La desaparición de las fusas A Mª José Navarro La sonrisa es una curva que lo endereza todo. Phylis Diller La gente buena, si se piensa un poco en ello, siempre ha sido gente alegre. Ernest Hemingway Érase una vez, en el Gran Bosque Encantado Musical, un condado con renombre en el Universo, en el que convivían en paz toda suerte de seres mágicos, cuyo único objetivo era encontrar la felicidad en la música. El Condado de Tielú se extendía en una inmensa llanura cubierta de viñas. El Castillo Musical se alzaba majestuoso en el centro del territorio y albergaba una comunidad de duendes, brujas, magos y hadas, e incluso hados, siempre afanados en producir música de excelente calidad. Toda la música era siempre supervisada por el Gran Poder Supremo Laremimí, algo parecido al ojo que todo lo ve y al oído que todo lo escucha. Por supuesto, la historia completa que vamos a relatarles quedó recogida por la cronista real del condado, el hada Guegagá, por lo que pueden estar ustedes seguros de la veracidad de nuestro relato y de la precisión de la información. El Gran Mago Maziurlín vivía en el torreón más alto del castillo del Condado de Tielú. A veces, descendía mágicamente de las alturas y se paseaba por pasillos y estancias, siempre con las gafas en la punta de su nariz, para comprobar que todo estaba en orden. 1 Maziurlín compartía grandes proyectos musicales con el Gran Sabio Pejó-Sanchó, el celoso guardián de todas las partituras mágicas del Condado de Tielú. Una tarde de invierno, estaba Pejó-Sanchó preparando las partituras, que la orquesta del castillo debía interpretar con motivo de los próximos esponsales. Venida de bosques musicales lejanos del Oriente, la princesa Mucaladi había acudido a Tielú, presta a contraer matrimonio con el intrépido Capitán Guelmoré, sobrino carnal del dueño del castillo musical, el Conde Valeriano, por lo que toda la corte andaba preparando la fiesta con gran esmero y alegría. Revisando cuidadosamente los pentagramas, como era su costumbre, Pejó-Sanchó se percató, altamente sorprendido, de que ¡no había ninguna fusa! Las figuras de nota que aparecían ante él eran redondas, blancas, negras, corcheas, semicorcheas, pero ¡no había ninguna fusa, y claro, tampoco semifusas! Por más que Pejó-Sanchó miraba, buscaba y rebuscaba no encontraba ninguna, ni tampoco sus silencios. Verdaderamente alarmado, marchó en busca del Gran Mago Maziurlín, a quién encontró corrigiendo unos ejercicios de la más refinada armonía. Los dos sabios estudiaron las partituras detenidamente y Maziurlín, sin querer apresurarse, detuvo a Pejó-Sanchó que ya se marchaba en busca del Gran Poder Supremo Laremimí, para comunicar la ausencia de las fusas y de sus hermanas pequeñas. -¡Detente Pejó! ¡Espera! –ordenó Maziurlín-, sospecho que esto parece obra de esa bruja pegajosa del condado vecino, llamada Vuelos Verdes. Para que no cunda el pánico, no digas nada todavía. Primero, debemos llamar a nuestra gran amiga la Hermosa Bruja Rosalinda. Ella nos ayudará a solucionarlo. Que los niños interpreten las obras sin fusas ni semifusas, y seguiremos investigando. Rosalinda estaba enseñando ciertos menesteres mágico-musicales a unos duende-alumnos de los hados Tandreu, Ezvián y Marforné, cuando entró muy alterada en el aula el hada Sarisper. Agitando delante de ellos su saxo, blandiéndolo como una espada, Sarisper soltaba retahílas de palabras inconexas, imposibles de comprender. 