el Madrid de los Austria

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AUTOR: Pedro González Rodríguez
TUTOR: Juan Chiva Beltrán
3º CURSO 2007/2008
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A todos los madrileños
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INDICE
Introducción……………………………………………………………..
Madrid, antes de ser Corte……………………………………………..
La Capitalidad…………………………………………………………..
Crecimiento urbano…………………………………………………….
Organización política…………………………………………………...
Sociedad y Economía…………………………………………………...
Arquitectura…………………………………………………………….
El final de los Austrias………………………………………………….
Bibliografía………………………………………………………………
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5-12
13-16
17-21
22-26
27-30
31-39
40-42
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INTRODUCCION
<<Tu, félix Austria, nube>> (Deja que otros hagan la guerra. Tú Feliz Austria,
cásate)
El lema según el cual la dinastía austriaca conseguiría por medio del matrimonio más
reinos que otros haciendo la guerra.
Los Habsburgos, apellido de la dinastía, son conocidos entre otros aspectos por su
inteligencia política matrimonial.
El dominio de ésta dinastía en España (1517-1700) se gestó con el casamiento de Juana
la Loca con Felipe el Hermoso, hijo del emperador Maximiliano I de Austria.
La decadencia vino con el reinado de Carlos II, que desde pequeño tuvo que arrastrar
graves problemas físicos y padecer la tutela de la regencia, los validos y demás
gobernantes que mandaron en su nombre, estuvo dominada por la espinosa cuestión de
la sucesión del débil monarca que se sabia iba a morir sin descendencia.
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MADRID, ANTES DE SER CORTE
Con frecuencia, se abre el estudio de la Historia de Madrid durante el
fundamental período de los Austrias, situándose de golpe en el
trascendental año de 1561, cuando Felipe II ordena el traslado de la
Corte a esta Villa.
Este traslado no fue definitivo, ya que entre 1601 y 1606 es Valladolid la
ciudad de los monarcas. Como nos dicen los documentos de la época,
nunca fue bienvenida ésta resolución, y tras observarse las diferencias
entre una y otra capital (clima, alojamientos,..) el 4 de marzo Madrid es
de nuevo Villa y Corte.
Que Madrid fuera el lugar destinado a la corte no fue algo baladí. La
centralización del poder aumentó su población en una cantidad que
triplicaba antes de que esto sucediera.
Se olvida, o se pasa por alto, el medio siglo largo anterior, como si se
tratase de una laguna histórica, período durante el cual nada hubiese
sucedido en Madrid, y la realidad es muy otra, aunque hay que admitir
que, el peso político y cultural que vino después fue tal, que acabó
ensombreciendo lo inmediatamente anterior.
La larga primera mitad del siglo XVI fue, en gran parte, la del reinado
del emperador Carlos, y aunque Madrid no se viese convulsionada por
grandes cambios o sucesos, tampoco permaneció estática.
Siguiendo un impulso anterior, no cesó de crecer, y ciertos hechos
determinantes en el contexto general del país, tuvieron aquí también su
reflejo.
Apenas iniciado el reinado de Carlos I, corrió por toda Castilla como la
pólvora, el descontento y la desconfianza hacia el nuevo monarca
extranjero, y hacia sus ministros y consejeros.
La Guerra de las Comunidades afectó también a la vida de la Villa,
dividiendo en bandos a la población. Muchos nobles madrileños
permanecieron fieles al rey, aunque no se organizaron en bando militar
activo.
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Dominios del emperador Carlos I de España y V de Alemania
La guarnición del Alcázar permaneció leal al monarca, lo que no podía
admitir la Junta Comunera, que se había hecho con el control del
Concejo en 1520, poniendo sitio al Alcázar, aunque pactando enseguida
un cierto respeto mutuo, que se rompió pronto.
Antes de rendirse los del Alcázar a la Junta Comunera madrileña, se
pactó de nuevo, aceptando esta última que tras la entrega se respetarían
las personas y sus bienes.
Con la derrota Comunera en Villalar, en abril de 1521, los ánimos
volvieron a apaciguarse, y muy poco después, nadie en la Villa alardeaba
de revolucionario.
Carlos I
Aunque parte de la Villa se había levantado contra Carlos I, otra le había
permanecido fiel, con lo que era difícil aplicar a Madrid algún tipo de
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castigo o penitencia, prácticas a las que por otro lado, no fue nunca muy
proclive el emperador.
Según los viejos cronistas, Carlos I cobró afecto a la Villa, poco después
de las revueltas comuneras, al permanecer aquí convaleciente de unas
fiebres, que se le habían declarado en uno de sus muchos
desplazamientos entre Toledo y Valladolid.
Residente y enfermo, durante una temporada en el Alcázar, pudo apreciar
el buen aire y clima de la tierra madrileña.
Muy poco después de esta estancia, el rey de Francia, Francisco I, es
hecho prisionero en la batalla de Pavía, en 1525, por las tropas
imperiales, y trasladado a Madrid, donde se hallaba el emperador.
Durante mucho tiempo, fue motivo de discusión el lugar de hospedaje
del soberano francés.
Francisco I
Hoy, parece seguro que pasó los primeros días en la torre de la casona de
los Lujanes, en pleno corazón de la ciudad, en la vieja Plaza de San
Salvador, hoy de la Villa, pero que fue trasladado enseguida al Alcázar,
donde pasó el resto de su cautiverio madrileño.
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Casona de los Lujanes (P. de la Villa)
A pesar de venir prisionero, el garbo y la elegancia del refinado monarca
francés, causaron sensación en la Villa, en la que tanto se habló del porte
y distinción del preso que, según la leyenda, hasta levantó cierto disgusto
y envidia en la persona del emperador.
Después de varios meses, se firmó la llamada Concordia de Madrid, en
1526, volviendo Francisco I a Francia, aunque dejando dos hijas en
Madrid en garantía de cumplir lo pactado.
Dos años después, en 1528, el emperador convoca Cortes en Madrid,
para jurar Príncipe de Asturias al futuro Felipe II, acto celebrado en la
iglesia del Monasterio de los Jerónimos, en el Prado, y que debió ser
sencillo y rápido, a juzgar por las escasas resonancias en los cronistas.
Monasterio de San Jerónimo el Real
Puerta de Guadalajara
En 1542, un incendio destruye en parte la vieja Puerta de Guadalajara,
ordenando el emperador su total derribo, con la intención de ensanchar y
desahogar el tráfico de todo tipo de carruajes y gentes en la calle
Guadalajara, - hoy calle Mayor - la más notable y movida de la Villa.
