AUTOR: Pedro González Rodríguez TUTOR: Juan Chiva Beltrán 3º CURSO 2007/2008 1 A todos los madrileños 2 INDICE Introducción…………………………………………………………….. Madrid, antes de ser Corte…………………………………………….. La Capitalidad………………………………………………………….. Crecimiento urbano……………………………………………………. Organización política…………………………………………………... Sociedad y Economía…………………………………………………... Arquitectura……………………………………………………………. El final de los Austrias…………………………………………………. Bibliografía……………………………………………………………… 4 5-12 13-16 17-21 22-26 27-30 31-39 40-42 43 3 INTRODUCCION <<Tu, félix Austria, nube>> (Deja que otros hagan la guerra. Tú Feliz Austria, cásate) El lema según el cual la dinastía austriaca conseguiría por medio del matrimonio más reinos que otros haciendo la guerra. Los Habsburgos, apellido de la dinastía, son conocidos entre otros aspectos por su inteligencia política matrimonial. El dominio de ésta dinastía en España (1517-1700) se gestó con el casamiento de Juana la Loca con Felipe el Hermoso, hijo del emperador Maximiliano I de Austria. La decadencia vino con el reinado de Carlos II, que desde pequeño tuvo que arrastrar graves problemas físicos y padecer la tutela de la regencia, los validos y demás gobernantes que mandaron en su nombre, estuvo dominada por la espinosa cuestión de la sucesión del débil monarca que se sabia iba a morir sin descendencia. 4 MADRID, ANTES DE SER CORTE Con frecuencia, se abre el estudio de la Historia de Madrid durante el fundamental período de los Austrias, situándose de golpe en el trascendental año de 1561, cuando Felipe II ordena el traslado de la Corte a esta Villa. Este traslado no fue definitivo, ya que entre 1601 y 1606 es Valladolid la ciudad de los monarcas. Como nos dicen los documentos de la época, nunca fue bienvenida ésta resolución, y tras observarse las diferencias entre una y otra capital (clima, alojamientos,..) el 4 de marzo Madrid es de nuevo Villa y Corte. Que Madrid fuera el lugar destinado a la corte no fue algo baladí. La centralización del poder aumentó su población en una cantidad que triplicaba antes de que esto sucediera. Se olvida, o se pasa por alto, el medio siglo largo anterior, como si se tratase de una laguna histórica, período durante el cual nada hubiese sucedido en Madrid, y la realidad es muy otra, aunque hay que admitir que, el peso político y cultural que vino después fue tal, que acabó ensombreciendo lo inmediatamente anterior. La larga primera mitad del siglo XVI fue, en gran parte, la del reinado del emperador Carlos, y aunque Madrid no se viese convulsionada por grandes cambios o sucesos, tampoco permaneció estática. Siguiendo un impulso anterior, no cesó de crecer, y ciertos hechos determinantes en el contexto general del país, tuvieron aquí también su reflejo. Apenas iniciado el reinado de Carlos I, corrió por toda Castilla como la pólvora, el descontento y la desconfianza hacia el nuevo monarca extranjero, y hacia sus ministros y consejeros. La Guerra de las Comunidades afectó también a la vida de la Villa, dividiendo en bandos a la población. Muchos nobles madrileños permanecieron fieles al rey, aunque no se organizaron en bando militar activo. 5 Dominios del emperador Carlos I de España y V de Alemania La guarnición del Alcázar permaneció leal al monarca, lo que no podía admitir la Junta Comunera, que se había hecho con el control del Concejo en 1520, poniendo sitio al Alcázar, aunque pactando enseguida un cierto respeto mutuo, que se rompió pronto. Antes de rendirse los del Alcázar a la Junta Comunera madrileña, se pactó de nuevo, aceptando esta última que tras la entrega se respetarían las personas y sus bienes. Con la derrota Comunera en Villalar, en abril de 1521, los ánimos volvieron a apaciguarse, y muy poco después, nadie en la Villa alardeaba de revolucionario. Carlos I Aunque parte de la Villa se había levantado contra Carlos I, otra le había permanecido fiel, con lo que era difícil aplicar a Madrid algún tipo de 6 castigo o penitencia, prácticas a las que por otro lado, no fue nunca muy proclive el emperador. Según los viejos cronistas, Carlos I cobró afecto a la Villa, poco después de las revueltas comuneras, al permanecer aquí convaleciente de unas fiebres, que se le habían declarado en uno de sus muchos desplazamientos entre Toledo y Valladolid. Residente y enfermo, durante una temporada en el Alcázar, pudo apreciar el buen aire y clima de la tierra madrileña. Muy poco después de esta estancia, el rey de Francia, Francisco I, es hecho prisionero en la batalla de Pavía, en 1525, por las tropas imperiales, y trasladado a Madrid, donde se hallaba el emperador. Durante mucho tiempo, fue motivo de discusión el lugar de hospedaje del soberano francés. Francisco I Hoy, parece seguro que pasó los primeros días en la torre de la casona de los Lujanes, en pleno corazón de la ciudad, en la vieja Plaza de San Salvador, hoy de la Villa, pero que fue trasladado enseguida al Alcázar, donde pasó el resto de su cautiverio madrileño. 7 Casona de los Lujanes (P. de la Villa) A pesar de venir prisionero, el garbo y la elegancia del refinado monarca francés, causaron sensación en la Villa, en la que tanto se habló del porte y distinción del preso que, según la leyenda, hasta levantó cierto disgusto y envidia en la persona del emperador. Después de varios meses, se firmó la llamada Concordia de Madrid, en 1526, volviendo Francisco I a Francia, aunque dejando dos hijas en Madrid en garantía de cumplir lo pactado. Dos años después, en 1528, el emperador convoca Cortes en Madrid, para jurar Príncipe de Asturias al futuro Felipe II, acto celebrado en la iglesia del Monasterio de los Jerónimos, en el Prado, y que debió ser sencillo y rápido, a juzgar por las escasas resonancias en los cronistas. Monasterio de San Jerónimo el Real Puerta de Guadalajara En 1542, un incendio destruye en parte la vieja Puerta de Guadalajara, ordenando el emperador su total derribo, con la intención de ensanchar y desahogar el tráfico de todo tipo de carruajes y gentes en la calle Guadalajara, - hoy calle Mayor - la más notable y movida de la Villa. La vieja puerta, que había formado parte de la muralla cristiana del siglo XII, había dejado de tener, hacía mucho tiempo, valor defensivo y estratégico, quedando metida totalmente en el caserío, una vez que