09 de Septiembre de 2009 231 El general Roberto Cruz y el falso

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www.lacronica.culiacan.gob.mx Adrián García Cortés
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Director Cronista Oficial
Francisco Padilla Beltrán
En continuación del análisis que, con motivo de la
conmemoración del centenario de la Revolución Mexicana, se
hace en torno a los autores que participaron en esa dramática
gesta, el general Roberto Cruz pide su turno para exigir que se
reivindique su reputación como honorable militar que fue en ese
período de importancia histórica. “Si no fuera por el curita, por
Pro, yo no tendría esta fama de troglodita, de hombre primitivo,
de matón, y pasaría por lo que soy: por un hombre culto, fino”.
Eso le dijo a Julio Scherer García (“El indio que mató al
padre Pro”: FCE, 2005) los días en que el periodista lo entrevistó
en su rancho de La Guaza, en Los Mochis, en 1961. El motivo
–dice su prologuista- fue la pretendida beatificación del padre
Pro, que el Vaticano emprendió por esos años y que consiguió
en 1988, cuando se anunciaron las reformas que el Estado
mexicano promovió como concesiones al Clero.
Aunque el general Roberto Cruz nació en Guazaparez,
Chihuahua (pueblo ubicado cerca de los límites con Sinaloa), su
destino se cruzó con el de los generales sinaloenses y
sonorenses. Desde niño vivió en Sonora, al igual que Obregón y
Serrano. Su niñez transcurrió entre indios yaquis; ellos lo
consideraban parte de la tribu, y con ellos se enroló en la
revolución maderista.
Ya encarrilada la revolución, al igual que lo hizo la
mayoría de los revolucionarios, transitó por los ismos en que se
fue derivando el proceso: el obregonismo, el carrancismo y el
callismo. Fue compañero de armas de Salvador Alvarado;
estuvo bajo el mando del general Ángel Flores en la lucha contra
el villismo, y también estuvo con el general Francisco R. Serrano
cuando éste era Secretario de Guerra y Marina.
Miguel Ángel González Córdova
Editor Responsable
Oscar Verdugo Medina
Violento desenlace de un paseo
El historiador Fernando Benítez lo narra así: “El domingo 13,
Obregon, antes de asistir a la corrida de toros, decidió dar un
paseo en su automóvil por el bosque de Chapultepec. Esta vez
lo seguía un auto con gente armada y nadie pudo evitar que
desde un Essex, manejado a gran velocidad, le arrojaran dos
bombas y le dispararan varios tiros. El coche presidencial quedó
convertido en chatarra. Obregón sólo recibió cortaduras
minúsculas, lo cual puede atribuirse no a un milagro, sino a uno
de esos contramilagros que realizan, en provecho de sus
favorecedores, las potencias infernales”. (Benítez: 1986; FCE)
Los autores del atentado, en su huída de la policía,
recibieron una andanada de balas. Uno de sus compañeros
murió y otros terminaron heridos cuando el automóvil chocó. De
la declaración de uno de ellos se valió el general Cruz para saber
el origen de la conspiración por parte de la Liga de Defensa
Religiosa.
Culiacán Rosales, Sinaloa
Miércoles 09 de Miércoles de 2009
Num. 231
El general Roberto Cruz y
el falso calvario de su cruz
Extracto de la reveladora entrevista que le hizo Julio Scherer, en 1961
El fusilamiento del padre Miguel Pro marcó de por vida al revolucionario
Padre Miguel Agustín Pro Juárez: una última oración
antes de enfrentar al pelotón de fusilamiento.
Punta de lanza del anticlericalismo
Cuando el conflicto contra la Iglesia comenzó, el presidente
Calles lo había nombra Inspector General de Policía, y a él le
tocó ser la punta de lanza del anticlericalismo del jefe máximo.
Todo empezó cuando, el 7 de enero de 1926, en el periódico “El
Universal” apareció publicada una declaración del obispo Mora
y del Río, en donde se aseguraba que el episcopado
comenzaría una campaña contra cualquier intento de aplicar los
artículos lesivos de la Constitución (3°, 5°, 27° y 130°). Calles
retomó el reto y ordenó aplicarlos al pie de la letra, y de las
declaraciones se pasó a una intolerancia de ambas partes, y a
un conflicto armado de fatales consecuencias, que dejó
marcado al país.
En esta lucha desigual, los católicos fueron vencidos
en todos los frenes; su impotencia los llevó a recurrir al
terrorismo: asesinar al general Obregón. Éste, al igual que
Calles, era considerado como el anticristo, el instigador de la
persecución religiosa.
