www.lacronica.culiacan.gob.mx Adrián García Cortés [email protected] Director Cronista Oficial Francisco Padilla Beltrán En continuación del análisis que, con motivo de la conmemoración del centenario de la Revolución Mexicana, se hace en torno a los autores que participaron en esa dramática gesta, el general Roberto Cruz pide su turno para exigir que se reivindique su reputación como honorable militar que fue en ese período de importancia histórica. “Si no fuera por el curita, por Pro, yo no tendría esta fama de troglodita, de hombre primitivo, de matón, y pasaría por lo que soy: por un hombre culto, fino”. Eso le dijo a Julio Scherer García (“El indio que mató al padre Pro”: FCE, 2005) los días en que el periodista lo entrevistó en su rancho de La Guaza, en Los Mochis, en 1961. El motivo –dice su prologuista- fue la pretendida beatificación del padre Pro, que el Vaticano emprendió por esos años y que consiguió en 1988, cuando se anunciaron las reformas que el Estado mexicano promovió como concesiones al Clero. Aunque el general Roberto Cruz nació en Guazaparez, Chihuahua (pueblo ubicado cerca de los límites con Sinaloa), su destino se cruzó con el de los generales sinaloenses y sonorenses. Desde niño vivió en Sonora, al igual que Obregón y Serrano. Su niñez transcurrió entre indios yaquis; ellos lo consideraban parte de la tribu, y con ellos se enroló en la revolución maderista. Ya encarrilada la revolución, al igual que lo hizo la mayoría de los revolucionarios, transitó por los ismos en que se fue derivando el proceso: el obregonismo, el carrancismo y el callismo. Fue compañero de armas de Salvador Alvarado; estuvo bajo el mando del general Ángel Flores en la lucha contra el villismo, y también estuvo con el general Francisco R. Serrano cuando éste era Secretario de Guerra y Marina. Miguel Ángel González Córdova Editor Responsable Oscar Verdugo Medina Violento desenlace de un paseo El historiador Fernando Benítez lo narra así: “El domingo 13, Obregon, antes de asistir a la corrida de toros, decidió dar un paseo en su automóvil por el bosque de Chapultepec. Esta vez lo seguía un auto con gente armada y nadie pudo evitar que desde un Essex, manejado a gran velocidad, le arrojaran dos bombas y le dispararan varios tiros. El coche presidencial quedó convertido en chatarra. Obregón sólo recibió cortaduras minúsculas, lo cual puede atribuirse no a un milagro, sino a uno de esos contramilagros que realizan, en provecho de sus favorecedores, las potencias infernales”. (Benítez: 1986; FCE) Los autores del atentado, en su huída de la policía, recibieron una andanada de balas. Uno de sus compañeros murió y otros terminaron heridos cuando el automóvil chocó. De la declaración de uno de ellos se valió el general Cruz para saber el origen de la conspiración por parte de la Liga de Defensa Religiosa. Culiacán Rosales, Sinaloa Miércoles 09 de Miércoles de 2009 Num. 231 El general Roberto Cruz y el falso calvario de su cruz Extracto de la reveladora entrevista que le hizo Julio Scherer, en 1961 El fusilamiento del padre Miguel Pro marcó de por vida al revolucionario Padre Miguel Agustín Pro Juárez: una última oración antes de enfrentar al pelotón de fusilamiento. Punta de lanza del anticlericalismo Cuando el conflicto contra la Iglesia comenzó, el presidente Calles lo había nombra Inspector General de Policía, y a él le tocó ser la punta de lanza del anticlericalismo del jefe máximo. Todo empezó cuando, el 7 de enero de 1926, en el periódico “El Universal” apareció publicada una declaración del obispo Mora y del Río, en donde se aseguraba que el episcopado comenzaría una campaña contra cualquier intento de aplicar los artículos lesivos de la Constitución (3°, 5°, 27° y 130°). Calles retomó el reto y ordenó aplicarlos al pie de la letra, y de las declaraciones se pasó a una intolerancia de ambas partes, y a un conflicto armado de fatales consecuencias, que dejó marcado al país. En esta lucha desigual, los católicos fueron vencidos en todos los frenes; su impotencia los llevó a recurrir al terrorismo: asesinar al general Obregón. Éste, al igual que Calles, era considerado como el anticristo, el instigador de la persecución religiosa. Diseñador Gráfico El 23, señala el mismo Benítez, al interior de la Inspección General de Policía, el ingeniero Vilchis Segura, Juan Tirado, uno de los terroristas que