#1 México De Popis a Teresa Mendoza

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PALABRAS CONEXAS
#1 méxico
De Popis
a Tereza Mendoza
#1 México
Surtido completo
de retazos...
Guacamole
De Popis a Teresa Mendoza
No tengo muy claro cómo fue que Kate del Castillo se metió de lleno en mi
vida. Ni tampoco tengo muy claro que eso me agrade completamente, aunque,
sin dudas, ella me seduce. Lo que sí tengo claro es cuándo y por qué. Fue
gracias a Dueños del Paraíso, ese culebrón narco que Netflix me sugirió que
viera cuando ya había agotado las brillantes series históricas: El Patrón del
Mal, En la boca del lobo y Narcos, que recrean el ascenso del narcotráfico
como estructura capaz de competir con el Estado en el manejo del poder y los
destinos de los países.
La boca que evoca (cc) | Trinidad | #México | marzo 2016
Kate me atrajo porque era raro ver a una mujer como capa narca en un
ambiente —también— dominado exclusivamente por varones. El culebrón
me emboló mal, en especial cuando había más de culebrón amoroso que de
acción, y la imagen de Kate se perdía entre los brazos de otros. Me emboló
mal, pero no pude abandonarla, la seguí hasta el último capítulo, señal de
que a esa altura la seducción había dado paso a la ilusión, aunque estaba lejos
de enamorarme, quizá más lejos que ahora incluso. Me atraía su vértigo, su
belleza tosca y mexicana y su determinación para superar la adversidad sin
importar a costas de qué ni de quién, pero eso mismo fue lo que empezó a
desalentarme, que al hacerlo reprodujera el modelo de dominación cultural y
de corrupción existente.
Creo que por eso Kate no logró enamorarme en su paraíso. Aunque me quedé
pensando (y sigo haciéndolo) en ella y en lo que representaba. En cómo ella
y México se convirtieron en lo que son, una sociedad más viva y alerta que
nunca, pero con niveles de violencia en general y de género en particular que
lo posicionan como uno de los países más peligrosos del mundo para vivir. Me
dejó pensando pero con pocas ganas de seguir viéndola, como con la necesidad
de un paréntesis, un tiempo, en nuestra relación. En ese punto opté por no
hacerle caso nuevamente a Netflix, que tras el paraíso de Kate me propuso La
Reina del Sur, donde mejora y eleva su actuación anterior, inspirada esta vez
en un guión basado en el libro de Arturo Pérez-Reverte.
Recién hace unas semanas me reenganché con Kate, claro, ya había superado
la ficción y se había instalado como protagonista de la historia del Chapo
Guzmán, el capo narco del Cártel de Sinaloa que se fugó dos veces de una
cárcel de máxima seguridad, ese mismo que ella lideró en la novela. Cuando
la atraparon después de la entrevista que ella le consiguió con el prófugo para
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la revista Rolling Stones, el Chapo dijo que Kate era su debilidad y que era
un fanático de La Reina del Sur. Al igual que lo son millones de mexicanos
que reivindican la figura del capo narco cual ídolo de rock, y que lo ven como
el modelo a seguir en un contexto de pobreza, analfabetismo y narcopoder
que convierten a ese país en un cóctel que, cada tanto, cada vez más seguido,
detona, explota, sucumbe y hace llorar.
Entonces decidí mirar La Reina del Sur pero sin dejar de pensar en cómo la
responsabilidad siempre empieza en uno, en los modelos que reproduce y en lo
que consume. La misma realidad que refleja Kate desde la ficción como Teresa
de Mendoza, sin cuestionarla, o que representan desde la realidad tanto Chapo
como Kate, es la que hizo posible Ayotzinapa. Es la que hace posible que el país
tenga una de las tasas de homicidios más altas del plantea, los feminicidios de
Ciudad Juárez, el asesinato de más de ochenta periodistas entre 2005 y 2015 o
más de veinte políticos asesinados durante 2015.
