PREGÓN DE LAS FIESTAS DE VILLAPALACIOS DE 2016

Anuncio
PREGÓN DE LA FERIA Y
FIESTAS DE VILLAPALACIOS
EN HONOR DEL SANTÍSIMO
CRISTO DE LA VERA-CRUZ
Justo Losa Serrano
13 DE SEPTIEMBRE DE 2016
Señor Alcalde, Señores Concejales, Queridos amigos.
La Corporación Municipal me ha invitado a ser el
Pregonero de las Fiestas del año 2016.
¡Y aquí estoy!
Para unirme a mis paisanos en esta ceremonia de
apertura, con un grito de alegría e ilusión; y para
recordar un pasado compartido con muchos que
estáis aquí esta noche.
Hay una frase de Homero, el gran poeta griego, que
deseo citar como una especie de prólogo:
“No hay nada tan dulce y mejor como la tierra
en la que has nacido”.
Yo, un hombre de este pueblo, siento que nuestra
tierra quizás no sea mejor que otras, aunque para
mí, sí lo es.
Tiene algo especial, algo inconfundible y sé que para
cada uno de los que me estáis escuchando, también
lo tiene y por eso vais a comprender todo lo que esta
noche voy a expresar sobre este rincón donde nací y
desde luego, no dudéis que cada frase, cada letra que
contiene, me ha brotado del alma.
He venido con un claro objetivo: decir a los más
jóvenes que se sientan orgullosos de sus raíces,
hundidas en esta vieja y noble Villa, antiguo lugar
llamado CENILLA, capital años más tarde, ya con el
nombre de VILLAPALACIOS, del Señorío de la Cinco
Villas de la Sierra de Alcaraz.
1
Conservamos en nuestra memoria que aquí vivieron
algunos miembros de la noble familia de los Manrique
de Lara, condes de Paredes, como por ejemplo
JUANA MANRIQUE DE LARA, última hija de los
Terceros condes de Paredes, nacida en el pueblo y
casada a mediados del siglo XVI con JERÓNIMO DE
ALIAGA, capitán de “Su Magestad” y conquistador del
Perú en América.
Una villa limpia y bien cuidada, que hoy es un
ejemplo de comunidad viva y dinámica, abierta a los
nuevos desafíos de la modernidad; pero que desea
preservar, como su más rico patrimonio, las glorias
del pasado.
Me encuentro acompañado por una parte de mi
familia.
La familia ha aumentado; y aunque mis nietos no se
encuentran en persona aquí siento que me hacen
compañía en esta noche grande, tan grata para mí.
Queridos niños:
Es precisamente a vosotros, chiquillos y chiquillas de
Villapalacios, a quienes voy a dirigir este pregón.
Para hablaros de lo que ha sido la vida en un pueblo
tan maravilloso y querido para mí.
Para pediros que cuidéis de su futuro, porque su
porvenir está en vuestras manos.
2
Y para que os sintáis orgullosos de pertenecer a esta
gran familia, llevando con honor sentirse del pueblo,
nuestra “patria chica”; por los cuatro puntos
cardinales.
Cuando seáis mayores, allí donde os encontréis,
decid a vuestros amigos que vuestras raíces son de
una Villa muy antigua y querida para vuestros padres
y abuelos.
Contad a los chavales que habéis participado en las
fiestas de una antigua fortaleza situada en lo alto del
terreno.
Un lugar que tiene escrita sobre sus piedras
centenarias una rica y vieja historia.
Un lugar donde, si te asomas con lo oscuro al Mirador
de la Glorieta, puedes ver los fulgores de muchos
pueblos de Andalucía y de La Mancha.
¡Un lugar tan elevado que, en las noches claras
del invierno, casi puedes tocar las estrellas con
las manos!
¿Sabéis queridos niños, por qué muchos de vosotros
venís desde tan lejos?
Os lo voy a decir: porque este pueblo, como tantos
otros de Albacete, pasó por el amargo trance de la
emigración.
Los tiempos venían malos, y las gentes se vieron
obligadas a buscar trabajo en otra parte.
3
Para ellos fue muy duro. Más aún lo fue para sus
padres, que nunca se adaptaron a vivir en los
suburbios de Valencia o Madrid, en el cinturón
industrial de Barcelona, o en las grandes capitales
europeas.
Allí pasaron los últimos años de sus vidas,
recordando las tardes de paseo por el Carril, la
Carretera de Guadalmena, la Placeta del Correo, los
bancos de la plaza, los Cantones del Cine y del
Encerraero, el Depósito del Agua o el Camino de los
Carrizales: nombres hermosos y entrañables, que les
hablaban del lugar donde nacieron, y que no
volverían a ver jamás.
En sus noches de ruidos, cemento y contaminación,
confinados en ciudades hostiles y lejanas, esos
paloteños que emigraron vivieron el dolor por su
tierra perdida: el recuerdo de los campos de
amapolas, la añoranza de sus fiestas, la nostalgia del
trigo y de la aceituna.
