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Rafael AGUIRRE MONASTERIO-Antonio RODRÍGUEZ CARMONA, Evangelios
sinópticos y Hechos de los Apóstoles (<<Introducción al Estudio de la Biblia»,
n. 6), Edit. Verbo Divino, Estella (Navarra) 1992, 404 pp., 15,5 x 22,5.
Constituye el n. 6, de la serie de manuales (10 en total, en curso de
publicación) que integran la colección Introducción al Estudio de la Biblia.
El presente volumen consta de cuatro partes, dedicadas respectivamente a:
1) Introducción general a los Evangelios sinópticos (pp. 13-98, debida a R.
Aguirre), repartida en dos capÍtulos: el primero aborda las cuestiones. de
naturaleza, género, finalidad y proceso de formación de los Sinópticos; el
segundo sobre la historia de la interpretación, seguida de 'cuestiones abiertas', ejercicios prácticos y bibliografía específica. 2) La segunda, tercera y
cuarta parte comprenden respectivamente la introducción y estudio de los
Evangelios según San Marcos (pp. 99-189, escrita por A. Rodríguez), según
San Mateo (pp. 191-275, elaborada por R. Aguirre), y la obra de Lucas,
Evangelio y Hechos de los Apóstoles, como unidad literaria (pp. 277-388,
redactada por A. Rodríguez).
La estructura de las partes segunda a cuarta es constante y ordenada.
Las tres abarcan respectivamente tres capítulos; en cada uno se exponen,
a su vez, los tres aspectos siguientes de cada libro o del conjunto LucasHechos: 1) «Dimensión literaria». 2) «Dimensión teológica. 3) <,Dimensión
histórica». En 1) se analiza, con pequeñas variaciones temáticas, según el
libro en cuestión: transmisión del texto; problemas de estructura; género
literario; características literarias y lingüísticas; problemas de fuentes; cuestiones abiertas a ulteriores investigaciones, lógicamente distintas según el libro que se estudia; orientación para iniciarse en la investigación personal,
con unos pocos ejercicios prácticos, para ser resueltos por el lector; orientación bibliográfica específica. En 2) se atiende a los temas que se consideran vertebrales en cada cada escrito sagrado (aquí la variación es naturalmente mayor, según el libro de que se trate); siempre viene una historia
de la investigación desde los comienzos de la época crítica hasta nuestros
días; cuestiones que permanecen abiertas; orientaciones para el trabajo personal, correlativas de las propuestas en la dimensión literaria; y orientaciones bibliográficas. Finalmente, en 3) se trata del autor del escrito sagrado
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respectivo, circunstancias de su composición y problemas de datación; historia de la investigación; cuestiones abiertas; prácticas para iniciarse en investigación; bibliografía.
Estamos ante una obra ambiciosa, muy trabajada, ardua en cuanto a
las metas que parecen haberse planteado sus autores, con propósitos de renovación en el género de manuales y de actualidad en su información.
¿Han logrado esos fines? Pienso que sí.
La lectura del libro me ha suscitado algunas consideraciones con el
ánimo de su perfeccionamiento en presumibles nuevas ediciones.
La difícil cuestión del primer capítulo «Origen y naturaleza de los
Evangelios sinópticos», me parece estar expuesta con inteligencia, claridad
(dentro de su conocida complejidad) y brevedad. Echo de menos, sin embargo, un tratamiento más elaborado de la tradición de los textos narrativos: sólo se le dedican tres cuartos de la p. 36. Es insuficiente. No queda,
en mi entender, suplido con lo que se expone del carácter narrativo de los
Evangelios en las pp. 41-47, porque éste es otro tema, aunque relacionado
con el anterior.
La propuesta del Evangelio de Mateo como el evangelio de la iglesia
de Antioquía (pp. 264-267) es sugestivo y con observaciones agudas. Sin
embargo, en su conjunto, se da por resuelta la tesis .. Más bien habría que
trasladarla a las cuestiones abiertas. El asunto es importante, pues afecta a
la comprensión global de este Evangelio.
Acerca de la Cristología de Marcos, el sugerente epígrafe de la p. 142
<<jesús, Dios oculto o la 'epifanía oculta' del Hijo de Dios», es sólo desarrollado en doce líneas, que incluso diluyen el tema que del mencionado epígrafe cabía esperar. En esa misma línea, el tratamiento de Jesús como Hijo
de Dios (siempre en Marcos), al que se dedican las pp. 140-144, queda poco
explicitado. La Cristología de Marcos queda reservada a su aspecto funcional,
sin el conveniente desarrollo del aspecto ontológico, que está suficientemente insinuado en los textos ' del Segundo Evangelio (aunque, lógicamente, no desarrollado de manera explícita, como lo sería en el pensamiento cristiano posterior). Es cierto que al final de la p. 141 Y primera
mitad de la p. 142 se citan, bien seleccionados, un buen número de textos
que contienen una interesante Cristología implícita: pero son citados con
un comentario tan breve, que quizás el lector no iniciado pase por encima
de ellos sin reparar en la profundidad de su contenido.
Las varias exposiciones de la «historia de la investigación» son un logro de síntesis informativa, que comporta una preparación admirable en
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ambos autores del manual. Sólo tengo una objección: especialmente en las
pp. 152-155, da la impresión de que las diversas corrientes están expuestas
como en un mismo plano, sin valoración crítica suficiente. Algunos lectores podrían salir con la mente confusa y el ánimo desalentado acerca del
contenido o mensaje teológico de Marcos, ante tal diversidad de interpretaciones, muchas veces encontradas.