había escapado; el padre Pro y su hermano Humberto cayeron todos acribillados por el pelotón de fusilamiento, mientras el general Roberto Cruz, jefe de la policía, presenciaba la ejecución fumándose un puro. En la guerra todos somos iguales En 1961, cuando se le hizo la entrevista al general Cruz, éste contaba con 73 años. Se le acababa de entregar, por el Presidente de la República, la presea Cruz de Guerra de Primera Clase, dando fin a su carreta militar, pues pasaría a retirarse a vivir cerca de Los Mochis, hasta donde se trasladó Scherer para preguntarle si lo acompañaba algún remordimiento por la muerte del padre Pro. -“Se ahondaron odios que hubiera sido mejor no se produjeran entre los mexicanos. Hubo violencia y, más que eso, barbarie. Nosotros fusilábamos a los que caían en nuestras manos; ellos los colgaban. Con las armas en la mano, en plena lucha, todos somos iguales, los revolucionarios y los cristeros. ¿Para qué tanta hipocresía de que ellos fueron los buenos, siempre los buenos, y nosotros, los malos; siempre los malos? Tratando de reivindicar su fe y de quietarse el estigma de anticlerical, le mostró a Scherer la pequeña capilla que construyó en el patio de su hacienda para su primera mujer. Ésta también le sirvió, dice, para sus segundas nupcias “en las que estuvo presente un sacerdote católico, después de una serie de consultas con el obispo de Sinaloa, a fin de que le autorizaran oficiar la unión eclesiástica”. Cruz y su esposa visitaron a Pio XI La confesión reivindicatoria de su fe se alarga en retrospectiva: le cuenta cómo, mientras se prohibía toda manifestación de culto y se perseguía a los cristeros, en su casa, por el amor que le tenía a su esposa, se realizaba misa todos los domingos. -¿Cómo negarle un favor a doña Luz? No hubiera podido. Así que acepté que fuera el curita cada semana, y que rezaran con él todos los mochos y las mochas que se reunían en mi casa de la colonia Hipódromo. Era tanto el amor por doña Luz que en 1934 le cumplió el capricho de visitar a Pío XI. “El curita Edmundo Iturbide, gran amigo mío, fue el conducto para que visitáramos al Papa”. La audiencia fue breve (esto lo dice Scherer); se prolongó unos diez minutos. Y no ocurrió nada más, como no fuera que a la salida de los salones del Sumo Pontífice, ya en la secretaría, le fue entregada a la esposa de Roberto Cruz un cuadro con la efigie de Su Santidad en el que le concedían indulgencias a ella, a su marido y a sus hijos”. “No será santo de mi devoción” Al preguntarle Scherer su opinión sobre la canonización del padre Pro, lacónico respondió: -“Que lo hagan santo si quieren. ¿Qué esperan? A mí me da igual y me tiene sin cuidado, nomás que, como dicen los católicos, no será santo de mi devoción”. El general Cruz, como inspector de policía, fue también testigo presencial de la muerte de su gran amigo Francisco R. Serrano, y de José de León Toral, asesino de Álvaro Obregón. Su testimonio lo recoge muy bien Scherer; igual le cuenta su participación en la rebelión del general José Gonzalo Escobar y su exilio en los Estados Unidos; de su participación también en el episodio henriquista, y de cómo su amigo, Gonzalo N. Santos, “lo convenció de que su tiempo, como figura pública, había terminado”. Pero si quieren saber más de la vida y del proceder de este personaje deben remitirse al interesante libro de Julio Scherer García, editado por el Fondo de Cultura Económica con el título de “El indio que mató al padre Pro”. La invasión de EU en Sinaloa se concentró en Mazatlán Militarmente desguarnecido, el puerto fue ocupado por los norteamericanos Está a la vista el 162 aniversario de la heroica gesta de Chapultepec que marcó el triunfo definitivo de las fuerzas invasoras de Estados Unidos, y definió la pérdida de más de la mitad de nuestro territorio. Desde los años escolares, los mexicanos aprendemos los nombres de los jóvenes cadetes del Colegio Militar a quienes conocemos como los niños héroes, y recordamos a Felipe Xicotencatl y al Batallón de San Blas, a Pedro María Anaya y a quienes participaron en esa crucial etapa de la invasión yanqui. Sin embargo, en otras partes del territorio mexicano, y desde antes de la batalla de Chapultepec, se registraron encuentros y actitudes ante la invasión; tal es el caso de Mazatlán, de cuyos registros históricos se extractan a continuación los siguientes párrafos