2 Ante tal alboroto y algarabía, se presentaron en el aula dos ninfas vecinas, Caliupá y Caliuché, con objeto de sosegar a Sarisper con sus danzas ecológicas, pero el hada comenzó entre sollozos, a pedir a Rosalinda que subiera corriendo al torreón de Maziurlín, anunciando que se avecinaba el fin de los tiempos. Rosalinda, que conocía bien a Sarisper, pensó que no sería para tanto y dejó que las ninfas se encargaran de ella, mientras acudía a la llamada de los sabios. Con los ojos pegados a los pentagramas, Pejó-Sanchó y Maziurlín trataban de encontrar, sin ningún éxito, aunque fuese un silencio de semifusa, pero no había ni rastro. -El problema parece serio –se expresó la bruja.- ¿Habéis preguntado al hada Setmontjú, si le ocurre lo mismo con las lecciones de lenguaje? -¡Sííííí! –gritaron al unísono desde la puerta las hadas pianistas Zalema y Zoanalí, que ya lo habían pensado y habían ido a preguntar. –¡Ni rastro de fusas. Ni rastro de semifusas. Ni tampoco sus silencios! Rosalinda no lo pensó dos veces. Se montó en su escoba y acomodó en la parte trasera a las hadas Cutandilla y Arimén. Las tres volaron prestas a la guarida del valeroso Ramoncán, buen amigo de Rosalinda, que siempre acudía raudo a la llamada de la bruja. Cuando Ramoncán valoró la importancia del asunto, no dudó en acompañarlas. -¡Pobres fusas! Si las han secuestrado estarán fatal, con lo nerviosas que se ponen siempre y lo que les gusta moverse deprisa y corriendo –se lamentó el hada Cutandilla. -Si es así, debemos rescatarlas –afirmó Ramoncán, subiendo de un salto a la escoba de la bella bruja y tirando con una mano de Arimén y Cutandilla para que ocuparan su sitio. La comitiva completa no tardó nada en presentarse en el torreón de Maziurlín, que seguía investigando la desaparición de las fusas. El sabio Pejó-Sanchó le estaba contando al Gran Mago lo bien que se habían portado los alumnos en el ensayo y lo bien que había salido la partitura sin fusas ni semifusas. 3 -¡Oye! –exclamaba Pejó-Sanchó- Las semicorcheas se van espabilando y los silencios colaboran. ¡Igual ya ni hacen falta las fusas! ¿Qué te parece? -¡Pero hombre! –exclamó levemente asustado el Conde Valeriano, que acababa de llegar de una de sus cacerías. -¿Cómo no van a hacer falta? ¡Hay que encontrarlas como sea! ¡Soldados, en formación! ¡A mí la guardia condal! Mientras que el valeroso Ramoncán y el Capitán Guelmoré reunían a lo más intrépido del condado, llegó presuroso el duende Overpic, relatando falto de respiración que había escuchado una conversación entre cuatro o cinco semicorcheas. Las pobres estaban un poco hartas de ir más deprisa, para cubrir los huecos de las fusas. El duende Gapejú se había pasado horas con un entrenamiento intensivo en tresillos para las semicorcheas y Overpic estaba preocupado por si la familia corchea entraba en rebelión. -Necesitan estar fuertes y ágiles, por si las fusas no regresan. –lamentó un poco abatido Overpic, disculpando a Gapejú-, pero tenemos que movilizarnos sin demora y con gran organización. Todo el mundo se colocó en sus puestos. Ramoncán y Guelmoré preparaban y revisaban a los soldados. Rosalinda hacía sesiones de relajación a todas horas, para evitar el miedo escénico. Maziurlín ordenó a todas las hadas y hados que ensayaran con sus alumnos todas las semicorcheas posibles ¡Lo que no podían era arriesgarse a quedarse sin música! Después de una buena sesión de entrenamiento sofístico, rítmicamente complicado, todos se sintieron un poco mejor y decidieron reunirse con el Gran Poder Supremo Laremimí, para preparar nuevas