INTRODUCCIÓN La oración es posiblemente la expresión más

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INTRODUCCIÓN
La oración es posiblemente la expresión más privilegiada del
encuentro y diálogo entre el hombre y Dios. A través de ella, el hombre logra encauzar experiencias y sentimientos espontáneos de lamento, súplica, confianza, arrepentimiento, gratitud, alabanza, admiración, profesión de fe... Cuando estos sentimientos y experiencias
se convierten en lenguaje llegan a adoptar notables expresiones poéticas. Y cuando se hacen acompañar de música, se convierten en canción. Todo esto –oración, poesía y canción– es el libro de los Salmos,
verdadero culmen de la experiencia religiosa de Israel y una de las
joyas poéticas de la literatura universal.
1. Ambientación histórica
El libro de los Salmos está formado por ciento cincuenta oraciones
o cantos, de muy diversas épocas y autores, que se fueron agrupando
en distintas colecciones hasta alcanzar su disposición actual. En la
Biblia hebrea este libro ocupaba el primer lugar de la tercera parte,
conocida como los “Escritos”, y llevaba el nombre de Tehillim (alabanzas o himnos). En la versión griega adoptó el nombre de libro de los
“Salmos” o “Salterio”, nombres conservados en la versión latina.
Al hablar de la fecha de su composición, hay que distinguir entre
la composición del libro en su conjunto y la composición de los
distintos salmos. En su forma actual, la colección debía de existir ya
en el siglo III a. C. (el libro es citado por el Eclesiástico y está ampliamente difundido en Qumrán). Sin embargo, algunos de los salmos
que la componen son muy antiguos, anteriores incluso al mismo
Israel, que los supo recoger, adaptándolos a su fe y a sus necesidades
religiosas. Además, la presencia de colecciones menores dentro del
conjunto sugiere la posibilidad de que el libro haya conocido distinSalmos
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tas ediciones y agrupe colecciones particulares. Podemos decir que la
historia de la formación del Salterio es la historia del pueblo de
Israel, cuyos sucesivos momentos quedan aludidos o reflejados en los
diversos salmos.
También necesita aclaración la numeración de los salmos, que es
doble en la mayoría de los casos: la del texto hebreo tradicional (que
seguiremos aquí) y la de la traducción griega de los LXX (adoptada
en la liturgia y colocada entre paréntesis en nuestra traducción). La
diferencia se debe a algunas anomalías en la transmisión de los salmos. Algunos, como Sal 9 y 10, son en realidad uno solo, dividido en
dos de forma arbitraria; otros están duplicados, como Sal 14 y 53.
Estas anomalías no son de extrañar en un proceso de formación y
transmisión que duró muchos siglos.
2. Características literarias
División. Tal y como nos ha llegado, el Salterio está dividido en
“cinco libros” (a imitación del Pentateuco): Sal 1-41; 42-72; 73-89;
90-106 y 107-150. Al final de los cuatro primeros libros encontramos esta aclamación: ¡Bendito el Señor, Dios de Israel, ahora y por siempre! Amén, amén (Sal 41; 72; 89; 106). Pero también se sugieren otras
divisiones a partir del mismo libro. Así, se habla de salmos “yavistas”
(Sal 3-41; 90-150) y “elohístas” (Sal 42-83), según el nombre de Dios
(Yavé o Elohim) que predomina. Atendiendo a las indicaciones de los
títulos, se habla de salmos “de David” (Sal 3-41; 51-71; 108-110;
138-145), de los “hijos de Coré” (Sal 42-49; 84-85; 87-88), de los
“hijos de Asaf” (Sal 50; 73-83); de salmos “de Yavé, rey” (Sal 93-99),
salmos de las “subidas” o de peregrinación (Sal 120-134), o salmos
“aleluyáticos” (Sal 113-118; 136; 146-150).