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Ta. Kate del Castillo me distorsionó México o me hizo madurar la nueva visión
que México ofrece al mundo. Empecé casi que a odiarla y saqué de mi lista
a La Reina del Sur, la dejé a la deriva con su gallego narcocontrabandista
cuando en el capítulo 18, de un total de 63, empezaba a convertirse en el título
del culebrón: la mexicana que huyó de su país perseguida por los narcos que
mataron a su “güero”, y que gracias a su carácter y conocimiento previo del
negocio terminó convertida en todo lo que detestaba. A pesar de eso una vez
más me hizo pensar, cuestión que sigo agradeciendo como lo mejor que le
aportó a nuestra relación. Me hizo dar cuenta que ese país tan lejos de mis
países del sur siempre tuvo una presencia muy fuerte en mi vida y mucho más
alegre que lo que hoy la siento. Y entonces me resisto a la idea de que es así y
solo así. Busco esas imágenes hechas recuerdos que estaban archivadas en una
memoria latente.
Algunas vienen a mi antes de que las evoque: 1986, Argentina está feliz. Todavía
no vino la hiperinflación, ni los alzamientos carapintadas. La democracia estaba
en pleno apogeo. Encima Maradona estaba en su mejor momento y en cada
partido por el Mundial abonaba la ilusión, de los viejos en volver a ver a la
Argentina campeona del mundo (esta vez en democracia y fuera de fronteras)
y en los jóvenes a verla por vez primera. Fue el mundial de la mano de dios y
la gambeta infernal a los ingleses. Y llegó nomás el estadio Azteca y con él la
gloria en la final contra Alemania.
Otra; cuarto grado de escuela, de una escuela preciosa, que entre tantas cosas
fue además de todo refugio para familias de exiliados que llegaban desde
todas partes de América. Había, además de argentinos, chilenos, bolivianos,
uruguayos, hasta que llegó un mexicano. Leandro amplió nuestro horizonte,
que empezó a llegar hasta cerquita de Estados Unidos. Nos trajo una cultura y
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una forma de ser que contrastaba con el rioplateismo en el que nos habíamos
criado. Le puso picante a las ocho horas que pasábamos ahí adentro.
Y entonces me llueven los buenos recuerdos hacia atrás y adelante de un
México que nunca conocí pero que siempre viví tan de cerca. Y entonces fue
que empecé a perdonar a Kate. Bah, perdonarla; como si fuera necesario. En
realidad espero que ella pueda perdonarme, que entienda este abandono en un
momento tan difícil para su vida, su carrera, y claro que no tome represalias,
que ya entendí lo que les pasa a quienes la traicionan…
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Nacimos casi al mismo tiempo. Ella es del 72, y yo del 73. Y por tanto doy por
descontado que, salvo haberse criado en México y yo no, los dos transcurrimos
realidades parecidas y vimos como las tierras de Pancho Villa y Emiliano Zapata
y sus gentes perdían las independencias tan admirablemente conquistadas,
primero de la Colonia, luego del norte tan cercano. Supongo, deseo que
también sea capaz de emanciparse del narcopoder. Los dos nacimos pocos
años después de la matanza de cuatrocientos estudiantes en Plaza de
Tlatelolco en 1968, y cuando se produjo la masacre de Ayotzinapa con 43
normalistas desaparecidos desde el 27 de setiembre de 2014, ambos supimos
que su ficción y su realidad ya no tenían fronteras y a mí se me hacía cada vez
más sofocante gustar suyo.
En eso estaba, asumiendo que lo nuestro no tenía futuro, cuando Netflix, una
vez más, interpretando mis desvelos mentales y del corazón, y convirtiéndolos
en sugerencia de cosas para ver, revivió mi primer enamoramiento en la vida.
Y cómo resistirme a su recomendación si ese amor fue el que me enseñó a
querer y admirar a un México que todavía no se había corrompido, donde la
buena vecindad parecía ser lo único que valía y constituía pilares en los que
construir una sociedad amigable y armoniosa, incluso en la discrepancia. Y ta,
el otro día empecé a mirar de nuevo los 286 capítulos del Chavo del Ocho y
me reencontré con La Popis, mi amor de niño y casi preadolescente... hasta que
supe que también era Doña Florinda.