Resulta interesante el desarrollo de la obra de Lucas, Evangelio y Hechos, como un «camino profético y salvado!'» (pp. 321-341). Unicamente
encuentro la desproporción de que, en su conjunto, este tratamiento se
concentra en la «soteriología del camino», dejando bastante a oscuras lo
que, por decirlo de manera breve, podríamos llamar la cristología del camino. Me parece que queda un tanto en sordina lo que la obra de Lucas proclama acerca del misterio central de Jesús: ¿Quién es, en definitiva, Jesús
de Nazaret? Que Jesús es aquél en quien Dios nos salva queda bien expuesto, ¿pero es toda la respuesta que ofrece Lucas-Hechos, y lo que el hombre
de ayer y de hoy buscan? ¿Cuál es la razón por la que Dios nos salva en
Jesús y no en otro? ¿Cuál fue, en definitiva, la conciencia del mismo Jesús,
según se desprende de sus propias expresiones vehiculadas en los textos Sinópticos, en la convicción de los evangelistas y en la tradición que está en
la base de estos Evangelios y de los Hechos?
En esta misma línea, y aunque se trata de una cuestión opcional;
pienso que, para un manual, vendría bien añadir alguna breve síntesis de
Cristología de los Sinópticos, aludiendo, por supuesto, a sus problemas metodológicos. Su lugar podría ser al final del libro, o de la Primera Parte
(debida a R. Aguirre). También, dentro de las cuestiones opcionales, se
echan de menos los análisis exegético s de los pasajes más significativos del
conjunto Sinopticos-Hechos. No parecen suficientes los temas que se proponen para estudiar como trabajo personal. Sin duda alguna, es un logro
digno de destacar la oferta de esos diversos ejercicios. Pero, tal como está,
pienso que el libro podría considerarse, de alguna manera, incompleto como manual escolar: Puesto que los autores han optado por no hacer la exégesis de textos (esta tarea habría alargado mucho la extensión total), habría
sido útil haber señalado los pasajes más representativos de cada escrito sagrado, indicando a los lectores dónde podrán encontrar los comentarios
más adecuados para cada texto. En este sentido podría decirse que el manual «introduce» al lector en el edificio de Sinópticos-Hechos, pero no le
proporciona la contemplación de sus estancias con el debido gusto y claridad.
Para concluir, es de justicia alabar la erudición de sus autores, el orden y capacidad de síntesis y la rica información bibliográfica que ofrece.
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Tales características y el contenido que he descrito hacen del presente libro
un manual importante y excelente, y lo sitúan en vanguardia de su género.
J. M. Casciaro
David L. DUNGAN (dir. ), The Interrelations 01 the Gospels, University
Press/Uitgeverij Peeters «<Bibliotheca Ephemeridum Theologicarum Lovaniensium», XCV), Leuven 1990, XXX+672 pp., 16 x 25.
Ofrece este volumen la publicación de los diversos Papers presentados
en el «The Jerusalem Symposium 1984», dirigido por M.-É. Boismard, W.
R. Farmer y F. Neirynck. Contiene 26 estudios debidos a 19 autores, algunos de los cuales tuvieron más de una intevención. Van precedidos de una
«Introducción» de D. L. Dungan y seguidos de una «Agenda para futuras
investigaciones», un «Sermon» pronunciado por B. Reicke, una «Sinopsis
del Discurso Escatológico» de los Sinópticos y diversos «Indices».
Obviamente ocuparía demasiada extensión la mera enunciación de
los 26 tÍtulos de los estudios. Convergen, desde diversas perspectivas, en
el tema central: la interrelación entre los Sinópticos. U nos son de planteamiento genérico; otros estudian en detalle algunos pasajes de los Evangelios
sinópticos, pero con posibles aplicaciones de carácter paradigmático y general. Unos papers plantean y proponen respectivamente las hipótesis y otros
son respuestas y discusiones de las posiciones planteadas. El primer gran bloque puede agruparse, de alguna manera, en torno a estos tres temas: 1) Hipótesis de las dos fuentes (2DH), expuesta por F. Neirynck, con respuestas
de C. M. Tuckett y M.-É. Boismard; 2) Hipótesis de los dos Evangelios
(2GH), planteada por W. R. Farmer, con respuestas de D. L. Dungan y
M.-É. Boismard; 3) Hipótesis de los múltiples niveles o estadios de redacción, desarrollada por M.-É. Boismard, con respuestas de F. Neirynck y D.
B. Peabody.
El segundo y último bloque comprende intervenciones sobre la historia de la cuestión sinóptica (debidas a B. Reicke y S. O. Abogunrin), el
problema de la elaboración de la sinopsis de los tres primeros Evangelios
en relación con las diversas hipótesis antes mencionadas (planteado por D.
L. Dungan), los pasos de la tradición sinóptica (visión general y de princios, por B. Gerhardsson y H . Merkel, con respuesta de B. Orchard), la
cuestión de las relaciones entre Juan y los Sinópticos (explicada por P. Borgen, con respuesta de F. Neirynck), la crítica textual en relación con la
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cuestión sinóptica (tratamiento desarrollado por J. K. Elliott), el género o
géneros de los Sinópticos (tema planteado por P. L. Shuller, con respuesta
de P. Stuhlmacher), perspectivas de futuro sobre la investigación del Nuevo Testamento (a cargo de D. Daube) y el problema de la objetividad y
subjetividad en los análisis histórico-críticos de los Evangelios (propuesto
por B. F. Meyer, con respuesta de R. H. Fuller).
