A MANUEL A. MERCADO Guatemala, abril 19 de 1877. Mi muy querido amigo. Puse aquí el pie, y hallé su carta; así, sobre penas y años, me verá V. siempre, desde esta y toda tierra, su hermano activo y cariñoso. No quisiera escribirle hoy, que aún tengo el espíritu molesto con una mezquina conversación—no fue conversación—de rencillas, provechos, prevenciones y odios que un español aquí importante, que me va alcanzando por las calles, tuvo conmigo ayer. Yo vengo lleno de amor a esta tierra y a estas gentes; y si no desbordo de mí cuanto las amo, es porque no me lo tengan a servilismo y a lisonja. Estos son mis aires y mis pueblos. Si no hay muchas inteligencias desarrolladas, a animarlas vengo, no a avergonzarlas ni a herirlas. Ni me place oír decir a los extraños,—a los verdaderamente extraños, por su espíritu acerbo de aversión,—que nuestra América enferma carece de las ardientes inteligencias que le sobran.—Aquí, como en México, todo el mundo tiene talento; se habla bien el castellano; se vive honradamente, a lo que ayuda la vigilancia mutua; estorbo y ventaja de los pequeños pueblos; se ama al fin lo nuevo, y cunde entre los hombres jóvenes el salvador espíritu de examen. No es que Guatemala sea pequeña, ni escasas sus gentes: es que es un pueblo que se ha movido poco, y como sus elementos han sido permanentes, aún le duran y con facilidad son conocidos. Sin círculo literario, sin hábito de altas cosas,—aunque con aliento y anhelo para todas,—sin prensa, sin grandes motivos naturales, —mis soberbias tienen que ser muy prudentes para no parecer aquí presunciones.—A más, que muy de veras creo que muchos hombres, en todas partes, valen lo que yo. De manera que mi fuego íntimo es contenido por mis urbanidades y por mis temores.—Estas precauciones no han bastado para evitar que mi nombre ande ya en boca de las gentes, a quienes en modo alguno me he exhibido, loado por algunos, y hasta loado vivamente, repetido con curiosidad por los más, y—no quisiera yo mismo saberlo—tal vez tenido como obstáculo por unos pocos. Es que se susurra que escribo y hago versos, que hablo, que investigo, que aquí pido un Código y lo juzgo en un instante—¡brava cosa, cuando se tiene costumbre de leer y sentido común!—y allí inquiero tradiciones, que no hallo, porque para el sábado próximo tengo ofrecido hacer drama de una leyenda patria para que la representen los alumnos de la Escuela Normal.— Es que saben que me está destinada una cátedra, y alguna más en la Universidad;—que me ven rodeado y directamente protegido, con más afecto en ellos que solicitud en mí, por las gentes de más valer;—y es, entre los hombres de foro, que a los pocos días de mi llegada, solicité ser examinado en los Códigos Patrios, recientemente publicados, no vigentes aún, y hasta hoy no profesados ni hablados en las aulas. Don Joaquín Macal, el ministro de Relaciones Exteriores, me ha acogido paternalmente, merced a Uriarte: es muy entusiasta, y piensa en mí más que yo mismo. Montúfar, que es una hermosa inteligencia, ministro de Instrucción Pública, me provee ganoso de libros históricos y literarios, y ha querido espontáneamente presidir mi examen; se me quiso revalidar mi título sin este, e insistí en él, con placer de los que ya me quieren.—Estos nacientes cariños no ahogan ni entibian otros inolvidables y ejemplares, que serán siempre en mí vivos y profundos. Notará V. a todo esto que no tengo aún aquí una situación práctica:— ¿la prisa en conseguirla no hubiera sido una manera de estorbarme la amplia que necesito?—Ni busco empleo, sino trabajo más digno y propio. —El empleo, que administra a los comunes, por los de la comunidad debe servirse.