GARBAJOSA, EL LÍDER SILENCIOSO

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JOSÉ JOAQUÍN BROTONS
GARBAJOSA,
EL LÍDER SILENCIOSO
EPÍLOGO
DE
JORGE GARBAJOSA
© 2014 José Joaquín Brotons
Epílogo: © 2014 Jorge Garbajosa
Diseño de la colección: LA MESA DE LLEÓ MARQUÉS
Diseño gráfico de la colección y cubiertas: © GARCÍA Y CÍA
© 2014 Ediciones Turpial, S. A.
Guzmán el Bueno, 133
28003 Madrid
Tel.: 91 534 92 85 Fax: 91 534 74 72
www.turpial.com
Reservados todos los derechos
ISBN: 978-84-95157-71-3
Depósito legal: M-15178-2014
Impreso por Advantia, S. A.
Printed in Spain
Nacho por su apoyo incondicional,
Ainhoa por sus confidencias,
Ibon por su tesón y Amalia por su aliento
fueron cómplices en esta aventura.
Cada uno de ellos me dio la fuerza para llegar hasta el final.
Cuando pasen los años, Alejandra y Daniela
podrán enseñar con orgullo a sus amigos
el libro que escribió su abuelo.
Para todos ellos, mi agradecimiento.
Índice
Prólogo ......................................................................................... 11
1. La guerra de las galaxias ....................................................... 15
2. Por qué soy del Atleti y amo la radio .................................... 27
3. El día que empiezo a ser mayor ............................................ 39
4. Pensando en verde aprendí a ser profesional ...................... 57
5. El líder silencioso y sus manías (167 partidos en rojo) ....... 75
6. Psicólogo y luna de miel en Málaga ...................................... 97
7. Lo consiguieron porque no sabían que era imposible ..... 119
8. Mi nombre es Garbo, currito de la NBA ............................ 139
9. La palabra es oro y el silencio, plata ................................... 161
10. Plata de oro y la despensa de Ricky ................................... 181
11. El gimnasio de los Bulls en un barrio de Moscú ............... 197
12. Por fin Madrid y el oro de Polonia .................................... 213
13. Turquía y adiós al Real Madrid .......................................... 229
14. Última parada en Málaga (14.03.2011) ............................. 241
15. Punto y seguido ................................................................... 253
Epílogo de Jorge Garbajosa ...................................................... 263
Anexo ......................................................................................... 265
Prólogo
CUANDO le propuse a Jorge escribir este libro lo primero
que acordamos fue que teníamos que contar historias sobre
sus vivencias personales como deportista. Lo menos importante eran las victorias o las derrotas, la mayoría de ellas
estaban escritas en los periódicos o en otros libros. Garbajosa ha sido un personaje con una carrera atípica. Eligió
Vitoria cuando pudo haber viajado a estudiar y jugar en
una universidad norteamericana o fichar por Estudiantes o
Real Madrid. Emigró a Italia y se hizo jugador. Regresó a su
país y eligió Málaga cuando el Barça y el Real Madrid se
peleaban por ficharle. Ganó títulos colectivos y reconocimientos personales antes de afrontar la incierta aventura
de la NBA con 28 años. Vivió un 2006 increíble y un 2007
desastroso. Los años que vinieron después fueron un regalo
que la naturaleza le hizo, pues tras la grave lesión en Boston
pudo haberse quedado cojo e incluso dejar el baloncesto.
Tuvo el coraje de luchar y seguir peleando para disfrutar de
la mejor época con la selección, sabiendo que Khimki, Real
Madrid y la vuelta a Málaga fueron tres paradas de sufrimiento y entrega.
Jorge es una persona entrañable que no se deja llevar por
las apariencias. Un tipo lleno de vitalidad y convicciones
positivas que le han permitido disfrutar de cada uno de los
minutos dedicados a su profesión. Se arrepiente de pocas
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cosas, porque lo dio todo y dignificó la palabra profesional.
