15º Domingo durante el año (Ciclo A).

Anuncio
: ESPACIO PARA PENSAR
Yo soy el PAN de VIDA
Meditando el Evangelio
del Domingo
13 de Julio
15º Domingo durante el año (Ciclo A)
“El sembrador salió a sembrar.
Al esparcir las semillas,
algunas cayeron al borde del camino
y los pájaros las comieron.
Otras cayeron en terreno pedregoso,
donde no había mucha tierra,
y brotaron en seguida,
porque la tierra era poco profunda;
pero cuando salió el sol,
se quemaron y, por falta de raíz, se secaron.
Otras cayeron entre espinas,
y éstas, al crecer, las ahogaron.
Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto:
unas cien, otras sesenta, otras treinta.
¡El que tenga oídos, que oiga!".
EVANGELIO
REFLEXION
UNA FUERZA OCULTA
La parábola del sembrador es, sin duda y por encima
de todo, una clara invitación a la esperanza. La
siembra del Evangelio, muchas veces aparentemente
inútil por diversos motivos, tiene sin embargo una
fuerza incontenible.
A pesar de todos los obstáculos y dificultades, y aún
con resultados muy diversos, la siembra termina en
cosecha fecunda que hace olvidar otros fracasos y
supera todas las expectativas.
Los creyentes no hemos de perder la esperanza ni la
alegría ante la aparente impotencia y la lentitud con la
que se va gestando eso que Jesús llamaba el “Reino
de Dios”, y que fue el corazón y el centro de su
predicación. Siempre parece que «la causa del
Reino», es decir, el esfuerzo por un mundo más justo,
más fraterno, más humano y más compasivo, tiene
cada vez menos “rating”; y que el evangelio es algo
que interesa a cada vez menos gente y que, por eso
mismo, no tiene mucho futuro. Y sin embargo, la
parábola del sembrador nos invita a “esperar contra
toda esperanza” y a creer con todas nuestras fuerzas
que no es así.
Del Evangelio según san Mateo (Mt 13, 1-23)
Jesús salió de la casa y se sentó a orillas del mar. Una gran multitud se reunió junto a él, de manera que
debió subir a una barca y sentarse en ella, mientras la multitud permanecía en la costa. Entonces él les habló
extensamente por medio de parábolas. Les decía: "El sembrador salió a sembrar. Al esparcir las semillas,
algunas cayeron al borde del camino y los pájaros las comieron. Otras cayeron en terreno pedregoso, donde
no había mucha tierra, y brotaron en seguida, porque la tierra era poco profunda; pero cuando salió el sol,
se quemaron y, por falta de raíz, se secaron. Otras cayeron entre espinas, y éstas, al crecer, las ahogaron.
Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto: unas cien, otras sesenta, otras treinta. ¡El que tenga oídos, que
oiga!". Los discípulos se acercaron y le dijeron: "Por qué les hablas por medio de parábolas?". Él les
respondió: "A ustedes se les ha concedido conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos no.
Porque a quien tiene, se le dará más todavía y tendrá en abundancia, pero al que no tiene, se le quitará aun
lo que tiene. Por eso les hablo por medio de parábolas: porque miran y no ven, oyen y no escuchan ni
entienden. Y así se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dice: 'Por más que oigan, no comprenderán,
por más que vean, no conocerán. Porque el corazón de este pueblo se ha endurecido, tienen tapados sus
oídos y han cerrado sus ojos, para que sus ojos no vean, y sus oídos no oigan, y su corazón no comprenda, y
no se conviertan, y yo no los sane'. Felices, en cambio, los ojos de ustedes, porque ven; felices sus oídos,
porque oyen. Les aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que ustedes ven, y no lo vieron; oír
lo que ustedes oyen, y no lo oyeron. Escuchen, entonces, lo que significa la parábola del sembrador. Cuando
alguien oye la Palabra del Reino y no la comprende, viene el Maligno y arrebata lo que había sido sembrado
en su corazón: éste es el que recibió la semilla al borde del camino. El que la recibe en terreno pedregoso es
el hombre que, al escuchar la Palabra, la acepta en seguida con alegría, pero no la deja echar raíces, porque
es inconstante: en cuanto sobreviene una tribulación o una persecución a causa de la Palabra,
inmediatamente sucumbe. El que recibe la semilla entre espinas es el hombre que escucha la Palabra, pero
las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas la ahogan, y no puede dar fruto. Y el que la
recibe en tierra fértil es el hombre que escucha la Palabra y la comprende. Éste produce fruto, ya sea cien, ya
sesenta, ya treinta por uno".
