La aventura de los corceles robados.

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Título : La aventura de corceles robados.
Categoría: 3
Pseudónimo : Maroko629
El sol se levantaba en el horizonte. De la posada se podía oír a la posadera que estaba
preparando el desayuno para los huéspedes. En todas partes flotaba el olor de leche hervida.
Fue este olor que despertó al escudero siempre hambriento. Sancho Panza se estiró
languidamente aún los ojos cerrados. No le apetecía nada abandonar la paja caliente, pero el
hambre era fuerte. Saltó deprisa de la cabaña que ocupaba durante la noche, se lavó la cara
con agua fría y corrió a la cocina para ver si el desayuno de su señor ya estaba en la mesa.
Todo estaba listo, entoncés subió para despertar a don Quijote. Este ya estaba despierto a
causa del estomago vacío. Sancho le ayudó a vestirse y los dos bajaron para desayunar. La
comida caliente les agradaba, porque durante los últimos días comían sólo algo frío.
- Mi señor – dijo el escudero la boca llena – todo está listo para encaminarnos.
- Muy bien mi fiel escudero. En el mundo hay todavía enemigos a batir y damas oprimidas a
salvar. Además, seguro que mi querida, Dulcinea del Toboso, espera con impaciencia mi
regreso.
- Mi señor, podemos irnos cuando quieras – respondió Sancho – Voy a preparar nuestros
corceles – dijo y corrió hacía los establos.
De repente don Quijote oyó los gritos de Sancho que lamentaba muy fuerte:
- ¡Mi señor, los ladrones habían robado el caballo y el burro!
Sancho corría agitando sus brazos cortos y buscando al ladrón en todas partes.
- Señor, ¿qué vamos a hacer? - supiró el escudero desesperado.
- ¡No te preocupes mi fiel Sancho! – respondió Quijote – ¡El verdadero caballero va a
superar todos obstáculos! ¡Voy a encontrar al ladrón y a castigarle ahora mismo o no soy
caballero!
Don Quijote regresó a la posada sentándose y saboreando la bebida caliente. Llegaron
también los campesinos que miraban al caballero con curiosidad. Le preguntaron sobre sus
aventuras y él, con placer, les contaba sus historias de gigantes horribles y damas oprimidas.
Por eso olvidó lo de los ladrones. Pero cuando hablaba de la dama de su corazón, se recordó
el objetivo de su viaje – ver a Dulcinea. Salió deprisa al patio donde encontró a su escudero.
- ¡No tenemos tiempo para buscar al ladrón! ¡No puedo perder ni un momento más! ¡Nos
ponemos en marcha inmediatamente! ¡Si mañana no veo a mi dama, no me llamo don
Quijote! ¡Sancho búscame otro caballo!
Desgraciadamente les quedó solamente cinco reales y ninguno de los habitantes del
pueblo quería venderles un caballo. Por esa cantidad de dinero Sancho podía conseguir sólo
un burro viejo y cojo.
Los campesinos se reían a carcajadas al ver al bravo caballero montando a su corcel.
Y el fiel escudero, cargado con bolsas de comida y armas de su señor, le siguió a pie.
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