El matrimonio de Mariana de Neoburgo con Carlos II fue celebrado

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111| GÓMEZ, Lázaro
Alhaja con la genealogía de la reina Mariana
de Neoburgo (1756-1763)
Dib/14/48/3
Dibujo sobre papel amarillento verjurado : pluma, lápiz grafito, tinta china y parda ; línea
de encuadre 411 x 293 mm, en h. de 420 x 300 mm.
Barcia n.º 1105.
El matrimonio de Mariana de Neoburgo con Carlos II fue celebrado en Nápoles con suntuosas fiestas que incluyeron la construcción de un «teatro»
surcado por un río artificial en el Largo de Palazzo, obra del arquitecto Luca
Antonio di Natale. Entre los obsequios presentados a la nueva reina, destacará, por lo espectacular, una formidable pieza de orfebrería donde se representaba su genealogía, remitida por el virrey don Francisco de Benavides, IX conde de Santisteban.
Este notable personaje jugó un papel decisivo en el mantenimiento de
unos intercambios artísticos cuya más importante consecuencia sería el
traslado de Luca Giordano a la corte madrileña. En cuanto al obsequio remitido a la reina, no tenemos seguridad sobre quien fue el responsable de
llevarlo a cabo. La platería napolitana de finales de siglo conocía un momento de excepcional esplendor con los atareados talleres de Gennaro
Monte, Domenico Marinelli, Gian Domenico Vinaccia y Lorenzo Vaccaro.
Cualquiera de estos últimos artífices, muy próximos al círculo del virrey,
pudo ser el encargado de su ejecución. Tal vez el mismo Vaccaro, responsable de otro de los regalos enviados por Santisteban, unas esculturas de
plata representado las cuatro partes del mundo. Pero la minuciosidad con
que De Dominici describe este encargo, lo que se detiene en explicar sus
pormenores, y la importancia que tuvo para la carrera del artífice, hace extraño el silencio hacia la pieza que aquí tratamos, la Genealogía de Mariana
de Neoburgo. (Dominici 1742).
Una vez llegadas a Madrid, las obras debieron adornar alguna de las estancias del Cuarto de la Reina dentro del alcázar, aunque no sabemos cual de
ellas, puesto que no aparecen descritas en los inventarios. A la muerte de
Carlos II tampoco se relacionan entre la Memoria de las alhajas que son de la
Reina Nuestra Señora redactada por el secretario Antonio de Ubilla (Barbeito,
1994). En cambio, el inventario del 5 de noviembre de 1700 sí recoge en el
Cuarto Bajo de la Reina, en la pieza «donde Su Magd. asiste el berano, -Quattro Cajas Arqueadas forradas por de fuera de terciopelo carmesi Con galón
de oro falso Con sus cerraduras y quattro Aldavones dorados Cada una que
estaban abiertas y dentro de ellas no se hallo nada; Y el dicho Aposentador
declaro que eran de las estatuas de las quatro parttes del mundo que presento a la reina nuestra Señora el Señor Conde de Santtisteban Su Maiordomo mayor» (Fernández Bayton 1985).
Tanto estas esculturas como la genealogía acompañaron a la reina viuda
a su retiro de Toledo y allí quedaron cuando, tras su imprudente actuación
a favor del pretendiente austriaco, fue desterrada en 1706 a Bayona. Es probable que depositadas en el palacio arzobispal, pues el alcázar volvió a ser
punto de conflagración entre las tropas enfrentadas, con el resultado de
acabar prácticamente arruinado tras el devastador incendio de 1710. En su
segundo testamento, redactado el 17 de septiembre de 1737 en el palacio de
San Miguel de la pequeña villa francesa, Mariana de Neoburgo dejaba explícitamente dispuesto en su cláusula IX: «Mando que se le dé al convento
de San Lorenzo el Real del Escorial, la Genealogía de la Casa de Austria, que
asimismo tenía yo en Toledo; y que me encomienden a Dios». Era el segundo legado que ordenaba, puesto que en la cláusula anterior dejaba a la
Virgen del Sagrario de la catedral toledana las otras esculturas enviadas
desde Nápoles, las que representaban las cuatro partes del mundo, allí todavía hoy conservadas (Barbeito Carneiro 1991).
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La reina falleció en el palacio de los duques del Infantado en Guadalajara
el 16 de julio de 1740, llegando sus restos a El Escorial el 25 del mismo
mes. Sin embargo, la ejecución de su testamentaría se demoró bastantes
años, y la famosa Genealogía no llegó a El Escorial hasta 1756, siendo colocada en una de las mesas que ocupaban el espacio central de la biblioteca. Con su entrega al monasterio tiene que ver el dibujo de Lázaro Gómez, que representa la parte arquitectónica del conjunto, el edículo que
soportaba las 24 esculturas de los condes de la casa Palatina y las treinta
con representaciones de las ciencias, las virtudes y los emblemas heráldicos que completaban la pieza. Es un dibujo preparatorio de la lámina que
grabó Juan Minguet para el libro del padre Andrés Ximénez, Descripción del
Real Monasterio de San Lorenzo del Escorial (Madrid, 1764), donde la alhaja es
descrita en los términos más elogiosos, no solo por su calidad artística,
sino sobre todo por su extraordinario valor material, dando cuenta de la
cantidad de plata, oro, lapislázuli y piedras preciosas con que estaba realizada. No le gustó tanto a Ponz en su Viage de España: aunque describe admirado la riqueza de su ejecución material, no deja de anotar cómo el orden compuesto del templete no se correspondía «con la más seria arquitectura». En cualquier caso estas descripciones contribuyeron a divulgar la
fama sobre las alhajas guardadas en el monasterio, pero también alimentaron todo tipo de codicias.
Durante la invasión francesa El Escorial fue objeto de un expolio sistemático, en el que la famosa alhaja fue presa fácil. Cuando fray Patricio de la
Torre, finalizada la contienda, lleva a cabo el inventario de los bienes procedentes del monasterio que quedaban en Madrid en diferentes iglesias e
instituciones no puede describir sino sus despojos. Los recuperó entre los
objetos depositados en el convento del Rosario y, tras asegurar que se encontraba muy destrozada, describe minuciosamente todo lo que faltaba.
Empezando por la mayor parte de la pedrería —solo quedaban 19 piedras
preciosas—, luego el lapislázuli que adornaba columnas y casetones, la figura de Carlomagno y otras ocho de las estatuas del graderío. Uno de los
cuatro héroes y otra de las ocho matronas. Los atributos que portaban las
cuatro partes del mundo, una de las dos figuras que en el remate simbolizaban la Fama y la Victoria, el cetro que portaba la figura de la reina y otras
mil menudencias que el buen padre va desgranado, una por una (Antolín
1908). De todas formas, no parece que el conjunto fuera irrecuperable,
aunque a partir de aquí perdemos por completo su pista. En la primera relación impresa del monasterio posterior a la francesada, la publicada en
1820 por el padre Damián Bermejo, solo se menciona ya la urna o guardapolvos, como él la llama, bajo la que se cobijaba la Genealogía. No obstante, el recuerdo de la pieza se va a mantener vivo, pues el fraile, después
de lamentar su pérdida, no puede menos que dedicarle un emocionado recuerdo repitiendo la entusiástica descripción del padre Ximénez. Y lo
mismo volverá a hacer, casi treinta años después, don José Quevedo,
cuando publique en 1849 su Historia del Real Monasterio de San Lorenzo.
[JMB]
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