La vieja puerta, que había formado parte de la muralla cristiana del siglo
XII, había dejado de tener, hacía mucho tiempo, valor defensivo y
estratégico, quedando metida totalmente en el caserío, una vez que éste
había crecido extraordinariamente en dirección hacia el este.
Aunque el pueblo madrileño la trataba con veneración, y los cronistas la
describieron, aún después de su derribo, con panegíricos, exagerando sus
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valores, la puerta estorbaba la circulación interna de una Villa animada y
próspera. ¡El crecimiento urbano de Madrid resultaba imparable!
Este crecimiento, se había operado siempre en dirección a levante, dadas
las mejores condiciones del terreno, y ya en época de los Reyes
Católicos, los límites del caserío llegaban a la Puerta del Sol por el
oriente, a la Plaza de la Cebada por el sur, y a la Plaza del Callao por el
norte.
Mercado de la Cebada (antiguo)
Las licencias de construcción no cesan, y en tiempos del emperador, los
límites de Madrid abarcan ya una superficie considerable. Se habla de
ciertas puertas, que no debieron tener ningún empaque arquitectónico,
siendo más bien grandes portalones de entrada y salida, unidas a un
tapial o cerca modesto.
Estas puertas o puntos extremos de límite eran las de Atocha, entonces
en la actual Plaza de Antón Martín, la de Alcalá, entonces en la moderna
confluencia de las calles Sevilla y Alcalá, y la de San Luis o Fuencarral,
a la altura de la moderna Gran Vía, junto a la Red de San Luis.
En 1550, reside de nuevo Carlos I en el Alcázar de Madrid, ordenando
entonces la ejecución de importantes reformas, arquitectónicas y
decorativas, que hicieran del viejo y destartalado castillo un palacio más
acorde con los tiempos del Renacimiento, del que el emperador se sentía
como auténtico paladín.
A lo largo de su reinado, se han llevado a cabo numerosas fundaciones
religiosas y monacales, que alejan, por su número y calidad, cualquier
impresión de que la Villa fuese, en el Siglo XVII, un lugar mísero y
mezquino.
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En 1523, se funda el santuario dominico de Nuestra Señora de Atocha,
que pronto será el lugar más venerado y visitado por los madrileños. En
1541, se crea la parroquia de San Luis Obispo, auxiliar de la de San
Ginés, para cubrir la demanda religiosa del populoso barrio surgido en
éste punto.
Basílica de Nuestra Señora de Atocha (Hoy día)
En 1547, según la tradición, el príncipe Felipe funda el convento de San
Felipe el Real, de agustinos, situado en la Puerta del Sol, cuyas elevadas
gradas fueron uno de los más animados mentideros de la Villa.
Convento de San Felipe Real
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En el año 1552, Antón Martín funda el hospital que lleva su nombre en
las afueras de la puerta de Atocha, para enfermedades venéreas y
contagiosas.
Y en 1564, una hija del emperador, la princesa Juana, hermana del futuro
Felipe II, esposa del rey de Portugal y madre del desventurado don
Sebastián, funda, ya viuda, el convento de franciscanas, conocido pronto
como las Descalzas Reales, en lo que había sido palacio del tesorero de
su padre, don Alonso Gutiérrez, y en el que la princesa había venido al
mundo.
Monasterio de las Descalzas Reales
Una de las mejores construcciones levantadas en esta primera mitad del
siglo XVI, y que, entre tantas pérdidas, afortunadamente conservamos, es
la conocida Capilla del Obispo, construida junto, pero independiente, a la
vieja parroquia de San Andrés.
Fue concebida como panteón familiar por la rica y poderosa familia de
los Vargas, que habían sido patronos del legendario San Isidro, pero
también como digno cobijo para los ya muy venerados restos del santo
patrón de Madrid, pues en realidad no eran tales, ya que el cuerpo
momificado de Isidro se conservaba en magnífico estado.
La capilla, fue fundada por don Gutierre de Vargas y Carvajal, a la sazón
obispo de Plasencia, que la terminó en 1535.
Las obras, se iniciaron a principios de siglo, hacia el año 1520 y la
capilla se concibió en el estilo gótico, ya por esa época algo desfasado,
con una anchísima nave, algo corta, de magnífica altura con bóvedas de
crucería.
Sin embargo, la decoración se hizo ya en el moderno estilo plateresco,
con los sepulcros paternos, el propio del obispo, las bellísimas puertas de
entrada y el fastuoso retablo mayor, obras maestras del plateresco en
Madrid, cuyo autor fue Francisco Giralte.
A principios del XVI, los Vargas, como antiguos patronos de San Isidro,
consiguen que se les ceda el cuerpo incorrupto del mismo, dando ocasión
a que decidan levantar la capilla en cuestión, pero el párroco de San
Andrés no cesará en su empeño de recuperar la preciada momia,
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consiguiendo finalmente una bula del Papa Urbano III, por la que se
zanja el pleito, declarando como verdadero poseedor de los restos de San
Isidro al templo parroquial, en el que permanecerán hasta el siglo XIX.
Capilla de San Isidro en San Andrés
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LA CAPITALIDAD
Felipe II
En el año 1561, Felipe II comunica desde Toledo al Concejo de Madrid
su firme decisión de trasladar, sin excesiva demora, la Corte a la Villa
del Manzanares.
Como se sabe, Castilla carecía de un lugar fijo, estable o reconocido,
como residencia de la Corte. Esta iba allá donde fuese el monarca, que
solía pasar largas temporadas en diferentes ciudades de sus dominios.
Algunos organismos oficiales tenían su asiento en ciudades concretas,
como era el caso de Valladolid. En la capital castellana había pasado
temporadas el emperador Carlos I, y allí había nacido Felipe II.
Este movimiento itinerante de la Corte, normal en otros reinos europeos,
comenzaba a aparecer en el siglo XVI como un fenómeno incómodo,
caro y nada práctico. Toledo o Valladolid eran ciudades que tenían gran
prestigio para ser elegidas, pero ¿por qué lo fue Madrid?
Posiblemente por razones tan simples como que Madrid le gustaba al
joven rey, y Toledo o Valladolid bastante menos.
No se conocen razones incontestables para saber por qué Felipe II eligió
Madrid, pero sí se puede afirmar, categóricamente, que la Villa del
Manzanares reunía ciertos requisitos necesarios para el establecimiento
de la Corte. Y también se conocen los inconvenientes o defectos que
presentaban las dos ciudades castellanas ya citadas.