éste había crecido extraordinariamente en dirección hacia el este. Aunque el pueblo madrileño la trataba con veneración, y los cronistas la describieron, aún después de su derribo, con panegíricos, exagerando sus 8 valores, la puerta estorbaba la circulación interna de una Villa animada y próspera. ¡El crecimiento urbano de Madrid resultaba imparable! Este crecimiento, se había operado siempre en dirección a levante, dadas las mejores condiciones del terreno, y ya en época de los Reyes Católicos, los límites del caserío llegaban a la Puerta del Sol por el oriente, a la Plaza de la Cebada por el sur, y a la Plaza del Callao por el norte. Mercado de la Cebada (antiguo) Las licencias de construcción no cesan, y en tiempos del emperador, los límites de Madrid abarcan ya una superficie considerable. Se habla de ciertas puertas, que no debieron tener ningún empaque arquitectónico, siendo más bien grandes portalones de entrada y salida, unidas a un tapial o cerca modesto. Estas puertas o puntos extremos de límite eran las de Atocha, entonces en la actual Plaza de Antón Martín, la de Alcalá, entonces en la moderna confluencia de las calles Sevilla y Alcalá, y la de San Luis o Fuencarral, a la altura de la moderna Gran Vía, junto a la Red de San Luis. En 1550, reside de nuevo Carlos I en el Alcázar de Madrid, ordenando entonces la ejecución de importantes reformas, arquitectónicas y decorativas, que hicieran del viejo y destartalado castillo un palacio más acorde con los tiempos del Renacimiento, del que el emperador se sentía como auténtico paladín. A lo largo de su reinado, se han llevado a cabo numerosas fundaciones religiosas y monacales, que alejan, por su número y calidad, cualquier impresión de que la Villa fuese, en el Siglo XVII, un lugar mísero y mezquino. 9 En 1523, se funda el santuario dominico de Nuestra Señora de Atocha, que pronto será el lugar más venerado y visitado por los madrileños. En 1541, se crea la parroquia de San Luis Obispo, auxiliar de la de San Ginés, para cubrir la demanda religiosa del populoso barrio surgido en éste punto. Basílica de Nuestra Señora de Atocha (Hoy día) En 1547, según la tradición, el príncipe Felipe funda el convento de San Felipe el Real, de agustinos, situado en la Puerta del Sol, cuyas elevadas gradas fueron uno de los más animados mentideros de la Villa. Convento de San Felipe Real 10 En el año 1552, Antón Martín funda el hospital que lleva su nombre en las afueras de la puerta de Atocha, para enfermedades venéreas y contagiosas. Y en 1564, una hija del emperador, la princesa Juana, hermana del futuro Felipe II, esposa del rey de Portugal y madre del desventurado don Sebastián, funda, ya viuda, el convento de franciscanas, conocido pronto como las Descalzas Reales, en lo que había sido palacio del tesorero de su padre, don Alonso Gutiérrez, y en el que la princesa había venido al mundo. Monasterio de las Descalzas Reales Una de las mejores construcciones levantadas en esta primera mitad del siglo XVI, y que, entre tantas pérdidas, afortunadamente conservamos, es la conocida Capilla del Obispo, construida junto, pero independiente, a la vieja parroquia de San Andrés. Fue concebida como panteón familiar por la rica y poderosa familia de los Vargas, que habían sido patronos del legendario San Isidro, pero también como digno cobijo para los ya muy venerados restos del santo patrón de Madrid, pues en realidad no eran tales, ya que el cuerpo momificado de Isidro se conservaba en magnífico estado. La capilla, fue fundada por don Gutierre de Vargas y Carvajal, a la sazón obispo de Plasencia, que la terminó en 1535. Las obras, se iniciaron a principios de siglo, hacia el año 1520 y la capilla se concibió en el estilo gótico, ya por esa época algo desfasado, con una anchísima nave, algo corta, de magnífica altura con bóvedas de crucería. Sin embargo, la decoración se hizo ya en el moderno estilo plateresco, con los sepulcros paternos, el propio del obispo, las bellísimas puertas de entrada y el fastuoso retablo mayor, obras maestras del plateresco en Madrid, cuyo autor fue Francisco Giralte. A principios del XVI, los Vargas, como antiguos patronos de San Isidro, consiguen que se les ceda el cuerpo incorrupto del mismo, dando ocasión a que decidan levantar la capilla en cuestión, pero el párroco de San Andrés no cesará en su empeño de recuperar la preciada momia, 11 consiguiendo finalmente una bula del Papa Urbano III, por la que se zanja el pleito, declarando como verdadero poseedor de los restos de San Isidro al templo parroquial, en el que permanecerán hasta el siglo XIX. Capilla de San Isidro en San Andrés 12 LA CAPITALIDAD Felipe II En el año 1561, Felipe II comunica desde Toledo al Concejo de Madrid su firme decisión de trasladar, sin excesiva demora, la Corte a la Villa del Manzanares. Como se sabe, Castilla carecía de un lugar fijo, estable o reconocido, como residencia de la Corte. Esta iba allá donde fuese el monarca, que solía pasar largas temporadas en diferentes ciudades de sus dominios. Algunos organismos oficiales tenían su asiento en ciudades concretas, como era el caso de Valladolid. En la capital castellana había pasado temporadas el emperador Carlos I, y allí había nacido Felipe II. Este movimiento itinerante de la Corte, normal en otros reinos europeos, comenzaba a aparecer en el siglo XVI como un fenómeno incómodo, caro y nada práctico. Toledo o Valladolid eran ciudades que tenían gran prestigio para ser elegidas, pero ¿por qué lo fue Madrid? Posiblemente por razones tan simples como que Madrid le gustaba al joven rey, y Toledo o Valladolid bastante menos. No se conocen razones incontestables para saber por qué Felipe II eligió Madrid, pero sí se puede afirmar, categóricamente, que la Villa del Manzanares reunía ciertos requisitos necesarios para el establecimiento de la Corte. Y también se conocen los inconvenientes o defectos que presentaban las dos ciudades castellanas ya citadas. 