ascenso de la izquierda es la principal novedad de la polí

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u América Latina
UNA IZQUIERDA HUERFANA, PERO FELIZ
JOSE NATANSON
El
ascenso de la izquierda es la principal novedad de la política latinoamericana de las últimas décadas. Nunca
como hoy la izquierda gobernó tantos países ni sobre un número
tan vasto de personas, incluyendo casi toda Sudamérica. En orden
de aparición: Chile (Ricardo Lagos y Michelle Bachelet), Venezuela (Hugo Chávez), Brasil (Lula), Argentina (Kirchner), Uruguay (Tabaré Vázquez), Bolivia (Evo Morales) y Ecuador (Rafael
Correa). Las excepciones son Perú y Colombia, donde Alvaro
Uribe gobierna apoyado en una fuerte alianza político-militar con
Estados Unidos. Al Norte del Canal de Panamá, las cosas son
menos claras. Allí, los países se encuentran muy integrados a la
superpotencia en términos económicos y políticos así como en la
cuestión migratoria; pero incluso allí han surgido, en los últimos
años, gobiernos más o menos izquierdistas: en Panamá (Martín
Torrijos), Nicaragua (Daniel Ortega) y República Dominicana
(Leonel Fernández).1
Esta larga lista confirma la idea de que el ascenso de la izquierda
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no es un accidente histórico, como la Revolución Cubana de 1959,
el triunfo de Salvador Allende en 1970 o la llegada del sandinismo
al poder en 1979, sino que expresa un giro pronunciado, un cambio en la orientación política de la región y, quizás, el inicio de
una nueva etapa, como fueron los regímenes militares de los 60 y
70, la redemocratización socialdemócrata de los 80 y el neoliberalismo de los 90.
Esta nueva realidad ha generado una incipiente producción
analítica. Como las ciencias sociales suelen reaccionar lentamente,
es desde hace poco tiempo que comenzaron a aparecer análisis e
investigaciones más o menos sistemáticos. Sin embargo, es posible observar ya una tendencia bastante clara: una especie de afán
clasificatorio. La mayoría de los estudios y artículos, en efecto,
buscan agrupar a los diferentes gobiernos de izquierda de acuerdo
a sus características. Uno de los primeros y más influyentes intentos fue el de Jorge Castañeda, quien divide a los gobiernos de
izquierda en dos grupos:2 uno, donde pone a Lula, Lagos y Tabaré,
es el de la izquierda sensata y moderada; el otro, liderado por Chávez y Evo Morales, es el de la izquierda “populista”, “nacionalista”
y “demagógica” (el autor no es tacaño a la hora de gastar adjetivos). Con matices, esta visión dicotómica ha sido reproducida en
otros artículos y libros, el más brillante de los cuales es el de
Teodoro Petkoff, que califica a la izquierda chavista de “borbónica”, porque, como la casa real, “ni olvida ni aprende”3.
En la misma línea, en el número anterior de esta revista se
publicó un artículo de Kenneth Roberts en el que proponía dejar
de lado la visión ideológica de Castañeda y asumir un punto de
vista diferente: para Roberts, los líderes y partidos de izquierda se
dividen de acuerdo a si surgieron antes de la ola neoliberal, como
el PT, el Frente Amplio y el PS chileno, o como reacción a ella,
como el MAS boliviano o el chavismo. Pueden clasificarse, asimismo, según el tipo de movilización que practican: electoral o
extra electoral (como el MAS); populista (como Chávez) o no.
También en Umbrales, Sebastián Etchemendy comentó y complejizó el planteo de Roberts. Propuso definir a la izquierda de
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umbrales n° 3
UNA IZQUIERDA HUERFANA PERO FELIZ
2001 - tarjeta Paideuma # 33-V - FGD
JOSE NATANSON
acuerdo a tres ejes entre la moderación y el desafío: práctica
política y grado de anti-neoliberalismo, política macroeconímica y regulatoria industrial, y política exterior. Aunque ambos
análisis contribuyen a agregar matices a la visión polar prevaleciente, mi conclusión es que, curiosamente, llegan a resultados
similares con diferentes palabras: los gobiernos de Chávez y Morales son “populistas” (Castañeda), borbónicos (Petkoff), “desafiantes” (Etchemendy) y “surgieron después del neoliberalismo”
(Roberts), mientras que los de Brasil, Chile y Uruguay son “modernos” (Castañeda), “socialdemócratas” (Petkoff), “moderados”
(Etchemendy) y “surgieron antes del neolioberalismo” (Roberts).
La Argentina, en estos planteos, ocupa un incómodo lugar
intermedio.