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Se desconoce si la idea de establecer una capitalidad estaba en la mente
de Felipe II desde antes de su reinado o desde los primeros tiempos de su
coronación, o si por el contrario fue proyecto que fuera madurando,
sobre todo después de los hechos que acaecieron en Toledo, anteriores a
la decisión del traslado.
Su joven esposa, Isabel de Valois, sentía una declarada antipatía por
Toledo, ciudad a la que consideraba la más fría y desagradable de
cuantas conocía.
Isabel de Valois, tercera esposa de Felipe II
Es cierto que el invierno de 1560-61 fue especialmente terrible en frío y
grandes nevadas. Sabido es, por otra parte, que la ubicación de Toledo en
un gran cerro en medio de una llanura, lo hace lugar muy abatido por los
vientos.
Aunque el peso histórico de Toledo era casi simbólico para la monarquía
española, la ciudad presentaba claras y serias desventajas para ser la sede
de la Corte de un estado moderno.
Es evidente, por otra parte, que en cuestiones de este tipo, no suele haber
una única razón suficientemente poderosa, sino varias o muchas, que
juntas desencadenan una reacción.
Entre ellas, la sentimental, por parte del rey enamorado de su esposa, no
hay que descartarla rotundamente. Pero hay otras significativas.
Durante la estancia de la Corte en Toledo, entre 1559 y 1561, se
produjeron roces entre la Corte y el Arzobispado. Toledo era la capital
primada de España, la sede cardenalicia de mayor poder y rentas, y el
cardenal actuaba como un auténtico virrey.
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Dos esferas de poder como la cortesana y la arzobispal, de tal relieve,
tenían pronto que chocar, como ocurrió con los sucesos del arzobispo
Carranza, que de ser nimios en su arranque, se convirtieron en cosa
delicadísima, lo que desagradó enormemente al rey Felipe II.
Entre el pueblo toledano era claro el descontento ante la permanencia de
la Corte, pues los precios aumentaron, los alimentos llegaron a escasear y
la convivencia fue a veces difícil, beneficiándose solo de esta situación
los comerciantes y los posaderos.
Por otro lado, se ha pensado que en Toledo pudiesen quedar aún
rescoldos comuneros, que agravaran la situación.
Dominios en Europa del rey Felipe II
Lo que es claro es que Toledo presentaba una topografía casi imposible,
encaramada en un gran cerro, de calor asfixiante en verano y fríos
gélidos en invierno, con calles estrechas y tortuosas, continuamente en
cuesta o retorciéndose. No sólo no era lugar grato para los cortesanos,
sino que no permitía grandes actos o solemnidades cortesanas.
Para colmo de males, Toledo carecía de agua fácil y continua, pues el
aprovechamiento del río Tajo resultaba una quimera para saciar la sed de
los habitantes de la ciudad, al quedar esta encaramada en el cerro y el río
hundido en lo más profundo del tajo que le da nombre.
La corte española había crecido enormemente, en cantidad de individuos,
miembros y servidores, y en complejidad de aparato y protocolo. El
ceremonial, tomado del borgoñón, era complicado, retorcido y de una
lentitud solemne pasmosa. El personal que asistía al rey y a la Casa Real
creció de manera tremenda en varios miles de personas.
Se necesitaba, por tanto, una sede urbana que permitiera e incluso
facilitara los movimientos de la Corte. Además, la burocracia se estaba
convirtiendo en una máquina aparatosa e ingente, demandando
edificaciones adecuadas.
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Madrid no era una ciudad con grandes y suntuosos edificios, pero su
caserío y su organización urbana, permitía todas las reformas y
modificaciones posibles.
La Villa, había crecido y se había consolidado hacia el este del Alcázar,
en terrenos que si no eran totalmente llanos, si presentaban un relieve
suave y ondulado, lo que permitía poder proyectar calles anchas y rectas.
La nobleza local era poco poderosa, y sus intereses fácilmente
manejables.
Además, Madrid no era sede arzobispal, con lo que la Corte, sin un poder
aristocrático fuerte ni el religioso poderoso, podía moverse y disponer
con absoluta libertad.
Había agua con facilidad en Madrid, gracias a los viejos y muy efectivos
"viajes de agua" y de sabor reconocido desde antiguo. El aire limpio y el
clima sano, contribuían a que el ambiente de la Villa fuese sumamente
grato, situación que, por desgracia, habría de cambiar pronto de un modo
muy negativo.
Madrid estaba situada en el centro peninsular, en un punto equidistante
de los extremos de la península. Toledo, en cierta manera, también. Pero,
había en el Renacimiento un "centro" más importante aún que el
geográfico, y era el psicológico.
Madrid estaba en el centro del espacio sobre el que se ejercía el poder, y
su capacidad de símbolo, en este sentido, era ilimitada, y además limpia,
y sobre la que se podía ejercer múltiples manipulaciones.
Dibujo (fragmento) de Madrid en 1562. Al fondo, el Alcázar y la villa amurallada
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CRECIMIENTO URBANO
El crecimiento de Madrid fue tan veloz y ambicioso durante los casi
cuarenta años de reinado de Felipe II, que no estará de más dejar
perfilados, con claridad, cuáles eran los límites de la Villa en el momento
de convertirse en Corte.
Volumetría del Alcázar después de las reformas introducidas por el rey Carlos I.
Sobre la fortaleza medieval, arquitectos como Covarrubias y Luis de Vega
reelaboran un espacio hasta darle apariencia de palacio, dentro de las limitaciones
que la primitiva construcción y los presupuestos permiten.
Ello, nos permitirá calibrar el alcance de dicho crecimiento, en el
momento de fallecer Felipe II en 1598.
Hacia 1566, una cerca o tapia de materiales pobres - ladrillo, argamasa,
escombrera - dibujaba el siguiente perímetro:
Esa cerca arrancaba de la muralla del siglo XII, junto a la Morería no
lejos de la Plaza de la Paja, bajaba hasta la calle de Toledo, cerca de la
actual Fuentecilla, y giraba, en línea suave, más o menos continua, hasta
el portillo de Antón Martín.
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Puerta de Toledo
De aquí girando al norte, llegaba a la primera puerta de Alcalá, en la
actual confluencia de las calles Alcalá y Sevilla, buscando la cercana
confluencia de las calles Fuencarral y Hortaleza, junto a la moderna Gran
Vía, para ir a buscar la plaza de Santo Domingo, donde moría en la cerca
de los arrabales del siglo XV.
Recreación del Madrid de mediados del XVI
partiendo del grabado realizado por Juan Wingaerde entre 1556 y 1560
Este crecimiento, una vez más, indica cómo Madrid siempre buscó, de
modo decidido, la orientación hacia levante, favorecida principalmente
por la suavidad del relieve, mientras que hacia el sur el terreno descendía
y hacía el norte ascendía.