Algunos, los más pobres, se fueron con lo puesto,
llevando solamente sus humildes hatillos.
Otros añadieron a ese modesto ajuar una
estampa del Cristo de la Vera-Cruz, cuyas
Fiestas he venido a pregonar.
A Él se encomendaron pidiéndole su amparo y
protección.
¡Y los bravos paloteños no temieron!
4
En su temple de hombres recios y en su Santo-Cristo
encontraron la fuerza necesaria para vencer en la
pelea cotidiana; encontrando la ilusión para traeros a
vosotros, que habéis nacido fuera, a conocer lo que
ellos más querían: nuestro pueblo, nuestro Cristo y
nuestras fiestas.
Hoy quiero también que rindamos tributo a los
abuelos: a los que emigraron y a los que
permanecieron aquí.
Y los que nunca conocisteis aquellos años de pena y
sufrimiento, les digáis conmigo a coro: ¡podéis
sentiros orgullosos, fuisteis una generación de
valientes luchadores!
Con esfuerzo, valor y sacrificio, habéis hecho y
entregado a vuestros hijos la España que hoy
tenemos: una España de paz, justicia y libertad.
En este pueblo nací yo hace 67 años. En él pasé mi
infancia y mi juventud junto a otros niños como
vosotros.
Asistí a la escuela de Doña Carmen, hija de Doña
Fidela, mi maestra de párvulos, donde hoy se
encuentra el Salón Parroquial; de Don Aníbal, de Don
Eduardo Algaba, de Doña Enriqueta y de Don
Federico. A todos ellos quiero rendir un sentido
homenaje esta noche; en especial a Don Federico,
quien nos ha dejado recientemente.
Mi recuerdo también para algunos de mis
compañeros, como Melitón, Gabrielín, Pedrules de la
Anastasia, Ernestito, Ricardo, Marchena, Marcial y
otros muchos que no cito para no extenderme
demasiado.
5
Hacía frío en los pupitres durante aquellos días de
hielo, incluso debíamos llevar latas de ascuas para
poder cerrar las manos ateridas y coger los palilleros.
Contábamos con muy pocos medios: una esfera, un
mapamundi, una pizarra y unos cuantos libros y
cuadernos, con las tizas muy escasas, los lápices
prestados, la tinta hecha con polvos y las plumillas
prendidas a toscos palilleros.
Pero en aquella escuela inolvidable aprendí
todo lo que sé, ese sólido cimiento que nos forja
para siempre, esa sobria disciplina que te enseña a
cumplir y a respetar, ese saber fundamental que abre
nuestros ojos a la vida.
Cómo no recordar a mis padres, a mis abuelos y a
mis tíos Virgilio, Petra y Justa.
Todos ellos, sin excepción,
privilegiado en mi corazón.
ocupan
un
lugar
A veces siento la añoranza de verles lavar la ropa en
el Royo que Cruza, en el Royo de la Cueva o en el
Charco de los Castaños.
Con muy escasos medios y con mucho sacrificio
fueron capaces de darme estudios y forjarme como
persona.
Mirad, niños:
Entonces no teníamos juguetes, pero sabíamos
divertirnos. En la Plaza y en las calles y placetas
jugábamos a la CIRIGALGA, al APIO, al ESCONDITE
y al TEJO.
6
Y jugábamos al RULO, echándole un buen freno con
la horquilla que nos hacía Serafín Medina, el herrero,
porque, como se escapara aquel rulo de hierro calle
abajo, ya no podías sujetarlo.
Y, sobre todo, teníamos
pasatiempo preferido.
las
BOLAS,
nuestro
Yo jugaba en la Calle del Currucote (donde vivían mis
padres) y en la Calle de los Charcos (donde vivían
mis abuelos maternos y mis tíos).
En primavera, con las cuestas enyerbadas, hacíamos
regueros marcando un restregón con agua: los
famosos ESCURRICEROS de greda. Los mejores eran
los del Cine y los del Depósito.
Los niños de ahora conocéis Internet, el WhatsApp,
Facebook, Twitter y lugares lejanos.
Bien está; pero no hay comparación con aquellas
regueras de mi infancia.
¡Preguntad a vuestros abuelos!
Ellos os dirán que se dejaban caer por ese tobogán
improvisado, de veinte a treinta metros, con su
barrillo fino y resbaloso. Lo hacían en cuclillas,
apoyados sobre las alpargatas, con mucho tiento y
buenas mañas. Porque si cogías velocidad y se te
iban los pies hacia adelante, no quedaba más
remedio que frenar con el trasero, con el resultado
bien sabido: agarrar una culera que te dejaba el
pantalón para tirarlo.
Las chiquillas, por su parte, jugaban al “corro de las
patatas”, a la “liga” y al “pise”.
