Edward Jenner e Ignaz Philipp Semmelweis

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ÁMBITO FARMACÉUTICO
Historia de la farmacia
Edward Jenner
e Ignaz Philipp Semmelweis
Vacunas y antisépticos antes de la teoría microbiana
Edward Jenner e Ignaz
Philipp Semmelweis
hicieron descubrimientos
clave para la historia del
tratamiento de las
enfermedades infecciosas,
especialmente meritorios
por ser anteriores a la teoría
microbiana de Koch y
Pasteur. Sus esfuerzos y
postulados no siempre
fueron bien aceptados por
la comunidad científica
coetánea.
Caricatura sobre la vacunación.
ouis Pasteur y Robert Koch demostraron en el
siglo XIX que muchas enfermedades tienen
origen infeccioso. Aislaron y cultivaron los
gérmenes causantes de muchas enfermedades
infecciosas y desarrollaron vacunas, métodos de esterilización y medicamentos. Las líneas de trabajo de los
fundadores de la teoría microbiana condujeron al descubrimiento de vacunas, quimioterápicos, antisépticos
y antibióticos. Pero antes de que se estableciera y aceptara la teoría microbiana, Edward Jenner había ya introducido la vacuna antivariólica y Semmelweis había
descubierto el origen de la fiebre puerperal, reduciendo su mortalidad con el uso del primer antiséptico: el
cloruro cálcico.
L
Teoría microbiana
En el siglo XIX Louis Pasteur y Robert Koch desarrollan la teoría microbiana. Se dieron cuenta de que
muchas enfermedades, como la rabia y la tuberculosis,
son de origen infeccioso y que se transmiten de personas infectadas a otras sanas, que a continuación contraen
la enfermedad. Para que un germen se considerara
causante de una enfermedad debía cumplirse una serie
de requisitos que fueron establecidos por Robert
Koch. En primer lugar, en los tejidos del organismo
enfermo debía poder identificarse el microorganismo
que en principio se relaciona con la dolencia. A continuación, si se inoculaba ese germen a un animal sano
JUAN ESTEVA DE SAGRERA
CATEDRÁTICO DE HISTORIA DE LA FARMACIA. FACULTAD DE FARMACIA. UNIVERSIDAD DE BARCELONA.
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Pasteur, el padre de la microbiología.
Edward Jenner.
debía producirse la enfermedad y era preciso que
pudieran identificarse nuevamente los mismos gérmenes en sus tejidos. Una vez demostrado que un determinado germen era el causante de la transmisión de
una enfermedad, empezaba la búsqueda de opciones
terapéuticas: identificar sustancias que destruyeran los
cultivos de los gérmenes y desarrollar vacunas que
inmunizasen contra la enfermedad.
A partir de la formulación de la teoría microbiana
los investigadores tienen el camino despejado: conocen
el germen, le dan nombre, lo colorean para observarlo
mejor y ensayan sistemáticamente sustancias que inhiban el crecimiento bacteriano y más tarde intentan
convertir esas sustancias en medicamentos. El camino
fue largo y complicado y los primeros antibióticos no
aparecieron hasta el siglo XX.
ni identificado. Jamás supieron el nombre del germen
que producía la viruela o mataba a las parturientas, no
dispusieron de los cultivos de esos gérmenes previamente identificados para desarrollar vacunas, antisépticos, quimioterápicos o antibióticos. Pero su capacidad
de observación, en ausencia de teoría microbiana, le
permitió a Jenner introducir la primera vacuna y a
Semmelweis, el primer antiséptico.
Algunos autores atribuyen ambos descubrimientos al
azar, a la serendipia. Sin embargo, son dos aportaciones
basadas en la observación y la reflexión sobre lo observado, por lo que no debe restarse mérito alguno a Jenner y
Semmelweis. Antes al contrario, las condiciones en que
realizaron su aportación, sin teoría microbiana y con la
oposición de sus colegas, hace más meritoria su obra.
