Javier Sánchez

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Javier Sánchez
I.E.S. Marqués de la Ensenada
KANT, SCHOPENHAUER Y NIETZSCHE
EN “EL ÁRBOL DE LA CIENCIA” DE PÍO BAROJA.
1.- Kant, Schopenhauer y Nietzsche vistos por Baroja.
Pío Baroja (1872-1956), como todos los escritores
de la llamada Generación del 98, se ve influido por una
parte por la situación tan cercana de la España que vive
con los desastres coloniales, la decadencia y el atraso
cultural, y por otra por el pensamiento europeo dominante
sobre todo por el irracionalismo y el pesimismo.
Pensamiento y situación histórica presentan pues un
terreno abonado para el desánimo. “El árbol de la Ciencia”
es una novela en la que queda patente esta visión del
mundo y de la vida, pero también las influencias y las interpretaciones que Baroja
realiza con las teorías filosóficas de Kant, Schopenhauer y Nietzsche. Vamos a
acercarnos a esta visión barojiana de la filosofía centroeuropea en la obra citada.
El joven protagonista de la novela de Baroja, Andrés Hurtado se ve
desorientado en un mundo que carece de sentido y muestra el absurdo de la existencia
de forma que la novela es un estudio de la capacidad de Hurtado por adaptarse a la
España que le rodea; así Baroja muestra en Hurtado su filosofía de la vida: su
angustia, su desilusión desde el ambiente familiar que le hace sentirse solo y
abandonado hasta el desordenado y ridículo ambiente universitario.
La ciencia es vista con recelo desde que no consigue eliminar la muerte,
mejorar la vida o suprimir al menos la angustia y el dolor que lleva implícita. Kant es
sustituido por Schopenhauer en la evolución del pensamiento de Hurtado y cuando
éste no puede resistir la evidencia de que la ciencia ha sido incapaz de salvar la vida
de su hijo o su mujer se encuentra al final del camino con la sórdida realidad.
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Andrés Hurtado se enfrenta a la adversidad pero no consigue imponerse a ella
a pesar de su esfuerzo y de su moderado optimismo kantiano del principio, y al final
se ve arrastrado por el pesimismo que inunda toda su visión de la existencia, porque
de repente, cuando todo podía ir mejor, la sombra de Schopenhauer que planeaba ya
sobre la primera parte inunda la escena y obliga a Baroja a romper cruelmente la
estabilidad emocional y la paz casi beatífica a que había llegado la pareja, anulando el
final feliz y hasta ñoño que podía haber tenido. Baroja refleja así lo desesperanzado de
la vida humana y esa permanente contradicción señalada por los filósofos alemanes
entre el deseo y la realidad.
El árbol de la ciencia es así un esbozo de una historia de la filosofía que
recorre tres hitos fundamentales en la teoría del conocimiento y consecuentemente en
el valor de la vida; tres estadios que a su vez son recorridos por el protagonista:
comienza con la superación platónica de los sentidos y la distinción entre un mundo
ideal al que aspiramos y un mundo aparente, copia burda de aquel. Continúa con la
decepción y el fracaso que supone para la filosofía posterior, la de Kant, el hecho de
admitir que el mundo en sí es imposible de abarcar y conocer; los grandes temas
humanos son una aspiración, pero nunca serán una realidad alcanzada, y finalmente
termina con el pesimismo de Schopenhauer. Hurtado abandona la pretensión de
controlarlo todo; renuncia a forzar la vida, se deshace de impulsos emocionales, deja
de luchar y de resistirse porque los hechos son más nuestros que los deseos y porque
“la historia de cada vida es una historia de sufrimiento”. Aunque es cierto asimismo
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que aparece tímidamente al final el resquicio optimista y también trágico y
contradictorio de Nietzsche.
Queremos un final feliz pero no lo tenemos. Sí tenemos un final, aunque quizá
lo más importante es el camino hacia él. Y es que como dice J.M. Serrat: “nunca es
triste la verdad, lo que no tiene es remedio”. Baroja en este libro presenta pues el
fracaso de la humanidad con su árbol de la ciencia frente al de la vida; pero por otra
parte,¿por qué no revelarse contra el destino? El eslogan kantiano para definir la
Ilustración como la salida del hombre de su minoría de edad, aquel sapere aude,
atrévete a pensar; suena ahora en los oídos de Baroja-Hurtado-SchopenhauerNietzsche-Iturrioz, a música celestial y de buena gana, lo sustituirían por otro: vivere
aude, atrévete a vivir.