Pero, una de las primeras consecuencias de la capitalidad de Madrid, y
quizás la más grave, fue la demanda de vivienda que generó la ingente
población que cayó sobre la ciudad a lo largo del reinado de Felipe II.
El Ayuntamiento, falto de medios jurídicos y humanos, desbordado por
los acontecimientos y casi siempre respondiendo tarde a los problemas,
se encontró en poco tiempo ante una situación de crecimiento
desaforado, caótico e incontrolado, donde la especulación y las
construcciones espontáneas, no sujetas a ordenanzas ni limitaciones,
campeaban por sus respetos, como suele decirse.
Las casas fueron levantadas deprisa y corriendo, sin garantías de
salubridad, con materiales pobres y malos, y sin guardar las más
elementales normas de urbanismo.
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Los propietarios de los solares, campo, fincas o huertas los vendieron o
parcelaron con rapidez, queriendo aprovechar la sorprendente demanda
de vivienda o alojamiento.
Las fachadas no guardaban, por lo general, una alineación continua, lo
que hacía que las calles tuviesen recovecos, entrantes y salientes
continuamente. También en los voladizos, se producían toda clase de
excesos.
Esta situación, llevó a la necesidad de crear un organismo, mitad
dependiente del Concejo, mitad de la Corona, que pusiera freno a estos
libertinajes y desarreglos urbanos, que daban a la Corte un aspecto
caótico e improvisado.
Reconstrucción de la fachada principal del Alcázar
después de las reformas de Carlos I,
destacando la portada flanqueada por los cubos del castillo primitivo.
Este organismo se llamó la Junta de Policía y Ornato, creada en 1590, y
presidida por el arquitecto Francisco de Mora, que había sido aparejador
de Herrera en El Escorial.
La situación comenzó a ser ligeramente controlada, llevando a cabo la
Junta labores para adecentar las calles, como eliminar voladizos, alinear
fachadas y suprimir desniveles abruptos de terreno, como barranquillos o
cerrillos, que se habían mantenido, sin modificar, rodeados de
edificaciones.
Algunos años después de crearse la Junta, el monarca muere, y con el
nuevo rey, Felipe III, la Corte se traslada temporalmente a Valladolid.
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Felipe III
Rey de España, Portugal, Nápoles y Sicilia y Duque de Milán
Para cuando esto ocurre, Madrid ha seguido extendiéndose, y a finales
del siglo, la superficie urbana alcanzaba puntos próximos a las actuales
Puerta de Toledo al sur, glorieta de Atocha al este y la calle del Pez al
norte.
El crecimiento no se detendrá, acelerado incluso con la vuelta de la Corte
desde Valladolid, en 1606.
En 1625, el joven rey, Felipe IV, ordenará el levantamiento de una cerca
o tapia, que impida este crecimiento gigantesco, que ya producía sobre la
vida cotidiana y legal de los madrileños toda una serie de inconvenientes
y problemas.
Reconstrucción de la fachada principal del Alcázar
después de las reformas de Felipe II,
quien ordena levantar una torre al oeste llamada "Dorada"
y una galería que la une con el cubo izquierdo de la portada.
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Esta cerca perseguía, no sólo cerrar, con fines fiscales y policiales, los
numerosos nuevos barrios surgidos, sino sobre todo, impedir que el
crecimiento continuara.
Y se detuvo, pues la ciudad no volvió a crecer hasta el siglo XIX, dentro
de los límites marcados por dicha cerca de 1625, que eran al sur las
llamadas Rondas de Toledo, Embajadores y Valencia, al este los paseos
del Prado y de Recoletos, y al norte los bulevares de Génova, Sagasta,
Carranza y Alberto Aguilera.
Una de las premisas interesantes del edicto de levantamiento de la cerca
era la prohibición de edificar inmediatamente al lado de la misma, por lo
que quedaron una serie de franjas vacías entre la tapia y el caserío más
próximo.
La circulación interna de este Madrid, de 1625 en adelante, estuvo
regulada o canalizada por una serie de arterias principales que, partiendo
de la Puerta del Sol o de puntos cercanos al casco medieval, conducían
en líneas más o menos rectas o claras, a los puntos extremos mas
alejados de la ciudad.
De la vieja plaza de Santo Domingo, junto al monasterio medieval,
partían diversas calles, que conducían al extremo noreste de la ciudad: la
calle de Leganitos y las muy largas calles de Amaniel y San Bernardo,
cuya anchura llevaba a que el pueblo la denominara calle Ancha de San
Bernardo, para distinguirla, además, de otra pequeña, situada en otro
punto distante de la ciudad.
Fachada del Alcázar madrileño en la primera mitad del siglo XVII.
Como se puede observar, se ha ampliado en su lado este buscando una simetría que,
la falta de presupuesto, deja solo a medias.
Partiendo también de la citada plaza, pero alejándose en sentido opuesto, hacia
el noreste, la popular y castiza Corredera de San Pablo, hoy muy mermada su
longitud, y que cerca del final de su trayecto cruzaba la de Fuencarral, para
acabar fundiéndose con la Hortaleza.
Estas dos, Fuencarral y Hortaleza, nacían en el mismo punto, la Red de San
Luis, calle corta que las conducía rápidamente a la Puerta del Sol. Se orientaban
decididamente hacia el norte, y aunque nacían juntas, iban paulatinamente
separándose, dibujando caminos más directos y rectos que desde el norte de la
periferia, conducían al mismísimo centro de Madrid, la ya citada Puerta del Sol.
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ORGANIZACIÓN POLITICA
Plaza Mayor. Se construyó entre 1611 y 1620
Como consecuencia del establecimiento de la Corte en Madrid, la Villa
se convirtió en el centro político de los extensos territorios del Imperio
dominados por la Corona, y en el centro, también, de la vida política,
económica, financiera y social de los reinos peninsulares.
Al residir aquí el rey, de modo permanente, también tenían su sede
organismos tan importantes como los Consejos, los más destacados de
los cuales eran el Real, el de Castilla, o los de Hacienda, Inquisición,
Ordenes Militares, etc.
También tenían sendas representaciones el Arzobispado de Toledo, del
que eclesiásticamente Madrid dependía, y el Nuncio, como
representación de los Estados Pontificios ante la Corona Española.
Es decir, la Villa pasa a ser Corte, y por tanto, no sólo va a detentar una
autoridad municipal y local, - muy mermada como veremos -, y un
organismo de equilibrio o compromiso, entre Corona y Concejo, la Sala
de Alcaldes de Casa y Corte, sino que se convierte en sede y terreno de
altos y complejos organismos de poder.