El objetivo de las líneas que siguen no es discutir el afán clasificatorio que domina los textos sobre la nueva izquierda, sino esquivarlo. La idea es analizar no lo que separa a los líderes y partidos
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que hoy gobiernan buena parte de América Latina sino- lo que
los une. Esto permite echar luz sobre los motivos que llevaron a
su ascenso y definir algunas de sus características esenciales.
Desaparecida la URSS e instalado el poder
omnímodo de Estados Unidos, desaparecieron
también las esferas de influencia que habían
dividido al planeta en dos.
Una izquierda pos-Muro
Partimos de una paradoja. La nueva izquierda surgió de entre
los escombros del Muro de Berlín. Aunque en 1989, cuando
comenzó el colapso de la Unión Soviética, el neoliberalismo recién
daba sus primeros pasos en América Latina, fue exactamente allí
cuando se abrió la puerta al ascenso de la izquierda.
La explicación de esta aparente contradicción es simple. Desaparecida la URSS e instalado en el mundo el poder omnímodo
de Estados Unidos, desaparecieron también las esferas de influencia que, desde el final de la Segunda Guerra Mundial, habían dividido al planeta en dos. Por suerte o por desgracia, a América Latina
le tocó quedar bajo el ala de Estados Unidos, que impidió de diversos modos -apoyando opositores, financiando golpes de Estado o
mandando a los marines- el surgimiento de gobiernos díscolos en
su “patio trasero”. Aunque no es posible encontrar un documento
o un acuerdo internacional que lo confirme, está claro que la injerencia era aceptada silenciosamente por el otro bando: así como
Moscú podía invadir Checoslovaquia y sólo cosechaba protestas
formales de Estados Unidos, Washington podía disponer a su
antojo de Centroamérica, el Caribe o Chile sin que los soviéticos hicieran mucho más que quejarse.
En los 90 las cosas cambiaron, básicamente porque Moscú dejó
de ser un poder capaz de poner en función de sus intereses geopolíticos a los gobiernos latinoamericanos amigos, perdiendo así
buena parte del carácter amenazante del pasado. Hoy, Estados
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Unidos amplió su esfera de influencia hasta abarcar prácticamente
todo el planeta, pero se trata de una influencia menos directa, lo
cual habilitó un espacio de autonomía que antes no existía4.
Esta condición de posibilidad fue clave para el ascenso de la
izquierda de América Latina, y se suma a un argumento mucho
más obvio y comentado: los resultados en general decepcionantes de las políticas del Consenso de Washington.
Establecido el punto de partida, veamos ahora algunas características que son un resultado de lo anterior. La primera, la más
evidente, es que los líderes y los partidos de izquierda ya no tienen por delante un horizonte revolucionario. Antes, por supuesto,
también había partidos moderados, pero incluso ellos debían lidiar
con el debate “revolución o reforma”, y hasta los más suaves y cautos tenían que enfrentar las acusaciones de que, en el fondo, su
camino conducía a la Roma soviética. Hoy, los líderes y partidos de izquierda no sólo tienen más margen de acción, sino que
no tienen que hacer mucho esfuerzo para explicar que el comunismo no es la dirección a la que apuntan. Es, por lo tanto, una
izquierda sin padres, huérfana, pero más feliz.
Su camino ya no es la toma del poder por vía revolucionaria
ni la organización de una vanguardia iluminada, como rezaba el
evangelio leninista, sino una gran variedad de opciones: la construcción electoral paciente, al estilo PT o Frente Amplio; la formación de coaliciones al centro, como la Concertación chilena;
la combinación de la acción institucional (electoral) con la
extra-institucional (huelgas, cabildos abiertos, bloqueos y protestas populares), como el MAS boliviano; o el aprovechamiento de
la crisis y las circunstancias electorales extraordinarias para el triunfo
sorpresivo, como Chávez o Kirchner. No hay un manual único
para la toma del poder, sino una variedad de caminos definidos
de acuerdo a las características de cada país y cada momento histórico.
Esto incluye, en algunos casos, un cambio de protagonistas: las
transformaciones en el mundo del trabajo, el aumento de la informalidad y el debilitamiento de los sindicatos han hecho que en
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UNA IZQUIERDA HUERFANA PERO FELIZ
2002 - tarjeta Vortice # 3F 3 - FGD
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muchos países, como en Bolivia o Ecuador, la izquierda se apoye
más en los movimientos sociales que en los sindicatos y la clase obrera
organizada. Sin embargo, hay que tener cuidado a la hora de evaluar la influencia real de los movimientos sociales, tan aplaudida por
los hippies posmodernos, seguidores de Hardt y Negri. La incidencia de estos movimientos es mucho más fuerte en la construcción
de una alternativa electoral que en el manejo concreto del poder. El
ejemplo más claro es Bolivia, donde, pese a que el vicepresidente
Alvaro García Linera dice que allí gobiernan los movimientos sociales5, esos mismos movimientos parecen incapaces de retener el poder
sin el auxilio del carisma de Evo Morales, tal como confirman los
planes para colar la reelección en la reforma constitucional.
