Perú - Universidad Complutense de Madrid

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Proyecto Oro Viejo 2010
Los hermanos Ayar
(Leyenda de Perú)
Responsable del proyecto en Perú:
Danilo Sánchez Lihón
Cátedra Telémaco
(Fundación SM / UCM)
Proyecto Oro Viejo 2010
LOS HERMANOS AYAR
Se acercan a escuchar devotos
Hoy celebramos el Inti Raymi en el Cusco. Es un gran día de fiesta en todo el Tahuantisuyo.
Las momias imperiales están en el centro de la plaza. La multitud bulliciosa se pasea por aquí y por
allá. Hay diversos espectáculos y numerosos conjuntos de músicos entonan canciones festivas con
flautas, pincullos, zampoñas y tinyas.
El quipucamayoc ha tomado asiento casi al centro de la gradería y con voz profunda y aire
grave exclama:
–¡Ñaupa, ñaupa pacha! (!Escuchen, escuchen el canto de la tierra!).
Varios rostros voltean hacia él y se acercan a escuchar devotos el relato acerca de sus
antepasados:
En Pacaritampu, donde nace el Sol, el amanecer revienta en un estallido de luces que
baña la comarca, deshace el verde de las montañas en el oro pajizo de la mañana, iluminándolo
todo en un himno de indecible belleza...
En ese mismo lugar se alza el cerro de Tamputoco con tres misteriosas ventanas. Por
una de ellas salió en cierto tiempo la tribu de los maras y los mascas. Por otra lateral
aparecieron después los sutic y los chilques que poblaron buena parte de la tierra.
Pero hubo un día que por la ventana central, llamada Cápac–toco, salieron cuatro
hermanos de extraordinaria hermosura acompañados de sus esposas y hermanas.
Eran Áyar Manco y Mama Ocllo, quienes traían consigo la maca para cultivarla y con
ella alimentar a los pueblos.
Áyar Cachi y Mama Guaco portaban la sal y con ella el mensaje de la naturaleza
pródiga y sabia.
Áyar Uchu y Mama Ipacura traían el pimiento y el ají, y con ello el gusto y la
satisfacción de comer.
Áyar Auca y Mama Rauca el maíz, y con él la alegría y el regocijo con que debía ser
asumida la vida.
Y en el rebozo de todas las mujeres la quinua, símbolo de la felicidad que había de ser
expandida por la tierra…
El quipucamayoc guarda silencio un momento como si espantara atroces presentimientos y
prosigue cadencioso su relato:
Salieron vestidos con unas mantas largas a manera de camisas sin collar ni mangas, llamadas
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tucapu, hecha de lana riquísima y adornada de flecos y pinturas.
Un rato contemplaron extasiados las cumbres de las montañas inaccesibles coronadas
de nieves eternas, las quebradas profundas aromadas de flores, los sombríos desfiladeros
cortados a cuchillo por el viento.
Cada uno de los varones portaba alabardas resplandecientes y las mujeres collares y
aretes de jade y esmeraldas. Y así se encaminaron en busca de la tierra predestinada donde
fundar y edificar un gran imperio.
Pero Áyar Cachi comenzó a corretear por lomas y despeñaderos cargando, haciendo
girar y disparando su honda de oro con la cual arrojaba grandes piedras hacia lo alto, las
mismas que desaparecían entre las nubes.
Era tan descomunal su fuerza que al tirarlas contra los cerros a estos los hacía llanuras
y las llanuras las convertía en cerros. De un golpe hacía brotar agua viva en las rocas más duras
y torcía con sus manos el cauce de los ríos cuando los encontraba.
–¡Allá va! ¡Huifaaa! ¡Huifaaa! – gritaba.
Y era tan certera su puntería que descrestaba el pico de las montañas empinadas que
caían con estruendo hacia el fondo de los barrancos.
– ¡Ahí va otra! ¡Huifaaa! – decía, rompiendo la cordillera que descubría retazos de cielo
azulino cuando aún la polvareda levantada por el primer disparo no terminaba de extinguirse.
¡Y parecía que nunca tenía cansancio!
Sus hermanos acordaron deshacerse de él pues su fuerza era un peligro y sobre todo
el carácter atolondrado que tenía.
Lo atrajeron dulcemente y le rogaron diciéndole:
– Hemos olvidado en el fondo de la morada de donde salimos los vasos de oro y sobre
todo nuestras insignias de señores. Tú que eres fuerte corre y tráelas contigo.
– ¡Ahorita vengo con ellas! – dijo, desapareciendo por los cerros.
Tras de él fue Tambochacay, un sirviente de fuerza poderosa quien tan pronto lo vio
desaparecer en el interior de la cueva arrumó enormes bloques de piedra en la entrada.
Los hermanos no habían avanzado muy lejos cuando temblaron los cerros con los
gritos que daba Áyar Cachi pidiendo que destaparan la peña. No duró mucho tiempo pues su
atolondramiento hizo que adentro cayeran derrumbes, los mismos que taparon
definitivamente la salida.
Allí donde se hundiera Ayar Cachi ahora brota un manantial de agua salada que la gente
recoge para sazonar sus comidas pues su corazón de sal era bueno y generoso.