A nadie se le escapa la relevancia de los temas tratados y la competencia de los autores que intervinieron en las discusiones. La publicación
inserta una especie de síntesis conclusiva muy resumida en dos puntos:
A) Areas de consenso unánime:
1. Existencia de relación literaria en el ámbito de los Sinópticos.
2. Existencia y uso de primitivas tradiciones en los Sinópticos.
3. El método argumentativo más importante en la propuesta de
cualquier hipótesis de las fuentes ha de basarse en la explicación de la actividad redaccional de los Evangelistas en cuanto a los aspectos literarios,
históricos y teológicos; al mismo tiempo ha de ofrecer una visión coherente y razonable de cada Evangelio completo.
4. El Evangelio de Juan debe ser tenido en cuenta en el estudio de
los Sinópticos.
B) Areas en que no se ha llegado a un consenso y/o en las que se necesita proseguir la investigación:
1. Determinación y orden de las perícopas.
2. Patrones para alcanzar un acuerdo .en el orden de las perícopas.
3. Cuestión de si es posible identificar los rasgos redaccionales en un
Evangelio con independiencia de las hipótesis ·de las fuentes.
4. Qué importancia puedan tener los duplicados para la solución del
problema sinóptico.
5. Evaluación de los acuerdos menores entre Mateo y Lucas contra
Marcos.
6. Si el género o géneros de los Evangelios influyó en la actividad
redaccional de los Evangelistas.
7. Consideración de la tradición de Jesús fuera de los Evangelios en
relación con el problema sinóptico y, en su caso, de los cuatro Evangelios.
8. Principios para la elaboración de la Sinopsis de los Evangelios.
9. La cuestión de las citaciones del AT, o de su alusión en los Evangelios, en relación con el problema sinóptico.
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10. Proceso de transmisión de la tradición presinóptica.
11. Posibilidades de acceso al problema sinóptico desde los contextos culturales de Asia y Africa.
12. Enmarcamiento histórico-social de cada Evangelio.
13. Implicaciones teológicas de cada paradigma de investigación.
14. Los modos más satisfactorios de establecer el fenómeno sinóptico y de plantear el problema.
15. Ayuda de los análisis estadísticos computerizados para el estudio
del fenómeno sinóptico.
Los resultados del «J erusalem Symposium 1984» han mostrado que
todavía queda mucho por investigar acerca del difícil problema sinóptico.
Ninguna de las hipótesis propuestas en los dos últimos siglos se impone
a todos los investigadores de manera evidente, pese a los meticulosos argumentos y análisis realizados con fundamento en cada una de ellas. Ni la
2GH, ni la 2DH, ni la hipótesis de los estadios múltiples, ni el recurso directo la tradición o tradiciones orales, etc., ha conseguido el consenso general. Este resultado del Simposium de Jerusalén deberá hacernos más cautos
y circunstanciados a la hora de estudiar los Sinópticos, evitando tomar
cualquiera de aquéllas como base exclusiva de comprensión de cada Evangelio y de las relaciones entre éstos.
Por los resultados indicados, el volumen que reseñamos se presenta
como una obra imprescindible, quizás la más importante de que disponemos, para situarnos en el estado actual de las investigaciones acerca de las
relaciones entre los Evangelios Sinópticos. Precisamente por la calidad de
los «scholars» que intervienen y por la diversidad de sus posturas, incluso
contrapuestas -no obstante la seriedad de sus argumentaciones-, el lector
dispone en un solo libro, de las variadas perspectivas, dificultades y posibles pistas de ulteriores investigaciones sobre el tema.
J.
M. Casciaro
H. M. MEISNER, Rhetorik und Theologie. Der Dialog Gregors von Nyssa de
anima et resurrectione, Beitrage zum studium der Kirchenvater herausgegeben von A. Spira, H. Drobner, Ch. Klock, Band l, Peter Lang, Frankfurt
am Main, 1991, 474 pp. 15,5 x 22,5.
Se trata de la investigación presentada por H. M. Meissner para obtener el grado de Doctor en Filosofía en la Universidad Johannes Gutenberg
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de Mainz. El tema elegido es de gran importancia para conocer el pensamiento patrístico del siglo IV y su relación con la filosofía pagana, en especial, con el platonismo. Es un tema sobre el que, como es natural dada su
importancia, existe una amplia bibliografía, que Meissner sabe presentar
con gran acierto (pp 1-18) Y discutir con objetividad y coherencia a lo largo de todo el libro.
La cuestión principal de este trabajo es la argumentación que Gregorio utiliza en el Dialogus de anima, y desde esta perspectiva y con este objetivo se enfocan el resto de las cuestiones, en especial, estas otras dos, que
se encuentran en estrecha relación con el tema principal: la unidad del Dia·
logus, y su identidad cristiana. Por cristiano se entiende aquí lo que Gregorio y sus contemporáneos entienden como tal, es decir, lo que en el desarrollo de la historia del dogma se refiere al alma, la resurrección y la
apocatástasis (p. 18), mientras que en cuanto al juicio sobre el platonismo
se tiene muy en cuenta el pensamiento niseno en torno a la posibilidad
de aprovechamiento de la cultura y filosofía paganas en la búsqueda de la
verdad y en la explicación de la doctrina cristiana. Y puesto que el hilo
conductor del trabajo es la argumentación utilizada en el Dialogus, Meissner realiza su estudio siguiendo paso a paso el desarrollo de la argumentación a lo largo de todo el diálogo.