13 Se desconoce si la idea de establecer una capitalidad estaba en la mente de Felipe II desde antes de su reinado o desde los primeros tiempos de su coronación, o si por el contrario fue proyecto que fuera madurando, sobre todo después de los hechos que acaecieron en Toledo, anteriores a la decisión del traslado. Su joven esposa, Isabel de Valois, sentía una declarada antipatía por Toledo, ciudad a la que consideraba la más fría y desagradable de cuantas conocía. Isabel de Valois, tercera esposa de Felipe II Es cierto que el invierno de 1560-61 fue especialmente terrible en frío y grandes nevadas. Sabido es, por otra parte, que la ubicación de Toledo en un gran cerro en medio de una llanura, lo hace lugar muy abatido por los vientos. Aunque el peso histórico de Toledo era casi simbólico para la monarquía española, la ciudad presentaba claras y serias desventajas para ser la sede de la Corte de un estado moderno. Es evidente, por otra parte, que en cuestiones de este tipo, no suele haber una única razón suficientemente poderosa, sino varias o muchas, que juntas desencadenan una reacción. Entre ellas, la sentimental, por parte del rey enamorado de su esposa, no hay que descartarla rotundamente. Pero hay otras significativas. Durante la estancia de la Corte en Toledo, entre 1559 y 1561, se produjeron roces entre la Corte y el Arzobispado. Toledo era la capital primada de España, la sede cardenalicia de mayor poder y rentas, y el cardenal actuaba como un auténtico virrey. 14 Dos esferas de poder como la cortesana y la arzobispal, de tal relieve, tenían pronto que chocar, como ocurrió con los sucesos del arzobispo Carranza, que de ser nimios en su arranque, se convirtieron en cosa delicadísima, lo que desagradó enormemente al rey Felipe II. Entre el pueblo toledano era claro el descontento ante la permanencia de la Corte, pues los precios aumentaron, los alimentos llegaron a escasear y la convivencia fue a veces difícil, beneficiándose solo de esta situación los comerciantes y los posaderos. Por otro lado, se ha pensado que en Toledo pudiesen quedar aún rescoldos comuneros, que agravaran la situación. Dominios en Europa del rey Felipe II Lo que es claro es que Toledo presentaba una topografía casi imposible, encaramada en un gran cerro, de calor asfixiante en verano y fríos gélidos en invierno, con calles estrechas y tortuosas, continuamente en cuesta o retorciéndose. No sólo no era lugar grato para los cortesanos, sino que no permitía grandes actos o solemnidades cortesanas. Para colmo de males, Toledo carecía de agua fácil y continua, pues el aprovechamiento del río Tajo resultaba una quimera para saciar la sed de los habitantes de la ciudad, al quedar esta encaramada en el cerro y el río hundido en lo más profundo del tajo que le da nombre. La corte española había crecido enormemente, en cantidad de individuos, miembros y servidores, y en complejidad de aparato y protocolo. El ceremonial, tomado del borgoñón, era complicado, retorcido y de una lentitud solemne pasmosa. El personal que asistía al rey y a la Casa Real creció de manera tremenda en varios miles de personas. Se necesitaba, por tanto, una sede urbana que permitiera e incluso facilitara los movimientos de la Corte. Además, la burocracia se estaba convirtiendo en una máquina aparatosa e ingente, demandando edificaciones adecuadas. 15 Madrid no era una ciudad con grandes y suntuosos edificios, pero su caserío y su organización urbana, permitía todas las reformas y modificaciones posibles. La Villa, había crecido y se había consolidado hacia el este del Alcázar, en terrenos que si no eran totalmente llanos, si presentaban un relieve suave y ondulado, lo que permitía poder proyectar calles anchas y rectas. La nobleza local era poco poderosa, y sus intereses fácilmente manejables. Además, Madrid no era sede arzobispal, con lo que la Corte, sin un poder aristocrático fuerte ni el religioso poderoso, podía moverse y disponer con absoluta libertad. Había agua con facilidad en Madrid, gracias a los viejos y muy efectivos "viajes de agua" y de sabor reconocido desde antiguo. El aire limpio y el clima sano, contribuían a que el ambiente de la Villa fuese sumamente grato, situación que, por desgracia, habría de cambiar pronto de un modo muy negativo. Madrid estaba situada en el centro peninsular, en un punto equidistante de los extremos de la península. Toledo, en cierta manera, también. Pero, había en el Renacimiento un "centro" más importante aún que el geográfico, y era el psicológico. Madrid estaba en el centro del espacio sobre el que se ejercía el poder, y su capacidad de símbolo, en este sentido, era ilimitada, y además limpia, y sobre la que se podía ejercer múltiples manipulaciones. Dibujo (fragmento) de Madrid en 1562. Al fondo, el Alcázar y la villa amurallada 16 CRECIMIENTO URBANO El crecimiento de Madrid fue tan veloz y ambicioso durante los casi cuarenta años de reinado de Felipe II, que no estará de más dejar perfilados, con claridad, cuáles eran los límites de la Villa en el momento de convertirse en Corte. Volumetría del Alcázar después de las reformas introducidas por el rey Carlos I. Sobre la fortaleza medieval, arquitectos como Covarrubias y Luis de Vega reelaboran un espacio hasta darle apariencia de palacio, dentro de las limitaciones que la primitiva construcción y los presupuestos permiten. Ello, nos permitirá calibrar el alcance de dicho crecimiento, en el momento de fallecer Felipe II en 1598. Hacia 1566, una cerca o tapia de materiales pobres - ladrillo, argamasa, escombrera - dibujaba el siguiente perímetro: Esa cerca arrancaba de la muralla del siglo XII, junto a la Morería no lejos de la Plaza de la Paja, bajaba hasta la calle de Toledo, cerca de la actual Fuentecilla, y giraba, en línea suave, más o menos continua, hasta el portillo de Antón Martín. 17 Puerta de Toledo De aquí girando al norte, llegaba a la primera puerta de Alcalá, en la actual confluencia de las calles Alcalá y Sevilla, buscando la cercana confluencia de las calles Fuencarral y Hortaleza, junto a la moderna Gran Vía, para ir a buscar la plaza de Santo Domingo, donde moría en la cerca de los arrabales del siglo XV. Recreación del Madrid de mediados del XVI partiendo del grabado realizado por Juan Wingaerde entre 1556 y 1560 Este crecimiento, una vez más, indica cómo Madrid siempre buscó, de modo decidido, la orientación hacia levante, favorecida principalmente por la suavidad del relieve, mientras que hacia el sur el terreno descendía y hacía el norte ascendía. Pero, una de las primeras consecuencias de la capitalidad de Madrid, y quizás la más grave, fue la demanda de vivienda que generó la ingente población que cayó sobre la ciudad a lo largo del reinado de Felipe II. El Ayuntamiento, falto de medios jurídicos y humanos, desbordado por los acontecimientos y casi siempre respondiendo tarde a los problemas, se encontró en poco tiempo ante una situación de crecimiento desaforado, caótico e incontrolado, donde la especulación y las construcciones espontáneas, no sujetas a ordenanzas ni limitaciones, campeaban por sus respetos, como suele decirse. Las casas fueron levantadas deprisa y corriendo, sin garantías de salubridad, con materiales pobres y malos, y sin guardar las más elementales normas de urbanismo. 