Los títulos de los salmos. Ciento dieciséis salmos van precedidos de los
llamados “títulos”, o indicaciones iniciales, que pueden ser de tres tipos:
– Información técnica (nombre del salmo) y musical, e instrucciones para su ejecución.
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– Nombre de los autores (Moisés, David, Salomón, Asaf, hijos de
Coré, Hemán, Etán) a los que tradicionalmente se atribuyeron
los salmos.
– Datos históricos o litúrgicos, que pretenden situar los salmos en
la historia concreta de David (o de Israel) o bien sugieren su preciso contexto litúrgico.
Estos títulos no son originales, sino tradicionales, es decir, fueron
añadidos posteriormente por la tradición judía. Sin embargo, algunos
de ellos se remontan a periodos muy antiguos (los primeros traductores de la versión griega desconocían el sentido exacto de muchas
indicaciones). En cualquier caso, pueden servirnos para reconocer
antiguas tradiciones judías sobre el uso de los salmos.
Los salmos, poesía religiosa. Como se insinuaba al principio, los salmos, además de oración, son literatura poética o, si se prefiere, poesía
religiosa. Ello significa que para comprenderlos plenamente hemos
de afinar nuestra sensibilidad poética y saber descubrir y valorar los
recursos poéticos que los conforman. El vocabulario especial, las distintas formas de paralelismo (sinonímico, antitético o sintético), la
composición artísticamente elaborada, los juegos de palabras y, sobre
todo, la gran profusión y variedad de imágenes empleadas nos permiten acercarnos a la experiencia original del salmista, a su intención y a la experiencia e intención del pueblo que los hizo suyos. De
esta manera, comprenderemos mejor la dureza de ciertas expresiones
o la violencia de ciertos sentimientos que parecen chocar con nuestra cultura poética y nuestros sentimientos cristianos.
Géneros literarios. Tanto por su origen, o contexto vital en que surgieron, como por su forma literaria, por su temática o por su naturaleza individual o colectiva, los salmos pueden ser catalogados y agrupados en “géneros” o familias. Es importante identificar y conocer el
género literario de cada salmo, pues ello nos permite introducirnos
mejor en la historia de cada uno, distinguir sus peculiaridades y captar más plenamente su sentido original. Aunque se han dado distinSalmos
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tas clasificaciones de géneros, muchas de ellas bastante coincidentes,
nosotros para facilitar la identificación concentramos los salmos en
tres grandes géneros: himnos, súplicas e instrucciones (o salmos
didácticos), que nos permiten encuadrar otras subdivisiones.
a) Los himnos constituyen una de las muestras más representativas
y variadas de los salmos. Su rasgo más distintivo es la alabanza a Dios
que se ha manifestado en la creación y en la historia, y la exaltación
de sus atributos. Su origen o ambiente vital es el culto y, más concretamente, las liturgias comunitarias (puestas de relieve en los diálogos,
estribillos y aclamaciones). Su esquema más general contiene una
introducción en forma de invitación que el salmista dirige a sí mismo
o a la asamblea; el cuerpo del himno, donde se enumeran los motivos
que inspiran la alabanza; y la conclusión, con diversas variantes (repetición de la introducción, resumen de motivos, fórmulas de bendición, etc.). Dentro de este género de himnos se pueden incluir los
siguientes subgéneros:
• Himnos a Dios, Creador y Señor de la alianza (Sal 8; 19; 29; 33;
100; 103-104; 111; 113; 114; 117; 135; 136; 145-150).
• Himnos al Señor como rey (Sal 93; 96-99).
• Salmos reales, incluidos los salmos de entronización y los salmos
“mesiánicos” (Sal 2; 18, 20; 21; 45; 72; 89; 101; 110; 132; 144).