La primera parte está dedicada a la introducción del Dialogus (PG 46,
12 Al-20B3); se inicia con un sugerente estudio de la personalidad de Macrina en cuanto compañera de Gregorio en el diálogo, teniendo presente
el relieve que tiene en la vida y en el conjunto de la obra de Gregorio (pp
23-43), para continuar con un análisis de la consolatio como género literario
seguido aquÍ por Gregorio, que en el plano teorético tiene muy en cuenta
el Fedón y en el plano personal a Sócrates como concreción de la doctrina
(pp. 47-72). Esta primera parte se completa con dos largos apartados dedicados al planteamiento del tema en el Dialogus, al objetivo que persigue
y a la técnica argumentativa utilizada, y concluye con unas páginas verdaderamente interesantes en las que se muestra cómo en la introducc;ión se
encuentra la clave para entender todo el Dialogus. La parte segunda (pp.
181-370) constituye el cuerpo de la tesis y es un lento y pormenorizado
análisis tanto de las objeciones planteadas, como de las respuestas que reciben. Merecen especial mención (por su ayuda para valorar en sus justas
proporciones el pensamiento de Gregorio y la naturaleza y finalidad del
Dialogus) las páginas dedicadas a la esencia y función de los afectos, a la
situación del cuerpo y el alma tras la muerte, a la purificación del alma
después de la muerte, y al misterio de la resurrección (pp. 265-370).
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La tercera y última parte (pp. 369-394) es la más breve. Es también
la más densa y verdaderamente luminosa, pues consigue estructurar en una
síntesis armónica todo lo que ha sido tratado anteriormente. Meissner sabe
exponer el pensamiento de Gregorio con una claridad envidiable, subrayando al mismo tiempo lo que este pensamiento tiene de novedad cristiana
y de progreso en el planteamiento de las cuestiones en torno al más allá
del hombre. El centro de esta síntesis lo constituye la resurrección de la
carne. Es ella, en efecto, la que permite que la afirmación de la inmortalidad del alma tras la muerte lleve a una búsqueda sobre la pervivencia del
hombre completo, cuerpo y alma, como propone la fe cristiana.
Desde este punto de vista, no existe oposición entre inmortalidad del
alma y resurrección de la carne, sino que la resurrección se presenta como
una progresión coherente con la convicción platónica de la inmortalidad
del alma. En consecuencia, el cristiano culto del siglo IV podía ser llevado
desde la inmortalidad hasta la resurrección como por un camino verosimil,
señala Meissner, quien al mismo tiempo recuerda que en el siglo IV todavía la resurrección seguía siendo piedra de escándalo. En consecuencia,
Gregorio se estaría esforzando por mostrar la posibilidad de la identidad
entre el cuerpo actual y el cuerpo resucitado.
A esta luz se entiende la importancia otorgada por Gregorio a la relación que el alma guarda hacia los elementos del cuerpo tras la muerte;
a esta luz se entiende, sobre todo, la fuerza con que se destaca en el Díalo·
gus que la luz definitiva y completa en torno al más allá se encuentra en
la Sagrada Escritura, y no en el razonamiento pagano: sólo la Escritura ha
de ser tomada como canon y regla del pensamiento. La afirmación de la
resurrección, señala con lucidez Gregorio, se encuentra situada en el plano
de la fe, es decir en el plano del misterio. En esta perspectiva adquiere toda
su fuerza el hecho de que Macrina no sólo sea llamada maestra, sino también mystagogo. Meissner destaca agudamente que es mérito de Gregorio
haber sabido encontrar el nexo argumentativo existente entre inmortalidad
y resurrección, dando así un paso más allá de ]ustino, verdaderamente importante (p. 377).
Así pues, el Dialogus partiría de un tema filosófico platónico -la inmortalidad del alma- para conducir hacia la fe cristiana en la resurrección,
mostrando que la fe en la resurrección no es la fe en algo improbable, sino
desarrollo coherente con la convicción de la inmortalidad del alma. Desde
esta perspectiva, Meissner encuentra un convincente camino para mostrar
el sentido preciso en que el Dialogus ha de tomarse como un Fedón cristiano. La solución de este problema, sugiere Meissner, se encuentra en las manos de Macrina (pp. 385-386), recogiendo así en estas páginas el fruto de
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la atenta consideración dedicada en este estudio a la encantadora figura de
la hermana de Gregorio, sobre todo, en la parte primera. La posición de
Macrina, su argumentación y sus respuestas, llevan a la clara conclusión de
que el Dialogus centra su interés en la resurrección, y que, por lo tanto,
se trata de un escrito netamente cristiano; en este panorama ha de entenderse el sentido preciso de la expresión «Fedón cristiano»: sobre las razones
humanas del Fedón se sitúan las razones divinas que aduce Macrina, corrigiendo así su pensamiento al mismo tiempo que lo lleva a su más alto sentido (pp. 391-392).