7
Cantaban el romance de Mambrú se fue a la guerra y
las penas de la pobre viudita del Conde Laurel, que
quería casarse y no tenía con quién. Y hacían y
deshacían bellas figuras, pasando en fila por los aros
que formaban con sus brazos, mientras repetían:
“A la flor del romero, romero verde.
Si el romero se seca, ya no florece”.
Daba gusto verlas, con sus lazos de seda y sus
limpios vestiditos de percal, descoloridos por el sol,
saltando a la comba en las aceras.
Ellas son vuestras abuelas, y están esta noche con
nosotros, siempre tan guapas.
A lo largo del año, vivíamos algunas ocasiones
señaladas: las luminarias por San Antón y la
Candelaria, el Pelitreo en el Cortijo de Isidoro, la
Semana Santa, las Cruces de Mayo (donde se rezaba
el Rosario y se cantaban los mayos a la Virgen), el
Día del Señor, la Romería de San Cristóbal, las
Fiestas de Santo Cristo, la Noche de los Santos (con
sus tostones y fritillas con chocolate) y la Navidad
(¡qué recuerdos de los “aguilandos”!).
Mis queridos niños:
El gran momento llegaba a mediados de septiembre.
Eran los días de las fiestas.
Desde muy temprano, la banda de música de
Villanueva de la Fuente recorría todo el pueblo.
8
Tocaba, rodeada de chavales gritadores, la diana
floreada y los alegres pasacalles, que abrían el
programa de festejos y preparaban los ánimos para
todo lo demás: las corridas de toros, las funciones
religiosas, los bailes y la pólvora.
Porque, si el Ayuntamiento tenía fondos, se armaba
una función de fuegos artificiales bien famosa y bien
sonada.
A las chicas les gustaba ver las ruedas y los cohetes
con sus lágrimas; pero a nosotros, lo que de verdad
nos divertía era el trueno gordo, que hacía temblar
hasta los cimientos de las casas.
En los años de mi infancia y adolescencia teníamos
una feria de ganado importante.
Desde el día 15 al 17 de septiembre, en la entrada
principal al pueblo, desde la carretera nacional y las
eras situadas a los dos lados del camino que conduce
a la plaza de toros, se situaba la CUERDA, lugar
donde permanecían el ganado y los tratantes
dispuestos a comprar y vender sus mejores animales.
Era un continuo pasar de cerdos, mulos, burros,
caballos y vacas con sus cencerros, que ponían una
nota inusual a los restantes días del año; y cuyo
desfile era ya, en sí mismo, una fiesta.
A mí me gustaba ir a la cuerda y contemplar cómo se
realizaban los tratos de los animales.
Venía gente de los pueblos cercanos, como
Bienservida, Riópar, Salobre, Reolid, Villanueva de la
Fuente o Génave, por citar algunos de ellos.
En fin, eran otros tiempos.
9
Y llegaban los encierros. Aquello sí que era divertido.
Desde las primeras horas de la tarde, te asomabas a
ver venir los toros. Venían desde Alcaraz por
Matacenillas, comiendo tan tranquilos en los prados
y rastrojos.
Hasta que alguien lanzaba el grito que nos ponía
nerviosos: ¡ya vienen los toros por Barrancohondo!
Era el toque de aviso, el comienzo de la fiesta, en la
que también participaban gentes venidas desde otras
localidades.
Por fin, el río humano y la manada de bravos y
cabestros se metían por los palos entre sustos,
revolcones, palmas y alegría.
Así eran las Fiestas que he venido a pregonar, por
deseo de nuestro Alcalde y Corporación Municipal, a
quienes quiero agradecer su invitación, tan honrosa
para mí, que me ha permitido estar hoy con mis
paisanos.
Y pediros a todos, chicos y mayores, que hagamos
de estas Fiestas, en honor del Santísimo Cristo de la
Vera-Cruz, una ocasión para encontrarnos con los
nuestros.
Y para tener presentes, en el amor y en el recuerdo,
a los muchos que se fueron.
Villapalacios, mi pueblo, tus calles estrechas, tus
cuestas empinadas, tus especiales lugares, tus
habitantes, tus tradiciones, tus costumbres, tu
paisaje, todas tus cosas.
Todo tú, como dijo el poeta: Conmigo vais… Mi
corazón os lleva.
10
Solo me queda desearos que disfrutéis de las
verbenas y los cohetes, de los encierros y los toros.
Que rompáis vuestros zapatos a fuerza de bailar.
Que comáis los ricos guisos que os van a preparar
vuestras abuelas.
Que recorráis las calles –tan cuidadas por vosotrosllenas de flores, luces y otros adornos, a la hora
tempranera de la diana, despertando a los vecinos
dando vueltas con la banda de música.
Y que gritéis conmigo:
¡Viva el Santísimo Cristo de la Vera-Cruz!
¡Viva Villapalacios!
¡Y que vivan para siempre nuestras Fiestas!
11
Descargar