18 Los propietarios de los solares, campo, fincas o huertas los vendieron o parcelaron con rapidez, queriendo aprovechar la sorprendente demanda de vivienda o alojamiento. Las fachadas no guardaban, por lo general, una alineación continua, lo que hacía que las calles tuviesen recovecos, entrantes y salientes continuamente. También en los voladizos, se producían toda clase de excesos. Esta situación, llevó a la necesidad de crear un organismo, mitad dependiente del Concejo, mitad de la Corona, que pusiera freno a estos libertinajes y desarreglos urbanos, que daban a la Corte un aspecto caótico e improvisado. Reconstrucción de la fachada principal del Alcázar después de las reformas de Carlos I, destacando la portada flanqueada por los cubos del castillo primitivo. Este organismo se llamó la Junta de Policía y Ornato, creada en 1590, y presidida por el arquitecto Francisco de Mora, que había sido aparejador de Herrera en El Escorial. La situación comenzó a ser ligeramente controlada, llevando a cabo la Junta labores para adecentar las calles, como eliminar voladizos, alinear fachadas y suprimir desniveles abruptos de terreno, como barranquillos o cerrillos, que se habían mantenido, sin modificar, rodeados de edificaciones. Algunos años después de crearse la Junta, el monarca muere, y con el nuevo rey, Felipe III, la Corte se traslada temporalmente a Valladolid. 19 Felipe III Rey de España, Portugal, Nápoles y Sicilia y Duque de Milán Para cuando esto ocurre, Madrid ha seguido extendiéndose, y a finales del siglo, la superficie urbana alcanzaba puntos próximos a las actuales Puerta de Toledo al sur, glorieta de Atocha al este y la calle del Pez al norte. El crecimiento no se detendrá, acelerado incluso con la vuelta de la Corte desde Valladolid, en 1606. En 1625, el joven rey, Felipe IV, ordenará el levantamiento de una cerca o tapia, que impida este crecimiento gigantesco, que ya producía sobre la vida cotidiana y legal de los madrileños toda una serie de inconvenientes y problemas. Reconstrucción de la fachada principal del Alcázar después de las reformas de Felipe II, quien ordena levantar una torre al oeste llamada "Dorada" y una galería que la une con el cubo izquierdo de la portada. 20 Esta cerca perseguía, no sólo cerrar, con fines fiscales y policiales, los numerosos nuevos barrios surgidos, sino sobre todo, impedir que el crecimiento continuara. Y se detuvo, pues la ciudad no volvió a crecer hasta el siglo XIX, dentro de los límites marcados por dicha cerca de 1625, que eran al sur las llamadas Rondas de Toledo, Embajadores y Valencia, al este los paseos del Prado y de Recoletos, y al norte los bulevares de Génova, Sagasta, Carranza y Alberto Aguilera. Una de las premisas interesantes del edicto de levantamiento de la cerca era la prohibición de edificar inmediatamente al lado de la misma, por lo que quedaron una serie de franjas vacías entre la tapia y el caserío más próximo. La circulación interna de este Madrid, de 1625 en adelante, estuvo regulada o canalizada por una serie de arterias principales que, partiendo de la Puerta del Sol o de puntos cercanos al casco medieval, conducían en líneas más o menos rectas o claras, a los puntos extremos mas alejados de la ciudad. De la vieja plaza de Santo Domingo, junto al monasterio medieval, partían diversas calles, que conducían al extremo noreste de la ciudad: la calle de Leganitos y las muy largas calles de Amaniel y San Bernardo, cuya anchura llevaba a que el pueblo la denominara calle Ancha de San Bernardo, para distinguirla, además, de otra pequeña, situada en otro punto distante de la ciudad. Fachada del Alcázar madrileño en la primera mitad del siglo XVII. Como se puede observar, se ha ampliado en su lado este buscando una simetría que, la falta de presupuesto, deja solo a medias. Partiendo también de la citada plaza, pero alejándose en sentido opuesto, hacia el noreste, la popular y castiza Corredera de San Pablo, hoy muy mermada su longitud, y que cerca del final de su trayecto cruzaba la de Fuencarral, para acabar fundiéndose con la Hortaleza. Estas dos, Fuencarral y Hortaleza, nacían en el mismo punto, la Red de San Luis, calle corta que las conducía rápidamente a la Puerta del Sol. Se orientaban decididamente hacia el norte, y aunque nacían juntas, iban paulatinamente separándose, dibujando caminos más directos y rectos que desde el norte de la periferia, conducían al mismísimo centro de Madrid, la ya citada Puerta del Sol. 21 ORGANIZACIÓN POLITICA Plaza Mayor. Se construyó entre 1611 y 1620 Como consecuencia del establecimiento de la Corte en Madrid, la Villa se convirtió en el centro político de los extensos territorios del Imperio dominados por la Corona, y en el centro, también, de la vida política, económica, financiera y social de los reinos peninsulares. Al residir aquí el rey, de modo permanente, también tenían su sede organismos tan importantes como los Consejos, los más destacados de los cuales eran el Real, el de Castilla, o los de Hacienda, Inquisición, Ordenes Militares, etc. También tenían sendas representaciones el Arzobispado de Toledo, del que eclesiásticamente Madrid dependía, y el Nuncio, como representación de los Estados Pontificios ante la Corona Española. Es decir, la Villa pasa a ser Corte, y por tanto, no sólo va a detentar una autoridad municipal y local, - muy mermada como veremos -, y un organismo de equilibrio o compromiso, entre Corona y Concejo, la Sala de Alcaldes de Casa y Corte, sino que se convierte en sede y terreno de altos y complejos organismos de poder. Esta transformación en Corte, lejos de beneficiar y aumentar la capacidad y poder del municipio, o sea del Concejo, no supuso ningún beneficio para la Villa y sus ciudadanos, al menos como conjunto, aunque sí sobre determinados individuos y estamentos. 