Su capacidad para tomar decisiones arriesgadas y acertar en
cada una de ellas le ha permitido entrar en la historia del
baloncesto español. Creo que no ha sido el mejor en ninguna de las facetas del juego: ni el mejor tirador, ni el mejor
pasador, ni el mejor reboteador, pero ha entendido como
nadie lo que el equipo necesitaba en cada momento, dentro y fuera de la pista. Fue un líder silencioso que no tuvo
la repercusión mediática de sus compañeros de éxitos, Gasol, Navarro o Calderón. Como decía uno de sus críticos ,
«esto explica cómo su valor trasciende a lo que muestra la
estadística». El baloncesto le debe mucho a Jorge, porque
su calidad humana y su capacidad para hacer mejores a sus
compañeros fue su principal virtud. El juego, el talento y la
trayectoria de Garbajosa nunca se podrán poner en duda.
El camino recorrido durante los cinco meses y 16 días que
duró este viaje ha sido una experiencia imborrable. Las 18
sesiones de diván que compartimos, casi 20 horas de charla y confidencias, me permitieron descubrir a una persona
que tiene claridad de ideas y una inteligencia extraordinarias. Jorge habla lo justo; controla sus palabras, pero no esconde sus emociones. Alguna vez lloró, otras se puso triste
y muchas, la mayoría, nos reímos de los momentos vividos.
Decidimos contar historias entre los dos. Su memoria es
buena, pero el trabajo de documentación despejó las dudas. Algunas historias fue necesario escribirlas con tacto
para que el lector inteligente imagine entre líneas una
mayor profundidad de contenido. El objetivo de este libro
era repasar una trayectoria inigualable en la que aparecen
más de 400 nombres propios. Decidimos, como pequeño
homenaje al rey de la comedia, Groucho Marx, a su ironía
y su sarcasmo, que cada capítulo (15 en total por el número de dorsal favorito de Jorge) se abriera con una frase de
Groucho que resumiera cada época. Luego necesitábamos
música, compañera inseparable de un hombre que no entiende la vida sin el sonido de una canción. También en
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este apartado cada uno de los temas está asociado con momentos vividos.
Me siento un privilegiado por el hecho de que Jorge aceptara mi propuesta y depositara su confianza en mí para contar la historia de su vida. Decía Jorge: «Lo importante no es
quién empieza el partido, sino quién lo acaba». Hoy puedo
decir que entre todos conseguimos acabar este partido.
1
La guerra de las galaxias
No estoy seguro de cómo me convertí
en comediante o actor cómico. Tal vez no lo sea.
En cualquier caso me he ganado la vida muy bien
durante una serie de años
haciéndome pasar por uno de ellos.
Groucho Marx
CANCIÓN: Aviones plateados, El Último de la Fila
AQUEL verano de 1977 fue muy triste para Jorge Garbajosa aunque todavía no había nacido: dormitaba dentro de
la placenta en el vientre de su madre. Tiempo tendría para
recordar en los 37 años siguientes, más los que le quedan
por vivir, todos los hechos que acontecieron en aquel año
bisiesto y maravilloso. Nuestro protagonista no solo nació
el año que murió Groucho; también el mismo en el que
nos dejó el cantante estadounidense que marcó todo un
siglo, Elvis Aaron Presley. La muerte le sobrevino de un
ataque cardiaco, agravado por el abuso de drogas, en su
casa de Memphis. Jorge ha sido siempre un gran amante de
la música: «Desde el día que nací la música forma parte de
mi vida. No sé si vine al mundo en un paritorio con hilo
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musical o mis padres, durante el embarazo, ponían música
junto al vientre de mi madre, pero lo que sí sé es que no
puedo vivir sin ella». Tres días después de la muerte del rey
del rock and roll, sin haberse recuperado Jorge en el seno
materno del impacto, nos dejó otro mito del siglo XX , el
gran Groucho Marx, el cómico que hizo del humor disparatado un arte que perdurará en el tiempo. «Siempre me
gustó el personaje y su trasfondo. No recuerdo a nadie más
mordaz y cínico que nos haya dejado tantas frases maravillosas para utilizar en muchos momentos de la vida. Esa va
a ser una constante en este libro. Me siento muy identificado con algunas». Quizás fue el destino, tal vez la casualidad,
pero lo cierto es que cuatro meses más tarde, el lunes 19 de
diciembre, empezaba a respirar en la clínica San José de
Madrid un bebé registrado e inscrito con el nombre de Jorge Joaquín Garbajosa Chaparro. «Nunca he utilizado el
segundo nombre que me pusieron mis padres como homenaje a mi tío Joaquín, el hermano de mi madre, que había
fallecido en junio de ese mismo año. Tengo dos primos de
mi misma edad que también se llaman Joaquín».