• Cánticos de Sión, que exaltan a Jerusalén y al templo (Sal 46; 48;
76; 84; 87; 122), y donde se pueden incluir también los “cánticos
de las subidas” o salmos de peregrinación (Sal 120-134).
b) Salmos de súplica. La súplica, tanto individual como colectiva, es
el motivo más frecuente en los salmos. Su contexto inmediato son las
situaciones difíciles de la vida del hombre (enfermedad, peligros,
enemigos, prisión, falsas acusaciones, proximidad de la muerte) o del
pueblo (guerra, sequía, hambre, plagas, exilio, etc.), que hacen dirigirse a Dios en busca de auxilio y soluciones. Su estructura común consta de: introducción con la invocación del nombre de Dios; situación
apurada del salmista (o del pueblo); súplica propiamente dicha; y
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motivos que la fundan. Dentro de este género se incluyen tres grandes
grupos:
• Lamentación o súplica, tanto individual (Sal 5-7; 13; 17; 22; 25; 26;
28; 31; 35; 36; 38; 39; 42; 43; 51; 54-57; 59; 61; 63; 64; 69-71;
86; 88; 102; 109; 120; 130; 140-143), como colectiva (Sal 12; 44;
58; 60; 74; 79; 80; 83; 85; 90; 94; 108; 123; 137).
• Salmos de confianza: muy parecidos a los anteriores, desarrollan
mucho más los motivos de confianza y reflejan una situación de
seguridad, paz y alegría en el salmista. Se presentan también
como individuales (Sal 3-4; 11; 16; 23; 27; 62; 121; 131) y comunitarios (Sal 115; 125; 129).
• Salmos de acción de gracias: constituyen la fase final o el desenlace
de los anteriores salmos de súplica y confianza, y tienen cierta afinidad con las alabanzas o himnos. Sus elementos distintivos son
la descripción de la intervención de Dios (tras el peligro y la
súplica) y la exhortación a la alabanza y a la acción de gracias. Los
más representativos son: Sal 9-10; 30; 32; 34; 40 2-12; 41; 92;
107; 116; 138.
c) Salmos didácticos o de “instrucción”. No se trata sólo de los llamados salmos “sapienciales”. En este grupo se incluyen toda una serie de
salmos, generalmente diversos entre sí, cuya finalidad última es enseñar (comportamientos o actitudes), instruir en determinados aspectos y exhortar al individuo o al grupo. Distinguimos cuatro grupos
dentro de este peculiar “género”:
• Salmos históricos (Sal 78; 105; 106), que recogen a modo de profesión de fe las grandes intervenciones de Dios en la historia de
Israel, destacando su misericordia y fidelidad, y exhortando a
corresponder con las actitudes adecuadas.
• Salmos litúrgicos (Sal 15; 24; 91; 95; 134), que recuerdan y enumeran las condiciones requeridas para entrar en el templo,
presentarse ante Dios o participar en el culto.
• Salmos proféticos (Sal 14; 50; 52; 53; 75; 81) que, incorporando
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fórmulas y motivos propios de los libros proféticos (oráculos, promesas, acusaciones), insisten en las grandes exigencias de la alianza.
• Salmos sapienciales (Sal 1; 37; 49; 73; 112; 119; 127; 128; 133;
139), que recogen también fórmulas y motivos claramente
sapienciales como la meditación sobre la ley, los caminos opuestos de justos y malvados, y, más concretamente, el problema de la
retribución.
Antes de cerrar este importante capítulo conviene tener en cuenta
dos últimas consideraciones. La primera es que, a pesar de las distintas clasificaciones, hay que contar con la existencia de muchos “salmos mixtos”. En ellos, los temas, los motivos teológicos y las formas
literarias se encuentran mezclados. Por eso conviene respetarlos en su
forma actual, sin pretender a toda costa forzarlos o encasillarlos. La
segunda consideración es que hay que aprender a leer los salmos en
el contexto de toda la literatura del Antiguo Testamento, de la que
forman parte y a la que remiten constantemente. En efecto, como
acabamos de ver al hablar de los géneros, en los salmos nos encontramos con los grandes temas de los cuatro bloques principales del
Antiguo Testamento: Pentateuco (creación, liberación, alianza, ley),
Escritos históricos (don de la tierra, monarquía, elección de Sión,
templo), Escritos proféticos y sapienciales; y, a la inversa, en estos
bloques encontramos testimonios de literatura sálmica (Ex 15; Jue 5;
1 Sm 2; 2 Sm 1; 1 Cr 16 8-36; 2 Cr 6 41-42; Jon 2; Nah 1; Hab 3; Dn
3 51-90; Tob 13).