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Otra característica es el cambio de horizontes. Antes, cuando
la utopía revolucionaria estaba viva, la izquierda dedicaba mucho
tiempo y mucho esfuerzo a debatir el largo plazo, casi siempre sin
ponerse de acuerdo: si dictadura del proletariado sí o no, si gobierno
de los soviets o del pueblo, etc. Esas diferencias, que a larga se revelarían inútiles, funcionaban como dogmatismos bloquedaores que
complicaban la construcción política concreta. Hoy, en cambio,
el largo plazo es difuso: cualquier líder de izquierda, de Chávez a
Lula, coincidirá en sintetizar sus planes en un par de nociones más
bien abstractas: equidad, desarrollo, inclusión social, dirán si uno
les pregunta. Las diferencias no están en el largo sino en el corto
plazo, lo que no está nada mal: se trata de debatir qué medidas
concretas y urgentes -por ejemplo, ¿nacionalizaciones sí o no?- son
más adecuadas para alcanzar esos objetivos.
Como consecuencia, la gestión de los gobiernos de izquierda
ha sido, en general, de tono reformista. Aun Chávez, que habla
con más énfasis que precisiones del socialismo del siglo XXI, ha
llevado adelante una gestión económica sinuosa y gradual. Pocos
recuerdan ahora que una de sus primeras medidas como presidente (acá decía en 1988 pero Chávez no era presidente entonces. Como no sé en qué año fue, creo que hay que sacar la referencia)fue ratificar en su cargo a la ministra de Economía de Rafael
Caldera. Aunque después adoptó algunas medidas más radicales,
el manejo macroeconómico es más o menos prudente: en Venezuela hay inflación, es cierto, pero la deuda externa ha bajado a
niveles nunca vistos. En cuanto a Bolivia, el gobierno de Evo Morales confió el manejo económico a técnicos con experiencia y obtuvo
en 2006 un superávit fiscal récord (6 por ciento).
Señalo, finalmente, un último rasgo importante de los gobiernos de izquierda, cuyo origen también puede situarse en la caída
de la URSS. El clásico internacionalismo de la izquierda, esa obligación de hacer la revolución mundial, había consolidado una
mirada puramente nacional, donde lo único que importaba era
tomar el Estado nacional para, desde allí, continuar con la epopeya de la emancipación planetaria. ¿Para qué preocuparse por
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ganar la intendencia de Porto Alegre o Rosario si lo que está en
juego es algo mucho más grande (y lejano, por supuesto)? Hoy,
en cambio, la izquierda valora los pequeños triunfos de la política.
En esto fue fundamental la estrategia del PT, que antes de llegar
al gobierno nacional había gobernado estados y ciudades importantes de Brasil (entre ellas, la más grande, San Pablo), lo que también impactó en la forma de entender la política: una cosa es pasarse
el día pegando afiches y otra muy distinta, tener que gobernar una
metrópolis de casi 20 millones de personas con un presupuesto
limitado.
Una izquierda democrática y abierta
Las características apuntadas hasta aquí tienen que ver, sobre todo,
con la desaparición del bloque soviético como alternativa de poder
y la internalización de nuevos estilos de hacer política y formas
alternativas de construcción de poder. Veamos ahora un segundo
grupo de características que tienen su origen, no en el cambio del
contexto internacional sino en la historia reciente latinoamericana, particularmente en la recuperación de la democracia.
Hoy, en América Latina, casi todos los países superaron la
etapa de regímenes militares y gozan de democracias más o menos
consolidadas. Muchos de los partidos (el PT, el PS de Chile, el
Frente Amplio y el peronismo) sufrieron, en años anteriores, la
persecución de las dictaduras, y muchos de sus líderes fueron
reprimidos y encarcelados. Todo esto hizo que, una vez recuperada, la democracia dejara de ser vista como una fachada burguesa, una formalidad que ocultaba relaciones de clase, para convertirse en logro importante. Los organismos de derechos humanos en países como la Argentina y Chile jugaron un rol central
en este cambio de mentalidad, que ha hecho que la izquierda no
se plantee abolir la democracia. Ni siquiera Chávez, con sus proyectos de “democracia participativa y protagonica” habla de dejarla
de lado. De hecho, desde el golpe de Estado que sufrió en 2002,
Chávez mira con otros ojos, más amigables, a su cuestionada
“democracia formal”, conciente de que -mientras tenga los votos106
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no será un obstáculo sino una garantía de continuidad.