estrategias y llegar a nuevos acuerdos, especialmente con la familia Corchea. Mientras tanto, el soldado Dorenán y la ninfa Jesomá, ajenos a los problemas del Castillo, disfrutaban de una audición de sus duende-alumnos en el salón de una mansión vecina. En el descanso, unos de los pequeños duendes flautistas, que acababa de llegar, contó a Dorenán y Jesomá el grave problema de la desaparición de la familia de las fusas. Cuando terminó, Jesomá 4 abrió la boca para hablar, pero Dorenán ordenó silencio y la ninfa flautista no pudo decirle lo que pensaba del asunto, aunque por la expresión de su cara, parecía que tenía alguna información importante. La ninfa Jesomá esperó impaciente a que terminase el último compás y salió disparada hacia el castillo, sin ni tan siquiera despedirse. Voló presurosa en busca del Gran Mago Maziurlín, pero no pudo encontrarlo por ningún sitio, ni tampoco al sabio Pejó-Sanchó. Desesperada, recorrió volando con su varita mágica vegetal de ninfa, todos los rincones del bosque encantado, los pasadizos secretos del Castillo del Condado de Teilú, las mazmorras, las azoteas. Miró por las ventanas, subía y bajaba como un rayo buscando aquí y allá, pero nada, no había ni rastro. Cansada de tanto vuelo y algo despeinada por el ajetreo, Jesomá fue a descansar a su aula. -¡Qué raro! –pensó. Aquí no hay ni fusas, ni gente (bosteza)… ni nada… ni nadie… ¿dónde se habrán metido todos? Y pensando en ello, Jesomá comenzó a quedarse profundamente dormida de tan agotada que estaba. Rosalinda y Maziurlín habían logrado convencer a Pejó-Sanchó, para que realizase un ensayo general de la música para los esponsales en el teatro colindante, pero sin fusas ni semifusas. Todos cruzaron los dedos, esperando que no se notase mucho la ausencia de las fusas. Los pequeños duende-alumnos se esforzaban para que aquello sonara lo mejor posible, pero por muy rápidas que fueran las semicorcheas, no era lo mismo, por no hablar del lío que montaban las semicorcheas en tresillos. En el compás 299 de la primera obra, Pejó-Sanchó forzó tanto el tempo de las figuras de nota, que comenzó a formase un barullo impresionante entre todos los instrumentos. El viento madera iba en crescendo cada vez más deprisa, mientras que los metales gritaban cuanto podían y las cuerda les perseguían. En el compás 312, la percusión al completo entró de golpe en un estallido de timbales y platillos, tan impresionante, que hizo que Maziurlín detuviese aquello sin contemplaciones. 5 Con el estallido fortísimo desordenado y estridente, Jesomá se despertó sobresaltada, sin saber dónde estaba. De repente, se acordó del problema y se enfadó con ella misma por haberlo olvidado. Tan cansada como había acabado de tanto volar, buscando de aquí para allá, y con el silencio que reinaba en el Castillo, se había quedado profundamente dormida. Con mucho esmero, arregló sus ropas, su pelo y sus collares, cogió su varita mágica y levantó su vuelo hacia el teatro colindante, pues de allí parecía proceder el estruendo. Encontró a todo el mundo desconcertado. Estaba claro que los tresillos habían desajustado todo el ritmo y habían hecho enloquecer transitoriamente a las semicorcheas. En cuanto pudo, Jesomá se acercó a Pejó-Sanchó y comenzó a tirar de la túnica del sabio con gran disimulo, pero estaba tan consternado, que no se daba ni cuenta. Cuando Pejó-Sanchó, por fin, hizo caso de los tirones de túnica de la ninfa Jesomá y ésta se disponía a contarle, como ella dijo, una cosa muy