevo que comienza justo aquí, parafraseando a Pablo Milanés en el breve espacio, en el hogar donde se escribe la historia del mundo. [email protected]