22 Siendo representantes de la comunidad, y por tanto valedores de los intereses de ésta, fueron sólo atentos y fieles servidores de la voluntad e intereses de la Corona, dada su actuación en las frecuentes Cortes convocadas en Madrid, como representantes de la Villa. El poder del rey y de la Corona, no sólo disminuyó, sino que muy pronto eclipsó o atrofió la capacidad de maniobra del Ayuntamiento, aunque éste estuviese siempre presente en todas las ceremonias y representaciones diplomáticas de la Corte. Muchas son las referencias documentales y literarias sobre el brillante y complejo ceremonial que el Ayuntamiento desarrollaba en los abundantes festejos y actos solemnes que tenían lugar en Madrid, generalmente en la calle Mayor y en la Plaza Mayor, invirtiendo grandes gastos que mermaban, considerablemente, las ya depauperadas arcas municipales. Lejos de defender los intereses locales y vecinales, el Ayuntamiento madrileño fue, durante el siglo XVII, una marioneta de los intereses de la Corona, pues otra cosa no podía hacer, cuando estaba formado, en los puestos claves, por títulos vitalicios y cargos hereditarios, y por personajes totalmente fieles a los deseos del monarca o de sus validos. Con frecuencia, incluso, la Corona permitía transgresiones de las normas y de las reglas para poder colocar a determinados individuos en puestos de representatividad. Algunos autores críticos del siglo XIX fueron muy duros con esta situación, como Fernández de los Ríos, que llegó a afirmar que el Concejo madrileño desde la venida de la Corte no había sido más "... que una corporación servil, una especie de mayordomo al servicio del Poder" real, añadiríamos. Como ya se ha comentado anteriormente, en los actos protocolarios y diplomáticos del Alcázar, residencia real, el Ayuntamiento también estaba representado. Puede decirse que el Concejo de la Villa, en el XVII, fue cubierto de oropeles para inutilizarle, lo cual entra dentro de la lógica absolutista de la monarquía en el Antiguo Régimen, sobre todo, en el período de los Austrias. En las Cortes, que se celebraban generalmente en Madrid, durante el siglo, los castellanos, andaluces o aragoneses solían defender sus intereses, y a veces incluso con cierta insolencia. Pero la monarquía austríaca no podía consentir nada parecido respecto a la ciudad que servía de asiento de la Corte, y que además había sido honrosamente dignificada como Corte por la generosidad de la Corona. 23 Por tanto, aparece claro que la Corona tendió desde el primer momento a minimizar la acción del Concejo. Este, como todos los demás organismos estatales, que se habían asentado en la Corte, no podía ser un organismo autónomo y con objetivos particulares, los locales o vecinales, sino una administración más emanada de la figura y poder del monarca, máquina al servicio de la Corona, parte integrante de la Corte, y por tanto, en ningún momento opuesta a ésta. El Concejo, como responsable del espacio urbano y de la manutención del vecindario, incluido el cortesano, desarrolló una tibia política urbanística y unos servicios encaminados a asegurar el abastecimiento público. Madrid y sus aldeas a finales del siglo XVI y comienzos del XVII Un organismo, dependiente del Concejo, encargado de velar y de hacer corregir los desmanes urbanísticos y de las edificaciones era la Junta de Policía y Ornato, creada en 1590. Estaba compuesta por los llamados aposentadores, que eran técnicos y arquitectos del Ayuntamiento, y que corregían, revisaban y aprobaban las nuevas construcciones, u obligaban a rectificar excesos y libertades en las edificaciones. Una de las mayores realizaciones urbanas en el Madrid de la época, por no decir que la de mayor trascendencia, fue la construcción de la Plaza 24 Mayor, entre 1611 y 1620. Pero incluso aquí, buena parte de las disposiciones y permisos sobre terrenos, licencias, conflictos, las concede la Corona, quedando el Concejo en mero ejecutor. En parte, es comprensible, porque la trascendencia y alto coste de una realización como esa, escapaba a las posibilidades legales y económicas de la ciudad y su órgano de gobierno, el Concejo, haciendo necesaria y conveniente la participación del rey, entonces sin posibilidad apenas de contestación, pero es también sintomático el papel secundario que desempeña el Ayuntamiento. La implicación, el sometimiento, la nula autonomía que tenía el Concejo queda evidenciada con un simple ejemplo: el maestro mayor del Ayuntamiento era el mismo que el arquitecto de su majestad, durante décadas Juan Gómez de Mora. Aprovechando la disponibilidad de la Corona para las necesarias reformas urbanas que necesitaba la ciudad, el Concejo se atrevió a solicitar dispensas y partidas para poder construir una sede propia y digna, ya que desde sus orígenes el Concejo de Madrid había carecido de edificio propio. Corrida en la Plaza Mayor 25 26 SOCIEDAD Y ECONOMIA Felipe IV Se ha aludido reiteradamente al fuerte crecimiento demográfico que Madrid experimenta desde el momento de la llegada de la Corte. De la discreta población de la Villa en la mitad del siglo XVI, se pasa, casi súbitamente, a unas curvas de crecimiento, que aunque tendrán retrocesos a lo largo del tiempo, caracterizarán la vida y el ambiente de la ciudad durante todo el XVII. Muchos autores manejan cifras diferentes, en algunos casos notablemente diversas. Aquí, más que números, nos interesa insistir en el fuerte aumento poblacional que experimentará Madrid. Desde el momento de su conversión en Corte, la cifra de vecinos, a partir de los 15.000/20.000 del año 1561, se disparará. Primero llegarán los cortesanos, con todo ese enjambre de cargos y puestos que forman el servicio de la Casa Real, seguidos en pocos años de los muchos funcionarios del Estado, en la medida en que Felipe II hace crecer y hacerse más compleja la maquinaria burocrática del estado. En tercer lugar, comienzan a establecerse los inmigrantes, procedentes de los ejércitos o del campesinado medio rural. En la medida en que las familias nobles, aristocráticas o burguesas demandan siervos y criados, esta inmigración