importante y trascendente, comenzó a escucharse una música muy viva que venía del bosque, y el sabio la dejó con la noticia en la boca, marchando curioso a ver qué ocurría. -¡Son las fusas! –exclamó Rosalinda. -¡Y las semifusas! –coreó Guelmoré. -¡Y también los silencios, aunque no se note! –casi vitoreó Arimén. Los soldados guardianes de las puertas del castillo de Tielú, Tigoví y Ziael, las habían abierto de par en par y el hada de las Nieves, enloquecida, también abría todas las ventanas que iba encontrando, contagiada por la música tan veloz que venía del exterior. Cuando Jesomá estaba a punto de echarse a llorar, porque nadie la escuchaba, se acercó a ella el hada Guegagá, la cronista real, para preguntarle por las emociones sentidas. Jesomá, por fin, pudo contar a alguien que había visto a las fusas ir a pedir permiso a Laremimí, para pasar unos días de vacaciones en el Caribe e ir a visitar a unas primas suyas, que habían organizado una fiesta de percusión. Cuando las fusas estaban esperando a Laremimí, pasó por allí la malvada bruja Vuelos Verdes, siempre acechando para arruinar las fiestas. 6 Jesomá se había sorprendido al oír decir a Vuelos Verdes, que para las vacaciones no había que pedir permiso. Las fusas, algo cortitas, no se dieron cuenta de que Vuelos Verdes mentía, hasta que llegaron a la costa caribeña. Allí, la policía se había echado las manos a la cabeza, al imaginar el jaleo que debía haberse montado en Tielú con la ausencia de las fusas. Sin deshacer las maletas, la familia entera se había arreglado la melena y había regresado a Tielú en el primer vuelo disponible. Tan pronto como entraron todas las fusas en el Castillo, fueron regañadas severamente por Pejó-Sancho, a quien las fusas prometieron no ir a ningún otro sitio sin su permiso. El Gran Poder Supremo Laremimí también reprendió a las fusas, mientras Maziurlín trataba de quitarle hierro al asunto, guiñando un ojo a las corcheas. Sarisper, que ya respiraba tranquila, daba las gracias amablemente a la familia Corchea por el gran esfuerzo realizado, y así, todos felices y contentos, marcharon de nuevo al teatro colindante, a los atriles, a las partituras donde cada nota ocupó su sitio, bajo la mirada circunspecta y la batuta mágica del Gran Sabio Pejó-Sanchó. Y COLORÍN, COLORADO… FIN Rosa Iniesta Masmano Noviembre 2012 7 REPARTO Gran Poder Supremo Laremimí: Mª Pilar Andrés Medina Remedios Blanco González Miguel Ángel Almonacid Pérez Miguel Hernández Jarque Gran Mago Maziurlín: Miguel Ángel Fernández Mateu Gran Sabio Pejó-Sanchó: Pedro José Sancho López Capitán Guelmoré: Miguel Morella Giménez Valeroso Ramoncán: José Ramón Cantus Parets Conde Valeriano: Valeriano Hernández Carrascosa Princesa Mucaladi: Inmaculada Esplugues Sisternes Ninfa Caliuché: Lucía Echeverría de Miguel Ninfa Caliupá: Lucía Pallás Sáez Ninfa Jesomá: Mª José Navarro Hada Guegagá: Águeda Garijo García 8 Hada Sarisper: Rosario Espert Pérez Hada Cutandilla: Pilar Cutanda Almonacid Hada Zalema: María Gozálvez Herrero Hada Zoanalí: Analía Henares Iranzo Hada Arimén: Mari Carmen Santos Ferrer Hada Setmonjú: Juana Montserrat Ferrer Hado Tandreu: José Mª Pérez Santandreu Hado Ezvián: Miguel Ángel Pérez Viana Hado Marforné: Marcos Forner Pla Duende Overpic: Juan Daniel Jover Piqueres Duende Gapejú: Juan García Pérez Soldado Dorenán: Fernando Hernández García Guardián Tigoví: Santiago Guardiana Ciael: Elena García Parrilla El Hada de las Nieves: Nieves Hermosa Bruja Rosalinda: Rosa Iniesta Masmano 9