m tm m sa . . . ? ¿Por qué tanto odio? ¿Por qué tanta vesanía hacía la imagen del Cristo? ¿Le hacía responsable de su vida mísera e infrahum ana? ¿Era que las prédicas religiosas que tal vez oyese en su niñez de que todo sucede porque Dios quiere, obraban en su conciencia de tal form a que le hacía responsable de su ignom ia? Tal vez pensaba. „¡Tú me has querido así! ¡Has querido hacer de mí un bi­ cho, una escoria, pero yo también era un h o m b re !... ¡Pero si tú lo querías, tú que todo lo puedes! ¿Qué iba a hacer yo? ¡Tú en cambio hiciste la felicidad de los otros! ¿Qué tenían ellos que yo no poseyese? ¿No de­ cían que todos somos tus hijos? Si tú me has traído aquí eres un mal padre. Me has hecho sufrir y no se por qué. Ahora tengo mi única opor­ tunidad de demostrarte cuanto te odio y cuanto daño me has hecho. Mátame si quieres, ya nada me importa.“ ¡Quizás el original tio „P e lle jo s“ pen­ sase esto y otras cosas .. . quién sabe! Los testigos me contaron que cuando golpeaba con más frenesí, cuando parecía que sus energías se acrecen­ taban y que así podría pasarse toda una eternidad, toda su persona sufrió una trem enda transform ación. Sus ojos se abrieron espantosamente y su m irada adquirió una expresión horrible. Su m artillo descendió una vez más arrastrando el cuerpo del tío „P e lle jo " que cayó al suelo sacu­ dido por un convulso estertor, m ien­ tras sus manos seguían frenéticam en­ te asidas al mazo de frágua. La superstición religiosa obra sus efectos entre la m ultitud que queda silenciosa y sobrecogida por el miedo al contem plar el cadáver del tío „P e lle jo s“ . Una m ujer exclam ó: san­ tiguándose „Dios le ha castigado“. Los clérigos de M álaga citaron fre ­ cuentem ente en sus pulpitos el caso del tío „P e lle jo s". Había sido un ejem plo evidente de ja justa cólera del Señor contra el iconoclasta al quitarle la vida. No Podía darse una dem ostración más evidente de su existencia. Hubo todo un alarde de retórica clerlgal alrede­ dor de la muerte del tío „P e lle jo s“ , una horrenda muerte en pecado m or­ tal. El pecado de todos los pecados: El odio a Dios. Los médicos, a los cuales se les llevó el cadáver del tío „Pellejos“ diagnosticaron infarto de miocardio a conse­ cuencia de una emoción incontrolable. ■ YURGEN EXPRÉS E S P A Ñ O L / D i c i e m b r e 1976 47