Meissner insiste en que, además, el Dialogus ha de seguirse entendiendo como una auténtica Consolatio frente a la angustia de la muerte:
el padecimiento es consolado con la palabra de Macrina, que muestra la
economía divina oculta en la muerte, quitándole así a la muerte el terror que lleva consigo (p. 382). El Dialogus, pues, se convierte en una especie de ars moriendi. Meissner confirma de esta forma la visión de H. D6rrie y, recordando la Vita Macrinae, sabe sugerir discretamente que la
muerte de Macrina ha de presentársele a Gregorio como un modelo cristiano de postura ante la muerte que concurre con la postura de Sócrates (pp.
393-394).
El libro de Meissner resulta verdaderamente interesante y comporta
una amplia visión de la temática muerte-resurrección en Gregorio de Nisa
y, en consecuencia, de las relaciones del pensamiento cristiano con la cultura pagana. Se trata de un trabajo que constituye una importante contribución a los estudios nisenos tanto por la forma en que se ha abordado la
cuestión y el esquema que se ha seguido, como por la seriedad y agudeza
con que se ha llevado a cabo el desarrollo de cada capítulo. Las páginas
finales son verdaderamente ilustrativas no sólo para los estudiosos del Niseno, sino también para el teólogo, que puede comprender mejor el iter argumentativo en torno a la relación inmortalidad-resurrección que se siguió
en el siglo IV.
En definitiva, en este estudio se manifiesta la sabia dirección · de los
maestros -A. Spira, A. Meredith, H. Drobner- grandes conocedores del
Niseno, y el trabajo concienzudo e inteligente de la discípula. Con él, además, se inicia brillantemente una colección de trabajos de investigación en
torno a los Santos Padres que promete generosos frutos.
Lucas. F. Mateo-Seco.
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Juan Antonio MARTÍNEZ CAMINO, Recibir la libertad. Dos propuestas de
fundamentación de la modernidad: W Pannenberg y E. Jüngel, Publicaciones
de la Universidad Pontificia de Comillas, Madrid 1992, 392 pp. 16 x 23.
La teología natural se ha convertido en los últimos tiempos en una
cuestión problemática en amplios ámbitos del pensamiento, sobre todo protestante. Este hecho no resulta sorprendente si se tiene en cuenta las diatribas de Lutero contra la que llamaba theologia gloriae en oposición a la theo·
logia crucis. que han dado lugar a una tradición de desconfianza sobre la
posibilidad de un discurso racional sobre Dios. La cuestión se ha vuelto
a plantear ultimamente en las obras de E. Jüngel y de W. Pannenberg. Ambos autores parten de posturas muy diversas ante la modernidad y ante la
cultura secularista, pero coinciden en la atención permanente a la libertad
como punto crucial en torno al cual se articulan la teología y la antropología. Dios y libertad: estas son las dos cuestiones centrales que es necesario
comprender al mismo tiempo y de modo que no se anulen mutuamente.
Del modo como esa relación se entienda depende la respuesta a la pregunta
por la teología natural y la significación de fenómenos como el de la increencia, la comprensión de la historia, la revelación y la teología.
Juan Antonio Martínez Camino, profesor de Antropología Teológica
en la Universidad Pontificia de Comillas, ha emprendido la tarea de estudiar y comparar las posturas de los dos autores citados, Jüngel y Pannenberg en torno, como reza el tÍtulo, a «la fundamentación de la Teología
en la modernidad». Para ello, el A. se ocupa in recto de la cuestión básica
de la teología natural en el pensamiento de ambos autores, de esa teología
natural que se presenta hoy como un problema, el «problema de la teología natural» (p. 13). A partir de las posturas en torno a ese tema se abordan otras cuestiones. Hoy la «teología natural» (TN) se halla en un contexto nuevo, afirma el A. Desde su origen, la TN ha significado el intento
de mediación crítica entre la idea cristiana de Dios y la divinidad propia
de la tradición griega. «El Dios de Jesucristo había de poder ser comprendido en relación con el poder divino del que hablaban los filósofos si es que
el mensaje cristiano pretendía encontrar acogida en todos los pueblos (... )
y es así como surgió una forma cristiana de teología natural: un esfuerzo
del pensamiento cristiano por responder reflejamente a la pregunta por la
universalidad del conocimiento de Dios» (p. 19). Pero la situación se torna
problemática cuando llega la crisis moderna sobre la cognoscibilidad de
Dios. La actualidad sería un momento de «soledad religiosa» para el pensamiento cristiano, una vez acabado su diálogo histórico con la cultura
gnega.
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Para el A., este problema no es una mera especulación. Es la misma
idea de Dios la que anda en juego, como fondo último de las crisis que
atraviesan las formas de vida religiosas y eclesiales de la actualidad. Después
de que en los años posconciliares -más que en épocas anteriores- la eclesiología y la cristología hayan ocupado el terreno de la cuestión de Dios,
hoy la teología se vuelve hacia lo «estrictamente teológico», Dios. Tras las
teologías de la «muerte de Dios», o las teologías «políticas», algunos teólogos se empeñan en una «teología teológica», en la «pasión de pensar a Dios»:
Dios es «el tema propio y envolvente de la teología» (Pannenberg); una teología llevada a cabo desde la convicción de «lo mucho que se pierde cuando se le calla»: «Teología es, naturalmente, hablar de Dios» Qüngel). Según
el A., los dos autores que estudia son responsables en gran medida del «giro teocéntrico» de la teología protestante de nuestro siglo (pp. 15-17).
Martínez Camino ha organizado su inv~stigación en cuatro partes. Las
tres primeras son de carácter expositivo, mientras que la cuarta ofrece una
confrontación entre ambos autores, junto con una valoración crítica del A.
sobre sus respectivos proyectos. Vengamos al contenido de cada parte.
