UN ENCUENTRO CON EL DESENCUENTRO

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UN ENCUENTRO CON EL DESENCUENTRO
Autor: Sara Rubin
Profesora del Departamento de psicoanálisis
Maestranda en Psicoanálisis
Mi propuesta en este trabajo es interrogar las condiciones del amor en el marco
del despertar y del encuentro amoroso, entendiendo a ambos en el sentido de una
confrontación con la heterogeneidad de los goces.
Me remitiré entonces a lo que por mi parte podría llamar un feliz encuentro con un
texto. Se trata de un relato de Joyce en "Dublineses". El título del cuento es "The
dead", cuya traducción es "Los muertos" o también "El muerto". El personaje
central, Gabriel Conroy, asiste con Greta, su esposa, a una celebración anual en
la casa de sus tías. Como todos los años, él será el encargado del discurso de
homenaje a las anfitrionas. En este clima familiar, pleno de nostalgia y tradición,
se hace evidente el abrumador peso de los ideales y Gabriel se encuentra
constantemente en la incómoda posición de no dar la talla. En este marco, Joyce
introduce entonces magistralmente otra escena, central en el cuento, que nos
conduce a una cuestión de orden diferente.
La escena fantasmática: una música distante.
Gabriel se encuentra al pie de una escalera. Una mujer se halla en lo alto,
inclinada sobre la barandilla, en la oscuridad. No logra ver su rostro, únicamente la
imagen de los pliegues de su falda. Se trata, en verdad, de su esposa. Ella está
totalmente abstraída, extasiada, escuchando una lejana melodía en la voz de un
hombre. Él es tomado por sorpresa ante la actitud llena de gracia y misterio de su
mujer, sorpresa ante su quietud. Y es en ese preciso instante que surge su
pregunta: "¿De qué podía ser símbolo una mujer de pie en la oscuridad oyendo
una música distante? ... Si fuera un pintor, llamaría 'música distante' a ese
cuadro".
¿Qué es aquello que lo conmociona tan intensamente y lo lleva a un estado de
ansia y agitación que él denomina lujuria, y a su vez a un repentino
enamoramiento?
En un primer momento no sabe quién es esa figura. Su mirada se detiene
simplemente en la contemplación de una imagen, un cuadro que él mismo
pintaría. Al igual que la cotorra de Picasso, se enamora de las vestiduras, los
pliegues de la falda, la luminosidad de su cabello, los ropajes que visten un vacío.
En lo tocante al amor, diríamos, que se sitúa aquí en la vertiente imaginaria, el
narcisismo de la imagen, aunque "lo que hay bajo el hábito y que llamamos
cuerpo, quizás no sea más que ese resto, el objeto a. Ese resto es lo que hace
que la imagen se mantenga", nos dice Lacan en El Seminario XX.
Sin embargo, hay algo que lo sorprende más allá de la fascinación imaginaria. Y
es ver a su esposa capturada, transportada, más allá de sí misma, ante la
evocación del objeto, una voz ronca que se recorta a lo lejos, esa música distante.
La música ocupa un lugar trascendente. En el relato hay numerosas referencias a
la voz y al arte del canto, y en efecto, es una antigua melodía irlandesa la que
inspira a Joyce para su escritura.
Christian Verneecken, en su artículo "La voz, el silencio, la música", sitúa a la
pulsión invocante en su función de llamado y de respuesta que resuena en el
silencio del Otro. "La música, no es exactamente la voz, pero viene a su lugar. La
voz en tanto áfona es improferible, impronunciable en tanto imposible de decir. La
música sería aquella ficción sonora y articulada que suena más allá de la lengua y
responde a un deseo de ser escuchado más allá de las palabras. La música es la
voz que juega a hacer semblante de que es sonora".
¿De qué puede ser símbolo una mujer?
La respuesta de Gabriel es su modo de aproximación a aquello que se le ha
presentado como la más radical alteridad. Podríamos decir que en la contingencia
de ese instante, su esposa es Otra para él y su única vía de abordaje es la
mediación del fantasma. Una mujer es para él ese objeto distante. Se trata de una
interrogación por lo femenino, pero encarnada en esa una mujer que es su
esposa, en la singularidad del goce de ella. No es sencillamente una imagen
anónima, sino un goce absolutamente particularizado en el partenaire en tanto
esta encarna la causa del deseo, y que desde esta perspectiva pienso, se articula
como síntoma en tanto "abre al Otro sexo".
El muerto
En la contingencia de este hallazgo hay un destello de lucidez que no perdura. El
personaje cree que es posible la fractura del muro de la no relación y termina
haciéndose un chichón en la frente. Se encuentra a solas con su mujer en la
ilusión de la máxima reciprocidad: "Quizás los pensamientos de su mujer corrían
parejos a los suyos. Quizás su mujer, ella también, había sucumbido al impetuoso
deseo que le poseía". Ella, en cambio, sigue abstraída y sorpresivamente rompe
en llanto. Para Greta, y así se lo confiesa, esa música distante es algo
completamente ajeno a él. Es una melodía que solía cantar su primer amor, un
muchacho muerto en plena juventud, nada más y nada menos tiene a bien morir
por ella. "Por ella, piensa Gabriel, un hombre había desafiado a la muerte".
El secreto nunca revelado es un hombre muerto a cuyo llamado ella acude y que
en tanto tal es la encarnadura de un amor ideal y absoluto que se emparenta con
la muerte. Quizás se perfila en él la figura del hombre muerto o del amante
castrado -que Lacan sitúa en el 58 -y que se esconde detrás del velo para solicitar
así su adoración. Una figura ligada al amor como una de las condiciones del goce
para una mujer.
Gabriel se ve reducido de un plumazo al estado del incauto desencantado y tal
como lo define, al "escaso papel que como marido ha desempeñado en su vida".
Esa vida juntos se le torna extranjera. Lo que no comprende y traduce en un furor
celoso y en los signos de su impotencia, es aquello que en verdad se le revela de
la mano de su mujer: lo imposible de la relación sexual de la que el amor es
suplencia. Se le revela lo imposible bajo la forma de esta Otra que no es toda para
él, topándose así con la heterogeneidad del goce del Otro, del cual él queda por
estructura exiliado. En otros términos, ella está con su partenaire en la soledad de
su propia canción.
Conclusión
Este cuento versa en realidad sobre el encuentro con el desencuentro. "El
encuentro amoroso entre dos seres sexuados no puede evitar pasar por la prueba
de lo imposible. Cada uno solo con su roca", nos dice Pierre Naveau. Gabriel
queda a solas con sus pensamientos que lo llevan a la caducidad y al sin sentido
de la vida, a las tumbas de los muertos en los cementerios, es decir, a su propia
versión de lo real como imposible.
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