Jenner y Semmelweis no disponían de la teoría microbiana para justificar la vacunación y la antisepsia, no
podían demostrar que la viruela y la fiebre puerperal se
debían, respectivamente, al virus variola y a diversos
estreptococos, enterococos y proteus, entre otros gérmenes que pueden causar infecciones del tracto genital
femenino después del parto o del aborto. Sólo sabían
que se podía vacunar contra la viruela y destruir con
cloruro cálcico el veneno que según Semmelweis causaba las fiebres puerperales. Por ello hubieron de soportar
críticas, descalificaciones y burlas, sobre todo Semmelweis, que sufrió en vida la incomprensión general y
murió deprimido y al borde de la locura.
Observación, reflexión y serendipia
Resulta sorprendente, en cambio, que con anterioridad a la teoría microbiana, sin haber sido postulados
sus principios y sin saber qué microbio concreto era el
causante de la enfermedad, se produjeran dos avances
de gran trascendencia: la vacunación antivariólica de
Edward Jenner y la introducción del cloruro cálcico
como antiséptico contra la fiebre puerperal por parte
de Semmelweis. Estos dos autores no conocían previamente el germen patógeno, que no había sido aislado
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ÁMBITO FARMACÉUTICO
Historia de la farmacia
Medicamentos antimicrobianos
Alexander Fleming descubrió la penicilina en
1928. Previamente, en 1921, había observado el efecto antibacteriano de la lisozima, una enzima digestiva
presente en la saliva, las lágrimas y la clara de huevo.
En 1928, trabajando en el laboratorio del hospital
St. Mary’s de Londres contaminó de forma accidental
uno de sus cultivos de estafilococos. El agente contaminante y por tanto el primer antibiótico fue el
moho Penicillium notatum, que había provocado en la
placa de cultivo una región circular en la que no existía crecimiento bacteriano.
La vacunación fue iniciada empíricamente por
Edward Jenner y se generalizó gracias a Pasteur.
A partir de la obra de Pasteur se han desarrollado
muchas vacunas eficaces contra las enfermedades
infecciosas. La sueroterapia fue aplicada en las postrimerías del siglo XIX por dos discípulos de Koch: Emil
Behring y Shibasaburo Kitasato. Los primeros agentes antibacterianos y antiprotozooarios no aparecieron hasta las primeras décadas del siglo XX. Los quimioterápicos fueron sintetizados químicamente y los
antibióticos se obtuvieron a partir de microorganisGracias a las vacas
mos.
La historia de los quimioteráEdward Jenner (Berkeley, Inglapicos empieza con un discípulo
terra, 1749-1823), era hijo de
de Koch, Paul Ehrlich, quien
Stephen Jenner, vicario de Berobservó que un colorante, con
keley, que falleció cuando
estructura química azo, era efiEdward tenía cinco años. A los
caz contra la enfermedad del
trece años comenzó a colaborar
sueño. Sintetizó un derivado
con un médico cirujano de Sodarsenical que no fue capaz de
bury y en 1770 inicia sus estuneutralizar al protozoo causante
dios en el Hospital San Jorge, en
de la enfermedad del sueño pero
Londres, donde será discípulo
en cambio se mostró eficaz condel cirujano John Hunter. En
tra la sífilis, en 1909. El número
1778 contrajo matrimonio con
606 del screening farmacológico
Catalina Kingscoke, mujer de
fue llamado salvarsán, es decir,
salud delicada, que colaboró
arsénico que salva. Fue el priactivamente en los trabajos de su
mer medicamento realmente
marido, que ejerció la medicina
eficaz contra la sífilis y en varios
en Berkeley.
países europeos se redujo de
La viruela causaba estragos
forma espectacular la mortalidad
entre la población y Jenner reaproducida por la sífilis e incluso
lizó una observación casual
el número de personas que
sobre la que reflexionó mucho
Carta manuscrita de Edward Jenner.