Esta transformación en Corte, lejos de beneficiar y aumentar la
capacidad y poder del municipio, o sea del Concejo, no supuso ningún
beneficio para la Villa y sus ciudadanos, al menos como conjunto,
aunque sí sobre determinados individuos y estamentos.
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Siendo representantes de la comunidad, y por tanto valedores de los
intereses de ésta, fueron sólo atentos y fieles servidores de la voluntad e
intereses de la Corona, dada su actuación en las frecuentes Cortes
convocadas en Madrid, como representantes de la Villa.
El poder del rey y de la Corona, no sólo disminuyó, sino que muy pronto
eclipsó o atrofió la capacidad de maniobra del Ayuntamiento, aunque
éste estuviese siempre presente en todas las ceremonias y
representaciones diplomáticas de la Corte.
Muchas son las referencias documentales y literarias sobre el brillante y
complejo ceremonial que el Ayuntamiento desarrollaba en los
abundantes festejos y actos solemnes que tenían lugar en Madrid,
generalmente en la calle Mayor y en la Plaza Mayor, invirtiendo grandes
gastos que mermaban, considerablemente, las ya depauperadas arcas
municipales.
Lejos de defender los intereses locales y vecinales, el Ayuntamiento
madrileño fue, durante el siglo XVII, una marioneta de los intereses de la
Corona, pues otra cosa no podía hacer, cuando estaba formado, en los
puestos claves, por títulos vitalicios y cargos hereditarios, y por
personajes totalmente fieles a los deseos del monarca o de sus validos.
Con frecuencia, incluso, la Corona permitía transgresiones de las normas
y de las reglas para poder colocar a determinados individuos en puestos
de representatividad.
Algunos autores críticos del siglo XIX fueron muy duros con esta
situación, como Fernández de los Ríos, que llegó a afirmar que el
Concejo madrileño desde la venida de la Corte no había sido más "... que
una corporación servil, una especie de mayordomo al servicio del Poder"
real, añadiríamos.
Como ya se ha comentado anteriormente, en los actos protocolarios y
diplomáticos del Alcázar, residencia real, el Ayuntamiento también
estaba representado.
Puede decirse que el Concejo de la Villa, en el XVII, fue cubierto de
oropeles para inutilizarle, lo cual entra dentro de la lógica absolutista de
la monarquía en el Antiguo Régimen, sobre todo, en el período de los
Austrias.
En las Cortes, que se celebraban generalmente en Madrid, durante el
siglo, los castellanos, andaluces o aragoneses solían defender sus
intereses, y a veces incluso con cierta insolencia.
Pero la monarquía austríaca no podía consentir nada parecido respecto a
la ciudad que servía de asiento de la Corte, y que además había sido
honrosamente dignificada como Corte por la generosidad de la Corona.
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Por tanto, aparece claro que la Corona tendió desde el primer momento a
minimizar la acción del Concejo.
Este, como todos los demás organismos estatales, que se habían asentado
en la Corte, no podía ser un organismo autónomo y con objetivos
particulares, los locales o vecinales, sino una administración más
emanada de la figura y poder del monarca, máquina al servicio de la
Corona, parte integrante de la Corte, y por tanto, en ningún momento
opuesta a ésta.
El Concejo, como responsable del espacio urbano y de la manutención
del vecindario, incluido el cortesano, desarrolló una tibia política
urbanística y unos servicios encaminados a asegurar el abastecimiento
público.
Madrid y sus aldeas a finales del siglo XVI y comienzos del XVII
Un organismo, dependiente del Concejo, encargado de velar y de hacer
corregir los desmanes urbanísticos y de las edificaciones era la Junta de
Policía y Ornato, creada en 1590.
Estaba compuesta por los llamados aposentadores, que eran técnicos y
arquitectos del Ayuntamiento, y que corregían, revisaban y aprobaban las
nuevas construcciones, u obligaban a rectificar excesos y libertades en
las edificaciones.
Una de las mayores realizaciones urbanas en el Madrid de la época, por
no decir que la de mayor trascendencia, fue la construcción de la Plaza
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Mayor, entre 1611 y 1620. Pero incluso aquí, buena parte de las
disposiciones y permisos sobre terrenos, licencias, conflictos, las
concede la Corona, quedando el Concejo en mero ejecutor.
En parte, es comprensible, porque la trascendencia y alto coste de una
realización como esa, escapaba a las posibilidades legales y económicas
de la ciudad y su órgano de gobierno, el Concejo, haciendo necesaria y
conveniente la participación del rey, entonces sin posibilidad apenas de
contestación, pero es también sintomático el papel secundario que
desempeña el Ayuntamiento.
La implicación, el sometimiento, la nula autonomía que tenía el Concejo
queda evidenciada con un simple ejemplo: el maestro mayor del
Ayuntamiento era el mismo que el arquitecto de su majestad, durante
décadas Juan Gómez de Mora.
Aprovechando la disponibilidad de la Corona para las necesarias
reformas urbanas que necesitaba la ciudad, el Concejo se atrevió a
solicitar dispensas y partidas para poder construir una sede propia y
digna, ya que desde sus orígenes el Concejo de Madrid había carecido de
edificio propio.
Corrida en la Plaza Mayor
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SOCIEDAD Y ECONOMIA
Felipe IV
Se ha aludido reiteradamente al fuerte crecimiento demográfico que
Madrid experimenta desde el momento de la llegada de la Corte. De la
discreta población de la Villa en la mitad del siglo XVI, se pasa, casi
súbitamente, a unas curvas de crecimiento, que aunque tendrán
retrocesos a lo largo del tiempo, caracterizarán la vida y el ambiente de la
ciudad durante todo el XVII.
Muchos autores manejan cifras diferentes, en algunos casos
notablemente diversas. Aquí, más que números, nos interesa insistir en el
fuerte aumento poblacional que experimentará Madrid. Desde el
momento de su conversión en Corte, la cifra de vecinos, a partir de los
15.000/20.000 del año 1561, se disparará.
Primero llegarán los cortesanos, con todo ese enjambre de cargos y
puestos que forman el servicio de la Casa Real, seguidos en pocos años
de los muchos funcionarios del Estado, en la medida en que Felipe II
hace crecer y hacerse más compleja la maquinaria burocrática del estado.
En tercer lugar, comienzan a establecerse los inmigrantes, procedentes de
los ejércitos o del campesinado medio rural. En la medida en que las
familias nobles, aristocráticas o burguesas demandan siervos y criados,
esta inmigración se hará, ya en el XVII, con el establecimiento estable de
la Corte, más sólida y continuada.