Siguieron avanzando los hermanos por senderos escarpados, por llanuras imprevistas y
por desfiladeros vertiginosos.
En eso, al voltear una pendiente aparecieron ante ellos dos hermosos arco iris. Áyar
Uchu se acercó al borde de ellos a contemplarlos fascinado. Allí fue cuando dos alas luminosas
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le salieron en la espalda y un impulso poderoso de elevarse con ellas.
–¡Ajaylla! –Profirió ya lejos por el aire.
Y unas veces se lanzaba quebrada abajo por la hondonada y otras subía hasta
desaparecer tras las cumbres de los picachos más elevados.
–¡Quién eres tú!, –le increpó una voz que emergió encima de la cumbre nevada donde
se había posado.
Áyar Uchu no prestó caso ni respondió porque sus ojos estaban contemplando
extasiados la hermosura del valle inacabable.
Por la desatención el dios de la montaña lentamente lo fue convirtiendo en nevado
ante los ojos atónitos de sus hermanos que empezaron a llamarlo a grandes voces.
¡En vano! Fue imposible que volviera a la condición de un ser humano.
–¡No teman ni se acongojen de mí! –Finalmente dijo–. Andad más lejos hasta que
divisen un valle donde un cóndor devore en el aire a una serpiente. Allí tomarán asiento y
fundarán la capital de un gran reino que llamarán Tahuantinsuyo.
Los demás hermanos siguiendo su consejo caminaron por laderas abruptas, subieron
por cuestas empinadas y cruzaron ríos que arrastraban enormes corrientes de agua.
Al entrar al valle del Cuzco, en Huainapata, Áyar Auca vio tierras fértiles y fecundas y
se entusiasmó por tomar posesión de ellas.
Intentó volar sin alas, pero al remontarse por el cielo rozó las cumbres de los cerros
con sus sandalias de oro y a consecuencia de ello reventaron chispazos entre las nubes. Llovió
fuego del cielo y se escucharon terribles estruendos asolando la tierra. En un momento el
mundo se cubrió de nieblas oscuras y vientos huracanados.
–¿Por qué perturbas de ese modo mi sueño?, –se oyó decir desde lo profundo de una
grieta.
–¡Oh señor, te pido mil disculpas! –Se apresuró a contestar Áyar.
–¿Y quién eres tú?– inquirió nuevamente.
–Soy Áyar Auca y vengo por los caminos junto con mis hermanos, desde Pacaritampu.
–¡Ah! –respondió complacido el dios–. ¡Desde hace tiempo te estoy esperando!
–¿Sabías que vendría? – preguntó curioso Ayar Auca.
–¡Lo sabía! –Contestó la huaca–. Porque tú vivirás por siempre en este lugar hasta
donde subirán los jóvenes cada año a darte sus ofrendas.
Y diciendo esto sus brazos, cabeza y demás miembros de su cuerpo se fueron
convirtiendo en piedra que mira hacia la ciudad del Cuzco.
Cuando sus hermanos lo reclamaron y se acongojaron de verlo convertido en ídolo, él
les dijo:
– No se aflijan hermanos. Yo me quedaré en este cerro para vigilar los confines y
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defenderlos en la guerra.
Y ahí se quedó enhiesto e imponente en lo alto de la roca.
El único hermano sobreviviente, acompañado de las mujeres siguieron su peregrinaje y
de vez en cuando se detenían a cultivar los frutos que traían en la tierra que encontraban a su
paso.
La vestimenta, las cosas maravillosas que hacían, su porte grave y solemne, despertaba
la admiración de la gente sencilla que empezaba a respetarlos y a seguirlos.
Ellos decían que el Sol los enviaba para enseñarles a vivir en orden, a mantenerse en
paz, a inclinarse por la justicia, a tratarse con amor y piedad de hermanos.
Áyar Manco llevaba siempre un halcón posado en su brazo y en su frente resplandecía
el universo.
Fue en Huanacauri que Áyar Manco avistó un cóndor devorando a una serpiente en el
aire. Y allí acampó con su esposa y hermanas para fundar nuestro imperio.
Mama Ocllo enseñó a las mujeres a ser madres, y cómo acunar en el regazo a los
hijos. Mama Rauca el arte de preparar el terreno para la siembra de cultivos, el aporque y la
cosecha; Mama Huaco el arte de cocinar el maíz, la papa, la quinua y a preparar la chicha;
Mama Ipacura el arte de hilar, tejer, coser y hacer los vestidos para abrigarnos de las
inclemencias del frío.
Y entre todos nos enseñaron a ser laboriosos, corteses y honestos para forjar la
grandeza y gloria del Tahuantisuyo...
El quipucamayoc ha callado sumergido en hondos pensamientos y el público emocionado y
henchido se retira silenciosamente en medio del estruendo de los "huáncares", el agudo silbar de los
pututos.
También de la alharaca guerrera de los ejércitos victoriosos del inca que celebran nuevas
conquistas que hacen tropezarse a las aves aturdidas en sus vuelos, en torno a los dorados palacios
que se alzan en la gran plaza.
(Versión de Danilo Sánchez Lihón)
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