Federico Gyurkovits
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1: Se sugiere ir
escuchando a Pedrito
Fernández durante la
lectura
SURTIDO COMPLETO
DE RETAZOS...1
México desde niño se me venía representado en imágenes que en realidad
partían desdibujadamente desde estas latitudes y se estiraban hasta lo que mi
comprensión interpretaba que era ese último tramo del mapa que terminaba
en la frontera del fin del mundo, era el último espacio que en mi mapa tenía
sentido porque hasta allí creía o imaginaba que creía entender y asimilar ese
territorio y su gente sin haber estado jamás. Capaz tenía sentido para mí
porque hasta allí se desplazaba la hermandad oral, la lengua compartida.
Ese lugar donde La muerte es viral parecería una suerte de, por lo menos
(y no menos), grotesco enlace o burlona conexión de espíritus que salpican
sangre cuando sudan. Si existe un lugar donde la muerte adquiere un signo
tan distinto al “nuestro”, en el cual no solo hay espacio para “vivir la muerte”
(ojo! puede ser título) y festejarla y ritualizarla, homenajeándola sin tragedia
y hasta con sátira y diversión, ese lugar, me dijeron que es un lagar de mierda
pero lindo llamado México. Yo desde pequeño ya presentaba síntomas fuertes
y contundentes de que no era muy normal. De cualquier modo, como esa
situación física y espiritual no era privilegio de nadie de mi familia, bueno nada,
simplemente no despertaba la mayor preocupación, al menos como para
tomarlo enserio porque sí quedaba bastante claro que era distinto. No idiota
pero distinto; y lo hacían notar. No desde la agresión física pero sí mediante
referencias burlonas que no eran menos dolientes. Se cagaban de risa de casi
todo mis familiares, al punto que hasta en eso me marcaban La Distinción, y
es que claramente no todo me causaba gracia y con el tiempo cada vez menos
cosas lograban cautivarme de ellos. Los quería obviamente, y los empezaba a
odiar sigilosamente poco a poco. En cambio lograba ponerme sobre su rústico
interés cuando les hablaba de mi percepción sobre la vida y más aún cuando les
contaba sobre mi forma de intentar integrar la muerte. Eran solo pensamientos
los míos, sin embargo, iban quedando poco a poco enganchados en la atracción
de mis relatos. Eso lo disfrutaba más que nada porque me colocaba en ese
pedestal ilusorio de dignidad y respeto y sobre todo de superioridad, hasta
que...zassss: la terminaba cagando cuando les compartía mis travesías sexuales
nocturnas por el Cementerio Central o el Cementerio del Buceo. Solo en ese
instante y cuando les contaba de atrocidades de muertes en otros lugares
yo lograba dejarlos casi como niños frente al poder y seducción del titiritero.
Así, y continuando con México y su imperio de la muerte, donde la misma es
“cambio chico”, una moneda tan común como corriente, sin embargo y por
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suerte aún “doliente”, significativamente como moneda de la economía de la
miseria mundial y acaso por el “desprecio” del valor humano. Allí se quedaban
atónitos. El uruguayo es ante todo, raro, muuuuuuuy raro, sino no se explica
uno como quedan estupefactos antes relatos de los sicarios del narco en otros
sitios, cuando aquí podríamos dar diplomaturas y postgrados sobre cómo ser un
reverendo hijo de mil putas y metamorfosearnos en Casi Humanos mediante las
prácticas sistemáticas que nuestros compatriotas rápidamente aprendieron a
ejercer sobre hombres y mujeres durante la dictadura militar. Somos raros. Muy
raros. Somos expertos aprendices en ser hijos de puta. Ahora, si a ese mismo
individuo se le instruye para calcular una matriz de doble entrada, despejar una
variable de grado simple, la raíz cuadrada de la concha de su madre, tranquilo,
no podrá. Así que ante todo una simple reflexión “mis compatriotas”, es más
fácil y más conveniente ser libre y poder razonar un cachito nomás; ser sorete,
imbécil y perro es más trabajoso, indigno y encima te pagan una miseria.