No podemos olvidar el crecimiento número de clérigos, frailes y monjas,
que comienzan a asentarse en la Corte muy poco después de 1561. Con
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sólo estos factores enumerados, es fácil imaginar que la población
avecindada en Madrid tenía que crecer de forma intensa más que
sensible.
Sintetizando, se puede dibujar un cuadro de la sociedad Madrileña que
podría ser, grosso modo, éste: un primer porcentaje de cortesanos y
funcionarios, de estamentos diversos, los primeros generalmente nobles,
los segundos burgueses o letrados, salvo ciertos casos.
Un segundo porcentaje de nobleza o aristocracia, con o sin directa
participación en la vida cortesana o de círculos más cercanos al rey.
Esta nobleza, que durante el reinado de Felipe II se manifestó remisa a
trasladar la residencia a Madrid, se fue estableciendo paulatinamente a
partir de la vuelta cortesana de Valladolid en 1605, llegando a constituir
en el siglo XVII más de un cuarto de la población.
Porcentaje también enormemente crecido lo constituyó el clero,
estamento social religioso de enorme peso y trascendencia en la sociedad
española de la época, con clérigos, eclesiásticos, frailes y monjas, en
número que permite hablar de invasión para la nueva Corte.
No sólo por la cantidad de fundaciones religiosas que se harán en la
ciudad, sino por la deseada presencia de la iglesia en los círculos
políticos y cortesanos.
Además de las parroquias y conventos, el estamento religioso se asentó
en la ciudad, respondiendo a la necesidad de suficientes clérigos para
atender hospederías de las diferentes órdenes, colegios, oratorios,
hospitales, cofradías y hermandades.
Aunque la condición de la Corte fuese esencialmente política y religiosa,
no hay que olvidar que la numerosa población requería unos servicios y
producciones determinados. Estos se los suministraba la burguesía, que
respondía a tres frentes.
Los mercaderes y vendedores, desde los de caros y lujosos productos,
hasta los de primera necesidad; los artesanos o fabricantes de
manufacturas, que cubrían también las necesidades de prendas,
utensilios, herramientas, objetos especializados, etc., de una importante
población; y los liberales o letrados, entre los que cabría incluir muchos
funcionarios, pero también prestamistas, médicos, abogados, escritores y
artistas, etc.
Y finalmente, el pueblo llano o trabajador manual, que en Madrid se
dedicaba, fundamentalmente, a la servidumbre. Cualquier familia noble o
burguesa empleaba como mínimo a dos o tres personas de esta
condición.
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En la sociedad Madrileña del XVII, era impensable, para cualquier
familia nobiliaria, mercantil, funcionaria o burguesa, no tener criados en
casa, pues de no poseer ni siquiera un sirviente se estaba en el grado más
ínfimo y bajo de la condición social.
De la normalidad que llegó a tener la condición de siervo, basta decir
que los criados o sirvientes tenían a gala el serlo, sobre todo, si sus
señores o señor alcanzaban cierto nivel social.
Se han contado muchas anécdotas para ilustrar esto último, desde el
número de criados que la familia rica exhibía en balcones y festejos,
hasta el orgullo de Velázquez, al anteponer a todos sus cargos y títulos,
incluido el de "pintor real", el de siervo del monarca.
A finales del XVI, en torno a los últimos años de vida de Felipe II, fallecido en 1598, la
población madrileña ronda los 100.000 habitantes, aunque algunos autores los rebajan a
80.000 y otros, lo suben a 120.000.
Qué duda cabe, que la marcha de la Corte a Valladolid desinfló
sensiblemente el vecindario madrileño, con pérdida de más de 50.000
personas, según un historiador.
Pero el retorno de la Corte a la villa del Manzanares, en 1605, supuso
otra vez un sostenido índice de aumento demográfico, con algunos
retrocesos, producidos por diversos elementos, tales como pestes,
hambruna, mortandad elevada, etc.
A lo largo del XVII, los vecinos no bajarán ya nunca por debajo de los
100.000, como los 154.000 de 1685, todo ello dentro del mismo espacio
físico que no se altera, pues el crecimiento es absorbido por la capital
mediante la fragmentación de la vivienda y el aprovechamiento de los
patios de las casas para construir aposentos.
Efectivamente, el suelo o superficie no aumentó en Madrid desde 1625,
como consecuencia de la cerca de la ciudad ordenada levantar por Felipe
IV, pero esta creciente explotación del suelo urbano interior de la cerca
aumentó, considerablemente, los ya de por sí marcados problemas
higiénicos, sanitarios y de salubridad, que a finales del XVII eran
grandes y preocupantes, con abundantes voces de alarma ante una
situación que era explosiva.
Esta sociedad, desde la nobiliaria y burguesa hasta el pueblo humilde,
tenía dos distracciones básicas: el teatro y las fiestas.
Había numerosos corrales de comedias, aunque los más conocidos, y los
únicos que tuvieron continuidad en el tiempo como teatros locales,
fuesen los de la Cruz y de la Pacheca, luego del Príncipe.
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Estandarte de los monarcas de la Casa de los Austrias en España, usado desde 1580
hasta 1668.
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ARQUITECTURA
La Cava Baja
La llegada de la Corte a Madrid en 1561 no suscitó entusiasmos en la
alta nobleza castellana, que miraron con cierto desdén la súbita nueva
condición de una villa .
Aunque por parte de la Corona o del Concejo se elaboraron planes de
adecentamiento y embellecimiento de la ciudad, la nobleza se retrajo de
invertir en grandes gastos que supusieran la construcción de nuevos y
dignos palacios.
Debió haberlos, sin duda, y sabemos de la existencia de palacios o fincas
suburbanas en la periferia, como la casa de las Siete Chimeneas o las
casas de Antonio Pérez, en el camino de Atocha.
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Casa de las Siete Chimeneas
La Iglesia se estableció pronto en la Corte, y a diferencia de la remisa
aristocracia, sí apoyó la nueva capitalidad, quizás deseosa de que la
Corte no volviera a Toledo. Desde los primeros años de condición de
Corte, se fundan y establecen en Madrid numerosas órdenes religiosas.
Es posible, que la apariencia de erial arquitectónico que parece ser el
Madrid del reinado de Felipe II, se deba más a la desaparición casi total
de lo que hubo, y no necesariamente a que nada se moviera aquí en
arquitectura.