se hará, ya en el XVII, con el establecimiento estable de la Corte, más sólida y continuada. No podemos olvidar el crecimiento número de clérigos, frailes y monjas, que comienzan a asentarse en la Corte muy poco después de 1561. Con 27 sólo estos factores enumerados, es fácil imaginar que la población avecindada en Madrid tenía que crecer de forma intensa más que sensible. Sintetizando, se puede dibujar un cuadro de la sociedad Madrileña que podría ser, grosso modo, éste: un primer porcentaje de cortesanos y funcionarios, de estamentos diversos, los primeros generalmente nobles, los segundos burgueses o letrados, salvo ciertos casos. Un segundo porcentaje de nobleza o aristocracia, con o sin directa participación en la vida cortesana o de círculos más cercanos al rey. Esta nobleza, que durante el reinado de Felipe II se manifestó remisa a trasladar la residencia a Madrid, se fue estableciendo paulatinamente a partir de la vuelta cortesana de Valladolid en 1605, llegando a constituir en el siglo XVII más de un cuarto de la población. Porcentaje también enormemente crecido lo constituyó el clero, estamento social religioso de enorme peso y trascendencia en la sociedad española de la época, con clérigos, eclesiásticos, frailes y monjas, en número que permite hablar de invasión para la nueva Corte. No sólo por la cantidad de fundaciones religiosas que se harán en la ciudad, sino por la deseada presencia de la iglesia en los círculos políticos y cortesanos. Además de las parroquias y conventos, el estamento religioso se asentó en la ciudad, respondiendo a la necesidad de suficientes clérigos para atender hospederías de las diferentes órdenes, colegios, oratorios, hospitales, cofradías y hermandades. Aunque la condición de la Corte fuese esencialmente política y religiosa, no hay que olvidar que la numerosa población requería unos servicios y producciones determinados. Estos se los suministraba la burguesía, que respondía a tres frentes. Los mercaderes y vendedores, desde los de caros y lujosos productos, hasta los de primera necesidad; los artesanos o fabricantes de manufacturas, que cubrían también las necesidades de prendas, utensilios, herramientas, objetos especializados, etc., de una importante población; y los liberales o letrados, entre los que cabría incluir muchos funcionarios, pero también prestamistas, médicos, abogados, escritores y artistas, etc. Y finalmente, el pueblo llano o trabajador manual, que en Madrid se dedicaba, fundamentalmente, a la servidumbre. Cualquier familia noble o burguesa empleaba como mínimo a dos o tres personas de esta condición. 28 En la sociedad Madrileña del XVII, era impensable, para cualquier familia nobiliaria, mercantil, funcionaria o burguesa, no tener criados en casa, pues de no poseer ni siquiera un sirviente se estaba en el grado más ínfimo y bajo de la condición social. De la normalidad que llegó a tener la condición de siervo, basta decir que los criados o sirvientes tenían a gala el serlo, sobre todo, si sus señores o señor alcanzaban cierto nivel social. Se han contado muchas anécdotas para ilustrar esto último, desde el número de criados que la familia rica exhibía en balcones y festejos, hasta el orgullo de Velázquez, al anteponer a todos sus cargos y títulos, incluido el de "pintor real", el de siervo del monarca. A finales del XVI, en torno a los últimos años de vida de Felipe II, fallecido en 1598, la población madrileña ronda los 100.000 habitantes, aunque algunos autores los rebajan a 80.000 y otros, lo suben a 120.000. Qué duda cabe, que la marcha de la Corte a Valladolid desinfló sensiblemente el vecindario madrileño, con pérdida de más de 50.000 personas, según un historiador. Pero el retorno de la Corte a la villa del Manzanares, en 1605, supuso otra vez un sostenido índice de aumento demográfico, con algunos retrocesos, producidos por diversos elementos, tales como pestes, hambruna, mortandad elevada, etc. A lo largo del XVII, los vecinos no bajarán ya nunca por debajo de los 100.000, como los 154.000 de 1685, todo ello dentro del mismo espacio físico que no se altera, pues el crecimiento es absorbido por la capital mediante la fragmentación de la vivienda y el aprovechamiento de los patios de las casas para construir aposentos. Efectivamente, el suelo o superficie no aumentó en Madrid desde 1625, como consecuencia de la cerca de la ciudad ordenada levantar por Felipe IV, pero esta creciente explotación del suelo urbano interior de la cerca aumentó, considerablemente, los ya de por sí marcados problemas higiénicos, sanitarios y de salubridad, que a finales del XVII eran grandes y preocupantes, con abundantes voces de alarma ante una situación que era explosiva. Esta sociedad, desde la nobiliaria y burguesa hasta el pueblo humilde, tenía dos distracciones básicas: el teatro y las fiestas. Había numerosos corrales de comedias, aunque los más conocidos, y los únicos que tuvieron continuidad en el tiempo como teatros locales, fuesen los de la Cruz y de la Pacheca, luego del Príncipe. 29 Estandarte de los monarcas de la Casa de los Austrias en España, usado desde 1580 hasta 1668. 30 ARQUITECTURA La Cava Baja La llegada de la Corte a Madrid en 1561 no suscitó entusiasmos en la alta nobleza castellana, que miraron con cierto desdén la súbita nueva condición de una villa . Aunque por parte de la Corona o del Concejo se elaboraron planes de adecentamiento y embellecimiento de la ciudad, la nobleza se retrajo de invertir en grandes gastos que supusieran la construcción de nuevos y dignos palacios. Debió haberlos, sin duda, y sabemos de la existencia de palacios o fincas suburbanas en la periferia, como la casa de las Siete Chimeneas o las casas de Antonio Pérez, en el camino de Atocha. 