Pedrito Fernández fue mi primera referencia de esa cosa llamada México. Digo
a propósito “cosa” y no de modo despectivo, sino sencillamente porque a mis
2 o 3 años no estaba en condiciones neuropsicológicas de asimilar cuestiones
cognitivas de tal magnitud como lo que luego integramos casi como ecuación
lineal simple: tierra + territorio + personas + soberanía + ++++++ (...) -los signos
de “+” también podrían ser los de una cruz religiosa, no tenía esa opción en
este teclado, sin embargo, ustedes sí tienen la chance de “leer” y dar el sentido
que deseen en cada opción iconográfica. Ahhh! Sí, me fui de eje, es así —casi—
siempre (y no voy a dejar rastros míos como mail, Facebook u otros alcahuetes
cibernéticos así no pueden ustedes y yo no me entero de la cuantiosa suma
de puteadas hacia mí). Vuelvo a Pedrito. Era un niño más grande que yo, sin
embargo, era un niño. Yo no experimenté la secuencia lúdico pedagógica
intrafamiliar de infiltraciones del estilo de Canciones para no dormir la siesta
o María Elena Walsh, no sé por qué, pero conmigo ya venía rara la cosa desde
bien tempranito en la vida. No tenía problemas para dormir la siesta, las
tortugas me aburrían, ya padecía de cierta ansiedad desde pequeñito. “Pues
‘tonces ni modo”...lo que había en casa era ese bellísimo cassette de Pedrito
Fernández...¿quién es o era, se preguntan?, nada más ni nada menos que el niño
más triste del Planeta Tierra. Vendió catorce cassettes en ese momento (él
tenía 8, yo 3 años) uno de ellos estaba en casa. Les paso ya mismo un link para
escucharlo y verlo porque si no les será complejo seguirme el hilo o la hilacha:
https://www.youtube.com/watch?v=Mhomm4joqo0
Y bueno, claramente, después de mucho tiempo entendí o más bien encontré
una de las razones principales por las cuales la terapia entró en mi vida. Nací en
el año 1979, es decir que para 1986 ya tenía 7 años y contaba con el dudoso o al
menos extraño privilegio de conocer México más allá del Mundial de fútbol de
1986.
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ACÁ PULCRO!
¿Por qué pensar en escribir algo sobre México, y sobre México y un libro?
¿Por qué proponerse escribir una columna para una web que casi nadie conoce,
ni siquiera en Uruguay?
Porque antes que nada tiene un S E N T I D O. ¿Cuál? Bueno lo mejor de todo es
que eso no les preocupa, al menos explícitamente, a quienes me invitaron a
escribir para la misma. De tal forma que una propuesta así, de tal generosidad
(por invitarme), riesgo (porque no saben nada de mí), y sentido de libertad ya
sea a la hora de la propuesta que me ofrecieron como a la hora de recibir éste
artículo. La fecha límite de entrega era 13 de marzo. Es 13 de marzo, 22.36 hs.
No me dijeron si era hora Uruguay o México.
La segunda referencia de México fue en torno a las editoriales de los libros que
leí de la biblioteca de mi madre. En casi todos me obsesionaba primeramente
por leer todos esos datos e información de relevancia en las hojas que nadie
leía, al menos en mi casa.
Como indicaba al principio, esto es un completo surtido de retazos. Sin orden.
Sin conexión narrativa ni nada.
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Son eso, retazos, que fueron pronunciados en un lugar y tiempo que ya no
soportan el tiempo porque lo trascienden desde que fueron hilvanados por el
hilo de una Singer ayudada por el vaivén de la historia delas piernas cansinas
de una vieja que ya no está para contarnos la posta. Ella murió poco antes de
que yo pudiera entender quién era, pero me recitaba el texto desde un libro
que nunca conocí pero que recuerdo y transcribo aquí.
Adrián Reffo
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guacamole
Se despertó sin abrir los ojos y sintió que ella ya no estaba en la cama. Hacía
años que habían dejado de usar reloj, celular y cualquier implemento que
marcase horarios diferentes a los de sus cuerpos. Por la ventana abierta
entraba la espesa luz violeta de los minutos previos al amanecer. Apoyó los
pies en el piso de madera, testigo esencial de tanta vida. Se detuvo unos
segundos a mirar al niño que dormía y bajó las escaleras despacio, como si
cada paso fuera parte de un engranaje invisible. Le gustaba rozar con la yema
de los dedos las paredes de la casa, era como si volviera a hacerlas cada vez.