3. Claves teológicas
Los salmos se dirigen a Dios, pero también hablan de Dios: de sus
atributos y de sus intervenciones, de la experiencia que el salmista
tiene de la presencia o de la ausencia de Dios en su vida. Y hablan
también del hombre (y del pueblo de Israel) en su relación con Dios.
Sin pretender ser exhaustivos, indicamos algunas constantes teológicas de los salmos, para concluir en la utilización que, primero Cristo
y después la Iglesia, hicieron de los salmos.
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En los salmos se alaba a Dios por lo que es, por su grandeza, por las
maravillas que ha hecho en la naturaleza y en la historia del hombre,
por su lealtad, por su fidelidad, por su capacidad inagotable de perdonar, de hacer justicia, de dispensar sus beneficios a los hombres y,
de modo especial, al pueblo de Israel a lo largo de su historia. Se le
suplica el perdón, la vida, la prosperidad, la reivindicación de la propia inocencia o el castigo de los malvados.
Los salmos son –como se ha dicho acertadamente– “la oración de
Israel”. Constituyen la experiencia religiosa de un pueblo plasmada,
a lo largo de los siglos, en estas oraciones apasionadas o serenas, llenas
de confianza en el Señor o de impaciencia porque su intervención
salvadora parece retrasarse. A Dios se le habla de tú a tú, con una
increíble libertad, incluso con descaro en algunas ocasiones. En la
oración, los israelitas gritan de entusiasmo o gimen de dolor, se recrean
en las acciones de Dios y, a veces, casi le exigen una respuesta, o intentan provocar su ira o su venganza. No hay nada de extraño en todo
ello: el mismo Dios toleraba e intentaba encauzar los sentimientos,
en muchas ocasiones primitivos, de un pueblo que iba madurando
lentamente en su fe y en su comprensión de la revelación del Dios de
infinito perdón y de amor infinito.
En Cristo esta revelación llega a su plenitud. El mismo Jesús bebió
y vivió la espiritualidad de los salmos y los utilizó en su oración,
como buen judío. Y los primeros cristianos se sirvieron de ellos para
entender el misterio del Dios hecho hombre y para explicarlo en sus
catequesis (basta leer los discursos de los Hechos de los Apóstoles).
Fiel a su Maestro, la Iglesia ha seguido orando con los salmos: son
la palabra que el mismo Dios nos enseña para que se la dirijamos.
Puede que nos resulte difícil conectar en ocasiones con alguno de
ellos. Pero, contemplados a la luz de Cristo, de la propia experiencia
personal y de la vida de su comunidad de salvación, siguen siendo un
manantial privilegiado de oración para los cristianos, sobre todo si
aprendemos a entenderlos y a incorporarlos a la oración cristiana por
excelencia, el Padrenuestro: también en él están presentes la confianza absoluta en Dios, la alabanza, la súplica, la petición de perdón,
y todo ello enseñado y vivido por el Hijo mismo de Dios.
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4. Bibliografía
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Gunkel, H., Introducción a los Salmos, Valencia 1983.
Kraus, H. J., Teología de los Salmos, Salamanca 1985.
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Mannati, M., Orar con los Salmos, Estella 1986.
Prévost, J. P., Diccionario de los Salmos, Estella 1990.
