Dios salve a América - Jueces para la Democracia

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¡DIOS SALVE A AMERICA!
José Antonio Martín Pallín.
Magistrado del Tribunal Supremo.
Cuando los ciudadanos de las colonias inglesas del Norte de América
se proclamaron independientes en su Declaración de 4 de Julio de 1.776 invocaron a las
leyes de la naturaleza y al Dios de esa naturaleza. No dudaron de la igualdad de los
hombres y que su Creador les atribuye determinados derechos inalienables entre los que
se encuentran la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad.
Ya unos años antes (1.701) la Carta de Privilegios de Pennsylvania
recogía el profundo espíritu religioso que impregnaba a sus redactores que no omitieron
continuas referencias al Dios todopoderoso, Creador, Señor y Gobernador del mundo.
La Constitución que proclamaron en la Convención de 17 de
Septiembre de 1.787 se centró fundamentalmente en la estructuración del Poder
Legislativo, Ejecutivo y Judicial. A partir de esta base fundamental, se fueron
incorporando enmiendas articuladas que forjaron y permitieron a los ciudadanos el
ejercicio de sus libertades y el reconocimiento de su dignidad, constituyendo un
patrimonio irrenunciable no sólo del pueblo americano, sino de cualquier nación que
quiera establecer una convivencia en libertad dentro de una democracia amparada por la
primacía de la ley en la tutela de los Jueces. Su implantación en la actividad cotidiana
de los ciudadanos norteamericanos configuró en su momento, una sociedad que estaba
orgullosa de sus libertades y las exigían y defendían frente a las arbitrariedades del
poder.
Este sentimiento colectivo, mayoritariamente asumido, llevó a sus
dirigentes a defender estos derechos incluso en otros países del mundo, en los que la
aparición del totalitarismo, abrió el paso a regímenes que vulneraban los derechos
fundamentales de la persona, sometiéndolos al poder omnímodo del aparato estatal.
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La historia reconocerá siempre la decisión de los gobernantes de los
Estados Unidos, de enviar a sus jóvenes a morir en las playas de Normandía, para
defender los valores en los que creían y para liberar a los europeos del yugo del
nazismo.
Más adelante terminada la guerra con el sacrificio de millones de
víctimas, supieron solidarizarse, en un acontecimiento histórico, con el pueblo alemán,
cuya división y separación por un muro constituía la expresión más lacerante de la
diferente concepción del mundo que aparecía a uno y otro lado de una barrera
ignominiosa. También en este momento Norteamérica estuvo presente en un acto
simbólico pero de inequívoco compromiso. La imagen del Presidente John Fitzgerald
Kennedy subido a una plataforma, en la línea de separación de Berlín, para gritar al
mundo: que “él también era un berlinés”, permanecerá en el recuerdo de todos los que
creíamos en las libertades, pero también en la igualdad y la justicia social.
El ya largo devenir de la historia ha producido cambios,
desigualdades, desilusiones y retrocesos. El Poder Político ha tratado de justificar sus
decisiones prometiendo a los ciudadanos una mayor seguridad, si renunciaban total o
parcialmente a sus libertades. La búsqueda de la justicia social ha quedado relegada ante
la existencia de otras prioridades que obligaban a concentrar los recursos en las políticas
de la seguridad. La utilización ancestral del terrorismo como método para alcanzar los
más variados objetivos políticos, ha servido a los gobernantes para desviar la atención
de los problemas fundamentales. No obstante y a pesar de la brutalidad y desvarío de
los terroristas, los ciudadanos siguen diciendo en las encuestas que su principal
preocupación es el paro.
Cuando el 11 de Septiembre de 2001, un grupo fanático de iluminados
conmocionó al mundo con el triple atentado que pudo ser visualizado por millones de
espectadores, que veíamos atónitos una realidad que creíamos de ficción, todos los seres
humanos nos identificamos con el dolor y la tragedia que estábamos contemplando en
directo. El diario francés Le Monde, cuya orientación de izquierdas le hace ser crítico
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con la política actual norteamericana, escribió una editorial cuyo título suscribimos
todos los hombres y mujeres que sienten profundamente el valor de las libertades:
“Todos somos americanos”.
Es precisamente este sentimiento de solidaridad, el que nos coloca en
una situación difícil y contradictoria para asimilar o respaldar, aunque sea
mínimamente, la reacción ultraconservadora de gran parte de los dirigentes
norteamericanos que lejos de reafirmarse en la incuestionable superioridad de los
valores de la libertad, ha emprendido una política, basada en la inoculación del virus de
la intimidación y del temor en todos los ciudadanos, para que condicionados por el
miedo a la libertad, les entreguen todos los poderes necesarios para eliminarlas. No es
asfixiando las libertades como se consigue la seguridad. Al final de este peligroso y ya
experimentado recorrido, nos encontraremos con un mundo en el que el derecho y los
encargados de aplicarlo, los jueces, se conviertan en un obstáculo para la falsamente
prometida garantía de la seguridad.
Las jaulas de Guantamano no son, afortunadamente, la expresión de
un nuevo orden mundial, sino la reminiscencia histórica de la prisión de La Bastilla
trasladada al mar Caribe.
Pero no sólo los presos, sino todos los ciudadanos han visto
amenazada su libertad e invadida su intimidad, tanto en su correspondencia privada
como en el manejo de la red de comunicaciones. Los Estados Unidos se han amparado
en el sentimiento patriótico para promulgar la USA PATRIOT ACT para recoger
información de los proveedores de acceso a Internet sin necesidad de orden judicial. El
control por los Jueces de las actividades de los servicios de inteligencia, ha sido
crudamente descalificada por el Fiscal General.
No quiero ser pesimista. Creo que la historia nos muestra ejemplos
abundantes de situaciones históricas similares. El mundo no giró, como dicen algunos
con pretenciosa retórica literaria y equivocada visión histórica, el 11 de Septiembre, su
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verdadero rumbo histórico, comienza cuando los buenos ciudadanos de los Estados
Unidos proclamaron que todos los hombres son iguales.
Es una costumbre muy enraizada en el sentimiento de los
norteamericanos invocar la bendición de Dios para su país. Ante el panorama de
regresión y conculcación de los derechos humanos que en este momento se observan en
el líder mundial, el resto de los mortales podemos invocar y gritar de manera semejante
a los constituyentes norteamericanos que: “Dios Salve a América”, y de paso a todos
nosotros.
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