CONTRA EL JAZZ Muchas de las acaloradas discusiones entre los

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CONTRA EL JAZZ
Muchas de las acaloradas discusiones entre los partidarios y
detractores de la música de jazz podrían solucionarse
pacíficamente si se tomara como punto de partida la distinción
entre alta cultura (highcult), cultura media (midcult) y cultura
de masas (masscult), términos muy conocidos por los
especialistas en sociología del gusto, entre otros Umberto Eco,
Gillo Dorfles o Galvano della Volpe.
Un ejemplo de alta cultura sería la incomparable ópera de
Richard Strauss Electra; un ejemplo de la segunda serían las
canciones de Joan Manuel Serrat y de la tercera los álbumes de
La Oreja de Van Gogh.
Obviamente, esta clasificación, perspicaz pero excesivamente
genérica, no admite adscripciones automáticas o definitivas,
sino que, como la mayoría de los problemas estéticos, está
sometida a una labor de fundamentos que, finalmente, y si es
posible, otorga a cada género sus cartas credenciales. Así, en
productos como la zarzuela, la copla, el fado, Los Beatles, el
flamenco o el jazz, habría que seleccionar en cada caso los
autores, las obras, incluso los temas concretos, para determinar
con un criterio más seguro en qué categoría debemos incluirlos.
Por el momento nos vamos a centrar exclusivamente en el jazz.
Tataré de resumir a lo largo de esta breve reflexión algunos de
los sólidos argumentos que el filósofo y musicólogo T.W. Adorno
aportó en su memorable artículo Moda sin tiempo (sobre el
jazz) a favor de la tesis de que, bajo ningún concepto, el jazz
puede ser incluido entre las manifestaciones auténticas del arte
y la alta cultura.
A pesar de los matices mitómanos de los adictos y las sutilezas
inagotables de los propagandistas, el jazz, desde un punto de
vista formal, es una música de una excesiva simplicidad
melódica, armónica y métrica. Su composición se basa en
síncopas efectistas (buscan la mera perturbación del oyente),
ritmos básicos, tiempos siempre idénticos e instrumentos
sometidos a la monocromía (como el piano) o a la castración
(como la trompeta con sordina). Estos esquemas musicales,
exacerbados en los inicios allá por los años cuarenta, sirvieron
para presentar al público el nuevo género, sin que su monótona
unidad estructural haya cambiado desde entonces. Los fieles del
jazz llevan sus pretensiones hasta convertirlo en una compleja
“visión del mundo”; sin embargo, el único enigma del jazz
consiste en averiguar cómo tantos entusiastas a lo largo del
ancho mundo siguen sin hastiarse del consumo de unos
estímulos –el ritmo sincopado- tan reiterativos. La presencia de
un discurso musical plano propicia una fruición fácil del
producto, meramente pasiva, sin ningún esfuerzo constructivo
por parte del sujeto, cuyo resultado es una falsa audición,
epidérmica y desatenta.
Otra consecuencia de la pobreza de los desgatados esquemas
del jazz es la sustitución alienante de los fines por los medios.
La mayoría de las veces, lo que realmente cuenta en el jazz es
la trama escenográfica que se fragua en torno al confiado
oyente: la sala ritual, las luces propiciatorias, el ambiente
denso, la comunión mística a ciertas horas, la ropa ceremonial,
el éxtasis obligatorio, el humo espeso y las abundantes copas…
todos estos elementos consuman la transformación del jazz en
una falsa experiencia estética meramente contextual. Música
ambiental.
La crítica musical seria no puede ver en el jazz más que un
asunto simple, basado en unas fórmulas no renovadas que se
invocan hasta la saciedad. Las únicas novedades que ofrece el
jazz son las apologías de la eternidad y los consabidos reclamos
publicitarios; por ejemplo, los manierismos en la interpretación
o la fraseología sobre la vitalidad y la riqueza rítmica, que al
final no son más que mecanismos estandarizados de fabricación
en serie… como ocurre en toda moda, de lo que se trata es de
la puesta en escena y no de la cosa. Lo que se presenta como
naturaleza inexplorada y territorio virgen finalmente no es más
que producto cosificado y escueta mercancía.
El mismo concepto de improvisación en la ejecución resulta
dudoso. Lo que se ofrece en la mayoría de los casos es cualquier
cosa menos espontaneidad; se trata de rutinas interpretativas y
fórmulas básicas reinventadas hasta la saciedad bajo cuyo
disfraz se adivina la indigencia del esquema. La esencia del jazz
no es la creatividad sino la limitación. La regla de oro que
prohíbe modificar el desarrollo del compás y la armonía se
convierte en la negación frontal del arte. Trucos, fórmulas y
clisés bien definidos bloquean cualquier salida del género al
reino, prometido en vano, de la libertad. La música seria, desde
Brahms en adelante, había descubierto mucho antes que el jazz
todo lo que en ese puede llamar la atención y no se había
detenido en ello. El jazz es el preludio sonoro del conformismo
cultural y social. Ideología.
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