padecían la enfermedad. Ehrlich
antes de llegar a la conclusión
creía que la farmacia sería capaz
que lo haría famoso. De visita
de desarrollar un remedio espeen una granja habló con una
cífico para cada enfermedad bacteriana, una «bala
ordeñadora de vacas, quien le aseguró que ella nunca
mágica» selectiva sobre el agente patógeno sin dañar al
enfermaría de viruela gracias a su trabajo de ordeñaorganismo de la persona que padecía la enfermedad.
dora. Jenner empezó a observar a las ordeñadoras y
La investigación sobre colorantes desembocó en la
para su sorpresa ninguna de ellas padecía la viruela
síntesis de las sulfamidas. En 1932 Gerhard Domagk y
humana, pues se habían inmunizado padeciendo el
su equipo obtuvo un colorante, el prontosil, que era
cowpox, una viruela leve que se produce en las ubres
eficaz contra las bacterias in vivo pero no en los cultide las vacas. Jenner se dio cuenta de que las ordeñavos de laboratorio. La causa era que el prontosil se
doras de las vacas padecían la viruela vacuna, una
metabolizaba en paraaminobencenosulfonamida (sulfoenfermedad que causa síntomas de poca importancia
namida), la molécula activa, que había sido sintetizada
en el hombre, y que eran resistentes al contagio de la
por P. Gelmo en 1907.
viruela humana, por lo que era el único grupo poblaEn los años cuarenta del siglo pasado se disponía ya
cional que no padecía la enfermedad.
de varias sulfamidas y se consumían en grandes cantiJenner extrajo pus de una pústula de la mano de
dades. Su éxito fue truncado por una nueva línea de
Sarah Nelmes, una ordeñadora que había contraído la
medicamentos antibacterianos, más eficaces y menos
viruela vacuna, y el 14 de mayo de 1796 inoculó a
tóxicos, los antibióticos, que introdujeron una nueva
James Phips, un joven que como resultado de la inocuera en la historia de los agentes antiinfecciosos.
lación no padeció la viruela humana.
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Sello dedicado a R. Koch.
Estatua de Jenner,
en Tokio.
Temeridad
Jenner había tenido éxito, pero sus colegas no aceptaron su descubrimiento y tenían razones no para hacerlo, pues se ignoraba la existencia de los microorganismos patógenos y parecía arriesgado usar viruela de las
vacas para inmunizar a los humanos. Los médicos criticaron a Jenner, le juzgaron temerario y la Asociación
Médica de Londres se opuso a la vacunación y expulsó
de su seno a Jenner, argumentando que la vacunación
produciría graves daños a los vacunados.
Hubo críticas violentas e injuriosas. Un folleto
publicado por el doctor Rowley contenía una viñeta
en que se representaba a un niño con cabeza de buey,
después de haber sido vacunado. Algunos clérigos predicaban en los púlpitos que la vacuna era anticristiana.
La apuesta de Napoleón
Las críticas se prolongaron durante veinte años y no
terminaron hasta que Napoleón dio la orden de vacunar a su ejército en 1805. Posteriormente la condesa
de Berkeley y Lady Duce vacunaron a sus hijos con
éxito y Jenner recibió ofertas para establecerse en
Londres. Rechazó la riqueza y prefirió permanecer
en Berkeley, donde llevó una vida holgada gracias a
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Retrato de Semmelweis.
diversas aportaciones económicas recogidas para
recompensarle.
Jenner recibió gran número de títulos de instituciones
como la Sociedad de Medicina de París y el Instituto de
Francia. Su carácter altruista se puso de manifiesto en su
actitud hacia los pobres de Berkeley, a los que vacunaba
gratuitamente en un pabellón en el jardín de su vivienda, el «templo de la vacuna». También vacunó a los vecinos de una aldea cercana, en principio hostiles a la vacunación, pero que cambiaron de opinión y pidieron
vacunarse cuando su párroco, al observar los numerosos
entierros de enfermos variolosos, les aconsejó que se
vacunasen. Jenner tuvo tres hijos: Eduardo, que falleció
en 1810, Catalina y Roberto. El final de su vida es
bucólico: editó sus poesías y se dedicó a sus principales
aficiones, la ornitología y el cultivo de plantas y flores.