Iturrioz reformula el discurso de Hurtado mediante el mito bíblico 1 del árbol
de la vida y el árbol de la ciencia. El primero es preferible al segundo que nos
destruye: los judíos y Kant así lo han demostrado según Nietzsche o Iturrioz. Queda
pues abierto el dilema: o vivimos o entendemos, o la vida o la ciencia, o un árbol o el
otro, y ahí está Baroja entre Schopenhauer y Nietzsche; el primero de los filósofos
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…Luego plantó Yahvé Dios un jardín en Edén, al oriente, donde colocó al hombre que había formado.
Yahvé Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles deleitosos a la vista y buenos para comer, y en
medio del jardín, el árbol de la vida y el árbol de la ciencia del bien y del mal. ..Y Dios impuso al
hombre este mandamiento: «De cualquier árbol del jardín puedes comer, mas del árbol de la ciencia
del bien y del mal no comerás, porque el día que comieres de él, morirás sin remedio…Replicó la
serpiente a la mujer: «De ninguna manera moriréis. Es que Dios sabe muy bien que el día en que
comiereis de él, se os abrirán los ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal.» Y como
viese la mujer que el árbol era bueno para comer, apetecible a la vista y excelente para lograr
sabiduría, tomó de su fruto y comió, y dio también a su marido, que igualmente comió. Entonces se les
abrieron a entrambos los ojos, y se dieron cuenta de que estaban desnudos; y, cosiendo hojas de
higuera, se hicieron unos ceñidores…Y dijo Yahvé Dios: «¡Resulta que el hombre ha venido a ser como
uno de nosotros, en cuanto a conocer el bien y el mal! Ahora, pues, cuidado, no alargue su mano y
tome también del árbol de la vida y comiendo de él viva para siempre.» Y lo echó Yahvé Dios del jardín
de Edén, para que labrase el suelo de donde había sido tomado”. (Génesis, 2, 8-24)
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inicia el camino de la ascética contra la voluntad de vivir; el segundo exaltará la vida y
la apariencia haciendo coincidir en ella todo conocimiento.
Aunque Hurtado representa el pesimismo y el fatalismo de Schopenhauer,
Iturrioz nos ofrece la esperanza de poder a la vez vivir y conocer, hacer ciencia y amar
la vida. Baroja utiliza e interpreta el mito del árbol del conocimiento o de la ciencia
para presentarnos el drama humano que surge precisamente por el ansia de conocer,
“seréis como dioses” le dice la serpiente a Adán y Eva. Prometeo robó el fuego del
Olimpo y se lo llevó a los humanos
convirtiéndoles casi en dioses, de ahí la
indignación de Zeus. Mary Shelley subtitula su Frankenstein como el moderno
Prometeo, el nuevo hombre que es capaz de crear uno igual a él. Hay mucho peligro
en el conocimiento, en la ciencia, pero la ignorancia no es
tampoco un buen estado para el humano, la finitud
humana es rebelde, cuando conocemos lo mejor, lo bueno
no es suficiente. No nos contentamos con comer,
queremos
comer
mejor,
beber,
soñar,
amar,
poseer…mejor: “la esencia del hombre es el deseo”,
decía Spinoza, ¿por qué somos tan ambiciosos y
soberbios?...con lo bien que podríamos estar sumidos en
la ignorancia y el paraíso beatífico, nos empeñamos en
mejorar y buscarle el sentido a todo.
Nos rebelamos contra nuestra pequeñez y
queremos no un buen destino sino ser dueños de él. El bienestar y el placer se ve
completado y con frecuencia obstaculizado por el ansia de aumentar la afirmación del
yo y las propias posibilidades: autonomía, poder, libertad, control, eficacia, dominio,
competencia, autorrealización, voluntad de poder, gloria, honor, progreso… conceptos
que remitirían a “ese pecado” especialmente humano, la soberbia. Es cierto sin
embargo que a veces hay experiencias que rompen la costra de la finitud, por ejemplo
la experiencia estética, por eso se agarra a ella Schopenhauer como a una tabla de
salvación: la música, el arte, la poesía despiertan la nostalgia y el ansia de regresar al
paraíso que nunca debimos abandonar. Es en el fondo una nostalgia también del
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mundo ideal platónico. Dice Sartre que el destino del hombre es querer ser Dios, por eso es
una pasión inútil.