Diseñador Gráfico
El 23, señala el mismo Benítez, al interior de la
Inspección General de Policía, el ingeniero Vilchis Segura, Juan
Tirado, uno de los terroristas que había escapado; el padre Pro y
su hermano Humberto cayeron todos acribillados por el pelotón
de fusilamiento, mientras el general Roberto Cruz, jefe de la
policía, presenciaba la ejecución fumándose un puro.
En la guerra todos somos iguales
En 1961, cuando se le hizo la entrevista al general Cruz, éste
contaba con 73 años. Se le acababa de entregar, por el
Presidente de la República, la presea Cruz de Guerra de Primera
Clase, dando fin a su carreta militar, pues pasaría a retirarse a
vivir cerca de Los Mochis, hasta donde se trasladó Scherer para
preguntarle si lo acompañaba algún remordimiento por la muerte
del padre Pro.
-“Se ahondaron odios que hubiera sido mejor no se
produjeran entre los mexicanos. Hubo violencia y, más que eso,
barbarie. Nosotros fusilábamos a los que caían en nuestras
manos; ellos los colgaban. Con las armas en la mano, en plena
lucha, todos somos iguales, los revolucionarios y los cristeros.
¿Para qué tanta hipocresía de que ellos fueron los buenos,
siempre los buenos, y nosotros, los malos; siempre los malos?
Tratando de reivindicar su fe y de quietarse el estigma
de anticlerical, le mostró a Scherer la pequeña capilla que
construyó en el patio de su hacienda para su primera mujer. Ésta
también le sirvió, dice, para sus segundas nupcias “en las que
estuvo presente un sacerdote católico, después de una serie de
consultas con el obispo de Sinaloa, a fin de que le autorizaran
oficiar la unión eclesiástica”.
Cruz y su esposa visitaron a Pio XI
La confesión reivindicatoria de su fe se alarga en retrospectiva: le
cuenta cómo, mientras se prohibía toda manifestación de culto y
se perseguía a los cristeros, en su casa, por el amor que le tenía
a su esposa, se realizaba misa todos los domingos. -¿Cómo
negarle un favor a doña Luz? No hubiera podido. Así que acepté
que fuera el curita cada semana, y que rezaran con él todos los
mochos y las mochas que se reunían en mi casa de la colonia
Hipódromo. Era tanto el amor por doña Luz que en 1934 le
cumplió el capricho de visitar a Pío XI. “El curita Edmundo
Iturbide, gran amigo mío, fue el conducto para que visitáramos
al Papa”.
La audiencia fue breve (esto lo dice Scherer); se
prolongó unos diez minutos. Y no ocurrió nada más, como no
fuera que a la salida de los salones del Sumo Pontífice, ya en la
secretaría, le fue entregada a la esposa de Roberto Cruz un
cuadro con la efigie de Su Santidad en el que le concedían
indulgencias a ella, a su marido y a sus hijos”.
“No será santo de mi devoción”
Al preguntarle Scherer su opinión sobre la canonización del
padre Pro, lacónico respondió: -“Que lo hagan santo si quieren.
¿Qué esperan? A mí me da igual y me tiene sin cuidado, nomás
que, como dicen los católicos, no será santo de mi devoción”.
El general Cruz, como inspector de policía, fue
también testigo presencial de la muerte de su gran amigo
Francisco R. Serrano, y de José de León Toral, asesino de
Álvaro Obregón. Su testimonio lo recoge muy bien Scherer;
igual le cuenta su participación en la rebelión del general José
Gonzalo Escobar y su exilio en los Estados Unidos; de su
participación también en el episodio henriquista, y de cómo su
amigo, Gonzalo N. Santos, “lo convenció de que su tiempo,
como figura pública, había terminado”. Pero si quieren saber
más de la vida y del proceder de este personaje deben remitirse
al interesante libro de Julio Scherer García, editado por el
Fondo de Cultura Económica con el título de “El indio que mató
al padre Pro”.
La invasión de EU en Sinaloa se concentró en Mazatlán
Militarmente desguarnecido, el puerto fue ocupado por los norteamericanos
Está a la vista el 162 aniversario de la heroica gesta de Chapultepec que marcó el triunfo definitivo
de las fuerzas invasoras de Estados Unidos, y definió la pérdida de más de la mitad de nuestro
territorio. Desde los años escolares, los mexicanos aprendemos los nombres de los jóvenes
cadetes del Colegio Militar a quienes conocemos como los niños héroes, y recordamos a Felipe
Xicotencatl y al Batallón de San Blas, a Pedro María Anaya y a quienes participaron en esa crucial
etapa de la invasión yanqui.