La comadrona le dijo a Consuelo Chaparro que la criatura
había llegado sana y bastante rolliza, con seis kilos de peso
y casi 70 centímetros de longitud. El padre, Luis Garbajosa,
mirando al bebé le comentó a su mujer que el segundo
niño que habían tenido debía de llevar los genes del abuelo
materno, Julio Chaparro, un guardia civil que medía 2.03 y
al que todos sus conocidos apodaban El Civilón. Aquel
mote tenía su origen en un toro de lidia que fue indultado
en Barcelona en junio de 1936. La Monumental registró un
lleno histórico y había en las gradas algunas pancartas muy
llamativas: «Barceloneses, pedid el indulto de Civilón» o
«Estudiante, tú eres bueno, no mates a Civilón». Al llegar su
turno, el toro fue recibido con una ovación de gala. El Estudiante le dio unos capotazos que levantaron aplausos,
pero al salir los picadores la bronca se disparó. El toro embistió al caballo del picador y al hundir la puya y manar la
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sangre las peticiones de indulto se acrecentaron hasta
obligar a la presidencia a sacar el pañuelo verde. Desde la
barrera, el ganadero Juan Cobaleda llamó al toro por su
nombre, y este acudió mansamente hacia el corral.
Jorge Joaquín fue el segundo de los cuatro hijos de la pareja Garbajosa-Chaparro, detrás del primogénito, Luis. Más
tarde completarían la familia Carlos y María del Consuelo.
Lo cierto es que el 1.72 de la madre de las criaturas era más
que la estatura media de la población femenina: «Es curioso, dos hermanos hemos salido a la familia de mi madre, a
la del abuelo Julio, y los otros dos a la de mi padre. El mayor y la pequeña puedo decir que están dentro de la media
nacional, mientras que Carlos y yo pasamos de los dos metros». Luis y Consuelo se habían conocido en un guateque
en Madrid aunque habían llegado a la capital desde diferentes provincias. El padre, un tipo de fuerte complexión y
con 1.86 de estatura, había nacido en el pequeño pueblo
de Riosalido, una pedanía del municipio de Sigüenza, en
la provincia de Guadalajara. La madre, en Don Benito, provincia de Badajoz, dentro de una familia marcada por los
continuos cambios de destino propiciados por la profesión
del padre, guardia civil.
Cuando llegaron a Madrid en la década de los setenta, Luis
se instaló con su familia en la calle General Ricardos y empezó a trabajar como taxista. Consuelo vivía en el barrio de
San Blas: al abuelo Julio lo habían destinado a un casa cuartel en esa zona de la capital. Después del guateque vino el
cortejo, el noviazgo y la boda. Ya casados, decidieron instalarse en la vecina localidad de Torrejón de Ardoz, invirtiendo todos los ahorros y alguna ayuda de sus padres en un
modesto piso con tres habitaciones. La elección del lugar
donde iba a vivir la familia tuvo mucho que ver con la actividad comercial que se vivía en los años setenta en la cercana base americana de Torrejón. «Mis padres siempre han
sido muy emprendedores y han arriesgado con los negocios. Pensaron que Torrejón era un buen lugar para im-
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plantarse y empezar a crecer porque estaba en plena ebullición. Vieron que había una oportunidad de negocio y la
aprovecharon. Primero abrieron una tienda de electrodomésticos y luego la convirtieron en tienda de ropa».
Los vecinos del barrio de las Fronteras y los habitantes de
los últimos pisos en los bloques del Parque de Cataluña,
donde habitaba la familia Garbajosa, tenían una obsesión
común aquellos años: el ruido insoportable de los aviones
que llegaba desde la base aérea, instalada a comienzos de
los años cincuenta, a poco más de 20 kilómetros de Madrid.