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SALMO 1
EL SEÑOR PROTEGE EL CAMINO DE LOS JUSTOS
Jr 21 8; Dt 30 15-20; Mt 7 13-14; Sal 119
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Feliz el hombre que no sigue el consejo de los malvados,
ni se entretiene en el camino de los pecadores,
ni se sienta en la reunión de los necios,
sino que pone su gozo en la ley del Señor,
meditándola día y noche.
Es como un árbol plantado junto al río:
da fruto a su tiempo y sus hojas no se marchitan;
todo lo que hace le sale bien.
No sucede lo mismo con los malvados,
pues son como paja que se lleva el viento.
No prevalecerán en el juicio los malvados
ni los pecadores en la asamblea de los justos,
porque el Señor protege el camino de los justos,
pero el camino de los malvados conduce a la perdición.
Abre el salterio un salmo que es más bien una reflexión de tipo sapiencial. Su estructura tiene tres partes: bienaventuranza (Sal 1 1-2);
comparación (Sal 1 3-4); conclusión (Sal 1 5-6).
El salmo gira en torno a la oposición justos-malvados y al tema
de los dos caminos (Sal 1 1.6). El camino es metáfora conocida de
la conducta humana (véase, por ejemplo, Sal 25 8-9; 26 11-12;
Prov 1 15; 2 8-9). El salmo comienza declarando dichoso al hombre que, como el justo de Sal 26 4-5, no comparte las ideas, proyectos y maneras de actuar de los malvados, presentados como
corporación unánime, sino que tiene por consejera y tema de reSalmos
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flexión permanente, y como guía y norma de conducta, la ley del
Señor, acogida con gozo y cariño. En un periodo tardío de la reflexión sapiencial de Israel, la sabiduría llegó a identificarse con la
ley (véase Eclo 24). También es tradicional la identificación justo=sabio y su contraria, malvado=necio (véase Sal 5 5-6). Dichoso, pues,
el hombre que es “sabio” en este sentido. Todo lo contrario de los
malvados, los pecadores, los necios (quizá mejor “cínicos”): tres
adjetivos que caracterizan el tipo de persona que el salmista tiene
ante los ojos.
La imagen vegetal que el autor emplea como término de comparación es muy gráfica y sugerente (véase Sal 37 2.20; 90 5-6;
92 13-15; Jr 17 5-8): un árbol bien regado, lozano y frondoso, firmemente enraizado, y con frutos abundantes y logrados, frente a
la inconsistencia, falta de arraigo e inestabilidad de la paja que el
viento aventa. El axioma tradicional de que a los justos les va bien
y los malos fracasan se refleja en esta comparación (véase Sal 35;
37; 49; 73). Y constituye, además, el contenido de la última parte
del salmo (Sal 1 5-6), en la que el salmista resume y concluye
en tono solemne que el fracaso de los malvados y pecadores es
y será total y en todos los terrenos: forense (juicio), religioso
(asamblea de los justos), vital y práctico (perdición). Como el
salmo no especifica, puede entenderse todo esto tanto en el ámbito histórico como en el escatológico. Por contraste, aunque el
salmo no lo dice explícitamente, el camino de los justos-sabios
conduce a buen fin, al éxito, a la plenitud. La razón última, y esto
sí se dice explícitamente, es que el Señor protege (literalmente,
conoce) a sus fieles, a los que meditan y cumplen su ley. En relación con la ley se mencionó por primera vez en el salmo al Señor
(Sal 1 2), y ahora se menciona por segunda y última vez. Así comienza y termina el salmo y relaciona dos ideas que constituyen
su resumen perfecto: dichoso el justo que medita la ley del Señor,
el Señor protege el camino del justo.