Sin embargo, en otras partes del territorio mexicano, y desde antes de la batalla de
Chapultepec, se registraron encuentros y actitudes ante la invasión; tal es el caso de Mazatlán, de
cuyos registros históricos se extractan a continuación los siguientes párrafos del capítulo titulado
“La invasión norteamericana”, escrito por José Mena Castillo, y reproducido en el libro “Antología
histórica sinaloense”, compilado por Marta Lilia Bonilla Zazueta, y editado por el departamento de
Investigación y Publicaciones, a su cargo, en el Archivo Histórico General del Estado de Sinaloa.
El 7 de septiembre de 1846, un año antes de la batalla de Chapultepec, se avistó en aguas
de Mazatlán la corbeta norteamericana Lawren, y el día 27 arribó la Veren. No emprendieron
operaciones hostiles, retirándose la primera después dealgunos días.
A fines de octubre llegaron hasta la bahía y tiraron anclas varias unidades de la flota
enemiga, entre otras la corbeta Cyane. Se esparció la noticia de que los americanos trataban de
efectuar un desembarco por Puerto Viejo y con este motivo se movilizó alguna gente de la
guarnición hacia dicho lugar. La especie resultó ser una falsa alarma.
Más tarde, el 17 de febrero de 1847 fue declarado sujeto a bloqueo el puerto de Mazatlán.
La notificación de esta medida bélica se la comunicó al coronel Rafael Téllez, defensor en jefe de la
plaza, el comandante americano de la corbeta Portsmouth, con explicaciones adjuntas sobre las
consecuentes restricciones al tráfico marítimo. Además, a fines del mismo febrero hizo su
aparición en aguas de Mazatlán una goleta enemiga que llevaba la misión de aprovisionar a todas
las unidades de la flota estadounidense que sostenían el bloqueo. Como por aquellos días, Téllez
se encontraba en abierta rebelión, todo lo que hizo fue transmitir los informes relativos al general
Anastacio Bustamante que se encontraba en Tepic.
El 22 de septiembre de 1847 se avistó por segunda vez en aguas de Mazatlán la fragata
americana Portsmouth, dando origen su presencia a la especie de que el ataque sobre el puerto se
desataría de un momento a otro. Alarmado, el coronel Téllez por las actividades navales del
enemigo, indicativas de próximas hostilidades, se dirió en demanda de auxilio al gobierno de
Jalisco. Conocida por aquellas autoridades la conducta escandalosa y truculenta del comandante
en Sinaloa, le contestaron que podía contar con la ayuda militar del caso, siempre y cuando las
fuerzas unidas para combatir al invasor quedasen a cargo del general José María Yánez, condición
que Téllez no aceptó.
El primer día de noviembre llegó al puerto la barca Irie, anclando frente al Crestón. El 10
de noviembre se avistaron las fragatas Independence, Congress y Cyane, fondeando por la tarde,
la primera a la vista de Olas Altas y la segunda en Puerto Viejo. Al día siguiente, 11 de noviembre, el
comodoro William Brandfor Subrick pidió la rendición del puerto en un plazo perentorio de cuatro
horas.
La comandancia militar, que desde la noche de la víspera había retirado a los quinientos
hombres que formaban la guarnición, al paraje llamado Palos Prietos, contestó lacónicamente que
la plaza no se rendía.
Una hora antes de que feneciera el plazo, cuando la ciudad había sido totalmente
abandonada por el elemento militar, el presidente de la Junta Municipal abordó el buque insignia
del comodoro americano para pedirle una prórroga, y como no se concediera, haciendo hincapié
en el hecho de que Mazatlán había quedado reducido a la calidad de un centro de población civil
inerme, pidió que a sus habitantes se les impartieran las garantías elementales reconocidas por el
derecho de gentes. Se le dieron al comisionado municipal las seguridades que solicitaba, y es de
justicia decir que los invasores cumplieron sus promesas.
La guerra entre México y Estados Unidos se redujo, en lo que concierne a Sinaloa, a la
ocupación de Mazatlán y el control del puerto y costas adyacentes por las fuerzas de tierra y
unidades navales de la mencionada potencia enemiga. Las autoridades municipales porteñas
tuvieron que plegarse a su triste condición de vencidos con la amarga resignación de la impotencia.
Sin que se registraran fricciones entre invasores y vencidos, el ansiado desenlace de la contienda
llegó al cabo de siete meses a contar de la fecha en que los americanos ocuparon Mazatlán. El 2
de febrero de 1848 se firmaron los Tratados de Guadalupe; el 13 de mayo los aprobó el Congreso
de la Unión, y el 17 de junio del mismo año los invasores evacuaron el puerto, recibiendo la plaza al
nuevo comandante militar de Sinaloa, general Manuel Castillo Negrete.
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