Los residentes de la localidad centraban sus quejas en el
sonido de los aviones norteamericanos y españoles que
despegaban con frecuencia de la larguísima pista de la base
a cualquier hora del día o de la noche. Sin embargo, la
presencia militar norteamericana era un aliciente para
cualquier negocio. Los americanos, cerca de 4 500, tenían
alquilados pisos en Torrejón y había más de un millar de
españoles que habían encontrado trabajo como personal
civil o contratado en la base. Los jóvenes soldados americanos que vivían en el pueblo aportaban un toque multicultural a la población y muchos de ellos se daban una vuelta
todas las noches por los bares. Este era el entorno en el que
se iba a desarrollar la infancia de Jorge Garbajosa.
En el colegio Montfort, en la cercana localidad de Loeches,
realizaría Jorge los primeros cursos de la EGB. Como para
cualquier niño de su edad, aquellos años trascurrieron entre autocares de ruta, clases, deberes y juegos. En verano
pasaba dos o tres semanas en la casa de sus abuelos paternos en Riosalido: «Era muy excitante acompañar al abuelo
Saturnino al abrevadero con las mulas. Casi todos los días
bajábamos a Sigüenza a la hora del aperitivo. Me gustaba
todo, en especial la alameda y tomar tapas allí; mi favorita
eran las gambas con gabardina».
Luego vino el cambio al colegio Alameda de Osuna y era el
padre quien se encargaba de llevarlos cada mañana en su
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coche. Fueron años de inocencia, timidez y juegos: «Cuando llegaba a casa por la tarde, dejaba la mochila con los libros y cuadernos, y después de hacer los deberes cogía mi
balón de fútbol para jugar con mis amigos en la pista polideportiva. A mí el fútbol me apasionaba, era lo más importante en mi vida. Mi madre me hacía unos bocadillos
espectaculares : una barra entera de pan con mortadela o
queso de la que no dejaba ni rastro. Era muy comilón. Los
fines de semana le robaba horas a la comida para jugar al
fútbol sala. Mi madre se enfadaba porque a veces salía con
la comida en la boca».
Sin embargo, no todo iba a ser placidez en la pubertad
de Jorge. Algo sucedió en su etapa de crecimiento que
puso en alerta a la familia y sembró la inquietud en sus
padres: «Cuando tenía 12 años pegué un estirón brutal, no
dejaba de crecer. Mis padres empezaron a preocuparse
porque aquel verano medía 1.70 centímetros y en cuatro
meses, al llegar las navidades, había crecido 20 centímetros,
estaba cerca del 1.90. La piel se me abría por los codos, las
rodillas, los tobillos, y sentía mucho dolor en las articulaciones. Era como si los huesos quisieran salirse de la piel.
Los médicos no sabían explicar qué estaba pasando en mi
cuerpo. La cara de mi madre cuando escuchó las palabras
cáncer de piel fue de terror. Me empezaron a hacer todo
tipo de pruebas, biopsias, y la conclusión a la que llegaron
fue que los huesos me habían crecido descoordinados con
la piel; nada que tuviera que ver con esa terrible enfermedad. Me pusieron un tratamiento y me recetaron unas vitaminas. Mis padres lo pasaron muy mal porque pensaron
que estaba muy enfermo».
A Jorge le gustaba practicar todos los deportes, en especial
el fútbol y el tenis. Estaba integrado en el equipo de fútbol
sala del Club Deportivo Parque de Cataluña como portero,
tal vez por su envergadura: «Yo siempre he sido un tío bastante coordinado, nunca patoso ni torpón, aunque a veces
la timidez me hacía ser silencioso y parecer distante. En la
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preadolescencia, cuando eres más alto de lo normal tienes pequeños complejos y te refugias en ti mismo. Por mi aspecto
físico no podía pasar desapercibido». La instalación deportiva donde vivía sus mejores ratos Jorge se había construido
como gancho comercial para vender los pisos, ya que la
zona estaba algo alejada del núcleo de Torrejón. Tenía una
piscina, una pista de baloncesto y un pequeño campo de
fútbol. La quiebra de la constructora permitió que la propiedad de los terrenos pasara a los dueños de los pisos. El
Club Deportivo Parque de Cataluña se constituyó en 1977.