La diversa valoración de la situación secularista moderna por parte
de ambos teólogos condiciona, a juicio del A., la solución teológica por la
que optan (Parte 1) .. A continuación expone cómo entienden Pannenberg
y Jüngel el planteamiento de la teología natural en el contexto de la discusión teológica con la que ellos se encuentran, y avanza ya la alternativa que
proponen. Desde esta alternativa enjuician la situación moderna (Parte I1).
La exposición de las propuestas respectivas viene interpretada a continuación por el A. (Parte I1I). Finalmente, se ponen de relieve los elementos
de convergencia y divergencia entre ambas posiciones, y el A. expone a continuación su propia manera de ver las cosas, contrastada también con la
de otros autores que se han ocupado de los teólogos estudiados (IV).
¿Cuales son los puntos en los que coinciden Jüngel y Pannenberg?
A juicio del A., hay una coincidencia completa entre ambos en señalar que
fuera de la revelación no puede darse un conocimiento real ni de la existencia ni, mucho menos, de la esencia de Dios. Ambos pronuncian un «no»
rotundo a la posibilidad de una TN en el sentido habitual de la expresión.
Martínez Camino señala que esta coincidencia se basa en la también coincidente valoración negativa de la solución clásica de la TN como preambula
fidei.
Así pues, Jüngel y Pannenberg coinciden en el rechazo de cualquier
tipo de teología que, sobre la base de la razón 'ahistórica' griega, pretenda
llegar a algún tipo de conocimiento de la realidad de Dios con independen749
RECENSIONES
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cia de su propia manifestación histórica (p. 259). El A. califica a la teología
de ambos autores como «teologías de la revelación» en cuanto que están
caracterizadas por la prioridad de la revelación y de la fe, con la que el
hombre responde a ella, frente a la capacidad discursiva humana.
La radicalidad de la crítica de la razón «griega», caracterizada, según
estos autores, por su aprecio de lo general y el desprecio de lo particular
y contingente, lleva a plantear el significado del ateismo moderno. Para
Pannenberg, el ateismo moderno es resultado de la ignorancia comprensible de la necesidad de Dios para el mundo. «La idea de Dios, lejos de resultar superflua, no sólo se muestra como difícilmente evitable, sino que contribuye decisivamente a encontrar las soluciones adecuadas» (p. 140).
Cierto que no se trata de cualquier idea de Dios, pero en cualquier caso
permanece la valoración del ateismo como una postura inconsistente. Según Jüngel, en cambio, el ateismo resulta de la percepción de la innecesariedad de Dios en el mundo. El resultado es que este ateismo se presenta
como una oportunidad teológica única para descubrir el significado propio
de Dios,. que se revela en la Cruz. La TN se viene abajo porque el hombre
puede ser humano sin Dios. Así las cosas, las opciones hermenéuticoteológicas para una respuesta a la actual pregunta por Dios, se presentan
de modo diverso. Para Pannenberg, el horizonte de la hermenéutica teológica es la historia de las religiones, mientras que para Jüngel, la clave hermenéutica es la Palabra en la que se manifiestan la esencia y la existencia
de Dios.
En la cuarta parte, el A. hace su balance de las posturas de los dos
teólogos alemanes. Coinciden, según Martinez Camino, en su rechazo a la
TN clásica; en la prioridad otorgada a la revelación y a la fe; y en lo que
llama el modo de pensar «anselmiano», es decir, de la teología que deja <<lugar al Dios que se define a sí mismo», de la teología que se organiza sobre
la «forma» del argumento ontológico (p. 266). En cuanto a las divergencias,
la fundamental es la diversa concepción de la revelación. Para Pannenberg
es la historia la que define a la revelación, mientras que para Jüngel es la
palabra. En relación con ello es también diferente la valoración de la modernidad. Pannenberg sostiene que en la disputa entre el teismo y el ateismo la razón le corresponde al primero, mientras que Jüngel sostiene lo
contrario. Finalmente, es diferente también la valoración de la posibilidad
de un conocimiento de Dios independiente de la revelación. Pannenberg
defiende frente a Jüngel esa posibilidad, y el concepto resultante sería como un «marco» llamado a ser asumido y superado en el contexto de la historia reveladora.
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RECENSIONES
En su conclusión, Martinez Camino reconoce que aunque los autores
estudiados no niegan absolutamente la existencia de otras fuentes de conocimiento de Dios distintas de la revelación, se trata de fuentes subordinadas
a esta última. Manifiesta una proximidad mayor al planteamiento de Pannenberg, en el sentido de que no pretende «probar» primero a Dios por
la «razón natural» y «aclararlo» después por la revelación (p. 304), sin por
ello dejar de poner de relieve algunas limitaciones del pensamiento de este
autor. Para el A., «la búsqueda de un modelo para articular hoy coherentemente los diversos elementos implicados en el conocimiento del Dios de
Jesucristo» sigue estando abierta. Esta conclusión es positiva si se tiene en
cuenta el punto de partida minimalista de los dos autores estudiados a propósito de la TN. El A. reconoce que la crítica contra un conocimiento de
Dios independiente de la revelación no es consistente, aunque este conocimiento reviste hoy más aspectos problemáticos que en otras épocas. No
deja Martinez Camino de aludir a las consecuencias de la ausencia de la
analogía como medio de conceptualización teológica en ambos autores, y
particularmente en J üngel.
