LOCUTOR: La cadencia indefinible y evocadora de esta gaita les anuncio, amables oyentes, el comienzo de una fiesta; su arcaica sinfonía, lleva prendido siglos de historia de una raza pujante y viril que solo al escucharla se siente emocionada. Esta gaita que escuchan, es pregonera de la inquebrantable fe de un pueblo milenario, es el símbolo hecho música, música medieval que, trae al espíritu, la frescura de un oasis en el árido desierto de la vida. LOCUTORA: Es tal la influencia de esta música en el alma sencilla del pueblo de Trigueros, que no puede concebirse la celebración de las fiestas de San Antonio Abad sin que meses antes, día tras día, un hombre del pueblo, que no conoce música, ni conoce historia, pero que es depositario de ella, recorra las calles ofreciendo a propios y extraños el rumor acompasado de sus viejos sones, acompañados de golpes de tambor evocadores de primitivas concentraciones. LOCUTOR: Esta gaita les anuncia amigos oyentes el comienzo de las fiestas que celebra Trigueros en honor de su Patrono San Antonio Abad. LOCUTORA: A 21 kilómetros de Huelva, levanta su blanco caserío la villa de Trigueros. El gris de sus olivos y el verde de sus viñas dan una pincelada colorista de inusitada belleza a la espaciosa y fértil campiña que entrega pródiga y agradecida el fruto de sus ubérrimas entrañas al agricultor triguereño como premio a sus continuados esfuerzos. NARRADOR: Antigua villa, de limpia ejecutoria y viejos pergaminos, sus habitantes se entregan jubilosos en estos días a las fiestas en honor de su Patrono, San Antonio Abad. Son tales las características de estos festejos, que bien puede asegurarse no tienen semejanza con ninguno otro de los que se celebran en nuestra Patria, ya sean profanos o religiosos. Todo el vecindario, sin distinción de clases, aporta calor y vida a estas fiestas tan suyas, tan popular; a ellas acuden miles de forasteros, atraídos unos por la hidalga hospitalidad que allí se recibe, y seguros otros de participar en la abundante limosna que se distribuye a manos llenas en honor del Santo. LOCUTORA: ¿Habéis oído hablar de la vida de este Santo Anacoreta? ¿No conocéis su historia? ¡¡Pues escuchad!! NARRADOR: El año 253 de la era Cristiana, nacido en Coma, Villa de Egipto. Desde su más tierno edad manifestó un carácter bondadoso y retraído, amante de la soledad; nunca participaba en los bulliciosos juegos naturales de los chicos; pasaba largas horas en estado de éxtasis, como si su espíritu estuviese alejado de cuanto le rodeaba. Con frecuencia al ser llamado contestaba con monosílabos como acabado de despertar de un sueño. Sus padres Reabex y Eguita, ricos, nobles y cristianos, lo criaron y educaron con mucho recogimiento dentro de las normas más rígidas de la moral Cristiana. No dejaban de estar preocupadas por la conducta de Antonio que sí bien todo era bondad y obediencia, la falta de entusiasmo por las cosas propias de su edad, su desinterés por cuanto pudiera halagar sus sentidos materiales les hizo pensar en la necesidad de vigilar su salud. LOCUTOR: A medida que pasaban los años este carácter se acentuaba, lo que hizo a los padres celebrar conferencias para definitivamente fijar la conducta a seguir respecto a Antonio, que ya adolescente, demostraba estar más lejos que nunca de las cosas terrenas. VOZ 1ª: Es preciso esposa mía que sepamos que es lo que quiere nuestro hijo. Me tiene hondamente preocupado, ¿No ves que no hace nada por aumentar nuestra hacienda ni aún por conservarla? Llámalo y que nos diga que es lo que quiere. VOZ FEMENINA: ¡¡Antonio... Antonio!!, ven hijo, tu padre quiere hablarte. VOZ 2ª: (ANTONIO) ¿Que deseas padre y señor? VOZ 1ª: ¡Hijo mío! Como ves, tu madre y yo hemos llegado a la edad en que, por mucho que se viva los días están contados, muy pronto tú serás hombre, y es nuestro deseo, que cuando Dios sea servido de llamarnos para Él, estés preparado para continuar nuestra obra. VOZ FEMENINA: Antonio, hijo querido, eres rico, posees bienes y dinero y casa propia ¿Quieres administrar tu hacienda o, por el contrario, eliges otro camino? VOZ 2ª: Yo padre mío, contando con vuestra voluntad he elegido ya mi camino. Administraré mi hacienda, pero no la hacienda a que ustedes se refieren: mi hacienda es otra que administraré con toda severidad, mi hacienda es la ley de Cristo, a ella me consagraré por entero. Estad tranquilo, padre mío, en cuanto a mi porvenir. NARRADOR: Años después, cuando Antonio contaba veinte de edad quedó huérfano, ya entonces asistía