La Brava pensil - Juegos Bancarios 2015

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LA BRAVA PENSIL
A mis cincuenta y dos años me parece increíble escucharme decir la trillada frase “me acuerdo que
cuando era niña…” y sí, recuerdo con nostalgia el ambiente que se respiraba en estas calles de mi
entrañable colonia Pensil.
Nací en la Calle de Lago Wetter y aunque parezca canción toda mi vida la he pasado en esta casa,
en esta calle y en esta colonia, la famosa y temida colonia Pensil.
Mi colonia debe su nombre a un jardín, el Pensil Mexicano, construido en 1766 con superficie de
tres mil metros cuadrados y aproximadamente 800 de construcción. Jardín virreinal que
permanece olvidado y en ruinas sobre la calle de Lago Chiem.
El jardín, es decir, el pensil formaba parte de una casa solariega construida, seguramente, por los
indios que en ese entonces le fueron entregados a Don Manuel Marco de Ybarra, propietario y
bachiller de Teología y Cánones de la Real y Pontificia Universidad de México, en un sistema
llamado encomienda y en el que la mano de obra de los indios era gratis.
El encomendero tenía la obligación de contar con religiosos que se encargaban de adoctrinar a los
indios. De ahí, que el pensil contara con una capilla de estilo barroco, de la que aún hay vestigios.
Los sacerdotes alarmados por los abusos que se cometían contra los indios, fueron quienes
denunciaron ante el rey de España la situación de esclavitud que se vivía, y en la que casi se
extermina a nuestros antepasados.
Se cuenta que a principios del siglo XX la ciudad de México estaba casi unida a la entonces villa
de Tacuba, y que para los años 30 comenzaron a establecerse las actuales colonias Pensil. Sí,
colonias porque, según dicen, son 6. Inicialmente fueron habitadas por personas de provincia que
se asentaron en cualquier terreno sin tener que pagarlo, pero a cambio tuvieron que adaptarse a la
falta de servicios.
Mis padres llegaron por allá del 57. Mi mamá cuenta que no había calles, que sólo era tierra y
barrancas con basura. A mí ya no me tocó ver ese panorama.
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Recuerdo con añoranza la calle de mi infancia. Tranquila, vacía, con árboles a cada lado de las
banquetas e integrada por algunas casas y bastantes vecindades habitadas por la clase obrera. De
esa época sólo queda, como 10 metros más adelante de mí casa, una enorme Jacaranda cuya copa
de más de 2 metros de diámetro, continúa arrojando hermosas flores color violeta.
La Pensil tiene fama de ser una colonia brava. De hecho, me tocó ver algunos pleitos callejeros
que, supongo por ser pequeña, me impactaron. Sin embargo, no sé si será suerte pero nunca he
tenido problemas alguno, aunque si he sufrido algunos inconvenientes por vivir allí. Los canijos
taxistas no tan fácilmente quieren llevarte a esas calles, mucho menos a la renombrada Casa
Amarilla.
Mi vida, como la de todos, se ha dividido en varias etapas. La primera comprende de mi
nacimiento hasta aproximadamente los seis años. Corresponde a una infancia serena como mi
calle. Evoco aquellos tiempos, gravados en mi mente y en mí alma porque me remontan a
tiempos de tranquilidad, de remanso.
Aunque ustedes no lo crean, en la esquina había una pulquería y de vez en cuando se suscitaban
pleitos entre borrachos. Más allá, en la siguiente cuadra había un establo y otro más en la cuadra
de atrás. En este último conocí a las vacas y a una familia de españoles que no encajaban en ese
ambiente. Bueno, su establo y ellos eran bonitos pero nosotros, los que nos formábamos para
comprarles la leche, éramos invisibles para sus ojos.
En la siguiente cuadra había un estanquillo de petróleo y carbón, aún no estaban de moda las
estufas, ni las licuadoras, mucho menos las lavadoras ni los refrigeradores. Bueno, en mi casa no
los había.