El A. ha realizado un trabajo exhaustivo de investigación en la bibliografía de los dos autores estudiados. Quizá podría haber sido menos
descriptivo y más sintético en alguna de las fases de la investigación, aunque ésta suele ser una característica casi inevitable de las obras cuyo origen
es una tesis doctoral. De todos modos, el lector no especialista agradecerá
sin duda que se le proporcionen datos que él no posee. En cuanto a la valoración de la cuestión como tal, su mayor aprecio de la postura de Pannenberg que de la de Jüngel -aunque no deje de poner de relieve aspectos
críticos de ambos- es coherente con la teología católica, que cuenta, de
hecho, con la TN, aunque no deje de buscar modos mejores de desarrollarla.
César Izquierdo
Enrique DE LA LAMA CERECEDA, J A. L/orente, un ideal de burguesía. Su
vida y su obra hasta el exilio en Francia (1756·1813), Ediciones Universidad
de Navarra S. A., Pamplona 1991, 334 pp., 15,5 x 24,5.
Cuando en 1834 la Reina Gobernadora María Cristina suprimió definitivamente la Inquisición, aquella medida no fue ya otra cosa que autorizar el sepelio de un órgano de control que -tras una duración de más de
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RECENSIONES
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tres centurias- había fenecido en 1820. Dos años antes, en 1817, Llorente
había publicado en París su Histoire critique de l'Inquisition dÉspagne, que
alcanzó rápidamente un éxito editorial con resonancia en toda Europa y
que supuso para el Santo Oficio -cabe presumirlo, tal como se desarrolló
la secuencia de los acontecimientos- un golpe mortal.
Llorente -huelga decirlo- no fue el único adversario de aquel Tribunal de jurisdicción privilegiada dentro de la Monarquía Española. Desde
que en 1567 Reinaldo González Montano publicara en Heidelberg su edición latina de Artes de la Inquisición española descubiertas y sacadas a luz,
la corriente de animadversión antiinquisitorial discurría soterraña dejando
periódicamente testigos de su existencia. Baste recordar las Relaciones de
Antonio Pérez, el Discurso de Agustín Saluccio, la pragmática de los Actos
positivos del Conde-Duque de Olivares, la Censura antiinquisitorial de Mabillon o la Oda contra el fanatismo de Meléndez Valdés para advertir, sin
ánimo de exhaustividad, la presencia de una crítica hostil que a duras penas
se abría cauce de tiempo en tiempo. De hecho Napoleón había firmado
ya en 1808 desde su cuartel de Chamartín la supresión del Santo Oficio;
y del lado nacional -si bien tras acalorada discusión y guerra de folletos
callejeros- se produjo idéntica supresión en 1812 por decreto de las Cortes
de Cádiz. Llorente, pues, encontraba un terreno bien abonado y contaba,
además, con la orquestación del gauchisme bourgeois para su resonante
exlto.
I
•
Pero si la Inquisición -mientras duró su existencia- atrajo siempre
curiosidad apasionada, tras su desaparición esa misma curiosidad se mantuvo despierta e incluso exacerbada hasta degenerar en ese animus bellandi
que ha contagiado la historiografía a través de muchas décadas. Todavía
hoy -y seguramente hoy más que nunca- el tema de la Inquisición sigue
interesando en todos sus aspectos y dimensiones; si bien es cierto que la
actitud beligerante ha remitido dentro del ámbito de los estudiosos en proporción sustancial. Pero el atractivo que el tema ejerce es creciente y notorio. Entre las razones que motivan este atractivo, como expresaba hace
años Pérez Villanueva, «no es la menos importante, la convicción que el
hombre de hoy abriga de que el tema de la intolerancia, la tensión
intransigencia-libertad, lejos de haberse superado, se mantiene viva en nuestros días con nombres distintos, que apoyan su acción en una verdad oficial que el Poder, s010, define frente a toda disidencia ideológica y política,
que se califica, y se castiga con marginación, como herejía»
El libro que ahora se reseña responde, por tanto, a la interpelación
de una sensibilidad muy viva. En el horizonte de la batalla ideológica en
torno al tema inquisitorial, Llorente ha sido visto de modo constante co752
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RE C ENSIONES
mo el defensor más significativo de las libertades negadas por el Santo Oficio. Resultaba, por tanto, muy oportuno dedicar a su figura un estudio objetivo y sereno.
En efecto, objetividad y serenidad son cualidades primeras que se
buscan en un biógrafo, el cual nunca puede convertirse en censor moral
o en árbitro y juez de intenciones. Hay afirmaciones que, a través del
tiempo, se demuestran imperecederas o, al menos, perdurables por cuanto
contienen de axiomático y de evidente. El aserto de lo! clásicos, Historia,
magistra vitae, es una de esas tesis proverbiales. Ahora bien, ese magisterio
-que es peculiar prerrogativa de la Historia por sí misma- resulta inaccesible cuando la objetividad de los aconteceres es suplantada por versiones
que nacen del temple -incluso bien intencionado- del escritor más que
de la veritas rerum. Tal ha sucedido con Llorente: su figura había padecido,
si no la injuria del olvido, sí -al menos- las deformaciones que siempre
se siguen de los apasionamientos de uno y otro signo. Personaje extraño
y siniestro para unos y mito sublime para otros. Nada de eso se da en este
libro que, en palabras de su autor, «intenta ser una contribución al esclarecimiento de la personalidad de Juan Antonio Llorente, de su evolución
ideológica y biográfica. No pretende la exaltación de su figura; y menos
aún aventurar temerariamente juicios sobre su conducta moral o sobre un
hipotético balance -glorioso o nefasto- de su existencia. Después de más
de 160 años desde su fallecimiento se puede comprobar cómo la historia
ha dado la razón a algunas de sus objeciones y continúa albergando muchas de sus inquietudes. En todo caso, la perspectiva que facilita el tiempo
transcurrido permite ya valorar el significado de su combate, la aportación
de su crítica, la debilidad de su testimonio y explicar cuanto de profundamente humano se descubre en sus mismas desviaciones y rencores» (pp.