Sin embargo, también es cierto que durante las primeras décadas de corte
las inversiones constructivas y arquitectónicas del estamento religioso
debieron ser humildes y de cierta provisionalidad, a la que aluden incluso
algunos escritores del XVII.
El cambio radical se produce cuando la Corte regresa de Valladolid en
1606, y se afirma la convicción de la definitiva capitalidad. Es entonces,
en los años inmediatos, cuando muchos palacios y conventos anteriores,
inician obras ambiciosas de reforma y mejora, además de producirse
nuevas fundaciones religiosas.
Tanto en la arquitectura palacial, hoy muy escasa, como en la religiosa,
se siguen unas formas, lenguaje y repertorio decorativo, que podríamos
definir como post-escurialense, manierista o clasicista.
Los templos se adaptan a la forma de cruz latina, con plantas inspiradas
libremente en la jesuítica del Gesú, aunque también se usó la planta
elíptica, como en San Antonio de los Portugueses o en el Colegio de
Doña María de Aragón, hoy Senado.
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La arquitectura de este primer tercio del XVII ha llegado a nosotros muy
diezmada y algunas iglesias de esta época fueron reformadas o acabadas
después, variando o alterando su estilo primitivo.
Pero este período, de arquitectura monumental, tímidamente dinámica,
de superficies recortadas y sobriedad expresiva podemos aún conocerlo
en los templos de la Encarnación, El Carmen, las Alarconas o las
Carboneras.
La Encarnación
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El Carmen
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Palacio del Duque de Uceda
El único gran palacio de este momento que se conserva es el magnífico
del Duque de Uceda, hoy Capitanía General, obra de Francisco de Mora,
aunque las obras las dirigiera Alonso Turrillo, de 1608 a 1613.
Una realización trascendental fue el templo del citado convento de la
Encarnación, fundación real, que se hizo entre 1611 y 1616, y cuya
fachada, diseñada por Gómez de Mora, se convirtió en el modelo más
repetido, aunque no el único, entre los conventos de toda la región
central y parte de Castilla durante el XVII y buena parte del XVIII.
Su organización tuvo un éxito total, y consistía en un gran rectángulo
vertical, limitado por pilastrones gigantes y coronado por un frontón.
Abajo, incluía un eficaz pórtico o porche, sobre el que cabalgaba el coro
hispánico de los pies, iluminado por los ventanales que se abrían en la
fachada, cuya decoración se limitaba a escudos de los fundadores,
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patronos o de la orden, y a una escultura o relieve en piedra, alusivo a la
advocación o titularidad del templo.
Sin citar ejemplos de la región, diremos que en Madrid, de los templos
que subsisten, adoptan este esquema de fachada, con o sin porche las
Comendadoras, las Alarconas, los Jesuitas, San Cayetano o San José.
El manierismo tardío que se practica a principios del XVII va
evolucionando, y aunque se mantiene como la más frecuente la planta de
cruz latina, de nave única, transepto y cúpula, se varía, se dinamiza y se
hace más compleja la ornamentación, el lenguaje arquitectónico y las
superficies.
Una soberbia manifestación de sensibilidad barroca temprana aparece ya
en la decoración de los muros y en el alzado rítmico doble y alternado de
San Isidro, de jesuitas, en la calle Toledo, obra de Francisco Bautista,
que toma las obras en 1630 y las concluye en la década de 1660.
Este barroquismo, atemperado, quieto y elegante se desarrolla a lo largo
del reinado de Felipe IV, y toma cuerpo en las obras de dos figuras
destacadas.
El citado Francisco Bautista es además autor de una bellísima capilla,
fusión de la claridad compositiva y estructural del Barroco madrileño y
de una decoración y fantasía en soluciones e ideas de sensibilidad
barroca avanzada, la Capilla del Cristo de los Dolores, de la V.O.T., de
1660-64.
Capilla del Cristo de los Dolores
Y Fray Lorenzo de San Nicolás, escritor, teórico y perito, autor de San
Plácido, magnífico conjunto arquitectónico-decorativo-pictóricoescultórico-retablístico, de la década de 1650-60, y las Calatravas, de rica
e imaginativa decoración y soberbia cúpula, iglesia corta casi
centralizada, de 1660-70.
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Convento de San Plácido
Iglesia de las Calatravas
A finales de siglo, los arquitectos mantienen las mismas estructuras, aunque
acortando formas o introduciendo variaciones. El repertorio ornamental, ya
barroco, es rico y opulento, con frutos y productos hortícolas castizos, que
deslumbran sobre fondos totalmente lisos.
Puente de Segovia.
A la izquierda, la Capilla de la Virgen del Puerto y, al fondo, el Palacio Real.
Los hermanos José y Manuel del Olmo son perfectos representantes de
este último tercio del XVII, con dos iglesias famosas por su belleza: los
templos conventuales de las Góngoras, de 1663-75, y de las
Comendadoras de Santiago, con hermosa y diáfana planta de cruz griega,
iluminada por una cúpula completa, de 1667-97.
Convento de las Góngoras
Convento de las Comendadoras de Santiago
De la arquitectura civil de este tercio de siglo, quedan algunos ejemplos
muy interesantes, reveladores de cómo influyó en la ciudad este Barroco
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castizo: la fachada de la Casa de la Panadería, en la Plaza Mayor, de
Tomás Román y Jiménez Donoso, de 1672, y la Puerta del Buen Retiro,
de 1692, y el patio del Colegio Imperial, en la calle Toledo, de 1673,
obras ambas de Melchor de Bueras.
Sin embargo, la tipología más difundida, repetida y representativa de la
arquitectura madrileña del siglo XVII, la constituyó el palacio urbano y
público, cuyos caracteres se cohexionaban de forma tan homogénea, que
creó una imagen típica e inconfundible de la ciudad.
Es el conocido como "palacio de los Austria", cuyo modelo admitía
variantes, pero siempre dentro de un diseño que resultaba eficaz,
altamente representativo, monumental, solemne y perfectamente
adecuado a la función urbana.
La construcción de arranque para este modelo es indudablemente el
"Palacio de Uceda" de 1608-13, con el precedente anterior del Palacio
Ducal, en Lerma (Burgos), de 1604, ambos de Francisco de Mora.
Se trata de un rectángulo horizontal, con dos pisos de órdenes, portadas
manieristas, tejados y buhardillas de pizarra y torres cúbicas, en punta,
en los extremos.