—¡Fuera tanta mi fortuna que no tuviera yo nunca que valerme de ellos!—La enseñanza primero, y la abogacía después, si salgo airosamente de mi examen, me harán mi situación modesta, auxiliada por más pequeñas cosas.—Creo que mi casa bastará a sus necesidades, en tanto que yo, preparándome para su ventura, hago la mía.—Como reflejo a mi Carmen, gano voluntades.—Tengo un contento íntimo, una seguridad casi absoluta, que a grandes voces me dicen, con más fuerza cada día, que lograré cuanto necesito.—Yo iré honrando mi nombre; y ella vivirá a mi lado: suyos son esta obra y nacimiento.—V. lo sabía un poco, pero aún no lo sabía bien:—yo me moría.—Soy de la que me salva, y la venero. Reiría V. si le contara cosas risueñas:—¡como si pudiera apartar yo voluntad, adoración y pensamiento de mi Carmen! La llevo conmigo, y delante de mí; me digo a todos obligado a ella; y cuando hablan de mí, de ella se habla.— Todos lo saben.—Por cierto que me aflige que Lola y Carmen no se conozcan todavía: ¿por qué no han de conocerse las que se quieren tanto de antemano?—Y que es buena la liga de los buenos.— Por el vapor de Panamá, que lleva estas cartas, espero hoy las de mi familia. Lucho porque me sean un remordimiento, y no me lo pueden ser. Mortifico e increpo a mi conciencia, y no me hallo tachable. ¿Qué deber ha de estorbarme mi Carmen, ella que vive de mi misma clase de pasiones? Este parcial abandono, fortificando mi vida, servirá luego para que yo ayude mejor a la de todos.—Así creo. De muchas cosas le hablaría: de mis cuidados por su situación, que no me abandonan y están inquietos; de la bondad unánime con que he sido recibido; de la inconveniencia de dejar a la prensa sus libertades licenciosas, cuando honrados amigos no las compensan y vencen desmintiendo con lealtad y brío las afirmaciones injuriosas:—así Lerdo, mordido por El Padre Cobos, y dejado morder por los suyos, pasa aquí como Calígula y Vitelio.—Voy por todas partes aprendiendo grandemente;—y, hervidero de ideas, busco espacio en que aplicarlas y verterlas:—En la República de Paturot, donde sean tenidas como buenas mis buenas intenciones;—y donde no sea mi alma, y en México lo hubiera logrado y aquí lo lograré, tachada de extranjera.— Cuando escriba a Manuel, he de decirle que las Artes aquí no tienen templo, ni sacerdotes, ni creyentes. Todo lo absorbió el dogma, y, amén de los escultores sagrados de la Antigua, y de Pontaza, pintor sagrado que, por lo que profana, parece profano, ni hubo ni hay cosa digna de mención.—Cierto escultor Quezada valió mucho, e hizo excelentes Cristos, pero estos han desaparecido, y con ellos toda noticia o modo de darla acerca de su autor.—De Pontaza hay un cuadro grande en Santo Domingo, donde por entre los frailes ensangrentados, incrustados sin sombra en una perspectiva ingradada, pasean unos soldados plomizos, que calzan botas flamencas, visten corazas férreas, y ostentan cascos del siglo ocho.—Hay, en cambio, aunque amaneradas, excelentes esculturas en madera.—Con esto, y con decirle que pienso en él cada vez que veo algo bello, está escrito el principio de mi carta a Manuel Ocaranza. Al pequeñuelo de los ojos árabes, que honrará padre y madre, dele un abrazo varonil. Y a la pudorosa Luisa, a la correcta Alice, a la inteligente Lola, al altivo Gustavo, y al sonrosado postgénito, amantes besos míos. —A Lola, mi apasionado respeto. Y a V., un cariño vivo que paga bien el suyo. Hábleme de todo, y de sus cosas.—Su hermano.— J. MARTÍ Iba a escribir a V. sobre mis libros, pero dos cartas desgarradoras de Carmen aterran mi espíritu.—¡Hábleme de ella!.— [Ms. en CEM]