23-24).
Sacerdote de la vecina diócesis calagurritana -de cuya catedral fue canónigo como luego lo había de ser de la Primada de Toledo-, Juan Antonio Llorente es un ejemplo más de aquellos eclesiásticos dieciochescos
orientados hacia la Iglesia casi desde la cuna. El dato es tan interesante como para curar de espantos a quienes pudieran admirarse ante el fenómeno
existencial de un sacerdocio vivido -en parte, al menos- al servicio de los
ideales burgueses. La mentalidad social de aquel entonces se mostraba permisiva con estas aleaciones de valores tan dispares. Este contexto no se debe olvidar ya que -como cada cual- también Llorente fue hijo de su
tiempo. Su personalidad se forjó a lo largo de una vida que bien puede ser
contemplada «como encarnación de aquellos ideales y rechazos, de aquellas
inquietudes, rencores y apasionamientos, de aquella sensibilidad 'iluminada'
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RECENSIONES
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que caracteriza la turgencia próxima al alumbramiento de nuestra época»
(p. 15).
Los conocedores de la historia advierten de sobra que la Ilustración
no es un concepto unívoco a lo largo y a lo ancho del panorama europeo
y que ni siquiera en el marco de nuestra Patria se puede hablar de Ilustración como de una realidad homogénea. No existe, por tanto, personaje alguno de la Ilustración que la represente plenamente.
Tampoco Llorente, que es un ilustrado bien distinto de otros ilustrados. El «no pasa a la historia como abanderado de una utopía creadora,
como original contemplativo de un nuevo orden, como intérprete sagaz de
lo que las cosas son o deben ser ... Pasa a la historia, sin embargo, por su
talante de rechazo: como señero de una actitud crítica característica» (p.
21). Claro es que este rechazo se verifica desde una postura ilustrada, racionalista, basada en un criterio que «se caracterizaba sobre todo por su radicalidad y su capacidad expansiva: 'la autoridad extrínseca es nula en competencia con el raciocinio sólido y natural'. He aquí la semilla que encierra
todas las virtualidades que se desarrollarán sucesivamente» (p. 316).
Nacido de una familia campesina con nobleza de sangre, Juan Antonio Llorente se movió constantemente por aspiraciones que le llevaron a
situarse en la clase política dirigente y en la esfera de una intelectualidad
inquieta y pluriforme. En la tensión «centro-periferia», que contrapone diversos ámbitos de la Ilustración española, Llorente tendió al centro, hasta
optar por una actitud de centralismo cada vez más despectiva con las sensibilidades foralistas. Cartesianismo a ultranza fue el suyo y hubiera sometido la misma Iglesia a su rígida concepción centralista de la sociedad, cuyo
núcleo más sólido era -a su entender- el poder civil.
En los escritos llorentinos se descubre la faz ideológica del jansenismo tardío en característicos perfiles como la fobia antifrailesca, sangrantes
denuncias del fariseísmo eclesiástico, distinción «disciplina-dogma», episcopalismo jurisdiccionalista, regalismo táctico, crítica mordaz, aversión a la
Curia Romana, apelación a la pureza de los orígenes del cristianismo. Pero
todo ello sin elevación espiritual, lo que contrasta con el temple apasionado del eclesiástico. Drama humano -entiende Enrique de la Lama-que
pone en contraste un pathos Íntimamente asumido y un ethos profesado y
no renunciado. «Llorente nunca perdió la fe. Al menos retuvo hasta el fin
-a tÍtulo de profesión teórica de su credo- la condición sacerdotal y el
orgullo de su catolicismo ilustrado. (... ) Ahora bien, puesto que mantenía,
por un lado, aquel criticismo radical que era su norma y, por otro, la fe,
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RECENSIONES
esencialmente basada en la aceptación de la autoridad externa, Llorente no
pudo evitar la vivencia de un conflicto interior que jamás llegó a resolver.
Encontró, sin embargo una salida de compromiso: el jansenismo. Un jansenismo que en él no pasa de ser ideología subsidiaria, expediente doctrinal,
forma mentis que adviene sobre una capacidad receptiva previamente determinada por una fría opción racionalista» (p. 321).
Toda realidad humana está amasada en indivisible unidad de barro y
de luz. Creo yo que Enrique de la Lama ha conseguido no olvidar este
gran principio al componer el relato biográfico de su paisano el canónigo
Llorente. Sin escamotear la verdad en ningún momento, deja hablar a los
hechos harto elocuentes en sí mismos, anota sus afirmaciones con copioso
material de archivo, y no desdeña -cuando se requiere- la explicación
erudita. El libro será leído con gusto 'no sólo histórico, sino también literario' por cuantos deseen acercarse a un tema palpitante que afecta también a la vida de hoy.
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