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Se terminó de despertar en la cocina, en la que Frida Khalo reinaba desde
una lámina enorme colgada en la pared que habían traído del viaje a México.
Había olor a café y la puerta del fondo estaba abierta. A menudo se sorprendía
pensando si había terminado adaptándose a las sorpresas y los cambios, esos
descolocones no planificados; o si era justamente eso lo que más le gustaba
de esta nueva vida: que no hubiera planes. Que cualquier cosa que sucediera
le resultaría perfecta. Puso café en dos tazas, en una agregó leche y en ambas
la misma cantidad de azúcar. Sólo tenía puesto un pantalón de lino que ella le
había hecho y se erizó con el contacto fresco del aire; empezó a buscarla con la
mirada.
Cuando ocuparon el terreno lo eligieron por su vasta vegetación y su difícil
acceso. Cortaron y limpiaron la superficie estrictamente necesaria para
construir la casa y tener un lugar para la huerta. Reutilizaron los troncos que
talaron en la estructura del nuevo hogar. El primer árbol que plantaron juntos
fue una palta que la primavera próxima, si todo sale bien, cumplirá cinco años
y empezará a dar frutos. Desde el primer día el rincón que ocupó la palta fue
especial; se echaban a su creciente sombra a contemplar el cielo, a ver crecer
sus brotes, como metáfora del tiempo que llevaban en aquel pedazo de tierra,
especial, no porque fuera de ellos; ya sabían que la propiedad es una ilusión;
especial porque allí sólo regían sus reglas. Cuando salió de la cocina intuyó que
ella estaría por ahí; leyendo, escribiendo, dormida o simplemente esperando al
sol. Se acercó despacio.
Estar en ese lugar para ella era un premio. No un regalo, porque sabía del
esfuerzo que habían hecho para cumplir sus sueños, porque su piel estaba
curtida, porque defender los principios y ser coherente implicaba lucha,
revolución. La sombra de la palta era una recompensa, quizás, por no
abandonar nunca. Le gustaba repetir que elegir es renunciar; y como antes
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—cuando vivía con reglas impuestas por otros— le gustaba fantasear con cómo
sería una vida en libertad, ahora le gustaba enumerar imaginariamente las
cosas a las que había renunciado. Le producía una especie de orgullo saberse
capaz de alcanzar y ejercer lugares de poder, de relevancia, en aquel mundo
que quiso abandonar. Pero ahora estaba tirada en el pasto, de un pedazo de
tierra ocupado; y en la casa que habían hecho con sus propias manos dormían
su hombre y su hijo.
—Sería más revolucionario haberme venido a vivir acá con otra mujer—, le decía
para pelearlo. Eso sí extrañaba verdaderamente: la discusión. Intercambiar
ideas con personas que pensaran completamente diferente, e intentar
convencerlas. Es el riesgo que corremos al enamorarnos, pensaba; y ese amor
llevaba ya tanto tiempo y aún recién comenzado era tan profundo que podrían
haber sido inimaginables las discusiones. Pero las tenían, afortunadamente.
La palta fue testigo de diatribas memorables, de esas que se tienen solo para
ejercitar, para no perder la costumbre. Íntimamente los dos sabían que estaban
de acuerdo pero igual ejercitaban. Se hacían más sólidos intelectualmente y
el posterior encuentro de sus cuerpos era mucho más rico. Les gustaba creer
que la palta también se alimentaba de eso; de sus intercambios en todos los
niveles. De la energía que manaban al discutir, al amarse y al desearse.
Ese día no hubo discusión. Ella dormía, abrazada a un libro recién terminado.
Ya era casi un ritual terminar de leer allí. Al ratito de observarla empezaron a
trinar los pirinchos y las calandrias, y la despertaron.
—Estoy embarazada—, le dijo.
No hacía falta preguntar si estaba segura o cómo sabía, la forma de decirlo no
daba lugar a dudas.
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—Y es una nena.
A él se le dibujó una sonrisa en la cara y la abrazó. Qué otra cosa que alegría
podían causar esas palabras. Seguramente, otro día, discutirían sobre
el nombre. Hoy era día de armonía.
Lucía Pedreira
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