La afición por el baloncesto surgió en aquel espigado muchacho con siete años, propiciada por uno de los momentos históricos del deporte de la canasta: «Aunque hay una
pequeña nebulosa en las fechas, creo que la espectacular
actuación de la selección española en los Juegos Olímpicos
de Los Ángeles (1984) fue mi primer flechazo con el baloncesto. Supongo que el hecho de jugar aquella final frente a
un equipo tan potente como el norteamericano, con Michael Jordan, Pat Ewing y Chris Mullin, entre otros, y lo
que nos contaba mi padre de la importancia del acontecimiento hizo que captara mi atención». La práctica activa
llegaría algunos años más tarde, porque lo que de verdad le
gustaba a Jorge era jugar al fútbol. Luis Ramírez, el entrenador del equipo de baloncesto del Parque de Cataluña le
propuso cambiar de deporte y unirse a su equipo; la altura
de Jorge le convertía en un interesante proyecto de jugador. Los amigos también influyeron en la decisión, en especial José María Diez Gaitón: «Era dos años mayor que yo y
me convenció de que el cambio sería bueno para los dos.
En esa época de la vida los amigos son lo más importante,
nos ha pasado a todos. Sergio Arias, Dani Martín y yo formábamos un trío inseparable, vivíamos en la misma manzana, hacíamos deportes juntos, íbamos a los recreativos y
teníamos los primeros escarceos amorosos, lo normal. Intento mantener el contacto con ellos pero no siempre es
posible».
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En la temporada 1991-92 le hicieron ficha de cadete en el
Juventud Alcalá, un equipo que militaba en la primera división del baloncesto español. Durante ese tiempo formó con
la selección de Madrid cadete, junto a Juan Zurita, un compañero seis meses mayor que Jorge y nacido en Torrejón.
«Yo empiezo a estudiar con 13 años en Alcalá de Henares,
en el Santo Tomás de Aquino, y voy en la ruta del colegio.
El conductor del autobús era el delegado del equipo cadete
del Juventud Alcalá. Yo ya era muy grande, no encontraba
botas de fútbol, mi estatura no correspondía con el fútbol y
aquel señor me ofreció hacer una prueba con el equipo cadete. En aquella época jugaban en el primer equipo del Juventud Alcalá, Santi Abad, Wayne Robinson (recuerdo con
mucho cariño las botas que me regaló) y José Antonio Paraíso, que también había empezado en el Parque de Cataluña. Fui a probar porque además el pabellón estaba muy
cerca del colegio, y no sé cómo sucedió pero me aceptaron.
El baloncesto me enganchó, supongo que también coincidió con que jugar al fútbol se me estaba complicando por
mi altura». El equipo alcalaíno desapareció en 1994 por
motivos económicos.
La vida familiar era el refugio donde Jorge encontraba la
seguridad que le faltaba debido a su creciente timidez, provocada en parte por su altura: «En el colegio los compañeros me llamaban El Jirafa y aquello no me gustaba mucho;
sin llegar a molestarme, me hacía sentirme diferente. En
casa estaba muy bien, mejor que fuera. Siempre he sentido
la protección de mis padres y he tenido un grandísimo apego a mis hermanos; con ellos es con quien mejor me lo he
pasado. Todos teníamos nuestros amigos, pero conseguimos hacer un solo grupo. Aunque lo normal es que el hermano mayor se distancie de los otros, porque parece que se
avergüenza de los pequeños, puedo decir que siempre hemos estado muy unidos». El primogénito, Luis Garbajosa
Chaparro, tiene ahora una academia de enseñanza universitaria en Alcalá de Henares y es un gran aficionado al
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fútbol y, por consanguinidad, también al baloncesto. Carlos, el más parecido a Jorge físicamente, intentó la aventura
del baloncesto y llegó a jugar en el Real Madrid con Felipe
Reyes, Antonio Bueno y José López Varela; cuando acabó la
época júnior se dedicó a estudiar Administración y Dirección de Empresas (LADE). Ahora es guionista, actor, hace
cortos de cine (Cállate la boca) y ha protagonizado algún
monólogo de gran repercusión en las redes sociales. La
pequeña Consuelo también se ha decantado por la creatividad; está en último curso en la escuela de Arte Dramático
y ha protagonizado algún corto con guion de su hermano
Carlos (Del guion a la pantalla). También ha realizado dos
giras teatrales (Festival de Almagro) interpretando a Antígona. La expresividad que han puesto en práctica los
hermanos es la que durante su juventud tanto echó en
falta Jorge.