del capítulo titulado “La invasión norteamericana”, escrito por José Mena Castillo, y reproducido en el libro “Antología histórica sinaloense”, compilado por Marta Lilia Bonilla Zazueta, y editado por el departamento de Investigación y Publicaciones, a su cargo, en el Archivo Histórico General del Estado de Sinaloa. El 7 de septiembre de 1846, un año antes de la batalla de Chapultepec, se avistó en aguas de Mazatlán la corbeta norteamericana Lawren, y el día 27 arribó la Veren. No emprendieron operaciones hostiles, retirándose la primera después dealgunos días. A fines de octubre llegaron hasta la bahía y tiraron anclas varias unidades de la flota enemiga, entre otras la corbeta Cyane. Se esparció la noticia de que los americanos trataban de efectuar un desembarco por Puerto Viejo y con este motivo se movilizó alguna gente de la guarnición hacia dicho lugar. La especie resultó ser una falsa alarma. Más tarde, el 17 de febrero de 1847 fue declarado sujeto a bloqueo el puerto de Mazatlán. La notificación de esta medida bélica se la comunicó al coronel Rafael Téllez, defensor en jefe de la plaza, el comandante americano de la corbeta Portsmouth, con explicaciones adjuntas sobre las consecuentes restricciones al tráfico marítimo. Además, a fines del mismo febrero hizo su aparición en aguas de Mazatlán una goleta enemiga que llevaba la misión de aprovisionar a todas las unidades de la flota estadounidense que sostenían el bloqueo. Como por aquellos días, Téllez se encontraba en abierta rebelión, todo lo que hizo fue transmitir los informes relativos al general Anastacio Bustamante que se encontraba en Tepic. El 22 de septiembre de 1847 se avistó por segunda vez en aguas de Mazatlán la fragata americana Portsmouth, dando origen su presencia a la especie de que el ataque sobre el puerto se desataría de un momento a otro. Alarmado, el coronel Téllez por las actividades navales del enemigo, indicativas de próximas hostilidades, se dirió en demanda de auxilio al gobierno de Jalisco. Conocida por aquellas autoridades la conducta escandalosa y truculenta del comandante en Sinaloa, le contestaron que podía contar con la ayuda militar del caso, siempre y cuando las fuerzas unidas para combatir al invasor quedasen a cargo del general José María Yánez, condición que Téllez no aceptó. El primer día de noviembre llegó al puerto la barca Irie, anclando frente al Crestón. El 10 de noviembre se avistaron las fragatas Independence, Congress y Cyane, fondeando por la tarde, la primera a la vista de Olas Altas y la segunda en Puerto Viejo. Al día siguiente, 11 de noviembre, el comodoro William Brandfor Subrick pidió la rendición del puerto en un plazo perentorio de cuatro horas. La comandancia militar, que desde la noche de la víspera había retirado a los quinientos hombres que formaban la guarnición, al paraje llamado Palos Prietos, contestó lacónicamente que la plaza no se rendía. Una hora antes de que feneciera el plazo, cuando la ciudad había sido totalmente abandonada por el elemento militar, el presidente de la Junta Municipal abordó el buque insignia del comodoro americano para pedirle una prórroga, y como no se concediera, haciendo hincapié en el hecho de que Mazatlán había quedado reducido a la calidad de un centro de población civil inerme, pidió que a sus habitantes se les impartieran las garantías elementales reconocidas por el derecho de gentes. Se le dieron al comisionado municipal las seguridades que solicitaba, y es de justicia decir que los invasores cumplieron sus promesas. La guerra entre México y Estados Unidos se redujo, en lo que concierne a Sinaloa, a la ocupación de Mazatlán y el control del puerto y costas adyacentes por las fuerzas de tierra y unidades navales de la mencionada potencia enemiga. Las autoridades municipales porteñas tuvieron que plegarse a su triste condición de vencidos con la amarga resignación de la impotencia. Sin que se registraran fricciones entre invasores y vencidos, el ansiado desenlace de la contienda llegó al cabo de siete meses a contar de la fecha en que los americanos ocuparon Mazatlán. El 2 de febrero de 1848 se firmaron los Tratados de Guadalupe; el 13 de mayo los aprobó el Congreso de la Unión, y el 17 de junio del mismo año los invasores evacuaron el puerto, recibiendo la plaza al nuevo comandante militar de Sinaloa, general Manuel Castillo Negrete.