Una anécdota ilustra bien el carácter de Jenner:
regaló una casa a James Phips, el joven que aceptó ser
vacunado por vez primera y él mismo cuidaba el jardín
de la casa. Murió de una hemorragia cerebral a los
73 años, en su localidad natal.
Escribió tres obras sobre la vacunación: An Inquiry
Into the Causes and Effects of the Variolæ Vaccinæ, or CowPox (1798); Further Observations on the Variolæ Vaccinæ, or
Cow–pox (1799); A continuation Facts and Observations
Relative to the Variolæ Vaccinæ, or Cow–pox (1800).
La difusión de la vacuna fue realizada por la Armada
británica en sus territorios del Mediterráneo (Gibraltar,
Menorca, Malta) y por los españoles gracias a la Real
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ÁMBITO FARMACÉUTICO
Historia de la farmacia
Imagen idealizada de la desinfección implantada por
Semmelweis en Viena.
Semmelweis.
Expedición Filantrópica de la Vacuna hacia las colonias
españolas de América y Filipinas, dirigida por el cirujano honorario de Carlos IV Francisco Javier Balmis y
Berenguer (1753-1819).
El «salvador de las madres»
Ignaz Philipp Semmelweis (1818-1865), nacido en
Budapest, Hungría, viajó a Viena en 1837 para estudiar
Derecho, pero su verdadera vocación era la Medicina y
cursó estudios en el Hospital General de Viena, donde
fue alumno de Joseph Skoda, Carl von Rokitansky y
Ferdinand von Hebra, tres celebridades médicas de la
Viena de su tiempo. En 1839, tras haberse inaugurado
la Escuela de Medicina de Budapest, regresó a su ciudad natal para proseguir su formación, pero la enseñanza no le convencía y retornó a Viena, donde se licenció en Medicina y empezó a trabajar con Rokitansky,
que se dedicaba a infecciones quirúrgicas. La realidad
del hospital y cuanto ve le deja insatisfecho: «Todo lo
que aquí se hace me parece muy inútil; los fallecimientos se suceden de la forma más simple. Se continúa
operando, sin embargo, sin tratar de saber verdaderamente por qué tal enfermo sucumbe antes que otros
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en casos idénticos». A los 28 años, obtiene el doctorado en obstetricia y es asistente en una maternidad del
Hospicio General de Viena.
En su época se consideraba que las miasmas eran la
causa de las infecciones, entre ellas la sepsis puerperal.
En 1795 se publican los primeros estudios que recomiendan lavarse las manos tras asistir a enfermas afectadas de fiebre puerperal antes de atender a nuevas parturientas. L. J. Boër, a principios del siglo XIX, aplica normas higiénicas en la Maternidad de Viena y consigue
reducir la mortalidad materna hasta el 0,9%. Su sucesor,
el doctor Klein, dejará de aplicarlas, con el resultado de
que la mortalidad asciende al 29,3% (moría una de cada
tres mujeres atendidas durante el parto en el hospital).
Oliver Wendell Holmes publicó en 1843 On the Contagiousness of Puerperal Fever, en el que recomendaba a los
médicos lavarse cuidadosamente, cambiarse de ropa y
esperar al menos 24 horas antes de atender a otra parturienta si habían estado en contacto con una enferma de
fiebre puerperal. La mayoría de médicos rechazaron el
método propuesto por Holmes.
Una mortalidad desconcertante
Semmelweis observó la alta tasa de mortalidad entre las
parturientas. En el hospicio había dos salas de partos,
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Semmelweis,
según Louis-Ferdinand Céline
«La forma carece de importancia, lo que cuenta es el fondo.
Y éste, supongo, es todo lo rico que se quiera. Demuestra el
peligro que existe en pretender demasiada felicidad para los
hombres. Es una vieja lección, siempre actual.