Uno de los recuerdos que más grabado se le ha quedado de
su juventud, en el piso familiar del Parque de Cataluña, tiene que ver con la base aérea de Torrejón, situada a dos kilómetros de su casa. En enero de 1988 España y Estados
Unidos anunciaron conjuntamente que habían alcanzado
un acuerdo para que los aviones F-16 fueran retirados en
tres años. Con esa medida se pretendía reducir el personal
norteamericano en España a casi la mitad y cerrar la base
militar. «Estábamos en el verano de 1990, debía de ser a
principios de agosto. Con toda la familia en casa, en el piso
13 del edificio donde todavía viven mis padres, aquello parecía que se iba a desplomar. El ruido era ensordecedor, los
F-16 no cesaban de despegar, también había otro tipo de
aviones de carga y algunos que sonaban como truenos.
Algo grave estaba pasando porque no era normal el ritmo
de despegues. Mi padre intentó tranquilizarnos a todos,
pero era imposible conciliar el sueño. Como siempre que
pasaba algo que alteraba mi tranquilidad, busqué la habitación de Luis. Tenía 12 años y sentía mucho miedo. Se había
iniciado la Guerra del Golfo y la base de Torrejón se convir-
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tió en lugar estratégico para misiones operativas de aquello
que llamaron Operación Tormenta del Desierto. Hubo momentos durante aquel verano que teníamos la sensación de
estar dentro de la guerra. Pero no era una película, era la
realidad vivida cerca del cielo, en el piso 13».
En el Parque de Cataluña vivía una chica llamada Mónica.
Por aquellos días era novia de Carl Herrera, un histórico jugador de baloncesto, motivo por el cual el venezolano era
asiduo de la piscina del club. Se trataba de un alero de 2.05
metros de altura, rápido, con una potencia física destacable
y muy efectivo en el tiro de media distancia. Herrera jugó la
temporada 1990-1991 en el Real Madrid, que le ofreció un
contrato de tres años. Fue el primer jugador venezolano
que militó en el conjunto blanco. Las lesiones, en especial
una en el hombro, le impidieron demostrar su calidad.
Aquella temporada no funcionó como se esperaba y le rescindieron el contrato. Más tarde, en septiembre de 1992,
firmó como agente libre con los Houston Rockets para jugar en la NBA. En una de esas visitas a la piscina para ver a
su novia, luciendo un llamativo slip de baño rosa fosforito,
se cruzó con el imberbe Jorge. Después de jugar una pachanga, en una conversación distendida, le preguntó cómo
le iban las cosas en su equipo y le hizo una tentadora oferta
para progresar en el baloncesto: «La historia se ha contado
mil veces y lo único que no se ha dicho es que la decisión
de marcharme a Vitoria para jugar en el Baskonia fue la solución a la oferta que no acepté para ir a Estados Unidos,
estudiar en una high school y jugar al baloncesto. Me sentí
mal por haber despreciado esa oportunidad y pensé que
debía empezar a volar, que no podía seguir anclado en
Torrejón. Esa es la verdad de mi viaje a Vitoria, además de
que me ofrecieron entrenamientos de técnica individual,
trabajo físico específico y la posibilidad de compartir entrenamientos con el primer equipo. Era una beca muy interesante para un chico de mi edad».
Carl Herrera le propuso a Jorge hablar con gente del balon-
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cesto, agentes e intermediarios amigos suyos, y buscar la
posibilidad de salir de España para crecer en el baloncesto
norteamericano: «Ahora puedo confesar que, con 14 años,
me dio miedo, y creo que a mis padres también, emprender aquella aventura en solitario. La decisión era muy atrevida y quizás por mi timidez no di el paso necesario. Es
posible que mi vida hubiera sido distinta, pero no creo que
mejor que la que me ha tocado vivir. Creo en el destino, y
lo que ha pasado en estos 21 años no lo cambió por nada.