Pues bien, Baroja en “El árbol de la ciencia” hace la misma interpretación de
Kant que Schopenhauer hiciera, de tal modo que realiza una idéntica desvalorización
del mundo sensorial aprendido en Platón y en la mística hindú: decir, como dice
Baroja en boca de uno de sus personajes, que “todo aquello de que el hombre tiene
conocimiento cierto o inmediato, se encuentra dentro de la conciencia” es
kantianamente falso. Y esto porque según Kant, todo conocimiento empieza en los
sentidos pero no se reduce a ellos. El fenómeno es una síntesis, no algo irreal ni
subjetivo. El sujeto no podría funcionar debidamente sin ese material sensorial;
además, las formas a priori kantianas lo que hacen es precisamente desubjetivizar el
material sensorial dotándole de carácter universal y necesario para toda mente
humana, por eso es trascendental, porque
trasciende a cada sujeto y es anterior a toda
experiencia particular. Así se construye el
árbol de la ciencia empírica, la física y la
matemática. La conciencia con ser una
parte imprescindible del conocimiento no
es la única existente
Sin embargo, al construir éste árbol
científico se produce en la razón humana de
forma inevitable una ilusión trascendental
que nos entretiene con el espejismo del
entendimiento
libertad,
puro:
Dios,
la
la
moralidad,
ciencia
la
como
conocimiento total. La libertad, por ejemplo, es un hecho para Kant indemostrable,
pero no irreal o inexistente como lo es para Schopenhauer o Baroja. Lo mismo sucede
con la idea de alma o Dios o mundo, no son para Kant superfluas o carentes de valor
o invenciones arbitrarias, a pesar de que sean indemostrables, son ilusiones
trascendentales sí, pero con un valor extraordinario para la vida moral por ejemplo.
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Baroja, con un talante Schopenhaueriano
traspasa y tergiversa en la novela con Hurtado las
conclusiones epistemológicas y cosmológicas de Kant al
campo de la ética y la psicología: que yo comprenda que
mi brazo no se mueva más que en virtud de leyes físicoquímicas, no quiere decir que yo no sea libre al mover mi
brazo. De la teoría de Kant, no se sigue de ninguna
manera que no haya libertad, moral, Dios o justicia
como proclama Hurtado. Para Kant, pensamos el mundo aunque no lo podamos
conocer sin la mediación de nuestras formas a priori, y la cosa en sí (el noúmeno) no
es inexistente sino incognoscible. Para Hurtado sin embargo como para Schopenhauer
ya no hay Dios, no hay comienzo en el espacio, no hay causa primera, libertad o
justicia… Sólo hay cerebro todo esto es Schopenhauer, pero no Kant.
Salidas de la boca de Hurtado o Iturrioz tenemos la visión de la vida de
Baroja, en ella hay pinceladas de Shopenhauer pero también de Nietzsche: el hombre
necesita comprender, aunque esto sea empezar a morir. El hombre sano y fuerte ve las
cosas como las quiere ver, como ficciones, alucinaciones, igual que hizo D. Quijote
que vivió
más que las personas cuerdas que le rodeaban y conquistó así su
inmortalidad. Para Schopenhauer, todo deseo de vivir debe ser reprimido, para
Nietzsche, sólo la voluntad de vivir lleva a la creatividad de la vida. Pero ambos, igual
que tío y sobrino en la novela, ven que la verdad es mala para la vida, la complica y
la trastorna.
2.- Kant visto por Schopenhauer.
Kant había señalado que lo que nosotros llamamos mundo es una construcción
que el Sujeto elabora imponiendo al material sensorial que nos llega a través de los
sentidos unas condiciones necesarias que obligan a dicho material a ordenarse y
entender dicho mundo de acuerdo con tales condiciones o categorías que se llaman
trascendentales a prori: trascendentales porque son del propio sujeto que quiere
interpretar el mundo en el que vive, y a priori porque son anteriores a toda
experiencia. Es como si lo que Kant llama Sujeto trascendental fuera un ordenador ya
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programado, independiente de cualquier psicología individual que da “unidad y
sentido” a toda información que, de otra forma, estaría desordenada y resultaría
ininteligible. El conocimiento y la ciencia se producen así gracias a la intervención de
dos elementos: uno puesto por
el
sujeto:
las
condiciones
trascendentales a priori (el
espacio,
el
tiempo,
las
categorías, las ideas) y otro
dado por la realidad externa.
Kant llamó “fenómeno”
al resultado de esa síntesis de
la experiencia. El fenómeno es
la única realidad posible para
el conocimiento humano. Más allá del fenómeno está el “noúmeno” que es el mundo
que se trata de conocer, la realidad en sí acerca de la cual, en principio, el hombre no
tiene conocimiento porque no se puede afrontar sin “deteriorarlo”, adulterarlo o
mediatizarlo con nuestras propias formas a priori .
