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l A LA ORILLA D E U N RIO...
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IE R T A tarde en que el sol tostaba la atmósfera
viene el cansancio, por que hay que ver y oir lo que
haciéndonos difícil la respiración, se me ocutenemos que soportar. ¡<£s inconcebible!
rrió, par» huir en lo posible de sus rayos de
— Claro; se comprende que la gente frecuente ésto
fuego, dar un paseíto a lo largo del río Oyarzun, hacia
durante la noche, porque en el pueblo hace mucho
calor.
i-u desembocadura, por el llamado «camino de abajo».
A la sazón, estaba este paseo poco menos que in
—Sí, así debe ser, por el calor. Pero, ¿le parece a
transitable, a causa de los destrozos ocasionados en el
usted que estamos en condiciones de poder aguantar
piso por los carros y camiones que de él hubieron de
esas tabarras amorosas? ¡Míreme cómo tengo la cohacer uso, con motivo de las diferentes obras ejecutalumna vertebral! Y me mostró el respaldo roto.
das en las inmediaciones. Pero este inconveniente,
—Efectivamente; no estás muy fuerte para esos
trotes, porque también tienes una costilla averiada.
quedaba altamente compensado con el «perfume*, que,
procedente del río, invadía el am
— I A y ! Es la edad, señor...
biente y nos enloquecía con sus
Cuando nos colocaron aquí, ya nos
fragancias.
podían echar gente encima, porque
Poquito a poco y bajo los m aléramos nuevos y estábamos fuertratados árboles que tienen la mites. Pero ahora... Considere usted
sión de ensombrecer el camino (coel trato que nos han dado y el que
nloólos acreedores ensombrecen
siguen dándonos. De día aburrinuestra existencia), llegué al lugar
dos y de noche no dejándonos desen que hay dos bancos, pero no dos
cansar. Además, mire usted cómo
edificios bancarios, sino dos moestamos de ropa. (Y me mostraba
destos armatostes, colocados allí
los testos de pintura que quedaban
para sentarse y... ¡bueno, para senen su maderamen). H asta en eso
nos dan mal trato. Tenemos entarse!
Como antes decía, el objeto de
frente una fábrica de pinturas y a
mi paseíllo era poder pasar un ranosotros no nos llegan ni las salpitito... lo más largo posible, entre
caduras. Nos dan al año un bañiaquellos árboles que me preservato, de prisa y mal, y después,
ban del suplicio impuesto por Feaguante usted los fríos, calores y
bo a mí y a los demás habitantes
malos ratos. Estoy viendo que
de la tierra y, por lo tanto, nada
pronto nos pasará lo que a nuestro
padre.
más natural de que, una vez llega
—¿Habéis tenido padre?
do, me sentase en uno de los b anDON AURELIO PARRONDO
— Si, señor. U n banco que escos que son ornato de aquel lugar.
Jefe de la sección de Carabineros
Hallábam e como en la Gloria,
taba ahí cerca, debajo del puente
¡de esta villa
saboreando un veguero y s’^uiendo
pequeño. E l pobrecito era ya viedistraídamente al humo qué despejo y verde, todo verde y de madera y, claro está, se pudrió, lo rompieron unos muchadía, cuando de pronto me sorpendió un gemido que a
chos y se llevaron los trozos. ¡Qué triste fin!
mi alrededor había sido lanzado por alguien.
Y nuevamente corrieron dos lágrimas, que se seMiré y remiré por todos lados, sin que mis pesquicaron en mi pantalón.
sas hubieran tenido éxito, cuando el gemido sonó de
nuevo tan cerca de mi, que pensé pudiera ser del ban—¡Qué diablos!, gritó enérgico. Yo creo que tenemos tanto derecho como nuestros hermanos de la Alaco en que se posaba mi humanidad.
Puesto en observación, noté con el consiguiente esmeda, que están atendidos como si fueran de distinta
tupor, que, en efeecto, las quejas las exhalaba el bancondición que nosotros; y ya me huelo el motivo... que
debe ser que en ellos se sienta la «gente gorda*.
quito, con tal insistencia, que me entraron deseos de
Y aquí terminó .nuestra conversación.
enterarme de las causas a que obedecían.
Puse toda mi atención y merced al silencio que
Anochecía. Ya se había retirado el vengativo Fereinaba, pude oir lo que el banco decía.
bo al ver que no nos podía fastidiar con sus llam ara—¡Hay de mí! ¡Qué vida más horrible!
das, y pian-pianito, me dirigí al pueblo.
— ¿Qué te pasa?, le dije.
Ahora, ya no había «perfumes» en el camino. L a
—¡Ahí ¿Quién es usted?, me preguntó el banco,
marea subía y unos cuantos corcones saltaban sobre
corrido de vergüenza.
—¡Ay señorl, continuó ¡Esta vida es atrozl ¡Nazel agua, en tanto que otros no menos corcones, se dirigían agarraditos al lugar que yo acababa de aban*
ca usted para ésto! Y al decirlo, noté que le corrían
donar.
dos lágrimas por la cara de una de sus tablas.
—Soy muy desgraciado, y lo mismo puedo decir
E N V IO . A l Ilustre Ayuntamiento en súplica de
de mi vecino, añadió refiriéndose al otro banco.
que considerando el incremento que va tomando el
— Pues no será porque no estéis entretenidos, sienpaseo por el «camino de abajo» y atendiendo las rado éste un lugar tan frecuentado.
zones expuestas por uno de los famosos bancos del
—¡Ya, ya! ¡Fíese y no corra! H ay épocas en las
mismo, se sirva ordenar el cuidado de los existentes y
que realmente somos muy visitados, pero no en la fo rla colocación de otros, que puedan ayudar a los pri •
ma que nosotros deseamos. Ya ve usted; nosotros, de
meros en la ardua prueba a que los someten las nudía, estamos dispuestos a pasar el rato con cualquiera,
merosas personas que aman la soledad de dos en comcharlando un poco de todo; lo que quisiéramos es, que
pañía.
nos visitasen así para poder descansar durante la noOnda r t xo
che; pero, ¡no puede ser! En lugar del descanso, nos
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