Puedo decir que soy un privilegiado». Lo cierto es que Carl
Herrera cumplió lo prometido y puso en contacto al padre
de Jorge con un agente muy bien relacionado, Arturo Ortega, que tenía una especial vinculación con Alfredo Salazar,
responsable de la cantera del Baskonia y con el presidente
del club, Josean Querejeta.
Así empezó a escribir su biografía como jugador de baloncesto Jorge Garbajosa Chaparro. «Creo que lo más importante en una persona es conocer su origen. Me siento muy
orgulloso de haber nacido en Torrejón y siempre ha sido el
punto de referencia en mi vida. La gente se ha portado
muy bien conmigo y sé que me quieren. Fui pregonero en
las fiestas del 2008 y en abril del año siguiente me nombraron hijo predilecto de Torrejón, título que se concedía por
primera vez y que me entregó el alcalde Pedro Rollán. También tengo un pabellón con mi nombre, y a mi madre le
hace mucha gracia cada vez que va a la compra ver el nombre de su hijo en la fachada principal. No dejo de repetirlo,
soy un privilegiado». Han sido 17 años y muchos momentos
importantes en el camino recorrido, con muchos transbordos y la maleta llena de trofeos. Ha llegado la hora de explicar quién es y qué hizo Jorge Garbajosa en sus primeros 36
años de vida.
Además de tener 366 días, 1977 fue un año muy importante
en la construcción del Estado democrático que acabábamos
de iniciar los españoles, tras la muerte del dictador dos
años antes. En febrero el ministro del Interior, Rodolfo
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Martin Villa, legalizó el Partido Socialista Obrero Español
(PSOE) después de 38 años en la clandestinidad. Vivimos la
peor tragedia de la aviación, con la muerte de 583 personas
en el aeropuerto de Los Rodeos, en Tenerife, cuando chocaron en la pista dos Boeing 747. El sábado de Gloria se
legalizó, ante el asombro de media España, el Partido Comunista, y en mayo don Juan de Borbón renunció a los
derechos dinásticos de la Corona de España en favor de su
hijo, Juan Carlos I. En junio se celebraron las primeras
elecciones democráticas en 42 años, ganadas por la Unión
de Centro Democrático (UCD) de Adolfo Suárez. El Betis
ganó su primera Copa del Rey de fútbol. Nació el futuro
mito del madridismo Raúl González Blanco y también el
jugador de baloncesto argentino Manu Ginóbili. Al finalizar el año, el día de Navidad, falleció el actor y director británico Charles Chaplin, más conocido en España durante
muchos años como Charlot.
Ahora que llegamos al final de este primer capítulo casi se
nos pasa lo más importante. En mayo de 1977 se estrenó Star
wars, episodio IV: Una nueva esperanza, inicio de la mítica saga
La guerra de las galaxias y con seguridad la película que más
huella ha dejado en la vida de Jorge: «No miento si afirmo
que la he visto más de 20 veces y me sigue emocionando
como el primer día. Verla es una especie de terapia ocupacional». Si algún día alguien os cuenta que uno de los actores que interpretó al peludo Chewbaca en la saga fue un
jugador de baloncesto norteamericano llamado Mark Robert McNamara, de 2.10, que jugó siete partidos en el Real
Madrid en la temporada 91-92, recordad la aclaración del
experto Jorge Garbajosa en uno de los temas que domina a
la perfección: «El actor titular, Peter Mayhew, enfermó y el director, Irvin Kershner, pidió contratar a un sustituto. McNamara cumplía con los requisitos al ser alto y fuerte; además
llevaba un disfraz integral y no tenía que hablar. Grabó varias escenas, pero al director no le gustó su interpretación
y descartó todo el material a la espera de que Mayhew se
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recuperara. O sea, que no llegó a aparecer en los títulos de
crédito, pero sí se vistió de Chewbaca». Dicho queda.
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