Ayuntamiento de Madrid (Hoy día está en la Plaza de Cibeles, antigua casa de
Correos)
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Su sobrino, Gómez de Mora, desarrolló este esquema, en las obras
inicialmente citadas, introduciendo variantes muy jugosas y un
dinamismo barroco, además de juegos rítmicos de gran altura intelectual,
en obras como la fachada nueva del Alcázar, de 1611-19; el
Ayuntamiento, de 1621-48 y la Cárcel de Corte, de 1629-35, hoy
Ministerio de Asuntos Exteriores.
Este modelo se hizo en Madrid de validez universal, siendo repetido en
multitud de casas y palacios de la nobleza, en la Casa de la Panadería, o
en las fachadas del Palacio del Buen Retiro, de 1630-40, obra de Alonso
Carbonell.
Cárcel de Corte. Hoy Ministerio de Asuntos Exteriores
38
Palacio del Buen Retiro
Su creación resultó tan adecuada y original para una ciudad, convertida
de improviso en Corte, que carecía por completo de modelo
arquitectónico, que de inmediato fue reconocida como la imagen de
Madrid, una arquitectura propia y personal del Madrid de los Austria.
EL FINAL DE LOS AUSTRIAS
Felipe IV
El rey Felipe IV falleció en 1665 amargado, con complejo de culpa por la situación en
que dejaba España y preocupado por el futuro del Gobierno, dada la inexistencia al
frente del Estado de una persona capacitada que pudiera afrontar con éxito los graves
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problemas que quedaban planteados. Su inquietud iba verse plenamente confirmada. Su
hijo Carlos, el sucesor, tenía tan solo cuatro años de edad, presentando además notorias
deficiencias físicas, y la junta de Gobierno instituida pata que compartiera el poder con
la que quedó como reina gobernadora (su viuda, Mariana de Austria), no pudo asumir
plenamente la tarea encomendada, pasando a un primer plano la actuación de la reina,
poco apta para tal menester, quién para colmo depositó toda su confianza en su
confesor, el jesuita austriaco Everardo Nithard, nuevo valido que muy pronto iba a
ganarse la oposición de los sectores políticos dominantes y de amplios grupos sociales
por su origen, su adscripción estamental y su incapacidad para llevar las riendas del
Estado.
El rechazo de la nobleza al eclesiástico extranjero y la expedición militar desde
Cataluña a Madrid protagonizada por uno de los personajes claves en aquellos
momentos, don Juan José de Austria, hijo bastardo de Felipe IV, muy deseoso de ocupar
el poder y que contaba con bastante apoyo social, propiciaron la caída de Nithard. No
obstante, don Juan José de Austria no ocupó el puesto de éste, alejándose de la corte tras
recibir el nombramiento de virrey de Aragón. La reina buscó un nuevo favorito y lo
halló en un modesto hidalgo que había sabido introducirse en los círculos palaciegos,
Fernando de Valenzuela, que pasó de ésta manera a ocupar el lugar dejado por Nithard,
pero que al igual que la había ocurrido a éste se vio rechazado por la nobleza de
abolengo, que no aceptaba la posición privilegiada que el favorito de la reina había
logrado alcanzar.
En 1675 se produjo la mayoría de edad de Carlos II, que por entonces contaba catorce
años, acontecimiento que no generó de inmediato cambios importantes en la cúspide del
poder, ya que Mariana de Austria siguió en su destacada posición, al igual que
Valenzuela, experimentando éste incluso un incremento de su influencia al recibir el
título de primer ministro y ser nombrado Grande de España, medida que desató las iras
de la alta nobleza, provocando además una segunda intervención de don Juan José de
Austria con una marcha desde Zaragoza a Madrid que, esta vez sí, iba a culminar con su
ascensión al poder. Valenzuela fue detenido, siendo luego desterrado a Filipinas;
parecida suerte tuvo la reina madre, aunque su destierro era un lugar cercano, Toledo;
don Juan quedó como nuevo hombre fuerte, siendo nombrado por el rey en 1677 su
primer ministro.
El gobierno del príncipe apenas pudo concretarse no dejarse notar debido a su
prematura muerte, ocurrida en 1679. Muchas esperanzas se haban puesto en su gestión,
pero la difícil coyuntura que le toco vivir como gobernante y su breve mandato
impidieron la realización de sus proyectos y de los planes de quienes le apoyaban. La
interrogante sobre sus posibilidades reales de actuación quedó así sin resolver. Sí
aparece claro, por contra, que tras su desaparición el peso político de la nobleza, que
hasta entonces se había dejado sentir indirectamente y en forma de grupo de presión, se
manifestó de manera rotunda, ocupando el puesto de primer ministro dos destacados
miembros nobiliarios: el duque de Medinaceli, desde 1680 a 1685, y el conde de
Oropesa, desde 1685 hasta 1691, dos buenos representantes de los sectores
aristocráticos que se venían disputando el poder. Ambos, en la medida de sus
posibilidades y teniendo en cuenta la postración en que se hallaba España, intentaron
aplicar una política reformista y de regeneración , mejorando la actuación de los
anteriores validos pero sin que los logros se hicieran sentir a corto plazo.
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Retrato de Juan José de Austria, anónimo madrileño del siglo XVII. Museo del Prado.
Carlos II de Habsburgo (Madrid, 6 de noviembre de 1661 - Ibídem, 1 de noviembre de
1700), llamado el Hechizado, rey de España desde 1665 hasta su muerte, último de la
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Casa de Habsburgo. Hijo y heredero de Felipe IV y de Mariana de Austria, permaneció
bajo la regencia de su madre hasta que alcanzó la mayoría de edad en 1675. Su
sobrenombre le venía de la atribución de su lamentable estado físico a la brujería e
influencias diabólicas. Parece ser que los sucesivos matrimonios consanguíneos de la
familia real produjeron tal degeneración que Carlos creció raquítico, enfermizo (con
frecuencia era atacado por violentas fiebres que lo postraban en cama; apenas subía en
su carruaje, los vómitos lo obligaban a desistir del viaje, y cuando estaba al aire libre, le
supuraban los ojos) y de corta inteligencia, además de estéril, lo que acarreó un grave
conflicto sucesorio, al morir sin descendencia y extinguirse así la rama española de los
Austrias.
BIBLIOGRAFIA
http://www.nova.es/~jlb/mad_es61.htm
ketari.nirudia.com/.../ketari-20070724063107.jpg
http://www.webmadrid.com/guia/historia/austrias.asp
www.madripedia.es/w/images/thumb/400px-Fragme...
www.portaltaurino.com
historia2.webcindario.com/rb19.jpg
http://es.wikipedia.org
C. de Habsburgo. Los Austrias. 2005. Edit.La esfera de los libros
http://www.artehistoria.jcyl.es/historia/contextos/1974.htm
http://www.madridhistorico.com
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