Puede saberse qué pasó aquí por el amor a Patton? – exclamó el

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9. Thunderbolt Ross
- ¿Puede saberse qué pasó aquí por el amor a Patton? – exclamó el
hombre que acababa de llegar donde estábamos. Reconocí su
rango de General casi de inmediato.
- Verá, General, señor – me apresuré a decir –, yo…
- Eres tú el jovencito que Banner me convenció a traer, ¿no?
- Sí, señor, yo…
- ¡Basta! – dijo indignado. luego bajó su mirada hasta donde
estaban la Dra. Ross y Jennifer.
Cuando vio a Jennifer, débil e indefensa, apoyada en el regazo de
Betty, permaneció inmóvil con una expresión de sorpresa que llenaba su
rostro. Palideció y por varios segundos mantuvo su mirada clavada en
ella.
- ¿Una… una Hulk? – musitó
Al momento, varios de los soldados apuntaron a Jennifer.
- ¡NO! – exclamé a la vez que me interponía entre los soldados y
Jennifer. Uno de los hombres me apuntó directamente a la cara. –
¿P-por favor? – musité clavando la mirada en el cañón de la
ametralladora que estaba a la altura de mi nariz.
La Dra. Ross ayudó a Jenny a sentarse y después se levantó de
golpe, abriéndose paso entre los soldados hasta llegar al General.
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- ¡No permitiré que hagas esto, padre! – le exclamó a la vez que le
apuntaba con el dedo.
No lo podía creer: ¡se trataba del General Thunderbolt Ross! Mi
abuelo me había contado historias sobre él. Ascendió rápido durante la
guerra de Vietnam. Fue el mejor de su clase y ahora se encontraba al
mando de la base Gamma en Nuevo México. De ojos certeros,
contextura gruesa, bigote grande y casi blanco, al igual que su cabello y
tan solo un poco más alto que yo. Ahí, parado, imponente casi al centro
del círculo descrito por los soldados que nos rodeaban. Se encontraba
inmóvil y Betty lo había detenido. O eso pensé.
- Debo hacerlo, hija. Y lo sabes muy bien. Así que no me retes.
- No, padre, por una vez, Bruce no fue culpable de nada de lo que
pasó aquí.
- ¿Ah, no? – dijo dirigiendo su mirada hacia Jennifer.
- Esa es otra historia – respondió ásperamente.
El General no parecía convencido, por lo que simplemente cruzó
sus brazos a la espera de una explicación. La Dra. Ross le contó todo lo
ocurrido desde que estuvimos listos para empezar el experimento. Este,
poco convencido, ordenó a sus hombres que se retirasen. Jennifer, por su
parte, lucía muy cansada. Me acerqué a ella y la acosté sobre mis
piernas. Apenas estuvo cómoda, solo me sonrió y se desmayó, volviendo
a su forma normal casi de inmediato. El General estaba sorprendido por
lo que acababa de ser testigo. Enfundó su arma y lentamente se dejó
caer sobre una pieza de concreto que le sirvió de asiento. Se encontraba
estupefacto.
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- ¿Quién es? – preguntó en un murmullo casi inaudible.
- Es Jennifer Walters – me apresuré a contestar –, prima del Dr.
Banner.
El General empezó a mirar la escena de destrucción que nos
rodeaba. De pronto, el Mayor Talbot apareció de la nada. Estaba lleno
de comida.
- General – dijo apenado –, yo…
- Glen – interrumpió el General –, lo mejor será que busque al Líder.
Ahora parece que es capaz de robar vehículos militares y usarlos a
su antojo.
- No creo que por mucho – intervine.
- ¿Ah, no? – dijo incrédulo el Mayor.
- Cuando huían – me expliqué – creo que logré darle a la línea de
combustible del camión. En algún momento quedarán varados.
Sugiero que lo busque en un radio de…
- Y ¿quién eres tú para decirme qué hacer? – contestó Talbot en
tono arrogante.