Schopenhauer influido por el idealismo y el romanticismo, recoge esta idea
kantiana y la interpreta a su modo y hasta caprichosamente, de forma que considera el
mundo como MI representación, subjetiva, particular, individual y no LA
representación objetivadora elaborada por el sujeto trascendental. Las formas a priori
kantianas: espacio, tiempo y categorías operan la síntesis llamada conocimiento si por
un lado reciben la información sensorial exterior, pero por otro son subsumidas y
unificadas por un principio superior a ellas que es el sujeto trascendental que es quien
da al conocer ese carácter objetivo. Por tanto para Kant el mundo es una
representación, y el mundo en sí no tiene carácter cognoscitivo, pero representación
no quiere decir, capricho, ilusión o irrealidad. El mundo es representación objetiva
siendo el objeto una construcción del SUJETO TRASCENDENTAL.
Pero, Schopenhauer y Baroja deforman la filosofía de Kant trasformando la
representación kantiana en algo subjetivo y el fenómeno en apariencia, ilusión y
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sueño. Así, el hombre encapsulado en su propia conciencia, camina como un
sonámbulo flotando a través de las cosas-sueño, deseando vivir, pero sufriendo
continuos desengaños por la presencia de la muerte y el hecho de saber que el mundo
en sí es inaccesible. Es decir, el hombre es un fenómeno más de la representación
ilusoria y como tal está gobernado por la ley de causalidad que le es propia: la
motivación. Por eso la libertad humana es una ilusión. Nos creemos libres porque
ignoramos las causas que nos obligan a tomar una decisión. Al final el hombre es
zarandeado por el espejismo de los deseos que son la voluntad de vivir.
De manera que la libertad afirmada en Kant como condición de la vida moral y
la ética (característica humana donde las haya), es negada en Schopenhauer, y también
en Baroja, porque la realidad nouménica es la Voluntad Infinita que gobierna todo el
universo, es ciega, irracional, eterno desear, inquietud, anhelo, insatisfacción y
desesperación. Como consecuencia,
El mundo de la Representación y de
la Voluntad queda constituido por el
pesimismo
más
radical:
querer
significa desear, y el deseo implica
ausencia y añoranza de lo que se
desea, indigencia y dolor. Por eso,
el conocimiento aumenta el dolor y
por eso, a Hurtado la inteligencia,
la
ciencia,
el
estudio,
conocimiento
le
Schopenhauer
propone
hacen
el
sufrir.
de
esta
manera que la única salida es la
anulación de la voluntad de vivir: el
hombre debe dejar de amar la vida,
mostrar indiferencia ante todo lo
sensorial, despegarse del mundo como Buda para alcanzar la ataraxia y el nirvana, en
definitiva la nada: “la vida oscila como un péndulo entre el dolor y el hastío”.
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Aún así, Schopenhauer sitúa el arte y la compasión como las dos maneras de
invertir el sentido de la marcha del ser dolorido y hastiado que intenta la anulación de
la voluntad de vivir, porque ella es al final la causa de todo dolor manifestada en todas
las veces que el individuo anhela, lucha y se afana. El arte es inmersión en lo universal
en las formas y esencias inmutables, a través de él, el hombre se sumerge en lo
absoluto y se libera del espacio, del tiempo y de causalidad; la música es en concreto
el arte más liberador del ansia de vivir trasportándonos más allá de los sentidos y del
dolor del mundo, más allá de la individuación.
La compasión permite también liberarse del egoísmo de la voluntad individual
mediante la nobleza, el desinterés, la magnanimidad, la justicia y el amor. De esta
manera, el hombre ve en el dolor de los demás, el suyo propio y se identifica con
aquel. Se rompe así la voluntad egoísta y el individualismo. Todo el discurso de
Iturrioz es un intento de superar, con la fundación de “La Compañía del hombre”, y a
pesar de Hurtado, esta negación de la voluntad de vivir propia del pensamiento de
Schopenhauer, con ello Baroja empieza también a adoptar los horizontes
nietzscheanos.
BIBLIOGRAFÍA
ORIO, B.: Revista de filosofía. Sociedad Española de Profesores de filosofía. Madrid. 1984.
LLANOS, M.: Espéculo. Revista de estudios literarios. UCM. Madrid, 2002.
MARINA, J.A.: Pequeño tratado de los grandes vicios. Anagrama. Barcelona. 2011.
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