Si bien mi calle era hermosa, la mayoría de las otras no lo eran y siguen sin serlo. Las cuadras no
están bien trazadas, te encuentras con calles cerradas por todos lados y con vías que no siguen una
línea recta, más bien están en zigzag, además de ser demasiado estrechas. Con estos trazos queda
comprobado que los primeros habitantes se establecieron donde quisieron.
La segunda etapa inició con la construcción del “Pavón” -realmente se llama Deportivo José
María Morelos y Pavón, pero todos le decimos “el Pavón”-. Es entonces cuando mi calle pierde
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su diseño. Tiraron toda la acera de enfrente para dar cabida a un pequeño boulevard que
encausaba hacia la entrada del deportivo, a 6 pequeñas calles.
Una vez iniciados los trabajos fue sólo abrir la puerta y encontrarme con un carrusel justo
enfrente, a menos de 5 pasos, de la puerta principal, que permaneció los mismos años que duró la
construcción del Pavón.
Fue en esta época que comencé a hacer amigos y no recuerdo que me contaran alguna leyenda
sobre mi colonia. Situación que se repitió cuando ingresé a la escuela Secundaria y en la que todas
las tardes el patio del deportivo era mi segunda hora de recreo y también la de mis compañeros de
escuela.
Por estos años también fue construida la Línea 7 del Metro, con la estación más cercana, Río San
Joaquín. Parece increíble que durante varios años esta línea haya permanecido casi vacía porque
realmente era poca la gente que la usaba. No había necesidad de trasladarse tan lejos como
resultaba Mixcoac o Barranca del Muerto, o quizás porque era bastante profunda, lo nunca antes
visto.
Para finales de los años 80’s se inicia la demolición de vecindades y la construcción de unidades
departamentales de interés social, ocasionando que la población se incrementara y que el hasta
entonces “ambiente tranquilo” desapareciera. A mis padres les asignaron uno como
compensación por haber tirado la mitad de su casa para abrir una calle que permitiera el tránsito
hacia el deportivo.
Son en estos años cuando realmente comienzo a conocer la delincuencia y los crímenes que se
cometen por unos cuantos pesos. Los chicos perdidos, pretendiendo ser delincuentes acababan
con quien se les pusiera enfrente y entre ellos mismo. Quizás por lo trágico de esas muertes fue
que comenzaron a escucharse las procesiones.
La unidad habitacional está integrada por 3 edificios, uno al frente y los dos restantes en la parte
trasera, ubicados de manera perpendicular al primero. Al fondo queda un espacio libre suficiente
para tender la ropa de todos los vecinos y al que llegas a través del pasillo que separa las dos
construcciones.
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Fue en ese pasillo cuando en las madrugadas comenzó a escucharse el rezo de un padre y el de sus
feligreses. Iban rezando un rosario. No todos los vecinos los escuchan, sólo algunos, muy pocos.
Para el año 2010, aproximadamente, comienzan a construirse edificios que son vendidos con la
publicidad de “…a 5 minutos de Polanco...”, y entonces sube la plusvalía de estas calles sucias y
ruidosas. Basta con cruzar Avenida Río San Joaquín para comprobar la existencia de dos mundos
paralelos. Es en esta época cuando comienza la venta de mariguana e inhalantes. A partir de
entonces, a cualquier hora puedes encontrar a chavos y chavas fumando o inhalando. La policía…
siempre en vigilia.
La situación empeoró con la construcción de unidades residenciales (edificios departamentales
que parecen palomares, dan pena de ver y acabas deprimido) en la zona que posteriormente sería
Plaza Carso, ocasionando que la población flotante se haya incrementado considerablemente.
En las mañanas, aquellas calles en las que raramente pasaba un coche ahora resultan insuficientes
para las “peseras” y los taxis que no se dan abasto para trasladar a la clase trabajadora integrada
básicamente por albañiles y empleados cuyos ingresos no les alcanzan para comprarse un coche.
A estas alturas me queda claro que mientras la gente tenga urgencia de conseguir dinero para
medio comer, medio vestir y, en fin, para medio vivir, no tendrá tiempo de rememorar las
hermosas leyendas, mitos o historias de nuestras colonias.
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