31 Casa de las Siete Chimeneas La Iglesia se estableció pronto en la Corte, y a diferencia de la remisa aristocracia, sí apoyó la nueva capitalidad, quizás deseosa de que la Corte no volviera a Toledo. Desde los primeros años de condición de Corte, se fundan y establecen en Madrid numerosas órdenes religiosas. Es posible, que la apariencia de erial arquitectónico que parece ser el Madrid del reinado de Felipe II, se deba más a la desaparición casi total de lo que hubo, y no necesariamente a que nada se moviera aquí en arquitectura. Sin embargo, también es cierto que durante las primeras décadas de corte las inversiones constructivas y arquitectónicas del estamento religioso debieron ser humildes y de cierta provisionalidad, a la que aluden incluso algunos escritores del XVII. El cambio radical se produce cuando la Corte regresa de Valladolid en 1606, y se afirma la convicción de la definitiva capitalidad. Es entonces, en los años inmediatos, cuando muchos palacios y conventos anteriores, inician obras ambiciosas de reforma y mejora, además de producirse nuevas fundaciones religiosas. Tanto en la arquitectura palacial, hoy muy escasa, como en la religiosa, se siguen unas formas, lenguaje y repertorio decorativo, que podríamos definir como post-escurialense, manierista o clasicista. Los templos se adaptan a la forma de cruz latina, con plantas inspiradas libremente en la jesuítica del Gesú, aunque también se usó la planta elíptica, como en San Antonio de los Portugueses o en el Colegio de Doña María de Aragón, hoy Senado. 32 La arquitectura de este primer tercio del XVII ha llegado a nosotros muy diezmada y algunas iglesias de esta época fueron reformadas o acabadas después, variando o alterando su estilo primitivo. Pero este período, de arquitectura monumental, tímidamente dinámica, de superficies recortadas y sobriedad expresiva podemos aún conocerlo en los templos de la Encarnación, El Carmen, las Alarconas o las Carboneras. La Encarnación 33 El Carmen ¡Error! Referencia de hipervínculo no válida. Palacio del Duque de Uceda El único gran palacio de este momento que se conserva es el magnífico del Duque de Uceda, hoy Capitanía General, obra de Francisco de Mora, aunque las obras las dirigiera Alonso Turrillo, de 1608 a 1613. Una realización trascendental fue el templo del citado convento de la Encarnación, fundación real, que se hizo entre 1611 y 1616, y cuya fachada, diseñada por Gómez de Mora, se convirtió en el modelo más repetido, aunque no el único, entre los conventos de toda la región central y parte de Castilla durante el XVII y buena parte del XVIII. Su organización tuvo un éxito total, y consistía en un gran rectángulo vertical, limitado por pilastrones gigantes y coronado por un frontón. Abajo, incluía un eficaz pórtico o porche, sobre el que cabalgaba el coro hispánico de los pies, iluminado por los ventanales que se abrían en la fachada, cuya decoración se limitaba a escudos de los fundadores, 34 patronos o de la orden, y a una escultura o relieve en piedra, alusivo a la advocación o titularidad del templo. Sin citar ejemplos de la región, diremos que en Madrid, de los templos que subsisten, adoptan este esquema de fachada, con o sin porche las Comendadoras, las Alarconas, los Jesuitas, San Cayetano o San José. El manierismo tardío que se practica a principios del XVII va evolucionando, y aunque se mantiene como la más frecuente la planta de cruz latina, de nave única, transepto y cúpula, se varía, se dinamiza y se hace más compleja la ornamentación, el lenguaje arquitectónico y las superficies. Una soberbia manifestación de sensibilidad barroca temprana aparece ya en la decoración de los muros y en el alzado rítmico doble y alternado de San Isidro, de jesuitas, en la calle Toledo, obra de Francisco Bautista, que toma las obras en 1630 y las concluye en la década de 1660. Este barroquismo, atemperado, quieto y elegante se desarrolla a lo largo del reinado de Felipe IV, y toma cuerpo en las obras de dos figuras destacadas. El citado Francisco Bautista es además autor de una bellísima capilla, fusión de la claridad compositiva y estructural del Barroco madrileño y de una decoración y fantasía en soluciones e ideas de sensibilidad barroca avanzada, la Capilla del Cristo de los Dolores, de la V.O.T., de 1660-64. Capilla del Cristo de los Dolores Y Fray Lorenzo de San Nicolás, escritor, teórico y perito, autor de San Plácido, magnífico conjunto arquitectónico-decorativo-pictóricoescultórico-retablístico, de la década de 1650-60, y las Calatravas, de rica e imaginativa decoración y soberbia cúpula, iglesia corta casi centralizada, de 1660-70. 35 Convento de San Plácido Iglesia de las Calatravas A finales de siglo, los arquitectos mantienen las mismas estructuras, aunque acortando formas o introduciendo variaciones. El repertorio ornamental, ya barroco, es rico y opulento, con frutos y productos hortícolas castizos, que deslumbran sobre fondos totalmente lisos. Puente de Segovia. A la izquierda, la Capilla de la Virgen del Puerto y, al fondo, el Palacio Real. Los hermanos José y Manuel del Olmo son perfectos representantes de este último tercio del XVII, con dos iglesias famosas por su belleza: los templos conventuales de las Góngoras, de 1663-75, y de las Comendadoras de Santiago, con hermosa y diáfana planta de cruz griega, iluminada por una cúpula completa, de 1667-97. Convento de las Góngoras Convento de las Comendadoras de Santiago De la arquitectura civil de este tercio de siglo, quedan algunos ejemplos muy interesantes, reveladores de cómo influyó en la ciudad este Barroco 36 castizo: la fachada de la Casa de la Panadería, en la Plaza Mayor, de Tomás Román y Jiménez Donoso, de 1672, y la Puerta del Buen Retiro, de 1692, y el patio del Colegio Imperial, en la calle Toledo, de 1673, obras ambas de Melchor de Bueras. Sin embargo, la tipología más difundida, repetida y representativa de la arquitectura madrileña del siglo XVII, la constituyó el palacio urbano y público, cuyos caracteres se cohexionaban de forma tan homogénea, que creó una imagen típica e inconfundible de la ciudad. Es el conocido como "palacio de los Austria", cuyo modelo admitía variantes, pero siempre dentro de un diseño que resultaba eficaz, altamente representativo, monumental, solemne y perfectamente adecuado a la función urbana. La construcción de arranque para este modelo es indudablemente el "Palacio de Uceda" de 1608-13, con el precedente anterior del Palacio Ducal, en Lerma (Burgos), de 1604, ambos de Francisco de Mora. Se trata de un rectángulo horizontal, con dos pisos de órdenes, portadas manieristas, tejados y buhardillas de pizarra y torres cúbicas, en punta, en los extremos. Ayuntamiento de Madrid (Hoy día está en la Plaza de Cibeles, antigua casa de Correos) 37 Su sobrino, Gómez de Mora, desarrolló este esquema, en