Con parecidas imágenes nos instruye Cristo sobre los dos caminos
(véase Mt 7 13-14). En oír y cumplir su palabra (su ley) consiste, nos
dirá al final del Sermón del Monte, la suprema sabiduría; hacerlo así
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es garantía de firmeza y estabilidad (véase Mt 7 24-27). Cristo
mismo se entiende a sí mismo como el camino (véase Jn 14 6):
el que se mantiene en él produce mucho fruto, como el árbol del
salmo (véase Jn 15 5). A eso estamos destinados, para eso hemos sido elegidos: para que vayáis y deis fruto abundante y duradero
(Jn 15 16).
SALMO 2
HE ENTRONIZADO A MI REY
Sal 110; Hch 4 25-28; Is 40 15-17; Heb 1 5; Ap 19 15; 2 26-27
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¿Por qué se amotinan las naciones
y traman los pueblos inútiles proyectos?
Los reyes de la tierra se sublevan,
los príncipes conspiran contra el Señor y su ungido:
«¡Rompamos sus coyundas, sacudámonos su yugo!»
El rey de los cielos se sonríe, mi Señor se burla de ellos.
Luego los increpa airadamente,
con su enojo los llena de terror:
«He entronizado a mi rey en Sión, mi monte santo».
Voy a proclamar el decreto del Señor; él me ha dicho:
«Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy.
Pídemelo, y te daré en herencia las naciones,
en posesión los confines del mundo.
Los machacarás con cetro de hierro,
los quebrarás como cacharro de alfarero».
Y ahora, reyes, reflexionad,
aprended, gobernantes de la tierra.
Servid al Señor con temor,
estremeceos y temblad ante él;
no sea que se irrite y os veais perdidos,
pues su ira se enciende de repente.
¡Felices los que se acogen a él!
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Salmo real, el primero de una serie de salmos que se ocupan de
la persona del rey, ungido (“mesías”) de Dios, en cuyo nombre
ejerce la soberanía y el gobierno (véase Sal 18; 20; 21; 45; 72;
101; 110; 132). Puede que estos salmos provengan o reflejen
algunas de las ceremonias relacionadas con el monarca: entronización, bodas reales, cortejos diversos, etc. Este salmo habla expresamente de la entronización del rey en Jerusalén (Sión), capital del reino, y de una rebelión de reyes vasallos. Hay motivos y
expresiones paralelas a las del Sal 110. Su estructura comprende tres partes temáticamente distintas: rebelión de reyes y naciones (Sal 2 1-6); decreto de adopción (Sal 2 7-9); exhortación
conclusiva (Sal 2 10-12). Como mecanismo literario, que da viveza
al salmo, en la primera parte habla el salmista y cita las palabras
de los reyes y las de Dios; en la segunda habla el rey israelita que,
a su vez, refiere las palabras de Dios; en la tercera recobra la palabra el mismo autor. Sal 2 11 presenta especiales dificultades
para la traducción.
Israel, como otros pueblos vecinos, daba especial relieve a la
entronización real: era lo que hoy llamamos “coronación”, es decir, la toma de posesión del trono y el inicio oficial del reinado. Uno
de sus ritos era la unción con óleo sagrado, en señal de consagración. Por ella el rey se convertía en el mesías o ungido del
Señor. Y por el decreto de adopción el rey quedaba legitimado
como hijo adoptivo de Dios, como su más cualificado representante (Sal 2 7; véase 2 Sm 7 14; Sal 89 27-28). Se establecía una
cierta identificación entre el rey y Dios: obedecer al rey era obedecer a Dios, y rebelarse contra él significaba rebelarse contra el
mismo Dios que lo respaldaba y a quien representaba (Sal 2 2-3).
El salmista comienza constatando un levantamiento de reyes y
naciones contra el rey israelita quizá, como era bastante normal,
tras la muerte del rey anterior y en el momento del inicio del
nuevo reinado. Con la pregunta inicial el autor expresa el asombro
que le produce tamaña osadía y el fracaso a que está condenada
(inútiles proyectos). Los reyes son vasallos de Israel, como se
desprende de sus mismas palabras. (Sal 2 3).
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