Suponed que, de la misma manera, surge hoy día otro inocente que se dedica a curar el cáncer. ¡Ni siquiera puede imaginarse a qué son tendría que bailar de inmediato! ¡Resultaría
verdaderamente fenomenal! ¡Ah, que se arme de prudencia!
¡Ah!, más le valdrá ser precavido. ¡Que mantenga perramente
sus precauciones! ¡Más botín ganaría alistándose al instante en
cualquier legión extranjera! Nada se da gratis en este bajo
mundo. Todo se expía; el bien, como el mal, tarde o temprano se paga. El bien, forzosamente, resulta mucho más caro».
Louis-Ferdinand Céline.
dirigidas respectivamente por los doctores Klein y
Bartch. En la primera, la mortalidad en 1846 era aterradora: el 96%. Preocupado, comenzó a estudiar las diferencias entre ambos pabellones. El de Klein era muy
frecuentado por los estudiantes de medicina, que atendían a las parturientas después de las sesiones de medicina forense. La sala de partos de Bartch era más utilizada
por las comadronas y la mortalidad se disparaba cuando
los estudiantes visitaban a las parturientas. Semmelweis
no cerró los ojos a la incómoda realidad: la causa de la
fiebre puerperal es que los estudiantes transportan algún
tipo de «materia putrefacta» o veneno desde los cadáveres hasta las mujeres. Así explicó un hecho en apariencia desconcertante: que las mujeres que daban a luz en
sus domicilios o en la calle tuviesen una tasa de mortalidad muy inferior al grupo de mujeres que parían en el
hospital, sobre todo si en éste eran atendidas por los
estudiantes de medicina. Semmelweis denunció que la
fiebre puerperal era originada por las partículas de cadáveres adheridas a las manos de los estudiantes.
El doctor Klein no estuvo de acuerdo con las conclusiones de Semmelweis. Klein responsabilizó a los
estudiantes, a los que acusó de brusquedad en la realización de los exámenes vaginales y acusó a los estudiantes
extranjeros, sobre todo a los húngaros, vistos con mucha
desconfianza en Viena. Así devolvía la acusación formu-
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lada por el húngaro Semmelweis y reivindicaba su inocencia. Klein expulsó a 22 estudiantes, sin que la situación mejorase. Semmelweis se desesperaba: «El sonido
de la campanilla que precede al sacerdote portador del
viático ha penetrado para siempre en la paz de mi alma.
Todos los horrores, de los que diariamente soy impotente testigo, me hacen la vida imposible».
Cloruro cálcico
En octubre de 1846 obligó a los estudiantes a lavarse
las manos antes de examinar a las embarazadas. La respuesta de Klein fue fulminante: el 20 de octubre despidió a su ayudante. Semmelweis hace un viaje por
Europa y retorna a Viena, donde espera que Skoda le
consiga una plaza en el hospital que dirige. Su hipótesis
se ve reforzada cuando fallece el profesor de anatomía
Kolletchka, tras herirse durante una disección y morir
de los mismos síntomas de la fiebre puerperal. La conclusión es evidente: la causa de la enfermedad son los
exudados de los cadáveres.
Gracias a Skoda es nombrado ayudante en la sala dirigida por Bartch. Su consigna no deja lugar a dudas:
«Desodorar las manos, todo el problema radica en eso».
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Idealización de la aplicación de la
vacuna.
Solicita que los estudiantes de la sala de Klein pasen a la
sala de Bartch: la mortalidad sube del 9 al 27%. Decide
preparar una solución de cloruro cálcico y obligar a que
se laven las manos los estudiantes que hayan trabajado en
el pabellón de disecciones ese día o el anterior. La mortalidad desciende al 12%. Consulta los archivos de la
Maternidad de Viena desde 1784 hasta 1848 y cruza los
datos de partos, defunciones y tasas de mortalidad. Él
mismo es el causante de varias defunciones: en junio de
1848 asiste de cáncer de útero a una mujer y a continuación explora a cinco parturientas. Las cinco mueren de
fiebre puerperal. En consecuencia, los vectores de la
enfermedad son las manos, que hay que limpiar minuciosamente, y no sólo contaminan los cadáveres sino
también a los enfermos. Decide que se laven las manos
con cloruro cálcico todas las personas que examinen a
las embarazadas: la mortalidad cae al 0,23%.