- Ya lo oyó, Mayor – dijo el General con calma.
- Señor, yo…
- ¡Tiene sus órdenes, Talbot!
- ¡Sí, señor! – respondió agitado. Luego dio media vuelta y se retiró,
dejando caer fideos, granos de arroz y algunos vegetales cortados
mientras caminaba.
El General todavía estaba bastante sorprendido como para decir
algo más. Mientras yo cuidaba de Jennifer, él solo podía tratar de inquirir
sobre lo que había pasado y de eso se encargó la Dra. Ross, quien contó
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toda la historia de Jennifer, tal y como el Dr. Banner la contara el día
anterior. Cuando acabó, me miró con una expresión más sobria. Se
levantó, caminó hacia mí y me dijo al oído “cuídala, hijo, ella lo necesita
más que nadie en este momento” y con paso firme, pero actitud
dubitativa, se marchó.
Levanté a Jennifer a la llevé a la enfermería. El médico de la base
la examinó y aparte de unos rasguños, se encontraba bastante bien.
Permaneció dormida por casi tres horas. Cuando despertó, su rostro se
veía hermoso. Sus ojos estaban fijos en mí con una clara expresión de
cansancio. Se incorporó como pudo y me abrazó efusivamente.
- ¡Estás bien! – me dijo al oído en un hilo de voz.
- Gracias a ti – respondí dulcemente.
Más tarde, la Dra. Ross nos llevó de vuelta a nuestro alojamiento.
Ahí nos esperaba el Dr. Banner, quien para lo agitado que estuvo Hulk, se
veía bastante bien. Estaba sentado en la cama, cuando entramos. Se
levantó de golpe.
- ¡Gracias a Dios que ambos están bien! – dijo aliviado a la vez que
nos abrazaba –.
- Sí – respondí –. Y todo fue gracias a Jennifer.
Ella sonrió apenada. Acto seguido el Dr. Banner nos pidió que le
contásemos todo lo que ocurrió. Por su expresión, podría decirse que casi
se desmaya cuando le contamos lo que Hulk le hizo a Jenny. Ella
simplemente negó con la cabeza para dar a entender que no se
preocupara. Poco después, el General Ross en persona fue a nuestra
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cabaña a informarnos que el camión en el que había huido el “Líder” fue
hallado abandonado a unos pocos kilómetros de la base.
- Muy buena puntería, joven… – se detuvo como para preguntar mi
nombre –.
- McCleod… James McCleod.
Por un momento el General se quedó callado, luego susurró mi
apellido un par de veces y como si hubiese estado tratando de recordar
algo, prosiguió:
- ¿Alguien de tu familia ha estado en el ejército, hijo?
- Sí, señor – respondí complaciente – mi abuelo y luego mi padre.
- Lou McCleod – contestó convencido de haber hallado por fin la
conexión –.
- Sí, señor. Es mi abuelo y me ha hablado de Ud.
El General estaba estupefacto. La siguiente hora le conté todo lo
que mi abuelo me dijo de él cuando lo tuvo bajo sus órdenes en
Vietnam. Para cuando terminamos de hablar, nos dimos cuenta de que
teníamos en común más de lo que pensamos, además que él conocía a
mi familia más de lo que imaginaba. Una hora después de eso ya
estábamos listos para partir de nuevo hacia Nueva York en el avión
experimental. El Dr. Banner y la Dra. Ross estaban ahí para despedirnos.
- Me encantó verte de nuevo, primita – Dijo el Dr. Banner.
- Y a mí también, Bruce. Ten cuidado con tu temperamento –
respondió eso último en un tono de burla.
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- Lo tendré – replicó entre risas, las cuales se transformaron en una
expresión triste y un tanto melancólica en su rostro.