a las asambleas de los Cristianos. En una de ellas hallándose en oración llegó hasta él la voz que tantas veces había oído... VOZ MASCULINA: «Si quieres ser perfecto, vende cuanto tienes, distribuye entre los pobres el importe y sígueme.» NARRADOR: Y Antonio vendió sus ciento cincuenta yugadas de tierra, vendió todos sus bienes, vendió su casa y, reunido el valor de la herencia de sus padres, la distribuyó entre los pobres de Coma. Poco después salía de su ciudad natal cerca de Heracles entre el bajo Egipto y la Tebaida, desapareciendo en la vasta soledad. Refugiose primero en un desierto que se extendía cerca de Menfis, en lo parte oriental del Nilo; vivió, después, algún tiempo en el interior de un sepulcro antiguo; pasó más tarde, a un castillo abandonado que fue su morada durante veinte años, y, finalmente, remontando el curso del río, caminó hacia oriente llegando cerca del mar rojo. Allí construyó una choza de dos varas en cuadro que fue su residencia definitiva. LOCUTOR: Antonio llegó a convertirse en padre de un nuevo pueblo, pueblo de anacoretas, habitantes de montañas y resecos arenales. Antonio era la suprema figura de una fabulosa epopeya mística, llegando a ser considerado como el patriarca de los patriarcas. Allí fue visitado por ascetas y filósofos, por doctores de la Iglesia, por sabios y por paganos que a su humilde morada acudían de lejanos tierras en busca de consejos y de enseñanzas. VOZ 2ª: (ANTONIO) ¿Por qué, oh filósofos y hombres de ciencia, os, habéis molestados para ver a un pobre anacoreta? VOZ 3ª: No te creemos tal: al contrario, la sabiduría ha descendido sobre tu cabeza, tus palabras son para nosotros bálsamo precioso que cura nuestros males y calma la desesperación. Rogamos por tu vida, porque muerto tú ¿quién nos dará consejo y nos consolará? VOZ 2ª: (ANTONIO) Nada es tan vano como el orgullo y la desesperación, no os avergüence llorar vuestras culpas, porque las lágrimas, cual nuevo Jordán, lavan y purifican el alma. Hijos míos: dejadme que os digo lo que me ha enseñado la experiencia. La vida del hombre es brevísima comparada con los siglos que le han de seguir. ¿Para qué luchar tanto por acumular riquezas que luego no podemos llevar con nosotros? Tened siempre el bagaje preparado para el tránsito final; acumulad prudencia, dulzura y caridad; acordaos siempre del que está desnudo y padece hambre; escuchad la voz de vuestra conciencia y ella os dirá lo que sois, y aunque pretendáis engañaros a vosotros mismos no lo conseguiréis porque es ella quien ha de deciros si estáis preparados para presentarse dignamente ante el ser supremo que ha de juzgarnos a todos. NARRADOR: Y así transcurrió la vida de este Santo Anacoreta que a los cien años de edad, no vacilaba en hacer largos recorridos para administrar la hacienda que muchos años antes prometió a sus padres. A los ciento cinco, dejó de existir teniendo a su lado a su más grande admirador, San Atanasio, quien se hizo cargo de todos sus bienes, bien sencillos por cierto, pues solo consistían en, un viejo báculo y una túnica raída que, este santo recogió y guardó como preciadas reliquias. Pero dejó más, dejó en el surco de la vida humana la semilla que germinó llena de sabia pujante y lozana, que nunca morirá para gloria de aquellas generaciones y amparo y sostén de las que habían de sucederle. LOCUTORA: Dios me ha dado el poderío de sentir hondo y con brío, de pensar sereno y claro. ¿Y he de sentirme yo avaro de lo que al cabo no es mío? ¡Cuerpo mezquino y cansado! ¡Espíritu amedrantado! ¡Basta de necio temor y a devolver al Señor lo que el Señor os ha dado! NARRADOR: Esta es a grandes pinceladas parte de la historia de San Antonio Abad, que supo atraer hacia él a selectas minorías que habían de ser sus continuadores, siempre predicando con el ejemplo. Desgraciadamente para la humanidad que hoy vive, domina lo material a lo espiritual, y los hombres se debaten atormentados por sus propias culpas. Que el espíritu cordial de estas fiestas, tan sanas, tan llenas de espiritualidad, haga que todos pensemos en estar preparados para el tránsito. Como dijo San Antonio, miremos hacia limpios horizontes donde la limpieza de corazón tenga su reino. Queden atrás los bárbaros de la cultura con su desmedida ambición, sus instrumentos de exterminio y su aridez de espíritu. Para caminar hacia ese horizonte de verdad solo se necesita de gentes limpias de corazón y de conciencia, gentes sencillas que todavía les gusta seguir escuchando la gaita y el tamboril.