Lo que sucede es que el evangelio no es una
“doctrina”, ni una “moral”, ni una “política”, y ni
siquiera una “religión” con mayor o menor porvenir. El
evangelio es, por encima de todo, una sabiduría de
vida que pone de manifiesto la fuerza vivificante y
portadora de sentido de ese amor infinito e
incondicional que Dios derrama a manos llenas sobre
todos los seres humanos, «sembrada» por Jesús en el
corazón del mundo y de la vida de las mujeres y los
hombres de todos los tiempos.
Empujados por el sensacionalismo muchas veces
morboso y siempre marketinero de los medios de
comunicación, parece que sólo tenemos ojos para ver
el mal, lo abyecto, lo degradante, lo ruin, lo sórdido, lo
corrompido. O para la frivolidad que lleva a muchas
personas a vivir pendientes de los devaneos,
veleidades y extravagancias de ciertos personajes
mediáticos de dudosos méritos. Todo lo cual nos va
vaciando y “secando” por dentro, y nos impide
percibir aquí y allá (y pese a tantos signos en
contrario) esa fuerza lenta de la vida y el amor que
muchas veces se encuentra oculta bajo las
apariencias más descorazonadoras, pero que
indefectiblemente lucha por abrirse paso para brotar
y crecer.
Si pudiéramos observar eso mejor y más valioso que
cada persona lleva en su interior, y que
lamentablemente y por diferentes motivos en
muchos casos jamás llega a manifestarse, nos
maravillaríamos ante tanta bondad, generosidad,
ternura, sensibilidad, compasión y amor verdadero.
Es innegable que vivimos en un mundo
tremendamente injusto y violento. Pero es innegable
también que lentamente se ha ido gestando y va
creciendo en muchos hombres y mujeres el anhelo de
una paz verdadera y duradera, junto con una
esperanza activa que busca hacer realidad esa justicia
tan largamente anhelada de la que hablaba Jesús
cuando anunciaba la llegada del Reino de Dios.
No sólo en los países del así llamado “primer mundo”
sino también entre nosotros, se ha ido imponiendo un
consumismo egoísta e insolidario que busca
exclusivamente el propio bienestar y se olvida por
completo de los que sufren y de los que peor lo pasan
en la vida. Sin embargo, cada vez van siendo más los
que independientemente de sus creencias o
convicciones religiosas, van descubriendo el valor y el
gozo de una vida austera y sencilla, en orden a
compartir generosamente lo que son y lo que tienen,
poniéndolo a disposición y al servicio de quien lo
necesite.
La indiferencia y la increencia parecen haber apagado
los sentimientos religiosos de muchísimas personas,
pero al mismo tiempo son muchos los corazones en
los que se despierta una especie de “nostalgia” de
Dios que aunque los impulsa a apartarse de la manera
tradicional de entender y vivir la religión, los lleva a
vivir una espiritualidad mucho más auténtica,
profunda y humanizadora, y en total sintonía con el
mensaje de Jesús.
Y es que la energía transformadora del evangelio
sigue obrando lenta y silenciosamente en el corazón
del mundo y de la humanidad. La sed de justicia y de
amor seguirá creciendo, porque es inherente a la
condición humana. Y por eso los cristianos
albergamos la indestructible esperanza de que la
siembra de Jesús no terminará en fracaso.
Lo que se nos pide es “pasar continuamente el arado”
realizando gestos de ternura, de compasión y de
solidaridad para con las personas con las que
compartimos cotidianamente y con aquellas con las
que nos cruzamos en el camino de la vida. Lo que se
nos pide es “remover la tierra del propio corazón” para
hacerla cada vez más fecunda. Lo que se nos pide es
“acoger la semilla de la Palabra” y permitir que el
Reino vaya creciendo en nosotros y a nuestro
alrededor.
¿Acaso no descubrimos en nuestro interior esa fuerza
que no proviene de nosotros mismos y que nos
impulsa a a crecer, a ser cada vez más humanos, a
transformar nuestra vida para hacerla más plena y
feliz, a construir relaciones más sanas y auténticas, a
vivir con más verdad y transparencia, a abrirnos a
Dios con más sinceridad?
Descargar