La demostración es irrefutable, pero no le hacen
caso: Semmelweis es un modesto médico húngaro que
está acusando de suciedad y descuido a las celebridades
médicas de la próspera y poderosa Viena. Se le acusa
de haber falseado las estadísticas y de que su experimento es erróneo y no puede ser reproducido.
Rechazado y enfermo
Mientras los médicos polemizaban y se negaban a dar
su brazo a torcer, las parturientas seguían falleciendo, a
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pesar de que el remedio era una simple cubeta de cloruro cálcico en la que lavarse las manos. Sólo le apoyan
Skoda, Rokitansky, Hébra, Heller y Helm. Prevalece la
opinión del influyente Klein y el 20 de marzo de 1849
Semmelweis es expulsado de la Maternidad.
Se traslada a Budapest en plena revolución contra los
húngaros y vive en condiciones penosas. Tiene hambre
y un brazo y una pierna fracturados. Su amigo, el doctor Markusovsky, consigue que lo acepten en la Maternidad de San Roque de Budapest, dirigida por el doctor Birley. Allí redacta su obra fundamental: De la etiología, el concepto y la profilaxis de la fiebre puerperal. Sus
consejos higiénicos son ignorados también en Budapest
y Semmelweis se desespera y comienza a deprimirse y
a utilizar un tono desequilibrado, como en la carta que
dirige a todos los profesores de obstetricia: «Mi descubrimiento, ¡ay!, depende de los tocólogos. Y con esto
ya está todo dicho (...) Llamo asesinos a todos los que
se oponen a las normas que he prescrito para evitar la
fiebre puerperal. Contra ellos, me levanto como
resuelto adversario, ¡tal como debe uno alzarse contra
los partidarios de un crimen! Para mí no hay otra
forma de tratarles que como asesinos. ¡Y todos los que
tengan el corazón en su sitio pensarán como yo! No es
necesario cerrar las salas de maternidad para que cesen
los desastres que deploramos, sino que conviene echar
a los tocólogos, ya que son ellos los que se comportan
como auténticas epidemias...».
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Busto de Balmis en la Universidad Miguel Hernández.
Sus adversarios le ridiculizan y le describen como
un pobre hombre, un enajenado. Desesperado, pega
pasquines en Budapest advirtiendo a las embarazadas
del riesgo que corren si acuden a los médicos. Su
situación es lamentable: padece alucinaciones, busca
tesoros escondidos en las paredes de su casa y es internado en un asilo. Le dan el alta, entra en el pabellón de
anatomía y delante de los alumnos abre un cadáver y
utiliza después el bisturí para provocarse una herida.
Quiere demostrar que los fluidos de los cadáveres son
venenosos. Cae gravemente enfermo y aunque Skoda
acude a Budapest para tratarle, fallece tras padecer los
mismos síntomas que las mujeres a quienes había
intentado ayudar y muere a los 47 años en brazos de
Skoda.
En la actualidad, en el Hospicio General de Viena
hay una estatua de Semmelweis, con una placa y la
siguiente inscripción: «El salvador de las madres». Su
obra científica se reduce a su tesis doctoral, La vida de
las plantas (1841) y a Die Ätiologie, der Begriff und die
Prophylaxis des Kindbettfiebers (De la etiología, el concepto y
la profilaxis de la fiebre puerperal), escrita en 1857 y
publicada en 1861. Hoy se cita con frecuencia una de
sus frases: «El deber más alto de la medicina es salvar la
vida humana amenazada, y es en la rama de la obstetricia donde este deber es más obvio». ■
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