Ronda de Censos 2010-2012: más allá de la encrucijada

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Ronda de Censos 2010-2012: más allá de la encrucijada cuantitativa que en términos de
visibilización social se cierne sobre los Pueblos Afrodescendientes de América Latina y el
Caribe
Diana Senior Anguloi
En todas las sociedades del mundo, la infancia marca una época crucial en la vida de
quienes, años más tarde, pasarán a formar parte de las dinámicas sociales de sus respectivos
países. No es casual que para dejar atrás la condición de analfabetismo e ingresar al plano
educativo, en la infancia sean fundamentales, entre otras, principalmente dos cosas: aprender a
leer y escribir, y dentro de las operaciones matemáticas, el aprender a contar (ya sea sumando,
restando, multiplicando o dividiendo). ¿Por qué traer esto a colación? Básicamente porque la
manera en que nos acercamos a la vida social, y la forma en que interaccionamos con nuestro
entorno, se construyen a partir del desarrollo que vamos generando sobre la base de estos
conocimientos primarios; de los cuales, vamos a retomar la habilidad para contar.
Casi sin darnos cuenta, nos pasamos la vida contando diferentes cosas. El valor de contar
en sí mismo nos sugiere que lo que se cuenta es importante. Por eso no se cuenta por contar: hay
un objetivo detrás de un conteo o una medición, cualquiera que esta sea. Lo anterior no ha pasado
tan desapercibido por las élites políticas y gubernamentales en general, pero vamos a referirnos
en particular, a las ubicadas regionalmente en América Latina y el Caribe.
Podemos irnos tan atrás como al inicio de la etapa colonizadora, pero todavía en aquel
momento, el conteo de la población representaba un esfuerzo no muy bien logrado.
Posteriormente y mediante la complejización cultural de nuestras sociedades, surge el interés por
conocer la totalidad cuantitativa de la diferenciación “racial” que había sido construida en la
región; diferenciación que, dicho sea de paso, servía a propósitos de dominación social y
expansionismo económico de potencias extraterritoriales, receptoras de las ganancias
establecidas en los desiguales términos del intercambio impuesto, así como ajenas a los
verdaderos alcances de la opresora jerarquización social en curso.
En este “orden de cosas” y con el pasar del tiempo, los censos se convertirían en
instrumentos clave para el funcionamiento precisamente del ordenamiento jurídico-social creado
y establecido. Siglos XVII y XVIII en plena época colonial, siglo XIX y temprano siglo XX en pleno
nacimiento y construcción de las repúblicas y Estados nacionales; los censos fueron herramientas
irrenunciables para la organización social de países en los cuales, desde el primero hasta el último
en abolir la esclavitud, sin dejar de lado el factor de las migraciones internacionales, aunado al
nuevo estatus social de las recién manumisas poblaciones de origen africano, el contar a la
población nacional representó un desafío sin precedentes para las nuevas formas de
ordenamiento político en América Latina y el Caribe.
Hasta este momento, contar a la población por “raza” o por “color” no implicaba ningún
tipo de problema político para los representantes gubernamentales, ni tampoco un desagravio
socio-cultural para las poblaciones afrodescendientes. Se hacía justamente porque el objetivo
detrás del conteo al acercarnos hacia la mitad del siglo XX, constituía una suerte de sutil transición:
pasar de la dominación y explotación social al control demográfico propiamente dicho. Lo anterior
implicaba básicamente conocer la cantidad de población negra en países donde por arte de magia,
la población nacional había pasado a ser mayoritariamente homogénea; muchos se atribuían el
hecho de haber vuelto a ser “blancos” (cuando en sus orígenes nunca lo fueron), mientras que el
resto, un tanto más “objetivos”, se consideraban mestizos, visto como una forma cultural que si
bien resultaba de la mezcla de dos o más grupos humanos, al final terminaba siendo una categoría
más “neutra” y menos problemática en términos sociales.
Curiosamente y también como por arte de magia, al traspasar la frontera de las primeras
cinco décadas del siglo XX, los diferentes países de la región comenzaron a desestimar con mayor
ímpetu la rigurosidad del conteo “racial”. No es objeto de este artículo analizar el porqué del
decaimiento de dicha categoría o que en su lugar se mantuviera, con cierto nivel de continuidad,
solo para grupos específicos tales como los indígenas. Lo que sí nos interesa evidenciar es la triple
función político-económico-social que cumplen los censos, en el actual contexto de reconocida
diversidad cultural así como de asumido y beligerante auto-reconocimiento étnico.
En este contexto, es oportuno retornar al argumento esbozado al inicio. El contar, y en
este caso, contabilizar la especificidad étnica de la población existente en un territorio geográfico
determinado, implica que la omisión, deliberada o no, de un colectivo humano en particular,
significa en la práctica su inexistencia: se borran no solo del imaginario colectivo, sino también, y
más grave aún, se borra su contribución económica dentro del tejido social y en oposición a la
articulación identitario-nacional; lo cual, en última instancia, introduce el tema de la exclusión
social, pero también nos termina diciendo mucho en el marco de la evidente complejidad sociocultural que se vive en la actualidad.
Lo que algunos expertos y especialistas denominan como “novedades conceptuales”, en
parte referidas a la diferenciación conceptual entre “raza” y etnia, comenzaron a ser introducidas
en los cuestionarios censales, y se reflejan mejor a partir del 2000 con la entrada al siglo XXI.
Desde entonces, la incidencia entorno a la importancia de conocer y tener una mejor fotografía de
quienes representan la membresía social de cada país, ha ido en aumento sí, más no en
efectividad.
La ronda de Afrodescendientes en los Censos 2010-2012 está conformada de la siguiente
manera:
 2010: Argentina, Brasil, Ecuador, Panamá, República Dominicana.
 2011: Costa Rica, Uruguay, Venezuela.
 2012: Chile, Honduras, Bolivia.
En los años señalados así como en los países indicados, preguntas relativas a
auto/reconocimiento-adscripción y/o filiación étnica, han sido y serán aplicados en los
instrumentos censales, sobre todo gracias al interés y cabildeo de organizaciones, activistas y
académicos/as de la región en general.
Sin embargo, adelantábamos el tema de la efectividad, en la medida en que, pese a la
relevancia que entraña la recopilación de datos, más allá de las políticas públicas, por razones que
escapan a nuestro análisis y en lo que hasta el momento (finales del 2011) ha podido realizarse, se
puede concluir que más que debate, ha faltado una verdadera concientización y difusión que
alcance todos los niveles de la vida social Latinoamericana. Por un lado, es ineludible la necesidad
de redimensionar contextual e históricamente en la infancia, y desde los procesos de socialización
primaria y secundaria inclusive, la asumida identidad nacional en la que una abrumadora mayoría
de habitantes en América Latina, se consideran así mismos incuestionablemente como “blancos”.
Por otro lado, igualmente importante, está el hecho de continuar y profundizar la tarea social de
dignificación de la diferencia cultural; ya sea que hubieran llegado unas generaciones atrás, que
hayan nacido en el país sin todavía contar con un reconocimiento pleno, o que hayan nacido y la
ciudadanía social sea un hecho incuestionable, inmigrantes o ciudadanos, la importancia de contar
en los censos y de hacerlo bien, entraña todo un desafío para la convivencia social, en términos de
visibilidad real y derechos humanos para los Pueblos Afrodescendientes en América Latina y el
Caribe.
i
Politóloga e Historiadora Afrocostarricense.
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