- No Bruce – respondió mientras le levantaba el rostro posando su
mano en el mentón del Dr. –, comprende que eso ya sucedió y no
lo puedes cambiar. Ahora solo concéntrate en conseguir una cura
para ambos, que yo me preocuparé por no causar muchos
problemas. Confío en ti, Brucie.
- Lo haré Jenn – respondió finalmente.
El Dr. Banner sonrió al escuchar estas palabras y abrazó a mi amiga
con mucha emoción, a lo que ella correspondió. La escena era
inevitablemente enternecedora. Eran los mejores amigos que jamás
hubiese imaginado, como hermanos separados al nacer y que jamás
dejaron de estar conectados. Al terminar el abrazo, el rostro del Dr.
Banner se notaba más triste que momentos atrás. Evidentemente,
despedirse de la persona a quien has confiado tanto en tu vida es una
de las experiencias más abrumadoras que hay.
- Recuerda – agregó Jennifer –: ya soy lo suficientemente grande
como para cuidar de mí misma.
- Me encantó conocerte, Jennifer – dijo la Dra. Ross acercándose a
mi amiga, para luego abrazarla.
Ahora era mi turno de despedirme.
- Dr. Banner, Dra. Ross…
- Llámame Bruce.
- Y a mí Betty.
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- Está bien – contesté –. Bruce, Betty, me encantó conocerlos.
Lástima que no pudimos quedarnos por más tiempo.
- Ciertamente – respondió Betty.
- En otra oportunidad será – replicó Bruce –. Haremos ese examen a
Jenny la próxima vez – dijo sin demora.
Jennifer hizo una expresión de desagrado, pero asintió finalmente,
ya resignada. Bruce y yo nos dimos un caluroso apretón de manos y
después mi amiga y yo subimos al avión. Por una de las ventanillas vimos
al Dr. Banner y a Betty despidiéndose hasta que el avión se puso en
marcha. Cinco minutos después despegábamos y hacíamos el giro
correspondiente a nuestra ruta. No pasó mucho antes que tomáramos
altura y el aviso del cinturón de seguridad se apagara, permitiendo
quitárnoslos. Jennifer y yo bromeábamos sobre el Mayor Talbot de la
forma más “discreta” que pudimos. Él nos acompañaba en la sección de
pasajeros hasta que finalmente se cansó de las bromas y fue a la cabina
del piloto, cerrando tras él la portezuela. Jennifer y yo reímos un rato más,
pero después permanecimos callados. Un pensamiento rondaba mi
cabeza y no sabía cómo decírselo:
- Me temo que los anteojos nuevos saldrán un poco caros –
comenté casualmente, tratando de buscar conversación –.
- Cuánto lo lamento, James – respondió apenada –.
- No te preocupes. No fue tu culpa – añadí con una sonrisa.
Ella correspondió mi gesto y después de unos instantes, dirigió su
mirada hacia la ventana, contemplando las nubes que dejábamos atrás
a gran velocidad.
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- Oye, Jennifer – comencé nuevamente, llamando su atención. Ella
volteó casi de inmediato –. Si eres algo así como la versión
femenina de Hulk, entonces eso te haría… una especie de “chicaHulk”, ¿verdad?
- Sí, es cierto – contestó luego de pensarlo por algunos instantes y
después bajó su mirada.
- Entonces – seguí – cada vez que te transformes, tú serías…
- She Hulk – dijo subiendo nuevamente su mirada y con una tímida
sonrisa dibujada en su rostro.
El resto del viaje no hablamos casi, pero no porque estuviésemos
incómodos o no tuviésemos deseos de hacerlo, sino porque realmente ya
no había más nada que pudiésemos decir con palabras. Simplemente,
ya no hacía falta y Jennifer estaba aún cansada de la pelea, por lo que
durmió por un buen rato recostada de mí.
De algo estaba totalmente seguro: ese día, nuestras vidas eran
ciento por ciento diferentes de como lo fueron al inicio de esa semana. Y
¿saben qué? Era genial saberlo.
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