las obras inicialmente citadas, introduciendo variantes muy jugosas y un dinamismo barroco, además de juegos rítmicos de gran altura intelectual, en obras como la fachada nueva del Alcázar, de 1611-19; el Ayuntamiento, de 1621-48 y la Cárcel de Corte, de 1629-35, hoy Ministerio de Asuntos Exteriores. Este modelo se hizo en Madrid de validez universal, siendo repetido en multitud de casas y palacios de la nobleza, en la Casa de la Panadería, o en las fachadas del Palacio del Buen Retiro, de 1630-40, obra de Alonso Carbonell. Cárcel de Corte. Hoy Ministerio de Asuntos Exteriores 38 Palacio del Buen Retiro Su creación resultó tan adecuada y original para una ciudad, convertida de improviso en Corte, que carecía por completo de modelo arquitectónico, que de inmediato fue reconocida como la imagen de Madrid, una arquitectura propia y personal del Madrid de los Austria. EL FINAL DE LOS AUSTRIAS Felipe IV El rey Felipe IV falleció en 1665 amargado, con complejo de culpa por la situación en que dejaba España y preocupado por el futuro del Gobierno, dada la inexistencia al frente del Estado de una persona capacitada que pudiera afrontar con éxito los graves 39 problemas que quedaban planteados. Su inquietud iba verse plenamente confirmada. Su hijo Carlos, el sucesor, tenía tan solo cuatro años de edad, presentando además notorias deficiencias físicas, y la junta de Gobierno instituida pata que compartiera el poder con la que quedó como reina gobernadora (su viuda, Mariana de Austria), no pudo asumir plenamente la tarea encomendada, pasando a un primer plano la actuación de la reina, poco apta para tal menester, quién para colmo depositó toda su confianza en su confesor, el jesuita austriaco Everardo Nithard, nuevo valido que muy pronto iba a ganarse la oposición de los sectores políticos dominantes y de amplios grupos sociales por su origen, su adscripción estamental y su incapacidad para llevar las riendas del Estado. El rechazo de la nobleza al eclesiástico extranjero y la expedición militar desde Cataluña a Madrid protagonizada por uno de los personajes claves en aquellos momentos, don Juan José de Austria, hijo bastardo de Felipe IV, muy deseoso de ocupar el poder y que contaba con bastante apoyo social, propiciaron la caída de Nithard. No obstante, don Juan José de Austria no ocupó el puesto de éste, alejándose de la corte tras recibir el nombramiento de virrey de Aragón. La reina buscó un nuevo favorito y lo halló en un modesto hidalgo que había sabido introducirse en los círculos palaciegos, Fernando de Valenzuela, que pasó de ésta manera a ocupar el lugar dejado por Nithard, pero que al igual que la había ocurrido a éste se vio rechazado por la nobleza de abolengo, que no aceptaba la posición privilegiada que el favorito de la reina había logrado alcanzar. En 1675 se produjo la mayoría de edad de Carlos II, que por entonces contaba catorce años, acontecimiento que no generó de inmediato cambios importantes en la cúspide del poder, ya que Mariana de Austria siguió en su destacada posición, al igual que Valenzuela, experimentando éste incluso un incremento de su influencia al recibir el título de primer ministro y ser nombrado Grande de España, medida que desató las iras de la alta nobleza, provocando además una segunda intervención de don Juan José de Austria con una marcha desde Zaragoza a Madrid que, esta vez sí, iba a culminar con su ascensión al poder. Valenzuela fue detenido, siendo luego desterrado a Filipinas; parecida suerte tuvo la reina madre, aunque su destierro era un lugar cercano, Toledo; don Juan quedó como nuevo hombre fuerte, siendo nombrado por el rey en 1677 su primer ministro. El gobierno del príncipe apenas pudo concretarse no dejarse notar debido a su prematura muerte, ocurrida en 1679. Muchas esperanzas se haban puesto en su gestión, pero la difícil coyuntura que le toco vivir como gobernante y su breve mandato impidieron la realización de sus proyectos y de los planes de quienes le apoyaban. La interrogante sobre sus posibilidades reales de actuación quedó así sin resolver. Sí aparece claro, por contra, que tras su desaparición el peso político de la nobleza, que hasta entonces se había dejado sentir indirectamente y en forma de grupo de presión, se manifestó de manera rotunda, ocupando el puesto de primer ministro dos destacados miembros nobiliarios: el duque de Medinaceli, desde 1680 a 1685, y el conde de Oropesa, desde 1685 hasta 1691, dos buenos representantes de los sectores aristocráticos que se venían disputando el poder. Ambos, en la medida de sus posibilidades y teniendo en cuenta la postración en que se hallaba España, intentaron aplicar una política reformista y de regeneración , mejorando la actuación de los anteriores validos pero sin que los logros se hicieran sentir a corto plazo. 40 Retrato de Juan José de Austria, anónimo madrileño del siglo XVII. Museo del Prado. Carlos II de Habsburgo (Madrid, 6 de noviembre de 1661 - Ibídem, 1 de noviembre de 1700), llamado el Hechizado, rey de España desde 1665 hasta su muerte, último de la 41 Casa de Habsburgo. Hijo y heredero de Felipe IV y de Mariana de Austria, permaneció bajo la regencia de su madre hasta que alcanzó la mayoría de edad en 1675. Su sobrenombre le venía de la atribución de su lamentable estado físico a la brujería e influencias diabólicas. Parece ser que los sucesivos matrimonios consanguíneos de la familia real produjeron tal degeneración que Carlos creció raquítico, enfermizo (con frecuencia era atacado por violentas fiebres que lo postraban en cama; apenas subía en su carruaje, los vómitos lo obligaban a desistir del viaje, y cuando estaba al aire libre, le supuraban los ojos) y de corta inteligencia, además de estéril, lo que acarreó un grave conflicto sucesorio, al morir sin descendencia y extinguirse así la rama española de los Austrias. BIBLIOGRAFIA http://www.nova.es/~jlb/mad_es61.htm ketari.nirudia.com/.../ketari-20070724063107.jpg http://www.webmadrid.com/guia/historia/austrias.asp www.madripedia.es/w/images/thumb/400px-Fragme... www.portaltaurino.com historia2.webcindario.com/rb19.jpg http://es.wikipedia.org C. de Habsburgo. Los Austrias. 2005. Edit.La esfera de los libros http://www.artehistoria.jcyl.es/historia/contextos/1974.htm http://www.madridhistorico.com 42