El último cambio notable se vincula no sólo a la democratización, sino también a la globalización y la consolidación de nuevas agendas internacionales. Es en buena medida, resultado del
auge de la sociedad civil como espacio político e implica una apertura de la agenda de la izquierda, que, además de las cuestiones económicas, se preocupa también por los temas de género, etnia y raza,
con el razonable argumento de que constituyen fuentes de desigualdad que complementan o potencian a la tradicional desigualdad de clase. Contra lo que suele pensarse, la izquierda del pasado,
en general, prestaba poca atención a estas demandas bajo el supuesto
de que la igualación económica acabaría automáticamente con
todas las demás inequidades: pensemos en la Revolución Nacional Boliviana de 1952 y su proyecto de homogeneización mestiza,
con los obreros -no los indígenas- como sujeto protagónico; o en
la revolución cubana, que nunca incorporó el discurso de la discriminación racial (que tampoco hoy, dicho sea de paso, está entre
las prioridades del régimen). Todo esto cambió en los últimos años,
El último cambio notable se vincula no sólo a la
democratización, sino también a la globalización y
la consolidación de nuevas agendas.
cuando los movimientos feministas, indígenas y de afro-descendientes, entre muchos otros, cuestionaron la tradición izquierdista
de centrar su teoría y su praxis en la lucha de clases y lograron permear el discurso con sus demandas y reclamos. Es una característica crucial: ya no se trata de una izquierda que busca sólo las mayorías, sino que apunta también a las minorías.
Después de revisar estos dos grupos de características me parece
bastante evidente que los partidos y líderes de izquierda que hoy
gobiernan casi toda la región son sustancialmente diferentes a los
del pasado. La pregunta obvia es: ¿por qué seguimos usando la
palabra “izquierda”? La respuesta, creo, la da el pensador italiano Norberto Bobbio, quien define como de izquierda a aqueAmérica Latina
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llos movimientos que se preocupan por la igualdad, contra una
derecha que acepta la desigualdad social y la existencia de jerarquías, sobre todo si son el resultado del trabajo y el esfuerzo
individual.
La izquierda de hoy tiene un origen común en la caída del
Muro (aunque en algunos casos haya surgido años antes), lo que
le ha quitado el peso de tener que responder a un comando lejano
y le ha otorgado grados de autonomía nunca vistos, que a su vez
le han permitido generar una amplia variedad de formas organizacionales, estrategias y liderazgos. Los líderes y los partidos de
izquierda de hoy tienen en común el pragmatismo, la capacidad
de adaptarse a las nuevas circunstancias y la voluntad de incorporar una agenda más amplia y atenta a las necesidades de la socie-
Norberto Jose Martinez - 27-dic-1997
dad. Pero, aunque el objetivo no sea tomar el Palacio de Invierno
o la Moncada, la meta no deja de ser el poder, lo que marca una
diferencia crucial con los devaneos un tanto esotéricos de “cambiar el mundo sin tomar el poder” y otras vaguedades por el estilo.
Lejos de estas teorías extravagantes, los líderes y los partidos de
izquierda luchan por el gobierno y quieren acceder a la mayor can108
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tidad de espacios institucionales posibles, porque saben es la única
manera de cambiar algo. En eso están, aunque todavía falte un
tiempo para que podamos evaluar con justicia sus resultados. u
1. Excluyo a Cuba de la lista por razones obvias. Aunque la nomenklatura castrista afirma
que el suyo es un país democrático, “pero de partido único”, mi análisis se basa en las
democracias liberales y representativas, que, simplificando, son aquellas en las que se
celebran elecciones competitivas y razonablemente limpias.
2. Jorge Castañeda (2006) “Latin America ‘s Turn Left”, en Foreign Affairs, Vol. 84,
Nº 3, mayo-junio
3. Teodoro Petkoff (2005) “La dos izquierdas”, en Nueva Sociedad 197, mayo-junio.
Otras miradas en el mismo sentido: Patricio Navia (2006) “La izquierda de Lagos
versus la izquierda de Lula”, en Foreign Affairs en Español, Vol. 6, Nº 2, abril-junio.
Desde la izquierda rústica, James Petras piensa más o menos lo mismo, sólo que inviertiendo la valoración.
4. Esta idea es de Petkoff, op.cit
5. Alvaro García Linera (2007) “Las reformas pactadas”, entrevista de José Natanson,
en Nueva Sociedad 209, mayo-junio.
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