Las fotogénicas starlettes de los años sesenta. S. Berrocal.

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UNIVERSO FOTOGRÁFICO Nº3
Las fotogénicas starlettes de los años sesenta
Sergio Berrocal
LAS FOTOGÉNICAS STARLETTES DE LOS AÑOS SESENTA
Sergio Berrocal
Eran los años sesenta en París, ciudad que con Hemingway había sido una
fiesta y que entonces seguía celebrando
noche tras noche el culto de la belleza y
del buen humor, en medio de toneladas
de caviar y de cientos de litros de champán. Para quienes éramos reporteros en
aquella capital maravillosa y en aquella
época en la que nadie conocía dos palabras claves del vocabulario de la desesperación del 2000, desempleo y racismo,
el fenómeno de las starlettes era algo
tan conocido como las escaleras de hierro de la Torre Eiffel.
Nadie sabe quién ni cómo, aunque
fue en los sesenta, inventó esa categoría de aprendices de estrellas que
empezaban su carrera muy modosamente, exhibiendo sus cuerpos por las
playas de los festivales de cine, el más reputado de los cuales era el de
Cannes. Las muchachas tenían mucho mérito porque pretendían nada
menos que un productor se fijara en lo que podían tener en el cerebro
cuando lo que le ponían más a mano y a la vista eran generosas curvas y
medidas de infarto. Pero nadie conocía el exhibicionismo pesetero de hoy,
con gente totalmente desconocida que se pasea por las pantallas de la televisión insultando y presumiendo de haberle quitado el amigo a la amiga.
También es cierto que las starlettes se fiaban más de las cámaras fotográficas que de las de la TV, todavía incipiente y sin gran impacto a nivel popular.
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Los reporteros estaban invariablemente equipados con Rolleicord y
Rolleiflex, salvo los que trabajaban para medios de comunicación norteamericanos que se paseaban con sus apabullantes Speed Graphic. Las starlettes
posaban para el rollo de 6x6 o para las placas yanquis no solamente en las
playas sino en las piscinas de París y en alguna que otra fiesta donde también solían aprovechar el tirón laboral para pasearse por las pasarelas con
ropa interior de grandes marcas.
Ya digo que nadie sabe quién inventó la categoría social de las starlettes pero lo seguro es que Brigitte Bardot lo fue antes de que Roger Vadim la
lanzara en Y Dios creó
a la mujer. B.B. resultó
realmente el prototipo
de la starlette ya que
incluso impuso su
manera de vestir más
tarde, cuando en sus
primeras películas exhibió un vestido de cuadritos azul que las
jovencitas francesas de
todos los ambientes
sociales se apresuraron a copiar. Pero antes de que las enormes cámaras
cinematográficas de entonces le diesen la bienvenida había posado tímidamente en arenas lejanas con un bikini y los brazos ingenuamente cruzados
a la altura de los pechos.
Su "comadre" Catherine Deneuve -que luego se uniría sentimentalmente con Roger Vadim, también su descubridor- empezó igualmente siendo
una starlette de lo más comedida.
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Estos son dos ejemplos famosos. Hubo algunos más pero la mayoría de
los aspirantes se quedaron en eso y nunca pasaron a más, salvo alguna que
consiguió exhibir enormes dientes para una publicidad o ropa de cama.
Es un poco injusto pero lo cierto es que de aquélla época maravillosa
en la que la belleza se exhibía sin maldad, cuando nadie pensaba en el
SIDA o en el paro, antes de que estallase la crisis del petróleo que avasallaría al automovilista, no han quedado grabados en ningún sitio los nombres
de las starlettes que durante varios años
dieron a París y a su playa, Cannes, un
perfume de delicioso mundo de las mil y
una noches.
En mis archivos he encontrado rastros de algunas de aquellas muchachas,
entre ellas una italiana, Grazia Buccella,
que después de haber obtenido el título
de Miss Italia 1962 se presentaba en
París para figurar en una película muy
dentro del estilo ligero de la comedia de
aquella época, Clementine chérie. Pero
antes había posado en un sillón de su
hotel parisiense con insinuantes tacones, un pecho agresivo y esa sonrisa de
esperanza que todas ellas tenían. Otra,
Corinne Viala, figura en mis archivos al
lado de una piscina, con un bañador
nada provocativo y esa misma mirada esperanzadora.
Algunas "crecieron" y pasaron a la categoría superior, la de actrices y
algunas, poquitas, a la de estrellas como Brigitte Bardot y Catherine
Deneuve. También agraciada por los dioses de la fama fue Michèle Mercier,
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descubierta por un director muy progresista para la época, Léonide Moguy
-una de sus películas fue sobre la amenaza nuclear y otra sobre los problemas de las jóvenes -quien la empleó como descubrimiento en Donnez-moi
ma chance, literalmente "Deme una oportunidad" que es lo que pedían
todas aquellas aspirantes al estrellato.
Michèle Mercier TUVo una carrera bastante fulgurante aunque nunca
alcanzó el nivel internacional de la Bardot o de la Deneuve. Con el paso del
tiempo y la madurez de la belleza se transformó en una conocida heroína de
las pantallas francesas, Angélique, una bella metida en aventura de nobles
ridículos y piratas pintureros que conoce el amor, las mazmorras y un sinfín
de aventuras.
Hasta la más joven de esas starlettes tendría hoy sesenta años y los
fotógrafos que alguna vez las inmortalizaron ya no entenderían el mundillo
que fue el suyo. El de los sesenta y el que ahora viven otras guapas con
ambiciones más inconfesables son planetas radicalmente distintos. Como lo
es el rollo de Rolleicord y la foto digital.
Sergio Berrocal
(Fotos Jacques Gratpanche. Derechos reservados)
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